"Hay en el perfume una fuerza de persuasión más fuerte que las palabras, el destello de las miradas, los sentimientos y la voluntad. La fuerza del perfume no se puede contrarrestar, nos invade como el aire invade nuestros pulmones, nos llena, nos satura, no existe ningún remedio contra ella."
Patrick Süskind, "El perfume"
Aquella mañana, y a pesar de la noche de insomnio, Ron se levantó de un inusual buen humor. Hacía tiempo que no estaba tan contento, lo que no quiere decir que se hubiese transformado de la noche a la mañana en la alegría de la huerta. Sencillamente, su primer pensamiento del día no fue "la vida es una mierda", que era lo más habitual. Sabía que ese cambio de actitud se debía en gran parte a Ginny y a Harry, y decidió hacerles una pequeña visita al salir del trabajo. Compró una planta de flor de pascua en un puesto a la salida del metro, y regresó a casa de su hermana, que le recibió con una sonrisa de oreja a oreja.
- Esperaba que a partir de ahora nos veríamos más a menudo, pero me sorprende que no hayan pasado ni 24 horas y ya estés de vuelta.
- ¿Qué tal está Harry?- preguntó Ron, dándole a su hermana la planta, que llevaba oculta en la espalda.
- ¡Oh, Ron, flor de pascua¡Es preciosa!. Y, respondiendo a tu pregunta: Harry está genial, gracias. Ha ido a ver a su médico de San Mungo, la doctora Claire Foster, que es un clon de Luna en todos los sentidos, pero con el pelo castaño. Ella venía a verle aquí cada semana. Supongo que habrá montado una fiesta o algo así ¿Vendrás esta noche a cenar a casa?
"¿A casa?" Ron se quedó un tanto perplejo: aquel día debía ser muy importante, si había cena familiar en La Madriguera, pero ¿qué era lo que se le estaba olvidando?
- Ronald, hoy es Nochebuena ¿recuerdas?- preguntó Ginny, mirándolo con cautela como si fuese un bicho raro- ¿O te crees que todo ese rollo de las luces, el acebo y los villancicos tienen que ver con un brote de locura colectiva?
- Perdona, no se donde tengo la cabeza. No, no creo que vaya a casa esta noche, aunque será genial ver la cara que se le queda a mamá cuando vea entrar a Harry tan fresco como una lechuga.
- Pues entonces ven y compruébalo por ti mismo- sugirió ella.
- No estoy preparado.
Ginny negó con la cabeza, sin ocultar su preocupación. De nuevo parecía la madre de Ron en lugar de su hermana pequeña.
No quiero ser dura contigo, pero Hermione lleva cinco años muerta y eso no va a cambiar. Tienes que superarlo, Ronald. No te digo que la olvides, pero tienes que aceptar la pérdida y volver a vivir. Esta noche es el momento perfecto para empezar. Venga, mamá estará encantada de volver a verte. Te echa muchísimo de menos.
- Dejando a parte tu falta de tacto y tu forma de tratarme como si tuviese seis años, lo único que puedo decirte es que no se trata de una cuestión de voluntad. Además, tendría que dejar sola a Luna. Sería muy cruel por mi parte.- pretextó Ron.
- Pues tráetela, ya sabes que al final a nuestra mesa acaban sentándose más no- Weasleys que Weasleys. Somos como una comuna hippy.
- De acuerdo, admito que lo de Luna es una excusa ¿vale?- reconoció él- Pero no puedo ir a casa como si nada. ¿Tú sabes lo… alegres que van a estar todos? Cuando estás rodeado de gente eufórica y no eres capaz de compartir esa felicidad, acabas sintiéndote muy, muy mal.
Ginny pareció rendirse
- Por lo menos te quedas a tomar un té ¿no?- murmuró, con una nota de amenaza en la voz que no dejaba opción a rechazar el ofrecimiento.
Ron se sentó en el mismo sofá en que la noche anterior había jugado al ajedrez con Harry, en lo que había sido uno de los momentos más surrealistas de su vida. Ginny colocó la planta sobre una televisión de aspecto centenario, que probablemente ni siquiera funcionaba, y desapareció tras la puerta de la cocina. Un par de minutos después, regresaba con el té y un par de pedazos de bizcocho de chocolate casero de aspecto apetitoso.
- Oye ¿puedo preguntarte algo muy personal?- dijo Ron, entre bocado y bocado de bizcocho.
- Vale, pero no te pases- advirtió ella.
- ¿Harry y tú sois solo amigos o tengo que partirle las piernas?
Ginny se echó a reír y contestó:
- Es un poco pronto para pensar en eso ¿no te parece?. Todavía estamos adaptándonos a nuestra nueva situación. Pero creo que es evidente que tarde o temprano… bueno, tarde o temprano tendrás que presentarte aquí para matar a Harry de una paliza. Claro, que te advierto que como le toques un pelo, te haré papilla con mis propias manos.
Ron se echó a reír, recordando la época en que Ginny había salido con Dean Thomas, y los instintos asesinos que le despertaban cada vez que veía a su hermana con un chico, aunque aquel chico fuese su mejor amigo. Ginny pareció leerle el pensamiento, porque también se echó a reír y dijo:
- ¿Qué, te estás acordando de los numeritos que montabas cada vez que te daba la neura de "hermano sobreprotector"?
Cuando Harry regresó a casa, los dos hermanos iban por la tercera taza de té y no habían dejado de reír mientras rememoraban anécdotas de su etapa en Hogwarts, desde la mítica huida de los gemelos hasta la transformación de Malfoy en hurón.
- Bueno, ya va siendo hora de volver a casa.- reflexionó Ron- Se está haciendo un poco tarde.
- Le diré a mamá que estás bien. ¿seguro que no quieres venir?- preguntó Ginny, en un último intento de convencer a su hermano.
- Segurísimo- contestó él- Tal vez el año que viene. Pues me marcho. ¡Suerte, Harry¡La necesitarás para soportar el acoso de mi familia!
- Y para aguantar a Fleur- añadió Ginny- Cada vez que me acuerdo de que ya no es Fleur Delacour, sino Fleur Weasley, me entran escalofríos.
Ron murmuró "y con razón" mientras salía por la puerta. La risa de Harry le acompañó mientras atravesaba el descansillo y regresaba a la calle.
Nochebuena.
Ron odiaba la Nochebuena. No siempre había sido así, naturalmente. Hasta cumplió los diecisiete, de hecho, había sido su momento preferido del año. Pero, desde que ella desapareció, se había convertido en un día triste. Mientras caminaba de vuelta a casa, pensó que, por una vez, era injusto sentirse así. Había vivido cosas extrañas y maravillosas los últimos días. Pero, aunque a Luna pareciese hacerle feliz ir por ahí viendo como la vida de los demás mejoraba casi milagrosamente, él se sentía incapaz de compartir esa visión ingenua y optimista de la vida, y la felicidad ajena solo servía para recordarle lo solo que estaba y lo infeliz que era. Cuando llegó a casa, su amargura se había acentuado, y no se sentía capaz de ver a nadie, ni siquiera a su compañera de piso. Pero no tuvo mucho tiempo para revolcarse en su desgracia, porque, apenas diez minutos después, la chica irrumpía en el piso y le saludaba con su entusiasmo habitual:
- ¡Muy, muy feliz Navidad, Ron¡ Esta es una noche muy, muy especial, y, además, hay luna llena¡ La magia está en el ambiente!
Ron la miró fijamente, con gesto de estupor, intentando encontrar una respuesta que no fuera "¡ lárgate de aquí!"
Bueno ¿qué cenaremos en esta noche tan maravillosa?- continuó ella. Pareció pensárselo un segundo y luego añadió- ¡Ponte el abrigo¡Voy a preparar mi especialidad y necesito un par de ingredientes que solo puedo encontrar en el callejón Diagon!
Apenas dos minutos después, ambos volvían a estar en la calle, y Ron no pudo dejar de sorprenderse al comprobar la facilidad con que Luna le arrastraba en sus expediciones, pese a que por el momento todas le habían parecido absurdas.
- ¿Sabes que no tengo ni pizca de ganas de ir de compras ahora?- protestó Ron, consciente de que, si Luna se lo proponía, era capaz de arrastrarle al fin del mundo.
Acababan de llegar al callejón Diagon, invadido por una multitud que se afanaba en compras de última hora. Comenzaba a nevar de nuevo, cosa que, por lo visto, no le importaba a nadie, salvo a él.
Luna se volvió para mirarle. Durante unos segundos, algo pareció distraerla pero, al momento esbozó una sonrisa traviesa y contestó:
- Bueno, está bien. Te permito que me esperes en otro sitio mientras yo compro todo lo necesario para hacerte vivir la experiencia culinaria de tu vida ¿qué tal si te quedas en Flourish y Botts?. Parece que no hay mucha gente.
Ron se volvió a mirar la librería, y comprobó que, aunque estaba bastante llena, no se encontraba tan abarrotada como las demás tiendas. "En fin- pensó- al menos ahí estaré calentito"
- De acuerdo. Te esperaré allí, pero te aviso que como tardes…
- ¡Tranquilo!- respondió ella, con un tono excepcionalmente alegre incluso para ella. Un segundo después, había desaparecido entre el gentío, y Ron se encaminó a Flourish y Botts, refunfuñando.
Pese a que un centenar de personas se agolpaba en la librería, ella fue lo único en que pudo fijarse al entrar. Llevaba un abrigo de paño color fresa, y una estola de ganchillo beige. Se encontraba de espaldas a él, hojeando distraídamente un tomo de unas dos mil páginas, la "Historia de Hogwarts". El corazón le dio un vuelco esperanzado, pero no era la primera vez que le ocurría, así que no le prestó mayor atención. Sabía quela única solución posible era pasar junto a ella, para desvanecer de un plumazo las ilusiones que, pese a sus esfuerzos, nacían irremediablemente cada vez que creía encontrarla entre la multitud.
A medida que se iba acercando, captó un aroma casi imperceptible que le recordó vagamente a aquella memorable clase de pociones de sexto curso. Pero tampoco eso era tan extraño, puesto que a menudo creía adivinar aquel tenue perfume en el ambiente, como un mensaje sutil dirigido a él y cifrado en un idioma casi olvidado. En realidad, todo era perfectamente normal hasta que escuchó una voz que parecía llegar a través del tiempo.
- Hierba fresca, pergamino nuevo y… algo imposible de olvidar aunque pasase un millón de años.
Ron se quedó literalmente petrificado. Un frío irracional se apoderó de él, y se quedó clavado donde estaba, incapaz de dar un solo paso más.
Pese a que una minúscula parte de sí mismo se había negado a aceptar la verdad y esperaba un milagro, durante los últimos años nunca había contemplado seriamente la posibilidad de que ella regresase sin más a su vida. Y, sin embargo, allí estaba. Los gruesos rizos castaños, rebeldes y desordenados, enmarcaban un rostro a la vez familiar y desconocido. Algo en ella era distinto, pese a que sus ojos color avellana aún brillaban con su habitual luz inteligente y su sonrisa, amplia y cálida, le iluminaba el rostro exactamente igual que en centenares de fotos y de recuerdos.
Aquello era sencillamente imposible. Sin salir de su estupor, Ron alargó la mano hacia el rostro de la chica, íntimamente convencido de que, al contacto, ella sencillamente desaparecería como un sueño evanescente. Pero, en lugar del aire, sus dedos acariciaron aquella piel tibia suave que jamás se había atrevido a tocar en siete años.
- Estás helado.- susurró ella, tomando la mano de él entre las suyas, cubiertas con guantes de lana peluda- La verdad es que no esperaba encontrarte aquí.
Hermione contempló a Ron con curiosidad. Sabía que era él, pero resultaba evidente que había cambiado mucho enaquellos años. Era mucho más alto que la última vez que se vieron, también más delgado, y más pálido que nunca. Tenía un aspecto realmente descuidado, con el cabello sin peinar, y la barba de tres días… bueno, cinco años atrás apenas tenía barba. Pero lo más sorprendente eran aquellos ojos, que nunca le habían parecido tan hermosos, ni tan tristes. Tenía la mirada de alguien que ha sufrido, que se siente solo, que tiene miedo y que, muy a su pesar, es pequeño y vulnerable. La mirada de alguien como ella.
Siempre que Ron se había atrevido a fantasear con que ella seguía viva y volvía (normalmente en estado de semi- inconsciencia), se veía a sí mismo preguntándole furioso que demonios le había retenido lejos tanto tiempo, y por qué no había regresado antes o, al menos, había dado señales de vida. Sin embargo, en ese momento, solo pudo balbucear:
- Eres… real.
- Eso parece.
Tras unos segundos de incómodo silencio, ella volvió a hablar.
- Mentiría si dijese que no esperaba un saludo un poco más… cálido- confesó, tendiéndo insegura sus brazos hacia Ron.
Ronald Weasley, completamente incapaz de tocar a otro ser humano durante cinco años, descubrió sorprendido que se moría de ganas de abrazar a Hermione. De modo que decidió dejarde comerse la cabeza por un momento y la estrechó entre sus brazos, al principio con cuidado, como si ella fuese tan frágil como el cristal y corriese el riesgo de romperse en mil pedazos al menor error de cálculo. Pero cuando sintió el calor de la chica y el olor de su cabello, no pudo evitar abrazarla cada vez más fuerte, pensando de manera inconsciente que no la recordaba tan bajita, pues ella apenas le llegaba a la altura del esternón. Apoyó la barbilla en la cabeza de ella y enterró la cara entre aquellos rizos castaños que llevaba viendo por todas partes y en ninguna desde hacía cinco años, aspirando profundamente aquel perfume que traía el eco de la inocencia perdida, y deseando desvanecerse en él.
Hermione había pasado fuera de Inglaterra mucho tiempo, más de lo que ella hubiese deseado. Pero aunque ya llevaba casi una semana en Londres, no se había sentido de nuevo en casa hasta que no apoyó la cabeza en el pecho de Ron y lo rodeó con sus brazos. Con aquel abrazo, le invadió una sensación de paz y seguridad que creía perdida para siempre.
Ninguno de los dos era capaz de decir nada, sabiendo que cualquier cosa podía acabar con la magia de uno de los pocos momentos perfectos que uno experimenta a lo largo de la vida, uno de esos momentos en que el tiempo y el espacio desaparecen y el silencio es la única forma de comunicación posible, porque las palabras no pueden expresar la mutua comprensión que fluye, muda y elocuente, hasta que la cosa más insignificante hace desaparecer el hechizo. En este caso, la responsable de devolverles a la realidad fue una ancianita de unos setenta años., que cargaba con una pila de libros bastante más alta que ella misma y que chocó contra Hermione. La buena señora murmuró una disculpa, incapaz de ocultar su sorpresa al tropezar con dos jóvenes abrazados en medio de aquella tienda atestada.
Ron y Hermione se separaron y se miraron a los ojos, y luego se volvieron para echar un vistazo a aquella venerable anciana, que negaba con la cabeza un tanto indignada ymascullaba "Esto en mis tiempos no pasaba, vaya juventud. Ya es que no hay pudor ni nada, si mi abuelo me hubiese visto bla, bla, bla…". Cuando volvieron a mirarse, ambos sonreían tímidamente, y sus sonrisas sehicieron más pronunciadasal comprobar que el otro había reaccionado exactamente igual. Hermione no pudo reprimir una leve risita, que contagió inevitablemente a Ron, y antes de que pudiesen darse cuenta, ambos reían a carcajada limpia, como no lo hacían desde sus años de Hogwarts.
- ¿Sabes que esto es muy raro?- dijo Ron, entre risas.
-¿Qué esperabas? Hay luna llena. Y siempre pasan cosas extrañas cuando hay luna llena- respondió ella, también riendo.
Ninguno de los dos podía reprimir la risa, una risa alegre y genuina, de felicidad en estado puro y tan escandalosa que la muchedumbre congregada en la librería se volvió para mirarles. Pero a ellos no les importó.
Por fin se habían encontrado.
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Pues nada, que en principio había pensado terminar así, pero mientras lo estaba revisando, pensaba "es un poco cruel acabar de esta manera. ¿Que pasó luego?". Bueno, tampoco es que sea imprescindible contarlo todo, pero en este caso tal vez debería entrar un poco más en detalles. Por otra parte, tengo miedo de escribir un final y que sea cutre... así que todavía sigo sin tenerlo claro... En fin, espero decidirme pronto. Por el momento intento pensar en como me gustaría escribir el epílogo (si es que al final lo escribo).En general, tampoco he escrito exactamente lo que había pensado cuando se me ocurró la idea, ha quedado demasiado dulce, así que...
