Muchas disculpas por el largo retrazo, he estado bastante ocupado escribiendo otras historias por otros foros y esta aunque se trate de una nueva versión de la primera historia que escribí pues como que la puse en otro lugar de mis prioridades. Me alegro de que el primer capítulo le haya gustado a alguien, si todo va como debiera publicare un capítulo por semana.
Capítulo 2.
Era por la mañana temprano y en aquella zona, una extraña bruma fúnebre lo cubría todo. En la estación del tren de aquella parte del país había un ambiente desolador, entre las bajas temperaturas de aquel pueblo de montaña había otros motivos por los que la población esperaba a que fuera más tarde para acudir. Las pocas personas que lo transitaban caminaban con cuidado pues la niebla era muy espesa y para poder divisar los trenes tenían que acercarse mucho a la vía.
Un hombre canoso de unos cuarenta años subía por las escaleras de la entrada, caminando con una maleta ligera de viaje. Pese a que la espesa niebla le dejaba ver poco, se encontró con un grupo de tres ancianas vestidas de negro sentadas en un banco por el pasillo que conducía a las vía. Las tres a su paso comenzaron a reírse extrañamente al ver a aquel incauto extranjero, "Temeroso extranjero, ¿no temes por tu vida?", le dijo una de ellas con voz decrepita, mientras el hombre no detenía su camino y las ignoraba como si estuvieran locas, "La muerte transita estas tierras y hoy esta en esta estación… te atrapará y te robara el rostro", le dijo otra mientras comenzaban a reír todas.
Ignorando a aquellas locas continuó su camino hasta llegar al arcén, que estaba desierto. En el pueblo montañoso del norte de Grecia, donde se encontraba aquella estación de trenes; corrían historias de un ser del infierno que mataba la gente, y les robaba sus rostros. Pese a ser una leyenda que todos los habitantes conocían y temían, pero los extranjeros la consideraba cuentos para asustar a los niños.
El extranjero repentinamente comenzó a escuchar pasos que provenían de su mismo pasillo, y empezó a mirar a los lados para ver si podía ver que otro personaje sin temor a las habladurías se aventuraba en aquellas horas por aquel lugar, pero no vio a nadie. Su respiración se comenzó a agitarse al percibir que aquellos pasos estaban muy cerca y sin embargo la niebla era tan espesa que no dejaba ver nada.
De repente el caminar se detuvo y todo quedó tranquilo nuevamente. Pero aquello no apaciguaba al hombre, que seguía en tensión. Pese a tratar de tranquilizarse pensando que las quimeras no podían existir, repentinamente una respiración surgió tras él. Aquel resoplido lo tenía tan cerca que su piel se erizó por la sensación.
Como de si la mismísima muerte se hubiera presentado a sus espaldas presintió que había llegado su final. Lentamente giró la cabeza para ver de quien se trataba, pese a no ver nada, sintió dos manos le sujetaban el cuello y lo apretaba fuertemente. Aquellas manos como si de dos garras se trataran le desgarraron la garganta y caía arrodillado al piso mientras se taponaba las tremendas heridas.
La pobre victima, mientras se desangraba, observo como de entre la niebla frente a él aparecía las piernas de un personaje. Lentamente levantó la mirada con su último aliento, y comprobó como en las manos de aquel ser aun había rastros de su sangre. Al mirar el rostro que quien lo había acecinado, solo pudo apreciar borrosamente la figura de un chico de pelo corto azul, el cual lo empujó con la pierna tirándolo a la vía.
Cuando finalmente murió, el acecino tan misteriosamente como había aparecido, desapareció, dejando el cadáver en medio de la bruma, el cual perdió el rostro extrañamente.
Pocos minutos después del discreto asesinato, un joven de pelo largo azul se aventuraba por las escaleras de la estación. Estaba vestido con un pantalón y chaqueta vaquera, botas y camisa negra y en su mano llevaba una pequeña maleta de viaje de color negra. Caminó tranquilamente hasta toparse con las tres ancianas, que lo comenzaron a mirar.
"¿Otro incauto?", preguntó una de ellas mientras las otras lo analizaban. "No, este es diferente…, tiene algo especial", le dijo la otra mientras el joven se paró en seco ante ellas y las miraba fijamente. "¡Esta maldito, lleva el mal consigo", de repente las tres se levantaron y se alejaron del como si fuera un demonio ante el dudoso joven que aquello lo había dejado patidifuso. Al observar que las viejas habían desaparecido entre la niebla continuó su camino.
Mirando el billete que llevaba en la mano se dirigió al arcén en el que pasaría su tren, en más o menos quince minutos. Al llegar y notar que estaba completamente solo se puso a esperar mirando al frente entrando en su mundo interior. Casualmente se encontraba al otro extremo de donde yacía inerte el cuerpo del extranjero, pero la bruma y la distancia era tal que nada se podía ver.
Pese a no nada que temer, tras él y de entre la neblina una extraña sombra se acercaba sigilosamente hacia él. Aquella perturbación prácticamente se había posicionado a un palmo del joven que aun seguía mirando al frente sin aparentemente advertir que alguien estaba tan cerca del. La mano mortal de aquella sombra se extendía lentamente hacia el hombro del chico con unas potentes garras preparadas. Pero para sorpresa del acecino al tratar de agarrar al joven solo consiguió traspasarlo como si fuera un espectro.
Retrayendo su mano asustadizamente, el acecino se vio forzado a tomar forma cuando una mano le sujetó potentemente la nuca, hasta conseguir que se arrodillara del dolor.
· Milo: ¿Te crees que soy estúpido? – le decía al oído del joven Macara Mortal mientras lo aprisionaba con una sola mano. – Llegas bastante tarde, Caballero de Cáncer.
· MM: Tú eres el que llega tarde. – decía medio asfixiado. – Yo llevo aquí bastante tiempo. – mediante sus agitaciones consiguió liberarse y ponerse en pie. – Ya pensaba que te habías acobardado y huido del santuario, como un asustadizo.
· Milo: Te he podido matar hoy…, recuérdalo en otra ocasión antes de pensar que soy un cobarde. – el sonido de ferrocarril se comenzaba a percibir en la distancia mientras que los dos jóvenes que se miraban con gran rivalidad.
Al llegar el bastante ruinoso tren, los dos Santos con sus pequeñas maletas de viaje subieron y se dirigieron hacia la zona de los compartimentos reducidos. A aquellas horas el trasporte estaba prácticamente vacío, y estaban muchos departamentos de cuatro plazas libres. Ambos ocuparon uno dejando sus cosas en la parte del equipaje que estaba sobre sus cabezas.
Milo se tumbó como pudo ocupando uno de los dos incómodos bancos que allí se encontraban, mientras que MM se sentaba en el del frente. "¿Puedo pegar una cabezada tranquilo, o ¿tengo que dormir con un ojo abierto por si me atacas mientras descanso?", Milo dijo con tono burlón a su compañero. "Duerme tranquilo, no entras en mi lista de presas, al menos de momento. Lo de la estación fue para asustarte un poco", le respondió con una sádica sonrisa sin mirarlo directamente, su vista estaba fija en la silueta del cadáver que estaba en la vía, mientras pasaban a su lado sin que nadie más se percatara que estaba ahí. "Gracias… ahora dormiré mucho más tranquilo", le dijo sarcásticamente el pelilargo cerrando los ojos.
Suavemente Milo abrió los ojos y se encontró por sorpresa en otro lugar. Estaba solo en medio de una extensión de tierra desértica y lúgubre que le resultaba extrañamente familiar, había vuelto a la isla de Milos. Sus ropajes se habían cambiado a los que utilizaba durante su época de entrenamiento. Caminando como si conociera el lugar recorrió los caminos hasta encontrarse con un saliente que se trataba de una alta prominencia que daba al mar, el cual estaba tranquilamente calmado.
Desde aquella altura no podía ver bien la superficie, pero parecía como si alguien se agitara sobre ellas en señal de que se estaba ahogando. Milo sin pensárselo un segundo cogió carrerilla para lanzarse al vacío acudiendo al rescate, pero a medida que se acercaba al borde se hacía más pesado hasta que sus piernas no pudieron sostenerle; cayendo tumbado al suelo y observaba impotente como las agitaciones se iban reduciendo hasta desaparecer. "No…. Por favor, otra vez no", decía muy cansado mientras su peso era tal que el saliente se rompió y se precipitara al fondo como una loza.
Al estrellarse contra la superficie creo una gran explosión y se sumergió hasta tocar tierra a muchos metros de profundidad, donde esperó pacientemente a ahogarse, pero no ocurrió tal cosa y se despertó repentinamente en el vagón del tren.
Frotándose la cara para recuperar completamente la conciencia se percató de que Mascara Mortal no estaba en su mismo compartimiento, y en su lugar, sentados en el banco del frente había una mujer con sus dos hijos que hablaban muy bajito para no despertarlo, los tres estaban muy apretados por el intenso frío que hacía por aquel lugar. No sabía cuanto tiempo había pasado desde que se había quedado dormido, pero mirando el paisaje se encontraba atravesando la cordillera Balcánica habían salido de Grecia y se encontraban en Bulgaria.
Levantándose extrañado se quedó sentado un segundo, "Perdone… ¿no había nadie sentado en este compartimiento cuando llegó?", le preguntó a la madre de los niños, la cual le respondió que ella se había subido en la última estación Griega y en la cabina solo estaba durmiendo él. Sin decir más palabras se puso en pie y se asomó al pasillo para ver si estaba por ahí fuera, pero no vio a su impuesto compañero, con lo cual salió a ver por que zona del tren se encontraba.
En el ferrocarril se había subido bastante gente mientras había estado durmiendo. Caminó por los pasillos pidiendo paso entre la gente que se mantenía de pie en mitad de los corredores. Se notaba que aquella gente era bastante pobre, pues sus ropas estaban bastante usadas y el olor que desprendían era de personas muy limpias.
Pasando por cada compartimiento echaba una mirada para ver si estaba, pero de momento no lo localizaba. Repentinamente alguien lo aparto a un lado del pasillo; se trataba del revisor que caminaba abriendo las puertas de cada cabina y detrás del venían algunos individuos más. Sin decir palabra el joven tenía curiosidad por saber el motivo de tantos nerviosismos. Parando a una de las personas que estaban buscando le preguntó que era lo que ocurría, "Han desaparecido un revisor y varios pasajeros, estamos buscándolos por todo el tren, pero no hay manera de encontrarlos.", trató de explicarle sin dejar de caminar.
Milo, se quedo quieto pensando, y tras unos segundos se fue por donde ellos habían venido a revisar los primeros vagones por si MM se encontraba por ahí.
En un compartimiento, se encontraba Mascara Mortal pero no estaba solo; frente a él había dos mujeres de mediana edad, muy abrigadas, que traban de ignorar la mirada fija del joven pelicorto, que las miraba como si fueran ganado.
De vez en cuando alguna de ellas perdía la concentración de la conversación y lo miraba a los ojos, descubriendo como soltaba una sádica sonrisa. "¿Le ocurre algo,", dijo una de ellas al hartarse de tanta miradita, pero no obtuvo respuesta. "Le hablo a usted…, esta sordo", uso un tono de voz bastante seco y aquello borro la sonrisita del chico que fue sustituida por una expresión impredecible.
Las chicas lo miraban de arriba abajo, y se detuvieron en un detalle peculiar. En las uñas de aquel desequilibrado había rastros de lo que parecía ser sangre y aquello las puso intranquilas, y se levantaron como si fueran a tomar el aire pero el chico se les interpuso en la salida.
· MM: ¿Por qué tanta prisa, ¿no estabais hablando tan tranquilamente? – le dijo con las manos abiertas bloqueando completamente la salida.
· Mujer: Queríamos salir a estirar las piernas. – le dijo muy nerviosa, mientras se daban la mano la una a la otra en señal de inquietud. – Déjenos salir ahora mismo.
· MM: Tenéis unos rostros preciosos. – fue a acariciar la cara de una de ellas, pero ambas se separaron del bruscamente. – ¿Queréis ir a pasear, yo estuve en un lugar donde pude caminar, correr… y matar durante siete días seguidos. – suspiraba mientras se les iba acercando y a su vez un aroma narcótico surgía de su propia energía que evitaba que gritaran. – Fue como una infernal bendición…. – las dos chicas cayeron inconsciente por el aroma somnífero ante los pies del chico que se colocó sobre ellas con los ojos cerrados; una energía blanca las envolvió haciéndolas desaparecer. – Ahora voy a ir a por vosotras… en el averno. – dijo abriendo los ojos con una expresión cruel, pero se vio importunado por la apertura de la puerta del vagón.
· Milo: ¿Qué haces aquí? – la voz del pelilargo hostigó al pelicorto. – ¿Con quien hablabas? – miraba que estaba solo en aquel pequeño recinto.
· MM: Estoy solo con mis pensamientos, vete y déjame en paz. – sin desviar su mirada del frente le hizo un gesto con la mano para que se fuera, pero fue sujetado por el hombro.
· Milo: Tú te vienes conmigo. – lo sacó a empujones. – No se si será conveniente dejarte solo.
El escorpión escoltaba al frustrado cangrejo por los pasillos. Milo le preguntó si no sabía nada de los incidentes de desapariciones que estaban sucediendo en el tren, pero MM le respondió que no tenía conocimiento de ello. Pero su respuesta no le pareció convincente, y decidió quedarse despierto para no perderlo de vista.
Una vez sentados uno al lado del otro, se quedaron quietos esperando a llegar a la estación donde tenían que hacer un trasbordo. MM comenzó a mirar fijamente a la madre y los niños que tenía al frente, mientras Milo se empezaba a imaginar que aquel chico no estaba muy cuerdo.
· MM: Despierta Milo. – le decía empujándolo pues se había quedado dormido y ya habían llegado a la frontera con Rumania, tenía la maleta de este apalancando la puerta de la cabina para que no se cerrara sola. – Tenemos que cambiar de tren para llegar a los Carpatos. – ya era de noche y en el vagón solo quedaban ellos dos.
· Milo: ¿Cómo me he podido quedar dormido? – dijo restregándose los ojos y extrañado de haberse quedado dormido cuando no quería, al mirar al frente descubrió que estaban solos. - ¿Y la mujer y los niños?
· MM: Se bajaron hace un par de estaciones, se fueron sin hacer ruido para no despertarte. – cogió su equipaje y estaba esperando manteniendo la puerta abierta esperando a que cogiera la maleta. – Una mujer encantadora….
Cuando el pelilargo salio su compañero dejo de aguantar la puerta y se cerró sola, dejando ver al vacío como estaba llena de aruñones y restos de uñas, como si la hubieran tratado de abrir desesperadamente.
Ambos cambiaron de tren entrando en territorio Rumano, ya solo les quedaba unas pocas horas de viaje antes de llegar a su destino. Al subir al nuevo ferrocarril este era mucho más nuevo que el anterior, y los asientos estaban todos como si fuera un autobús. Ambos jóvenes se sentaron juntos y dejaron sus maletas en lo alto, pero esta vez Milo sacó la carpeta de la misión y una cajita larga de color oscura.
· Milo: Aun no entendido bien como funcionan los Emblemas de Invocación (EI). – abría la cajita y sacaba una medallita del tamaño de una moneda con el símbolo de Escorio en sus caras y un cordón de oro que se llevaba en el cuello. – En el Santuario no me han explicado nada.
· MM: No es tan difícil, solo que tú eres un soquete. – le dijo cogiendo el su cajita y sacando su medalla con el símbolo de Cáncer. – No podemos llevar las arcas de las armaduras por su tamaño, pero estas medallas actúan como si las llevásemos con nosotros a todas horas. Solo tienes que arrancarte el cordón del cuello y apretar la medalla en tu puño, una vez alces tu mano tu coraza acudirá en tu llamada. – se la colocaba en su cuello.
· Milo: Que practico. – se colgaba su EI y abría la carpeta leyendo el contenido. – Tampoco entiendo que ha hecho este personaje para enfurecer tanto a la diosa Atenea, ¿Cuál fue su pecado para que tengamos que ir a su lugar de nacimiento a tratar de hacer que se presente a la fuerza?
· MM: Enoc de Orión es un traidor a la causa de Atenea. Organizó una alianza en contra de nuestro gran maestro hace unos pocos meses, después de ser repelido desapareció y el Santuario pide su cabeza urgentemente para no demostrar debilidad.
· Milo: Pero… ¿tenemos que ir a torturar a sus familiares para que salga?
· MM: Quédate con este consejo… cuando quieras hacer daño a alguien, ataque donde más le duela. A veces el daño personal no es nada comparado con el daño que se les puede afligir a las personas que quiera, el corazón es un punto muy débil.
· Milo: Es una salvajada…. – miraba las diapositivas de una aldea de montaña en mitad de los Carpatos. – Procuremos sacarles información sin que se produzcan muchas bajas.
· MM: ¿Qué dices, el Patriarca nos ha dejado libertad completa, podemos causar tantas bajas como queramos, todos sus conocidos son considerados traidores y eso se paga con la muerte. No va a quedar nada con vida en muchos kilómetros a la redonda de ese pueblo. – dijo muy sádico, mientras le enseñaba sus manos a su compañero, las cuales parecían haberle salido garras mortales. – Sus rostros serán un bonito trofeo para mi templo.
· Milo: Sinceramente tu no estas bien de la cabeza…. – le dijo mientras se apoyaba en el cómodo sillón y miraba al frente. – Sacar información y si no se presenta nos largamos, la diosa Atenea no creo que desee una masacre de inocente.
· MM: ¿Y tu dices eso, creo que fuiste tu el que mató a todos los habitantes de la isla de Milos, ¿eso no fue una masacre de inocentes?. – no obtuvo respuesta y el pelilargo se mantenía con los ojos cerrados abstraído en si mismo con una de sus manos acariciando la pulsera de que llevaba en su muñeca. – Tal vez Enoc no aparezca, pero tiene a otros caballeros que huyeron con él, alguien puede haber que nos plante batalla.
Tras llegar al punto en el que debían abandonar el tren, se bajaron y cogieron un trasporte en la parte de atrás de un furgón bastante cutre, entre paga y animales estaban solos a la intemperie pasando un frió invernal. El vehículo los conduciría a través de las montañas hasta el pueblo donde debían liberar toda su aplastante justicia.
Por el camino a MM no parecía importarle las bajas temperaturas y hablaba a Milo sin recibir respuesta; el pelilargo, concentrando su energía para no verse afectado por el frío, estaba metalizándose de lo que pudiera suceder.
"Te preguntaras porque siendo el santuario tan solvente económicamente viajamos en medios bastante cutres", le decía bastante alto pues el sonido del motor y de los animales era muy latoso, sin esperar respuesta, "El Santuario no quiere que nuestra llegada sea previsible y por eso nos envía por el medio más insospechado…. Vamos a llegar como los ángeles de la muerte… me voy a divertir mucho.", al oírle esto Milo abrió los ojos y lo miro discretamente viendo como el otro santo estaba mirando al vacío con una mirada indescifrable, como si estuviera recordando algún acontecimiento pasado que lo hubiese traumatizado.
A las diez de aquella helada noche estaban a solo dos kilómetros de su destino y ambos reaccionaron colocándose los EI al cuello. No se sabía que ocurriría a continuación.
Continuara….
