Por la ventanilla del carruaje, Hermione podía observar perfectamente los campos ingleses en plena labor. Era cerca de las tres de la tarde y todavía faltaba buen trecho para llegar al puerto de Liverpool, desde donde viajarían a Dublín; para ser encerrada en un convento los próximos cinco meses que faltaban para la llegada de aquel espeluznante compromiso con un fulano que no conocía.

Dejó de mirar el panorama y cambio la atención hacia el bocado que Ginny le ofrecía. Declinó con una sonrisa y pidió a Berta su pequeño estuche de cosas personales. Abrió la cajita y sacó un bolsita de tisú, donde guardaba algunas piedras que su madre le había regalado y que le trajeran de Tierra Santa.

Se encontraba agotada física y mentalmente. No recordaba haber tenido fiebre y menos lo que había dicho en su delirio. La amnesia le visitaba cada vez que se encontraba en aquella extraña situación, la cual empezaba a ser más frecuente. Pero su cuerpo le anunciaba que algo le ocurría. Había despertado en la mañana con la mirada preocupada de sus damas y aquello solo podía significar que había recaído; y se había desayunado con la novedad de que saldría ya mismo hacia quien sabe donde. No fue sino hasta que se subió al carruaje y su padre se le acercó en su hermoso corcel bayo que supo que se dirigía a un convento en Irlanda. ¿Y que podía decir? ¿Qué podía hacer sino obedecer? Porque así había sido educada; con el respeto rayano en el temor hacia el Conde de York, alias su padre.

Así que ahora se encontraba siendo escoltada por él y seis caballeros hacia su destino inevitable. Y no podía ser más desdichada.

Al caer la noche, llegaron a una posada y se detuvieron a descansar. Cenó frugalmente y recibió la orden de encerrarse en su habitación para salir en la madrugada a continuar el viaje. Durmió sin soñar apenas un par de horas. Realizaba todas las actividades como autómata, sin saber realmente que hacía. Para cuando abordaron el barco al día siguiente, la joven ya había pensado en la posibilidad de quitarse la vida. Solo le quedaba encontrar el momento, ya que era constantemente vigilada.

Al llegar a Dublín ya era una sombra de tristeza. Ginny y Berta estaban al borde de la desesperación, rezaban y se desvivían en cuidados para su señora sin resultado. Apenas monosílabos era lo que conseguían de ella. Toda esa actitud, al Conde parecía serle indiferente. Cinco frases a lo sumo había intercambiado con ella desde York. Cinco frases que no eran mas que ordenes secas y terminantes. En pocas palabras...cinco dagas al corazón de la hija.

Hermione no tenía idea de cuanto tiempo pasó desde que se despertara en la mañana después de su convalecencia hasta el momento en que al levantar la vista se encontró con las puertas del adusto convento agustino en el que estaría recluida. Por un momento volvió a sentir el mareo que anunciaba la fiebre, pero esta vez pudo observar, perfectamente conciente, una inmensa puerta de roble frente a ella. Estaba rodeada de humo negro y escuchaba gritos a su alrededor. ¿Dónde estaba? Donde fuera, no era en el tranquilo patio del claustro, eso era seguro. Parpadeó confusa y entonces se volvió a encontrar con la realidad de frente. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué le venían imágenes como aquella a la mente? ¿Estaría loca? ¿Tal vez poseída por espíritus malignos? ¿Era eso lo que veía en sus delirios? Fuera lo que fuera, la paz la había abandonado y quizás sólo pudiera alcanzarla de nuevo cuando se entregara a los brazos de la muerte.

Una voz dulce supo encontrar el camino de sus divagaciones hasta su razón, y la saludó con amables palabras.

-Bienvenida señora, al Convento de san Agustín. Es un pacer para nosotras tenerla aquí. Estoy segura que podrá descansar- La joven miró a la dueña de la voz, una monja madura de ojos verdes, encontrándola dulce como la miel, quien la recibió con una sonrisa.

Al instante, las negras aves en los pensamientos de Hermione huyeron en desbandada y ella pudo sentirse por fin tranquila.

Un sentimiento poderoso la embargó. Por alguna razón, supo que en ese lugar; podría encontrar la paz.

Lo que por supuesto no sabía; era que también encontraría el amor.

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N/A.- Y sigue siendo una introducción...¡¡¡¡Gracias Gaby, LuFfer e Ilona Potter! Me han hecho dar dos brincos de pura alegría; hubiera dado más, pero me caí en el segundo. En fin; espero que este pequeño adelanto les guste. Y si, acepto feliz la ayuda, eres un amor LuFfer.