Parte 20

Mañana del 2 de Coire del año 2500

Los dos bellos jóvenes rostros élficos ante él reposaban todavía en profundo sueño, y fue con gran renuencia que Glorfindel empezó a sacudir un pálido hombro. "Despierta, Malthernil. El alba ha llegado al bosque." Susurró en una puntiaguda oreja.

Ojos del color del cielo en un día de verano se empezaron a aclarar, el Matador de Balrog observando en fascinación como la conciencia empezaba a entrar en las azules orbitas, el Dorado Príncipe sonriéndole al notar su presencia, sus rosados labios hablando somnolientamente. "Maer aur, Glorfindel."

El señor elfo no puedo resistirse dar a esos tentadores labios un tierno beso de buenos días, el elfito respondiendo con presteza, el sueño huyendo con prisa de su mente. Tratando de reprimir los estremecimientos de deseo empezando a recorrer su espina, Glorfindel terminó el beso. "Debes levantarte, bello príncipe. La cacería empezará dentro de poco."

Las palabras de Glorfindel trajeron conciencia a su mente más rápido que un baño de agua fría, Legolas incorporándose en la cama de súbito, Annael, quien aún se hallaba profundamente dormido sobre el pecho del príncipe, fue lanzado a un lado, cayendo con gran sonido al piso al lado de la cama, Glorfindel, salvándose del mismo destino, gracias a sus rápidos reflejos.

"Ay, ay, Las." Se escuchó un quejido desde el suelo. "¿Los orcos invaden el bosque acaso¿Por qué me despiertas tan abruptamente si estamos en la seguridad del palacio?"

Saltando prestamente de la cama, no tan rápidamente que Glorfindel pudo distinguir un cejo por parte del elfito lo que le trajo una sonrisa a sus labios; Legolas empezó a reunir sus ropas. "Perdóname, Nael." El principito miró apologéticamente a su mejor amigo sin dejar de recoger sus ropas. "La cacería." Añadió con un murmullo

Como si en realidad orcos invadieran el bosque, así Annael se pudo a recoger sus ropas también, ambos elfitos vistiéndose más rápidamente que alguna vez en sus vidas, Glorfindel observándolos con una risa de oreja a oreja.

Listos ya para partir y corriendo prácticamente hacia la puerta, Legolas se detuvo, giró apuradamente en sus talones, y dentro de poco tenía a Glorfindel apretado estrechamente entre sus brazos. "Gracias, muchas gracias, Glorfindel." Dijo, dándole al bello señor elfo un sonoro beso en la mejilla.

El corazón de Glorfindel se alegró, y el señor elfo respondió con una exultante sonrisa mientras sentía el abrazo de otro cuerpo más y otro sonoro beso en su otra mejilla. Annael susurrando sus gracias en voz baja.

Sin más, ambos elfitos volvieron raudamente hacia la puerta y salieron por ella no sin antes mirar cautelosamente por si había un madrugador en los pasillos de palacio.

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Cansadamente haciendo su camino hacia su cuarto, Galion tomó un atajo atravesando los pasillos de la familia real, ya que la laberíntica arquitectura del palacio subterráneo del rey elfo hacía que desde la puerta por la que él había entrado el camino sea más corto pasando frente a las puertas de los príncipes y su rey.

El no era un guerrero, sino que orgullosamente servía a su rey en el palacio como mayordomo principal, así es que buscaba su cama, y no participaría en la Gran Cacería. Además pocos habían sido los elegidos como cazadores.

Alegre noche había sido, y una muy entretenida para él, quien aunque tenía ya varios milenios en la Tierra Media aún no encontraba al compañero de su corazón. Una bella doncella guerrera de los galadhrim le había otorgado sus favores esta noche, y Galion, aunque ya anciano en la cuenta de los elfos, era de rostro seductor, y maneras encantadoras; y por lo tanto había pasado una noche muy interesante.

Su amante le había obsequiado una trenzada hebra de delicados cabellos élficos, y el mayordomo de Thranduil había prometido portarlos y lucirlos con alegría. Meditando sobre la agotadora noche que había pasado con su dama y sobre el lugar en su cuerpo donde mejor se mostraría su preciado regalo, al empezar a doblar una esquina no se percató de una leve protuberancia en el suelo, y su pie izquierdo tropezó haciéndolo perder el equilibrio. Sus rápidos reflejos lo salvaron de una embarazosa caída, pero su recientemente adquirida y valiosa posesión salió volando de su mano, y fue a dar al piso. Inmediatamente Galion se dejó caer a sus rodillas, tanteando el suelo inquietamente.

Las antorchas élficas en las paredes alumbraban tenuemente, su luz apenas iluminando los pasillos, más el suelo de dura roca estaba a oscuras. Los ojos de Galion tardaron en acostumbrarse a la oscuridad, ya sea debido a que recientemente entraba del iluminado exterior o por la falta de sueño la noche antes, lo cierto es que sus dedos tanteaban en vano sin conseguir hallar su atesorado regalo. Empezando a impacientarse, y pensando ya en descolgar una de las antorchas de las paredes de piedra, Galion se detuvo de improviso escuchando débiles sonidos acercándose.

Pasos élficos, casi imperceptibles, atraparon sus oídos, la curiosidad de saber quien era el madrugador o el trasnochador hizo que el mayordomo se mantenga de rodillas, inclinando su cuerpo hacía adelante, asomando apenas su cabeza a través de la esquina del pasillo. Una figura empezó a cobrar forma ante los atentos ojos del elfo mayor, un espigado cuerpo, delgado en su juventud, y con sorpresa Galion se dio cuenta que no era otro elfo sino su más joven príncipe, a quien todos creían ya profundamente dormido, o mejor dicho pronto a unirse a la Gran Cacería.

El elfito caminaba con cuidado, si bien con prisa, y al pasar frente a las puertas de su padre y su hermano, prácticamente lo hizo en la punta de sus finos pies. El mayordomo observó divertido las desordenadas ropas del principito, y el alboroto de sus sueltos cabellos, su plateada tiara en una mano, y sus ojos observando con precaución a su alrededor. El jovencito no divisó a Galion, quien se encontraba con su cabeza asomada apenas alrededor de la esquina, como un elfito espiando a sus mayores, y a quien la escasa luz y su agazapada posición encubrían perfectamente. El mayordomo sabía esto, y continuó observando. ¿Con quien habrá pasado la noche el príncipe? Se preguntó a sí mismo. Y mi rey que pensaba a su elfito durmiendo el sueño de los inocentes. Pensó divertido.

El joven elfo al verse tan cerca de su cuarto apresuró su paso, y Galion vio como Legolas prácticamente se lanzó a la puerta con su mano estirada hacia la perilla, su cuerpo ya empujando mientras la puerta aún continuaba cerrada. Y, ante los divertidos y confundidos ojos del elfo mayor, el cuerpo del joven principito chocó con la puerta que no se abrió, sino que rebotó contra ella y fue a caer sentado al duro piso. "Ay, Ay" Se escuchó. Un amortiguado pequeño grito saliendo del elfito en el piso, mientras llevaba una blanca mano a su rostro.

Mordiendo una carcajada ante la cómica visión, Galion se incorporó, tratando de salir en ayuda de su príncipe, pero el joven elfo inmediatamente peleó a sus pies, sus ojos girando frenéticamente alrededor, y apresuradamente, y con sigilo, hizo su camino hacia una columna donde desapareció detrás de esta. El mayordomo llegó al sitio donde su joven príncipe había caído justo mientras éste desaparecía, y escuchó una de las puertas del pasillo empezar a abrirse. Inmediatamente Galion volvió a caer a sus rodillas.

"¿Quién anda ahí?" Una fuerte y lírica voz preguntó.

"Galion, mi príncipe. Lamento despertarte, pero tropecé torpemente al no fijarme por donde iba."

Tathrenlas salió de su cuarto, ya vestido y sus cabellos pulcramente trenzados, apresuradamente acercándose al elfo mayor para ayudarlo. "Mi buen Galion¿Pero que haces tan temprano por los pasillos, y adornando los pisos del palacio? Seguro que los efectos del Dorwinion duran aún en ti, yo sé bien cuan encariñado estás del potente vino." Rió el mayor de los príncipes, y Galion rió con él.

"Un poco mi príncipe, el vino estuvo exquisito y la fiesta inolvidable. Ha sido una noche estupenda." Dijo Galion, alzándose a sus pies con la ayuda de su príncipe

"En eso estoy de acuerdo, querido Galion ." Tathrenlas se agachó, sacudiendo con sus elegantes manos el polvo en los pantalones del mayordomo a quien conocía desde su niñez.. "Una noche encantadora. Pero ya estoy tarde para despedir a los cazadores, y debo ver si mi pequeño hermano ya se ha despertado o debo despertarlo. Apostaría en lo último, ya que bebió del dulce Dorwinion en demasía para un joven elfo como él, y que nunca lo había probado antes." Volvió a reír el príncipe, esta vez más fuerte aún.

"Eso el principito hizo." Galion sonrió secretamente, más el príncipe heredero no lo vio. "Sus razones habrá tenido."

"Sí, tuvo sus razones, pero no debió dejar que eso nublara su juicio. Ese hermano mío es un testarudo." Dijo Tathrenlas con cariño, riendo bajito esta vez. "Debo ir. Ten más cuidado la próxima vez, querido amigo." Palmeando un brazo del mayordomo, el mayor de los príncipes fue a la puerta contigua a la suya, abriéndola con desenvoltura y entrando a la habitación sin llamar a la puerta.

"Gracias, mi príncipe." Alcanzó a decir Galion, que con asombro observó al príncipe heredero desaparecer en el cuarto de su hermano menor. Al parecer el Dorado Príncipe no había perdido el tiempo que Galion con esfuerzos le consiguió. El mayordomo detestaba las mentiras, pero por sus amados príncipes él lo daría todo.

Con un gran suspiro, Galion giró en sus pasos, dispuesto a continuar con la búsqueda de su perdida valiosa posesión, más al acercarse al sitio de su previo escondite, sus ojos distinguieron un pequeño brillo en el piso, apresurando sus pasos el elfo mayor recogió ansiosamente las finas hebras de plateados cabellos.

Empezando bien la mañana, Galion se fue con una sonrisa a sus habitaciones, esperando ganar unas horas de descanso y contando con que Irmo le mandara sueños sobre sus voluptuosas actividades de horas antes.

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Anor se asomaba entre las nubes, mientras animados ladridos de bulliciosos perros se escuchaban en el aire de la mañana, junto con líricas voces élficas dentro del amplio claro frente a las puertas del palacio subterráneo cruzando el puente de piedra.

Relinchos de impacientes caballos, alegres elfitos corriendo de un lado a otro pese a la temprana hora del día, altos guerreros impartiendo concisas órdenes, bellas doncellas admirando el grupo dispuesto a formar parte en la Gran Cacería del Reino del Bosque.

La Gran Cacería, que era, una tradición de origen sindarin.

En los días antiguos, donde el peligro no acechaba tan cercanamente a los Primeros Nacidos y se podía vivir en relativa paz, los nobles de la raza Sindar celebraban la mayoría de edad de su progenie con una gran fiesta y una cacería en su honor. La cacería era organizada por los padres del elfito, y usualmente la presa era un ciervo de los bosques. En esta cacería el joven elfo tenía la oportunidad de poner en práctica las habilidades de guerrero que le habían sido enseñadas, y así probarse como un adulto ante su gente.

Más ya no era así en el tiempo presente, al menos no en el reino del Bosque.

El joven príncipe ya había tenido varias oportunidades de probarse ante su gente como un capaz, si bien joven, guerrero. Sus flechas habían dado certeramente sobre sucios orcos, y sus afiladas cuchillas gemelas habían cortado el asqueroso pellejo de las grandes arañas que pululaban en el bosque.

Los tiempos de relativa paz habían pasado, y los elfos ahora tenían que enviar a sus jóvenes hijos a combatir al enemigo aún antes de que alcanzaran su mayoría. Al menos, la realidad era así en el reino de Thranduil, donde una extraña oscuridad se había adentrado en los bosques e invadido los árboles y las criaturas que moraban allí.

Una sombra estaba extendiendo sus maléficas garras haciendo que los orcos se incrementaran en número y las venenosas arañas perdieran el respeto por las tierras que desde tiempos antiguos pertenecían a los elfos del bosque, tratando de invadir lugares antes habitados por la gente de Thranduil. Pero los elfos silvanos se mantenían firmes, y aunque pocos en número, no perdían terreno sin pelea.

Al final los elfos tuvieron que moverse más al este y al norte, pero era una posición que no pensaban ceder esta vez, y por ello entrenaban a los más intrépidos y rudos guerreros de Arda, aún cuando estuvieran antes de su Mayoría de edad. Los recios elfos silvanos eran orgullosos y fuertes, mortales enemigos de todo aquello que quería destruir su amado bosque.

Por eso, el joven príncipe del bosque había pedido no cazar el gamo blanco, sino destruir un nido de arañas, que los últimos reportes de los centinelas informaban, estaba muy cerca de los límites del reino. El rey accedió, y consultando con los líderes de los otros reinos invitados a la cacería, todo quedó acordado.

En el centro del claro, una figura acuclillada en el piso parecía ser presa del ataque de tres furiosos perros; más, alegre risa tintineando en el aire y una sonrisa en el rostro relataba un distinto cuento.

Legolas, agachado, con una rodilla en el piso de hierba, acariciaba con abandono a tres entusiasmados canes, quienes ante la atención prestada a ellos por su joven amo, se desvivían moviendo sus colas y brincando entorno al elfito.

"Scella, para ya de lamer mi cara. No soy tu desayuno." Legolas giró el rostro a un lado para evitar la fervorosa lengua de un gran perro negro, que parecía solo atento en ofrecer su cariño a su príncipe con húmedas lamidas. "Spenna, tranquilo. Ensucias mis ropas." Tratando de incorporarse, el joven príncipe volvió a quedar de rodillas al sentir dos enormes y blancas patas en sus hombros. Riendo alegremente, el elfito acarició a dos de los perros más cerca a él, y uno, sintiéndose olvidado, decidió recordar su presencia muy vigorosamente. El joven arquero se vio de pronto tendido en el suelo, con unas caninas patas en su pecho y la cara de un enorme perro gris frente a él, lamiéndolo sin compunción. "Ay, Garma." Alzando ambas manos ante él, Legolas se puso a juguetonamente empujar al can lejos de él, "Detente. No puedo jugar ahora." Y sin embargo, no detenía sus finas manos animando al animal. Scella y Spenna se unieron a Garma, y entre los tres grandes perros el principito desapareció de la vista de los demás.

Varios elfos, alistando sus monturas y armas, detuvieron sus preparativos para observar el extraño espectáculo; la mayoría, elfos de Lorien e Imladris, porque para los elfos del bosque era casi una usual visión. El joven príncipe era alegre y despreocupado, y no era tímido en demostrar su felicidad ante la vista de todos. Algunos elfos visitantes miraron con preocupación la escena, parecía como si los formidables canes estuvieran devorando al joven elfo, ya que no se podía ver rastros de él, uno que otra vez una mano aparecía, o una bota de cuero marrón, más las alegres carcajadas que provenían de en medio de la masa viviente sobre la hierba, y la falta de preocupación de los elfos silvanos, tranquilizó sus corazones, y una contenta sonrisa floreció en sus rostros.

Un alto y bello elfo de rubios cabellos se dirigió con pasos firmes al montón en el piso, y metiendo ambas manos entre el aglomerado de perros, sacó con facilidad al elfito, quien aún reía con contento, y lo puso sobre sus propios pies. Thranduil miró con seriedad a su hijo y Legolas dejó de reír de súbito al notar el leve enfado en los ojos de su rey. La escena un poco aligerada por los perros ahora brincando entorno de padre e hijo.

"Atención." La melodiosa, con todo firme, voz del rey pronunció. Al instante los tres canes formaron una fila ante ambos elfos, sentándose en sus patas traseras, con las cabezas en alto y atentas. La sonrisa volvió al rostro del elfito, quien no pudiendo contenerse se inclinó para acariciar cada noble cabeza canina en turno. Garma, Scella y Spenna, apenas conteniendo su entusiasmo, se mantuvieron firmes, solo demostrando su emoción por el incesante contoneo de sus largas y peludas colas.

Thranduil suspiró, resignado, y decidió dar a las mascotas de su hijo, su acostumbrada caricia diaria. Enderezándose volvió su mirada a Legolas, y empezó a sacudir y alisar las ropas de su hijo que los animales habían desordenado, todo el tiempo el joven príncipe tratando de esquivar las manos de su padre. Los elfos visitantes observaron la escena sorprendidos, el amor del rey por su hijo evidente en cada uno de sus acciones, más los elfos del bosque no prestaron mucho interés, porque para ellos la escena era habitual y solo sonrieron con ternura.

Al fin todo parecía estar listo, y los elfos empezaron a montar sus ansiosos corceles. El rey, vestido en verde y castaño como sus súbditos, montó su negro caballo, mirando a su alrededor. Siguiendo el ejemplo del rey, Celeborn subió a su corcel, al igual que los gemelos hijos de Elrond; varios elfos de Lorien, vestidos en grises atuendos, los imitaron, entre ellos Haldir y sus hermanos, y Glorfindel instó a su gente, vestida en rojo oscuro y profundo y negro, a montar sus caballos también.

Annael, vestido en ceñidos pantalones castaños y altas botas del mismo color con una túnica y capa verde, sus rubios cabellos trenzados lejos de su bello rostro, se paró al lado de su príncipe y amigo, mirando el espectacular despliegue de guerreros. Armado con su arco y espada, el joven guerrero esperaba la señal de su amigo para montar su corcel. Legolas, pacientemente ataba su carcaj a su espalda, sin prestar atención a los demás elfos ya en espera.

"Legolas," susurró Annael, mirando de reojo a su amigo. "Solo faltamos nosotros."

El elfito, ahora aparentemente entretenido en ceñirse bien su cinturón, murmuró solo para su amigo. "Sube a tu caballo, Nael. Ya te sigo."

"Sube tú primero, Las."

Un relincho les llamó la atención, ambos jóvenes viendo como Nimloss, el blanco caballo del joven príncipe, se acercaba a ellos impaciente, deteniéndose frente a los dos elfitos, y bloqueando la vista de los demás elfos. Legolas sonrió, acariciándole las orejas y sacando de uno de sus bolsillos un terrón de azúcar como premio. "Ahí tienes, amigo." Girando su rostro para mirar a su rubio amigo de nuevo, el príncipe continuó. "Nael, sube tú primero a tu caballo."

"Tú primero, Las. Nimloss espera" Respondió Annael con un gracioso mohín.

"Tú primero."

"No, Tú."

"¿Sucede algo, jovencitos?" Una grave voz detrás de los elfitos habló, haciéndolos sobresaltar en sorpresa. "¿Por qué tanta indecisión en algo tan simple como montar un caballo?"

"¡Aiwendil!" Exclamó Legolas girando alrededor, encarando al dueño de la voz, y abrazando cariñosamente al mago, quien con ternura depositó un gentil beso sobre la dorada cabeza. "¿Nos acompañarás en la cacería?" Preguntó entusiasmado.

El aire de la mañana se llenó con una profunda risa, Radagast el pardo, Istari mandado por los Valar del lejano Oeste, miró con profunda afección en sus ojos al joven elfo delante de él. "No, joven príncipe. Un viejo hombre como yo, ya no está para esos trotes. Solo he venido a desearte suerte en tu Gran Cacería."

Una leve mirada de desilusión pasó por los ojos del joven arquero, antes de que la voz del mago lo animara una vez más. "Ve, HojaVerde, tu adar espera. Y monta ya ese caballo, que no es la primera vez que lo vas a hacer este día, y no creo que sea la última en toda tu vida. Y eso va para ti también, joven Annael."

Sonrojándose profundamente al entender el doble sentido en las palabras del Istari, ambos elfitos miraron en sorpresa a Radagast, quien al ver tan curiosa expresión sobre el rostro de sus jóvenes amigos, no pudo evitar estallar en risa de nuevo. Annael y Legolas compartieron una mirada, y pronto se unieron al mago en su diversión, dejando a varios elfos curiosos sobre el motivo de tanta hilaridad.

"Los dos juntos." Dijo Legolas mirando a un paciente Nimloss.

"Esta bien." Respondió Annael, y con un silbido llamó a su corcel, que se acercó con paso seguro y se detuvo junto a su jinete.

Los dos jóvenes elfos tomaron las crines de sus caballos, y se impulsaron hacia arriba con sus pies, aterrizando suavemente sobre sus monturas, y ambos al mismo tiempo cejando en incomodidad al hacer contacto con la espalda de sus corceles. Girando para mirar a cada otro, Legolas y Annael no pudieron contener otra entretenida risa ante su menudo problema, risa que fue acompañada por un todavía divertido Aiwendil, y girando sus corceles en dirección al rey elfo, instaron a sus caballos, con sus delgados talones en los flancos, a avanzar a donde eran esperados. Legolas se situó a la derecha de su padre, y Annael detrás de su mejor amigo, los demás elfos distribuyéndose según su rango.

A la señal del gran cuerno de Thranduil, quien como el mismo Orome con Valaroma, empezó a galopar entre los árboles, catorce elfos siguieron detrás del rey rumbo a la oscuridad del Bosque Negro. Tathrenlas, Radagast el pardo, Sirion, junto con un nutrido grupo de elfos y doncellas de los tres reinos élficos los despidieron con manos al aire, deseando suerte a todos los cazadores, quienes eran seguidos por los bulliciosos ladridos de los perros de caza elegidos para participar de la Gran Cacería.

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Las ramas de los árboles estaban entrelazadas tan estrechamente que casi no dejaban pasar la luz del sol, el ambiente era penumbroso y lúgubre, más así por las enormes telarañas colgando de un árbol a otro, hiladas hábilmente en diseños que hubieran sido considerados fascinantes ni no representaran un peligro mortal para el observador.

Thranduil había detenido la partida de caza varios metros atrás, dejando en relativa seguridad los caballos, y acallando a los alborozados perros, quienes entendiendo el peligro y la seriedad del asunto, permanecieron tan silenciosos como los elfos mismos.

Dos grupos habían sido formados, uno se iba a acercar al aborrecido blanco a través de la rama de los árboles, y el otro avanzando por el piso del bosque. No fue sorpresa que los elfos de Imladris decidieran la segunda opción, pero si asombró al rey que su joven hijo, junto con su mejor amigo, decidieran acompañar a la gente del Valle.

Los elfos de Lorien y la gente de Thranduil subieron a los árboles, y se ocultaron entre sus ramas. El rey, junto con el señor Celeborn y los gemelos, hicieron sigilosamente su camino por tierra seguidos por Legolas, Annael y la gente de Rivendell.

La colonia de arañas era grande, los nidos, bultos oscuros tejidos sobre la rama de los árboles, mancillaban la hermosura de esa parte del bosque. Legolas, con sus agudos oídos élficos, percibía el lamento de las hayas y los robles, de los olmos y los abedules, y su noble corazón se apretó en congoja por los nobles habitantes del bosque. La sombra todavía no había envenenado los corazones de los árboles en este lugar, y estos sufrían dolorosamente al sentirse obligados a soportar la maligna presencia de los enormes arácnidos entre sus frondosas ramas.

Al ver llegar a los Primeros Nacidos, sus incorpóreas voces se alzaron en súplica por ayuda, varios de ellos llamando el nombre del Dorado Príncipe de quien habían escuchado cuando los pájaros y otros animales silvestres visitaban ese lugar, antes de la llegada de los monstruosos insectos.

No pudiendo soportar más los dolorosos lamentos, Legolas, sin esperar la orden de su rey, colocó prestamente una flecha en su arco, y tomando puntería al divisar un leve movimiento en uno de los lejanos árboles, disparó. Justo en el momento en que la flecha del príncipe pasaba al lado de la oscura cabeza de Elladan, el cuerno del rey elfo sonó, y todos los guerreros se lanzaron al ataque.

Los arqueros empezaron a soltar una lluvia de flechas, siendo la primera en matar una araña la del joven príncipe, que no deteniéndose a mirar su éxito, siguió disparando flecha tras flecha, suma concentración escrita en su bello rostro.

Thranduil, con lanza en una mano, y su espada en la otra se arrojó a la lucha, su mano derecha haciendo volar con increíble fuerza su plateada lanza, Faraglam, la punta de mithril fácilmente penetrando el duro cuero del pellejo de una enorme araña que se apresuraba a saltar al ataque.

Siseos y chillidos pudieron ser escuchados entre los árboles, las voces de las arañas repitiendo una y otra vez, i elfos, elfos /i como una maldición. Los perros de caza se lanzaron también a la batalla, Garma, Scella y Spenna, los primeros entre ellos. Los elfos en los árboles no cesaban de tirar certeras flechas, más las arañas, asquerosas criaturas, con todo inteligentes, avanzaron entre las ramas tejiendo sus pegajosa redes, y asaltaron a los elfos de Lorien y del Bosque Verde.

Haldir había sido confiado con el liderazgo del grupo en los árboles, y al ver que su pequeña tropa había sido localizada, preparó a su gente para recibir a los sucios atacantes, su filosa espada ya en mano.

Como una astuta unidad, las arañas se dispersaron para rodear a los elfos sobre los árboles, hilando gruesas cuerdas para acorralarlos y así evitar posible escape. Haldir y su gente estaban preparados, y aunque los elfos de Lorien nunca habían luchado contra esas perniciosas criaturas, el rey elfo les había dicho como vencerlas a punta de espada, así como los había instruido donde apuntar con sus arcos. Los ojos y el vientre eran los puntos débiles de las arañas del Bosque Negro, y si bien su enorme tamaño inspiraba temor en los hombres, los Primeros Nacidos eran difíciles de arredrar.

Así empezó la encarnizada lucha en las frondosas ramas. Los elfos arriba, peleando tan seguramente como si estuvieran en piso firme, lanzaban golpes y tajos con sus armas, y pronto agudos chillidos y agónicos gritos pudieron ser escuchados, tanto como siseados anatemas.

En el suelo de la floresta la pelea no era menos dura. Los gemelos de Imladris, brillantes espadas élficas en alto, se lanzaron adelante con idénticos gritos de batalla, aún si Elladan dudó por un corto segundo al sentir la flecha pasar a su lado antes de la señal de ataque. Girando levemente para mirar al joven príncipe ante tan patente muestra de desobediencia, Elladan lo vio caminar pausadamente sin detener su lluvia de disparos sobre las monstruosas criaturas, y rápidamente, sin perder más tiempo, el hijo de Elrond siguió a su gemelo a la lucha.

Habían menospreciado el número de los horrendos arácnidos, ya que mientras más mataban, más aparecían. Annael, hiriendo a diestra y siniestra con su arma, se situó junto a Saelbeth, ambos mirándose cortamente a los ojos en entendimiento, y colocándose espalda a espalda, empezaron a combatir a sus horrendos enemigos.

Celeborn se unió a Thranduil, ambos parientes y primos, luchando lado a lado contra una gigantesca araña que resistía los embates de la espada del rey elfo.

Legolas miró rápidamente hacia los árboles para ver la situación allí, y vio a los galadhrim y su propia gente luchando valientemente contra arañas de varios tamaños, Haldir a la cabeza, bello y noble, guiando a los bravos elfos, manteniendo su posición sin ceder un palmo de espacio. Fugazmente pasó por su mente subir y combatir en las ramas, más su cansado y adolorido cuerpo le dijo que era una mala idea, ahora al fin entendía los motivos de su padre queriéndolo bien y descansado para este día, pero no hubo arrepentimiento alguno en su corazón.

Sus azules ojos divisaron Annael luchando junto a Saelbeth entre los troncos de los robles, y más allá junto a un delgado y triste abedul, el dorado cabello de Glorfindel centelleaba en la penumbra, su espada destellando antes de hundirse entre los ojos de una repugnante araña. Sus inquietos ojos buscaron a su ada, y respiró en alivio al verlo junto con el señor Celeborn, ambos poderosos guerreros aniquilando más que algún otro a los enemigos. Los gemelos hijos de Elrond atrajeron su atención, Elladan y Elrohir urdiendo una embelesadora danza guerrera y mortal, ambos entendiendo a la perfección los movimientos del otro, resultando en el descrecimiento del número de los sucios arácnidos.

Todavía alejado de la lucha principal, y queriendo unirse a ellos, el príncipe soltó su arco, y desenfundó sus cuchillas gemelas, atento en empezar a avanzar para unirse a los gemelos, pero Silinde apareció en su rango de visión, bajando de las ramas justo ante los hijos de Elrond, su bello rostro contrayéndose en un grito de aviso. El Dorado Príncipe no entendió lo que le decía, el ruido de las espadas contra el cuerpo de las arañas, los siseos, los chillidos y los ladridos evitaron que sus agudos oídos recibieran el urgente grito de su amigo. Más una débil voz detrás de él habló con premura y terror.

Cuidado, Dorado Príncipe.

Giró muy rápidamente hacia la haya que había susurrado detrás de él, más al hacerlo un pesado y enorme bulto cayó sobre él derribándolo al piso. Cayendo sobre su espalda, su cabeza golpeó contra una piedra protuberando del piso del bosque, dejándolo mareado, más sus cuchillas las mantuvo firmes, y en su caída las sostuvo derechas, la araña cayendo sobre él con un horrible chillido, las filosas cuchillas de mithril del príncipe incrustándose hasta la empuñadura en el expuesto vientre de la enorme criatura.

La horrenda araña se retorció encima de él, Legolas débilmente tratando de apartarla, ya que sus brazos y piernas estaban atrapados debajo del voluminoso bulto, y su cabeza aún confundida debido al golpe contra la piedra. En un último intento, la araña acercó sus monstruosos colmillos hacia el rostro del príncipe, la astuta criatura sabiéndose perdida, pero queriendo llevar a su matador con ella. El joven príncipe empezó a corcovear como un potro salvaje, su único objetivo evitar los filosos dientes de la araña, e impotente por el peso aplastándolo al piso, casi cortando su respiración.

De pronto la araña chilló más agudamente que antes, los colmillos alejándose del príncipe y girando a otro lado, y Legolas escuchó fuertes ladridos y encolerizados gruñidos encima de él. Garma, Scella y Spenna habían visto el peligro de su querido amo.

Con mordidas, arañazos y empellones, los valientes perros atacaron a la odiada araña, quien chilló tan fuerte que Legolas pensó que no volvería a escuchar otro sonido en su vida. Scella, con sus enormes colmillos mordió a la criatura entre sus ojos, Spenna apretó su vigorosa mandíbula en una de las largas y velludas patas, y empezó a tironear y zarandear de ella, y Garma, el más grande de los tres y de quien decidían era descendiente de Huan, el perro de Valinor fiel a Luthien la bella, arremetió contra la araña con una poderosa embestida que sacudió el entero cuerpo del horrendo arácnido, y Legolas aprovechó para empujar también, uniendo sus limitados movimientos con el de sus animales, y alcanzando a derribar a la monstruosa araña hacia un lado.

Los perros se tiraron en unidad hacia la araña, que agonizaba de espaldas en el piso, mientras el príncipe rodaba hacia un lado, alejándose de la enorme criatura que apunto estuvo de finalizar su vida. Porque la intención de la araña no era simplemente adormecerlo, sino inyectar su poderoso veneno en las venas del elfito, y aunque los elfos del bosque tenían varios antídotos para contrarrestar los mortales venenos, las arañas parecían elaborar más letales substancias para perjuicio de sus enemigos.

Silinde llegó asustado a su lado lo más rápido que pudo, arrodillándose en el piso y tanteándolo con cuidado, sus manos temblorosas y su rostro pálido. "No me ha mordido, Silinde. Estoy bien." Se apresuró a informar el joven príncipe, y con la ayuda del joven guerrero se levantó en temblorosos pies.

Apoyado pesadamente contra el cuerpo de su amigo, Legolas observó como los elfos acababan con las últimas arañas, tanto en el piso del bosque como arriba en los árboles, y con un suspiro de alivio se dio cuenta que el único que se había dado cuenta del peligro que había sufrido fue Silinde, que lo sujetaba con un brazo alrededor de su cintura. Él y sus amados compañeros caninos. Los demás elfos demasiado preocupados con sus adversarios como para fijar su atención en un punto de relativa calma, como era el sitio donde se encontraba el Dorado Príncipe, y no pudiendo percatarse de la escena por su vertiginoso desarrollo.

"Nadie tiene porque saber esto, Silinde."

Confundido, el joven guerrero volteó sus ojos de la menguante lucha y miró a su príncipe. "No entiendo, Legolas."

"Nada malo ha pasado y no tenemos porque preocupar al rey con algo sin consecuencia alguna."

"Pero Legolas..."

Los suplicantes ojos del príncipe lo interrumpieron, el ruego evidente en las grandes y azules pupilas. "Por favor, amigo mío. Que esto quede entre nosotros dos."

No pudiendo negarle nada a su príncipe y amigo, el noble guerrero accedió. "Esta bien, Legolas. Por mi boca ninguno lo sabrá." Girando sus verdosos ojos de vuelta a la casi inexistente pelea, Silinde apretó su brazo más estrechamente alrededor de la cintura de Legolas. "No vuelvas a perder la concentración en una batalla, Legolas." Sus ojos siguieron enfocados adelante, más sus palabras eran serias y graves. "Un descuido así puede costarte la vida. Esta vez estuvo muy cerca."

"Lo sé." Murmuró el joven príncipe, estremeciéndose casi imperceptiblemente en temor. "Pensé que nada podía pasarme. Me sentí intocable con tantos grandes nombres de reconocidos elfos de leyenda a mi alrededor. Cometí un grave error. No volverá a pasar, querido amigo." Concluyó apologéticamente.

"Promételo."

"¿Qué?" Desconcertado, Legolas giró sus ojos para posarlos en el elfo a su lado, más Silinde continuaba con su vista fija en los remanentes de la lucha.

"Promete que no volverás a descuidarte así. Promete que no pondrás a otros antes que tu propia seguridad, Legolas."

Sin saber exactamente que pensar ante el grave tono de su amigo, Legolas vacilantemente respondió. "Lo... lo prometo."

"Bien." Y diciendo esto, el joven guerrero soltó al Dorado Príncipe, y se dirigió hacia Saelbeth quien los había divisado y se dirigía hacia ellos. Interceptando al otro guerrero, Silinde lo guió hacia otro grupo de elfos quienes estaban empezando a amontonar las carcasas de las arañas muertas y así poderlas quemar.

Sacudiendo su cabeza de confusas ideas ante el extraño comportamiento de su amigo, Legolas volteó y se acercó a la precavida haya, apoyando su frente en la ruda corteza. "Hannon le, arphen brethil. Preservaste mi vida. Hannon le." Sonriendo contra la corteza, Legolas aspiró profundamente el sutil olor del árbol ante él, sus ojos apretadamente cerrados. "Este lugar estará limpio de nuevo. Y tú y tus amigos podrán disfrutar días más tranquilos."

Gracias, Dorado Príncipe. Gracias.

Legolas sonrió ante la temblorosa voz del árbol, y en un efusivo impulso, tiró sus brazos alrededor del tronco y abrazó estrechamente lo que pudo de la circunferencia de la haya, y explotó en jubilosa risa.

Varios elfos giraron sorprendidos al escuchar el argentino sonido en el aire, muchos corazones alegrándose y varias voces riendo ante la visión del elfito abrazando un árbol, mientras sus perros brincaban a su alrededor, bailando una extraña danza que solo ellos conocían.

Thranduil suspiró, un poco exasperado, ante tan infantil comportamiento, pero por dentro su corazón se calentó ante la encantadora visión. El rey se dispuso a ordenar a los elfos lo que tenía que ser hecho, para retornar lo más pronto posible a la seguridad del reino élfico, y así poder atender a los pocos heridos, apenas levemente y algunos de tipo perruno, y por la gracia de Elbereth ninguna baja, que había dejado el día de la Gran Cacería.

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Esa noche, el festín y el baile en los salones del rey elfo era jubiloso, todos celebrando el triunfal regreso de todos los cazadores sanos y salvos, con algunas muy leves excepciones, un profundo rasguño a lo mucho.

El Dorado Príncipe se sintió incomodo por la mayor parte de la noche, la promesa hecha apuradamente a Silinde persiguiéndolo y recordándole su horrible experiencia debajo de la horrible criatura, y cuando no era eso, levantaba la vista justo para ver los ojos del joven guerrero mirándolo con seriedad. Legolas evitó en todo lo posible la compañía de los que habían participado en la cacería, incluyendo a Annael mismo, y sin querer llegando a desairar los avances del capitán de Lorien, y los gemelos hijos de Elrond.

Thranduil, observando el insólito comportamiento de su hijo, estaba inquieto.

Más fue una de las bellas doncellas del bosque la que calmó el desasosiego de su joven príncipe. Con su dulce voz, encantadora conversación, sensuales movimientos en la danza, Illien hizo que los ojos de Legolas permanecieran pegados a ella, durante el resto de la velada.

El rey fue muy tentado a intervenir, más se contuvo al último momento al ver que la extraña conducta de su joven hijo cambiaba, tornándose más animado, y su cuerpo dejaba ir de la extraña tensión que lo había mantenido desde que regresaran de la cacería. Thranduil no sabía que hacer de todo eso, más ahí entendió que reteniendo a su hijo de las distracciones, y evitando el crecimiento de su pequeño HojaVerde, no iba a solucionar nada.

Los invitados siguieron bailando, alegres voces interpretando festivas canciones, e Ithil continuó su curso por el cielo en su eterno viaje a través de las estrellas de Elbereth.

No obstante, fue con ninguna sorpresa que de pronto las miradas de los reunidos ya no pudieron encontrar, ni al Dorado Príncipe, ni a la bella Illien. Y ninguno hizo un comentario de más, cuando ni uno ni otro fue visto regresar durante el resto de la noche.

TBC

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Notas

Malthernil – Dorado Príncipe

Maer aur – Buenos días

Irmo – Vala de los sueños.

Scella – Sombra (en Nandorin, lengua silvana)

Spenna – Nube (en Nandorin, lengua silvana)

Garma – Lobo (en Nandorin, lengua silvana)

Faraglam – Caza orcos.

Hannon le, arphen brethil – Gracias, noble haya.

Illien - doncella de la corte de Thranduil