Parte 22
"¿Qué él hizo que?"
"Lo que oíste. Me dejó completamente excitado, para luego retroceder y correr tras una doncella."
"¿Qué?"
"¿Eres sordo, Orophin?"
"No. Pero... no entiendo."
"En verdad, yo tampoco."
El rostro de Haldir aún expresaba confusión, mientras se recostaba en la amplia cama con su espalda apoyada contra la cabecera. Sus bellos ojos color avellana reflejaban su aturdimiento, sus dilatadas pupilas oscuras hablando de su incredulidad.
Nunca nadie había rechazado al capitán de Lorien. Nadie con ojos para ver y cuerpo para sentir. Era algo absolutamente no escuchado, incomprensible, irracional. Algo que si los elfos de Lothlorien se llegaban a enterar no se olvidaría por centurias por venir.
Pero nadie lo sabía. Él y su supuesta conquista habían dejado las fiestas por separado, así que si uno de ellos volvía a las celebraciones no sería conectado a la ausencia del otro. Valiosa precaución para prevenir la indignación de un rey, pero que a las finales servía para preservar el honor del capitán de Lorien. Porque Haldir no lo dudaba, el principito no diría nada.
El plateado capitán no sentía ira, ni ofensa, sino la más profunda incomprensión con respecto a las acciones del más joven de los hijos de Thranduil. Él parecía disfrutarlo al igual que yo. pensó el galadhel con creciente confusión. Y sin embargo Haldir estaba ahora en su habitación, en desorientada conversación con su hermano.
Orophin, en su camino a la habitación que él compartía con Rumil, había decidido ir a la de su hermano mayor primero para atrapar, con sus propios ojos, un pequeño vislumbre del logro del deseo de su hermano. Porque Orophin, guardián del Bosque de Oro, no lo dudaba; si su hermano mayor y el Dorado Príncipe no estaban en las festividades, era porque estaban juntos.
No era una actividad extraña entre los tres hermanos. Ellos compartían un cómodo talan en un antiguo mallorn en Caras Galadon, no muy grande, no muy pequeño. Solo perfecto para tres elfos solos. Tres elfos sin compañeros estables. Por lo tanto, cuando uno de los hermanos traía a un amante al talan, los otros dos siempre tenían la curiosidad de saber quien era el afortunado o afortunada de la noche, y espiaban cortamente, solo una fugaz mirada, para ver la identidad del visitante y la comprobación de su disfrute, para luego alejarse con una pícara sonrisa en los labios y continuar con sus propias actividades.
Y no era coincidencia que Haldir fuera el más espiado. Simplemente era una cuestión de cálculos.
Orophin había pensado que lo aplicado a Lorien bien podría ser igual aquí en el Reino del Bosque, y con ligeros pasos había puesto rumbo hacia la habitación otorgada a su hermano mayor, y entreabierto levemente la puerta para ver lo que pasaba dentro. Más lo que había visto lo hizo abrir enteramente la puerta, e ir a su hermano con un ceño de preocupación arrugando su sosegada frente.
Había visto a Haldir sentado al borde de su cama, con una desenfocada mirada en su rostro.
Cuando su hermano le había contado que había ocurrido, ahí Orophin entendió que la mirada en los ojos de su hermano no era desenfocada, sino que estaba teñida de confusión, y Orophin apostaría que la mirada en sus propios ojos ahora debía de reflejar lo mismo.
Orophin estaba confundido.
Muy confundido.
No podía entender como el joven príncipe había rechazado la proposición de su hermano. Nadie rechazaba a Haldir. Nadie en su sano juicio. Aún el orgulloso Elrohir, hijo de Elrond, no había podido vencer su atracción al plateado capitán, y aunque la relación no había llegado a nada, hubo leves vestigios de una apasionada noche entre ellos. Los propios ojos de Orophin podían atestiguarlo ante los Valar mismos. Más ninguno se había sometido al otro y se habían separado en relativamente amigables términos.
Pero Orophin había podido tener un breve vislumbre de la belleza del hijo de Elrond, y sin duda su hermano gemelo gozaba de las mismas cualidades. Después de todo los hijos del Señor de Imladris eran gemelos idénticos, allí había un muy interesante par.
El hermano de Haldir sacudió levemente su plateada cabeza para evitar que sus pensamientos vayan por esos sinuoso caminos, y se enfocó en la presente situación y en el principal involucrado, el joven príncipe del Bosque Negro.
Bosque Negro, como lo conocían en la bella Lothlorien y en el santuario de Imladris, pero cuyos habitantes no lo dirían en la misma tierra del Rey elfo.
Orophin no podía creer que Legolas había rehusado a Haldir, no con todo lo que él había visto.
Desde que la delegación de Lothlorien llegó al Reino del Bosque, Orophin se había dado cuenta que Legolas estaba atraído a su hermano, así como su hermano estaba atraído al joven príncipe. Y según lo que le había contado el mismo Haldir, ambos se buscaban mutuamente, y se prodigaban caricias a escondidas, como dos elfitos, ya que el principito aún no estaba en su mayoría de edad.
Era justificado.
Era previsible.
Pero ahora el príncipe era un adulto ante las leyes de su gente, y los avances hacia él, permitidos. Claro que no ante los ojos de su padre y rey. Pero el joven elfo había demostrado que era él quien decidía, cuando había tomado por amante a una bella doncella, y todos los ojos los habían observado con distintas emociones. Algunos con desconcierto, otros con envidia, algunos con condescendencia, y otros aún con lujuria.
Entre los que habían observado con desconcierto estaba Orophin, porque él pensó que el favorecido sería su hermano mayor, ya que parecía que desde que llegaron, ellos dos no tenían ojos más que para cada otro. Y sin embargo no fue así.
Y ahora Haldir había sido rechazado por el joven príncipe. ¡Por un elfito! La mente de Orophin gritó.
Legolas había resistido a su hermano. A Haldir. Nadie resistía a Haldir... excepto el joven príncipe del Bosque Negro parecería. Si los demás elfos de Lothlorien, o aún Imladris, se llegaban a enterar, no sería olvidado en centurias, y mientras los ojos de Orophin se alzaban para mirar a la aún perpleja expresión en el bello rostro de su hermano, Orophin juró que nadie se enteraría.
---------------------------------------------------
"Mira hacia la entrada, Elrohir. Parece que el Dorado Príncipe no se ha retirado después de todo."
Y en efecto, mientras los ojos grises del más joven hijo de Elrond se desviaban hacia la arqueada puerta del Gran Salón, el joven príncipe hacia nuevamente su entrada a las fiestas, varios ojos siguiendo sus movimientos como lo harían los perros de caza con su presa.
Legolas se detuvo en su avance, y levantó sus grandes ojos azul cielo para mirar a su alrededor, al parecer ubicando a quien buscaba, ya que sus pasos cobraron nueva dirección, e hizo su camino poco a poco, ya que varios elfos y doncellas detenían su senda, al fin llegando hacia donde se hallaba Saelbeth y Silinde con un grupo de elfos del Bosque Negro.
La penetrante mirada de Elrohir siguió cada uno de los gráciles movimientos del joven elfo, sus ojos centrados en la exuberante forma y bellas facciones del Dorado Príncipe. No escapó a su atención cuan a gusto Legolas parecía con la atención que los elfos le brindaban, cuan naturalmente se desenvolvía entre los devaneos de los que lo rodeaban, y contestaba con finas maneras y sutil coqueteo más una deliciosa sonrisa en su juvenil rostro.
A sus inquisidores ojos tampoco había pasado desapercibido la creciente familiaridad en el trato del Capitán de su gente y el principito. Cariñosos gestos, ligeros toques en un hombro o en un brazo, miradas compartidas y sonrisas alentadoras. Eso y más había observado cuando ninguno de los dos creía que él estaba mirando, haciéndole pensar más duro sobre donde se había encontrado el dorado señor elfo la noche de la Mayoría del príncipe. Mientras los ojos de Elrohir se movían de la forma de Legolas HojaVerde su mirada se encontró con la de Glorfindel a través del salón, y que al parecer estaba haciendo sus propias reflexiones. Elrohir lo saludó con una leve inclinación de cabeza, que el capitán de Imladris respondió con un casi imperceptible gesto, el hijo de Elrond le dejó entrever que sospechaba de su secreto.
Los ojos del más joven de los gemelos brillaban, y Glorfindel supo entonces que su cita furtiva con el joven príncipe no estaría segura por mucho más tiempo, tratando de decidir si eso era bueno o malo solo atinó a sacudir levemente su cabeza, sacado de sus pensamientos por la voz del Señor del Bosque de Oro.
"Mañana partiremos, amigos míos." Dijo Celeborn replicando lo obvio, una vez que Aiwendil dejó de hablar sobre aves y Thranduil, junto con Sadorell, apartaron sus protectivos ojos de la forma del joven príncipe, bajo la condescendiente mirada de Sirion. "Dejaremos este misterioso bosque por la tierra de nuestra gente. Extrañaré las bellas hayas y los viejos robles. Más créeme primo," continuó mirando a Thranduil, con una sonrisa en sus elegantes facciones, "no extrañaré a las arañas."
Al principio todos miraron a Celeborn con sorpresa dibujada en sus expresiones, más el Rey Elfo pronto rió sinceramente, y los demás dejaron escapar su asombro en líricas carcajadas.
"¿No deseas una pequeña araña recién nacida como recuerdo de tu visita, Celeborn?" Preguntó Aiwendil dando a su expresión toda la inocencia posible.
Celeborn lo miró asombrado. "¿Son domesticables?"
Una sonora risa respondió su pregunta, el Rey Elfo tirando un brazo sobre los hombros de Sadorell y mirando a todos con una chispa en sus brillantes verdes ojos, les sonrió con complicidad. "Cuando era tan solo un pequeño elfito de apenas una década, Legolas mantuvo como mascota a una pequeña araña por una semana entera."
Los ojos de Celeborn y Glorfindel se agrandaron en asombro, más Sadorell y Sirion solo suspiraron en resignación. En el rostro de Radagast el Pardo se dibujaba una afectuosa sonrisa, aparentemente recordando gratos momentos. Thranduil continuó para el deleite del plateado señor y el capitán. "Junto con Annael, el hijo de mi querido Sirion aquí, la alimentaban con parte de sus comidas, y otros alimentos que alcanzaban a escamotear de las cocinas. Tenía nombre aún, Egol la llamaban. No sé como ese pequeño bribonzuelo la mantuvo escondida de su aya, de Tathrenlas y aún de mí." Los ojos del rey elfo buscaron los de sus dos amigos, Sadorell y Sirion encogiéndose de hombros en incomprensión. "Pero un día llegó llorando a mí, diciéndome que no podía encontrar a Egol. Tenía un aspecto tan desesperado y de sus grandes ojitos brotaban gruesas y abundantes lágrimas que de inmediato organicé un pequeño grupo de búsqueda, de los cuales formaron parte Sadorell y Sirion," El consejero y el capitán del rey, bajaron sus cabezas al escuchar sus nombres, pero Glorfindel observó que los labios de ambos elfos estaban tensos en suprimida risa. El rey continuó, "pensando en todo momento que Egol era un pequeño cachorro del cual Legolas no me había informado."
"Pero¿De qué tamaño era la araña?" Preguntó sorprendido el esposo de Galadriel.
"Oh, eso ya lo vas a saber, querido primo." Dijo Thranduil disfrutando la atención. "Poco después de haber empezado la búsqueda, Tathrenlas, quien también formaba parte de la pequeña partida, vino a mí, diciendo que había encontrado una araña oculta en uno de los rincones de un antiguo almacén. La pequeña bestia lo había atacado, y mi hijo, sorprendido al encontrarla dentro de palacio, había hecho lo que todo elfo sensato haría. La había atravesado con una vieja espada que se hallaba guardada en ese lugar."
Un par de jadeos de sorpresa y horror escaparon de entre los labios de los elfos visitantes, y una pequeña risa burlona de los delgados labios del mago. "Mi pequeña hojita, que estaba junto a mí, escuchó lo que su hermano había dicho, y explotando en desconsolador llanto, había empujado a su hermano, y salió corriendo como un perseguido gamo hacia el almacén que su hermano había mencionado. Sorprendidos por su reacción, Tathrenlas y yo lo seguimos y llegamos al lugar para verlo acunar en sus pequeños brazos la carcasa de la araña muerta, que de la certera herida supuraba sangre negra, manchando las blancas ropas de mi elfito, a quien no pareció importarle en lo más mínimo. De inmediato intenté alejar a mi niño de la sucia bestia, pero fue imposible por unos momentos, tan apretado era el mantén que Legolas tenía en ella."
Mirando a su alrededor para ver el efecto que produjo su relato, el Rey Elfo prosiguió. "Preguntaste por el tamaño, Celeborn. Esa araña era pequeña. Solo alcanzaba el tamaño de un pequeño cervatillo del bosque."
Los ojos de Glorfindel se abrieron en descreimiento, y la fina boca del Plateado Señor se abrió levemente dejando entrever sus blancos dientes. "¡Eso es la mitad del tamaño de un elfito de diez décadas!" Exclamó Glorfindel.
"En efecto," dijo el rey. "Por un completo año mi pequeño niño no le dirigió la palabra a mi hijo mayor. Durante ese año también tuvimos un triste elfito deambulando por el palacio, nada de lo que hacíamos parecía alegrarlo. E hicimos muchas cosas. Tampoco alcanzamos a sacar de él de donde había traído la araña, y aún ahora si se le pregunta solo contestará que no recuerda mucho de ese tiempo. Solo Annael, a quien su padre interrogó inmediatamente después de lo ocurrido, nos dijo que tampoco sabía donde Legolas había hallado a la araña, solo que él estaba temeroso de ella y no se le acercaba mucho, pero que mi elfito la tocaba y acariciaba como si de una mascota se tratara, y la pequeña bestia permanecía tranquila a su toque. Más tarde Edraith, nuestro curador, nos dijo que éramos afortunados que no le hubiera pasado nada a nuestro principito, porque esa araña, aunque pequeña, tenía suficiente veneno como para matar a un pequeño elfito como lo era Legolas en aquel tiempo." Con un pequeño estremecimiento ante el antiguo susto, Thranduil concluyó su relato, dejando asombrados y maravillados a los que no lo habían oído, y movidos a los que ya lo habían escuchado.
Los ojos azul cielo de Legolas recorrieron el animado gran salón, resplandeciente y animado, donde la música deleita y bellas parejas bailan. Su extasiada mirada se paseó por los grupos de elfos reunidos, sus ojos chocando con los del Señor del Bosque de Oro.
Celeborn, divisando al joven príncipe, le dedicó una sonrisa cómplice, a la cual un confundido Legolas respondió con un gentil gesto. Los bellos ojos del principito se extendieron a los demás elfos del grupo del Señor Celeborn, y vio varios ojos mirando en su dirección. Glorfindel con una afectuosa mirada en sus sabios ojos, Sadorell con un gesto resignado en su bella faz, Sirion, mayormente indiferente, si bien sus ojos chispean en las luces del salón, Aiwendil el mago dirigiéndole un pícaro guiño, y su rey padre con una satisfecha sonrisa en su noble y hermoso rostro. Legolas giró sus ojos rápidamente, temiendo lo que su padre pudiera haber contado sobre él a ese grupo de tan venerables y nobles señores.
La música en el salón cambió, y al cantante se le unieron varias voces más, iniciando una alegre tonada. Arpas resuenan, flautas dominan y tambores acompañan rítmicamente mientras los alegres elfos y sus doncellas encuentran su júbilo dando movimiento al contento en sus corazones a través de sus cuerpos. La alborozada música una expresión del
gozo en el aire.
Antes de que la melodía comenzara, Elrohir Peredhel ya estaba en su camino hacia el joven príncipe, llegando justo mientras las primeras vivaces notas inundaban el salón. Dándose cuenta de quien era su solicitador, Legolas lo recibió con una brillante sonrisa en su juvenil rostro y alegremente aceptó ser su compañero en la danza.
Fluidamente ellos se movieron, la elegancia de Elrohir contrastando embelesadoramente con la exuberancia y gracia desplegada por el más joven hijo de Thranduil. Los gemelos de Elrond habían tenido varios días para aprender y dominar la mayoría de las danzas nativas a los elfos del bosque, y el más joven de los gemelos, perspicaz e ingenioso, dedujo fácilmente los intrincados movimientos, agregando otros de su propio hecho.
Varias parejas pararon su propio baile para observar a su joven príncipe y al noble hijo de Imladris, apreciativos ojos de elfos y doncellas, siguiendo fascinadamente las definidas formas de ambos, centelleando con apreciación en lo que veían. Con seguridad ninguno de ellos carecería de avances por lo que restaba de la noche.
"Pensé que te habías retirado por la noche." Elrohir susurró al oído de Legolas, cuando un giro en sus movimientos los trajo juntos, antes de que el joven elfo se volviera a alejar al ritmo de la música.
Sintiendo sus mejillas débilmente quemar ante el recuerdo de porque se había retirado anteriormente, Legolas cubrió su repentino embarazo con una rotación que le permitía dar la espalda a su compañero. Sintiéndose más compuesto completando el giro, el principito hizo a sus pasos acercarse al gemelo por la espalda para poder murmurar en una puntiaguda oreja. "Sólo por un poco rato. La noche es hermosa y promete mucho a los que la abrazan."
Estremeciéndose casi imperceptiblemente al sentir el cálido aliento del jovencito en su sensitivo apéndice, Elrohir giró para encontrar los ojos de su seductor compañero con sus propios grises ojos fulgurando intensamente. "Sin duda su abrazo es cálido. ¿Lo has sentido mi príncipe?"
Legolas sonrió tentadoramente, y justo mientras el joven príncipe iba a contestar la música llegó a su fin, las parejas dejando el centro del salón, otra música pronto empezando en el aire. Elrohir iba a pedirle también por el siguiente baile a joven elfo, cuando una dulce y lírica voz tintineó junto a ellos.
"Sería un honor para mí si mi príncipe me concede esta pieza."
Dos pares de ojos se dirigieron al origen del sonido. Ambos viendo una hermosa doncella, de cabello como hebras de oro enmarcando un delicado rostro, parándose expectantemente al lado de Legolas, sus grandes ojos azul mar destellando con esperanza, tanto como velado deseo.
Legolas le sonrió dulcemente, y con una última mirada hacia Elrohir, conllevando su mutua comprensión; el joven elfo trajo galantemente una de las delicadas manos de la doncella a sus finos labios. "Es mi placer, mi bella Illien." Susurró solícitamente mientras besaba los blancos y menudos nudillos, escondiendo una pequeña sonrisa mientras sentía a la elleth estremecerse ligeramente ante su toque. "¿Cómo podría negar a mi Dama?" Añadió seductoramente colocando la mano de la doncella en su brazo y atrayéndola hacía su cuerpo para empezar la lenta melodía que tejía una delicada flauta en un habilidoso solo, tenue como el rocío en una noche de luna.
I Gwing o Cúron, el rocío de la luna creciente. Dulce y cadenciosa melodía dedicada para los amantes élficos del bosque, quienes prefieren las noches de luna para amarse, a la radiante luz de anor.
Mientras la noche avanzaba los ojos gris plata de Elrohir volvieron a buscar alrededor del Gran Salón por un vislumbre del joven príncipe, más su aguda mirada no lo halló entre los que seguían reunidos. Una más concienzuda exploración dio como resultado la ausencia de Illien de las festividades... también.
-------------------------------------------------
Notas
Talan – Plataforma de madera en los árboles de Lothlorien, donde los Galadhrim moraban.
Egol – Abandonada
I Gwing o Cúron - El rocío de la luna creciente
