El Axis Mundi
By Rowan
Capítulo II
Naciendo a la oscuridad
"Somos las sombras de nuestros propios sueños, la causa y el mounstruo de nuetras pesadillas, somos la desgracia que nos persigue, aquella que se esconde en cada sombra... pues al final... somos tambien, nuestra propia muerte..."
Pensamientos inconclusos...
La voz de los infiernos.
De la tormenta ahora solo quedaba una tenue brisa que arrastraba la arena como si se tratase de un solo lienzo, en el cielo las nubes aun negras y grises se veían ya muy lejanas... tímidos rayos de sol se arrastraban acariciando la arena, se filtraba jugando con las nubes... "todo había terminado"... pensó la joven diosa de cabellos lilas... al tiempo que sus piernas comenzaban a flaquear.
El casco que cubría su cabeza rodó por el piso estrepitosamente, un suspiro forzado salió de sus labios antes de caer al suelo completamente exhausta, su cuerpo se estremecía en medio de temblores incontrolables, bañada en su propio sudor... el aire parecía negarse a llegar a sus pulmones sofocándola... desesperada comenzó a manotear luchando por desprenderse las partes de la armadura, incrementando a cada momento su angustia cuando estas no cedían hasta que por fin pudo deslizar las hombreras y la pechera de su cuerpo dejando libre su pálida y cremosa piel, todo parecía dar vueltas a su alrededor estaba confundida, su mente no lograba asirse a la realidad, aun no sabía si había funcionado, y su cosmo energía estaba agotada, pues la había quemado hasta limites aun para ella insospechados, su delgada figura estaba pagando ahora las consecuencias, pues no era capaz de sostenerse en pie con la pesada coraza divina sobre ella, sus ademanes se volvieron lentos y torpes pero denotaban esa urgencia que sentía por sentirse liberada, su mano derecha se apoyaba contra el suelo en el que se encontraba de rodillas mientras, su mano izquierda batalla por desprenderse del faldón de la armadura, cuando sintió un primer espasmo recorrerla y el sabor metálico de su propia sangre subir por su boca y poco después terminar regada sobre las baldosas del templo, asustada observo el rastro de sangre fluir entre las uniones de las losetas, al tiempo que las yemas de sus dedos rozaban sus labios...
La sangre de un Dios siempre será muy semejante a la de los mortales, pues los dioses alguna vez también fueron humanos... – aquella voz rompió la atmósfera, como si saliese rasgando los delgados lienzos dimensionales que sujetan al mundo en sus respectivos planos, mientras el sonido de sus pasos se acercaba cada vez más hasta la joven que aun permanecía arrodillada con la mirada clavada en el piso – tú ya no lo recuerdas Atenea pero, hubo un tiempo ahora perdido entra la bruma de la eternidad en que tú fuiste tan mortal como cualquiera, fuiste una autentica mujer... amaste y viviste como no lo has hecho desde entonces, incluso en tu ultima vida, tan semejante a la de los humanos y tan falsa como tu misericordia –
Horus... – musito la chica, sus pupilas bailaron azoradas, la invocación había resultado, el único ser capaz de comprender el inframundo en toda su gloria y complejidad, en sus aterradoras tinieblas y suplicios estaba a sus espaldas... – Horus...
Yo tampoco te he olvidado Pallas... ha pasado mucho tiempo desde la ultima vez que nos vimos, aun para un ser eterno como yo, estar en esa prisión hace que el tiempo cobre sentido... – prosiguió disfrutando de la sorpresa y desconcierto que asomaban en la diosa – cada segundo fue una tortura a la que tú me sometiste y ahora... – dijo el dios rodeándola y arrodillándose junto a ella... – me llamas, invocas mi nombre y mi fuerza... ¿para que Pallas? Sabes que deseo y puedo destruirte, tú me condenaste a la nada, al olvido eterno – el tono de su voz era claro, modulado y denotaba una ternura y tranquilidad alarmantes para quien comprende que en esas palabras hay todo menos ternura, todo menos calma – con cuidado tomo de la barbilla a la diosa para obligarle a mirarle, examinando cada rasgo de su rostro, era hermosa tal como la ultima vez que le vio mientras conjuraba a la fuerza que lo mantuvo cautivo durante milenios – aunque tus cabellos sean distintos y tu rostro haya cambiado tus ojos son los mismos niña guerrera... la misma mirada que ame tan intensamente cuando llegaste a mi lado...
Nunca te mentí Horus... yo no podía ser la reina de tu culto, yo no podía obedecerte como dios... – dijo ella manteniéndose firme, tratando de ahuyentar al miedo, ya no podía arrepentirse y cualquier mínimo error resultaría fatal para sus fines –
Pero si te podías convertir a ti y a toda tu maldita familia en dioses ¿no? ¿ si podían comer del alimento divino para levantar su nación, para mandar en sus tierras? No fueron mejores que nosotros Pallas y no lo son ahora que pelean entre ustedes... – le espeto el hombre poniéndose de pie molesto.
Saori por su parte trato de recomponerse un poco pero las fuerzas le fallaban, se acomodó para sentarse recargándose en el altar del templo mientras observaba a Horus caminar hacia la entrada del lugar, a pesar de los milenios seguía siendo el mismo, aquella fisonomía divina, perfecta, aun recordaba cuanto le había impacto al conocerlo, después de recorrer medio mundo hasta sus tierras para robar la inmortalidad, junto con un puñado de hombres y mujeres elegidos que poco después el mundo conocería como los dioses griegos. Horus era un hombre alto, su talla podía fácilmente compararse con la de guerreros como Aldebarán o Tholl de Asgard, pero sin llegar a ser tan voluminoso, sus facciones delgadas y bien definidas, la cabeza rapada y adornada por una diadema de oro con un hermoso y brillante rubí, su piel era oscura, demasiado tostada, que hacían resaltar unos ojos asombrosamente azules, grandes y sinceros, que eran el reflejo del alma del viejo dios. Su cuerpo bien podía haber sido esculpido por el artista mas diestro, pues era hermoso y potente como el David de Miguel Ángel. Era a pesar de los siglos un dios.
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Cualquiera que hubiese sido su intención hoy carecía de sentido, ya nada valía la pena, y era precisamente ahora que él lo entendía... se sentía tan estúpido, tan impotente, que no atinaba a sincerarse completamente con el sentimiento de abandono que le embargaba, ¡él! ¡un dios! estaba debatiéndose frente a la impotencia que la muerte le causaba y es que nada de lo que hiciera ahora podía devolvérsela con vida. No con el rey del Hades muerto, simplemente la tierra de los muertos que había creado la divinidad griega había sucumbido con él...
Helena estaba muerta, apenas unos minutos antes los jornaleros terminaban de sellar su tumba, mientras él se limitaba a mirar aferrado a un viejo retrato y a la bata de dormir ensangrentada de la chica el imponente mausoleo.
Se obligo permanecer en aquel lugar aun después de que todos se fueron, pues Julián sentía unas ganas casi irrefrenables de salir corriendo, en todos los milenios que llevaba siendo un dios jamás había experimentado sensación mas desastrosa y asfixiante, le humillaba, le dolía, le hacía sentir como un hombre y no como un dios, pero esa era la verdad a pesar de todo él era un hombre hecho divinidad, pero un hombre al fin y al cabo... y ahora estaba de pie llorando junto al mausoleo de la mujer que él había amado sinceramente, una mortal como los miles que trato de arrasar en mas una ocasión con sus temibles maremotos, una mas perteneciente a esa raza humana que el trato de exterminar con todo su poder.
Poder que ya no le servía de nada pues ni siquiera podía alcanzar el alma de su amada en el reino de los muertos, este había definitivamente desaparecido con la muerte de su hermano Hades, ahora el mundo original de la tierra de los muertos estaba libre del encanto de los dioses pues este estaba ligado a la vida de la divinidad griega.
Julián, es hora de irse... en la mansión te esperan... – las palabras de Odril lo devolvieron a la realidad mostrándole que no había estado solo, la vieja ama de llaves seguía fiel a su lado y al lado de su señora Helena –
Le advertí a ese bastardo que se borrara de mi vista, no voy a contentarme con la investigación policíaca, sino se larga de la casa juro que lo he de matar con mis propias manos... – siseo lleno de furia el dios mientras se arrodillaba dejando un ramo de rosas blancas al pie de la tumba de la que fuera una hermosa mujer –
Julián escúchame... – pidió el ama de llaves -
Dile que se largue – repitió lleno de furia –
Él ya no esta, se fue apenas le dejaron libre, escúchame muchacho... en la mansión te esta esperando la señorita... – trato de explicarse la anciana mujer pero fue interrumpida abruptamente -
NO QUIERO VER A NADIE – sentencio colérico el chico que no apartaba la mirada de la puerta de mármol y oro del hermoso mausoleo - ¡Quiero que todos desaparezcan! ¡quiero que todos se vayan! – exclamo lleno de ira, de coraje, de tristeza, de rencor. El cielo se tiño de gris y gruesas gotas comenzaron a caer del cielo cada vez con mas fuerza
Tienes que verla... la señorita ha venido de muy lejos para verte... Julián – insistió Odril sin importar que se mojase
Dile a Saori que ni a ella quiero verla, no necesito que me de ánimos nadie... – dijo suponiendo de quien se trataba –
Estas equivocado Julián... aunque tampoco me hace mucha gracia verte, el asunto que me ha traído es tan grave que ha logrado refrenar mis ganas de matarte...
Sus palabras fueron duras, contundentes y frías como el hielo eterno, la hiel que los nibelungos había dejado en su sangre, en su lecho... totalmente sorprendido, Julián se volvió enfrentándose por primera vez a la mujer que jamás creyó volver a ver, no en persona y no después de la guerra de Asgard que él había provocado... pero no tenía alternativa antes sí tenia la terrible mirada de Hilda de Polaris...
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Necesito tu ayuda... – las palabras de la chica resonaron por todo el templo deteniendo los pasos del dios egipcio por unos momentos, ni siquiera se atrevió a dejarle de dar la espalda, simplemente no podía creer que hubiese dicho aquellas palabras pero lo había hecho, después de milenios ella regresaba a él como en aquel primer día pidiéndole ayuda, algo que le diera a su alma sosiego – por favor... Horus – insistió Saori ante el mutismo de este –
No puedo creerlo, aun para mi es inaudito, ¿no te parece demasiado familiar esto? ¿a que viniste Atenea? Soy un dios caído, un falso ídolo, no tengo nada que ofrecerte, tú y tu familia se lo llevaron todo hace demasiado tiempo... – se giro sin ocultar el odio que fluía en sus ojos, unos ojos heridos por la traición – ¡responde! ¿qué demonios quieres? ¿mi inmortalidad? Sabes bien que no puedo dártela, de nada te serviría, no puedo disponer de ella, solo un dios puede matar a otros dios y ni aun así la esencia de su inmortalidad es útil pues ha dejado de existir... dime que quieres niña, ¿por qué me has sacado de mi encierro?
Ella se levanto como pudo avanzando con pasos temblorosos mientras su cosmoenergía se recuperaba lentamente.
Necesito tu ayuda, el inframundo, tú... – comenzó a explicarle –
Ya no me pertenece, nunca me perteneció o por lo menos nunca me apodere de él como lo hizo Hades, yo nada tengo que ver ¿no lo entiendes? ¡hace milenios que te llevaste todo de mí! ¡Dejaste de ser Pallas! ¡mi prometida! ¡para arrebatarme mis secretos y convertirte en una diosa vengativa, en la justa Atenea! – reclamo lleno de furia e ironía recordando la historia que compartieron cientos de siglos atrás, de tan solo pensar que sus almas realmente se hubiesen unido, ella sería ahora la diosa blanca del mundo egipcio – no puedo ayudarte, sea lo que sea, déjame en paz, porque no te ayudare, no tendrás nada de mi.
¡No! ¡escúchame! ¡Horus! ¡necesito que me ayudes! ¡necesito de ti! – se apresuró a decir Saori llena de angustia –
¡No! – exclamo como si fuese un lamento, dejando salir en su voz un dejo de sufrimiento – La ultima vez que dijiste eso te deje entrar con tu gente en mis tierras, te deje entrar en mi reino, en mi casa, en mi corazón y me pagaste con un suplicio que hasta hace poco pensé que era eterno – el dios retrocedió cuando Saori llego hasta su lado, por mas que quisiera ante su presencia Horus sentía que no podía odiarla –
¡Escúchame Horus! necesito que me ayudes, necesito de ti, tú eres el único que puede liberar almas del suplicio de los muertos, tu eres el Axis que atraviesa los cielos y los infiernos, el regente de la tierra de los muertos – le explico sintiendo como la desesperación la acorralaba al ver la negativa del dios, había supuesto que tendría que pelear con él si este se lo exigía para ajustar viejas cuentas, que tendría que convencerlo, pero Horus ni siquiera le estaba dando esa oportunidad, no quería escucharla, de pronto el corazón que había sido herido recordó la ofensa, Horus no lo olvidaría jamás –
Pídeselo a Hades, él me arrebato y mutilo mis dominios, el inframundo es su terreno – contesto el egipcio con amargura recargándose en un pilar mientras observaba las dunas del desierto. –
Por unos segundos el silencio se instalo en ellos, volviéndose pesado, lastimero, eran tantos los errores, tantos sus pecados… la diosa sabía que nada tenía que hacer allí, lastimándolo de nuevo, pero la desesperación por el suplicio de sus guerreros era tal que estaba dispuesta a todo.
Hades… Hades esta muerto Horus – confeso por fin en medio de un suspiro – y yo estoy dispuesta a ser tu sacrificio con tal de que me escuches, esta vez no vengo con las manos vacías... no... – se detuvo la joven diosa buscando las palabras mas indicadas, mientras observaba si lo ya dicho causaban en él alguna reacción – Horus... ya no hay inframundo griego... el inframundo ha vuelto a ser lo que era en un principio, la tierra del caos y de los muertos, de los mundos siniestros… tú sabes que…
Eso a mi no me incumbe... – sentenció el egipcio en un intento por ocultar la sorpresa que le producía tal revelación –
Pero son tus dominios solo tú conoces sus secretos – apostilló la diosa –
Y eso a ti de nada te sirve, eres pagana, ni tú ni tu gente pudieron controlar nunca al inframundo, por eso Hades lo confino y creo su propia tierra de los muertos. – dijo Horus alejándose de Saori, tenerla cerca constituía para él una verdadera tortura – ¡Ya basta! No existe nada que pueda convencerme, ya no soy un dios en este plano, ya nadie cree en mí...
Estoy dispuesta a todo Horus y no me detendré... –advirtió Atena –
Nunca lo has hecho niña, si lo sabré yo... – sentencio seguro – pero no porque tú mundo este padeciendo por no tener un inframundo yo voy a resolver tus problemas, si tú tío murió no es mi culpa... es mas felicita al valiente que por fin lo puso en su lugar, aun recuerdo que yo maldije a Hades, lo sentencie a que algún día alguien que me hubiese amado se vengaría por mi cobrando su el precio de su vida, si es cierto lo que me dices y ese maldito remedo de dios esta muerto, yo estoy en deuda con su verdugo. – declaró mirando hacia el desierto...
Saori llego detrás de él colocando con delicadeza las palmas de sus manos sobre los bronceados hombros del dios - ¡No Pallas! ¡A ti nada te debo!
Nunca lograre sanar la herida que tienes por mi traición pero tenía que ser leal a mis sentimientos…
¡Ya basta no me atormentes! No entiendo a que has venido, ¿por qué me has invocado para hacerme sufrir, en mi encierro ya era bastante desdichado, pero creo que te gusta regodearte con mi dolor... – pronuncio Horus acariciando las manos de la chica sobre sus hombros – nada de lo que me digas me hará cambiar de parecer ya te lo he dicho ¡Vete!
¿En verdad eso crees? ¿pruébame? – le reto la otra viéndose acorralada –
¡Ja! ¡lo dudo! – sentencio el otro seguro, ambos sonrieron cómplices, como cuando eran un par de enamorados que lo compartían todo y escuchaban las peticiones de los consejeros del reino mientras ellos contemplaban abrazados la belleza del Nilo – pero puedes probar – Y Horus se arrepentiría de esas palabras, pues serían el detonante de una nueva tormenta en su corazón –
Yo mate a Hades... me revele contra mi dinastía y los condene a morir, he dejado el Olimpo para venir en pos de ti.
