Capítulo 4
En un extenso horizonte, tan profundo como la eternidad, el cielo, sin rastro del firmamento pues una capa de nubes lo envolvía completamente, y el océano parecía estar a una distancia muy corta el uno del otro. La oscuridad de la noche daba a las nubes un color tenebrosamente oscuro, mientras que las aguas a su vez estaban apaciguadas.
En aquella aparente tranquilidad imperecedera un estruendo sonido comenzaba a percibirse. De repente, de entre las oscuras nubes, una bola de fuego se abría camino creando un surco a su paso. Dentro de aquella llama incandescente un personaje se encontraba hecho un ovillo supuestamente consiente, dirigiéndose sin remedio a estrellarse contra aquel imponente océano.
Con un potente grito de angustia, el meteoro humano impactó contra la superficie, creando consigo una explosión que sacudió toda aquella tranquilidad.
La onda expansiva provocada se propagó muy rápido apartando las nubes a su vez, dejando el cielo completamente despejado, pero sin una sola estrella a la vista. Parecía como si todo aquel lugar fuera un recinto cerrado, una prisión en la que los muros que la aislaban del exterior estaban tan perdidos en el infinito que un ser caería en la locura antes de encontrar la manera de salir de aquel lugar.
Pese a producirse tal tremenda detonación, ese paraje recuperó la tranquilidad tras unos pocos minutos en lo que todo quedó en calma. El único rastro del cataclismo se podía percibir en el cielo, que había quedado completamente libre de nubes.
Pasado un largo tiempo un personaje emergía del fondo, saliendo a la superficie con un tremendo alarido, un grito de angustia y a la vez de odio. Milo respiraba tremendamente agitado, manteniéndose en la superficie mirando a todos lados tratando de averiguar donde se encontraba. Una tenue luz, parecida a la luz de un anochecer eterno, iluminaba el lugar dejando ver su inmensidad.
Echándose un vistazo a si mismo, se percató que las ropas que hubiera llevado se habían convertido en cenizas, calcinadas por las llamas producidas por la velocidad de su vertiginoso viaje. Estaba completamente desnudo en aquel océano muerto.
Tras pasar minutos, tantos como para exasperar a cualquiera, Milo se arto de estar incomoda situación. Concentró su energía y encendió su cosmos, consiguiendo con ello elevarse sobre las aguas hasta colocarse de pie sobre ellas. Caminaba sobre la superficie, sin una dirección concreta, como si de rígido suelo se tratara.
Todo era tan interminable que desalentaba el espíritu. El peliazul llegó a perder la paciencia y acabó corriendo a la velocidad de la luz sin conseguir llegar a ningún lado. "¿Qué demonios esta pasando aquí?", se preguntaba una y otra vez hasta que perdió por completo la esperanza y se quedó quieto sin pensar en nada. Pero una agitación en el mar le llamó la atención tras él, como si un ser subacuatico le estuviera rondando a sus espaldas.
El chico se volvió analizando que había sido aquella perturbación; dio unos pasos atrás y tras notar una sensación extraña miro a sus pies, descubriendo con asombro como se había metido en terreno firme. Al volver a mirar a sus espaldas no podía creerse lo que estaba viendo, todo aquel mar había desaparecido y se encontraba ahora sobre una llanura vastísima. Girando su cabeza miro hacia donde se había producido la agitación en el agua terminó de descubrir que no había ni rastro del mar donde había caído.
"Este sitio me resulta extrañamente familiar….", dijo el joven mientras caía de rodillas al suelo, "Yo he estado aquí antes….", en su mente algunos vagos recuerdos le estaban azotando, pero no le dieron tiempo a recordarlo del todo pues un sonido estruendoso se acercaba desde el horizonte en forma de una tormenta de una pared de de oscuridad que envolvía en la nada todo lo que atrapara. El peliazul al verse sin posibilidad de escapatoria extendió los brazos en cruz y se dejó golpear por aquella oscuridad, que se lo llevó hacia lo alto dentro de un tornado.
Al abrir nuevamente sus ojos, se encontraba en otro lugar. Mirando hacia el cielo, comprobó que sobre un agujero en el techo, las estrellas del cielo brillaban en un firmamento lleno de vida, en la que algunas nubes altas avanzaban lentamente. No recordaba muy bien donde estaba pero al mirar a su alrededor pudo notar que estaba dentro de un panteón, tumbado sobre la lapida rota de algún difunto. Había llegado ahí atravesando el techo.
Levantándose dolorido, se reincorporó comprobando su estado. Las ropas deportivas que llevaba estaban un poco rasgadas pero intactas, por lo demás no tenía rastros de heridas; desenganchando la cremallera se quito la parte de arriba del chándal quedándose en camiseta de manga corta y el pantalón. De un salto bajó de la tumba y se puso al lado de las puertas de salida. Pero antes de salir se termino de sacudir los restos de polvo y escombros que le pudieran quedar encima.
Empujando los portones con fuerza, los abrió comprobando que estaba en el cementerio de aquel pueblo de montaña, perdido en la cordillera de los Cárpatos. A lo lejos la imagen de la iglesia con su torre destruida le hizo terminar de aceptar que todo aquel extraño acontecimiento había sido producto de una pesadilla. El cementerio era realmente grande, parecía que era el campo santo para los habitantes de muchos pueblos de los alrededores, tumbas de todas las clases estaban repartidas entre jardines y árboles un poco descuidados.
Bajando por las escaleras que daban a campo santo, las esculturas de dos ángeles con sus espadas apuntando sus espadas al cielo escoltaban los pies de aquella escalinata. Echando un rápido vistazo rastreaba toda su perspectiva pero sintió un cierto pavor al pasar entre los ángeles de mármol, algo en ellos le producía una incomoda cesación de desconfianza. Y peor fue su reacción al percibir como si las estatuas le siguieran sus movimientos con la cabeza.
De un fulminante salto, se puso a unos metros de ellas y trato de sujetar su EI para invocar su armadura, pero la medalla no estaba en su cuello. Tras un registro sobre si mismo se dio cuenta que la había perdido en durante su caída. Pero se tranquilizó al ver que aquellos ángeles de frió mármol seguían inmóviles en sus estandartes. "¿Me estaré volviendo loco?", se preguntaba, aun arrodillado, a si mismo mientras con sus manos se frotaba los ojos.
- ¿De que tienes miedo? – una profunda voz emergió de entre aquel cementerio.
- Yo no tengo que temer nada…. – fue la respuesta del peliazul, que poniéndose en pie supuso que su principal objetivo había acudido a su encuentro. – Supongo que quien habla es el famoso Enoc de Orión. Quien debieras de temer eres tú…, pues la justicia del santuario ha llegado a castigar tus pecados. – miraba a todos lados tratando de localizarlo.
- El Santuario debería estar tremendamente inquietado de que yo siga con vida, para mandar a varios Santos de Oro a darme caza. – la voz seguía sin descubrir su presencia. – Es todo un halago hacia mi persona… pero… ¿solo uno me va a hacer frente?
- Te sientes alagado en vez de aterrorizado, curiosa reacción en un Caballero de Plata. – Milo caminaba entre las tumbas aparentando que buscaba su presa, pero lo que realmente trataba de encontrar era su EI; la experiencia contra Elena de la Osa Mayor le había demostrado que no debía subestimar a aquellos enemigos. – En realidad somos dos Santos Dorados los que hemos venido, pero mi compañero esta combatiendo a tus secuaces. Déjate ver si no tienes temores.
- Santos de Oro…, siempre con su prepotencia al descubierto…, los intocables del Santuario. – la voz parecía estar muy cerca del pelilargo. – Vuestro propio convencimiento de que sois los más poderosos os llevará a vuestra destrucción. Os creéis los más fieles a Atenea pero desconocéis que sois los más traidores hacia ella. ¿Perteneces al complot del Patriarca? o ¿solo eres un títere de sus influencias?
- ¡Calla tu boca y déjate ver! – le gritó con autoridad. - ¡No dejaré que me embauques con tus palabras sibilinas! eres un traidor de Atenea y con lo cual tu castigo se pagará con la muerte.
- Pobre Santo Dorado…, tan joven, tan convencido de que nadie lo puede derrotar. – detrás de unos grandes árboles que estaba en uno de los bordes del cementerio apareció la figura de un chico que se mantenía en las sombras. – Subestimarme te llevará a una muerte segura. – caminaba hacia la luz dejándose ver, estaba cubierto por una túnica con capucha que le ocultaba su rostro, pero el Caballero de Plata era bastante alto, casi un metro noventa. – Creo que no solo son dos los Santos de Oro que han acudido…, alguien más a asistido siguiendo vuestros pasos.
En el interior del pueblo, por sus calles aun desiertas y extrañamente tranquilas, dos personajes se enfrentaban en un combate teóricamente desequilibrado. Resultaba muy insólito que con el escándalo que estaban produciendo no se hubieran despertado el resto de habitantes del lugar. Los cadáveres de los guardianes que lo custodiaban yacían muertos en el suelo, sin rostro en sus caras.
"Ráfaga Cadavérica", gritaba el Santo de Cáncer proyectando su potente rayo contra su alto enemigo, el cual contuvo su energía en una sola mano, neutralizándola con una gélida fuerza. Teseo aun resistía con increíble tenacidad y le hacía frente con valentía, pero de repente tras una extraña sensación sus ojos se distrajeron un segundo y con una sonrisa le dedico unas palabras, "Disfruta de tus últimos momentos MM, pues tu final ha llegado".
De un salto en pirueta el caballero de la Osa Menor consiguió ponerse a espaldas del pelicorto, sin que este no pudiera hacer nada. Con sus dos manos extendidas le propinó un tremendo empujón que se vio incrementado por una helada explosión, "Conjunción Polar", fue lo que gritó mientras una pared de energía blanca lo propulsara en la distancia estrellándolo contra el suelo, haciéndole rondar unos metros hasta pararse frente los pies de la joven Elena.
- Dama de lo Hielos…, desde que te fuiste no hecho otra cosa mas que pensar en ti. – poniéndose de rodillas, dolorido, el pelicorto trataba de tocar sus pies, pero la chica se retiro un palmo. – Vuelve conmigo al Santuario y compartamos el mundo cuando el Patriarca lo conquiste.
- Tiempo atrás pensé que te podía reformar… pero desde que descubrí que eras un sádico homicida no he querido saber nada más de ti. – la chica se arrodillaba poniéndose a su altura mientras extendía su brazo hacia la pechera del cangrejo. – Ponte en paz MM, la única manera de que purifiques tus pecados es en el infierno. – los ojos del pelicorto la miraron llenándose de rabia. – ¡¡Conjunción Polar!
Sin dar tiempo al Santo para moverse, la pared de energía blanca lo propulsaba desde su posición hacia muchos metros atrás, donde Teseo le esperaba para rebotarlo con la misma técnica y devolverlo hacia su hermana, que a su vez se lo retornaba en un ataque exponencial que estaba destrozando a MM. Estaba completamente atrapado en una trampa de hielo que se hacía más fuerte a cada golpe. "Muere vil asesino y libera al mundo de la maldición que le supone tenerte pisando su faz.", le dedicó unas últimas palabras Teseo, que enfurecieron al prisionero.
"Lo siento ineptos… pero tendréis que esperar a otro día para acabar conmigo.", gritaba MM mientras trataba de resistir los impactos repetidos. "Ondas Infernales" profirió con toda su alma realizando su técnica más poderosa sobre si mismo, ante el estupor de los dos hermanos que vieron como se desmaterializaba misteriosamente en estelas.
"Desgraciado, ha utilizado su técnica en si mismo para trasportarse a las llanuras previas al Hades….", el potente ataque combinado se detuvo mientras Teseo miraba a todos lados buscando la reaparición del Cangrejo, "Pese a ello tiene que estar agotado, no resistirá mucho más. Busquémosle y terminemos de una vez. No puede permanecer mucho tiempo escondido". Ambos salieron corriendo por las calles preguntándose porque estaban tan tranquilas, pues nadie del pueblo se había despertado.
Más no tuvieron que indagar mucho, pues tan solo llegar a la vía principal que atravesaba el pueblo de lado a lado, se toparon con una pared de espesa bruma que los envolvía en unos segundos. Los hermanos conocían perfectamente que dentro de aquella espesura se ocultaba el sicario, y el joven previno una nueva invocación de la técnica neutralizante y congeló parcialmente con su energía el piso, para evitar que se produjera la "Bruma Letal".
- Muy hábil Caballero. – la voz de MM aparecía de algún lugar de entre la niebla. – Veo que eres muy inteligente, al evitar que pudiera inmovilizaros…. Más no podréis salvaros de una muerte segura, ni vosotros ni ningún habitante de este pueblo.
- ¿Los estas manteniendo dormidos para eliminarlos más adelante? – Elena no se mantenía muy lejos de su hermano para no separarse y ser menos vulnerable. – No se como pudiste engañarme haciéndome creer que eras diferente.
- Tres son las "Brumas" que domino. – desde su camuflaje se movía de un lado para otro sigilosamente esperando que bajar la guardia y atacar. – La "Mortal", en la que soy invisible, la "Letal", en la que inmovilizo a mis enemigos con la aparición de mis almas en pena…. Y por último lugar la "Sutil", con ella consigo dormir a mis oponentes si no están en estado de máxima alerta.
- Que lastima que no podrás matar a nadie…, tal vez tengas suerte con nosotros…, pero contra Enoc ni con toda la fortuna del mundo. – el chico alto sentían que su enemigo no estaba muy lejos y encendía su cosmo-energía. – Aparece y terminemos con esto.
Entre aquella niebla, el sigiloso acechador rondaba a sus no tan indefensas presas, esperando la más mínima posibilidad para atacarles, pero para su desgracia los hermanos eran bastante hábiles a la hora de protegerse mutuamente y era prácticamente imposible un acercamiento sin ser descubierto. Pero ante su frustración, optó por mantenerse oculto y recuperarse de ataque antes recibido.
La Caballero de la Osa Mayor que se mantenía dándole la espalda a su hermano le dedicó una palabras, "Ya me he cansado de esperar, si no apareces te haré salir.", con su cosmo-energía lanzó un rayo al piso congelándolo completamente y convirtiéndolo en una pista de hielo. Todo se había convertido en terreno muy inestable y solo los Santos de los Hielos podían moverse con normalidad.
MM estaba en serios apuros pues no podía moverse del sitio y tratando de atacar solo conseguiría resbalarse. Solo podía ver como sus enemigos se desplazaban elegantemente seguros en su ventaja y se le acercaban sin remedio. Pero su atención se distrajo y sus ojos se volvieron completamente oscuros. Su proyección astral salió disparada a la entrada del pueblo, a unos quinientos metros de su posición, donde una sombra estaba entrando por el paso.
En la distancia, aquel nuevo personaje cuya coraza y delgada figura estaba oculta por la oscuridad de la noche, solo se le podía distinguir dos grandes cuernos en su casco. La visión proyectada de MM, observó como de la mano apuntando al piso y completamente estirada de este personaje, dos pequeños esferas de energía se empezaban a acumular y girar alrededor de ella cargándose de fuerza.
Al volver a su cuerpo, el Santo de Cáncer comprobó como Teseo y Elena lo habían detectado y se acercaban peligrosamente hacia él, con su cosmo-energía en máximos. Sin poder hacer nada se preparó para recibir el impacto de su ataque concentrando toda su fuerza en la defensa. "¡¡¡Glaciación!", gritaron los hermanos a la vez; su potente técnica daba de llenó al joven inmóvil que salió disparado por los aires y fue directo a estrellarse contra el suelo, pero para su sorpresa no cayó en terreno duro, pues un cómodo cúmulo de pétalos de rosas le había evitado estrellarse.
La "Bruma Mortal" se disipó como por encanto en unas milésimas de segundo, revelando a los dos caballeros que en la distancia el personaje que estaba a medio kilómetro de ellos desencadenaba una potente técnica con solo blandir su brazo hacia lo alto. "Piedras Estelares", se escucharon con fuerza, mientras las dos esferas de potente energía se dirigían hacia ellos girando sobre si mismas y provocando una poderosa destrucción a su paso.
Sin remedió fueron golpeados y propulsados por una gran explosión que los estrello brutalmente en la fachada del edificio atravesándola. El personaje caminaba aristocráticamente hacia ellos, mientras de los escombros volvían a la vía principal Teseo ayudando a su hermana.
- Tenias que ser tu…. – le dijo el chico al nuevo personaje. – El señor de las espadas…, Shura de Capricornio, el Santo que dice ser el más fiel de todos.
- Solo soy fiel a la fuerza y al poder…. – se colocaba delante de ellos, mientras MM se posicionaba tras él. – El Santuario para asegurar la victoria, sois demasiado peligrosos para la causa del Patriarca. – de repente de algún lugar aparecía una nueva voz, muy delicada.
- Saga de Géminis conoce perfectamente la fuerza de Enoc y quiere que lo eliminemos sin posibilidad a frustrar sus filas. – tras los hermanos caía desde lo alto un nuevo personaje equipado con otra armadura de oro, el cual cuando tocó tierra desplegó un surco de pétalos de rosas rojas.
- Afrodita de Piscis, solo tú deja ese rastro. Tres Dorados contra dos de Plata…. – dijo Elena poniéndose en posición combatida. – Veo que respetáis fielmente el código de Atenea… el que prohíbe los enfrentamientos desequilibrados.
- Ese es el de Atenea. – dijo Shura, blandiendo nuevamente su mano y preparado para atacar. – El del Patriarca es distinto…, el fin justifica los medios.
Los tres Santos Dorados rodearon a los "traidores" para ejecutarlos. MM, con sus garras preparadas señalaba a la chica con su sádica mirada, mientras Afrodita tenía en su mano una hermosa rosa blanca. Por último Shura, conocedor de que lo que iba a hacer no estaba bien, miró al piso y se despidió de ellos, "Lo siento pero debe ser así", alzó su mano gritando, "¡¡¡Sables Gemelos!".
Todos los ataques se entremezclaron en una agitación tremenda que provocaba destellos en el cielo. "Rosas Pirañas", "Ráfaga Cadavérica", "Glaciación", entre otros eran los gritos que se podían escuchar mientras la intensidad disminuía en una mala señal para los rebeldes, que tenían todas las de perder.
Finalmente, los dos hermanos acabaron con sus corazas destruidas y derrotados en el suelo, mientras que los tres Santos Dorados estaban de pie a su alrededor, dos de ellos sonriendo y el tercero sin expresión en su rostro. Al Señor de las Espadas lo que acababa de hacer no le parecía lo más justo pero no había otro remedio, ellos pondrían en serio peligro los planes del Patriarca. Sin embargo a los otros dos le había parecido una gloriosa victoria; MM se acercaba a la chica acariciándole la cara con sus garras provocándole pequeñas heridas. Por su parte Afrodita sujetaba al chico aun vivo, lanzándolo lejos y disparándole varias de sus rosas lo dejó clavado en la pared de un edificio mientras gemía de dolor.
El chico, resistiendo a morirse, comprobaba como el que lo había clavado ahí le lanzaba, una a una, rozas rojas a su cuerpo atravesándolo lentamente y provocándole tremendos dolores. "Que resistente eres, pero me gusta así, veamos cuatas eres capaz de aguantar.", le dijo Afrodita mientras seguía martirizándolo, pero se cansó rápido y preparó un flor blanca para terminar con su suplicio. Por otro lado, las garras de peliazul desgarraban el abdomen de la chica desangrándola tranquilamente, mientras la mantenía aprisionada, "Tu rostro será el más glorioso que ocupará mi templo, disfrutare de tu belleza por la eternidad", levantaba su mano y también se preparó para acabar con ella.
- ¿Dónde esta Milo? – preguntó Shura extrañado, mientras caminaba alejándose aquellos que estaban disfrutando acabando con los moribundos. – Tenemos que ayudarle a acabar con Orión. – repentinamente el suelo comenzó a temblar como si un terremoto se empezara a producir. - ¿Qué está pasando aquí?
Las piedras del piso se movían cada vez más fuerte, mientras la sacudida comenzaba a desquebrajar las frágiles casas que estaban en el lugar. Los tres Santos se pusieron en pie colocándose juntos y preguntándose que estaba sucediendo, los dos hermanos aun vivos desconocían que estaba provocando tal terremoto. Las sacudidas se hicieron muy violentas, hasta provocar la inestabilidad de los tres chicos que tuvieron ponerse inclinados y apoyarse con las manos en el piso para ganar estabilidad. Sabían que aquello no era nada natural y a lo lejos les llegaba un sonido devastador que se les acercaba rápidamente.
"¡¡¡¡Resguardaros!", gritó Capricornio, mientras que el caballero de Cáncer al ver que una onda expansiva, como muro de fuego que arrasaba todo el lugar en todas direcciones, se les venía encima llamó a sus "Ondas Infernales", tele-trasportándolos a los tres a un lugar seguro, mientras los hermanos con todo el pueblo era destruido y desintegrado sin dejar ningún rastro.
Una vez pasada la catástrofe, MM, Afrodita y Shura, volvieron a reaparecer en el mismo sitio, comprobando que solo quedaba un terreno carbonizado que se extendía en todas direcciones y a mucha distancia. Incluso el bosque que envolvía al pueblo también había sido arrasado. El peliazul pegó un grito al cielo al comprobar como había pedido la posibilidad de tener el rostro de la Dama del Hielo en su templo, mientras los otros dos caminaban hacia una luz que estaba en la distancia.
Miraron con asombro como un hombre estaba arrodillado en el piso con dos alas luminosas de ángel a su espalda, que los segaba a medida que se iban acercando. De repente aquella luz desapareció a la vez que las alas, revelando que era Milo el personaje que estaba arrodillado sin su armadura puesta. Pero no solo descubrieron eso, sino también a otro hombre que lo mantenía recostado en su regazo. Sin decir palabra el pelilargo, que solo llevaba el pantalón, se levantó, dejando el cuerpo en el suelo, con la medalla de plata de Orión en su mano se dirigió hacia los tres personajes y se la entregó sin mirarlos.
- Llevádsela al Patriarca…. – los pasaba de largo con la mirada perdida. – Decidle que yo me reuniré con él en unos días. – en su cuello colgaba el EI del Escorpión.
- ¿Que rayos ha pasado? – le preguntó MM mientras era ignorado, después fue a comprobar que Enoc había sido eliminado. – Este despojo esta muerto…, yo que quería tener su rostro entre mis trofeos.
Shura de Capricornio se volteaba con el EI requerido, "Volvamos al Santuario…, aquí no tenemos nada mas que hacer.", ignoraba al pelilargo que se marchaba caminando. Afrodita le seguía dejando la rosa blanca en el piso como recuerdo de su paso en el lugar. Y MM, tremendamente frustrado de poder provocar una masacre se fue indignado, maldiciendo a Milo, "No mataras a ningún inocente…, no mataras a ningún inocente…. Maldito hipócrita, al final vas tu y acabas con todos."
Separando sus caminos se alejaron perdiéndose en aquella noche, en la que cientos de inocentes habían perdido la vida.
Continuara.
