Juegos del destino

Un joven melancólico y solitario se sentaba en la banca de un parque mientras la oscuridad y frialdad de la noche lo cobijaban... Tantos recuerdos venían a su cabeza

Emergía el alba

Abrió los ojos y esperó. Estaba él, lo tomaba de la mano, sonriéndole con aquella risa fresca y altiva con la que bien sabía enardecer sus mejillas.

El cielo inundaba de sentimientos desbocados, procurando esconder el misterio que, cautivo en su propia solemnidad, los aturdía con cuentos y sueños que sobrevolaban junto al canto que nacía en el interior.

Aflorando de ilusiones, sus cuerpos se buscaban, se examinaban, estudiando la propia timidez de volver a encontrar en la profundidad de una ajena mirada, el sentimiento del que tanto se renegó; el amor.

¿Cuántas bandadas serían capaces de entorpecer el tráfico que les llenaba el alma?

Caminando sobre el húmedo pasto que jugaba y se hundía en sus pies, conversando y riendo de sus propios gestos, de aquellas pequeñas e inimitables travesuras que contaban dulcemente a la sangre del árbol, del pájaro, del escaño, aquel que sostenía el júbilo que desbordaba y brotaba de su piel.

Llegó el atardecer y, con él, la despedida; era hora de volver.

Cuanto lo sintió, no sabía que en verdad deseaba renacer.

La batahola de sus pesadillas se encargó de romper el hilo que se tejía pacientemente en el corazón. El sueño se acabó.
El averno del espíritu lo esperaba.

¿Qué más podía pedir?
No era apropiado visitar un trozo del cielo, no por tanto tiempo.

Despertó, observó los matices del alba y lo entendió; todo fue un sueño

Y entonces pensó:

- Cuando me olvide de ti, será como dejar un vicio.
Será como escapar del suplicio, intoxicándome en la droga de una vida, de la dicha de estar vivo.


Pero hoy... ¿qué hago hoy, Si el laberinto de tu cuerpo se adhiere al mío, arrancando el respiro que jamás debió exhalar mi alma, el suspiro que envenena a la nada.


¿Cómo olvidar?
¿Cómo provocar en una noche que el antídoto cobre efecto?


Le rogaré a la noche protección, a la oscuridad mi falsa salvación.
¿Es esto sufrir por amor?. Ah, tanto duele hoy...

No queda nada más que hacer... la fragancia de la rosa se desprenderá y se la llevará el viento, sus pétalos se caerán y habrá que barrerlos.

Siempre fue así, siempre será así.

Vendrán aires de nuevos comienzos, donde seguiré susurrando tu nombre al viento...

Entonces lanzó un marchito y efímero suspiro y abrió un sobre; era la primera carta que Kurama le había mandado:

"Hiei, las sombras de mi corazón:

Las sombras se llevaron consigo parte de mi vida.

Robaron palabras y miradas, sentimientos reflejados en las lágrimas de mi alma, escondiendo las heridas y cicatrices que en un principio parecían no sanar.

Acorralaron mi ser, privándolo de esperanzas y añoranzas.

¿Crees que no me has herido?

El daño de la indiferencia y la simple verdad estrangularon los pocos deseos de respirar que en mí existían...me despojaron de lo único que creía que poseía.

¡Cuán equivocada estaba, ¡qué burla ha sido!

El camino estaba allí...abierto como nunca antes, para ti, para mi. Y, sin embargo te quedaste, como si las huellas que alguna vez anduvieron y marcaron mis entrañas no importasen, justificándose con el posible dolor que causarían.

Ahondaron el puñal del desamor en lo más profundo y padecido de mi ser...¡me asesinaron y mofaron, ¿que no ves?

Cuánto duele volver a emprender.

Las sombras me engañaron,
me hicieron creer que alguna vez me habían amado...

Kurama."

Hiei se sentía destruido, Kurama se había ido, y él por sus caprichos no lo acompañó, dejó que se marchara su gran amor. Fue tan egoísta, cuando ya se encontraba lejos de él se dio cuenta del mal que le había causado a Kurama, y no sólo su amado, también a él mismo.

Y decidió leer la segunda carta:

"Hiei, las sombras de mi corazón:

Nuevamente el grito de angustia se clava en mi alma, jugando con esperanzas perdidas, con esta incierta monotonía.

La espesura de la noche – aquella noche que no sueña ni espera- desvela las inútiles ilusiones que atormentan a mi desguarnecida y maldita figura.

¿A quién ruego salvación, si mis sollozos se perderán en el misterio de mi ser, en el secreto de mi piel.

¿Cómo olvido a las sombras, si jamás las dejaré de querer.

Me embriago en el perfume del dolor, aprisionándome en mi propio horror.

Los velos se hicieron cada vez más gruesos, reteniendo al tiempo, engañando a los minutos más certeros.

¿De verdad me amaste, ¿de verdad es tan fácil camuflar tus sentimientos como si todo aquello hubiese sido un tormento, una mentira cubierta por un velo?

¡Qué ironía!; las dudas e incertidumbres desaparecieron al saber que se había perdido lo que más se amaba.

Si hoy aquellas nieblas vienen a preguntar, el amor se transformó, no en uno menos merecedor...sino en uno de otra calaña, más triste e infeliz. El amor de un imposible.
Un amor que está cobijado por la absurda esperanza de volver y querer, de amar y renacer...

¿Querrán las sombras saber el por qué llamé, ¿el por qué lloré y rogué un perdón?

...Porque no comprendí las tretas que nos depararía el destino, intentando esclarecer la oscuridad de nuestras noches y razones, pensando que siempre habría un lugar para nosotros.

Pensé que el tiempo todo lo curaría, desvaneciéndome en el grito que desgarra y ata la piel del condenado, exclamando palabras de silencio y auxilio...llevándonos al delirio y su castigo.

Allí traté de pedirte perdón, por siempre amarte y renegar al olvido.
Allí di a conocer mi error... por haberla perdido.

Kurama"

Hiei no sabía como decirle a Kurama que lo amaba, que no soportaba ni un minuto más sin él... Entonces decidió escribir una carta:

"Mi amado Kurama:

Te escribo esta carta para expresar te todo lo que siento, todo lo que te amo.

Aquel día tú también te aferraste al condenador recuerdo de separarnos otra vez.

Te hundiste en mi pecho, rezongando como un niño de cinco años, lloriqueando contra el tiempo y el implacable destino de volvernos a alejar, por las simples burlas de nuestra verdadera y única amistad.

Me llamaste en aquellas palabras que sobrepasaron la frialdad de mi boca, aquella que parecía retener las maldiciones que lamentaba reprimir en ese gesto calculador y lógico, tal vez.

Rogándome a través del silencioso y recatado contacto de nuestra piel, la satisfacción de una última mirada llena del alma, acunando el impalpable deseo de sostener el tiempo, los minutos, cada efímero segundo, en el universo que habíamos construido tú y yo.

La complicidad que una vez nos unió, desapareció como las sinfonías de gotas de agua que caen libremente al abismo, sin saber, sin siquiera especular, que el sol brillaría e irremediablemente, las extinguiría.

Corrí hacia el andén que probablemente me llevaría hacia tu rostro, hacia tu cálido y protector abrazo, sin imaginar que aquellos pasos serían dados en falso ante lo que yo era; ante lo que yo sería.

Consumí los restos de lágrimas que recorrieron mis pupilas como mares desenfrenados, atendiendo a la razón que mi corazón, agitado y contrariado, latía sin cesar.

Gritaba al cielo tu nombre, en silencio, en el absurdo levitar de mis sentidos, confundidos con la brisa de aquel día de invierno que nos costó parte de nuestra dicha.

Mis ojos encontraron los tuyos, renegando de la insostenible realidad que nuestros cuerpos se negaban aceptar, fundiéndonos en el más eterno e inconsolable abrazo que se es capaz de albergar.

Tenemos todo el tiempo del mundo...- me susurraste melancólicamente en el devenir de mis esperanzas que amenazaban con acabar.

Sí...- te contesté, por primera vez, tímida e incrédulamente, mientras el grito del chofer anunciaba tu partida y mi desdicha.

Soltaste mi figura que, aun no comprendo el cómo, se mantuvo firme, de pie. Me dedicaste la sonrisa más triste y definitiva que alguna vez llegué a comprender, acompañada por ese trémulo movimiento de tus manos, que me entregaron la carta que siempre he guardado... y siempre guardaré.

Te marchaste, niño de lindas sonrisas, me dejaste, joven de sueños impensados y rumbos trazados. Te fuiste en el camino que estaba destinado para ti, aquel que, ni con mi corazón aguerrido, sería capaz de seguir.

Pronto vi el tren partir...y, con él, parte de mí.

No entendí, más tarde el porque te dejé ir, si mi felicidad estaba junto a ti.

Te amo y daría todo para que estuvieras a mi lado.

Te estaré esperando el 5 del mes de Junio en el parque que nos confesamos este tan hermoso sentimiento, para vernos y nunca más separarnos.

El que te ama más que a nada, Hiei."

5 de Junio

Hiei se encontraba en aquel parque una vez más mientras una fresca brisa ondeaba sus negros cabellos. De pronto alguien toma su hombro, esa suave textura y aquel dulce aroma lo conocía muy bien, aunque no podría creer que fuera él. Giro temblorosa y lentamente y ahí, frente a sus ojos se encontraba él, su único y gran amor.

Tanto tiempo sin vernos, Hiei.

Hiei, perplejo ante tan hermosa y adorada figura sólo pudo retener las lágrimas y en sólo una mirada delatar todo lo que su corazón sentía y en unas cuantas, pero precisas palabras hacer que su destino cambiara completamente.

Te amo, Kurama.

Y en un beso sellaron ese amor eterno que una vez lo separó, pero esta vez los unió para siempre.

FIN?

Bueno espero review!

Y díganme si quieren que lo siga o lo deje así

Bueno gracias por leer mi fic