No soy dueña de nada, con excepción del personaje Morgan McManus. Los personajes reconocibles de esta historia son propiedad de WotC y R. A. Salvatore. El único beneficio que obtengo de este escrito es mi propio entretenimiento.

Esta historia contiene spoilers de Promise of the Witch King. Si no lo ha leído y no quiere saber lo que pasa no continúe leyendo. Han sido advertidos.

El rating de esta historia se debe al posible contenido de capítulos futuros. Por ahora su contenido es apropiado para todo lector.

INCONVENIENTES INESPERADOS

Capítulo I. La Gran Puerta de Vaasa

-¡NO, por todos los dioses, no es posible!- murmuró Morgan al ver a Jarlaxle entrar a la taberna en la cual se había refugiado hacía unos momentos.

-Como si no fuese suficiente con la horda de elfos que anda suelta corriendo por ahí- pensó a la vez que miraba de soslayo al elfo oscuro y se aferraba al tazón de vino tibio con especias que tomaba.

-Un drow- sacudió la cabeza de lado a lado levemente -un maldito drow-

Le habían advertido de la posible presencia de un elfo oscuro en las inmediaciones, de hecho, se suponía que mantuviera sus ojos abiertos y reportara cualquier avistamiento del susodicho a su nueva socia en Heliogábalos, pero en verdad hasta ese momento no creyó que realmente existiera dicho personaje. Llegó a un lugar tan alejado de la civilización como lo es Damara atraída por oportunidades mercantiles y por la posibilidad de crear vínculos comerciales que estaba segura resultarían en ganancias exorbitantes. Sus planes sin embargo nunca contemplaron ir a parar a la gran puerta de Vaasa, dedicarse a colectar orejas de monstruos y mucho menos codearse con cosas como un drow.

Verán, Morgan McManus, sembiana, barda itinerante, diminuta, diestra y siempre algo diferente a los demás humanos que la rodeen, lamentablemente sufría de algunas de las características típicas asociadas al estereotipo sembiano. Lo que es decir que la pobre, además de ser una mercader oportunista y despiadada, también era más de un poco racista.

Hubiese reconsiderado sus opciones más cuidadosamente de habérsele ocurrido tales posibilidades. Heliogábalos no había estado tan mal, para ser una mera ciudad semi-barbárica al mismo borde del universo, pero desde que llegó allí todo le había salido mal. Por supuesto, de nada valía lamentarse a estas alturas, el daño estaba hecho y a lo hecho, pecho. La oportunidad de lograr las ganancias predichas aún continuaba latente y no acostumbraba darse por vencida tan fácilmente, no cuando había tanto caudal de por medio.

Distraída con sus pensamientos Morgan suspiró y sorbió un poco más de vino levantando a la vez los ojos sobre el tazón justo a la altura necesaria para percatarse de que el drow, previamente frente la barra hablando con la monstruosidad medio orco que la atendía, se había volteado, copa de vino y jarro de cerveza en mano, y comenzaba a moverse hacia ella. Maldijo su suerte nuevamente al ver varios espacios disponibles en la mesa que ocupaba. Trató de hacerse lo más pequeña e inconspicua posible dentro de los pliegues de su voluminoso abrigo color marrón y hasta consideró levantarse y salir del lugar antes de que llegase a ella, pero el elfo tan solo pasó de largo ignorándola por completo y dirigiéndose en vez a una mesa cercana ocupada por un humano. La mujer suspiró de puro alivio, sin embargo sintió que había algo fuera de lugar, algo que causó que de momento se le erizaran los pelos de la nuca.

-El humano…- sus ojos se agrandaron un poco ante la súbita revelación.

-¡…el humano no había estado allí hacía unos segundos!- La mesa de Morgan estaba posicionada entre la puerta y la mesa ocupada por el drow y su compañero humano. Para llegar allí, aquel debió pasar muy cerca de ella y obviamente lo había logrado sin que ella se percatara de su presencia.

Los miró con disimulo nuevamente. Aparentaban estar hablando amigablemente, el elfo sonreía de manera encantadora a lo cual el humano respondía frunciendo el ceño. Debajo de un sombrero exageradamente emplumado, notó que el elfo llevaba la cabellera rapada, utilizaba un parche sobre su ojo derecho y no portaba armas, al menos visibles. De acuerdo a los rumores y a su experiencia previa con elfos oscuros, debería estar armado hasta los dientes y sus cabellos deberían ser voluminosos y tan blancos como los de ella. Por supuesto durante dicho encuentro previo los elfos habían estado tratando de matarla a ella y a sus compañeros en unos mugrientos túneles bajo la superficie de Cormyr, no es como que tuvo oportunidad de detenerse a apreciar y determinar la tonalidad exacta de sus cabellos. Había estado demasiado ocupada tratando de escapar con su vida. -Si que saben defenderse los malditos...- Involuntariamente se llevó una mano a la ya sanada herida que había recibido en su costado derecho durante dicho encuentro.

El humano por su parte tenía el cabello sumamente oscuro y llevaba un pequeño bigote que solo parecía una línea fina dibujada sobre su labio superior. No le quedaba, se hubiera visto mejor afeitado por completo. Su constitución era similar a la de un elfo, delgado y no muy alto pero atlético y sin lugar a dudas, guapo. En su cinto llevaba una magnifica espada y una daga.

Ambos se veían demasiado acicalados para un ambiente tan sórdido como el que los rodeaba, pero quedó convencida de que ninguno de los dos prestaban el más mínimo interés o atención en ella.

-¡Bah! Ya estoy imaginando cosas, debe ser el cansancio. Mejor salgo de aquí, mañana será otro día largo y necesito descansar.-

Dejó unas monedas sobre la mesa, se levantó discretamente y se dirigió a la puerta. De habérsele ocurrido voltearse hubiese encontrado dos pares de ojos, elfos y humanos, siguiendo sus movimientos detenidamente.

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Una vez la diminuta mujer de los cabellos blancos salió de la taberna de las Botas Enlodadas y las Espadas Ensangrentadas Artemis Entreri miró a Jarlaxle.

-¿Estás seguro de que es ella?-

-Por supuesto Artemis. Su descripción concuerda perfectamente con la ofrecida por nuestros nuevos amigos. ¿Cuántas mujeres de cabellera blanca crees encontrar en Damara?-

-¿Amigos?- La burla que acompañó esa palabra hizo clara su opinión sobre sus supuestos nuevos amigos, la Ciudadela de los Asesinos. Un grupo clandestino que había apoyado a Zhengyi, el Rey Brujo, cuando trató de apoderarse de Damara. Tras ser derrotados por Gareth Dragonsbane y sus seguidores los sobrevivientes se habían ocultado manteniendo en secreto la ubicación de la Ciudadela. Ahora ejercían su poder desde las sombras influenciando personajes poderosos en toda la región, entre los que por el momento se podía incluir a Artemis Entreri y a Jarlaxle D'aerthe. A Entreri no le agradaba la idea de ser marioneta de nadie y tan solo esperaba el momento apropiado para remediar dicha situación. Si bien pudo haberse marchado de Damara y no pensar más en el asunto, no tenía la más mínima intención de huir nuevamente. Por culpa de Bregan D'aerthe, Jarlaxle, y de la piedra de cristal, tuvo que salir corriendo de Calimport. No permitiría que tal situación se repitiese. No quería pasar lo que le restaba de vida huyendo. Él era el único amo de su destino y el ambiente de la puerta de Vaasa le placía…por el momento.

Jarlaxle se encogió de hombros –"Socios" entonces.-

-¿Y que proponen nuestros socios que hagamos con ella? ¿Eliminarla?-

-¡No, por supuesto que no!-

Fingió horror y desagrado ante la sugerencia. -Al menos no hasta que hayan determinado su valía.-

-¿Mientras?-

-La observamos, una tarea que no creo resulte muy pesada siendo ella tan…exótica.- Su sonrisa casi lo deja sin orejas.

-¿Supongo que eso significa que te ofreces voluntariamente para la misión?- El sarcasmo de Entreri era evidente -Cuan generoso de tu parte.-

-¡Por supuesto! Es mi obligación, por el bien de ambos. Después de todo no quisiera que terminaras teniendo que dar explicaciones innecesarias por súbitamente mostrar interés en mujeres extrañas.-

Una vez más Entreri intentó matarlo con la mirada, pero como siempre, sus esfuerzos fueron infructuosos. En esta ocasión sin embargo Jarlaxle en vez de reclinarse y reírse a carcajada suelta de él, le señaló hacia la puerta con la mirada. Entreri intentó ignorarlo sabiendo a quien vería allí pero no lo logró y terminó volteándose.

Calihye acababa de entrar. Entreri la siguió con la mirada según ordenaba bebida y comida en la barra. Su largo cabello negro lo llevaba atado en una trenza desaliñada y se veía cansada además de sucia. Entreri no salía de su asombro ante la habilidad que poseía la medio elfo para verse hermosa a pesar de estar medio cubierta de lodo y de la cicatriz que atravesaba su rostro desde su mejilla izquierda hasta su barbilla, cruzando sus labios.

Ganarse la vida como caza recompensas no era asunto fácil.

-Acabo de recordar que alguien me espera. Hasta luego.- Jarlaxle se levantó a la vez que Calihye, a pesar de haber notado la presencia de Entreri, tomaba asiento en una mesa desocupada al extremo opuesto del salón. Era discreta y a la verdad el drow no le agradaba mucho que dijéramos. Jarlaxle, mostrando una sonrisa pícara, comenzó a moverse hacía la salida pero no sin antes voltearse, levantar el parche que cubría su ojo derecho, dar una guiñada de ojo a Entreri y añadir -Recuerda amigo, no hagas nada que yo no haría.-

A pesar del malestar que le causaba el insufrible elfo, Entreri descubrió con una mezcla de pánico y curiosidad, que le era fisiológicamente imposible evitar que una sonrisa se apoderara de sus labios según se levantaba y se dirigía a la mesa de Calihye.

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El aire frío de Vaasa recibió a Morgan al otro lado de la puerta, al corto verano de Vaasa aún le quedaba mucho más de un mes de duración, pero hoy el viento soplaba desde el Gran Glacial y el frío le carcomía los huesos. Se ajustó el abrigo y bajó los pocos escalones que llevaban al lodazal que estos bárbaros llamaban calle. Allí esperaba por ella lo que estaba segura era el perro más feo que jamás hubiesen visto los habitantes de Toril.

Su pelaje crespo era mayormente blanco con excepción de dos parches marrón rojizo en sus orejas y en el lado izquierdo de su cara, aunque en ese momento era difícil de decir a causa de todo el lodo que llevaba encima. Era enorme, posiblemente pesaba más que ella, pero aún así su cabeza era desproporcionadamente grande. Una de sus orejas estaba desgarrada casi en dos, uno de sus colmillos superiores estaba partido a la mitad y tenía una cicatriz que corría desde su otra oreja casi hasta la punta de su hocico. Al verla se levantó, se sacudió y empezó a caminar frente a ella hacia su campamento.

Siempre hacía eso, caminaba frente a ella como diciéndole a donde podía o no podía ir, como si él fuera el amo y ella la mascota. A veces, solo para ver como reaccionaba, Morgan cambiaba la dirección en la que caminaba inesperadamente. El nunca tardaba en percatarse y corregir su trayectoria, pero las miradas furiosas que le daba en esos momentos, como preguntándole -¡¿qué cuernos te crees humana!-, valían la pena y la hacían sonreír.

Llevaba solo unos meses con ella. Lo había encontrado a la orilla del camino a un día de distancia de Ilmwatch, en Impiltur. El grupo con el que viajaba hacia Heliogabalus acampó cerca de donde él yacía y Morgan le había cedido las sobras de su cena y un poco de agua. Las heridas en su cara y oreja aún eran frescas y parecía medio desnutrido. Desde entonces él no la había perdido de vista. Ella trató en varias ocasiones de escabullírsele pero él siempre la encontraba. A Morgan no lo había quedado otra, más que resignarse a su presencia y al asqueroso paisaje de su trasero caminando frente a ella.

Buscó su campamento a lo lejos, una tienda de campaña entre cientos otras. Se podría decir que la población de la puerta de Vaasa es mayormente itinerante. Los residentes permanentes son en su mayoría soldados, uno que otro monje o clérigo de Ilmater y dueños de locales como armerías, herrerías y tabernas. El resto de la población consiste de aventureros que llegan al área atraídos por las ofertas de remuneración de parte del ejército a aquellos lo suficientemente valientes o tontos para dedicarse a exterminar monstruos. Por las orejas de goblins pagaban a 2 monedas de oro, por las de gigante, hasta 100. Oleadas de personas de toda raza y profesión llegaban a la puerta con el deshielo todas las primaveras y debido a que las autoridades hasta el momento no habían hecho nada por mejorar las condiciones del área en lo concerniente a alojamiento, no les quedaba otro remedio más que acampar. El colectivo de caza recompensas equivalía a un pueblo pequeño en sí.

Antes de su audiencia con el Rey Gareth Dragonsbane no comprendía por que a nadie se le había ocurrido sacar provecho de dicha necesidad. Era un negocio redondo, la clientela ya estaba allí. Allí y con el dinero recién ganado al ejército forrándole los bolsillos pero casi sin lugares donde gastárselo. Al momento la baronía de Bloodstone, la base de poder del rey, pagaba por las recompensas y de ser necesario podía cubrir ciertos servicios básicos ya fuesen alimento o alojamiento, pero solo de manera temporera. Los servicios de un clérigo siempre están asegurados a aquellos que los necesiten y las entrañas de la muralla poseen varios locales auspiciados por la corona en los que se venden y reparan armas y armaduras a precios más bajos de lo que uno esperaría. Aún así, de seguro muchos de los pobres infelices estarían dispuestos a intercambiar la totalidad de sus fortunas por una cama cómoda y refugio apropiado del viento helado por tan solo una noche.

Todo se le hacía claro ahora. Al principio de la primavera le había presentado sus planes a uno de los ministros del rey. Su idea le había encantado ya que el endoso del gobierno aseguraría que parte de las ganancias hechas por los establecimientos propuestos regresarían a las arcas del reino (desviándose antes una que otra moneda a los bolsillos del ministro por supuesto), desde donde podría ser reinvertido en pagar recompensas. El proveer vivienda y servicios apropiados a los caza recompensas también permitiría que aquellos que así lo desearan permanecieran en el área, continuando la cacería durante los meses de invierno cuando los monstruos, envalentados por el frío y el hambre, se acercaban más a la muralla. En la actualidad el capital del reino se escapaba del área con la llegada de cada invierno y la partida de los cazas recompensas con sus pequeñas fortunas todavía intactas en sus bolsillos.

¿A donde iría la parte restante de las ganancias?..., pues a las arcas de McManus y de sus socios por supuesto. Pero de seguro mayormente a las McManus, se hubiera encargado de eso luego. Empezaba a salivar cada vez que pensaba en las ganancias proyectadas, pero el Rey, maldito cretino, ¡lo había arruinado TODO!

En su realísima opinión no sería apropiado ni justo que un recién llegado a la grandiosa tierra de Damara se beneficiara tanto de la labor tan noble acometida por los admirables hombres y mujeres que día tras día arriesgan sus vidas para hacer de esa nación una mejor y más segura para el ciudadano común.

¡Vaya sermoncito estirado! Le hervía la sangre cada vez que recordaba aquellas palabras. ¿Apropiado? ¿Justo? ¡De cuando a acá el mundo real era apropiado o justo! Le habían dado ganas de arrancarle la barba de un tirón al maldito viejo. ¿Pero que más se podía esperar de un paladín? ¡Peor aún! ¿De un paladín de Ilmater? Recordó a uno de sus pasados compañeros de aventuras, un paladín de Tyr -…y me atreví a criticar al pobre Osvelt- lamentó.

Al momento de la audiencia sin embargo, había invocado la sangre fría que esperaba haber heredado de su madre y se lo había tragado todo, con dificultad, pero todo. Tragó gordo, forzó sus labios a formar una débil sonrisa y en voz baja, con toda la humildad de la que era capaz, preguntó cuales eran sus opciones. El viejo decrepito le había ofrecido una sonrisa bribona de la cual no debió haber sido capaz un paladín y le puso las cartas sobre la mesa. O recogía sus maletas y se marchaba diciendo adiós para siempre a sus planes o dedicaba al menos una temporada de su vida a luchar, sufrir, sudar y sangrar junto a la gente de la cual planeaba beneficiarse económicamente. Si su desempeño como caza recompensas y ciudadana de la puerta de Vaasa satisfacía al rey al final de la temporada la corona reconsideraría su propuesta.

Así que aquí está Morgan McManus, pagando su libra de carne…y no solo en sentido figurado.

Se detuvo al alcanzar un punto alto en la vereda que llevaba a la cuidad de tiendas de campaña. Respiró profundamente absorbiendo la totalidad del panorama que le ofrecía la comunidad de la puerta de Vaasa y las estructuras militares adyacentes.

-Sí,- se admitió a sí misma, -definitivamente hubiera reconsiderado mis opciones más cuidadosamente de habérseme ocurrido tales posibilidades.-

El perro se detuvo, mirándola sobre su lomo al percibir que se había detenido. Ella torció sus labios en una mueca y comenzó a caminar pensativa. Todavía no había decidido exactamente que información reportaría sobre el elfo oscuro del ridículo sombrero.

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Por favor apiádense de mí. Este es mi primer fanfic y necesito sus opiniones al respecto. Gracias por leer lo que he escrito :D