"Hermione y el forastero"
Capítulo 3
"Playa, arena, mar y algo más"
Pausadamente lo cogió con la mano izquierda, lo retiró de su dedo y lo arrojó al mar, que bullía a nuestros pies. En seguida se volvió otra vez a mí.
Reinó un silencio nuevo, breve, que ella rompió para decir:
- Vamos.
Y como yo permaneciera inmóvil:
- Ayúdeme – Agregó.
¿Sabría lo importantes que eran para mí esas tres palabras: quédese, lléveme, ayúdeme?
Me tomó de la mano y comenzamos a bajar. Eso fue todo aquél día.
No. No fue eso todo. Son esenciales las pequeñeces. Parece que pudiera prescindirse de ellas, y transcurre el tiempo y hasta la más ínfima minucia cobra significación. Y uno siente la avaricia de las que se pierden, de esas que se han ido sin piedad de la memoria, y de las que se van yendo, cayendo, en el camino.
Pero nunca se puede volver. No es lógico volver.
Nos fuimos andando en silencio por la playa. Al llegar a la hostería, nos despedimos en la forma en que nos habríamos despedido el día antes, u hoy, si no hubiese sucedido nada. Si no hubiese un anillo metido en un resquicio entre las rocas.
Sólo hubo un detalle:
- ¿Nos veremos mañana? – Me preguntó.
- Sí – Repuse.
No fijamos hora ni lugar de encuentro. Daba igual: nos parecía inevitable encontrarnos.
Y ni ella ni yo recordamos la invitación que me hiciera su padre a tomar el té. Fue una suerte. Habría resultado absurdo charlar trivialidades después de aquello increíble. Caso mágico, que ocurriera en La Punta.
Pero ya en ese breve trecho se había acumulado un verdadero tesoro de hechos pequeños. De esos que ahora busco con acuciosidad de anticuario, y para los que está abierta esta libreta.
Mientras duró el descenso de las rocas, por ejemplo, no nos soltamos las manos. Ya abajo, por espacio de unos segundos, seguimos así. Luego yo no pude. No me daban los nervios. Tenía miedo de la situación, de Gracia, de mí mismo…
Aflojé los dedos y su mano se fue, lentamente.
Íbamos callados, y eso, de nuevo, nos hacía cómplices. Cómplices en lo que no decíamos. En lo que no podía expresarse. Y en el no decir, tampoco, lo que no valía la pena.
Era grato no hablar. Lo contrario habría sido destruir un poco el momento. O por lo menos, adelantarse a lo que debíamos hablar más tarde, abriéndonos paso hacia ello, de seguro, a través de una maraña de trivialidades. Los dos sabíamos que la tarde era bella, que el mar poseía en esos instantes especial majestad, que había una plácida armonía en el aletear calmo de las gaviotas, que pasaban, como todos los atardeceres, rumbo al norte.
Lo sabíamos. ¿Para qué ponerlo en palabras, entonces?
Y el que fuera innecesario hacerlo también nos unía. Porque, por tácito acuerdo, nos encaminábamos hacia los diálogos que habrían de venir, los necesarios, dando un rodeo más hondo que el de las frases. Decirnos ahora que nos amábamos habría sido absurdo, superficial. Había que esperar, y era mejor hacerlo en silencio.
Cuando ella volvió a quitarse los zapatos, se apoyó en mi brazo. No tenía para qué. Era una especie de ratificación, algo que habría costado mucho formular en palabras, y las palabras nunca habrían sido bastante sutiles. Se apoyó no para no caer, sino porque el gesto expresaba esa nueva intimidad nuestra.
Dos o tres veces rió, y sus carcajadas eran claras. Y eran más (apenas un poco más) de lo que correspondía. Un ápice. Una minucia. Un detalle. Pero el viento era un detalle. Pero el mar era un detalle. Pero las aves eran un detalle, volando con toda grandeza y la solemnidad de la creación hacia sus refugios de la tarde.
Desperté de alba esa mañana. Estaba oscuro aún. Desperté con cierto cosquilleo de gozosa premonición, como cuando se tiene una grata noticia, o se espera algo excepcional que habrá de ocurrir en el día. Primero no supe la causa; a veces, de niño, solía abrir los ojos con idéntica sensación, aunque sin recordar todavía que era mi cumpleaños, o la Navidad, hasta que, buscando en la memoria con el mismo afán regocijado de la infancia, pronto me acordé:
Iría a Castuera, por cierto. Hermione me aguardaría en cualquier parte… Quizá nos encontráramos a mitad de camino. ¿No había arrojado el anillo al agua? ¿No había abandonado su mano en mi mano? ¿No me había mirado de un modo especial, en los ojos? Si, iría a esperarme a medio camino. Y ahora hablaríamos. Ya no importaría qué habláramos. Y el novio se habría acabado. Lo tarjaríamos, igual que se tarja una cifra mal hecha en un cálculo.
Pero hubo, ¿Por qué los hay siempre, un pero: mi padre me anunció que debería tomar inventario en las casas del fundo de don Richard.
- Pedí dos caballos – Me explicó – Para que me acompañes.
- Gracias – Murmuré, y me sentí sonrojar.
Una rabia inmensa hizo presa en mí. Pude haberle dicho que tenía otros proyectos, a sabiendas de que habría comprendido, mas callé, y le guardé rencor, como si me hubiera estropeado el día intencionalmente.
Salimos. Había amanecido gris. Cielo desabrido. La cabalgata hasta el fundo fue silenciosa, y mi ira no hacía sino acrecentarse ante el hecho de que mi padre la notaba y la achacaba a otras causas. O buscaba las causas.
Yo sabía que estaría pensando: "Nos distanciamos. No somos los buenos camaradas de antes".
Era tan absurdo. Tuve ganas de hablarle con cariño, y no, y cada vez que le dirigía la palabra era con la aspereza de mi murria. Si no, permanecía mudo con todo el aspecto de ser presa de un tedio invencible. Recuerdo que mi padre trató, por ejemplo, de interesarme en una conversación sobre los versos de Jorge Manrique. ¡Sobre los versos de Jorge Manrique!
- El río de San Millán – Comentó. Se ve en realidad más viejo a medida que se acerca al mar. Pierde forma, se ensancha, va más lento. Decae. También se verifica a la inversa la metáfora: los ríos son, o tienen, vida…
Yo callaba.
- ¿Te parece a ti así? – Inquirió.
- Sí – Contesté, sin entusiasmo.
Y enmudecimos de nuevo.
- He vuelto a pensar – Dijo más adelante – En la idea de viajar al sur para el verano. Creo que podríamos hacerlo, apenas des tu bachillerato.
- Es absurdo, papá.
- ¿Por qué?
Se veía poco inteligente con ese entusiasmo tan repentino y tan evidentemente ficticio.
- Porque no puedes botar la plata.
- No es botarla… - Objetó, débil.
- Sí es.
- La aprovecharemos tan bien. Será maravilloso. Yo recuerdo, por ejemplo, que el año…
- Antes de pensar en ir al sur, mira tu ropa. Mira la casa, que te da vergüenza cada vez que tienes que recibir a alguien.
No replicó nada. Lo había herido en lo más sensible, y me dolía hacerlo, y esto, de nuevo, agravó el nudo de rabia y angustia que me apretaba la garganta. Deseé con desesperación que se mostrara molesto o enojado. Que me golpeara, incluso. Pero sólo estaba herido.
Llegamos en silencio a las casas del fundo. Violentándose, mi padre sonrió a don Richard.
- Vine con mi retoño – Explicó, en tono que se me antojó de excusa – Le había prometido traerlo este año.
- Bien, muy bien – Masculló, apresurado, don Richard.
No le interesaba el asunto. Había quehaceres más urgentes.
- Veamos los barriles?
- Como no, don Richard.
- Y el retoño, ¿Ayuda?
Mi padre me dio una mirada casi suplicante.
- Si puedo servir… - Dije.
Y él:
- Claro, claro que ayuda. Le servirá de entretención, ven muchacho.
Me irritó este "muchacho", que resultaba artificial.
Trabajamos todo el día. Almorzamos con dos Richard y doña Matilde, que se sentían muy democráticos al recibirnos en su mesa. Papá se mostró torpe, poco menos que abyecto. Diríase que, en su nerviosidad por estar ahí, se olvidaba de sus modales, se le oscurecía la mente, perdía toda conciencia de sí.
- ¿Estudia el joven? – Preguntó doña Matilde.
- Sí, va en sexto de humanidades – Se apresuró a contestar mi padre – Perdió un año, el pobre, cuando tuvo pleuresía.
- ¿Tuvo pleuresía? Que terrible.
- Sí, pero se ha repuesto bien. Ahora está robusto y firme. El médico…
Doña Matilde, sin embargo, había perdido el interés. Daba la impresión de haber lanzado la pregunta como quien arroja una moneda a un pobre. Como ella arrojaría una moneda a un pobre: con una sensación ventosa de la propia bondad. Y libre de la menor emoción.
Sin oír casi las explicaciones de mi padre, la señora se volvió a su marido, y ambos hablaron sus cosas sin preocuparse mucho de nosotros, que permanecíamos escudando, en un silencio oprobioso. Yo no. Yo no escuchaba: sentía hervir dentro de mí un furor que pugnaba por estallar, y de no ser porque el puesto de papá le era indispensable (nos era), creo que habría dicho alguna grosería, o habría hecho algo violento.
Se me ocurrieron varias cosas: coger la jarra del vino y vaciársela por el escote a Doña Matilde. Lanzar un estrepitoso eructo, y luego pedir perdón cínicamente… para que se notara. Hacer gárgaras con el agua. Pedir repetición… Uno tras otro, los disparates pasaban por mi imaginación, en una endiablada cadena, y pensarlos me produjo tentación de risa, una risa nerviosa, que sólo me fue posible reprimir haciendo heroicos esfuerzos.
Eso, por supuesto, no significó alivio para mi estado de ánimo. Terminado el almuerzo, sentía que aún me llenaba una mezcla de angustia, de rabia, de derrota.
En la tarde conservaba todavía esperanzas de llegar a Castuera. Si estábamos en San Millán a eso de las seis, me decía, papá iba a pasar a la bodega, y yo partiría corriendo. O tal vez consiguiera tomar el autobús, y en un rato estaría allá.
No pude, claro.
A las seis, don Richard, siempre democrático, nos invitó a tomar té. Un té interminable, con muchos cálculos de cosechas. Precios, ganancias, impuestos a la renta y otras necedades irritantes. El reloj, mientras, parecía que a propósito movía sus punteros frente a mí: cinco, diez, quince minutos; una campanada. Veinte, veinticinco, la media; dos campanadas.
Daban las siete cuando nos levantamos.
- Entonces, Malfoy, llévese usted estos papelees, y a ver si alcanza a pasar algo en el libro ahora.
- Sí, don Richard.
De regreso, no cambiamos palabra. O mi padre estaba por fin enojado, o había renunciado a sacarme de mi mutismo. Tal vez lo que pasaba era que comprendía, pensé. El siempre comprendía.
- Voy a quedarme hasta tarde en la oficina – Me anunció cuando entregábamos los caballos – Puede que no alcance a llegar a comer. Tú come y te acuestas, no más.
- Bueno – Murmuré.
En seguida, rompiendo el nudo que me oprimía la garganta, a falta de algo mejor agregué:
- No trabajes demasiado.
- No – Sonrió.
Tonta como era, mi frase había desecho el hielo. Es decir, él lo había desecho.
- Yo saldré a dar una vuelta por ahí – Anuncié - ¿Te importa si demoro?
- Anda, anda no más.
Un camión me recogió por el camino, y me dejó a unos pasos de la hostería, en Castuera. Serían las ocho, o poco más. Apenas se veían luces en el pueblo. Las de la hostería, la fonda, los carabineros, otras dos o tres.
Miré hacia la playa: había una neblina que lo emborronaba todo. No, Hermione no debía de haber salido en una tarde así. Me asomé a la hostería. Allí, sentados a la única mesa ocupada, se encontraban ella y el general. Traté de discurrir un pretexto para acércameles, mas no se me ocurrió ninguno medianamente cuerdo.
"Quizá después salgan a tomar el fresco" intenté creer.
No fue así. Terminada la cena, ambos se levantaron y subieron. Alos pocos momentos, se encendió una luz en el segundo piso.
"Allí duerme", pensé.
Se encendió otra.
"¿O dormirá allá?"
Esperé un rato. Al cabo de unos cuantos minutos, la primera luz se apagó. ¿Sería del general, que se dormía en el acto? No me lo imaginaba leyendo.
- Hermione, Hermione… - Musité, en una especie de absurdo llamado.
Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas. Recordé que ella tenía un asomo de tristeza en el rostro, abajo.
La segunda luz se apagó.
Sentí frío. Me marché. No sabía si estar triste, porque Hermione no me había visto y porque ella estaba triste, o si estar menos triste por esto, porque ella parecía lamentar no haberse encontrado conmigo aquel día.
Partí temprano a Castuera. Esta vez no encontré un camión que me llevase. En el Alto del Pinar me topé con el autobús, que venía hacia San Millán, a esperar el tren de la mañana. Había bajado una neblina espesísima, que apenas permitía distinguir los contornos de las cosas más inmediatas. Y los pinos eran fantasmas de pinos, los arbustos fantasmas de arbustos, la tierra entera un a comarca espectral, de purgatorio. El camino, más allá de una decena de pasos, parecía perderse en un abismo.
Abajo, hacia la playa, el mar, invencible, daba la impresión de un mar también fantasma, penando detrás de una cortina gris.
Anduve hacia el sur, igual que siempre. A medida que el día avanzaba, la niebla se tornaba ligeramente menos densa. Apenas. Mi alma era presa de sentimientos encontrados: la niebla siempre me anima un poco, me refresca, me infunde deseos de reír.
Pero Hermione no estaba conmigo.
Pero yo no me atrevía a ir a buscarla.
Sentía como si, al no vernos el día antes, se hubiera perdido todo ese maravilloso, sutil contactos que estableciéramos. Sentía que éramos de nuevo dos desconocidos, ¿qué hacer frente a ella, y que ahora el anillo resultaba absurdo, casi ridículo, en medio de las rocas. Tal vez Hermione lo hubiera recobrado ayer, luego de esperarme en vano.
Una masa de sombra comenzó a dibujarse en la niebla. Se hacía densa, avanzaba en dirección contraria a la mía. No quería creer que fuera Hermione, por no desilusionarme después. Sin embargo era ella.
- ¡Hermione! – Exclamé cuando pude distinguirla.
Vestía un traje sencillo, de color celeste, que caía con algo de majestad desde su cintura. Llevaba un pañuelo rojo atado al cuello, y esta combinación de colores, poco usual, confería a su figura un curioso atractivo.
- ¿Usted por acá? – Dijo.
La voz era fría, claro. Me corté. Las mil frases que soñara o soñara despierto la noche anterior se hicieron añicos en mi mente, igual que si fueran otros tantos trozos de vidrio delgado. Un nudo me oprimió la garganta. Pensé que no era yo más que un niño; sólo un niño metido en amores: en cosas de grande.
- Sí – Murmuré.
Y observé que no llevaba el anillo, y deseé besarle la mano en señal de gratitud. Besársela y llorar, sí: era un niño, y recoger a pedazos mis frases y decírselas, aunque fuese entrecortadamente, aunque no tuvieran mucho sentido.
- Vengo de las rocas – Me explicó Hermione - ¿Recuerda el anillo que perdí allá el otro día? No me resigno a perderlo. Estuve buscándolo.
No supe qué responder.
- Lo siento – Agregó ella entonces -, Porque mi novio llega esta tarde, y… Bueno. Sería una lástima.
Estábamos ambos parados, un poco artificiales, frente a frente. Y de pronto dejé de sentirme niño y de sentirme indefenso y de sentirme sin recursos, y ataqué con ira de animal herido, sin pensar en el sufrimiento propio, sino sólo intentando hacer daño.
- Volvamos – Ofrecí – Yo puedo ayudarle.
- Es muy amable. No me atrevo a…
- No se preocupe.
Marchamos callados hacia La Punta, y yo iba pensando que la amaba, que era absurdo este juego infantil de vanidades. Hermione, Hermione, Hermione: su nombre palpitaba igual que un latido en mi interior. Y su cabello, de nuevo flameando; y la falda de su traje flameando, siguiendo armoniosamente el ritmo de su paso.
- ¿Su novio es también militar? – Le pregunté, casi sin saber lo que decía.
- Sí – Replicó.
- Claro.
Este "claro" la hirió. Ya la pregunta la había herido (se recogió imperceptiblemente al oírmela), y ahora noté que apretaba las mandíbulas y que un fuego especial le brillaba en los ojos, que eran bellos, pero ahora de otra manera. Quise agregar: "Me lo imaginaba", mas me contuve. Quedaba mejor así. Más sobrio. Y ella comprendía, de todas maneras.
Se desentendió de la mano que le ofrecí al subir por las rocas. Era ágil. Venía muy cerca de mí, por más que me apresurara.
- ¿Dónde fue, más o menos?
Yo sabía, sabía tan bien. El lugar era inolvidable, lo mismo que la escena. Estaba seguro de poder recuperar el anillo, y de que Hermione también hubiera podido, si de veras hubiese hecho el intento.
- No sé. Por ahí, creo – Indicó.
Bajé.
- ¿Lo encuentra?
Sí, lo había encontrado, ahí, entre las piedras de una poza.
- Lo veo – Repliqué – Pero la marea está muy alta, y no alcanzo a sacarlo.
Era cierto. Tal vez con un palo, o con un alambre, habría logrado cogerlo.
- Tendría que ir a buscar algo… - Dije.
Hermione llegaba en ese momento a mi lado.
- ¿No es capaz de llegar hasta ahí? – Preguntó con una sombra de desafío.
- Capaz, sí. Lo que hay es que tendría que mojarme, y no me dan muchas ganas. Después de todo, yo no soy el novio.
- No, claro. Aunque me parece que se ofreció.
Iba a responder, mas me contuve. Y ella:
- No es capaz – Insistió – No importa. Esta tarde…
- No voy a hacerlo, Hermione. No trate de picarme el amor propio, porque no soy un mocoso.
Me miró, burlona.
- ¿En qué curso va?
- ¿Y usted? – Retruqué.
Pero sin esperar a que hablara, me metí en la poza y cogí el anillo. Hermione tenía, ahora, una expresión asustada.
- ¡Por Dios, cómo se mojó!
- Tome. Aquí tiene.
Jadeaba, no por el esfuerzo, sino de desesperación y de rabia. No sentía el frío. No sentía el agua que me empapaba hasta más arriba de la cintura, y todo el brazo derecho.
- ¡Cómo se ha mojado! – Repitió ella.
Comencé a subir, sin esperarla, y bajé de nuevo hasta la playa. Hermione me seguía en silencio, pensando quizá lo mismo que yo: que si hacíamos estas cosas era porque nos amábamos, y eso precisamente (el hecho de amarnos) las tornaba absurdas.
Al llegar abajo me volví para observarla. No se había colocado el anillo. Eso podía significar un deseo de tregua, la confirmación no dicha de su promesa no dicha de la vez anterior. Quise darle las gracias, o pronunciar cualquier frase que rompiera el hielo. No encontré ninguna.
- Póngaselo – Ordené, en cambio.
Ella fijó en mí sus ojos, que eran mansos de nuevo, y profundos. Y su boca era la boca suave de Madame Henriot. Dulce. Tersa.
- Póngaselo – Repetí, no obstante.
Pero Hermione era mujer, y una mujer sabe desentenderse de las ataduras de lo razonable, y revestir una situación de belleza. De magia. Sabe ser libre; de amor propio, de lógica, de tonterías.
Bellamente, Hermione arrojó el anillo a las olas, con una maravillosa naturalidad, como si yo le hubiera dicho eso. Como si se lo hubiera dicho sin necesidad, incluso.
- Animal – Murmuró.
Y yo comprendí que esto significaba "Te quiero".
Me arrodillé en la arena para coger su mano, y se la besé, y no me importó que se me llenaran los ojos de lágrimas; al contrario: era tibio, era bueno llorar.
- No, no. No – Rehusaba ella con risueña ternura.
Luego se puso a acariciarme el pelo con la otra mano; se inclinó hasta quedar también arrodillada, hasta que nuestros labios se encontraron.
Fue un beso largo, en la playa, en la arena, junto al mar.
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¡Tanto tiempo! Disculpen la tardanza… y para enmendarlo, les escribí un capítulo algo más larguito… y con la sorpresa del beso, ¿no? Dije que pronto había "acción" y es este es el punto de partida; desde aquí suceden muchas cosas, todas algo precipitadas…
Para el capítulo anterior mencioné que estaba contentísima porque se venía el estreno de GoF… (¬¬ hace mucho) perno bueno, les cuento que nos fue bastante bien , adornamos el cine he hicicmos concursos, conseguimos auspiciadotes y descuentos… hehe… además la gente que asistió se veía que la pasó bien también…
Y ahora se nos viene la publicación de "Harry Potter and the Half-Blood Prince"… traducida como "Harry Potter y el misterio del Príncipe" (yo no la he visto, pero pueden ver la portada e o en me han dicho que es feita). Yo ya voy terminando el libro en inglés… ha costado y además no fui muy constante… xD… pero ahí voy, me quedan unas diez hojitas.
Mucha suerte a todos con… lo que estén proyectando o haciendo… y… bueh, ahora me voy por una o dos semanitas de vacaciones así es que… bien, si prometo, cumplo… y les prometo tener una actualización antes de tres semanas.
Para quienes leen también "Némesis"… ya actualicé un capítulo antes que este… y ahora va otro, seguidito.
Muchas gracias a todas aquellas personitas bellas que me han dejado reviews. Aquí les dejo la contestación:
IsOpeTT: Jeje, bueno, lamento decirte… que si, es 100 su historia original… sólo hay cambio de nombres, porque, ya ves, intenté cranearme para dar vuelta las vidas para que fuese mas real a cada personaje, pero sabiendo el final… ni modo. Gracias por pasarte por aquí.
Jiron de Luna: Aquí llegó el capítulo 3 ojalá te haya gustado porque aquí… ya empieza a haber "más". Bueno, ahora tengo claro que la "Autum's" del cap 1, eres tu… jeje. Y gracias por tu review, espero te haya gustado este cap. Pronto actualizo, apenas vuelva.
Aixa Beautiful And Danger (Isabel): Hola!. Gracias por tu review. Si no entendiste algo, dime, no tengo problema en explicártelo o tal vez fui yo quien lo escribió mal, xD. Jaja… yo ando medio controlada por mis papás, si no, creo que leería la vida entera xP. Que rico que estés al corriente de Némesis así, te habrás dado cuenta que ya actualicé. Nos vemos pronto!
-Atropo-
