- Bueno¿qué os pasa, estáis sordos o qué? - tras la frase de Leclas, tanto el príncipe como la labrynnessa se habían quedado mudos.
- Leclas, nos estás diciendo que, en medio de una ventisca, la noche de las tres divinidades, vayamos al Bosque Perdido y localicemos la fuente del Hada... Es para pensárselo.
- Vale, solo era una idea. Si Urbión estuviera aquí, lo habría dicho.
- ¿Dónde está, lo sabéis bien? - Link medió entre los dos. Había cogido ya la capa y los guantes.
- Está al sureste del refugio, aunque yo no he estado. - Leclas miró a Zelda. - Tu sí lo sabes.
- Sí, claro. Pero está lejos...
- Debemos hacer algo, Zelda. No podemos dejar que muera.
- Tienes razón. - la chica suspiró. Recogió su espada y el escudo, que estaban colgados detrás de la puerta. Desde que habían comenzado ese breve período de paz, no los había necesitado. Cuando se colocó las correas, le pareció que pesaban más que nunca. - ¿Cómo vamos a llegar hasta allí? Centella no puede cabalgar con esta nieve, y a pie podríamos quedarnos en el camino.
- Um... puede que yo tenga la solución. Leclas había enrojecido hasta las orejas, cuando el príncipe y la chica le miraron sorprendidos.
- Fabriqué un trineo. Era una sorpresa para ti, Zelda, tu regalo de las Tres Divinidades. Como me dijiste que nunca habías montado...
- No, si al final tendré que reconocer que eres un encanto. ¿Y está ya listo¿Funcionará?
- Sí, además le hice unas paletas para que pueda andar en llano. Voy a por él, esperadme.
Leclas salió casi corriendo. Cuando se fue, Link se acercó a la anciana. Zelda vio que el príncipe se había puesto aún más blanco de lo normal.
- Link, deja de preocuparte. Le traeremos agua de la fuente, y se pondrá bien.
- Ya oíste al médico: está así porque le quitaron a su hijo por estas fechas.
Zelda iba a decirle algo, pero la llegada de Leclas les interrumpió. Había dejado el trineo fuera de la casa, y con motivo. El shariano se había esmerado mucho en él: fabricado con madera de haya y roble, era casi como un carro, un poco más bajo. Tenía unos pedales, que conectaban con una rueda central, que iba apartando la nieve a modo de molino. Leclas explicó a Zelda que la rueda era para usarla en los sitios llanos, pero que si aprovechaba cualquier pendiente, podría coger tanta velocidad como un caballo. Zelda y Link no habían visto un trineo jamás. Al príncipe le tenían prohibidas casi cualquier actividad que pudiera herirle (montar a caballo era una excepción necesaria, pues no se había visto a un rey sin conocimientos de hípica); y Zelda conocía solo las tablas de madera que usaban en el Bosque Perdido, sin comparación ante el trineo de Leclas.
- En Sharia solíamos hacerlos así, aunque yo a este le he puesto frenos y un asiento atrás para que pueda ir otra persona.
- Fantástico. Zelda, tu conduces. - Link se abrochó la capa y fue a sentarse.
- Eh, alteza... - la chica le había cogido del brazo. - Sería mejor que tu te quedaras, ya sabes, a hacer compañía a Afnara.
- Pe...pero...
- Tío, ahí fuera no aguantarías ni un suspiro. Deja que vayamos Zelda y yo , que conocemos mejor el bosque... - Leclas se había cruzado de brazos. Frente a él, Link entrecerraba los ojos y se ponía intensamente rojo.
- Soy más fuerte de lo que pensáis. - Link señaló al carcaj, donde estaba encajada la flauta. - Además, con esto puedo realizar hechizos.
- No es por eso. - Leclas pasó un paño por el manillar. - Por estas fechas, Urbión se ponía casi paranoico. Hace algunos años, se encontró con el fantasma de una mujer cerca de la fuente del hada, y según él, trató de convencerle para que le siguiera. Urbión, (Zelda, tú ya sabes) no suele temer a los fantasmas, pero con este era distinto. Se ponía muy nervioso, nos prohibía salir la noche de las 3 divinidades, además, recogía toda el agua de hada que podía para no tener que ir hasta un par de semanas más tarde...
- Espera¿qué has dicho? - Link sonrió. - ¿Hay agua en el refugio, entonces?
- Ay, claro. Lo había olvidado.
- Entonces, esta misión será pan comido. No hace falta que vengas, Link.
El príncipe le dio una patada a un montón de nieve. Se puso todo rojo, a la par que erguía la espalda y estiraba el cuello. Por primera vez Zelda pudo imaginarse a Link con la corona de rey sobre su cabeza.
- Afnara se encuentra en ese estado por mi culpa. Deseo solucionar las cosas, pero no puedo si, cada vez que lo intento, escucho "No, eres débil", "No, que te puedes romper algo", "no, que puedes enfermar..."
- Respira, marqués, que te va a dar algo... Si tanta ilusión te hace ir, yo me quedaré con Afnara.
El ofrecimiento de Leclas consiguió algo impensable: fue capaz de sorprender por tercera vez en una hora a los otros dos. Zelda empezó a preguntarle si tenía fiebre o si estaba loco. Link le dio las gracias, y le dio su piedra telepatía.
- Con ella, podrás decirnos si vamos bien, y también contarnos como está Afnara.
- De acuerdo. Parece que la tormenta se calma. Si tenéis suerte, estaréis de vuelta antes de la medianoche. - y les dio un par de cascos, hechos con madera.
Alrededor del trineo se había reunido una muchedumbre de curiosos. Leclas ayudó a mover el trineo hasta la salida del pueblo, donde, aprovechando una poderosa inclinación, Zelda cogió impulso y el trineo se alejó de Kakariko.
Hacía más frío aún en medio de la llanura de Hyrule. El trineo cruzaba a toda velocidad, apartando la nieve a su paso. Con las advertencias de Leclas, no resultó nada complicado aprovechar las pendientes y deslizarse por ellas. El aire frío cortaba como cuchillas, y hacía llorar los ojos de Link. El príncipe acabó abrazado a Zelda y con la cabeza hundida en el frío escudo de la chica.
- ¡Oye, Link¡Esto es divertidísimo! - algunas trenzas naranjas se escapaban del sombrero rojo, y revoloteaban alrededor del rostro pecoso y feliz. - ¡Podríamos usarlo para ir al Templo del Espíritu!
El príncipe se incorporó un poco, y, controlando los temblores de la mandíbula, gritó:
- ¡No lo creo¡Esto no puede andar muchos kilómetros, me temo!
- Anda ya. - Zelda giró un poco el volante. Había visto una pendiente interesante. Se desviaba un par de metros del camino, pero le estaba gustando la sensación de libertad y velocidad en el cuerpo. Deseaba poner a prueba el nuevo regalo. La cuesta era muy inclinada. El trineo casi salió despedido. Cogió tal velocidad que Zelda casi pierde el sombrero. - ¡YAAAAAHHHH!
- ¡Zelda, los árboles!
- ¡Ya los he visto, tranquilo! Frente a ellos se alzaba un muro de árboles, el principio del Bosque Perdido.
- ¡Zelda, frena¡FRENA!
La chica lo intentó. Tiró de la palanca que Leclas le había indicado, pero escuchó un crac y el trineo continuó su loca carrera hacia los árboles. Probó a hundir los pies, pero no tuvo fuerza suficiente. Como un último esfuerzo desesperado, Zelda dio un volantazo. El trineo chocó de lado contra un árbol, y los dos ocupantes salieron despedidos por los aires.
Escupiendo nieve y maldiciendo a Leclas, Zelda se puso en pie. El viento frío soplaba un poco más fuerte. Buscó a Link y le llamó. El príncipe estaba a un par de metros de ella, arrodillado en el suelo.
- Uf, menos mal. Cuando vea a Leclas, pienso darle tal patada en ...
No dijo donde pensaba darle ninguna patada. En la nieve, donde estaba Link, había un charco de sangre.
- No te preocupes, solo es un golpe. - Link se incorporó. Sobre la ceja derecha tenía una herida abierta. Antes de que Zelda se acercara, el príncipe metió la mano izquierda dentro de su capa. - Estoy bien. - y se aplicó un pañuelo
- Usa la canción que te enseñó Laruto, la de curación.
- No funciona para curarse heridas propias. - Link apretó el pañuelo.
- Ese estúpido de Leclas¿a quién se le ocurre no ponerle frenos?
"¡Los tenía¡Tú los has roto!"
La voz de Leclas sonó tan fuerte que Zelda sintió naúseas.
- Menuda pesadilla, tu voz chillona dentro de mi cabeza... Vale, deja de gritarnos. Estamos bien.
"Seguid entre esos dos árboles con moho... Calculo que estáis a media hora del refugio, hacia el este".
Zelda utilizó la brújula de Link, y con ella, avanzaron entre los árboles, siguiendo las instrucciones que Leclas le chillaba a través de la piedra telepatía. Link no quiso preguntar cómo pensaban regresar, pues el trineo había quedado prácticamente inservible, pero no quería agobiar a la muchacha. El frío se colaba bajo sus capas y abrigos, y la nieve levantaba en ocasiones un muro tan espeso que no podían ver mucho más allá de un par de metros. Link estornudó, y se ganó con ello una mirada entre preocupada y enfadada de Zelda. Para desviar la conversación, el príncipe preguntó:
- ¿Tú crees que es cierto?
- ¿El qué?
- Lo de esa mujer que veía Urbión.
Zelda cogió una de las trenzas y la guardó bajo el sombrero.
- No sé. Es cierto que se ponía raro por estas fechas, pero pensé que era porque estaba preocupado. Pero Leclas tenía razón en algo, a Urbión no le daban miedo los fantasmas, es más, era casi inmune a ellos. Por eso resulta tan extraño. - se pararon a examinar el terreno y luego continuaron. Hablar de Urbión era lo último que le apetecía a la labrynnessa. Cada día que pasaba le echaba más de menos, y se preguntaba donde estaría y cómo. Habían llegado a una bifurcación que Zelda reconoció enseguida.
Para olvidar el frío, Link siguió preguntando.
- No me has contado como celebráis estas fechas en Labrynnia.
- Se parece mucho a esto, pero sin nieve. - Zelda sonrió para sí misma. - Bueno, la mujer de cada casa tiene que hacer un dulce, llamado "tonterías", como caramelos diminutos, y repartirlos entre los niños del pueblo. En nuestro caso, yo los repartía, pero los hacía mi padre. Esto que quede entre tu y yo¿eh? El día de las tres divinidades, nos intercambiábamos regalos, hechos por nosotros mismos. - se rió un poco. - Jo, se me daba de pena. Él siempre me regalaba cosas originales: una planta de cuatro colores, un pez de coral (capturado por él), marcapáginas hechos con hojas de plantas exóticas... Pero yo era nula. Le regalaba siempre una figura horrenda hecha con barro, pero mi padre las ponía en su despacho como si fueran trofeos, jejeje...
Hubo un silencio entre los dos. La chica se había dado cuenta que había hablado mucho de su vida en Labrynnia, más de lo que le había llegado a contar a Urbión. Link la sonrió.
- Echas de menos tu casa.
- Claro, igual que tú echas de menos tu palacio.
Link pensó un instante.
- No tanto. A excepción de mi madre y el maestro, no echo de menos nada del castillo. Bueno, si, la biblioteca.
Logró arrancar una risa de Zelda.
- Tú siempre igual, alteza.
Habían llegado al refugio. Bajo la capa de nieve espesa, apenas pudieron reconocer las estructuras de mármol y piedra. Zelda comentó que el año anterior no hizo tanto frío, ni nevó de esa forma. Entraron en silencio, roto cuando Zelda dijo:
- Enfermaron muchos niños, y Urbión no confiaba en el agua de la fuente, no siempre era efectiva. - Zelda se calló a tiempo para evitar decir algo que podría hundir el frágil corazón del príncipe. Pero Link había captado el sentido de la frase.
- ¿A qué te refieres?
- Debe estar por aquí, en la despensa. - Zelda hizo caso omiso a Link y entró en una estrecha habitación, donde solían guardar la poca comida que podían almacenar. Se subió a los estantes, para alcanzar una botella verde. El líquido de su interior estaba congelado.
- ¿Me has dicho que murieron niños? - Link, ante la vacilación de Zelda, le cogió del brazo con rudeza. - ¡Contesta!
Estuvo a punto de tirar la botella. Mientras la guardaba bajo su túnica, Zelda le contestó de malos modos.
- Sí, demonios, sí. Claro que se morían niños. ¿Qué esperabas? La vida es injusta, Link aprende ya de una vez. Mientras tu te tomabas un caldo caliente en tu enorme palacio, en Hyrule se morían niños y sufrían las personas. Asume la realidad.
Se arrepintió de las palabras nada más decirlas. Link pestañeó, al borde de las lágrimas. Murmuró algo de que la esperaba fuera y salió corriendo. Zelda le llamó. No era prudente separarse, con la ventisca encima. La chica salió corriendo detrás de él. Fuera del templo, la tormenta de nieve se había recrudecido. Era tal la cantidad de copos que caían, que ya le cubrían las rodillas y apenas podía ver más allá de unos pasos. En medio de la neblina, distinguió el cuerpo de Link de pie.
- ¡Quédate quieto! - gritó. Se acercó apartando la nieve como podía. - No vuelvas a hacer eso, alteza, podrías perder...
No continuó hablando. Link no le había prestado atención. Miraba a través de sus lágrimas a una hermosa mujer de pie frente a ellos. Vestía un grueso y caliente traje hecho con piel de armiño. Era alta y muy delgada, y compartía con Link el aire de nobleza y gallardía. El cabello era muy oscuro en contraste con su piel blanca, y los ojos, de un azul frío, estaban clavados en los dos niños. Al contrario que los dos niños, se sostenía sobre la nieve sin ninguna dificultad, lo que provocó el miedo de la chica. Zelda no siguió mirándola.
- Es un fantasma, Link, no le hagas caso.
- No soy ningún fantasma. - dijo la mujer. Alargó las manos hacia ellos. - Venid conmigo.
La voz era dulce, pero a Zelda no la engañaba. Por el contrario, Link dio un paso.
- ¿Pero qué haces? - Zelda le detuvo. - No la mires...
Pasó la mano ante los ojos atónitos del príncipe, y este ni pestañeó. La mujer volvió a mover las manos y el príncipe dio un par de pasos más antes de que le detuviera Zelda.
- ¡Eh, tú, bruja¡Dejanos en paz! - y desenvainó. Apuntó con la espada a la mujer.
Recibió por más contestación una mirada fría y una sonrisa poco amable.
- Tú no me gustas, puedes quedarte. - y volvió a llamar a Link.
Zelda atacó de frente, dispuesta a rebanar en dos a esa mujer. No llegó ni a levantar la espada: una nube fría la rodeó y se vio de repente en el interior de un bloque de hielo. A través de las paredes pudo ver como Link, sin preocuparse por ella ni ayudarla a salir, se acercó a la mujer y se cogieron de la mano.
Lo último que vio Zelda fue a la pareja desapareciendo en medio de la niebla, antes de que el oxígeno y el frío la arrastrasen hacia la inconsciencia...
