Capítulo 4. Petición de ayuda.

Zelda estaba segura de que la Fuente del hada estaba en algún lugar al Este del refugio. Hacía tiempo que no iba, y por eso trató de recordar bien las indicaciones de Urbión...

- Perderse en este bosque es fácil, muy fácil. Basta con que te despistes, para que todo lo que veas te parezca igual. – había empezado a decir Urbión a medida que avanzaban entre los árboles. El camino era estrecho, tanto que avanzaban uno detrás del otro. Aquello había ocurrido al principio de la primavera, y ya no hacía tanto frío. El bosque volvía a recobrar un poco de vida. Zelda observó a una mariposa saliendo de su capullo, y se llevó una riña de Urbión. – Te acabo de decir que no te distraigas. Anda, dame la mano.

A veces el sheikan solía hablarle como si Zelda tuviera cinco o seis años. La chica se molestó un poco.

- Tranquilo, que no me perderé. Ya puedo ir sin tu ayuda.

- Me lo creeré cuando lo vea. – y sonrió. Zelda iba a gruñirle, pero el sheikan le cogió de la mano y la apretó. – Vamos, que nos queda aún un buen trecho.

- ¿Cómo descubriste la fuente? – preguntó la chica, pasado el mal humor. Urbión se encogió de hombros.

- Como siempre descubro cosas en este bosque: perdiéndome. Ese día, perseguía a una liebre (bastante gorda, increíble) pero la muy... se escurrió detrás de unas zarzas. Intenté atraparla metiendo las manos, y me pinché todo el brazo. La piel ardía como si estuvieran quemándome con antorchas. Quise regresar al refugio, pero no encontraba el camino de vuelta. Al final, llegué a la fuente. En cuanto bebí un poco del agua, descubrí que las heridas desaparecían. Después de aquello, memoricé bien la localización, pero es complicada... Fíjate bien...

"¡Zelda! Hazle caso y presta atención al camino, diantre!"

La voz de Leclas la asustó. Se detuvo de repente, y se acordó de la piedra telepatía colgada del cuello. Había recuperado sus habilidades.

"Llevo un buen rato llamándote. ¿Qué ha pasado?" Había alguien más con Leclas. Zelda distinguió además de la cara roja del chico, un poco de la casa de Afnara y alguien de cabellos negros inclinado sobre la piedra.

"El fantasma que veía Urbión se ha llevado a Link. Está en la Fuente del Hada" Zelda miró a su alrededor. La nieve cubría la mayoría de las pistas para encontrar la fuente, pero pudo reconocer la talla en el tronco de un árbol: una "u" pequeña.

"Este dichoso chisme... He estado llamándote. Kafei está aquí conmigo"

"¡Hola, Zelda!"

Nunca había hablado con más de una persona con la piedra telepatía. Era muy confuso, pues podía ver desde la perspectiva de Kafei y de Leclas al mismo tiempo.

"He tenido un accidente con el carro del rancho, y tuve que regresar a Kakariko a pasar las fiestas" aclaró Kafei.

"¿Cómo está Afnara¿Ha empeorado?"

"Bueno, digamos que de momento tiene suerte. Hace algunos años, yo también tuve fiebre de flu, y Maple empleó un remedio casero. A mí me hizo efecto, porque era más joven y también estaba acompañado..." Kafei se puso muy rojo de golpe. "En fin, se lo he dado, pero solo ha remitido un poco la fiebre. Debes darte prisa".

Genial, ahora dependían dos vidas de ella. Zelda se golpeó las manos. El frío había empezado a colarse a través de la lana. Una hora más en medio de aquella ventisca, y sería un cubito de hielo para siempre. "Concentrate, recuerda bien el camino..." Apartó un poco de nieve que cubría parcialmente un arbusto. En primavera, daba bayas rojas muy sabrosas, parecidas a fresones pero más amargos. Reconoció otra de las señales de Urbión. Aquella era una "Z" bien grande. No pudo evitar recordar cuando el sheikan grabó esa marca, especialmente para ella.

- Como te distraes con tanta facilidad... es mejor estar seguros. – Urbión apartó el cuchillo y miró la "z". – Zelda, es un nombre curioso¿verdad¿Tiene significado?

- No, que yo sepa. Mi padre solía decirme que fue idea de mi madre. Por lo visto aparece en algunas leyendas, y a mi madre le encantaba leerlas.

- Por cierto, sé de sobra el nombre de tu padre, pero nunca mencionas el de tu madre.

Zelda no le respondió. En su lugar, le pidió que le explicara de nuevo la ruta. El sheikan supo que había metido el dedo en una herida muy profunda, y no volvió a preguntarle nada más. La labrynnessa no le dijo el nombre no porque no quisiera, es que ella misma lo desconocía. Era una vergüenza secreta que tenía: cuando su madre murió, ella era demasiado pequeña y aún la llamaba mamá. Radge Esparaván nunca mencionaba el nombre de su esposa, y si se refería a ella usaba el apelativo de "pelirroja". Como su madre no tenía parientes ni amigos en Lynn, no sabía nada de ella antes de casarse con su padre. Si alguna vecina le hablaba de ella, solía llamarla "la señora Esparaván", y encima su padre había escondido los diarios y cualquier recuerdo. Nunca entendió esa actitud de su padre. Más de una vez pensó que en cierto modo estaba enfadado con ella por morirse... pero no tenía mucho sentido. "Pero yo nunca lo pregunté..."

"Ya te has vuelto a distraer. Deja de pensar en tus padres" la voz chillona de Leclas la devolvió a la realidad.

- De acuerdo... de acuerdo... He pasado la marca de la "z"... no debo estar lejos... – Zelda miró el paisaje nevado. El cielo estaba oscuro, pero podía ver bien a causa de la luna llena. Por si acaso, encendió un palo de deku.

Le castañeteaban los dientes. Observó a su alrededor más detenidamente: no reconocía ninguno de los árboles ni veía marca alguna. Escuchó como Leclas comentaba que ya se había perdido. "Oye tú, dejame en paz" Zelda estuvo tentada de lanzar la piedra telepatía lejos... pero se acordó de lo que le dijo Dido: "No seas tan arrogante"

"Leclas, por favor... Deja de regañarme y ayudame."

El shariano observó la imagen que le venía a la cabeza. Era difícil encontrar el camino a la fuente, y más para alguien que había ido solo un par de veces y siempre acompañado por Urbión. Pero recordó enseguida algo que le había dicho el sheikan.

"Urbión colocó una piedra grande de color negro, que es del desfiladero... Creo que está enterrada en el pie de ese árbol. Búscala"

Los dedos apenas respondieron. Se echó un poco de aliento y palmeó con fuerza, para recuperar calor. Kafei dijo que estaba al borde de la hipotermia.

"Deberías regresar..."

"¡Ni hablar!" Zelda excavó con rabia. "Si no le encuentro antes del amanecer, Link morirá. Debo ayudarle".

Chocó con la piedra negra, enterrada bajo una gran capa de nieve. Una sonrisa de alivio cruzó el rostro de Zelda. Leclas le indicó que debía colocarse de espaldas a ella, dar un paso al frente y dos a la izquierda, y que vería una especie de hueco entre unos arbustos. Zelda recordó que Urbión llamaba aquello "el vals".

"¡Ya veo el camino!" Zelda echó a correr en la dirección correcta. No sabía que hora era, pero quedaría mucho para el amanecer. Descendió siguiendo el sendero estrecho y cubierto por más nieve. La tormenta parecía tomarse un respiro, pero el aire seguía igual de frío y seco.

La esperanza le recorría el cuerpo como una bebida caliente. Por fin había localizado el camino a la fuente, lo que era una gran noticia. El camino estaba desierto. A esas alturas del invierno, era raro encontrarse algún animalillo... aunque siempre estaba la amenaza de los wolfos. Zelda resbaló un poco en la cuesta y se aferró a una rama justo a tiempo. Bajo ella, había un enorme agujero, segundos antes donde tenía los pies puestos.

- Pero qué demoni...¡ossss! – la rama se había quebrado, frágil por el crudo invierno.

Aterrizó sentada en medio de una especie de gruta o caverna. Zelda ya había caído en agujeros así por el bosque, aunque no recordaba que en el camino hacia la fuente hubiera alguno. Antes de poder levantarse y tranquilizar al histérico de Leclas, alguien le estaba lanzando bolas de nieve.

El agujero era el refugio para los escarabajos de hielo, una especie de animal incomestible y molesta. Zelda ya había luchado contra ellos durante alguna aventura invernal. Normalmente, se encontraba uno o dos, y bastaba con rozarles un poco con la espada para que salieran huyendo... pero en aquella cueva no había uno, ni dos, ni tres... Zelda se incorporó rápido, protegiéndose tras el escudo con el águila grabada. Le llovían bolas de hielo por todas direcciones, y el escudo solo le protegía el torso y la cabeza. Cada bola le hacía daño en las rodillas y en los pies. Habría centenares.

La chica avanzó despacio, protegiéndose tras el escudo y balanceando la espada de lado a lado. Las criaturas parecían muy furiosas porque habían interrumpido su sueño: se habían organizado en hileras y disparaban con más fuerza e intentado dar donde Zelda no podía protegerse. Una de las bolas la golpeó en la nuca, y por unos segundos dejó de ver delante. La voz de Leclas, diciendo que debía levantarse rápido, la ayudó a despejarse.

"Me gusta más Link, en ese sentido." Zelda tocó entonces las semillas del bolsillo. Se puso en pie corriendo, y, en vez de emplear la espada, empezó a repartir patadas a diestro y siniestro, mientras encajaba una semilla de fuego en el tirachinas. Disparó con tan buena puntería que coló la semilla en la boca de uno de los escarabajos. Sus hermanos se detuvieron, inquietos por la salud del pobre desgraciado. Zelda vio la salida del agujero, y corrió hacia él. Una humareda empezaba a salir del interior del escarabajo de hielo, y no quería quedarse para averiguar que pasaría. Por que se había dado cuenta que no era una semilla de ámbar lo que había lanzado, sino una de sus "semillas misterio", una especie rara que no empleaba precisamente porque no era posible predecir su efecto. A veces, podía hacer que floreciera una planta, o que estallara en mil pedazos.

Como en esa ocasión. Hecha un ovillo, Zelda dio una voltereta en el suelo y salió de la cueva, dejando tras de ella humo denso y negro y chillidos de dolor. Por unos segundos se permitió pensar que los escarabajos sufrían... pero luego, se sacudió la nieve de las trenzas y trató de ponerse en pie.

O eso intentó. Como si no fuera poco todo lo que le había pasado, se resbaló y volvió a caer en el suelo.

- ¡Mierda, mierda, mierda! – la voz furiosa de la chica atronó en el vacío y nevado claro del bosque. - ¡Maldita sea, hoy tengo un día tonto!

Leclas y Kafei, en vez de ayudarla, se reían a través del enlace telepático.

"Creo que eso que tienes bajo el trasero es hielo, querida y malhablada Zelda" repuso Kafei.

Zelda se levantó despacio. Estaba en el centro de una especie de estanque. Miró a su alrededor, con cuidado de no volver a resbalar. En efecto, era un estanque, rodeado por árboles desnudos y montañas de nieve. El viento volvía a arreciar, amenazando con derribar a la patinadora improvisada. Zelda sonrió.

"Este lugar... parece totalmente distinto. Claro que yo lo visité por última vez en Otoño... antes de que comenzara esta locura de aventura, antes de conocer a Link..." Zelda se deslizó despacio. Al otro lado del estanque había una pequeña gruta. Urbión no entraba en ella jamás, porque decía que en las grutas del Bosque Perdido no había nada bueno nunca. La chica sospechaba que en realidad al sheikan le daba miedo aquella hada llamada "Reina de las Nieves".

"Por fin he llegado a la fuente del hada"