Cicatrices rojas.

Amor... ¿Amor? ¿Qué era más importante que el amor? ¿Permanecer libre no ha sido siempre más importante para Urd que el aceptar atarse a una persona o a un sentimiento? Esas dudas anduvieron rondando por la mente de la diosa durante todo el día, preocupando a todos a su alrededor.

—¿Qué es lo que estás mirando, Skuld? —De reojo miro a su hermana, arrodillada junto a ella en el pasillo que daba al jardín trasero de la casa, desde donde Urd llevaba horas contemplando en silencio aquel gran cerezo. A su lado, Skuld la observaba muy de cerca, parecía tener mucha curiosidad. —Y bien ¿vas a decirme qué es lo que estás mirando?

—Es que te vez muy extraña ¡Casi parece que estuvieras pensando! ¡Imagínate! ¡Tú pensando! ¿No tendrás fiebre o algo?

El hecho de que la preocupación de Skuld fuera de hecho genuina y que no estuviera palpando su frente solo para molestarla, hacía enojar a Urd muchísimo más que si se tratara de una broma. Realmente sentía ganas de morderle su gentil manito.

—Realmente no entiendo por qué tienes ese mal concepto de mí, hermanita. Anda, déjame sola un rato... La verdad no es tan extraño que tenga cosas en que pensar...

—Estás pensando en la declaración que te hizo esa chica gigante hoy ¿verdad?

—¿¡Qué!? —Esa sí que fue una gran sorpresa, ella estaba segura de que nadie las había visto, pero aún cuando parecía lo contrario, Urd trató de hacerse la desentendida. Con una risita nerviosa y mirando al cielo habló alegremente— ¿De qué rayos hablas? No tengo idea de nada de lo que dices. No ha pasado nada entre Cheery y yo.

—¡No estás siendo sincera conmigo! —Sculd agitaba sus puños frente a su pecho y hablaba con vehemencia, demostrándole a su hermana lo bien que la conocía— ¡Te has puesto toda roja cuando dijiste su nombre! ¡Además, estás poniendo los ojos bizcos como siempre que me mientes!

—¿¡Qué!? ¡Nómbrame una sola vez que te haya mentido!

—¡No me cambies el tema, tramposa! ¿Estás o no estás preocupada porque Belldandy la ha invitado a cenar esta noche? ¿No es eso lo que te tiene mirando al infinito y haciéndote guardar un silencio que no te caracteriza para nada? Dímelo, por favor ¿No confías en mí como para contarme lo que te pasa?

Urd estaba preparada para negarlo todo de nuevo hasta que vio los suplicantes ojos de su hermanita, el brillo de algunas lagrimas a punto de brotar se asomaba en ellos. Sintiéndose desarmada ante esas lagrimas, no pudo más que abrasar a su hermanita contra su pecho consoladoramente, acariciándole el cabello para tranquilizarla.

—Ya, ya Skuld. Gracias por preocuparte por mí, eres una buena hermana. Tienes razón en que algo pasó entre nosotras, pero no he querido hablar de eso con nadie porque me siento muy extraña al respecto, tampoco sé como hablar del asunto con nadie y en especial no sabía como decírtelo a ti, no porque no confíe en ti, sabes muy bien que confío plenamente en ti, pero es que me cuesta trabajo imaginar que tú hayas podido pasar por algo como esto que me ha pasado a mí. Eres muy inocente y no quise asustarte, ni hacerte ver la posibilidad de que algo así pudiera sucederte a ti también.

—No veo lo que dices. Algún día alguien se me declarara como el tonto de Keiishi lo hizo con Belldandy y como esa grandullona lo ha hecho contigo. No veo por qué eso deba asustarme.

—Y no hay razón para que te asuste, es solo que hay veces en las que enterarse de los sentimientos de otra persona puede ser perturbador. Por ejemplo esta vez. ¡Cielos! En toda mi larga vida nunca había tenido que pasar por esto por una mujer. ¿Puedes ver ahora por qué me siento tan extraña?

—Un poco —se separó de Urd, secando cuidadosamente sus ojos aún llenos de curiosidad— pero... ¿Quieres decir que si en lugar de una chica hubiera sido un hombre quien se te declarara, las cosas habrían sido diferentes? ¿Acaso le hubieras aceptado su amor?

Y ese era precisamente el meollo del asunto. Urd se quedó nuevamente mirando al cerezo como si estuviera a miles de kilómetros de distancia pues esa era la pregunta para la que precisamente no tenía respuesta. ¿Cuántas miles de veces se le habían declarado en su vida? ¿A cuantas personas había rechazado en todos estos años, miles de años? Ese era el asunto en realidad, ya que no se trataba ni siquiera de que aquella fuera la primera vez que una mujer se le declaraba (se sonrojó al recordar esas ocasiones, llevándose una mano al rostro y cerrando los ojos un tanto vanidosamente pensó "no me odien por ser hermosa, no puedo evitarlo"), sino que aquella era sin duda la primera vez que alguien se le declaraba tan abierta y apasionadamente, sin el más mínimo temor y sin que la lujuria fuera el principal detonante. Ella sabía lo que sintió en aquel momento, ella sabía lo que resplandecía en los ojos de Cheery mientras le entregaba su corazón sin restricciones. Era amor, uno de los más intensos y sinceros que Urd hubiera visto en su vida. Así que todo se resumía a un par de preguntas: "¿Por qué la rechacé en realidad?" y "¿Acaso todos los motivos que me he dado para rechazar a alguien han sido solo excusas?".

—¡Urd! —Skuld la movió empujándola por el hombro como tratando de despertarla— Otra vez te has quedado en silencio y mirando al vacío como hipnotizada ¿Qué te pasa?

—Skuld —su voz sonaba un poco pesada— ¿Por qué crees tú que he permanecido sola todo este tiempo?

—¿De qué hablas? Tú nunca has estado sola...

—No te hagas la tontita —Urd sonreía levemente, esa sonrisa la hacía lucir mucho más triste— sabes lo que quiero decir.

Skuld suspiró resignada.

—Sí, lo sé. Si tengo que responderte, yo diría que es porque te gusta mucho tu libertad. Definitivamente no eres un ama de casa natural como nuestra querida Belldandy...

—¿Hablaban de mí?

Sobresaltadas, a Urd y Skuld casi se les sale el corazón del susto. Ambas se dieron algunos golpecitos en el pecho y respiraron agitadamente por la boca hasta que lograron calmarse. Skuld habló primero.

—¿Cascabel?

—Uno bien grande...

—Muchachas, no deberían hablar sobre mí regalo de cumpleaños enfrente de mí si desean sorprenderme. Y no es por ser ingrata, ¿pero ya se les olvidaron todos los cascabeles que tengo?. Ya tengo un armario lleno de ellos —miró al cielo y se llevó el dedo índice al mentón— ¿Por qué todo el mundo me regalara esos cascabeles?

Urd y Skuld se miraron con complicidad recordando uno de sus planes secretos. Luego miraron a Belldandy sonriendo con aparente inocencia.

—¿Venías a decirnos algo, querida hermanita? —Preguntaron ambas al mismo tiempo con un tonito canturreado.

—¡Oh, sí! Solo quería recordarles que hoy tenemos invitados a cenar y me preguntaba si Skuld puede venir a darme una mano en la cocina.

—¿Por qué solo yo? —Protesto la más joven de las diosas— ¡Urd también está sin hacer nada!

—¿De verdad la quieres a ella cerca de la estufa?

—¡Oye!

—¡Huy, tienes razón!

—¡Hey! ¿Qué estás queriendo decir, enana?

Skuld corrió riendo a esconderse tras Belldandy antes de que Urd la atrapara. Con Belldandy entre las dos, ambas se dedicaron a sacarse la lengua y a hacerse gestos. Aún con la diferencia de estaturas era difícil para cualquiera adivinar cual era la mayor.

—No te enojes, Urd —dijo Belldandy apaciguadoramente— tengo una misión mejor para ti. ¿Podrías por favor adornar el comedor y preparar la mesa para nuestros invitados? Estoy contando con tu espíritu festivo y tu habilidad para organizar fiestas.

—Está bien, me ocuparé de eso. Pero no creas que me he olvidado de ti, odiosita —señaló a Skuld— tenemos una conversación pendiente —fingiendo que seguía enojada, disimuladamente le guiñó un ojo a su hermanita.

—Seguro —le devolvió el guiño— luego nos las arreglaremos, pesada.

—Ya, ya, dejen de pelear. Vamos, Skuld, tenemos mucho que hacer. ¡Ah, y una cosilla más, Urd!

—¿Qué será, querida hermana?

—¿Podrías estar pendiente de los invitados que vallan llegando, por favor?

—Claro, cuenta conmigo.

Luego de agradecerle de antemano su ayuda la dejaron sola de nuevo. Eso de ser la anfitriona siempre le había gustado, pero esta vez había algo sobre lo que no había pensado. ¿Qué haría cuando abriera la puerta y se encontrara de nuevo con Cheery? Urd respiró profundamente, recuperando su magnifico animo de siempre antes de encaminarse a preparar lo que le habían pedido.

—¡Oh, vamos! Tampoco es como para preocuparse tanto.

¿O sí...?