Autora: Annariel aka Anarielwen
Comunidad Lotr Slash: www . livejournal . com / community /slash (underline)en (underline) arda ... Ahí tengo una historia que escribí sobre fantasmas en la Tierra Media protagonizando a Legolas; y un fic que estoy traduciendo del inglés (el primer fic slash que leí), con permiso de su autora ;)
"El Dorado Príncipe" primera historia en la Serie "La Hoja del Gran Bosque Verde"
Review please :)
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Parte 21
3 de Coire del año 2500
"Partimos mañana por la mañana."
"Gracias por haber venido. A pesar del frío del invierno cubriendo los caminos de nuestra gente."
El estudio del rey elfo estaba iluminado con el brillo de velas perfumadas, que esparcían su tenue aroma enriqueciendo el aire subterráneo del palacio de Thranduil.
Celeborn se hallaba sentado en una cómoda silla, disfrutando una copa de dulce aguamiel, mientras observaba a su primo y pariente estudiar unos papeles que tenía entre sus finas manos.
Thranduil, sentado detrás de su escritorio, leía atentamente, y sin embargo prestaba total atención a las palabras del Señor del Bosque de oro.
"Mi gente y yo disfrutamos mucho nuestra estancia aquí, Thranduil." Continuó Celeborn. "Las celebraciones fueron magníficas, y los ritos del joven príncipe, iluminantes. En Lothlorien, a pesar de ser tierra de elfos silvanos, son pocos los que siguen los ritos de los Nandor, alegra mi corazón ver que un príncipe de los Sindar haya elegido seguir las tradiciones del pueblo de su madre."
Levantando su vista para mirar al otro elfo, Thranduil sonrió tristemente al oír mencionar levemente a su perdida esposa. "Legolas es más un elfo silvano que sindarin." De pronto la tristeza se alejó de su rostro dando paso a una brillante sonrisa, y sus ojos chispearon alegremente. "Además, mi querido Celeborn, no conoces a mi joven hijo. Si Legolas hubiera querido tomar los ritos de su Mayoría al estilo de los humanos, nadie lo hubiera podido detener."
Alegre risa resonó en los muros de piedra, Celeborn y Thranduil riendo a expensas de la renombrada obstinación del Dorado Príncipe.
Como antes de separarse, cuando vivían entre los salones de piedra de Menegroth, en la antigua Beleriand cuando el mundo era joven, así ahora ambos pariente parecían haber recuperado su antiguo compañerismo y amistad. Alejados, por circunstancias ajenas a ellos, malos entendidos y resentimientos antiguos, se daban cuenta que el mundo estaba cambiando, y así debían ellos por el bien de sus respectivas tierras y gente.
Los días pasados habían sido aprovechados en restaurar la antigua confianza entre ellos, y Celeborn puso de su parte para que naciera una amistad entre Imladris y el Reino del Bosque, Thranduil tomando su consejo de pasar tiempo con los gemelos hijos de Elrond, y el Dorado Capitán de Imladris.
El resultado había sido satisfactorio. Con la cordialidad e intuición de Elladan y Elrohir, y las fáciles maneras de Glorfindel, Thranduil había ido derramando antiguos rencores contra los Noldor, si bien, confianza no podía ser encontrada y fundada, el camino estaba libre para una mejor aproximación entre las dos tierras; y Celeborn confiaba en que los hijos de Thranduil se encargarían de cementar esa unificación tan ansiada por todos.
En uno de los pasados días, cuando nadie pudo encontrar a los dos señores elfos, Thranduil y Celeborn se habían encerrado a discutir grandes problemas y pasados conflictos que suscitaron antiguas rencillas entre la casa de Oropher y la casa de Gil-galad.
El Señor del Bosque de oro había instado al rey elfo, como se instaría a un joven hermano, a tal grado habían recuperado su antigua cercanía, a contar y relatar con desapego, lo que estaba en su corazón, y en la mente del caído Oropher. Así Thranduil había hablado sobre como su madre había sido asesinada por los hijos de Feanor en la segunda Matanza de elfos por elfos en Doriath y del profundo sedimentado resentimiento de su padre, Oropher, contra los Noldor desde esa aciaga fecha.
Como tuvieron que abandonar el cuerpo de su adorada madre en uno de los salones de Menegroth, porque antes de morir Dior el Hermoso rey de Doriath, heredero de Thingol, e hijo de Luthien y Beren, le había encargado a su padre, Oropher, cuidar de sus tres hijos y del preciado Silmaril.
Sobre como habían buscado en vano a los hijos gemelos de Dior, Eluréd y Elurín, al final desistiendo y solo tomando a la pequeña Elwing, junto con el Nauglamír, el Collar de los Enanos, donde estaba engarzada la joya de Feanor, y así huyendo con un grupo de refugiados y con el tiempo llegando a las Falas.
Como Oropher había luchado contra la pena en su corazón, en parte por su hijo y otra parte por la misión de su rey y pariente, y como esa pena se había ido transformando poco a poco en rencor y animosidad contra los hijos de Feanor y sus parientes; y con el tiempo también se fue extendiendo hacia los Noldor en general.
Y Oropher había tratado de impartir su rencor a su propio hijo, Thranduil, y casi había tenido éxito. Le había enseñado a desconfiar de todo que provenga de los Noldor, le había contado historias sobre los desecrables actos de los hijos de Feanor sobre los elfos grises, y como la Tierra Media hubiera sido un mejor lugar si nunca los elfos noldorin hubieran abandonado Aman.
Y Thranduil había empezado a detestar a los hijos de Feanor, más no a los demás Noldor. Y le tenía gran desconfianza a la Dama Galadriel porque ella llevaba la misma sangre que los Asesinos de Parientes, y muchas veces se la tildaba con el mismo apelativo. Así la profunda amistad entre Celeborn y Thranduil, que era cálida y sincera en los días de Elu Thingol, se había enfriado, y Oropher había cruzado las montañas y hecho su propio reino entre los primitivos Nandor, alejándose así del centro de los acontecimientos de la Tierra Media.
Cuando su ayuda había sido solicitada en la Última Alianza, Oropher no se negó, porque el adversario a enfrentar era el enemigo de toda la gente libre. Más cuando el Alto Rey Gil-galad le pidió servir bajo su estandarte, el orgulloso rey de los elfos del bosque se negó, y su propio rencor fue su caída al no esperar al congregado ejército de Gil-galad antes de lanzar su ataque. Oropher cayó ante las Puertas Negras con más de la mitad de su gente, y así Thranduil había tomado el resentimiento de su padre a su corazón, porque en su dolor creyó que Gil-galad los había abandonado a su suerte. Y aunque el Alto Rey llegó al rescate y pereció bajo el mismo enemigo que su padre, todavía Thranduil no había podido olvidar y su rencor había pasado al heraldo del Alto Rey, Elrond Medio Elfo.
Largo y tendido los señores elfos hablaron, Celeborn razonando y Thranduil argumentando, más los tiempos estaban cambiando, y con ellos el Rey Elfo del Bosque, y al fin aceptó la verdad que sabía anidaba profundo en su corazón, y era que ni Gil-galad, y mucho menos Elrond, tenían la culpa del deceso de su amado padre. Porque Oropher, a pesar de sus errores y sus desconfianzas, había sido un padre amoroso y protectivo, y Thranduil lo extrañaba grandemente, pensando con tristeza de que hubiera sido un maravilloso abuelo para sus hijos.
Así la amistad había sido renovada con la bella Lothlorien, representada por Celeborn y no la Dama Galadriel, y un camino había sido abierto para construir un puente entre Imladris y el reino del Bosque, los gemelos de Rivendell y los hijos de Thranduil se encargarían de solidificarlo, y Elrond y Thranduil tendrían al fin su paz.
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"Anoche estabas extraño, Las"
"Tenía motivos para estarlo, Nael."
"¿Te importaría compartirlos conmigo?"
"Sabes que no tengo secretos para ti. Y te contaré cuando mi mente halle tranquilidad en sus pensamientos."
"Está bien."
El espejo reflejaba el rostro de un joven elfo sentado, con otro elfo parado detrás de él. El elfo de pie tenía un gran cepillo plateado en una de sus manos, y con gran destreza lo pasaba sobre las doradas hebras del elfo delante de él.
Legolas miró fijamente a su reflejo en el espejo. Nada parecía haber cambiado desde que había cumplido su mayoría. Su cabello era el mismo, sus ojos el mismo azul cielo de siempre, como los de su madre, y sus facciones continuaban siendo finas y delicadas como antes del 2 de coire. Y, con todo, el joven príncipe sentía un gran cambio en su interior, un cambio que le había hecho ver la fragilidad de los elfos a pesar de su inmortalidad. Un cambio que solo una experiencia cercana con las frías manos de la muerte podía ejercer en el espíritu de los elfos.
Las caricias del cepillo en las manos de su amigo eran sosegantes, y así Legolas dejó su mente volar hacia lo que había ocurrido.
El Dorado príncipe tenía experiencia combatiendo al enemigo en sus tierras, si bien el rey enviaba a la patrulla de la que formaba parte el joven elfo al norte, donde el peligro era escaso, aún allí podían encontrarse viciosas criaturas merodeando entre los árboles.
Legolas había matado orcos. Con sus certeras flechas, el Dorado príncipe había disminuido la sucia raza que pululaba la Tierra Media, y mancillaba la pureza de los bosques de su hogar, y también había cercenado sus putrefactos miembros con sus cuchillas gemelas cuando el enemigo estaba demasiado cerca como para usar su arco y sus flechas.
Y también se había enfrentado a las gigantes arañas del bosque, aunque nunca solo, porque su patrulla siempre había superado en número a las asquerosas criaturas, acabando con ellas entre dos elfos a la vez, y a veces entre tres. Legolas conocía a las arañas, sabía como herirlas y matarlas, pero la enorme araña del día anterior lo había agarrado desprevenido.
Si no fuera por la haya, tal vez yo estaría muerto. Sombríamente pensó. Y nadie lo hubiera sabido hasta que fuera demasiado tarde.
Legolas volvió a situarse en el penumbroso claro boscoso en su mente, su posición alejada del centro de la furiosa batalla, en la relativa seguridad de los galadhrim y su propia gente encima, y los Noldor frente a él. La atención de los enemigos estaba centrada en los elfos luchando agresivamente, y nadie podría haberse percatado de un joven elfo parado en la periferia de la lucha, pensando a cual de los dos bandos de elfos unirse.
Su padre lo había dejado solo creyéndolo seguro, alejado del principal conflicto. Sus amigos habían estado preocupados en acabar rápidamente con las repugnantes criaturas, y los elfos visitantes debían cuidar sus espaldas ante el nuevo adversario que por primera vez enfrentaban, porque ni en Lothlorien ni en Imladris habían arañas haciendo sus nidos.
Nadie se había percatado de él a excepción de esa enorme y atemorizante araña, digna descendiente de Ungoliant, la aliada del primer Señor Oscuro, Morgoth. En cualquier otra ocasión, nunca una criatura así hubiera podido acercarse sigilosamente a él y tomarlo desprevenido. En cualquier otra ocasión, Legolas hubiera estado con todos sus sentidos alertas y prácticamente hubiera olido el peligro. Más la situación había sido distinta, y él se había distraído.
Rodeado de grandes nombres, el joven príncipe se había sentido invencible. Celeborn, pariente desde la antigua Doriath y Señor del Bosque de Oro, esposo de Galadriel, Dama de la Luz. Glorfindel, el Matador de Balrog, capitán de la antigua ciudad amurallada de Gondolin, antiguo súbdito de Turgon el Rey Sabio. Elladan y Elrohir, hijos de Elrond y nietos de Earendil el Marinero, aquel que navegaba por el cielo con un Silmaril en su frente. Haldir, hijo de Halathil, capitán del Bosque de Oro desde los tiempos cuando Amdir era rey, y luego su hijo Amrod fue rey también, el galadhel continuando con su capitanía bajo el gobierno de Celeborn y Galadriel de quienes tenía su absoluta confianza. Y Thranduil, su propio padre, alto y hermoso como ningún otro, quien había servido bajo Elwe Singollo, y peleado al lado de Dior el Hermoso, y luchado junto a su propio padre, Oropher, ante las mismas Puertas Negras de Mordor.
Con tantas personas importantes¿Cómo él podría correr algún riesgo? Y sin darse cuenta bajó su guardia observando los movimientos de lucha de tan renombrados elfos, su concentración perdida en sus ensueños juveniles, no reaccionó hasta que el inesperado ataque llegó, solo advertido por el quedo susurro de una prudente haya. Aún podía sentir el peso de la monstruosa araña derribándolo, buscando su muerte al saberse perdida al sentir el aguijón de sus cuchillas gemelas...
Legolas se estremeció débilmente ante el vívido recuerdo, y Annael, detrás de él, que se había percatado de la pensativa expresión de su amigo, sintió la agitación de su príncipe, y concluyó que algo no andaba bien; decidiendo hablar más bien, para alejar a Legolas de sus penumbrosas cavilaciones.
"Vi que Illien consiguió tu favor la víspera. Hace tiempo que lo buscaba." Dijo Annael de súbito.
Arrancado de sus oscuras reflexiones por las palabras de su amigo, Legolas buscó el rostro de Annael en el espejo ante él, hallando una sonrisa en su joven rostro que lo hizo sonreír a su vez. "Tathrenlas vino a primera hora esta mañana, interrumpiendo un delicioso sueño, solo para informarme que avanzada la noche te vio retirarte con Nariel colgada amenamente de uno de tus brazos."
Annael no pudo contener una risita. "Nariel es una joven muy convincente."
"Lo mismo puedo decirte de Illien," contestó el príncipe, "además de ser hermosa, también es muy determinada."
Ambos elfos compartieron una risa que prometía compartir íntimos secretos sobre sus respectivas conquistas, y el ambiente, antes tenso por el extraño humor del príncipe, ahora era relajado en antigua camaradería.
"Vi a Calthir, y a Harodir revoloteando a tu alrededor, Nael. También a un elfo de Imladris de quien no recuerdo el nombre. ¿Por qué te decidiste por Nariel?" preguntó Legolas, mirando curiosamente al reflejo de su amigo en el espejo.
"¿Como te diste cuenta, si pasaste toda la noche evitándome, Las?" Legolas iba a replicar, pero Annael se le adelantó con una sonrisa en el rostro, sabiendo que no era el momento de hablar sobre lo que perturbaba a su amigo. "Además estaba todavía un poco sensible como para elegir un ellon por amante. Sabes a lo que me refiero." Continuó arqueando una ceja, transformando la sonrisa en el rostro a una llena de picardía.
Legolas soltó una risita. "Se a lo que te refieres. Tal vez por eso elegí a Illien, también." Poniéndose pensativo, bajo su mirada a sus manos en su regazo. "Pero su toque me trajo tranquilidad tanto como placer. Illien es magnífica." Afirmó con una dulce sonrisa en sus finas facciones.
"Pero eso no lo sabías hasta la víspera, y antes de que desaparecieras vi que el capitán de Lorien y los gemelos de Imladris trataban de disfrutar tu compañía. Pero los evitaste como hiciste conmigo." Había un dejo de reproche en su voz que no pasó desapercibido para Legolas, más éste decidió ignorarlo por el momento. Annael continuó "¿Ya olvidaste tus planes sobre Haldir? Al venir hacía acá oí el rumor de que los Noldor y los galadhrim vuelven a sus respectivos reinos mañana a la salida de anor."
Girando su cabeza para mirar directamente a su amigo, el rostro de Legolas manifestaba la más viva sorpresa. "¿Mañana¿Tan pronto?"
"No pronto, Las. Han estado una semana en nuestras tierras. El Señor Celeborn, y los Hijos de Elrond, deben extrañar sus tierras y sus familias."
"Es cierto. Pero ha habido tanto regocijo y alegría que los días han pasado volando velozmente como las águilas de Manwe. He hecho buenos amigos en los gemelos y los voy a extrañar. Y a Haldir también," afirmó con un brillo en los ojos, "un elfo interesante y fascinante como ningún otro. ¡Y sobre todo a Glorfindel!" exclamó el joven príncipe
Ambos elfitos se sonrojaron levemente a la mención del nombre del Matador de Balrog, y al ver sus reacciones, juntos estallaron en alegres risas.
"Y sé que mi hermano va a echar de menos a cierto elfo del Bosque de la Dama, también."
Otra serie de risas volvió a estallar en el aire. Ellos no habían dicho a otra sola alma, sobre las aventuras del mayor de los príncipe, y Tathrenlas no sabía que su pequeño hermano lo tenía en sus manos.
Cuando las risas lentamente se disiparon, Annael instó a Legolas a situarse frente al espejo de nuevo. "Déjame trenzar tus cabellos, mi príncipe. La comida del mediodía se va a servir dentro de poco, y debemos estar listos."
Dejando a su amigo trabajar ágilmente con sus doradas hebras, Legolas meditó sobre lo que su amigo había preguntado sobre Haldir, y que él no había respondido al distraerse con la información de la pronta partida de los visitantes.
¿Había abandonado sus planes sobre Haldir?
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Bulliciosa algarabía inundaba el salón principal, donde los elfos visitantes se había reunido para tomar la comida del mediodía junto con sus recién hechos amigos del bosque por una última vez. Comida y bebida abundaba, aunque no en exceso porque la mayor parte se reservaba para el festín de la noche.
El Dorado Príncipe se sentaba entre los gemelos de Imladris, riendo y charlando hasta más no poder, en verdad él extrañaría a los hijos de Elrond. Aiwendil y Glorfindel, quien estaba sentado al lado de Celeborn, compartían una tranquila conversación con el señor del Bosque de Oro y el Rey Elfo, que se hallaba sentado al otro lado del esposo de Galadriel.
Más allá un grupo de galadhrim, en los cuales se hallaban Haldir y sus hermanos, departían alegremente junto al Príncipe Heredero del Bosque Verde, y unos cuantos guardias de Thranduil.
En todo alegría infundía los corazones, pero un cierto grado de tristeza colgaba bajo en el aire. Después de todo una semana es muy corta en la cuenta de los elfos, y más cuando se disfruta y se baila y se canta.
De vez en cuando miradas se descarriaban, buscando y encontrando. Annael, sentado junto a Silinde y Saelbeth, sonrió traviesamente mientras atrapaba al capitán de Lorien mirando de soslayo a su amigo y príncipe, y su sonrisa por poco se convierte en una fuerte risa, al ver a su querido amigo devolver esas mirada.
Había un grupo de doncellas de la corte del rey elfo reunidas unos cuantos pasos de ellos, y Annael divisó entre ellas a la bella Illien, quien también robaba miradas del joven príncipe, más cuando su mirada se descarrió a sus compañeras, su ojos se chocaron con los de la altiva Nariel, y el rubor inundó los altos pómulos del joven elfo al recordar sus actividades de la noche antes.
Los más alborozados eran los más pequeños elfitos, ya que ellos tenían una mesa para ellos mismos y aprovechaban para explayarse en su infantil exuberancia. Sus agudas y líricas vocecitas llenaban la estancia, y a los adultos no parecía importarles en lo más mínimo tal alborotado ambiente. Claro que de vez en cuando uno de los elfitos, algo mayor que los demás pero aún lejos de su mayoría, decidía intervenir antes de que los mayores tomaran verdadera cuenta, apaciguando la aguda charla de los más pequeñitos.
Se podía ver a Miredhel con una frustrada mirada en el rostro, varias veces acallando a los elfitos apenas en su primera década, algunos en su primer lustro aún. Los niños prestaban atención por unos pocos momentos, obedeciendo y respetando a los elfitos mayores, más mientras los momentos pasaban, así el alboroto volvía a empezar. Más frecuentemente que no, era el pequeño Nimloss el promotor del gozoso desorden.
Sadorell vio desde una esquina a su pequeña niña tirar los brazos hacia arriba en frustración y levantarse de su mesa, dejando el cuidado de los más pequeños a otros elfitos de su misma edad, pero con más paciencia. El capitán de la guardia de Thranduil adoraba a su hija, y fue con una sonrisa que la observó avanzar entre las mesas, saludando a algunos y sonriendo a otros con infantil gracia; más la sonrisa se le fue del rostro al capitán cuando vio que su pequeña era llamada desde una mesa, y nada menos que por uno de los gemelos noldorin.
Miredhel, con pequeños brincos en sus pasos, hizo su camino hacia donde se hallaba el Dorado Príncipe con sus amigos de Imladris, y Elladan la recibió con una abierta sonrisa en su bello semblante, y cuando la elfita vio que no había un asiento disponible, aceptó la invitación del gemelo para sentarse en una de sus fuertes rodillas, porque había hecho gran amistad con los hijos de Elrond; cosa que tuvo a Sadorell fuera de sus cinco sentidos; y la reunión fue salvada por un oportuno Sirion, que contuvo a su amigo el capitán y así evitó una escena. "Después de todo es solo una niña." Le había dicho para apaciguarlo, a lo que Sadorell solo había respondido con un gutural gruñido, que extrañamente le recordó a Sirion el sonido de contrariedad que hacía Garma, el más grande de los perros del joven príncipe, cuando intentaban quitarle la atención de su amado dueño.
Prudentemente el consejero llevó al capitán a dar una vuelta por los laberínticos pasillos de palacio para calmarlo un poco.
Anor continuaba con su diario viaje por el cielo, y poco a poco los elfos se fueron esparciendo, pero fueron más los que se quedaron a disfrutar de la compañía de los otros, si no ya degustando la comida.
Los gemelos ahora conversaban con el Rey Elfo, el joven príncipe habiendo tomado su partida unos momentos antes. Y Aiwendil parecía tener una privada conversación con Glorfindel, en donde al señor elfo se le veía retorciéndose en su asiento, un tanto incómodo, y los ojos de Radagast chispeaban mientras sonreía discretamente. Dentro de poco el Matador de Balrog procuraba dejar la compañía del mago sin que éste se diera cuenta, acto casi imposible porque después de todo los magos son muy astutos y de cólera fácil cuando se los provoca.
Glorfindel nunca dijo de que hablaron aquella tarde el mago y él, más Aiwendil le comentó al Dorado Príncipe, cuando los años ya habían pasado, de que el principito formó gran parte de la conversación. Claro que Aiwendil se lo dijo contoneando sus pobladas cejas insinuantemente, y las mejillas del joven elfo se habían teñido de escarlata.
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La noche había caído y los salones del rey elfo presenciaban la última fiesta antes de la partida de los visitantes al Reino de Bosque.
Comida y bebida fluía de mano en mano, exóticas danzas y alegres tonadas adornaban el ambiente, y en medio de todo, Thranduil, alto y bello con Sadorell a su derecha y Sirion a su izquierda, observaba con benevolente, si bien levemente entristecida mirada, a los reunidos. No había manera de conocer los pensamientos del Rey del Bosque, pero para quien mirara atentamente, podía leer muy sutilmente, los leves cambios efectuados en el hijo de Oropher, si para bien o para mal, todavía ninguno podía decir.
Celeborn y Glorfindel conversaban en una esquina junto con el joven príncipe del Bosque, una copa de Dorwinion en una de sus finas manos, mientras se veía claramente al Matador de Balrog tratando de controlar el consumo del potente líquido del elfito, a lo que el Señor del Bosque de oro solo sonreía al ver este protector lado de su viejo amigo de Gondolin.
"Los años están afectando el juicio de este viejo elfo, joven príncipe." Dijo el plateado señor con risa en su voz, hablando de Glorfindel. "La dulce bebida ahora lo afecta de distinta manera, y teme que haga lo mismo con los demás. Más no hagas caso de sus insistentes cuidados y presta atención a mis palabras, que mientras anor brille, e Ithil continúe con su nocturno viaje en el cielo, así te digo que siempre serás bienvenido a la bella Lothlorien, cuando decidas que el tiempo es oportuno, y nos deleites con tu graciosa presencia, Legolas Thranduilion."
El joven arquero aceptó grácilmente la invitación, con corteses palabras y ojos brillantes, y Glorfindel no puso dejar de sonreír, a pesar de haber tenido antes un ceño en su bella frente por las anteriores palabras de su amigo, y luego reír al ver el apenas sometido deleite en el rostro y las palabras del principito.
"También eres bienvenido a Imladris, malthernil. Como seguro ya te la habrán repetido innumerables veces Elladan y Elrohir." Agregó Glorfindel.
Y era cierto, los gemelos de Elrond habían sido locuaces en expresar la alegría que sentirían en la visita del joven príncipe a su hogar, y Legolas no había sido menos así, al manifestar su ansía de visitar el valle oculto.
La noche avanzaba, y Annael deleitaba a todos con su baile, esta vez con Elladan de Imladris, y Miredhel era llevada a su hogar por un muy serio Sadorell, mientras Rumil era notado por su ausencia, aunque nadie, excepto Legolas y Annael, lo asociaron también a la temprana retirada del hijo mayor de Thranduil. Ambos elfitos compartiendo una divertida mirada ante su afortunado conocimiento. El principito tendría abundante material para embromar a su hermano mayor una vez que los visitantes hubieran partido en la mañana.
Silinde observaba, desde su lugar junto a Saelbeth y otros amigos, como el capitán de Lorien frecuentemente miraba discretamente hacia la dirección donde se encontraba su joven príncipe, y como éste correspondía a las miradas, cuando lograba interceptarlas, con una traviesa sonrisa.
Esta especie de conversación visual pasaba desapercibida, excepto para la persona, como Silinde, que estuviera al tanto de los movimientos de ambos elfos. El joven guardia miraba el intercambio con profunda contrariedad e inquietud en sus verdes ojos. No podía entender como su joven príncipe podía gustar de un elfo foráneo, cuando había muchos en el Reino del Bosque que darían casi todo por un gesto suyo.
Intranquilo, Silinde no podía disfrutar de la reunión. Había estado así desde que Saelbeth le había contado que había visto a Legolas y Haldir conversando en la tarde, cerca de la hora del crepúsculo, fuera del palacio, y aunque su conducta con cada otro nada delataba, sus miradas y uno que otro gesto eran lo suficientemente íntimos como para hablar por sí mismos.
"Había fuerte atracción ahí," le había dicho su amigo, "se podía sentir en el aire. Como antes de que estalle una fuerte tormenta"
Y eso era lo que inquietaba a Silinde, porque su príncipe era joven, y Haldir de Lorien ya había visto alrededor de tres milenios de la Tierra Media, y además su reputación lo precedía.
Silinde no había contado a nadie lo que sucedió al final de la Gran Cacería. Cuan cerca estuvo el Dorado Príncipe de caer víctima del feroz ataque de una enorme y monstruosa araña, que a casi todos había pasado desapercibida, aún a él, quien tardíamente se dio cuenta de la presencia enemiga.
Nunca en su entera vida Silinde había sentido tanto pánico y terror apretar su corazón como en ese momento. Todo pareció pasar tan lentamente frente a él, y aún así, no podía apresurar sus pasos para llegar rápidamente al lado de su príncipe y amigo.
Silinde había notado la inquietud en Legolas la anterior noche, y él había tratado de acercarse y hablar con su príncipe, más el joven elfo lo había evitado. Un poco dolido al principio por el rechazo, se dio cuenta después que él no era el único a quien el príncipe evitaba, sino que evadía a todos aquellos que habían participado en la Gran Cacería. Incluyendo a Thranduil mismo. Al menos fue un consuelo a su apesadumbrado corazón.
Ahora, al joven príncipe se le veía actuar con sus mismas usuales y alegres maneras, cosa que alegraba a Silinde a ningún fin, aunque esto significara que su príncipe volvía a las andadas haciendo y permitiendo avances en su persona.
Otra vez los ojos de Silinde volaron a través del salón, buscando al objeto de sus cavilaciones, solo para encontrarlo ido. Como si en reflejo su mirada se lanzó en una rápida e incansable búsqueda de cierto plateado e irritablemente, en la opinión de Silinde, arrogante elfo, y sin sorpresa descubrió que también se encontraba ausente de la alborozada reunión.
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Acalorados besos fluían libremente en la silenciosa penumbra del pasadizo, una conveniente colocada columna encubriéndolos de la vista de algún inoportuno caminante, a quien su senda lo tomara por esos poco transitados corredores.
Haldir hambrientamente devoraba la dulce boca ofrecida a él, más delicioso manjar gustosamente probado, y él intentaba consumirlo por entero. Sus atrevidas manos ansiosamente vagaban por los contornos del joven cuerpo ante él, estrechamente atrapado contra la columna de piedra por su acalorado cuerpo. Asfixiados gemidos podían ser escuchados, tratando de manar libres, pero ahogados por la sinuosa boca del plateado capitán.
Haldir sintió insistentes dedos enredándose en sus largos cabellos, y una audaz mano bajando por su espalda hasta detenerse en la curveada redondez de sus nalgas, y apretando su voluptuosa carne con fuerza, arrancando un fuerte gemido de su garganta, su boca nunca dejando la exquisita dulzura de la de Dorado Príncipe.
Legolas comenzaba a sentirse mareado con lujuria, sus piernas apenas sosteniéndolo mientras era mantenido firmemente contra la columna. La fría superficie a su espalda contrastando deliciosamente contra el abrasador cuerpo frente a él, mientras tortuosas caderas frotaban y empujaban contra su cuerpo, haciéndolo lloriquear en intenso deseo.
Haldir era un elfo que exudaba sensualidad, parecía rodearlo con un aura que derrochaba poder y confianza. Una simple mirada de sus profundos ojos podían leer profundo dentro de tus más interiores recesos, traer a la superficie tus íntimos deseos, prometiendo cumplirlos uno a uno. Esa mirada despertaba pasión, hacía elfos guerreros rendirse ante él, y bellas doncellas desvanecerse para obtener su atención.
Casi cada elfo que veía al capitán de Lorien lo deseaba, y hasta los más fríos elfos, esos que habían visto más de una Edad de Arda, se preguntaba que sería visitar el lecho del más altivo de los galadhrim.
Hermoso, aún para los estándares élficos, Haldir era un elfo deseado y a la vez temido, porque fácilmente podía robar corazones, sin aún él desearlo, y no ser devueltos jamás, mucho para la desdicha de muchos. Incontables amantes habían pasado entre sus brazos, muchos anhelando volver, y pocos lográndolo, casi ninguno regresando por una tercera vez, y las plegarias siempre caían en oídos sordos.
Legolas lo había deseado desde el momento que sus azules ojos se posaron en el bello capitán de Lothlorien, y había ansiado yacer entre sus brazos siempre desde ese día. El joven príncipe no era inmune a la magnética y sexual energía que parecía segregar el elfo de Lorien, y el principito había sido duro presionado para evitar entregarse a él tan pronto como pudo estar a solas con el objeto de su deseo, solo robando apasionados besos y furtivas caricias algunos días de las jubilosas festividades.
El Dorado Príncipe, a pesar de lo que algunos creían, estaba muy consciente del peligro que corría en la presencia del plateado capitán. Su cuerpo despertaba fácilmente ante la mirada de Haldir, su mente se nublaba de sensual necesidad dondequiera que una caricia del bello elfo corría sobre su piel, aún sobre el molestoso obstáculo de sus ropas.
El joven elfo seriamente había dado pensamiento en rendir por primera vez su cuerpo al elfo que llenaba con tan delirante embriaguez sus sentidos. Más la promesa a su querido amigo, y el miedo de perder su corazón a tan inconstante elfo, lo había hecho desistir de tomar ese camino.
Otro gemido fue desgarrado de su garganta, estaba vez libre de ser escuchado en la inmovilidad del pasadizo, mientras la boca de Haldir liberaba la suya para esparcir ardientes besos y dóciles mordidas a lo largo de su cuello. Tratando de acercar su cuerpo al del otro tanto como era posible, Legolas levantó una pierna y la enganchó alrededor de la cadera de Haldir, tirando su cabeza hacia atrás, y así exponiendo más de su pálida garganta al ataque de los quemantes labios.
"Haldir." Gimió Legolas, tan quedamente como podía, desenredando su mano de los plateados cabellos, y bajándola para posarla, junto con su otra mano, sobre las nalgas del elfo mayor, y así frotar más frenéticamente sus cuerpos juntos, sus duros miembros obteniendo elevada estimulación, aún a través de sus ropas, haciéndolos jadear constantemente.
Nunca Legolas se había sentido tan desenfrenado y voluptuoso, frotándose contra otro elfo, como animal en celo, en uno de los corredores del palacio de su padre donde cualquiera que pasara los podría ver. Sus mejillas sonrojadas por la excitación y su cuerpo estremeciéndose por la necesidad, sus manos urgiendo rudos movimientos del otro elfo y su boca entreabierta liberando débiles gemidos, el joven príncipe miró perdidamente al techo de piedra, tratando de no perder todos sus sentidos al elfo corrientemente consumiéndolo.
Recobrando un poco de su compostura habitual, Haldir desaceleró sus movimientos, llevando sus manos para detener las del joven príncipe, y apoyando su frente en el hombro del principito, sintió la pérdida de la pierna abrochada a su cadera cuando ésta bajo al piso. Ambos elfos respiraban agitadamente, tratando de calmar sus agitados sentidos. Una mano de Legolas llegó a posarse en la nuca de Haldir, acariciando sus cabellos, y el altivo capitán sintió su corazón saltar un latido ante el afectuoso gesto.
Haldir prácticamente había atacado a Legolas cuando al fin lo tuvo solo para él mismo, su deseo de poseer al elfo ante él persiguiéndolo por días sin fin, parecería. Y ahora que lo tenía en sus brazos, a duras penas podía reprimirse de tomarlo allí y ahora, contra la fría columna de piedra, casi a la vista de cualquier espectador que casualmente pasara por allí.
"Vuelve conmigo a mis habitaciones, bello príncipe. Mantenme compañía en ésta, mi última noche en los bosques de tu hogar." Susurró Haldir, escondiendo su rostro donde el cuello del príncipe encontraba su hombro, y depositando un delicado beso allí haciendo suspirar al joven elfo.
Esto es entonces. El momento ha llegado. pensó Legolas no mirando lejos del techo de dura roca, mientras sentía el cálido cuerpo presionado contra el suyo. El joven príncipe estaba en agonía, todo su cuerpo le gritaba decir sí, e ir con Haldir a dar y tomar placer como solo los elfos podían; más había una parte de él que no olvidaba el desaire que una vez había recibido por este mismo elfo. Su juvenil mente agrandando la trascendencia de ese día a los ojos de su mente.
Sintiéndose en conflicto, Legolas respiró hondamente, su mirada horadando la dura piedra del techo como si allí se encontrara la respuesta a su presente dilema. Sus palabras a Annael, los consejos de Glorfindel, los rumores que escuchó de distintas bocas a lo largo de los días, las excitantes caricias de Haldir, la inflamación de sus sentidos por este elfo, la altura de su propio deseo, todo en conjunto luchó dentro de la mente del elfito, desconocido al plateado elfo, quien pacientemente esperaba las palabras del joven príncipe, con su frente descansando cómodamente sobre el vestido hombro del joven elfo.
Gentilmente empujando el cuerpo de Haldir hacia atrás, para dejar libre su propio cuerpo y así salir de su prisión voluntaria, Legolas dio unos pasos lejos del capitán de Lorien, deteniéndose de espaldas a él. "Debemos regresar a las festividades." Dijo
Haldir incrédulamente lo observó alejarse de él, lo vio parado de espaldas a él, tratando de procesar lo que el joven príncipe había dicho y no creyéndolo, aún mientras lo entendía perfectamente. "Legolas..." susurró dando un paso hacia la dirección del joven elfo.
El Dorado príncipe giró su rostro hacia Haldir, una sonrisa pintada en su bello rostro élfico, más su cuerpo estaba puesto con determinación, dejando entrever su obstinada naturaleza. "Es probable que mi padre extrañe mi presencia en los salones," la sonrisa titubeó en su rostro un momento, solo para surgir de nuevo con renovada intensidad, mientras las palabras surgían firmes de sus sonrosados labios, "además no se puede dejar esperando a una dama. Mi bella Illien pidió la velada en mi compañía... de nuevo"
Concluyendo, el joven príncipe alisó sus ropas con sus manos, tratando de poner un poco de orden en sus atavíos, y pasando una delicada mano por sus cabellos, comenzó su retorno hacia la algarabía de las festividades, dejando a un aturdido galadhel detrás, en los silenciosos pasadizos del palacio subterráneo del Reino del Bosque.
TBC
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Notas
- 3 de Coire – 3 de Febrero
- Menegroth – Las Mil Cavernas, donde Elu Thingol era rey, en Doriath
- Ellon – elfo varón.
- Morgoth – Ainur llamado Melkor, que participó en la música de los Ainur, pero por la
avaricia en su corazón giró hacía el mal. Fue el primer Señor Oscuro, Sauron fue su
sirviente. Como castigo fue arrojado más allá de las Puertas de la Noche por los Valar
mismos.
- Ungoliant – Araña gigante aliada de Morgoth en Aman, con quien destruyó los Dos
Árboles de Valinor. Huyó a la Tierra Media para evitar el juicio de los Valar, donde
engendró monstruosa descendencia. Murió al devorarse ella misma tal era el hambre que
la consumía.
- Manwe – Esposo de Varda. Rey de los Valar.
- Malthernil – Dorado Príncipe
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Murtilla: Tienes razón, con tanta belleza junta pues no sabría como como pensar, mucho menos concentrame ;) A Thranduil le pareció infantil el comportamiento de Legolas, pq si bien, sabe que su hijo puede hablar con los árboles y demás, el de abrazar un árbol tan efusivamente después de una dura batalla como que no era un comportamiento muy maduro para un joven elfo, y príncipe aún, dentro de su Mayoría. Si hubiera sido anime, apuesto a que Thranduil hubiera observado la escena con una enorme gota en su cabeza jiji. Espero que este capi te diga pq no se dieron cuenta del peligro que corrió el principito. Gracias por leer. Saludos
Tetis: Gracias por el review, me alegro que te haya gustado, espero queeste capítulo también. Saludos. ;)
