CAPITULO 2

Con los primeros rayos de sol introduciéndose en la habitación principal de la casa y robando un poco del sueño de sus ocupantes, él abrió los ojos y casi por inercia buscó a tientas en la mesita de noche su varita negra, elevándola hacia las persianas y murmurando algo logrando que la noche regresara aunque fuera por unos segundos a su cuarto. Le gustaba ser él mismo quien despertara a su esposa. Le gustaba poder contemplarla durante aquellos escasos minutos en que podía hacerlo sin ganarse una mirada de reproche por hacerlo. Sonrió. A ella no le gustaba ser el centro de atención y aún sonrió más al recordar lo tímida que se había mostrado cuando él le había enseñado la lista de más de quinientos invitados a la que había sido su boda.

Vio como ella arrugaba la frente y con delicadeza, le pasó una mano por la mejilla, logrando que ella sonriera. La primera sonrisa del día era siempre para él. Y por mucho que pasara, aquello no se lo iba a quitar nadie nunca. Ella era suya, como él lo era de ella, habían pasado por demasiadas cosas para rendirse ante el primer obstáculo que encontrasen. No, ni él ni ella eran de los que se rendían.

Estudió su rostro sereno con la tranquilidad de quien se sabe que no va a perderlo, como si tuviera una eternidad para hacerlo, recreándose en su frente lisa, apartando algunos rizos de su rostro que le impedían ver los párpados cerrados y las pestañas como cortinas espesas y elegantes, observando el puente de su nariz donde aún persistían las marquitas rojizas que le indicaban que había estado leyendo hasta bien entrada la noche, deleitándose en mirar sus labios gruesos, su boca perfecta para él.

Y sonrió. Sonrió como lo había hecho durante los últimos dos años cada vez que ella estaba cerca, cada vez que la oía respirar, cada vez que escuchaba como el corazón le latía y recreándose en aquel sentimiento que creía haber olvidado y que sólo había sido capaz de resurgir con ella.

El odioso despertador de la mesita de ella sonó de forma insistente. Arrugando el ceño y maldiciéndolo en silencio por ser capaz de despertar a una criatura tan hermosa como la que tenía a su lado en la cama, Draco se estiró por encima del cuerpo de su esposa y apagó el ruidito de la única forma que sabía que sería eficaz: estrellándolo contra la pared contraria. Estaba a punto de enfadarse en silencio con él mismo por el estruendo que el aparatito había causado cuando escuchó una risita bajo su pecho acompañada de unas palabras:

-Si sigues así, nos gastaremos todo el salario del mes en comprar despertadores…

Draco no pudo evitar sonreír. Ella tenía aquella facilidad. Casi sin pensarlo se inclinó sobre el rostro de su esposa y la besó dulcemente en la frente haciendo que ella abriera los ojos.

-Buenos días… -murmuró.

-Buenos días… -le contestó él-… ¿dormiste bien?

Ella asintió en silencio y él sonrió mientras bajaba de nuevo en busca de otro beso, esta vez, uno que robó de sus labios; ella no se quejó.

-¡Papá, mamá!

Un torbellino de rizos rubios y ojos grises entró en la habitación sin siquiera llamar a la puerta, lanzándose sobre los dos en la cama matrimonial. Draco iba a reprocharle que hubiese olvidado su comportamiento y la educación, como mínimo, de llamar a la puerta de la habitación de sus padres a la niña de once años, cuando su esposa negó con la cabeza sonriendo.

-¿Qué ocurre? –preguntó Hermione.

La pequeña parecía estar muy contenta, más que contenta, entusiasmada. Draco sonrió, él ya sabía el motivo, parecía mentira que su esposa aún no se hubiese dado cuenta del porqué de la felicidad de Lucía en aquellos momentos.

La niña se sentó en la cama de sus padres sobre sus talones, se apartó el cabello revuelto de la cara y sonrió mientras mostraba a su madre un sobre blanco sellado con el símbolo de Hogwarts. Hermione arqueó una ceja y miró a Draco reprochándole que no le hubiera comentado nada; el hombre que tenía al lado se limitó a encogerse de hombros.

-Vamos, ábrela –apremió Draco a su hija sentándose en la cama junto a las dos personas que más amaba.

-¿Yo? –preguntó la niña.

-Bueno, va a tu nombre ¿no? –dijo Hermione orgullosa.

La pequeña asintió mientras leía el dorso del sobre y como con letras doradas llevaba escrito "Señorita Lucía Malfoy Granger" y respiró profundamente, tal y como su padre le había enseñado que debía hacer cuando estaba nerviosa y no quería que los demás se diesen cuenta de ello. Rasgó el sobre y empezó a leer.

La niña arrugó la frente mientras sus ojos se paseaban por las líneas de la carta.

-Mamá, ¿qué es una profecía?

-¿Qué? –preguntó Hermione frunciendo el ceño -¿Por qué preguntas eso?

-Aquí pone que…

Antes de que la niña terminara la frase Draco había cogido la carta y la leía con cuidado, asegurándose de no saltarse ninguna palabra. Hermione lo miró intrigada pero no dijo nada; no hacía falta. Draco era para ella un libro abierto donde podía leer lo que quisiera; y en aquellos momentos, la expresión de dureza y rabia contenida que Draco mostraba le hacía suponer que algo iba mal.

-¿De dónde has cogido la carta, princesa? –le preguntó doblándola y dejándola sobre la mesita de noche.

-La ha traído una lechuza marrón papi –la pequeña arrugó la nariz como cada vez que se quedaba pensativa y miró a su padre-, no la había visto nunca.

-¿Qué…

Pero Draco no dejó que su esposa terminara de hablar. Sonrió a la niña y la besó en la frente.

-¿Confías en mí, princesa? –le preguntó dulcemente

-Sí.

Draco sonrió; la pequeña no había titubeado ni un segundo al dar la respuesta. Si doce años atrás hubiese pensado que alguien podría confiar en él tal y como lo hacía la niñita que tenía delante, de seguro que lo hubiera tachado de loco; él no dejaría que nadie confiara, él no podía confiar en nadie. Y sin embargo, ahora tenía delante a dos personas que confiaban en él y que si fuera preciso, le confiarían su propia vida.

-Quiero que cierres los ojos y que no los abras hasta que yo te diga, ¿de acuerdo? –la niña asintió sin preguntar-, dale la mano a mamá.

-¿Qué ocurre Draco? –pero la mirada de él la hizo callarse.

El hombre tomo su varita y apuntó a la cabeza de la pequeña mientras murmuraba un sencillo Obliviate. Hermione se empezaba a asustar; Draco jamás había utilizado la magia en la persona de Lucía y si en aquellos momentos había recurrido a ella, era porque estaba ocurriendo algo raro.

-Ya puedes abrir los ojos cielo –la niña obedeció y le miró como si estuviese turbada; Draco sonrió-, vamos, ¿a qué esperas? Ve a vestirte que vamos a ver a los Potter –le dijo sonriente.

-¿Vamos a ver a James? –la niña sonrió cuando él asintió con la cabeza-¡Voy a vestirme!

En cuanto la niña desapareció de la habitación, Hermione se estiró a tomar la carta; demasiado lenta; Draco le había visto las intenciones y la había cogido él con el ceño aún fruncido.

-¿Qué ocurre, Draco? –le preguntó -¿Qué es esa carta? ¿No es de Hogwarts? ¿Por qué Lucía ha hablado de una profecía?

-Vístete y lleva a Lucía a casa de Potter, estoy seguro de que él tampoco estará en casa. No hagas preguntas, ya hablaremos luego.

Hermione arrugó la frente y tomó la muñeca de su marido antes de que él pudiese alejarse de ella.

-¿Dónde vas?

Frío. Hermione pudo sentir como el frío que había estado dormido por años en los ojos de su esposo, salía al exterior, inundando la habitación. Por un momento, la mujer se vio tentada a tocarle para asegurarse de que seguía siendo su marido y no aquel arrogante de trece años que tanto daño le hizo durante tanto tiempo.

Estirando su mano, alcanzó la mejilla del hombre que la miró sonriendo y ladeó la cabeza para dejar un dulce beso en la palma de la mano de ella.

-Llévala a casa de los Potter, Hermione –dijo con firmeza-, voy a hablar con Dumbledore.

-¿Por qué? –preguntó ella -¿Qué tiene que ver Dumbledore con la carta?

-No hagas preguntas ¿de acuerdo? –ella le miró para protestar pero Draco le cogió el rostro con ambas manos y clavó su mirada gris en los ojos de ella-. Hermione, confía en mí, lleva a Lucía a casa de los Potter y no salgas de allí hasta que yo vaya a buscaros, ¿entiendes?

Ella asintió consciente de la seriedad con la que su marido había hablado. El hombre se separó de ella y se vistió en silencio y con una gran rapidez. Atravesó la estancia en dos pasos y tomó su capa negra del armario, consciente de que los ojos de su esposa estaban encima de él con cada gesto. Se giró hacia Hermione y le sonrió intentando infundarle una tranquilidad que ni él mismo tenía en aquellos momentos.

-¿Por qué allí? –preguntó Hermione cuando se topó con la mirada de su marido.

-Porque por mucho que me cueste admitirlo –dijo él con voz calmada-, ahora mismo es el lugar más seguro para Lucía y también para ti.

Y Hermione no preguntó más. Dejó que su marido se fuese de la habitación. Escuchó como besaba a su hija y le prometía que regresaría para la hora de la cena; escuchó los pasos hacia el piso inferior y escuchó la puerta cerrarse.

Empezó a buscar a tientas su propia ropa; estaba confundida y asustada. Realmente asustada. Había visto en los ojos de su marido lo mismo que había notado en la voz tranquila y sosegada del hombre: miedo. Y si Draco tenía miedo a algo, ella era lo suficientemente lista para saber que también debía de tenerlo.

Respiró lentamente buscando a su alrededor algo. La carta había quedado olvidada sobre la cama; en un intento de saber qué había escrito allí para que Draco se asustara de aquella forma, la tomó en sus manos asegurándose de que Lucía estaba demasiado ocupada en su habitación vistiéndose como para ser interrumpida.

Teniendo un mal presentimiento, desdobló la carta y empezó a leerla despacio; pocas líneas, pero las suficientes para que Hermione entendiera el motivo de que su marido hubiese visto el miedo.

Estimada señorita Malfoy:

Se ha encontrado una profecía perdida en la Sala de Secretos Ocultos del Ministerio de Magia que la relaciona a usted con quien no debe ser nombrado.

"Y de la unión de la luz y la oscuridad, nacerá la esperanza para unirse al Bien y derrotar las Tinieblas. Y al llegar a sus orígenes, ella lo sabrá y él la buscará. Y la lucha entre el Bien y las Tinieblas regresará"

Lamentamos mucho el retraso a la hora de comunicarle esto. Esperamos que a la presente misiva se encuentre bien y recomendamos que se dirija al Ministerios de Magia para más información.

Un saludo cordial,

Alem Fignon, Ministro de Magia por la presente orden.

Hermione se llevó una mano a la boca en un intento por no gritar. No quería gritar, no podía hacerlo, no debía hacerlo, no podía permitírselo.

Guardó la carta en el cajón de su mesita y respiró hondo antes de darse cuenta de lo que aquello significaba. Salió de la habitación en busca de Lucía; nadie la iba a tocar, nadie la iba a dañar, y si tenía que sacrificar su vida por ella, no tendría ninguna duda para hacerlo.