Autora: Annariel aka Annarielwen

Comunidad Lotr Slash: livejournal. com/ community/ slash(underline)en(underline)arda (sin espacios)

¡Feliz Beltane!

Parte 18

El bosque era oscuro, pero el amplio claro boscoso al lado norte, cerca del palacio subterráneo, estaba pródigamente iluminado.

Abundantes y resplandecientes lámparas pendían de los troncos y ramas de los árboles que rodeaban el espacio abierto bajo el cielo nocturno, donde grupos de elfos se reunían y disfrutaban a la tenue luz de Ithil. Hermosas guirnaldas pendían de flexibles hayas, manuales arreglos de colores adornaban robustos robles, y ante todo lírico canto flotaba en el viento al son de arpas y tambores, con dulces flautas orquestando alegres melodías.

Los reunidos vestían sus mejores galas esta noche. Elfos de Lorien y Rivendell al lado de los elfos silvanos del bosque, vistiendo hermosas túnicas y delicados ornamentos, bellas doncellas élficas con hermosos vestidos y brillantes joyas iban de un lado a otro. Todos lucían su mejor esta noche porque cuando ithil llegara a su punto más alto en el cielo, y la medianoche marcara la llegada del 2 de coire, el más joven príncipe del reino del bosque haría su aparición. El ritual de paso de la niñez a la adultez de los elfos silvanos empezaría.

Los ritos de Mayoría de edad para la gente del Bosque Negro eran pequeñas ceremonias significativas en la cultura de su gente, más uno de sangre real alcanzaba la edad de la adultez, y ninguno de los elfos del reino se hubiera conformado con una celebración pequeña y rutinaria.

La danza y el baile había empezado desde una temprana hora, los invitados llegando poco a poco y uniéndose al regocijo donde comida y bebida fluía libremente. El señor Celeborn y su gente disfrutaban del alborozo de la noche, el plateado señor observando como sus queridos elfos se unían y mezclaban con la gente de Thranduil. Elladan y Elrohir, jóvenes y alegres, miraban con benevolentes ojos a sus amigos quienes abandonado recelos se entregaban a la alegría de la fiesta, aunque la aguda mirada del más joven gemelo notó que existía todavía un poco de desconfianza en ambas partes. Después de todo, era mucho tiempo que el alejamiento entre el pueblo del bosque y los Noldor había durado.

El príncipe heredero del bosque conversaba alegremente con los galadhrim del bosque de oro, mientras Sirion, cabeza de los consejeros del rey elfo, andaba alrededor vigilando que todo estuviera en orden, y nadie se sobrepasara con el Dorwinion antes de tiempo.

Un grupo de guardias del Bosque Negro atrajo varias miradas debido a sus sonaras risas, Saelbeth y Silinde siendo los perpetradores del pequeños alboroto, y en una esquina del claro podía verse a Sadorell tratando de llevarse a su pequeña hija Miredhel, ya que la noche era demasiado avanzada para una elfita de su edad.

En una de las esquinas más iluminadas del claro. Imponente y hermoso, con su mirada altiva y su corona dorada abrazando su noble frente, se paraba Thranduil.

El magnífico rey elfo paseaba su generosa mirada entre sus súbditos reunidos y los invitados de otros reinos. Vio como varias miradas giraban hacia arriba, elfos de Lorien y Rivendell y del Bosque Negro fijaban sus penetrantes pupilas en el cielo donde las estrellas de Elbereth brillaban esta noche, y siguiendo las persistentes miradas, Thranduil observó que Ithil estaba en su punto más alto en el cielo, y con un leve temblor en su corazón esperó la llegada de su HojaVerde que ya no debía tardar en aparecer.

Como si en pista, todos los reunidos despejaron el claro del bosque, orillándose al borde del claro, formando un gran círculo con un gran espacio abierto en el centro. Melodiosas voces levantándose en un himno de gloria a Elbereth, mientras los elfos, en la esquina contraria al rey, hacían un pequeño espacio y daban paso a un joven elfo.

La hoja del Gran Bosque Verde había llegado. El Dorado Príncipe hizo su aparición.

Un leve murmullo de asombro se hizo escuchar, pero fue prontamente ahogado por las líricas voces que no cesaban su alabanza a Varda, unidas por otro coro de voces cantando a Yavanna, pidiendo guía y protección esta noche especial.

Legolas entró apenas el círculo de congregados y se detuvo. Con su límpida mirada recorrió a todos los elfos y doncellas presentes, y con una leve ampliación de sus azules ojos mostró su asombro en la cantidad reunida. No sabía porque se asombraba, no esperaba menos con los invitados de otros reinos. Levemente agitado y abrumado, sintió como un leve rubor empezaba a subir a sus mejillas, pero mantuvo su cabeza en alto como el príncipe que era, y su mirada firmemente enfocada ahora al otro lado del claro, donde su padre lo esperaba con una leve sonrisa de ánimo en los labios.

Con ligeros pies, el príncipe empezó a avanzar lentamente sobre la fresca hierba sin hacer sonido alguno, y todas las miradas observaron detenidamente cada uno de sus movimientos.

Su atavío, de dos piezas, de verde profundo y castaño, los colores de su reino, fluía con cada uno de sus leves pasos. La prenda que cubría la parte superior de su cuerpo tenía amplias mangas cubriendo totalmente sus brazos y completa abertura al frente, manteniéndose cerrada por un gran y único botón de plata con incrustaciones de diminutas piedras preciosas, a cada paso del príncipe se entreabría, dejando al descubierto parte del juvenil pecho con leves músculos ya cobrando forma. Su parte inferior era cubierta por una larga investidura en forma de falda, que no era otra cosa que una gran tela, rodeando su cuerpo, desde su talle hasta un poco por debajo de las rodillas, donde ondeaba con cada oscilación, y era mantenida en lugar por un gran y grueso cinturón de mithril alrededor de su flexible cintura. El cabello lo llevaba suelto sin adornos, ondeando al capricho del viento, y sus finos pies calzaban delicadas sandalias de cuero del color de la tierra.

Ante todos, el joven príncipe apareció como una visión de indómita gracia y juvenil belleza.

Su andar cadencioso y pausado al ritmo de las voces alzadas en canto, lo llevó a través del claro boscoso, atento en su meta de alcanzar el otro extremo donde el rey del Bosque Negro se hallaba, más cuando se encontraba casi a la mitad de su camino, un fuerte estruendo lo detuvo.

Dos grandes fogatas más altas que un elfo aparecieron de pronto frente a Legolas, no teniendo más de cinco pasos de distancia de una a la otra. El fuego era alto y amarillo, su calor fiero y abrasador, por en medio de ellas, el Dorado Príncipe miró a su padre más allá, y lo vio con los brazos levantados como si en petición por la bendición de los Poderes de Amán.

El elfito sabía lo que significaban los fuegos, ellos representaban la línea invisible entre la niñez y la adultez, una vez que él cruzara entre ellos, abandonaría las despreocupaciones de un niño, y tomaría su lugar como un adulto ante su familia y su reino. Con un profundo aliento, pidió en su mente la bendición de la Iluminadora de Estrellas, Varda, y la Dadora de Frutos, Yavanna, para que guíen sus pasos en la senda que le tocaba recorrer, y pudiera cumplir con nobleza y dignidad las responsabilidades que le esperaban, y para que con el tiempo la sabiduría de su gente germinara y creciera en él.

Empezando a andar de nuevo, escuchó como la canción en el viento cambiaba, ahora reemplazado por una canción nativa a los elfos silvanos. No era otra que Waew bo dan Galadhon, la melodía más antigua que tenían. Arpas y flautas junto con tambores se mezclaron en sublime cadencia, mientras que voces al azar agregaban letras a la música, y a través del rabillo del ojo, Legolas vio como al filo del claro figuras empezaban a danzar alrededor al ritmo de los instrumentos, casi todos los elfos empezando a dar movimiento al gran círculo que formaban.

Sonriendo en alegría, el joven príncipe se dirigió hacia las altas fogatas, deteniéndose esta vez justo entre ellas. El calor no era insoportable como había pensado, más vio largas lenguas de fuego que se extendían hacia cuerpo, casi lamiendo sus ropas. Más el fuego no lo quemó, al contrario pareció confortarlo, porque eran fuegos mágicos del rey elfo, y Legolas sintió la cálida y amorosa presencia de su padre en ellos. Levantando su azul mirada hacia Ithil y las estrellas en lo alto, libremente, y no sin un leve atisbo de tristeza, derramó sus pueriles fantasías a los fuegos élficos, para algún día convertirlas en una sólida realidad en su vida adulta. Y sin más demora siguió su camino a través del espacio abierto.

Las voces y la danza junto con los instrumentos se detuvieron una vez que el joven príncipe llegó a situarse frente a su rey. Inclinando su cabeza en obediencia, Legolas se paró firmemente ante su padre, quien tenía a sus lados, unos pasos detrás, a dos de sus más confiadas personas, Sirion y Sadorell, su jefe de consejeros y su capitán, respectivamente. El rey dio un paso hacia su joven hijo, y en algún lugar, como si establecido, tambores empezaron un firme compás, retumbando melódicamente en el silencio de la noche, y una sola voz, alta y fina, empezó a tararear la melodía, acompañada de tanto en tanto, por otras voces que secundaban el ritmo. Thranduil extendió una mano hacia la mejilla de su hijo, y con su pulgar acarició levemente la fina piel allí, mientras se inclinaba hacia adelante y depositaba un paternal beso en una despejada frente.

El rey enderezó su postura, y Legolas vio como Sirion avanzaba hasta quedar situado detrás de él. Los brazos del consejero rodearon al principito hasta llegar al botón de plata de su vestidura, y con ágiles movimientos, lo desabrocharon y su prenda superior fue deslizada lentamente de sus hombros. Legolas mantuvo sus brazos estirados hacia abajo así que la tela pudiera deslizarse sosegadamente hasta apartarse completamente de su cuerpo, quedando desnudo de la cintura para arriba. Volvieron a escucharse bajos murmullos en el aire, teñidos de apreciación y fascinación, pero no duraron mucho, asfixiados por los retumbantes tambores élficos.

Legolas mantuvo la vista fija en su padre.

Todo fue obrado sin palabras. Legolas vio como Sadorell se acercaba hasta situarse al lado de su rey, e hincándose en una rodilla quedo a la altura de su abdomen, y sintió una de sus largas manos situarse allí. El príncipe se estremeció casi imperceptiblemente. La mano trazó la piel unos centímetros debajo del lado izquierdo de su ombligo, inspeccionando, y al cabo de un rato, Legolas sintió un débil pinchazo.

Había empezado.

El día anterior Legolas y su padre, junto con Sadorell y Sirion, habían tenido una pequeña reunión, referente al ritual de su Mayoría de edad. Ya había sido acordado que los ritos serían bajo la costumbre de los elfos silvanos, que venía desde sus antepasados los Nandor. Legolas no lo había querido de otra forma, pese a que el rey, su padre, quiso que las fiestas de su mayoría se organizaran como fueron las de su hermano mayor. En el Gran Salón, con hermosos ropajes y deslumbrantes joyas, más el Dorado Príncipe arguyó que él no sólo era un elfo Sindarin, sino también uno de los elfos silvanos por parte de su madre, así que obstinado, como solo el joven hijo de Thranduil podía ser, no dio su brazo a torcer, y por ende los ritos de su mayoría serían a la usanza silvana.

Ahora, los elfos silvanos marcaban el paso a la adultez de su gente con una señal permanente en el cuerpo. Todo elfo que cruzaba el umbral, las dos fogatas, debía recibir y llevar para siempre un signo de su madurez. Esto era representado en la forma de un tatuaje, que un elfo mayor grababa sobre el cuerpo del joven elfo, y el lugar de la marca lo elegía el elfito. El diseño del tatuaje, de alguna forma, tenía que representar al elfo que lo recibía; y es así, que en la pequeña reunión de los tres elfos mayores con el principito, se había decidido que la forma de la marca sería la de una hoja verde. Allí no tuvieron que pensar mucho, no podría haber sido de otra manera. También se decidió que Sadorell, aunque era un elfo sindarin, iba a ejecutar el trabajo; y Sirion, elfo de pura sangre silvana, iba a estar ahí para asistirlo.

Los tambores y la voz continuaban tejiendo la hermosa melodía, Legolas quiso bajar su mirada para observar el trabajo que el amigo de su padre hacía en su cuerpo, más unas delicadas manos en sus cabellos lo detuvieron. Sirion corría sus dedos a través de la sedosa cabellera del principito, y pronto sus hábiles manos empezaron a entretejer hebras y mechones, con suavidad y esmero, produciendo hermosas trenzas, de un diseño que había llevado antes, las trenzas de guerrero, pero que en esta noche tenían un mayor significado.

Ni su padre ni su hermano tenían una marca permanente sobre sus cuerpos, ambos realizando los ritos de su mayoría en grandes salones y lujosas vestimentas. Su padre en Menegroth, las Mil Cavernas, hogar de Elu Thingol en la antigua Beleriand; y su hermano en el Gran Salón del palacio subterráneo que era su hogar actual. Aún, el joven elfo le había preguntado a Sadorell si tenía alguna marca, más como un elfo sindarin, el capitán del Bosque Negro le respondió que no. A Sirion no se atrevió a cuestionar, más Legolas le preguntó a Annael, quien era su hijo, sobre alguna marca, y su amigo le dijo que su padre tenía una, en la forma de un lobo cruzando un río en su hombro derecho. Annael mismo tenía ninguna, ya que su madre era sindarin, y su mayoría fue al estilo de los Sindar, como el principito mismo pudo presenciar.

Legolas cerró sus ojos, concentrándose en las distintas sensaciones en su cuerpo. Sobre su cabeza, los relajantes movimientos y suaves tirones que ejercía en sus cabellos el elfo silvano, y en su abdomen, las levemente dolorosos punzadas que el elfo sindarin aplicaba sobre él. Ambos elfos trabajaron eficientemente y con diligencia, y antes de poco su labor estaba concluida.

El joven príncipe tuvo solo unos pocos momentos para agachar su cabeza e inspeccionar el tatuaje que lo acompañaría por la eternidad. Vio una hoja de haya delineada pulcramente en verde, con varios haces saliendo de la vena principal. Un bonito diseño, en verdad. pensó, mientras sentía su vestidura superior siendo deslizada de vuelta por sus brazos, y colocada sobre sus hombros. Más el botón de plata no fue abrochado.

Sintiendo movimiento frente a él, el elfito observó como su hermano mayor Tathrenlas se situaba ante él ahora, Sadorell y Sirion ahora atrás de su rey. El príncipe heredero, con una sonrisa en sus labios, extendió sus manos, y en ellas Legolas pudo ver un hermoso juego de arco, carcaj y flechas. Todo delicadamente hecho a mano y adornado con los emblemas del Bosque Negro y la casa de Oropher; especialmente el carcaj que tenía aún su propio nombre grabado en relieve, bellamente dibujado. Con una amplia sonrisa, Legolas aceptó los regalos, antes tirando los brazos al cuello de su querido hermano y otorgándole un sonoro beso en los labios. Varios gritos de júbilo fueron escuchados alrededor del claro, acallándose súbitamente cuando el rey recobró su posición ante el menor de sus hijos.

El Dorado Príncipe miró fijamente a su padre con una gran sonrisa en su bello rostro élfico, y Thranduil respondió en especie, su rostro mostrando su alegría ante la felicidad de su niño. De pronto sus manos se levantaron levemente, y en ellas sostenía un objeto que llenó de asombro los ojos de Legolas. Una tiara de mithril, brillante y hermosa, que destellaba con el brillo de la luna, fue presentada a sus ojos. Una delgada corona de sutilmente intrincado diseño y estilizada forma fue lánguidamente levantada por Thranduil, haciendo su descenso lentamente para posarse acunando la cabeza del joven elfo a la altura de su frente.

Los elfos del bosque estallaron en aclamaciones, su Dorado Príncipe había sido coronado. Aunque príncipe por nacimiento, Legolas no había llevado un signo visible de su estatus, ahora la delicada corona gritaba explícitamente la condición del joven elfo en la sociedad de los elfos del Bosque Negro.

Manos vacías ahora, por que sin duda un atento elfo había guardado los regalos de su hermano, Legolas, en emoción, tiró sus brazos alrededor del cuello de la más alta estructura de su padre y rey, cejando levemente cuando las ropas de su ada rozaron con la sensitiva piel donde su tatuaje se hallaba plasmado. Parándose en las puntas de sus pies, el joven elfo depositó un tierno y largo beso en los labios de su padre, Thranduil sólo atinando a sostener a su elfito con sus brazos alrededor de un flexible talle.

Los tambores y la voz callaron, y un gran silencio se hizo en el claro, solo interrumpido por los interinos sonidos de animales nocturnos en el bosque. El rey aclaró su garganta para despejar su voz, y con una mano sobre la mejilla de su más joven hijo, sonrió espléndidamente a todos los reunidos.

"Que la gracia de Elbereth Gilthoniel caiga sobre ti esta noche de alegría y fiesta, HojaVerde," pronunció con voz potente, volviendo a mirar a su niño. "y que la bendición de Eru y todos los Valar te acompañe de ahora en adelante en el camino que elijas recorrer. Pueda tu corazón mantenerse puro y firme y tu puntería ser certera contra la adversidad. Tienes mi bendición, hijo mío."

Otra aclamación estalló de los elfos reunido, mientras el principito volvía a abrazar a su padre. Thranduil los calló con un imponente gesto de su mano. "Esta noche es de canto y baile," habló dirigiéndose a los congregados, "hay comida y bebida en abundancia, y música a la disposición de todos. Pero no se excedan aquellos que van a participar en la Gran Cacería, porque los cazadores partiremos cuando anor se asome en el cielo."

Otro grito de algarabía de los elfos, y los instrumentos se hicieron escuchar, y la comida apareció siendo ofrecida por diligentes elfos, y varias alegres parejas inundaron el claro boscoso en jubiloso baile, de donde las fogatas ya habían desaparecido.

Legolas frunció su frente en molestia, mientras su ada indicaba a un elfo que le trajera algo en particular. Thranduil observó a su hijo, y sonrió ante la levemente exasperada expresión en el delicado rostro. "¿Qué sucede HojaVerde¿No te gustó mi regalo?"

"Yavanna misma sabe que si me gustó, ada. Pero," con gestos frustrados, Legolas miró implorantemente a su padre. "Ada, dijiste que la Gran Cacería sería un día después de mi Mayoría, no en unas pocas horas. Cómo voy a atender si yo... si voy a..." Sin saber como hacerse entender, Legolas movió más rápidamente sus manos, como si ello ayudará a su explicación. "Se supone que esta noche yo voy a..." al ver la mirada de irritación que entró a los ojos de su padre, el príncipe se detuvo antes de concluir su frase, y en una voz más pequeña continuó. "¿O es que no voy a asistir a la Gran Cacería?"

"Asistirás a la Gran Cacería, Legolas. Esta noche deberás dormir temprano, y no perturbado, para que en unas pocas horas te levantes fresco y enérgico para la caza."

"Pero, ada..." La queja de Legolas fue interrumpida por Galion, quien se acercó a su rey y príncipe, con una botella y un par de copas en sus manos, las cuales entregó a su rey; luego, felicitando a su príncipe y dándole sus buenos deseos con una sonrisa. Legolas solo acertó a responderle con una lánguida sonrisa en sus labios.

"Aquí está, Hojita. Lo que siempre has ansiado probar. El Dorwinion de los viñedos de más abajo del río Largo." Diciendo esto, el rey procedió a verter el colorido líquido en una copa que pasó a su hijo, y otra para él. "Brindemos por tu nautha edinor, y el paso que has dado hoy ante todos, mi pequeña hoja. Mi corazón de padre está muy orgulloso de ti, y pase lo que pase conoce que siempre tendrás mi gran amor y apoyo."

Momento de padre e hijo, Legolas lo supo y no pudo permanecer enojado con su ada. "Gracias, ada. Tú también siempre tendrás mi profundo amor y respeto."

El entrechocar de copas pudo ser escuchado, y Legolas degustó por primera vez el sabor del tan ansiado vino. Se deslizó suavemente por su lengua y cosquilleó su paladar, su dulce y exótico sabor, subiendo a su cabeza y bajando a su estómago al mismo tiempo, haciendo un delicioso hormigueo recorrer todo su cuerpo. Con un gran suspiro, alejó la copa de sus labios. La copa estaba vacía.

"Despacio, mi Hojita." Thranduil estaba sorprendido por la avidez de su hijo al beber el Dorwinion de un solo trago. "Sabes que el Dorwinion en sumamente potente, y sólo un par de copas pueden mandar al más robusto soldado rodando por el suelo, y ni que decir de un jovencito como tú."

Una risita escapó de sus labios, Legolas sabiendo que el potente vino ya tenía un efecto en él. Levantó sus brillantez, y un poco desenfocados, ojos a los de su padre, su cara levemente sonrosada, una gran sonrisa en lo amplio y ancho de su juvenil rostro.

El rey viendo el efecto que el vino ya tenía en su HojaVerde, extendió su mano hacia un levantacopas que pasaba, intercambiando la botella de Dorwinion por una más suave bebida, pronto Thranduil estaba vertiendo el dulce hidromiel en sus vacías copas. Legolas volvió a fruncir el ceño.

Thranduil no pudo evitar estallar en una carcajada ante el gracioso mohín en la cara de su hijo. "Legolas, no niegues que el vino ya te está afectando. Es mejor que mientras la noche avanza solo hidromiel o aguamiel esté en tu copa." Y diciendo así, brindó otra vez con su hijo, esta vez con la endulzada bebida.

El Dorado Príncipe miró a su alrededor, a toda la gente haciendo bullicio en su fiesta, el rey elfo, viendo los ojos de su niño mirar ansiosamente a la gente, lo animó con una mano, empujándolo hacia delante. "Ve, Hojita, ve y haz alegría con tus amigos, nuevos y viejos. Déjame a mí entretener a los más ancianos elfos."

Y así, Legolas avanzó y se unió al jolgorio de la noche, bailando y bebiendo hasta no dar más, con palabras de buenos deseos dedicadas a él dondequiera que iba, y sinceras felicitaciones llovidas a su paso.

--------------------------------------------

La noche avanzaba y el joven príncipe departía alegremente con sus amigos. Yendo y viniendo, entre gente del bosque, de Rivendell y Lothlorien, Legolas disfrutaba grandemente el baile, la comida y la bebida. Muchos curiosos elfos y doncellas pedían ver el otorgado tatuaje a su cuerpo, y como él no se había tomado la molestia de abrochar su túnica, fue fácilmente revelado a indagadores ojos. Otros tomando la libertad de apreciarlo con suaves dedos sobre la fina piel de su bajo abdomen.

En algún punto de la noche, Legolas y Annael habían logrado hacerse dueños de una botella del potente Dorwinion, y ambos, sintiéndose culpables como un par de traviesos elfitos, habían escondido su valioso tesoro para degustarlo entre los dos. Más ellos no eran tontos, así que buscando un cántaro de fresca agua cristalina, habían combinado el reputado vino con igual cantidad de agua, y así lo habían acabado entre los dos. Lo cual no había hecho mucho, solo demorar lo inevitable.

El Dorado Príncipe no carecía de compañeros de baile, hermosos pretendientes y coquetas doncellas. Alto ya en el estado de embriaguez, junto con Annael, expelía su frustración sobre sus arruinados planes, flirteando descaradamente con todo aquel que cruzara su senda. En un punto, Sadorell llegó a su lado, por esos giros que dan las personas en una divertida reunión, y sin darse cuenta el principito estaba haciendo una proposición sobre él. El capitán de su padre solo lo había mirado desconcertadamente por la fracción de un segundo, ahí fue donde Legolas se dio cuenta a quien estaba hablando, solo para ser regañado concienzudamente, pero discretamente por el padre de Miredhel.

Annael a su lado, apenas si podía permanecer en pie de la risa. Sonrojado, Legolas miró a todos lados para ver si alguien había visto su desatino, pero fue aliviado al comprobar que la simple presencia del elfo mayor, servía para desalentar fisgones de su alrededor. Motivo de más para apartarse de su lado.

Haldir, el bello capitán de Lorien, de vez en cuando se acercaba a su lado, y le susurraba estimulantes palabras al oído. Y en esos momentos, Legolas no quería nada más que estar en otro lugar muy alejado de las festividades a solas con el hermoso guardián. Más sola una hora había pasado de su llegada a la fiesta, y sentía sobre sí la vigilante mirada de su padre adondequiera que iba.

Los gemelos de Imladris eran sus favoritos compañeros para hacer bullicio, ya que ellos, aunque tenían más de dos milenios de edad, eran de espíritus traviesos y despreocupados. Con todo, la mano de uno de los gemelos, Elrohir él creía, pero no podía estar seguro ya que sus sentidos estaban embotados por el vino, esa fina mano que más frecuentemente que no rozaba contra su piel descubierta estaba mandando placenteras señales a su cuerpo y sus bajas regiones. Y la chispa que Legolas podía ver en los ojos de ese gemelo no hacía nada para negarlo.

Illien. Oh, la bella y elegante Illien, con sus delicadas manos que rozaban furtivamente su cuello mientras ellos bailaban, y sus seductores labios dibujando una tentadora sonrisa mientras miraba fijamente a él bajo la luz de Ithil y las lámparas del claro. Sea obra del vino o su propia frustración y deseo, Legolas llegó a un punto donde no pudo resistir tan evidente invitación, y ante todos y en medio de la danza, inclinó su dorada cabeza para rozar sutilmente sus labios contra los de su compañera, quien suspiró débilmente en satisfacción. El joven príncipe levantó su cabeza para posar sus ojos sobre los de la doncella, y al ver chispeante deseo en ellos, tiró decoro al viento, y se dispuso a exigir esos cautivadores labios como suyos, cuando de pronto escuchó una fuerte aclaración de garganta a su lado. Su padre, el rey, estaba a su lado para pedir un baile con su agasajado hijo.

Legolas solo suspiró en molestia ante su inoportuna llegada. Como lo hizo muchas veces después, cuando descubrió que no era un importuno cronometraje, sino uno de propósito, como cuando él hacía un avance o insinuación sobre alguno, y de la nada aparecían o bien su padre, o su hermano, o Sadorell¡Y en ocasiones hasta Sirion, el adusto consejero! Ahuyentando a todos los propicios pretendientes. Y no ayudaba que Annael solo reía estrepitosamente, o desaparecía de tanto en tanto sin dirección alguna. Y menos aún que no había alcanzado a ver a Glorfindel desde que empezó el festín. ¿Habría olvidado el dorado elda su temprano acuerdo?

Legolas empezó a ahogar su exasperación en más vino, llegando a un punto en el cual su equilibrio era inestable, y no podía proferir una oración sin soltar muchas intoxicadas risitas en medio.

Thranduil, dándose cuenta del estado de embriaguez de su hijo, mandó a Annael a buscarlo, y el jovencito diligentemente fue a su mejor amigo, y lo extrajo de en medio de un corro de adulantes admiradores, e inestablemente ambos hicieron su camino hacia el rey elfo; inestables, ya que el joven guerrero, hijo de Sirion, también había consumido una alta cantidad de licor durante la noche.

"Legolas," dijo Thranduil ni bien su hijo estuvo frente a él, y extendiendo un brazo para afirmarlo en el lugar. "Ya es hora de que te retires por la noche. Recuerda que dentro de unas pocas horas debes de estar presente para la caza en tu honor."

Entendiendo, aunque un poco lentamente, las intenciones de su padre, el príncipe soltó un molesto sonido desde el fondo de su garganta, muy poco élfico por cierto. "Ay, ada," arrastrando las palabras, debido al licor en su sistema, Legolas se quejó con congoja. "Me estoy divirtiendo... y bailando... y..."

"Y casi no puedes sostenerte en pie." Finalizó el rey por su hijo. Al ver que su niño iba a protestar de nuevo, con seguridad negar su afirmación, Thranduil levantó una admonitoria mano e impuso su majestuosa presencia ante ambos elfitos. "Ve, HojaVerde. Yo me aseguraré que ambos hagan su camino solos y no molestados de vuelta a palacio. En unos momentos iré, para ver que estés tranquilo en tu cuarto y descansando apaciblemente"

Aunque no directamente una orden, era no menos que eso a pesar del tono casual de las palabras, así que Legolas suspiró en resignación y se puso a hacer su camino, a tropezones, con un igualmente inestable Annael a su lado. Ambos prestándose apoyo con sus brazos alrededor de cada otro, Legolas lanzó una triste, si bien desenfocada, mirada sobre su hombro hacía las festividades que estaban en completo jolgorio, y que él estaba dejando atrás.

Mientras la alumbrada senda se extendía ante ellos, Legolas descansó su rubia cabeza en el hombro de su amigo, caminando lentamente, y prácticamente siendo arrastrado por Annael rumbo a su hogar. "Nael..." murmuró.

"¿Sí, Las?" Girando su cabeza lentamente, Annael trató de enfocar su mirada en su amigo, más al concentrar su atención en otra cosa y no en el camino lo hizo tropezar, casi dando cuerpo a tierra con todo y semiconsciente príncipe. Decidiendo que era mejor hablar, pero concentrarse en el camino también, animó a su amigo a continuar. "¿Sucede algo?"

"No salió... como lo habíamos planeado." Con la cabeza bamboleando en un fuerte hombro, y los brazos apretadamente alrededor del cuerpo de Annael, Legolas alcanzó a hablar. "Pero... aún estaremos solos, y podemos... regresar a... a nuestro plan... anterior. Más, tendrás que... que hacerlo todo... tú solo, lo único que... que seré capaz de hacer es... es yacer ahí con una voluntaria... pre... presa en la cama, tanto es... es el licor que he consumido."

Le tomó varios minutos a Annael entender lo que su amigo había querido decir, ya que las palabras eran casi ininteligibles, y la niebla de las bebidas envolviendo su cabeza era espesa. Al hallar el significado de las palabras, el joven elfo no pudo evitar estallar en una embriagada risita, por el simple hecho de que todo le daba risa. "Tampoco... creo que pueda hacer nada, Las. Y... menos aún hacer todo el trabajo." Alcanzó a decir.

Legolas bufó ante la respuesta, si bien el vino había embotado sus sentidos y su lengua, todavía su mente trabajaba coherentemente. "Ada lo sabía. Por eso... nos mandó juntos. Sino él mismo me hubiera lle... llevado a la cama y... y me hubiera arropado como un... un... un elfito."

Annael volvió a soltar una risita.

Los dos jóvenes elfos estaban casi enfrente de una pequeña entrada a la Gran Cueva e Ithil continuaba su viaje tranquilo por el cielo. "Dormiremos como ada quiere entonces..." A pesar de las palabras arrastradas que salían de la boca del príncipe, se podía notar un tinte de amargura en ellas también.

Cruzando la pequeña entrada de piedra, Annael depositó un tierno beso sobre la cabeza de su amigo, quien confiaba ciegamente en él para conducirlo con seguridad hacia su destino, ya que era el menos intoxicado de los dos en el momento también. Sintiendo la frustración de su amigo como si fuera de él mismo, Annael decidió que era tiempo de contar a su príncipe del motivo por el cual había estado desapareciendo de las festividades, motivo que sin duda le levantaría los ánimos. "Un amigo nos espera más adelante, Las..."

Pestañeado para ahuyentar el sueño que crepitaba sobre su mente, Legolas alzó su dorada cabeza para mirar a su amigo en curiosidad. "¿Un... amigo?" Preguntó confundidamente.

"Sí... y... y él sabrá si dejarnos dormir o... o hacer algo más..."

"¿Pero... y ada... ?

"Él sabrá que hacer... confiemos..."

"¿Quién... es... ?"

"Un héroe de los Días Antiguos..."

TBC

-------------------------------------------
Notas

La melodía que me vino a la mente mientras tatuaban a Legolas es "Santiago" de Lorena Mckennit.
Las fogatas aluden a los fuegos de Beltane, que al cruzarlos representaba el cambio de una etapa a otra, en la creencia celta.
2 de coire – 2 de febrero
Amán – La Tierra Bendecida