Capítulo 3. Las tres desconocidas.

- ¡He dicho que atrás!

Zelda tanteaba en busca de su espada, lo que no le servía de nada. Sus atacantes eran tres, y por lo visto más fuertes que ella. La chica se guiaba por el sonido de sus pasos y las voces. Tropezó con un objeto blando y cayó de espaldas, momento que aprovecharon para sujetarla con firmeza contra el suelo.

- Menudo bicho... – decía una voz de mujer.

- Quedate quieta, si no, no podremos quitarte el hielo de las pestañas. – dijo otra mujer.

Cuando Zelda se despertó, se encontró no solo aterida por el frío, sino también cegada por una masa fría encima de sus ojos. Sabía que estaba en algún lugar al resguardo de la tormenta de hielo, pues no sentía viento ni nieve... Una de las mujeres le puso un trapo caliente sobre los ojos, y el hielo se derritió. Se apartaron, para dejar a la chica recuperarse un poco. Zelda se rascó los ojos. La piel estaba irritada y rojiza, e incluso tenía algún rastro de sangre de heridas.

- ¿Qué ha pasado¿Quiénes sois? – no podía ver bien del todo, y lo único que distinguía eran tres siluetas de color azul, verde y rojo.

- No somos enemigas, tranquila. Te encontramos a la entrada de este templo, y como vimos que te habían hechizado, te hemos curado. – dijo una, con voz dulce. Se acercó un poco a Zelda, para que la chica pudiera ver bien su rostro.

El cabello largo era tan negro que irradiaba un raro color azul, a juego con los ojos de un profundo azul que le hicieron recordar a la mujer que la había atacado. Sin embargo, esta chica, con un vestido de piel gruesa pintada de más color azul, parecía dulce y serena, incapaz de hacer daño a nadie. Se presentó como Nessa.

- Y estas son mis hermanas Dido y Fefalas, perdona que hayan sido tan bruscas contigo.

No podían ser más distinta unas de otras: Dido era muy alta, con el cabello rojo atado en una larga coleta. Su cuerpo era atlético y fuerte, como el de una bailarina. Vestía pantalones y casacas rojas, lo que le daba un aspecto masculino. Para contrastar, destacaban en sus muñecas dos aretes de oro grandes. La otra hermana, Fefalas, tenía preferencia por el color verde, y las ropas que llevaba eran más ligeras y finas que la de las demás. El cabello tenía mechones verdes y castaños, y debía ser largo, pues llevaba dos moños enormes a cada lado de la cabeza. Colocándose bien las gafas sobre el puente de la nariz, Fefalas se acercó mucho a Zelda.

- Tú... eres de Labrynnia¿acierto?

- Pues sí, pero yo... – la frase fue interrumpida por Dido. Esta hermana le tendió una taza con un líquido parduzco que estaba hirviendo.

- Primero bebe un poco y después nos cuentas.

Zelda decidió obedecerla. En otras circunstancias, habría desconfiado más de ellas, pero en esos momentos empezaba a sentirse abatida. Bebió el té amargo y un calorcillo le recorrió el cuerpo. Más repuesta, la chica pudo ver que estaban en el interior del refugio. Sus armas estaban colgadas en un gancho de la pared.

- Muchas gracias, y perdonadme si os he hecho daño. Yo me llamo Zelda Esparaván, y sí, soy de Labrynnia. ¿Y vosotras?

Las tres chicas sonrieron. Era difícil calcular su edad, pues parecían muy jóvenes y viejas al mismo tiempo.

- Eh...somos de... – Nessa vaciló. Dido acudió a la ayuda de la hermana.

- Del reino de Gadia. Estamos de viaje para conocer a algunos familiares que viven en Hyrule, pero la tormenta nos ha atrapado.

- Mucho gusto. Ahora, si me disculpáis, debo irme.

- ¿Por qué vas a salir con esta tormenta en la noche de las tres divinidades? – le preguntó Nessa. Zelda se estaba abrochando las correas de la espalda y el escudo.

- Me atacó un fantasma, y se ha llevado a un amigo. Debo ayudarle. – Zelda trataba de pensar como podría rescatar a Link.

- ¿Cómo era? – le preguntó Fefalas.

- Mi hermana es muy sabia: conoce mucho de la historia de Hyrule, y sobre todo leyendas de este bosque. Quizá pueda ayudarte.

La piedra telepatía estaba misteriosamente fría, como si ya no tuviera ningún poder. "Ojalá Link no se la hubiera dado a ese inútil de Leclas, así podría saber dónde está..." Las tres mujeres esperaban a que la chica les dijera algo.

- Era un fantasma con forma de mujer, muy alta y morena...

- ¿Con los ojos tristes y fríos? – Fefalas había cogido un libro de su mochila y empezó a manejar las hojas con rapidez. Zelda asintió. – Era la Reina de las Nieves, sin duda. Por eso te hemos encontrado en un bloque de hielo. – y le mostró el grabado en el libro. Zelda reconoció enseguida la figura del fantasma.

- Sí, era ella. ¿Me podríais decir como puedo encontrarla?

-¿Dices que se ha llevado a un amigo tuyo? – preguntó preocupada Nessa. Zelda asintió. – Entonces tendrás que darte prisa.

- La Reina de las Nieves es en realidad un hada, no un fantasma. Aparece en Invierno en este bosque, y busca compañía para su soledad. Tiene el poder de controlar el frío, y todos los hechizos son congeladores. A tu amigo probablemente le ha clavado un hielo en el corazón. – Fefalas hablaba con el mismo tono sabihondo que empleaba Link y que tanta irritación causaba en Zelda. Pero la molestia se pasó enseguida. Fefalas volvió a colocarse bien las gafas y anunció lo siguiente: - Si no eliminas ese trozo de hielo antes de que llegue el amanecer, tu amigo morirá.

Del susto, a Zelda le desaparecieron las pecas.

- Entonces tengo que darme mucha prisa.

- Espera... La Reina de las Nieves vive en una fuente, llamada La Fuente del Hada... – empezó a decir Nessa.

- Sé donde es. – Zelda se cerró bien la bufanda alrededor del cuello. – Muchas gracias...

- Sabes a dónde ir, pero contra la Reina de las Nieves no puedes usar esa espada. – Dido señaló al hombro de Zelda.

- Para vencerla, tendrás que derretir el hielo en el corazón de tu amigo. – Nessa se colocó entre Dido y Fefalas. Así colocadas, Zelda tuvo la sensación de que ya las había visto antes... pero desechó esa idea. – Tu amigo debía estar muy triste cuando se encontró con la Reina, pues sólo puede clavar ese hielo si la persona está receptiva. Para derretirlo, deberás hacerle sentir otra vez.

- Eso será fácil, Link es más sensible que un bebé.

- Ten cuidado, no seas tan arrogante. Por muy bien que conozcas a tu amigo, puede que no sepas encontrar el sentimiento más fuerte, y fracases. – Dido señaló a la piedra telepatía. – Pide ayuda cuando te veas en un problema.

- Gracias por el consejo. Vosotras deberíais ir a Kakariko, esta noche es demasiado fría para pasarla aquí. Hasta luego. – Zelda salió al exterior corriendo.

Las tres chicas permanecieron en la entrada. Nada más desaparecer Zelda engullida por la tempestad, "Dido" cruzó los brazos.

- Deberíamos acompañarla, no se la ve muy preparada... "Nessa".

- Si que lo está. Hay valor en ella¿verdad, Farore?

La chica de los ropajes verdes asintió.

- Menudos nombres nos has puesto, Nayru. Son horribles.

- No podíamos decir quiénes somos. Nuestra intervención era necesaria, pues sino, la familia real y el triforce de la sabiduría habrían desaparecido. – Din sonrió. – Tendrá suerte, espero. Vamos a continuar, esta noche debemos pasar por todos los lugares de Hyrule.

- Por un día de fiesta dedicado a nosotras, y no podemos descansar... – se quejó Farore. Cogió las manos de sus hermanas. – En fin, la próxima vez que nos encontremos con alguien, yo pondré los nombres.

Nayru se rió, y Din, antes de desaparecer convertida en una esfera roja, comentó.

- A mi me gusta Dido...


Uf... Perdón por el retraso. El viernes pasado intenté subir este capítulo, pero me daba un error a la hora de entrar en recompensa, hoy subo dos capítulos.

Feliz año nuevo!