Hola a todo el mundo!
Muchas gracias por vuestra paciencia y vuestros reviews. Os voy a pedir un favor, ok?
Este es el penúltimo capitulo, así que me gustaría recibir bastantes reviews, de acuerdo? Únicamente para saber cuánta gente lo ha estado leyendo, aunque sea solo para decir: "me gustó" "lo odié" "si sigues escribiendo, te morirás de hambre" en fin…ya sabeis.
Espero que os guste el capítulo, y atentos, porque el proximo es el último ok?
Un beso, y empezad a leer, nos vemos al final del capitulo!
:D
CAPITULO 27
Observó a su hija desde el dintel de la puerta, recargada contra el marco de la misma, una mano cruzando sobre su estómago y la otra semialzada de manera que su mano reposaba contra su mejilla limpiándose las furtivas lágrimas que de vez en cuando conseguían escapar de su auto control. La habían dejado llevársela a su habitación en vez de estar en la enfermería y aunque en un principio la enfermera había estado reacia al hecho de que le quitaran a su paciente, las miradas de Draco y la suya propia habían sido más que suficientes para convencer a la mujer de uniforme blanco que era lo mejor que podía hacer en aquellos momentos. Draco se acercó y la envolvió en un abrazo tan posesivo como necesario en aquellos momentos para ambos. Hermione no dijo nada; se limitó a recargar su peso ahora sobre Draco, consciente de que él la sujetaría, como siempre había hecho, como siempre haría.
Permanecieron en silencio juntos, simplemente mirando a los dos niños que dormían plácidamente sobre la cama, ajenos a lo que había ocurrido horas antes cuando Alex había recuperado la conciencia trayendo a su hermana consigo de donde fuese que ella estuviese. Llevaban cuatro horas dormidos y aunque Ron había insistido en que era algo normal después del hechizo al que habían estado sometidos, Lucía por haber sido la "víctima" y Alex por ser tan pequeño y mantener un lazo de unión tan cercano a su hermana, ninguno de los dos padres estaba tranquilo y ninguno de los dos había hecho nada por separar a los dos hermanos que seguían tomados de la mano mientras dormían en la cama de Lucía, en la habitación de sus padres.
Alex se removió y se acurrucó contra su hermana en un gesto de protección que a Lucía no le pasó por alto ya que de forma inmediata y sin darse cuenta, según vieron sus padres, uno de sus brazos arropó al pequeño contra su pecho para darle calor y tenerlo sujeto. Hermione sonrió ante aquella escena; Draco le siguió con una leve risa suave.
-¿Sabes lo cerca que hemos estado de perderlos? –preguntó en un susurro callado Hermione-. A los dos…
Draco inclinó su cabeza levemente y la besó en la sien.
-Están bien Hermione, eso es lo que importa ¿no? –Hermione abrió la boca para decir algo pero Draco la cortó -. Estará bien. Hemos tenido esta conversación durante mucho tiempo, preciosa. No podemos hacer nada… tú mejor que nadie deberías saber que una profecía no puede interrumpirse hasta que se cumple –ella hizo un mohín de disgusto al darse cuenta de que lo que su esposo le decía era cierto, ella mejor que nadie lo sabía.
-Pero…
-Lo sé –dijo él ahorrándole el "son mis hijos"
-Ellos no…
-Lo sé –repitió Draco mientras pensaba "tienen la culpa de nada"
-Y no podemos…
-No, no podemos hacer nada por ella Hermione.-La mujer suspiró, consciente de que él tenía razón-. Será mejor que vayamos a dormir…
-¿No podemos quedarnos esta noche con ellos? –preguntó Hermione con carita inocente como si acabase de encontrar un gato callejero y estuviese pidiéndole a sus padres que le dejasen quedárselo. Draco enarcó una ceja -. Por favor Draco…
El rubio no se hizo de rogar; conjuró el sofá del lugar para que se transformara en una cómoda cama; después de todo, él tampoco quería alejarse de sus hijos, al menos, no aquella noche.
Lucía se despertó en medio de la noche con un peso sobre su pecho que le dificultaba el respirar; se tranquilizó al darse cuenta de que era Alex que dormía sobre ella con el pulgar de la mano izquierda en la boca mientras que su otra manita la tenía aferrada a su camisón. Suspiró y retiró la mano de la boca del pequeño, era una costumbre muy mala que debía quitarle.
Era consciente de lo que había ocurrido. De repente, todo lo que había pasado en las últimas horas se agolpó en su cabeza trayéndole recuerdos que hubiese preferido olvidar.
Sus amigos habían estado en peligro; James podía haber muerto; su abuelo había muerto; su hermano se había puesto en peligro y había estado a punto de morir…
Todo aquello no hizo nada más que asegurar lo que hacía tiempo que daba ya vueltas en su cabeza; todos los que estaban cerca de ella estaban en peligro. No lo iba a permitir. No iba a permitirlo más.
Una vez creyó que estaba sola; ahora sonreía sabiendo que no era cierto, sabiendo que no estaba sola… pero lo que sí sabía y era algo que nadie podría rebatir, era que sola debía enfrentarse a Réficul… y sola lo haría.
Una semana… ese era el tiempo que le quedaba… una semana…
Levantándose de la cama pasó su vista por el rostro de sus padres que dormitaban en una cama donde antes había habido un sofá. Sonrió; no podía evitar sentirse arropada cuando ellos estaban cerca, igual que cuando era pequeña y no podía dormir y su madre se quedaba en su habitación velándola hasta que su padre aparecía y las invitaba a las dos a la gran cama matrimonial donde ella se tumbaba en el centro y dormía tranquila con sus padres a cada lado de ella.
Caminó en silencio hacia la estantería de su padre y tomó uno de los libros que sabía que estaban en la sección prohibida pero que Draco conservaba debido a su estatus como profesor y su trabajo como profesor de pociones. Tenía una idea clara de lo que andaba buscando y sabía que si había algo de eso lo encontraría en aquel libro. Suspiró mientras pasaba las páginas amarillentas escritas con tinta y pluma.
Sus ojos se abrieron cuando encontraron lo que buscaba. Leyó los ingredientes uno por uno, la preparación, la cocción, y la duración… eran ingredientes fáciles de encontrar y los que no tenía podía tomarlos del armario de su padre sin que éste se diese cuenta, estaba convencida de ello. Miró cuánto tiempo necesitaría y sonrió con tristeza; parecía que aquello formaba parte de su destino. Una semana…
Cerró el libro marcando la página con suavidad para encontrarla fácilmente al día siguiente.
Una semana… el tiempo justo para despedirse de aquellos que amaba y prepararse para lo que tenía que hacer.
En aquellos momentos, se alegraba de haber estado entrenando y estudiando sola durante todo el verano.
En aquellos momentos, había tomado una decisión.
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La experiencia por la que había pasado Lucía había sido un duro golpe para todos los adultos que la habían visto crecer y en especial, para sus padres, que no le quitaban el ojo de encima, conscientes de lo cerca que habían estado de perder a sus dos hijos en un momento. Por aquella razón, ninguno de los presentes había encontrado ningún motivo por el que Lucía pidiera permiso para pasar un día completo con sus padres y su hermano solos, sin entrenamientos, sin libros, sin profesores, sin amigos… únicamente su familia y ella.
A pesar de que hacía frío, el rincón del bosque oscuro, junto al lago, resultaba perfecto para pasar un agradable rato. Hermione recordaba aquel lugar perfectamente, casi podía ver la gigantesca figura de Hagrid lanzando piedras mientras le relataba a ella y a sus dos amigos de la infancia cómo había ido el juicio contra una de las adorables mascotas de Hagrid, aquel enorme hipógrifo que había salvado la vida de Sirius durante el tercer año.
Lucía se había encargado de crear un escudo de calor sobre ellos que abarcaba un gran diámetro y a pesar de que su madre le había dicho que no hacía falta que lo hiciera, pues Draco y ella podían conjurar un escudo parecido, Lucía había insistido, después de todo, no estaba cansada, y al contrario de lo que todos pudieran pensar, cada día que pasaba parecía que sus fuerzas y su magia aumentaban en exceso.
-Mamá –Lucía interrumpió su juego con Alex para mirar a su madre que a regañadientes de un frustrado Draco se alejó de su marido rompiendo el beso para mirar a Lucía-, ¿cuándo te diste cuenta de que empezabas a sentir algo por papá?
Hermione miró a Draco y a su hija de regreso. Draco miró a su hija intentando averiguar a qué venía esa pregunta… Por algún motivo, los ojos de Lucía rehusaron los suyos y Draco juró que se vió a sí mismo cuando era un adolescente rehuyendo de la mirada de Lucius cuando quería ocultar algo.
-La primera vez que lo abofeteé –dijo seriamente Hermione. Draco se giró hacia ella entrecerrando los ojos.
-No te atrevas a contarlo –la retó él intentando parecer su antigua personalidad de hielo.
Hermione se limitó a reír ligeramente mientras se encogía de hombros y le sacaba la lengua en un gesto que a Lucía se le antojó infantil. Draco bufó y tomó en brazos a Alex.
-Vamos, pequeño, iremos a ver si encontramos unas hierbas para hacer una poción que necesito… -miró a su mujer-… lo que menos quiero ahora es escuchar como mi hija se ríe de mí…
Lucía rodó los ojos; su padre podía ser a veces demasiado dramático y lo estaba dejando bien claro. Miró a su madre que se limitó a encogerse de hombros y a hacerle un gesto con la mano a su hija para que no le diera más importancia de la que tenía al comentario de Draco que ya se alejaba de ellas con Alex en sus brazos, atento a las explicaciones que su rubio padre le iba dando.
-¿Le abofeteaste? –preguntó Lucía.
Hermione se sonrojó.
-Tu padre y yo no nos llevamos siempre bien, no es un secreto, es algo que ya sabes –la niña asintió-, en una ocasión, durante nuestro tercer curso… se portó como un auténtico cretino… -se encogió de hombros-… fue un impulso.
-¿Y después de abofetearle te diste cuenta de que sentías algo por él?
-Me di cuenta de que no lo odiaba –dijo Hermione apartando un rizo de su rostro mirando en dirección hacia Draco y Alex que estaban entretenidos a unos metros observando unas plantas-… Después, supongo que el tiempo pasó… ¿A qué viene esa pregunta?
Lucía se encogió de hombros.
-Supongo que sólo quiero conoceros más… hay muchas cosas de vosotros que desconozco…
Apartó la mirada de los ojos de su madre, consciente de que ella también podía leer en los suyos igual que lo hacía con su padre. No quería mentirle, no quería ocultarle nada, pero era imprescindible hacerlo; si a alguno de sus padres se le pasara por la cabeza lo que ella quería hacer, no se lo permitirían.
-El Draco de mi adolescencia era muy distinto a este otro –señaló a su marido con la cabeza-. La arrogancia y la crueldad que ocupaba la razón y las creencias de aquel niño mimado y empeñado en ser el centro de atención, pasaron a ser lealtad y protección hacia mi persona… -se encogió de hombros-… Nunca me dijo qué le hizo cambiar de idea… y yo nunca le pregunté, ya sabes cómo sabe evitar las preguntas que no quiere contestar –añadió con un tono confidencial que hizo sonreír a Lucía-. Lo único que sé, es que cuando me miró a los ojos y me prometió que me amaría siempre y que siempre me protegería, le creí… Tu padre fue un pilar muy importante en mi vida cuando más lo necesitaba Lucía –la pequeña sonrió, conocía aquella historia-. Y siempre lo será.
-Gracias mamá.
Hermione la miró.
-¿Por qué?
Lucía se encogió de hombros.
-No lo sé… Por tenerme, supongo, por darme la oportunidad de conocer este mundo, de estar con vosotros, de aprender cada día cosas nuevas; gracias por cuidarme cuando yo era incapaz de hacerlo, gracias por haber estado ahí cuando os necesité –miró a su madre-, supongo que simplemente gracias. No suelo decíroslo muy a menudo, pero últimamente he estado pensando que no se puede desaprovechar el tiempo que uno tiene… -antes de que Hermione pudiera decir nada, la niña había abrazado a su madre y le había dado un beso en la mejilla mientras rogaba internamente por que no se diera cuenta de su mentira a medias, después de todo, sí era cierto que había estado pensando en todo aquello, aunque no le había dicho las verdaderas razones por lo que lo había hecho-. Voy a ver a papá… quiero que me diga cuándo se enamoró de ti –le guiñó un ojo a su madre y Hermione rió divertida.
-Te pareces mucho a él… -le dijo a la pequeña acariciándole la mejilla-. Anda, ve, y dile a tu hermano que venga, así podrás hablar con tu padre tranquila.
Pocas veces había tenido el placer de caminar junto a su padre con la tranquilidad con la que lo hacía en aquellos momentos a pesar de estar paseando por el Bosque Oscuro; ambos conscientes de las criaturas que habitaban en el bosque mantenían la alerta en todo momento, pero aún así, su atención se desviaba cada vez que Draco veía una planta o alguna raíz con características para crear algún tipo de poción y Lucía le escuchaba atenta intentando retener toda la información que podía, pensando que quizá, alguna de aquellas plantas pudiera utilizarla para crear la poción que había empezado a cocer en el baño de Mirtle desde aquella misma mañana.
Adoraba la tranquilidad que su padre irradiaba, quizá era de él de quien la había heredado, mantener la sangre fría incluso en los peores momentos parecía ser la máxima de la familia Malfoy y ella era toda una Malfoy.
Draco había detenido sus pasos una vez más mientras examinaba con atención una raíz que parecía haber surgido de la propia corteza del árbol que tenía a su lado; extrañado la miró antes de tocarla para asegurarse de que no era peligrosa. Se dio cuenta de que Lucía parecía sumida en sus propios pensamientos.
-¿Me lo vas a contar? –la chica lo miró-. El motivo por el que estás así, ¿me lo vas a contar?
-No me ocurre nada.
-Yo no he dicho que te ocurriera nada, princesa –elevó una ceja de forma sarcástica mientras evaluaba a su hija-. Sé que han pasado muchas cosas pero…
-No papá, no estoy preocupada por lo que ha pasado ni por lo que puede llegar a pasar –le aseguró la chica con una media sonrisa-. Sólo estaba pensando en algunas cosas…
-¿Cómo por ejemplo?
-En mis poderes –Draco la miró prestándole toda la atención posible-. Siempre que logro perfeccionar uno de mis poderes recién adquiridos y logro controlarlos, es como si él también pudiese hacerlo…
-Es normal teniendo en cuenta que vuestros poderes están unidos –Lucía lo miró-. ¿No lo sabías? –ella negó mientras fruncía el ceño, no le gustaba que le ocultaran información-. Y supongo que ahora no pararás hasta que te cuente lo que sé, ¿verdad?
-Acertaste papá.
Draco soltó un bufido de resignación.
-Por lo que sé, tus poderes están unidos a los de él; cada uno tiene la mitad de ellos, así como su fuerza, su intensidad y su alcance, es por eso que Réficul quiere tus poderes, princesa… no puede gobernar ni destruir mientras tú tengas la otra mitad de la fuerza necesaria para hacerlo, ¿entiendes?
-Sí, creo que sí… ¿Es él quien me está proporcionando los poderes? –Draco asintió en silencio -. ¿Por qué?
-Supongo que por el mismo motivo por el que te concedió cuatro años para poder prepararte y por el mismo motivo que se ha atrevido a hacer cosas impensables que ninguno de nosotros hubiera hecho…
-Arrogancia… -musitó la chica. Draco la miró-… Dijiste que la arrogancia era su punto débil, está tan convencido de que puede ganar esta batalla que se ha permitido el darme cuatro años de ventaja y además encargarse de que mis poderes llegaran a mí…-suspiró mirando a su padre-… En ese caso, si eso es cierto… mis poderes no me servirán de nada en mi batalla contra él, ¿verdad?
Casi podía ver la resignación en cada palabra de su hija.
-Lucía, escúchame –se arrodilló delante de ella-… no te rindas, no puedes rendirte, no ahora… Eres fuerte, luchadora, una superviviente; naciste cuando nadie creía en ello; te viene de familia… tu madre llegó más lejos de lo que nadie hubiese podido pensar que una nacida de muggle pudiera llegar –Lucía sonrió y cuando le preguntó dónde había llegado, Draco le sonrió de vuelta-, fue capaz de llegar hasta mí y sacarme de la oscuridad en la que yo estaba… Eso no lo haría una persona débil ni una cobarde…
-Pero yo no soy mamá…
-No –Draco le acarició la mejilla-. Tú eres Lucía, llevas la valentía de tu madre en el corazón y la intuición mía en tu cabeza… Eres fuerte, princesa; siempre lo has sido…
-¿Crees que yo… bueno, que…
-Ganarás Lucía, y yo estaré allí para ver como lo logras –le sonrió.
Lucía le devolvió el gesto antes de abrazar a su padre por el cuello y enterrar su cabeza en el espacio del hombro de su padre, más para que él no supiera lo que sus ojos decían que por otra cosa.
-Te quiero papá… No lo olvides nunca, pase lo que pase…
-¿Qué… -empezó a decir él.
-Sólo quería decírtelo; hacía mucho que no lo hacía…. –dijo aún con el rostro enterrado contra su cuerpo-.. te quiero.
Por alguna razón, el pecho de Draco le alertó de que algo andaba mal. En un gesto instintivo apretó a su hija contra sí, aspirando el aroma a fruta que su cabello rubio y rizado desprendía. No permitiría que le pasara nada a su hija.
La primera vez que había visto a Jack Zabinni lo había visto como un Blaise en miniatura; el mismo porte elegante que Blaise, el mismo cabello negro, el mismo aire de presunción… excepto por los ojos; Jack mantenía los ojos claros de Luna Lovegood y aquel aire soñador y despistado que tanto adoraba en su tía. Lo había visto presumir subido en una pequeña escoba mientras volaba por el patio trasero de su casa casi a ras de suelo únicamente porque su madre no le permitía elevarse más. Enseguida le había caído bien; había visto en él la eterna imagen del niño tímido y vergonzoso que durante décadas la descendencia de los Zabinni había ignorado por completo.
Se acercó a él despacio; Jack estaba demasiado concentrado mirando la huerta de Hagrid como para darse cuenta de su presencia.
-¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?
El susto que se llevó el chico fue suficiente para que Lucía soltara una sonora carcajada incluso aunque él tuviese la sangre fría de empuñar su varita en un rápido movimiento.
-¡Maldita sea, Lucía! –exclamó el chico llevándose una mano al pecho-¡Casi me da un ataque!
-Deberías de estar siempre prevenido Jack –dijo intentando ser seria pero fracasando estrepitosamente.
-Bueno, no es que pensara que alguien pudiera atacarme mientras miro como crecen las calabazas gigantes de Hagrid, ¿sabes? –intentó defenderse pero sin poder evitar una pequeña sonrisa.
-Nunca se sabe Jack… -le contestó Lucía con una enigmática sonrisa.
-¿Estás bien? –se interesó el chico al ver esa sonrisa-. Parece que estás un poco… -se calló mientras meditaba alguna palabra para poder expresar la tristeza que veía en los ojos de Lucía y la determinación con la que la chica lo miraba-… no sé…
Ella le sonrió y se apoyó en la cerca que marcaba la huerta privada de Hagrid mientras mirada como las pequeñas calabazas gigantes se veían hermosas entre tanto verde.
-Estoy bien –le aseguró ella-. Demasiadas cosas, quizá en poco tiempo… pero estoy bien. Gracias.-Jack la miró sin comprender-. Por prestarme parte de tu magia…
Jack se encogió de hombros.
-No fue nada, si podía ayudarte de esa forma… ¿por qué no quisiste pedirlo antes? Si Amy no hubiese estado leyendo aquel libro quizá ahora tú…
Lucía lo miró cuando el chico se calló cortando la oración a medias. Ninguno de ellos había hablado de aquello, ninguno de ellos quería mencionar la posibilidad de que Lucía podía haber muerto incluso antes de que Réficul y ella se encontraran de nuevo en la mente de ella, incluso antes de que Lucius Malfoy fuera la víctima del Ritual de Unión que Réficul quería llevar a cabo… Ninguno de ellos había dicho nada al respecto.
Sonrió con cierta tristeza… quizá dentro de poco deberían decirlo.
-Hubiese pasado lo que hubiese tenido que pasar Jack –le dijo ella-. Nuestro destino está fijado por las estrellas desde mucho antes de nuestro nacimiento.
-¿Ahora crees en la astronomía y la adivinación? –preguntó él de forma burlona.
Lucía sonrió. Ella nunca había creído en aquellas cosas, incluso había amenazado en más de una ocasión con dejar aquellas clases, cosa que su madre había aplaudido notablemente pero que su padre le había aconsejado que no hiciera, alegando que si bien adivinación era una mentira, era una clase que podía pasar con bastante facilidad sin tener que estudiar mucho y que la clase de astronomía le enseñaba a leer en las estrellas y a disfrutar de ellas… Más que por lo que había dicho, había sido el brillo en los ojos de su padre al admitir que él había disfrutado con sus clases de astronomía lo que había hecho que no dejase ninguna de las dos.
-No, pero sí creo en el destino –puntualizó ella-, no creo que nada sea azar, ni suerte… creo que todos tenemos una misión que cumplir… tío Harry tuvo que vencer a Voldemort, mi padre tuvo que enfrentarse a sus creencias, Ronald Weasley murió por salvar a su amigo… -en este punto una sonrisa divertida apareció en sus labios; no, él no tenía que haberlo salvado… quizá sí que se podía cambiar el destino después de todo y elegir tu propio camino.
-¿Y cuál crees tú que es mi misión? –preguntó él echándose el cabello hacia atrás.
-Cuidar de Amy –contestó ella con tanta seriedad que Jack la miró esperando que en cualquier momento fuera a reírse-. Hablo en serio –él enarcó una ceja-; siempre lo has hecho…
-Eso no es verdad… -protestó él.
-Vamos Jack, no digas que no… A veces tenía la impresión de que te habías hecho amigo de Jamie sólo para poder vigilar de cerca de Amy –bromeó ella. El rostro de Jack enrojeció de repente-… ¿No me digas que he acertado?
-¡Claro que no! –le contestó él. Lucía entrecerró los ojos mirándolo fijamente-. Al menos no del todo…
-¿Qué? –en esta ocasión Lucía sí que tuvo que reír con ganas, de no haberlo hecho, el dolor en el estómago por aguantar la risa hubiese sido demasiado fuerte.
-Bueno, ya está ¿no? –preguntó fingiendo enfado el chico pero sin poder reprimir una carcajada de vez en cuando-. Me hice amigo de James porque me gustó el modo en que tenía de tratar a su hermana y a ti… y me gustó su forma de ser… -añadió-… pero no puedo negar que de ese modo siempre podía vigilar a Amy… -se ruborizó.
-La quieres mucho ¿verdad? –preguntó Lucía un poco más seria pero sin poder hacer que esa sonrisita burlona acabara de desaparecer de sus labios.
-Sí.
Lucía no dijo nada más. Había sido una pregunta clara, y había obtenido una respuesta clara igualmente. Jack no mentía. Había visto el modo en que la miraba, la forma en que la celaba, la manera en la que la protegía… lo había visto durante demasiados años; primero camuflado bajo el aprecio por ser la hermana de un amigo, después disfrazada bajo la amistad, y más tarde había resultado una relación de amor basada en y labrada a lo largo de los años.
-Entonces esa es tu misión en esta vida –dijo Lucía convencida. Jack la miró-. Siempre has estado ahí para ella aunque Amy no lo supiese… -le sonrió-… por ella te has convertido en la persona que eres, un buen amigo, fiel y caballeroso –añadió haciendo que Jack se ruborizara ligeramente-… Cuídala ¿de acuerdo? El amor es lo más hermoso que puede existir y es un bello tesoro que hay que cuidar cada segundo… Sólo… haz que su vida sea tan hermosa como lo es lo que sientes por ella…
Jack la miró.
-¿Por qué me estás diciendo todo eso? –preguntó el chico.
Lucía le sonrió se forma tranquilizadora.
-Porque hace mucho que no hablamos –se encogió de hombros-, y me apetecía tener esta charla contigo desde hace mucho… después de todo, yo fui la impulsora de vuestro primer beso –le guiñó un ojo en señal cómplice.
Jack entrecerró los ojos mientras recordaba el primer beso con Amy… estaban en el pasillo solos no había nadie y el viento que… miró a Lucía que seguía sonriéndole.
-El viento… la ráfaga que nos unió… tú lo hiciste ¿cierto?
La rubia se encogió de hombros.
-Eso es algo que yo sé y que tú tendrás que averiguar –se inclinó hacia él y lo besó en la mejilla-. Nos vemos, tengo que ir a entrenar un poco.
Jack meditó las palabras de su amiga tan ensimismado en ellas que no fue consciente del sollozo que escapó de los labios de Lucía cuando se dio la vuelta para marcharse de allí.
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Un día más para estar con ellos, un día menos para vivir… Sonrió mientras sacudía la cabeza; pensar en su futura batalla hacía que filosofeara mucho más que lo de costumbre…
Mirtle no estaba cuando entró en el baño. Había encontrado durante los años que llevaba en Hogwarts, en Mirtle, una amiga en la que confiar y todo porque había defendido a la fantasma cuando un grupo de Slytherins se dedicaba a tirarle cosas puntuando más o menos según la parte del cuerpo de ella que atravesaban.
Observó el fuego azul que llameaba bajo el caldero negro y suspiró mientras volcaba en su interior cinco gramos de escamas de dragón, tres centilitros de sangre de hada y tres cientos gramos y medio de raíz de tubérculo sangrante cortados hasta quedar casi hecho puré.
El agua que cocía se tornó de un ligero tono rojizo y desprendía un olor dulzón que se quedaba impregnado a todo lo que había alrededor.
Miró el reloj. Cuatro horas en reposo a fuego lento sin removerlo. Perfecto; tiempo suficiente para hablar con Amy un rato, después volvería a ver su poción.
La encontró No le extrañó para nada que la pequeña de los Potter hubiera sido capaz de convencer a la anciana señora Pince para que le abriese la biblioteca y la dejase estar allí durante un rato, después de todo, después de Hermione, Amy era la primera estudiante que se conocía todo ala biblioteca casi tan bien como la bibliotecaria, a parte de la propia Lucía, evidentemente.
-¿Ocupada? –preguntó sentándose frente a su amiga.
Amy levantó la mirada del libro que tenía entre manos y miró a su amiga directamente mientras negaba con al cabeza haciendo que el cabello se moviese con gracia a la altura de sus hombros. Lucía vio como su amiga se lo apartaba de la cara con cierto gesto de frustración.
-Pienso cortármelo en cuanto tenga la más mínima oportunidad y mi madre y Jack no puedan darse cuenta –informó con gesto solemne haciendo reír a su amiga.
-¿Por qué? –indagó Lucía-. Te queda bien así.
-Bromeas –dijo Amy negando con la cabeza-. Me agobia tenerlo largo, es un fastidio, sobretodo cuando hago Pociones… tengo que tener cuidado continuamente… No sabes lo que es eso –Lucía la miró enarcando una ceja y Amy sonrió al ver que su amiga agitaba en su mano uno de sus rizos rubios que llegaba hasta la cintura-. De acuerdo, puede que sí lo sepas, pero tú estás acostumbrada… Pero no creo que hayas venido a hablarme de mi peinado ¿no?
Lucía sonrió a medias. Amy siempre había sido una chica muy perspicaz, demasiado quizá y todo, aunque era divertido ver como la chica más perspicaz del grupo era la única que no se daba cuenta de que Jack estaba enamorado de ella desde hacía mucho tiempo.
-La verdad es que no. Sólo quería hablar un rato.
-¿Y los demás? –Lucía se encogió de hombros pese a saber donde estaban todos y cada uno de ellos en aquellos precisos momentos-.De acuerdo, ¿qué quieres?
-¿Yo? ¿Por qué habría de querer algo más que pasar un rato con mi mejor amiga? –Amy la miró de forma sarcástica mientras se cruzaba de brazos sobre la mesa. Lucía suspiró, sabía que Amy sería la más perspicaz de todos ellos-. Sólo quería pasar un rato contigo antes de que… antes de que todo esto empiece.
Los ojos de Amy adquirieron un tono oscuro que Lucía sólo había visto en una ocasión; durante el funeral de Mark, el mejor amigo de Amy que había muerto hacía ya algunos años.
-No digas tonterías… -dijo Amy agitando la mano; Lucía estaba segura de que lo había hecho más para alejar los pensamientos de su cabeza que por otra cosa.
-Entonces, no me hagas decirlas –le contradijo Lucía estrechando sus ojos mientras sonreía de forma amistosa. Amy le devolvió el gesto.
-¿Cómo sabías que estaba aquí? –preguntó la chica morena.
Lucía se encogió de hombros y estirando su mano con la palma hacia arriba, dejó que una esfera rojiza saliese de su mano antes de hacerla girar varias veces modelándola hasta formar una pequeña hada de fuego que cubrió con su otra mano invocando el hielo provocando una delicada figura de cristal donde las llamas jugaban dentro del diminuto cuerpo del hada, produciendo varios destellos.
-Claro… tus poderes… notaste mi aura –no era una pregunta.
Lucía se encogió de hombros mientras depositaba la pequeña figura de cristal sobre la mesa.
-No necesito mis poderes para saber dónde estás Amy –le dijo con ironía-. Siempre estás en la biblioteca, al menos cuando no estás en clase… -añadió divertida-. Y ahora que lo pienso, cada vez que te he visto, desde que nos conocimos, llevabas un libro en alguna parte.
-¡Eso no es cierto! –protestó Amy maldiciéndose interiormente al notar que se estaba sonrojando.
-Sí lo es; escondiste aquel libro en tu mochila la vez aquella en que fuimos de excursión con nuestros padres, y aquel día que fuimos de compras a un centro comercial muggle desapareciste en la primera librería que viste, y aquel otro día en que habíamos planeado un día de playa y tu padre te requisó todos los libros para que no pudieras llevar ninguno, fingiste enfermarte para poder descansar en la caseta del socorrista donde había libros que, por supuesto, tú leíste… y aquella vez que…
-Vale, vale… he entendido tu punto… -dijo sonrojada-. Pero no es cierto que últimamente siempre esté en la biblioteca cuando no tengo clases… -insistió.
-Cierto… últimamente cuando no tienes clase estás con Jack, no en la biblioteca –se apresuró a rectificar Lucía aún divertida por la expresión de su amiga.
Amy la miró con los ojos entrecerrados antes de sonreír con timidez.
-Cállate… odio cuando tienes razón y lo sabes y además de saberlo lo demuestras con tus ironías constantes… -Lucía se encogió de hombros-. ¿Herencia Malfoy o Granger?
-Malfoy –contestó sin dudar la rubia. Amy dejó escapar una leve risita-.¿Qué puedo decir? Estoy orgullosa de quién soy –Lucía miró a su amiga en medio del silencio cómplice de la biblioteca-. Gracias.
-¿Por qué? –preguntó Amy.
-Por conocer la biblioteca de mi madre tan bien como ésta –contestó Lucía-. Por saber qué hacer para ayudarme… -Amy se removió incómoda en su asiento mientras le ofrecía una rápida sonrisa tímida a su amiga. Lucía le sonrió de vuelta, estaba claro quién de los dos hermanos Potter había heredado el carácter tímido y las ganas de pasar desapercibido de Harry-. Sólo tengo una pregunta.
-¿Cuál? –preguntó Amy.
-¿Por qué no dejas que los demás te protejan en lugar de buscar esa protección entre los libros?
-¿De qué…
-Amy, puedes engañar a tus padres, a Adam, Dani, Jack, incluso a tu hermano, pero no pretendas engañarme a mí que he estado contigo en casi todos los momentos importantes de tu vida –elevó una mano y empezó a contar-, tu primer vuelo en escoba, tu primera broma, tu primer hechizo, tu primera cita, tu primer beso con Jack…
-¿Cuándo has estado tú conmigo en mi primer beso con Jack? –interrumpió Amy.
-Eso no viene al caso –desestimó la rubia con gran agilidad adquirida durante los años en que había tenido que mentir a su madre para hacer algo que ella no aprobaba. –Amy la miró de forma reprobatoria-. El punto es que insistes en buscar la protección en hechizos y conjuros que los libros te dan pero no eres capaz de aceptar la protección que tanto tus amigos como tu hermano y tu novio llevan años queriéndote prestar.
-No creo que seas la más indicada para reclamarme algo así –le dijo enarcando una ceja-, después de todo, eras tú quien insistías en perder tu magia antes que aceptar una parte de la nuestra…
Lucía la miró de forma fulminante.
-Ese tampoco es el punto que estamos tratando… sólo quiero saber el motivo por el que lo haces… -Amy se encogió de hombros. Lucía suspiró.
-Supongo que… desde la muerte de Mark… pensé que quizá era mejor defenderme yo sola que dejar que los demás de protegiesen… -dijo finalmente.
-Amy… lo que le pasó a Mark fue un accidente; sé que era tu mejor amigo… pero también sé que a él no le gustaría que hubieras alejado a todos de tu lado por su culpa, aunque sea de forma indirecta –Amy sonrió. No, sabía que no le hubiese gustado la idea en absoluto-. No te estoy diciendo que dejes que Jack y Jamie tomen decisiones por ti, porque no creo que ni tú les dejaras ni ellos quisieran –Amy dejó escapar una leve risa de conformidad-, sólo te estoy diciendo que a veces… quizá… deberías dejar que ellos te protejan… o al menos, que crean que lo hacen…
-¿Por qué me dices esto ahora? –preguntó Amy. Lucía rehuyó su mirada.
-¿Por qué no? –se encogió de hombros-. Me tienes preocupada y no quiero que un día de estos te salgan raíces en el suelo de la biblioteca –añadió bromeando.
Amy le sonrió de vuelta. Lucía tomó la pequeña hada que había creado de cristal y la desplazó con una ligera ráfaga de viento sobre la mesa hasta situarla frente a Amy.
-Sólo piénsalo ¿de acuerdo? Jack te quiere y quiere cuidar de ti… déjale que lo haga –se encogió de hombros mientras se levantaba y caminaba hacia la salida-, después de todos estos años enamorado de ti, desde prácticamente que te conoció, creo que se merece el derecho a cuidarte ¿no?
Justo cuando atravesó las puertas de la biblioteca escuchó la voz de Amy.
-¿Desde que me conoció?
Lucía rió y su risa resonó por el pasillo. Miró la hora del reloj y se aseguró de llevar las raíces de sándula y las babas de troll en el bolsillo; era la hora de añadirlas a la poción.
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Había quedado con Adam en el aula de astronomía, en la torre norte, con la excusa de que le mostrara algunas constelaciones que aún no dominaba y que necesitaba saber para terminar sus tareas de verano sobre esa asignatura. Cosa que era completamente falsa, ya que gracias a las horas que había pasado en la biblioteca, su conocimiento sobre astronomía, al igual que el resto de asignaturas impartidas en Hogwarts, estaba muy por encima del nivel que debería tener.
Parecía que incluso las estrellas se hubiesen de acuerdo para mostrar el cielo más hermoso de todo el verano; formaban constelaciones y figuras en el firmamento, algunas conocidas, otras no tanto, pero figuras al fin y al cabo. Lucía había leído sobre ellas, su madre le había regalado un libro sobre mitología y las historias y leyendas que rondaban cada una de las constelaciones cuando tenía ocho años, libro que ella había leído ávidamente cada noche durante todo un año.
-Son bonitas ¿verdad?
Lucía se giró sin siquiera asustarse, había notado el aura de Adam desde el otro lado de la puerta. El chico se acercó hasta la ventana donde ella estaba recostada mirando el cielo y le sonrió.
-Sí, lo son.
-Te hacen sentir pequeñito e insignificante ¿verdad?
-Yo siempre me siento así –se encogió de hombros con total naturalidad ocasionando una leve risita de él.
-¿Y bien? –preguntó Adam mirando a Lucía por primera vez -. ¿Empezamos?
Dos horas. Ese fue el tiempo que pasó junto a Adam mirando estrellas, reconociendo constelaciones, buscando estrellas y de vez en cuando, con la gran oportunidad de ver alguna que otra estrella fugaz caer por su propio peso. Era increíble como el tiempo se pasaba volando cuando Adam estaba al lado de ella; entre bromas y juegos el chico era merecedor del título que en Gryffindor le habían impuesto como profesor substituto de la profesora Sinistra, que ocupaba actualmente el cargo de profesora de astronomía. Y es que Adam era capaz de explicar en diez minutos lo que ella explicaba en una hora y por si eso fuera poco, los chicos que lo escuchaban retenían su información.
Lucía se alegraba de tener un amigo como él, a pesar de que no lo hubiera dicho muy a menudo…
-Vamos… te acompaño hasta la habitación de tus padres –dijo Adam una vez hubieron guardado todo el material.
-¿Podemos quedarnos un rato más? –Adam la miró -. Alex debe de estar dormido y mis padres… emm… -se encogió de hombros-… seguramente anden un poco ocupados, quiero darles tiempo.
Adam sonrió pero se sonrojó ante el comentario sexual implícito que llevaba el mensaje de su amiga; estaba claro que ella y él no habían sido educados de la misma manera; Lucía era capaz de hablar de sexo en cualquier terreno y con cualquier persona expresando sus pensamientos y hablando en voz alta expresando sus temores, bastante normales para una chica de su edad; seguramente Hermione y Draco se habían encargado de hacerla sentir cómoda con ese tema y no decirle que era un tema tabú o vergonzoso como parecía que hacían la mayoría de padres. Él sin embargo, no era ni de un grupo ni del otro; si bien era cierto que su padre Bill era abierto y espontáneo, se podría decir que hubiese heredado ese carácter a la hora de tratar la sexualidad, pero se equivocaban, y su madre Isbelle tampoco se quedaba atrás, era demasiado vergonzosa para hablar de según que temas; así que por uno o por otro, la conversación más larga sobre sexo que Adam había mantenido con sus padres había durado dos minutos y sólo cuando él tenía siete años. Después de aquello, simplemente se dedicaban a ignorar ese tema por un mutuo acuerdo silencioso que jamás habían expresado.
-¿Quieres ver más estrellas? –preguntó Adam.
-Prefiero hablar contigo –le dijo la chica-. Hace mucho que no hablamos, ¿no te parece?
Adam asintió y se dejó caer sentado en el suelo con la espalda recostada contra el muro de la pared.
-¿Y de qué quieres hablar?
-¿Cómo van tus chicas? –preguntó ella curiosa.
Adam torció la boca en un gesto claro de sonrisa tímida y avergonzada, aunque Lucía no supo descifrar si era vergüenza ante la pregunta o vergüenza por lo que él hacía con las chicas.
-¿Tú también vas a reclamarme por mi comportamiento en los últimos años? –preguntó ligeramente molesto -. Tengo bastante con Danielle, gracias.
-No quiero reclamarte nada Adam, jamás lo haría –le dijo ella sonriendo-. Sólo… ¿por qué lo haces? ¿Qué ganas con jugar con todas esas chicas?
-No juego con ellas –se defendió el pelirrojo.
-¿No? ¿Y cómo llamas tú al hecho de enamorarlas, ilusionarlas, pasar un par de días agradables con ellas y luego dejarlas para liarte con la siguiente chica que se te cruza por delante? –le preguntó ella de forma irónica mientras cruzaba sus brazos y enarcaba una ceja.
-Ellas se lo pasan bien durante unos días y yo también –se encogió de hombros-. Nada más.
-¿Has mantenido una conversación con ellas después de haberlas dejado con estúpidas excusas? –Adam enrojeció ante esa pregunta y Lucía sonrió de forma satisfactoria-. Lo suponía.
-Lucía, te quiero mucho como amiga… pero no creo que debas meterte en mi vida privada.
-Precisamente por eso me meto Adam, porque soy tu amiga, pero estoy considerando dejar de serlo ante la actitud que mantienes –Adam la miró entrecerrando los ojos en un intento de intimidarla, pero para Lucía que había crecido bajo la mirada de Draco sabía que aquello era pura fachada y que Adam jamás podría maldecirla tal y como sus ojos indicaban en aquel momento que haría si no cambiaba el tema rápidamente. Suspiró frustrado-. ¿Por qué lo haces?
-¿Por qué no? También lo hicieron conmigo… -añadió en un leve susurro.
Lucía lo miró de forma comprensiva.
-¿Te dolió? –Adam la miró confundido-. Cuando ella te dejó, te dolió que lo hiciera, ¿verdad? –el pelirrojo asintió sin saber a donde quería llegar su amiga-, ¿qué sentiste?
-Ira, dolor, tristeza, enojo, soledad, culpabilidad… -sonrió con cierto cinismo-… me culpé creyendo que yo era quien tenía algo malo y que por eso no quería estar conmigo…
-Adam… -le habló con suavidad-… ¿te das cuenta de que todo eso que tú sentiste es lo que estás haciendo sentir a todas esas chicas a las que dejas para estar con otra?
Los ojos de Adam se abrieron de par en par al escuchar las palabras de Lucía. No. Realmente no lo había pensado; él simplemente se había limitado a hacer el mismo daño que le habían hecho a él; se había limitado a jugar con todas y cada una de aquellas chicas con las que había estado sólo para ahorrarse el enamorarse de ellas y volver a sufrir como lo había hecho con la chica que le destrozó el corazón.
Con la capacidad de leer la mente que Lucía tenía sin llegar a recurrir a sus poderes, la chica rubia le sonrió.
-No quieres para no ser querido y para no querer para evitarte el daño… -le susurró-… pero así sólo consigues dañarte más, Adam… Estás jugando a un juego peligroso… A veces, es mejor amar con todo el corazón y dejar que a uno se lo rompan que ir destrozando los corazones de los demás…
Adam la miró.
-¿Desde cuándo sabes tanto de relaciones? –le preguntó con una media sonrisa.
Lucía se encogió de hombres
-Supongo que desde que maduré –lo miró de forma significativa-, cosa que no se puede decir de todo el mundo… -le sonrió a medias con cierta autosuficiencia que al mayor de los Weasley le recordó a Draco en sus mejores clases de pociones.
-No deberías criticar las acciones de los demás –le dijo Adam en un intento de defenderse de las palabras de ella aún sabiendo que Lucía tenía razón.
-No pretendo criticarte Adam, sino hacerte ver lo que estás haciendo; teniendo en cuenta que no has escuchado a Dani y que has preferido girar los ojos cada vez que alguna de las chicas con las que has estado te han pedido una explicación coherente… -le sonrió y probó otra cosa-… ¿qué ocurriría si a alguna de nosotras un chico nos hiciera lo mismo que tú estás haciendo?
Adam no pudo evitar esbozar una sonrisa. Lucía también sonrió. No era necesario que contestara, ambos sabían la respuesta; cualquier que se atreviera a jugar con los sentimientos de alguna de ellas sufriría varias maldiciones procedentes de la varita del pelirrojo.
-¿Por qué me cuentas todo esto? ¿Por qué este interés repentino en hablar conmigo sobre esto? –preguntó Adam.
-¿Y por qué no? –le sonrió e inclinándose hacia un lado le dio un beso en la mejilla pecosa-. Después de todo, eres mi amigo, y para eso están los amigos, para las cosas buenas y las malas ¿no? –Adam sonrió-. Al menos eso fue lo que me enseñó cierto pelirrojo hace bastante tiempo –él no dijo nada. Lucía tampoco; no era necesario. La chica se levantó del suelo y se dirigió hacia la puerta.
-Lucía, gracias… intentaré arreglar lo que he estropeado… -ella le sonrió de vuelta antes de abandonar el aula.
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Cien gramos de cuerno de dragón, tres pelos de la cola de un unicornio y dos gotas de rocío recogidas con la primera luz del alba.
Tres giros a la derecha, dos vueltas en el sentido contrario a las agujas del reloj y avivar el fuego.
La poción se tornó de un color dorado pálido. Lucía miró el contenido; todo estaba bien. La poción iba perfectamente a tiempo. Lo conseguiría.
Encontró a las dos pelirrojas cerca de las mazmorras, demasiado cerca en realidad, de la entrada donde se suponía que estaba la sala común de Slytherin. Ambas cuchicheaban en un rincón oscuro pendientes de su alrededor, pero no lo suficiente para darse cuenta de la presencia de Lucía.
-Si Snape os encuentra tan cerca de su casa, os castigará lo que queda de verano. –les advirtió.
Ambas chicas se giraron sobresaltadas y con cara de culpabilidad, bueno, al menos Danielle; Jen había desarrollado a lo largo de su corta edad una cara angelical de total inocencia que se instalaba en s rostro de forma mecánica cada vez que creía que le habían pillado haciendo alguna travesura, cosa que había ocurrido demasiado a menudo para consternación de todos aquellos que habían sufrido las bromas de la pequeña pelirroja.
-¡Nos has dado un susto de muerte! –exclamó Danielle indignada mientras se llevaba la mano al corazón-. Da gracias a que aún sigue latiendo y no me ha dado un infarto aquí mismo… ¿qué pretendías?
Lucía sonrió divertida.
-Mejor yo que Snape, ¿no? –preguntó mirando a las dos chicas-. ¿Se puede saber qué diablos estáis haciendo?
-Vigilar la entrada y buscar puntos débiles para cerrar la entrada de forma provisional –anunció con solemnidad Jen mientras los ojos de Dani brillaban divertidos.
-Pensáis hacerlo en cuanto acabe la cena del primer día, ¿verdad? –afirmó Lucía más que preguntó. Las dos pelirrojas afirmaron. Lucía suspiró; esas dos nunca iban a cambiar, pero no les hacía falta-. Tened cuidado de que no os pillen, no me gustaría tener que estar separadas de vosotras sólo porque estáis castigadas de por vida… -les sonrió.
-¿Nos estabas buscando? –preguntó Jen.
-Sí, quería daros esto –les sonrió mientras sacaba un viejo libro amarillento de su bolsillo y lo agrandaba ante los ojos de las dos chicas con un sencillo movimiento de mano.
-¿Qué es?-le preguntó Dani tomando el libro.
-Un libro escrito por Draco Malfoy y Blaise Zabinni relatando todas las bromas que les jugaron a los miembros de otras casas…. –las chicas se miraron entre sí y Lucía sonriendo añadió-… y lo más importante… el modo de que culparan a otros en lugar de a ellos.
-¡Esto es un tesoro! –gritó Dani apretando el libro contra su pecho -¿De dónde lo sacaste?
-Lo escribió Draco Malfoy ¿recuerdas? –dijo con burla la rubia-. Malfoy es mi apellido, así que supongo que Draco Malfoy es mi padre por lo que pude acceder a él y…
-Vale, vale, lo he captado –dijo Dani demasiado interesada en abrir el libro mientras que Jen empezaba a pasar las páginas -. ¿No tendrás problemas por habérnoslo dado?
Se encogió de hombros. No podía decirles la verdad, que no podía tener más problemas de los que ya tenía y que podía morir en un par de días, así que mintió, tal y como le había aconsejado su padre en numerosas ocasiones: si no puedes decir la verdad sin dañar a nadie, di una mentira que no haga daño.
-No; es sólo una copia –afirmó-. El original lo tiene él en su despacho.
-¿Has visto esto? –preguntó Jen señalando una página. Dani sonrió al leer por encima la broma-. ¡Lucía, esto es genial! ¿Cómo podemos pagártelo?
Dani asintió fervorosamente. Lucía suspiró mientras rodaba los ojos al ver que sus dos amigas la miraban casi con idolatría; empezaba a saber cómo se sentía Harry cuando los demás le miraban como el "salvador del mundo" aún sin querer serlo.
-Sólo prometedme que lo utilizaréis bien y que sobre todo, no haréis nada de eso cuando estén cerca mi padre o Blaise… podrían reconocer alguna de sus bromas… Y entonces las tres estaríamos metidas en un buen lío –añadió con una sonrisita traviesa.
-Lo prometemos solemnemente –dijeron las dos chicas colocando una mano en el corazón tal y como hacían los niños pequeños.
Lucía sonrió y negó con la cabeza al darse cuenta de la burla en las palabras de sus amigas. Miró el reloj. En veinte minutos debía añadir el último ingrediente a la poción.
-Nos vemos más tarde, tengo que hacer algo –dijo-. Por cierto, mirar la broma ciento cincuenta y tres, el apartado "b".
Cuando se alejaba por los pasillos pudo escuchar las risas de sus amigas. Risas. Risas era lo que iban a necesitar si nada salía como había planeado.
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Se sorprendió cuando vio a su madre salir del despacho del profesor Jones, pero se sorprendió aún más cuando un aún confuso Harry salió detrás de ella. El profesor Jones miró a ambos con una sonrisa en los labios y antes de que pudiera decir nada, su madre, Hermione Granger, se había abrazado a él en una muestra de cariño y confidencialidad que pocas veces había visto en ella; su madre solía ser muy cariñosa, sí, y no se cansaba nunca de besar y abrazar a su familia, pero con los ajenos a su círculo se mostraba desconfiada y arisca, no por nada había pasado su adolescencia dentro de una guerra que le había enseñado a desconfiar.
Por eso, verla abrazada a aquel hombre con aquella sonrisa, y ver como le susurraba algo en el oído de forma divertida y juguetona le hizo sonreír a ella también; su madre era feliz, y eso era todo lo que podría haber deseado para ella en alguna ocasión.
Harry se rascó la nuca; Lucía sonrió. Conocía lo bastante bien a aquel hombre, no por nada era su padrino, para saber que aquel gesto era el sinónimo de Jamie de revolverse el cabello, signo ambos, de que estaban nerviosos o confusos o que avergonzados; y Lucía sabía que en aquella ocasión era por confusión.
Y confusión era lo que vio en los ojos de Harry cuando después de soltarse del abrazo de Hermione, el profesor Jones se giró hacia él y lo abrazo del mismo modo, en un gesto fraternal que nunca había visto compartir a Harry con nadie; y aunque al principio se mostraba un poco reticente a devolver el gesto, finalmente lo hizo mientras cerraba los ojos. Y Lucía no pudo hacer nada menos que sonreír.
Giró sus pasos por donde había venido; quizá no era el momento más adecuado para despedirse del profesor Jones ni para hablar con él; quizá no era el momento ni el día; quizá no pudiese hacerlo… Pero no le importaba; le había bastado ver los gestos de su madre y su padrino para saber que el profesor Jones se había mostrado como Ronald Weasley ante los dos y que, el triángulo que durante tantos años había habitado en Hogwarts volvía a estar unido, al menos, todo lo unido que podían.
No, definitivamente, no era el mejor día para hablar con el Jones.
La enfermería estaba vacía a excepción por el cuerpo de Jamie bajo las sábanas y mantas de la cuarta cama de la fila de la izquierda. Lucía se deslizó hasta allí con sumo cuidado de que no la viesen. Seguía dormido. Apartó un mechón rubio del rostro del chico y lo miró con la infinita ternura que él siempre había despertado en ella. Bañado con la luz de la luna, el rostro de Jamie parecía tranquilo y sereno, relajado, nada que ver con el agitada y rebelde chico que no podía estar quieto en el mismo lugar por más de dos minutos seguidos.
Se había movido entre sueños y tenía la sábana a medio cuerpo, a la altura de la camisa del pijama; un brazo reposando entre el pecho y el abdomen y el otro colgando fuera de la cama. Lucía sonrió y, tal y como había hecho cientos de veces con Alex, colocó los brazos del chico en posición cómoda antes de taparlo con las sábanas hasta al altura del pecho; no quería que se resfriase por una mala noche de sueños revueltos.
Una semana… llevaba una semana dormido y aún no despertaba. Su padre le había dicho que era normal debido a la gran cantidad de energía que había tenido que soltar para soportar la magia de los chicos durante tanto tiempo y había añadido que seguramente dormiría un par de días más. Pero durante toda la semana no había pasado ni un solo día que no hubiera pasado por la enfermería para estar con él aunque fueran unos minutos; sonrió; minutos que se convertían en horas.
Sólo le faltaba él. Sólo le faltaba despedirse de él y no quería hacerlo; no sabía cómo hacerlo.
Se sentó en la cama de Jamie y lo miró en silencio durante unos segundos. Era su amigo, su confidente, su guardián, su todo… y su nada… ¿cómo despedirse de alguien que lo significa todo para ti sabiendo que tienes la posibilidad de ser la última vez que lo veas?
Era imposible decirle todas las cosas que quería decirle; era imposible darle las gracias por haber iniciado una amistad que había durado años, e imposible de agradecer las veces que había estado a su lado ayudándola y apoyándola; era imposible pedirle perdón por todos los castigos que él había recibido por su culpa y era imposible hablarle de todas las cosas que habían hecho juntos durante el tiempo que se conocían.
No podía hablarle de lo que sentía cuando estaba cerca de él, ni del momento en que lo había empezado a sentir; tampoco podía hablarle de lo que significaba que a veces bastase con mirarse a los ojos para saber lo que el uno quería decir; tampoco podía decirle que quizá esa era la última vez que vería su rostro…
Demasiadas cosas por decir y muy poco tiempo. Llevaba la pequeña botellita de cristal en su bolsillo con la poción preparada; media hora de reposo y sería el momento de tomarla, y toda su vida y su futuro se decidiría en aquel momento.
Sí, demasiadas cosas por decir y muy poco tiempo…
Sonrió mientras se inclinaba hacia el rostro del chico y lo besaba en la frente.
-A veces… cuando no sabes que decir… -susurró cerca de su rostro-… cuando no sabes expresar todo lo que quieres decir… es mejor… actuar…
Sin saber de donde sacó el valor, besó dulcemente los labios de Jamie; un dulce tacto con sabor a chocolate y limón, dulces, fríos en aquel momento, suaves… Un beso que le transmitía lo que sus palabras no podían decir… Te quiero por ser mi amigo, te quiero por estar a mi lado siempre, te quiero por ayudarme siempre, te quiero por ser quién eres, te quiero por ser cómo eres, te quiero por aceptarme, te quiero porque me haces feliz, te quiero porque a tu lado siempre sonrío, te quiero por lo que me haces sentir, te quiero por no cambiar nunca pese al paso del tiempo… Simplemente… te quiero.
Lucía se separó de él aún con suavidad y si se hubiese fijado en el rostro de él, hubiese visto como una dulce sonrisa empezaba a surcar la cara de Jamie. En lugar de eso, Lucía se tumbó en la cama de al lado y antes de pensarlo siquiera, se bebió la poción en silencio.
Se relajó, cerró sus ojos y se durmió. Era la hora de enfrentarse a su destino… después de todo… ya se había despedido de su presente únicamente por si no salía de su enfrentamiento.
Jamie notó el sabor de chocolate y limón mezclado en sus labios cuando abrió los ojos. Giró la cabeza buscando a alguien. Una carta sobre su mesta de noche le llamó la atención; más que nada, por estar sobre un viejo libro que jamás había visto.
Giró de nuevo la cabeza hacia el otro lado. El cuerpo de Lucía parecía descansar sobre una de las camas. Extrañado se incorporó para mirarla; en sus manos, una pequeña ampolla de cristal. Frunció el ceño.
Estiró la mano y abrió el libro por la página marcada; sus ojos se abrieron al leer la poción; abrió la carta con dedos temblorosos y sus ojos la leyeron con rapidez debido a la fluidez de la caligrafía de Lucía.
-¿Por qué lo has hecho tonta? –le preguntó mirándola. No halló respuesta -¿Por qué lo has hecho?
Bella entró en la habitación sin llamar; uno de los hombre la había mandado llamar al notar que el Nuevo Señor Oscuro no se había levantado de su cama en varias horas y no parecía querer hacerlo; al inspeccionarlo se habían dado cuenta de que estaba bajo los efectos de una poción.
Apartó al hombre que lo estaba mirando en aquel momento y reparó en el rostro contraído de quien podría haber sido su hijo y se había convertido en un monstruo. Levantó sus párpados y vio como sus pupilas demostraban estar inconsciente. Su piel estaba fría y el aura de su magia lo rodeaba en una especie de escudo para protegerlo.
Suspiró al encontrar una botellita con restos de poción cerca de sus manos, sobre la cama; la tomó y la olió repetidas veces para asegurarse de que no se equivocaba. Miró el cuerpo durmiente de Réficul.
-Así es como lo hacías… -murmuró-… ahora sólo depende de ella…
-¿Señora?
Bellatrix se giró hacia los cuatro hombres que guardaban las habitaciones de Réficul.
-Fuera –ordenó sin dar más explicaciones-. No quiero que nadie entre en esta habitación hasta que yo lo ordene –uno de los hombres iba a replicar algo pero se lo pensó mejor al ver la mirada de Bella.
-Sí, señora –dijeron al mismo tiempo.
Tan pronto se hubo quedado sola, Bella miró de nuevo a Réficul.
-Así que este es el principio del fin… -le dijo-… y ahora… ¿en qué bando se supone que estoy? ¿qué se supone que debo hacer?
En un gesto puramente maternal e instintivo, se atrevió a rozar la frente de Réficul para apararle los cabellos negros que caían sobre sus ojos cerrados. Jamás lo había hecho; jamás se había atrevido a rozar la piel de su propio hijo… Fría. No se sorprendió al encontrarla fría, después de todo, la frialdad formaba parte de él desde el día de su nacimiento.
-Mi pequeño… -murmuró con una media sonrisa-… ¿qué es lo que he hecho con tu vida? Debí de haberte cuidado y criado como un hijo, no como el descendiente de la oscuridad… Ahora es demasiado tarde.
Lucía abrió los ojos. La figura imponente de Réficul se alzaba a unos metros de ella, descansando cómodamente en un único sillón rojo oscuro; el color de la sangre, a juicio de la chica rubia.
-Veo que ya has llegado –dijo él-. ¿Sigues sin querer darme tu poder por propia voluntad?
-Jamás haré algo así –contestó Lucía levantándose del suelo.
-Sólo tienes que unirte a mí… -le pidió él una vez más mientras sus ojos negros recorrían la esbelta figura de la chica-… te daré todo el poder que una vez has podido desear.
-¿A cambio de muertes de inocentes, oscuridad y sangre? –negó la cabeza un par de veces con una sonrisa sarcástica-. Me temo que no.
Réficul se levantó de su asiento. Su figura imponente vestida de negro frente a los ojos de Lucía. Un gesto con su mano y una espada de hoja afilada y empuñadura tallada en piedra negra con runas inscritas en ella apareció en su mano derecha. Lucía observó cada giro que el arma daba en poder de su enemigo. Cada destello, cada giro, cada corte al aire, desprendía un aura oscura y negra que helaba la sangre.
-En ese caso, tendremos que pelear –dijo él con resolución simple.
Lucía sonrió.
-Me parece bien –contestó ella.
Unió sus manos al frente concentrándose levemente en su propio poder interno. Notó el escudo de calor que la rodeaba y la tan conocida presencia de la magia de sus amigos que se adaptaba a la suya para fortalecerla. De la nada, salió una espada con la hoja afilada y la empuñadura en forma de cruz decorada con piedras rosadas y runas de protección, que ella misma había grabado.
Si aquello fue una sorpresa para Réficul no lo sabría nunca porque tenía sus ojos cerrados mientras realizaba el cántico de forma interna.
-"Que la luz sea mi aliada, que la luz venza a la oscuridad. Protégeme de la presencia de las tinieblas y sesga con juicio el alma de mis enemigos. Invoco al poder de los cuatro elementos y ofrezco mi vida a cambio de ello. Guíame en el camino de la esperanza y la bondad"
Abrió los ojos y giró un par de veces su arma creada con su propia energía. Sonrió de forma sarcástica y adoptó la posición de guardia mientras la espada elevada a la altura de su cara parecía dividir el rostro de la chica en dos partes con su hoja haciendo de frontera entre ambas partes.
-¿Empezamos?
Réficul sonrió. Sí, era un día hermoso para recuperar el poder completamente.
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Hola! Se terminó el capítulo!
Que tal? Os ha gustado la forma en que se ha despedido de todos y cada uno de los chicos antes de tomarse la poción para caer inconsciente y poder enfrentarse a Réficul?
Dejadme vuestras opiniones en el código postal que aparece…
Ups, perdón, me equivoqué, eso es en la tele… jajajajaja; dejadme vuestras opiniones y reviews donde siempre ok?
Nos vemos en el siguiente y último capitulo de Nueva esperanza.
Un besito para todos, sed buenos y leed!
Nos leemos pronto!
