Capítulo 5. El corazón frío del príncipe.

En cualquier otra época del año, el lugar habría parecido un pequeño paraíso, en medio del Bosque Perdido, por lo general sombrío y casi muerto. Cuando Urbión la trajo por primera vez, Zelda se sintió por unos momentos como si estuviera en su hogar. Había vegetación abundante, una cascada con agua transparente, muchas flores, árboles que colgaban sus ramas en el vacío, cargadas de frutos deliciosos... Urbión los recogió, mientras Zelda miraba el lago.

- Este sitio es precioso... Creo que es el lugar más bonito de todo el bosque. – Zelda recogió un poco de agua y bebió. Estaba fresca, y al final tenía un raro sabor dulzón. Como no tenía ni una herida ni estaba enferma, no sintió los efectos milagrosos. Urbión le tendió una de las frutas, de un color anaranjado.

- Yo los llamo caquis, por llamarlo de una forma. – Urbión lavó la suya en el agua y le dio un fuerte mordisco. Zelda le imitó: era una fruta muy carnosa, como las fresas, pero al mismo tiempo le recordó a un plátano por el sabor. En verano, los niños se alimentaban prácticamente de esto.

- ¿Cómo supiste que no eran venenosas?

- Ah... Se las di a Leclas para que las probara, a ver si tenía suerte. – Urbión se rió, y Zelda le acompañó. – En serio, no sé... pensé que si crecía en un sitio tan bonito no podían ser dañinas. Les di un muerdo, esperé y no me pasó nada. Tendrías que haber visto la cara de los niños cuando las traje. Algunos no habían probado nunca una pieza de fruta.

- Me sorprende que hayan sobrevivido...

- Los niños siempre se aferran a la vida. – Urbión le dio otro muerdo, ansioso. Con la boca llena añadió. – Espero que sigan así, el próximo invierno. No soportaría perder a otro.

Zelda había presenciado la desesperada lucha del sheikan para salvar a dos niños, hermanos y de corta edad. Al final del invierno, los dos se pusieron muy enfermos, y, aunque Zelda había conseguido medicinas y ayuda del médico de Kakariko, nada pudieron hacer, excepto sostener sus manos mientras se iban. Ese negro recuerdo voló entre los dos, y les hizo callarse un buen rato. Para evitar ponerse excesivamente tristes, Zelda señaló la entrada de una cueva.

- ¿Y esa cueva¿Qué hay ahí?

- Nada bueno... – Urbión se puso más serio todavía. – Mi consejo es que no entres en ese lugar...pero sé que no me vas a escuchar y harás lo que te salga de las narices.

- ¿Pero qué hay, por qué te preocupas tanto?

"Siempre tan misterioso"

La voz de Leclas volvía a sacarla de sus ensoñaciones. No le gustaba que hubiera alguien espiando de forma tan descarada sus pensamientos. Recordó entonces que Link nunca le hacía ningún comentario sobre los recuerdos que le asaltaban. ¿Los habría visto¿Por qué nunca decía nada sobre ellos, y esperaba a que fuera la propia Zelda quien le contara?

"Porque es una persona educada." Le contestó Kafei.

"Bueno¿y yo no lo soy? Podría haber dicho que..." un capón bien dado calló la voz chillona de Leclas. El shariano se quejó amargamente, mientras decía. "Yo también le echo de menos, Zelda, pero hay que reconocer que Urbión a veces se comporta de una forma extraña. Nunca habla de su vida antes de encontrarnos en el orfanato. Tampoco me ha contado jamás como llegó hasta allí. Solo dice que no sabe quiénes fueron sus padres... Y después esta cuando se pone de los nervios con algunos lugares del bosque. No te extrañe que tenga sangre de sheikan. A veces parece brujo"

- Sabía que algún día entraría en esta cueva. – Zelda dijo esto en voz alta. Había llegado casi patinando sobre el hielo hacia la entrada de la pequeña gruta. En ese día de primavera, la primera vez que estuvo en la fuente, Urbión cortó la conversación en ese punto, y regresaron juntos.

"Cuando acertaba cosas así... me ponía los pelos de punta. Si Urbión estuviera aquí, estoy seguro que a estas alturas ya tendríamos el agua del hada y a Link a salvo..." escuchó decir a Leclas.
"Pero no está. Conformate conmigo. Estoy dispuesta a entrar". Zelda, por si acaso, dejó el frasco con la medicina en la entrada. Comprobó que tenía semillas de ámbar, de verdad, y se colocó bien el traje. "Si a Link le pasa cualquier cosa, Kaepora no me lo perdonará..."

Zelda cruzó el umbral. En un primer momento, no notó nada especial: era una gruta como otra cualquiera, llena de estalagmitas y estalactitas, que en otras estaciones chorrearían agua, pero ahora las cubría una gruesa capa de hielo. Dio un paso al frente, decidida a terminar.

Los pies resbalaron. Zelda se vio lanzada contra una pared de piedra. Estuvo a punto de soltar la espada, pero por fortuna se agarró a una roca y pudo volver a ponerse en pie. A través del enlace telepático, Zelda podía escuchar las risas de Leclas y Kafei.

"¡No tiene gracia! Os juro que como os pille, os daré tal patada en el culo a los dos que se os van a saltaaaa..."


Kafei dejó de reírse. El grito de Zelda se interrumpió de repente, y tanto él como Leclas se miraron asustados.

- Zelda, Zelda... Contesta... – Leclas le dio un par de golpes a la superficie fría de la piedra telepatía. – Quizá se ha vuelto a resbalar.

- No, le ha pasado algo. – Kafei tocó la superficie, y no veía nada. – Esto no es bueno.

Leclas le vio morderse el labio. Acto seguido, Kafie cogió su boomerang y se abrigó con la capa.

- ¿A dónde vas¿Al bosque¡Estás loco! – Leclas dijo esto, pero él también estaba cogiendo el abrigo.

- A Zelda le ha pasado algo, no responde...

- Pero no podrás llegar. Incluso si usas a Dújar, la tormenta te impedirá llegar a tiempo.

Aunque Leclas tenía razón, Kafei no quería darse por vencido. Abrió la puerta, y el aire frío se coló en el interior de la casa de Afnara. Estuvo a punto de derribar a Kafei, pues la nieve le cegó y el aire le empujó de nuevo hacia el interior. La tormenta estaba en su peor momento. Leclas le ayudó a regresar al interior de la casa, y después cerró la puerta.

- Si encima nosotros también nos perdemos, no ayudaremos en nada¿no crees?

- Tiene que haber una forma. – la mandíbula de Kafei temblaba, no de rabia, sino de frío.

La puerta volvió a abrirse, y, junto con el aire frío y copos de nieve, entraron unas cosas marrones. Una de ellas se depositó en el rostro de Leclas, y este la cogió: era una pluma, de al menos casi medio metro de largo. Iba a soltar un taco, cuando escuchó una voz grave y con un extraño acento.

- Yo puedo llevar a alguien al Bosque Perdido. – un corpachón bloqueó la entrada de nieve. Desde donde estaban, no pudieron ver mucho más que unos ojos amarillentos. – Me presento, soy Kaepora Gaebora. Saludos, Kafie Suterland y Leclas. – y ululó.

- ¡El búho¡Tu eres el búho gigante! – Leclas le señaló incrédulo. – Y yo que pensaba que Zelda se lo había inventado...

- Pa...parece bastante real. – Kafei tragó saliva. – Mucho gusto, señor... Gaebora. Estaría bien que nos llevara... Si no es molestia.

El búho movió las alas para quitarse un poco la nieve.

- Kafei, tu vendrás conmigo. Leclas, es mejor que te quedes y vigiles la piedra telepatía, para saber como está Zelda.

Leclas iba a protestar, pero Kafei no le dio oportunidad. Salió detrás del búho, se subió a su lomo y se agarró a las plumas. Cuando remontó el vuelo, el chico dio un grito de alegría. No se había imaginado nunca como sería volar, pero le resultó agradable ver desaparecer Kakariko a sus pies. Eso sí, la tormenta amenazaba con tirarle de Kaepora. Abajo, Leclas le dio una patada a un montículo de nieve.

- Aquí todo el mundo se divierte menos yo. – y regresó al interior de la casa.


- Ay, ay... ay...

Zelda estaba mareada. Se puso en pie despacio, tocando el suelo para asegurarse de que aquello era suelo firme y no más hielo. Aunque seguía resbalando, parecía menos frágil que la capa anterior.

No supo que pasó hasta que se vio cayendo por un tubo de hielo. El suelo se había quebrado bajo sus pies. Cerró los ojos por el susto, y solo supo que había dado muchas vueltas, arriba y abajo, hasta aterrizar en el lugar donde se encontraba ahora: una gruta más grande, con hielo en las paredes y una extraña luz azul que lo cubría todo.

- Definitivamente, hoy no es mi día. – Zelda se aseguró de no haber perdido nada: su espada estaba clavada en un charco de hielo. Bajo la capa, podía ver el cuerpo de un pez muy quieto. En el interior de esta cueva hacía más frío incluso que en el exterior. Quizá esa fuese la señal de que por fin se estaba acercando a la malvada Reina de las Nieves.

La luz azul provenía de una sala más allá de donde estaba. Zelda avanzó despacio y con cuidado de no resbalar más, y sobre todo, no pisar hielo frágil. De esta forma, alcanzó el umbral y lo cruzó. Averiguó, nada más entrar, que la luz azul provenía de una enorme hoguera en el centro de una estancia, más fría (imposible, pero cierto) que todas las anteriores. A través de las botas, penetraba la escarcha. Su aliento prácticamente era sólido: al salir de la boca, se formaba una nube espesa de vaho que desaparecía convertida en una nube de copos.

- No tienes mucho tiempo, tu cuerpo no aguantará más de unos minutos.

La voz de la mujer, le vino de algún lugar detrás de la fogata. Zelda avanzó, golpeándose los brazos y moviendo las piernas. Si se movía, quizá podría calentar el cuerpo. Más allá de la fogata, sentada en un trono de hielo, la Reina de las Nieves esperaba sentada a que su visitante llegara hasta ella.

- Debes ser muy especial, si has sobrevivido a mi conjuro de hielo. – comentó, con voz tranquila.

Zelda extrajo la espada.

- Te vas a enterar, bruja. ¿Dónde está¡Como le hayas hecho daño, juro que te mato!

La Reina se rió. Señaló a su derecha, y entonces Zelda le vio.

Link estaba arrodillado en el suelo. Estaba con el rostro inclinado hacia unos bloques de hielo del tamaño de sus puños. Tenían extrañas incisiones, que encajaban con marcas y relieves de otros bloques. El príncipe estaba tan concentrado en el puzzle que ni se inmutó cuando Zelda le llamó por su nombre.

- ¿Qué le has hecho? – Zelda se acercó a Link y le tocó el rostro. Estaba tan frío como la Reina, y su piel se estaba volviendo de un tono azulado. Zelda se alarmó al ver que tenía los labios amoratados. Alrededor de la fea herida que se había hecho con el trineo había un cúmulo de escarcha.

- Le he liberado de sus emociones. Ahora no siente nada... Y es feliz. – la Reina señaló el puzzle. – Muy feliz.

- No es cierto. Si no siente nada, entonces no puede saber lo que es la felicidad... Este no es Link. – Zelda amenazó con la espada a la Reina. Esta se había puesto en pie. – Devuélvele a su estado original, rápido. Si no, morirá al salir el sol.

La Reina negó con la cabeza.

- Solo él puede quitarse el hielo del corazón, y no parece que sea ese su deseo.

"Dido me dijo que no podría vencerla con la espada" Zelda miró la hoja de su arma, que hasta entonces era de mucha utilidad. "Debo hacer que sienta otra vez, pero...¿cómo?"

- Te propongo un trato, puesto que eres valiente. – La Reina interrumpió su meditación. – Dale tres motivos a Link para regresar, y si alguno logra derretir el hielo de su corazón, entonces no me opondré.

Se sentó en el trono y llamó al príncipe. Este dejó el juego y se colocó frente a Zelda. Hasta entonces, la chica no se había dado cuenta de lo duro que era estar ante Link y que este ni la reconociera. Movió la mano frente a sus ojos azules, y no logró ni un ligero pestañeo. La Reina habló con voz melosa.

- Escucha a esta chica, y decide si quieres irte con ella o quedarte conmigo.

Link miró a Zelda con sus ojos inexpresivos.

"Chicos, hay que esmerarse. Tenemos solo tres oportunidades... y yo me estoy congelando". Zelda tocó la piedra, pero sólo percibió de forma lejana a Leclas.

- Link, recuerda... Tu madre, tu hogar... Lo que te gustaba pasear sobre Centella...

- ¿Y quieres regresar al lugar donde te tienen encerrado, donde no te dejan hacer lo que quieres? – la Reina se inclinó un poco. Link la escuchó, y dio un paso atrás, para acercarse un poco más al trono.

- ¡Eh, bruja, eso no vale!

- Solo expreso lo que leí en su corazón. – la Reina jugueteó con un trozo de hielo entre sus manos. En unas manos normales, ese trozo se habría derretido, pero en las de ella se hacía incluso más grande.

- Está bien... – Zelda tocó la piedra, pidiendo a Leclas que le dijera algo. El shariano le gritaba con todas sus fuerzas, pero no le llegaba nada. "A Link le conmueven tantas cosas..." – Piensa en los niños del Bosque Perdido, Link. Te necesitan, para poder crecer sin ese impuesto injusto, piensa...

- Esos niños te odian. Has sido la causa de que hayan perdido sus hogares, sus familias, e incluso que hayan muerto sus amigos. – La Reina movió la mano, y Link dio otro paso atrás. – Sólo te queda una oportunidad, para salvaros los dos.

Zelda se miró a los pies. Una gruesa capa de hielo se había formado en sus botas, y empezaba a crecer en dirección a la cintura. Se estaba congelando, literalmente. El hielo avanzó tan rápido, que en pocos segundos tenía todo el cuerpo congelado, a excepción del cuello y la cabeza. Antes de que llegara al pecho, Zelda aferró la piedra telepatía.

"Leclas, grita más alto, que no te oigo..."

"Pregun... qué...haciendo...noches"

Le llegaban solo unas pocas palabras cortadas. Zelda las reunió, pero no le cuadraba. "Pregun...ta...qué...haciendo...noches". De repente recordó la última conversación que había tenido con el príncipe antes de que empezara esta rara aventura.

"Preguntale qué ha estado haciendo por las noches... Este Leclas, si está claro, ha estado estudiando..." Pero no se le ocurría nada más. Dido tuvo razón: Era una arrogante. Había supuesto que Link sería fácil de conmover... pero no había encontrado el sentimiento más fuerte. Antes de que el hielo le llegara a la barbilla, Zelda soltó sin esperanzas la siguiente frase:

- Link, recuerda qué has estado haciendo por las noches...

El príncipe parpadeó. Movió la cabeza de lado a lado, y de sus cabellos y piel se cayeron trocitos diminutos de hielo. Una luz cálida brotó de su pecho, brilló y después se apagó hasta convertirse en un rescoldo mortecino.

- Pero ¿qué ha...? – vio a Zelda rodeada de hielo, y a la Reina de las Nieves que le miraba estupefacta.

- No puede ser... No puede ser... ¿Cómo te has quitado el trozo de hielo?

- Pues... – Link enrojeció. Recordaba de forma vaga haber estado haciendo un puzzle en el suelo, y también que Zelda le llamaba y él no le hacía ningún caso. – No tengo ni idea...

- Nadie lo había logrado antes... ¡Nadie! – la Reina agitó los brazos y levantó una nube de nieve, dirigida a dañar otra vez el corazón del príncipe, pero en esta ocasión, la luz brilló un poco más y cubrió a Link el tiempo suficiente para salvarle. El príncipe recogió del suelo una semilla de ámbar, y la lanzó a los pies de Zelda. El hielo se derritió, y la guerrera se vio libre por fin de la prisión, aunque tenía frío hasta en los huesos.

- Ahora sí que te vas a enterar, bruja. – Zelda recuperó la espada y se abalanzó sobre la Reina de las Nieves.

- ¡No, espera! – Link se interpuso en medio. Si no llega a ser por los reflejos de la joven, el príncipe habría caído muerto.

- ¿Qué espere el qué¿Qué me vuelva a encerrar en un bloque de hielo? Con dos veces, ya tengo bastante.

- No la vencerás con esa espada. – Link cogió su flauta. – Esto solo lo puede hacer un mago.

La Reina había iniciado otro conjuro. Zelda comprendió que Link tenía razón, y decidió darle tiempo para que pudiera ejecutar el suyo. Sacó el tirachinas y lanzó una semilla de ámbar. No le haría daño a la Reina, pero la distraería. La Reina había incumplido su palabra. El rostro frío y pálido se había convertido en una máscara de odio. Lanzó trozos de hielo puntiagudos a Zelda. La chica los esquivó saltando hacia atrás. En cuanto posó de nuevo los pies, y antes de resbalar otra vez, disparó una semilla de ámbar. Se estrelló en el estómago de la mujer. Su enemiga gritó de dolor, y lanzó más cristales. En esta ocasión, Zelda se protegió detrás del escudo.

- ¿Pero qué haces¡Date prisa, que no tengo muchas semillas!

Uno de los hielos rebotó y se clavó en la espalda de Zelda. Link estuvo a punto de soltar la flauta, pero Zelda, tras tambalearse, le gritó que continuara. La chica estiró la mano y se arrancó el trozo de hielo, mientras la Reina de las Nieves se reía.

- Basta con un simple rasguño... un simple rasguño, y ya tienes frío en el corazón.

Era cierto. Zelda sentía la sangre congelarse en su interior, corriendo cada vez más densa. Así era como había introducido el hielo en Link, a través de la herida de la frente. Sin embargo¿qué le habían dicho las tres desconocidas? Que Link había estado receptivo, triste, en el momento del conjuro. Zelda tuvo que sentarse. Le estaba doliendo terriblemente todo el cuerpo.

"Yo no estoy receptiva. No quiero dejar de sentir. Es lo único bueno que tengo..." y pensó en los momentos más felices... Recordó a su padre, el último día de las tres Divinidades que pasaron, cuando le regaló la funda de su espada... "Pero él ya no está... No le volveré a ver..." Una lágrima congelada salió del ojo derecho, mientras el izquierdo estaba seco. "Y tampoco volveré a ver a Urbión... ¿por qué estoy luchando¿De qué me sirve? Solo soy una cría, una cría estúpida que no sabe ni el nombre de su madre..."

- ¡Resiste! – Link parecía inmune al frío en el interior de la cueva. Colocó los dedos, se acercó la flauta a los labios y empezó a tocar. Los primeros compases fueron los de la "Canción de la Luz", como solía llamarla. La hoguera azul se apagó al instante, y en su lugar, aparecieron llamas naranjas y calurosas. Link, sin dejar de tocar, comenzó otra canción: La "Canción de Curación". Esta tuvo el efecto sobre La Reina de Las Nieves. La horrible hada gritó de dolor cuando la rodeó un halo morado. Se sentó en el trono y, con el cuerpo temblando. Poco a poco, la capa de hielo fino que la cubría se iba deshaciendo. El cuerpo perdió ese tono azul y frío, para volverse humano otra vez. Zelda seguía arrodillada en el suelo, con el rostro bajo y la mirada perdida.

- Zelda... – Link pensó que bastaría con el hechizo de curación, pero no le afectaba. Tenía que hacer lo que Zelda había hecho con él. Volvió a tocar la flauta, pero en esta ocasión la melodía que sonó era completamente nueva. Las notas eran un poco más alegres, y Link tocaba rápido, llevado por un frenesí. No vaciló al tocarla, pues la conocía muy bien. Poco a poco, el frío que había penetrado en Zelda desapareció, y la chica pudo ponerse en pie.

- ¿Qué ha pasado? – preguntó, cuando Link se acercó y volvió a tocar la Canción de Curación. La herida dejó de sangrar y se cerró.

- Ya ha pasado. – Link le devolvió la espada. La chica le sonrió. - ¿Por qué me miras así?

- Me alegra ver que vuelves a ser el mismo. – Zelda miró entonces a la Reina de las Nieves.

El trono estaba vacío.

- Se ha marchado. – comentó el príncipe. – Gracias a la canción de Curación, he podido eliminar el frío interior.

- ¿Y a dónde ha ido?

- Eso quizá nunca lo sabremos. – Link se cerró el abrigo. – Hay que salir de aquí, rápido. Debemos llegar a tiempo para salvar a Afnara.

La frase hubiera quedado más valerosa si Link no hubiera resbalado a continuación en el hielo. Zelda, entre risas, le ayudó a ponerse en pie.