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Parte 19

"Han empezado sin mí, por lo que veo."

Dos desnudas formas estaban entreveradas en una amplia cama en el centro de la habitación. Al escuchar la voz, ambos cuerpos se separaron, uno arrodillándose en la cama, girando hacia la voz con una sonrisa, no avergonzado en su estado de total desnudez, el otro apresuradamente tratando de recoger una descartada manta y así preservar un poco de su modestia, cubriendo sus más privadas partes.

El recién llegado examinó la escena frente a él. El cuarto tenuemente iluminado por la luz de prendidas velas, ropas tiradas en desorden en el piso, con seguridad en un apuro por librarse de ellas, y lo único que no había sido lanzado a cualquier lado era una delicada corona de mithril, la cual yacía cuidadosamente colocada en una mesita al lado del lecho. Pero, sin lugar a dudas, lo más atrayente de la habitación se encontraba presentemente en la cama. Ambos elfos, hermosos cuerpos y dorados cabellos, sin ningún indicio de ropas encima, excepto por uno de ellos jalando una manta, agraciando sensualmente su lecho.

El joven elfo arrodillado sobre la cama empezó a levantarse y a avanzar hacia él con pasos graciosos y ligeros. El observador apenas sí había entrado al cuarto y cerrado la puerta, así que tuvo unos momentos para mirar fijamente a la visión que salía a su encuentro. Juvenil y bien formado cuerpo de fuertes y largos miembros, con pálida piel élfica lanzando dorados reflejos a la luz de las velas. Dorado cabello suelto, cayendo en cascada sobre delicados hombros, fino rostro de altos pómulos y largas pestañas, con expresivos y grandes ojos azul cielo, y una bien delineada boca, luciendo húmeda y tentadora, en una deliciosa sonrisa. Pero lo que atrajo su mirada, mientras el elfo ya estaba casi sobre él, fue una orgullosa columna de carne, erguida, balanceándose de entre las piernas del elfo con cada paso que éste daba. Apetecible en su despertada pasión y lujuria.

El joven hijo de Thranduil era una exquisita visión en su toda su desnuda gloria.

"Estamos esperando por ti." El joven elfo respiró en su oído, haciendo que el corriente calor corriendo por sus venas, se transformara en un casi incontenible ardor. "Solo manteníamos la cama caliente hasta que tu llegaras, Glorfindel." Y diciendo esto, Legolas exigió los labios del guerrero de Imladris en un ardoroso beso, dejando ninguna duda sobre que era esperado esta noche del elfo mayor.

Glorfindel había besado a Legolas antes, solo un par de veces, pero nada se comparaba al beso que ahora recibía del joven príncipe. Agresivo y tierno a la vez, la dulce lengua del elfito parecía investigar cada rincón de su boca, acariciando, lamiendo, hundiéndose en los más oscuros rincones e instigando a su propia lengua a jugar con ella; Glorfindel se sometió al beso, dejo su boca a merced de la del principito. Debe de ser el miruvor. Pensó. O tal vez no. Y cuando el joven elfo quebró el beso, ambos estaban jadeantes por la falta de aliento. Legolas, con una pícara sonrisa en el rostro, giró sobre sus pasos y empezó a volver al lecho, no sin antes tirar una sugestiva mirada sobre su hombro al dorado elda.

Glorfindel miró cautivadamente el sutil movimiento de los músculos en ese delicioso cuerpo, y recordó como todo había llegado a este feliz consecuencia, mientras él esperaba pacientemente en su cuarto la llegada de sus invitados.

Habiendo hablado con Annael cortamente cuando los ritos de mayoría concluyeron, Glorfindel había confiado su idea al elfito. El guerrero de Imladris había distinguido las intenciones del rey elfo al escuchar la declaración en voz alta de éste una vez que concluyeron los ritos, el principito tendría un difícil tiempo tratando de librarse de la vigilancia de su padre si quería honrar la tradición, y conocer un amante como los demás elfos en su mayoría. Así fue que Glorfindel lo tomó sobre él mismo encargarse de que esto se cumpliera.

Encontrando a Annael en uno de los tantos giros que la gente da en una divertida reunión, Glorfindel instruyó al joven elfo que por algún medio traiga al príncipe a sus habitaciones, y no a las de Legolas, como en un principio habían quedado; y que él se retiraría temprano para quitar todas las posible sospechas sobre su persona.

Así fue que cuando el principito y su amigo se retiraron, no había nadie en el camino de los elfitos, el rey se había hecho cargo de ello, más había uno delante de ellos, esperando en una cómoda y cálida habitación.

Los jóvenes elfos llegaron a la habitación de Glorfindel, no habiendo encontrado a nadie a su paso, y cuando ambos, inestables en sus pies tocaron la puerta del elfo mayor, Glorfindel abrió, solo para ver un par de embriagados elfitos, riendo tontamente a él, balanceándose en sus pies con sus brazos alrededor de cada otro. Al dar un paso hacia delante, Legolas había tropezado con el pie de su amigo, haciendo que ambos elfos cayeran fácilmente en los brazos de Glorfindel, quien al ver el estado en que sus invitados habían llegado no pudo suprimir una estentórea carcajada que recorrió los pasadizos del palacio subterráneo del bosque.

Prácticamente arrastrando a los elfitos dentro de su habitación, y cerrando la puerta como pudiese, Glorfindel había sentado a ambos elfos en su cama, y examinó su estado de intoxicación. Viendo que en ese estado nada podría ser hecho con ellos, el dorado señor elfo se había levantado a sus pies, y había sacado una botella clara como el cristal con un contenido igual de cristalino.

"¡Ay ay, no más licor, Glorfindel...! ...¿No ves que... apenas si puedo mantener mis... ojos abiertos?" Legolas se había quejado débilmente, cuando vio al elfo mayor servir dos copas del incoloro líquido.

Glorfindel solo había reído de nuevo, acercándose con el par de copas y entregándola a cada elfito. "No te preocupes, pen neth. Esto es Miruvor, el cordial de Imladris. Les aclarará la cabeza, y dará a sus cuerpos nueva fortaleza y vitalidad, si bien no neutralizará todos los efectos del excesivo consumo de licor, será como si hubieran bebido solo suave cerveza de raíz, y no el potente Dorwinion, del cual vi que Legolas está ya encariñado."

Estallando nuevamente en carcajadas al ver el sonrojado rostro del elfito, Glorfindel les había animado a beber, más Legolas habló antes, explicando, en casi arrastradas palabras al señor elfo, que Thranduil dentro de poco iba a ir a verificar si Legolas se hallaba durmiendo en su cuarto.

Rápidamente un plan había sido formado, o mejor dicho, Glorfindel rápidamente lo había formado, logrando extraer de Annael, porque era al que mejor entendía de los dos en el momento, que había un pasaje oculto que llevaba al cuarto del principito, y que mecanismos activaban la puerta secreta; y poniendo manos a la obra, contó a los jóvenes elfos que iba a cerrar la puerta de la habitación del príncipe desde dentro y salir por el pasaje oculto. Así, cuando Thranduil llegara y encontrara la puerta trabada, asumiría que su hijo la había asegurado y estaba profundamente dormido dentro.

Si Thranduil sabía o no del pasaje secreto, Glorfindel solo esperaba que respetara la privacidad de Legolas, y no llegara hasta el extremo límite de usar ese conocimiento. Después de todo mañana lo sabrían, porque el rey no sospecharía de dos elfitos ocultos en la habitación del capitán de Imladris.

Así fue que volviendo de su comisión, Glorfindel encontró dos vibrantes y rebosantes elfos entreverados en su cama, sin duda habiendo bebido obedientemente su miruvor, y el dorado señor elfo aún seguía parado mirando atentamente el fascinante espectáculo a sus sentidos, cuando una voz lo sacó de sus pensamientos.

"¿Planeas quedarte toda la noche allí, Dorado Guerrero, o piensas venir a nosotros?"

Legolas tenía nuevamente a Annael debajo de él sobre la cama, habiendo arrancado y arrojado la manta del cuerpo de su amigo con un solo movimiento de su mano, y corrientemente arrancando dulces gemidos de los labios del joven elfo.

Besando y acariciando, era un juego que ambos elfitos conocían bien, habiéndolo jugado ya por mucho tiempo entre ellos, más teniendo un testigo a sus actos, extrañamente incrementaba el estado de excitación corriendo por sus venas. Mordiendo fuertemente un guijarro de carne en el pecho de su amigo, y lamiéndolo luego como si en disculpa, Legolas miró por el rabillo del ojo como el señor elfo se acercaba a ellos, y derramaba su túnica exterior a su paso, dejándolo solamente en unos ceñidos pantalones de suave tela.

Levantando su chispeante mirada completamente, Legolas admiró con asombro y deseo los fuertes músculos que el anciano guerrero había desarrollado a través de los años. Aunque joven de rostro, ninguno podía dudar de la fortaleza en su cuerpo y la sabiduría en sus ojos, y el joven príncipe supo que su corazón había hecho una sabia decisión al pedir al elfo mayor pasar con ellos esta noche especial, ya que el capitán de Rivendell era hermoso y sabio más allá de medida.

Glorfindel se detuvo al lado de la cama, observando con ansia en sus ojos los bellos y jóvenes elfos en su cama. El príncipe encontró su mirada, se levantó de su echada posición sobre su amigo, para sentarse sobre las piernas de Annael en un fluido movimiento, girando su rostro para mirar a Glorfindel con una invitante sonrisa en sus finos labios. Y Glorfindel pudo ver que el elfito no permanecía perezoso, porque si bien su flexible cuerpo ya no estaba en total contacto con el del elfo debajo, una de sus manos estaba firmemente acariciando la ansiosa dureza entre las piernas del joven guerrero, mientras que la otra manos daba casi tiernas caricias a una angular cadera.

Más erótico espectáculo Glorfindel no había visto, sin contar los que él había proveído ya que él mismo no se podía observar. El joven elfo debajo retorcía su cabeza a uno y otro lado, y su cuerpo se estremecía en pasión, y todo el tiempo el joven príncipe miraba al señor elfo con encendidos ojos, nunca perdiendo el ritmo de sus firmes caricias.

No aguantando más, Annael estiró ambas manos para detener las caricias de su amigo, el príncipe y el señor elfo girando sus ojos para observar su sonrojado rostro, pero el deseo era tan grande en él que no sintió vergüenza alguna, ni trató de cubrirse de sus mirada. "¡Basta, Las. Tómame ahora, estoy listo para ti!"

Legolas detuvo sus manos, y giró sus expresivos ojos sobre Glorfindel, y el señor elfo entendió la pregunta en ellos. Guía pedía esa mirada, y esa era la razón por la cual él se encontraba allí.

Glorfindel empezó a subir a la cama, y Legolas se retiró totalmente de encima de su amigo para colocarse arrodillado sobre la cama, a su lado, y Annael observó como si en lentos movimientos, al dorado elda, mientras éste se inclinaba sobre él y traía sus labios en contacto con los suyos. Annael, diferente a Legolas, no había besado a otros solo a su príncipe y amigo, y al sentir los labios de otro elfo sobre los suyos en un lento beso, se sintió extrañamente emocionado y un poco de trepidación corrió por su cuerpo.

Ahora Glorfindel estaba a horcajadas sobre él, con una pierna a cada lado de sus caderas, sin embargo sus cuerpos no se tocaban, solo los labios, ya que el dorado guerrero se sostenía con ambos codos apoyados a uno y otro lado de su cabeza. Annael, nunca en sus más alocados sueños, pensó que alguna vez iba a tener al Matador de Balrog así, sobre él, y sintió una fuerte emoción que lo hizo gemir más fuerte en el beso. Levantado sus brazos el joven elfo agarró los hombros del elfo mayor, entregando tanto en el beso como le era dado.

Terminando el beso el señor elfo le sonrió tiernamente, y fue ahí cuando Annael, respirando agitadamente, vio a Legolas sobre el hombro de Glorfindel. El principito, apartando el cabello del elfo mayor para desnudar un lado de su cuello, presionó pequeños besos en la piel descubierta, y al ver que su amigo lo miraba, Legolas sonrió exuberantemente, guiñando un ojo, y Annael estiró más su mano, para acariciar la mejilla de su amigo, y el príncipe acurrucó la mano de su amigo, en un despliegue de afección. Las nunca pierde el tiempo. se dijo así mismo el joven elfo, y gimió de nuevo cuando sintió la boca de Glorfindel sobre su garganta para luego alcanzar sus sensitivas tetillas.

Legolas sabía que Glorfindel estaba preparando a su amigo para él, así que decidió hacerse útil y se puso a esparcir acalorados y entusiastas besos por el cuello del señor elfo, descendiendo por la espina, sus manos acariciando los lados y alcanzando a las pequeñas protuberancias en el pecho del anciano guerrero, pellizcó suavemente, sacando un gemido de Glorfindel, y Legolas sonrió ampliamente, orgulloso de sí mismo.

Continuando con su exploración, Legolas descendió por el cuerpo de Glorfindel, como Glorfindel descendía por el cuerpo de Annael, acariciando, besando, mordiendo, alcanzando a sacar placer de su miembro estrechamente presionado contra las aún vestidas nalgas del señor elfo, frotándose y empujando lentamente con sus caderas, y a veces mirando por sobre el hombro del dorado elda, para ver el rostro de su amigo gimiendo y hermoso en su pasión, y varias veces hallando los ojos de Annael sobre él también.

Llegando a la base de la espina, Legolas detuvo sus besos al llegar a la barrera de ropa sobre las caderas de Glorfindel, y con ágiles manos alcanzó alrededor de la cintura del señor elfo, para desabrochar el cinturón que aún lo mantenía en su sitio. Bajando la tela de alrededor de bien formadas caderas, el joven príncipe, forzó arriba una rodilla y luego la otra del elfo mayor, para así deslizar los suaves pantalones lejos de su cuerpo, sorprendiéndose al no hallar el estorbo de botas, no habiéndose dado cuenta en que momento Glorfindel se las había sacado. Mejor así. pensó con una sonrisa, arrojando la prenda al piso de la habitación y mirando de forma apreciativa el cuerpo desnudo frente a él.

Escuchando un gemido, más fuerte que los anteriores, volar de los labios de Annael, Legolas apresuradamente asomó su rostro sobre los hombros de Glorfindel, sin darse cuenta presionando su completo cuerpo desnudo contra el del señor elfo, haciendo un delicioso estremecimiento correr a través de él, y lo que vio lo hizo jadear en sorpresa y lo excitó más aún.

Glorfindel tenía a Annael en su boca, y estaba perezosamente lamiendo la dura columna de carne del elfito mientras poco a poco metía más de él entre sus labios.

Legolas y Annael nunca se habían dado placer con sus bocas, siempre habían sido sus manos, y sus labios procurando acalorados besos, más lo que Glorfindel estaba haciendo a su amigo, encendió el calor en su cuerpo, hasta el punto que Legolas pensó que corría lava por sus venas, ya no sangre. Mirando fijamente la boca del señor elfo, como si hipnotizado, Legolas empezó a frotar su cuerpo contra el del elfo mayor, mordiendo levemente en un blanco hombro.

Glorfindel detuvo sus orales caricias, lentamente apartando su boca del duro deseo del joven elfo debajo de él, y quedándose inmóvil, sin moverse ni un centímetro más allá de su propia respiración y asfixiados gemidos. Annael se empezó a quejar, pero al ver los desenfocados ojos del elfo mayor, detuvo sus palabras antes de que éstas dejaran su boca.

Una mirada de confusión entró al rostro de Legolas al ver todo movimiento detenido, mientras él proseguía con los suyos, y fue ahí cuando se dio cuenta. Su cuerpo, presionado contra el poderoso cuerpo de Glorfindel, y frotándose sensualmente contra él, había alcanzado a colocar su dura columna entre las nalgas del señor elfo, y estaba frotándose lánguidamente a lo largo de la hendidura entre ellas.

Legolas congeló sus movimientos.

Lentamente, empezando a retirar sus más privadas partes de Glorfindel, Legolas, enderezándose, puso ambas manos sobre las caderas del señor elfo por apoyo, más el lento movimiento hizo que la cabeza de su miembro, buscando espacio para erguirse completamente, recorriera sin prisa, de abajo hacia arriba, la íntima grieta trasera de Glorfindel, y la goteante punta quedara posada en la delicada depresión de la abertura ubicada a medio camino.

Legolas siseó en placer, Glorfindel sofocó un fuerte gemido, Annael miró a ambos elfos en confusión.

Respirando agitadamente y cerrando apretadamente los ojos, Legolas no movió ni un solo músculo, no atreviéndose a mirar donde su carne hacia contacto con Glorfindel, aparte de sus manos. Hubo un movimiento del cuerpo debajo del suyo, Glorfindel moviendo delicadamente sus caderas, y Legolas sintió como su duro deseo presionaba más sólidamente contra la entrada al cuerpo del elfo mayor. Sería tan fácil. pensó Legolas en su ansía. Solo un firme empuje y estaría dentro.

Miles de pensamientos corriendo en su ofuscada mente, Legolas hizo un poco de presión con sus caderas, y sintió como la abertura empezaba a ceder, y bajo sus manos, el príncipe sintió las caderas de Glorfindel empezando a empujar hacia atrás... hacía él. El deseo no era de un solo lado.

Más reaccionando rápidamente, recordando a través de la espesa niebla de deseo rodeando su dorada cabeza, Legolas agarró firmemente las caderas del elfo mayor para parar todo movimiento, y con un sonoro suspiro de resignación, se alejó completamente, dejando caer pesadamente su cuerpo al lado de su amigo en la cama. Sus grandes ojos instantáneamente posándose en el rostro del capitán guerrero. "Lo siento." susurró contritamente.

Glorfindel, tratando de calmar su respiración, miró al joven elfo con una trémula sonrisa en su bello rostro. "No tienes porque, mi príncipe. Ya que el deseo fue mutuo." Y sin esperar por más palabras volvió a reasumir sus acciones sobre un confundido Annael, quien al sentir los labios del señor elfo de nuevo sobre él, volvió a gemir necesitadamente.

"¿Pero... que pasó?" Tratando de enfocar su mirada sobre el rostro de su príncipe a su lado, Annael mordió sus labios para suprimir fuertes gemidos escapando de su boca gracias a las atenciones del elfo mayor.

Legolas se levantó en un codo, y miró hacia abajo a su amigo. "Más tarde, Nael." Y lo besó, un largo y tierno beso que consumía los sonidos de placer que escapaban de la boca de Annael. Terminando el beso, el joven príncipe sonrió una vez más a su amigo, y empezó a besar su camino abajo de su cuerpo, hasta llegar donde Glorfindel suavemente se esmeraba con su boca sobre la dura columna de carne de su amigo.

Con grandes y deslumbrados ojos, Legolas observó los movimientos que la cabeza de Glorfindel hacía, de arriba a abajo, lamiendo, succionando, acariciando con su lengua. Una de las manos de Annael se estiró para enredarse en el cabello del joven arquero, en su pasión apretando y jalando las doradas hebras, más el principito tenía sus ojos fijos con los de Glorfindel, quien deliberadamente desaceleró sus movimientos, haciendo cada una de sus caricias lenta y visible.

El joven elfo entendió que era para su beneficio y observó detenidamente. Esta nueva forma de dar placer con la boca pareciéndole novedosa y excitante. Si puede hacer a Nael gemir así, debe de ser bueno. se dijo a sí mismo.

Viendo al joven elfo situado casi sobre el abdomen de Annael, sus largas manos de arquero perezosamente acariciando la piel de su amigo a su alcance, Glorfindel, con deliberados movimientos pausados, llevo una mano a su boca que se encontraba corrientemente engullendo el duro miembro, e introdujo dos dedos al lado de ésta, humedeciéndolos con su saliva y untándolos con el líquido que exudaba el miembro entre sus labios.

Comprobando que la mirada del principito seguía atenta a sus movimientos, lentamente el señor elfo bajó ambos dedos, resbaladizos y húmedos, entre las piernas de Annael para buscar su más secreto lugar, y sin demora introdujo ambos dedos profundo, sin detener los vaivenes de su boca.

Dos fuertes jadeos se escucharon en la habitación. Uno de dolorido placer por parte de Annael, y otro de sensitiva sorpresa del príncipe.

Empezando a deslizar sus dedos hacia dentro y hacia fuera para acostumbrar al joven elfo a la invasión de su cuerpo, Glorfindel dejó deslizar el duro miembro de su boca, nunca dejando de mirar al principito, quien tenía sus ojos ribeteados sobre los movimientos de su mano. Annael empezó a gemir más fuerte, y Legolas inconscientemente agarró una de las manos de su amigo en la suya, y la apretó como dando ánimo.

Despacio, el dorado elda retiró sus dedos y lentamente se retiró de su lugar entre las piernas de Annael, lanzando una significativa mirada a Legolas. El príncipe, entendiendo la mirada, movió su cuerpo hasta quedar situado en la antigua posición de Glorfindel, más su rostro lo niveló con el de su amigo. "¿Estas listo, Nael?" preguntó, un poco indeciso, porque había escuchado en los sonidos que emitía Annael, algunos teñidos levemente de dolor.

"Sí, mi príncipe." Mirando con confianza y afecto a su mejor amigo, Annael levantó sus firmes y largas piernas para rodear la cintura del Dorado Príncipe, y tiró ambos brazos alrededor de un blanco cuello. "Además esto es lo que queríamos ¿No?" Posando un dulce beso en los suaves labios ante él, agregó pícaramente. "Sólo trata de hallar rápido ese lugar dentro del que nos habló Glorfindel, y del cual tanto hemos leído." Terminó con una vergonzosa risita.

Legolas sonrió al fin, y con un travieso guiño, situó su duro miembro, necesitado y lloroso, en el umbral al cuerpo del joven elfo debajo de él. "No demores. Entra con un solo firme y rápido empuje." Escuchó susurrado en su oído. Girando su dorada cabeza, Legolas vio a Glorfindel al lado de ellos, echado en su lado levantado sobre un codo, los labios del bello señor elfo a solo escasos milímetros de los suyos, y con una dócil sonrisa, el principito tocó los labios de Glorfindel con los suyos, en un beso tierno pero corto. Volviendo a mirar a Annael, Legolas le dedicó una última brillante sonrisa, antes de empujar hasta la empuñadura dentro del deseado cuerpo.

Un grito pudo ser escuchado, Annael cerró sus ojos apretadamente ante el quemante ardor, mientras sus uñas empezaban a trazar surcos en la piel de la espalda de su príncipe. Legolas, al sentir el abrumante y sofocante calor rodeándolo, bajó su cuerpo totalmente sobre su amigo, colocando su rostro al lado del de Annael, lloviendo el lado de su doliente rostro con cálidos y confortantes besos.

"¿Estas bien?" Alcanzó a susurrar en un puntiagudo oído entre jadeos, Legolas acariciando los rubios rizos con sosegadores dedos, y manteniendo su propio cuerpo total y completamente inmóvil.

"Lastima." Dijo Annael con voz quejumbrosa y jadeante.

"Es solo al principio, pequeño, porque tu cuerpo no está acostumbrado a este tipo de invasión." Con voz tranquila Glorfindel calmó a ambos elfitos, colocando consoladores besos sobre los ojos apretadamente cerrados de Annael, y acariciando con una mano la tensa espalda del Dorado príncipe, porque se había dado cuenta que ante el dolor de su amigo, el joven arquero iba a empezar a retirarse. "Legolas, muévete lentamente."

Vacilando un momento, Legolas empezó a moverse lentamente, arrancando más quejidos de su amigo. Sintiendo que esto no estaba bien para Annael, iba a vocear su protesta, cuando sintió un par de manos sujetando sus caderas, y angulándolas hacia la derecha, esas mismas manos retirándolo del cuerpo de su amigo, solo para empujarlo con fuerza hacia adentro.

Esta vez el sonido que soltó Annael fue uno de total y absoluto placer, tan sonoro y vehemente que Legolas de nuevo se detuvo en sus movimientos para mirar al rostro de su amigo con asombro. Parecía que había dado en el blanco.

"¡No te detengas, Las. Muévete!" Ordenó Annael, apretando sus largas piernas alrededor de su amigo para atraerlo más profundo dentro su cuerpo.

Sin perder un tiempo más en pensamientos, Legolas hizo lo que era pedido de él. Afirmándose con sus codos a uno y otro lado de la cabeza de sus amigo, para levantar un poco su cuerpo y así tener impulso, el principito empezó a mover sus caderas sin cambiar el ángulo en que habían sido colocadas. Adentro y afuera, cada vez con más rapidez guiado por los más fuertes gemidos y pequeños gritos de placer que escapaban de los labios de Annael, sintiendo la presión dentro del cuerpo de amigo, ahora amante, constriñéndolo casi hasta el punto del dolor. Legolas gruñó bajo en su garganta mientras el placer se hacía cada vez más insoportable.

Alcanzando un apasionado ritmo ambos jóvenes elfos se movieron en sincronía y fluidez, cada vez con más prisa tratando de alcanzar el delicioso final que sus cuerpos ansiaban. Annael gritando y gimiendo por más, mientras su dulce voz articulaba plegarias en forma del nombre de su príncipe amante. Legolas, nunca pudiendo negar nada a su mejor amigo, lo penetró vigorosamente y en profundidad, alcanzando instintivamente entre sus cuerpos para acariciar el miembro de su amante al mismo ritmo como lo hacía desde dentro, e inclinando su dorada cabeza para sellar sus labios en un ardoroso beso.

Con un sonoro grito llamando por su amante, un poco amortiguado por los labios de su amigo, Annael apretó sus piernas para atraer a Legolas profundo dentro de él y mantenerlo allí, su cuerpo estremeciéndose incontrolablemente, su espalda arqueándose fuera de la cama mientras el clímax exigía su cuerpo, haciéndolo derramar cálido líquido sobre su abdomen y la mano de su príncipe. Pesadamente cayendo a la cama, Annael dejó escapar un gran suspiro de contento, mientras gran placer aún cosquilleaba en todo su cuerpo haciéndolo sonreír enormemente.

Un leve movimiento lo alertó de la dureza todavía incrustada profundo dentro de él. Annael abrió sus deslumbrados ojos verde azulados, que no se dio cuenta que había cerrado, y miró hacia arriba, viendo a Legolas mirando, con ojos llenos de lujuria, abajo a él. "Las... tú todavía no has..." Un súbito empuje dentro de él detuvo sus entrecortadas palabras, trayendo un deleitado gemido en vez. Los ojos de Annael se abrieron enormemente, mientras Legolas reanudaba sus embestidas, haciendo que el placentero cosquilleo en su cuerpo empezara a convertirse en ardoroso deseo de nuevo.

Más el placer quemando el cuerpo del joven príncipe era demasiado, la ondulante constricción estrechando su miembro, mientras su amigo alcanzaba el pináculo de su placer casi lo había arrojado sobre ese dulce abismo también. Él no sabía como no había caído. Ahora, mientras Annael volvía a levantar sus piernas, que había dejado caer al alcanzar su culminación, para recibirlo más profundamente en su avivado deseo, Legolas dio unos cuantos vigorosos empujes más, antes de que con un exultante jadeo, arqueara su espalda, penetrando más profundo que antes el pasaje de carne que lo recibía, derramando su líquido clímax en el interior del cuerpo debajo de él, antes de caer pesadamente sobre Annael, respirando entrecortadamente.

Unos momentos pasaron antes de que Legolas percibiera que Annael se estaba moviendo inquietamente debajo de él. Pensando que estaba aplastando a su amigo con su completo peso, el joven príncipe empezó a retirase lentamente, de encima y de dentro del cuerpo de Annael, más dos delgadas, pero fuertes manos sujetaron urgentemente sus retirantes caderas.

"¡No!" La voz de Annael, apremiante y desesperada se hizo oír. "¡No te retires aún. Quiero el éxtasis de nuevo!"

Pero ya el satisfecho miembro del príncipe, flácido después de su culminación, salió por sí solo del ansioso cuerpo de su amigo, y con un exagerado suspiro de contento, Legolas se dejó caer en la cama, colocando su dorada cabeza sobre el abdomen de Annael, depositando relajados besos sobre la expuesta piel. "No puedo más, Nael. Pero si quieres pudo traerte placer con mi boca, como lo hizo Glorfindel." Y sin más, colocándose de rodillas, acercó su fina boca al duro miembro de su amigo, empezando a lamerlo y experimentando con sus labios alrededor de la goteante punta, tratando de introducirlo más y más en su inexperimentada boca.

Pero como en toda lección, el principito excedía, habiendo observado a Glorfindel atentamente mientras el señor elfo daba placer a su amigo de esta manera; y pronto Annael estaba aullando con delicioso placer.

Fue en eso que Legolas lo sintió. La más extraña, húmeda y erótica sensación bañando la entrada a su cuerpo, haciéndolo cosquillear enteramente con despertada pasión. Deteniendo todo movimiento de su boca sobre la necesitada carne de Annael, el joven arquero, a pesar de las desesperadas, y casi iracundas protestas de su amigo, levantó su cabeza, su dorado cabello rozando la dura columna de su amigo trayendo un suspiro a los labios de Annael; y con lentitud, giró para mirar sobre su hombro.

Glorfindel, al ver el rostro del principito girando hacía él, desde su lugar con su cara entre las mejillas traseras de Legolas, atrapó la mirada del joven elfo con apasionados ojos, y lanzando un guiño en su dirección, introdujo con fuerza su lengua abriendo por primera vez la estrecha entrada al interior del delicioso cuerpo del príncipe.

Nunca antes alguno lo había tocado allí, salvo Haldir, pero fue solo una vez y a través de su ropa. El príncipe ahora sintió electrificantes rayos de placer disparándose a través de su cuerpo, aullando en exquisita delicia, Legolas arqueó su espalda tirando su cabeza hacia atrás y empujando con sus caderas, para aumentar la placentera sensación. Las fuertes y rápidas estocadas de la lasciva lengua, entrando y saliendo de su cuerpo a voluntad, renovaron velozmente la pasión en el joven elfo. Su entero cuerpo ahora temblando con el atormentante deleite, su voz expresando su gustosa aprobación en las acciones del elfo mayor, y su miembro, nuevamente duro, goteante por la falta de atención y caricias.

Annael, al sentir la falta de atención de su amigo, y viendo su rostro retorcido en sumo placer, se sentó apoyado en sus codos para mirar sobre el hombro de su amigo. "Por Eru..." Fue lo único que alcanzaron a susurrar sus labios al ver al capitán de la afamada Imladris detrás de su amigo, antes de volver a caer pesadamente sobre la cama con un ronco gemido.

Entre las brumas de placer nublando su mente, Legolas distinguió algo duro entrar su cuerpo, sintiéndolo moviéndose dentro y fuera cuando la lengua se retiró, antes de poco otro se unió al primero, incomodándolo un poco, más no en dolor. Dedos... pensó deslumbradamente.

Los dedos se movieron varias veces, adentro y afuera, desplegando y flexionándose, siempre con mayor profundidad, como buscando y hallando, y de pronto Legolas sintió una exquisita oleada de placer inundando su cuerpo, y frenéticamente empezó a empujar sus caderas hacia atrás para forzar a esos largos dedos rozar ese lugar de nuevo.

Un roce más, y los dedos se retiraron completamente.

"¡No pares, Glorfindel!" Legolas casi chilló, girando su cabeza de nuevo con una frustrada mirada en sus enormes ojos azul cielo. Más el señor elfo, solo sonrió, antes de, en manos y rodillas, acercarse al príncipe colocando un tierno beso en sus jadeantes labios, e inclinándose para besar suavemente a Annael también. Con controlados movimientos, Glorfindel yació en la cama, sobre su espalda, y abriendo sus brazos llamó a Legolas a él. "Ven aquí, bello príncipe."

Legolas inmediatamente se arrojó sobre el dorado elda, colocando su flexible cuerpo entre las desplegadas piernas de Glorfindel, cubriéndolo totalmente antes de besarlo apasionadamente.

Separando sus labios de los del joven príncipe renuentemente, Glorfindel giró su bello rostro para mirar al joven guerrero a su lado. "Annael, colócate detrás de Legolas. Lo tomarás, mientras él me toma." Soltando una risita al ver la cara de asombro del joven elfo, Glorfindel vio como el jovencito seguía sus instrucciones, y se colocaba, arrodillado, detrás de su príncipe, posando ambas manos sobre la base de la espalda de Legolas, quien se estremeció anticipatoriamente.

Levantando y afirmando sus poderosas piernas con sus pies plantados en el lecho, y levantando un poco sus caderas en ofrecimiento, Glorfindel miró febrilmente a Legolas. "Termina lo que empezaste, Malthernil. Soy tuyo para que me tengas ahora"

Legolas dudó, recordando que Glorfindel los había acostumbrado a ambos, a Annael y a él, con sus dedos antes de la penetración. Viendo la vacilación en esos expresivos ojos y entendiendo su significado, Glorfindel tiernamente acarició una suave y esculpida mejilla. "No te preocupes. Ese trato es solo para elfos o doncellas en su primera vez. Después ya no es necesario." Susurró Glorfindel sosegadoramente, solo para añadir después con su habitual chispa. "Y créanme que, desde hace tiempo, yo ya no lo necesito."

Ambos elfitos rieron ante el comentario, y sin esperar más Legolas entró al Matador de Balrog con un seguro y vigoroso empuje que lo hizo jadear a ambos. Inmediatamente Annael se inclinó sobre Legolas, y apoyándose en la cama con un brazo en la cama sobre el cuerpo de su amigo, con una mano guió su duro miembro, empujó apresuradamente dentro del calor de su príncipe.

"¡Por Elbereth...!" Legolas gimió apremiantemente, sintiéndose atrapado entre el aterciopelado calor del cuerpo de Glorfindel, y el duro acero del miembro de Annael, su cuerpo no sabiendo si reaccionar ante el exquisito deleite estrechándolo, o a la levemente dolorosa invasión empalándolo. Sintiendo a su amigo apartar su cabello y empezar a derramar besos sobre uno de sus hombros, Legolas trató de moverse, tratando de aumentar su placer entrando más profundo en el cuerpo debajo él, y así escapar del cuerpo en su encima.

Viendo la confusión de sensaciones en la cara del príncipe elfo, Glorfindel atrajo su rostro hasta que sus azules ojos se enfocaron en el elfo mayor. "Tranquilo, pen neth. No pienses, solo siente." Descansando la cabeza de Legolas en uno de sus hombros, Glorfindel miró arriba a un tenso Annael, que por solo la fuerza de su total voluntad permanecía completamente inmóvil. Glorfindel tuvo que darle crédito por eso. "Joven guerrero, he visto tu proeza con la espada. Inclínate un poco hacia atrás, y empuja ladeando tus caderas. Demuéstrame que sabes manejar esta otra espada también." Dijo Glorfindel alegremente, si bien un poco jadeante él mismo.

Annael escuchando las instrucciones, empujó su cuerpo así dispuesto, y Legolas gritó esta vez del placer inundándolo esta vez.

El Matador de Balrog sonrió con orgullo, antes abandonar su control y sumergirse en las sensaciones recorriéndolo.

Pronto los tres elfos, con la guía de las manos de Glorfindel, encontraron un ritmo que complacía a todos. Dando y tomando, empujando y acariciando, besos repartidos indiscriminadamente entre los tres, suspiros, gemidos, jadeos y gritos inundando la habitación, mientras los movimientos se incrementaban en rapidez y profundidad junto con caderas frenéticamente moviéndose para dar y recibir placer y deleite.

El placer exquisito e incontenible, Legolas sintió como su cuerpo se fundía en un mar de deliciosas sensaciones, sintiendo como su carne penetraba un exquisito calor, mientras era penetrado con fuertes embestidas, arrancando de sus labios entusiastas exclamaciones. Su voz jadeando ambos nombres de sus amantes, no decidiéndose quien era el que más placer le proporcionaba, y tratando de averiguarlo enterrándose hasta el fondo en Glorfindel, solo para retroceder con fuerza hacia atrás empalándose sobre Annael en frenesí.

De pronto luz explotó frente a sus ojos, su voz lanzando un sorprendido grito mientras su clímax lo alcanzaba, Legolas embistió por última vez con fuerza al señor elfo, y dejó su temblante cuerpo caer totalmente sobre él, mientras derramaba su líquida satisfacción en su interior. Sin fuerzas enterró su rostro entre los largos cabellos de Glorfindel con un cansado suspiro.

El miembro dentro de él, exquisito y placentero, inundó sus sentidos, Glorfindel, al sentir la culminación del príncipe quemando su interior, soltó un fuerte rugido mientras caía voluntariamente en el abismo del éxtasis. Colocando un suave beso en la cabeza dorada cabeza refugiada en su hombro, el elfo mayor abrazó el cuerpo inerte encima del suyo con ternura. De súbito escuchó la inmóvil cabeza jadear roncamente en su oído, regresando a sus sentidos sintió movimiento encima de él, y enfocando su mirada vio a Annael empujando aún, dentro del inmóvil cuerpo de Legolas. Estos elfitos sí que tienen resistencia, en verdad. pensó ofuscadamente el señor elfo, mientras observaba al joven elfo embistiendo rápida y intensamente el inanimado cuerpo del principito, quien solo reaccionaba soltando débiles jadeos en el oído de Glorfindel.

Más no fue mucho antes de que Annael alcanzara su pináculo una segunda vez, estremeciéndose fuertemente mientras vertía su esencia en el interior de su amigo gimiendo su nombre. Sintiendo en profundidad el último empuje de su amigo, Legolas gruñó suavemente, sintiendo el líquido inundando su interior por primera vez en su vida.

Annael cayó pesadamente sobre ambos elfos debajo de él, quienes se quejaron débilmente pero de otro modo no se movieron.

Al fin, al cabo de un rato, Glorfindel, utilizando la fuerza por el que era reconocido, giró a ambos elfitos quienes se deslizaron despacio sobre la cama, el principito soltando un débil quejido al sentir a su amigo deslizándose fuera de él, y prontamente se acurrucaron entre sí. Annael apoyando su cabeza en el pecho de Legolas, mientras que Glorfindel, al otro lado del príncipe, los abrazaba a ambos con sus fuertes brazos y depositaba su mejilla sobre el dorado cabello del joven príncipe.

Escuchando las calmadas respiraciones, Glorfindel se dio cuenta de que ambos elfitos ya estaban dormidos, y jalando una descartada manta sobre todos ellos, colocó un beso sobre cada rubia cabeza, antes de acomodarse en el lecho. "Duerman tranquilos, mis jóvenes amantes. Yo los despertaré cuando el alba toque el cielo." Susurró suavemente, sabiendo que ninguno de los dos elfitos podía escucharlo, y sin embargo sintiendo la necesidad de decirlo, y sin más demora dejó que el sueño nublara sus ojos, entregándose, con contento en su corazón, al reino de Irmo.

TBC

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Notas

Pen neth – Jovencito, pequeño.

Malthernil – Dorado Príncipe

Irmo – Lorien, el vala de los sueños.

Elda – Alto elfo. Plural. Eldar