Imagina que todo lo bueno que pueda pasarte ocurrió y se fue como un sueño. Vino y se fue. Te besó y te fuiste.
Imagina que al regresar, creiste que encontrarías ayuda, creíste que todo empezaría a estar bien. Pero tu padre se enteró. Y quiere matarte
Lo que es más importante. Quiere matarla a ella.
Imagina que estás en una ciudad tan grande como Pekín y no tienes nada salvo una espada y un espíritu. Solo. Acorralado. Porque medio país te estará buscando.
Imagina lo que puede pasarte si te encuentran.
Y esta es ahora mi vida.
No es cuestión de tener miedo o no. Son más bien los recursos que te quedan. Pero en realidad no te queda nada, tu padre ya se ha ocupado de eso.
Mi padre y su maldita influencia en todo el país. Fuera de China no puede tocarme, pero aquí, hasta el desierto le pertenece. Si quiere matarme, acabará consiguiéndolo.
Por eso tengo que escapar lo antes posible.
Vago entre las multitudes de centros comerciales, aceras céntricas, y clubes nocturnos. Discotecas, que las llaman. Dónde la gente acude a conocer a más gente como ella. El sabor a humo, a sudor. Odio condensado y adrenalina.
Esta es ahora mi vida.
Escondiéndome por toda la ciudad. Sin pasar más de una hora en el mismo sitio.
Sé que no puedo coger ningún transporte legal a Japón. Él conoce mis intenciones porque las conoce Jun, y estará vigilando.
La última vez que comí algo fue la basura envasada que me dieron en el avión de regreso. La verdad es que comienzo a tener hambre.
Sentado en un banco de un parque, espero a que la noche caiga. Empieza a hacer frío. Apenas hay gente por la calle, todo el mundo ha vuelto a casa.
Bason está a mi lado. Me mira en silencio. Solamente necesito una manera de hacerlo y lo haré. Una manera que no sea un auténtico suicidio.
La mejor opción sería llegar a Japón desde EE UU o Europa. Allí mi padre no tiene control. Sería libre. Pero para eso tengo que salir de China, y ese es mi primer reto. Necesito dinero.
Pero aún así, sigo siendo menor de edad. No puedo moverme. Estoy atado por cadenas invisibles.
Recojo un periódico que está tirado junto a una papelera. Un artículo habla del último asesinato de un criminal que se fugó de la cárcel hace un par de meses. De unos pisos que se han derrumbado en las afueras de la ciudad. De una presa que se ha roto inundando media docena de pueblos en el interior. La tragedia de la vida diaria. Ya estamos tan acostumbrados a ello que ni siquiera nos da pena.
Combates ilegales. Miles de dólares americanos como recompensa. Me centro en ese artículo. Ocupa una columna, está escondido en alguna sección cansada que no tenía nada mejor de lo que hablar. No tiene fotos, ni ningún dato que no sea en genérico. No da nombres de personas ni lugares. Solo dice que es ilegal y que da un montón de dinero.
Precisamente lo que estaba buscando.
Mando a Bason a buscar un lugar donde se celebren esos combates. Bares, locales subterráneos, no me importa. Que atraviese las paredes que le sean necesarias, pero que los halle. No importa la hora a la que vuelva, estaré aquí.
Mientras él busca, yo pienso en lo que haré con el dinero, y cómo puedo proteger a Anna hasta que llegue. Aprieto los puños. Me introduzco entre los árboles.
En esta oscuridad no llega la luz de las farolas. No hay ruidos. Apenas veo las luces parpadeantes de la ciudad.
Y saco la espada, la clavo en el suelo, y me apoyo contra un árbol para contemplar las estrellas.
Me da rabia todo esto. Sé que esta vez Anna no llegará para besarme, aunque ahora sí que sepa lo que le diré.
Me da tanta rabia que cojo la espada por el filo y la aprieto. Mi mano se abre, comienza a gotear. La sangre resbala por el metal hasta caer al suelo. No puedo verla, pero lo siento.
Cuando mi mano izquierda está casi inservible, utilizo la derecha para destrozarme el brazo. A la altura del codo, me hago un corte suave, que poco a poco voy profundizando.
Dosis de dolor. Como adrenalina. Es mi droga, mi adicción. Cada vez que el filo se hunde en la carne, cada vez que la sangre empieza a salir, juras no volver a hacerlo. Esa sensación ardiente te sube por todo el brazo y no se detiene durante horas. Cada vez que la herida se abre y puedes ver que eres tan vulnerable como los demás, el odio te inunda y clavas el cuchillo aún más profundamente.
Te duele, pero no importa. La propia adrenalina nubla los sentidos.
Juras no volver a hacerlo.
Pero una semana después, cuando miras las cicatrices, te preguntas qué es eso tan maravilloso que te has prometido no volver a hacer. Simplemente olvidas como era. Porque la mente quiere olvidarlo.
Y vuelves a sangrar, vuelves a gritar de dolor.
Pero no importa. Tu droga está actuando, y durante días estás calmado. Parece que vuelas. Te sientes ligero, libre. Esa manera de descargar rabia triunfaría si no fuera porque nos educan para temer a la sangre.
Bason llega a mediodía. Me encuentra lleno de heridas, teñido de rojo, pero me conoce. No sé cómo nadie se ha topado conmigo antes.
-¿Lo has encontrado?
Él asiente.
Si fuera de carne y hueso, ahora me cogería en brazos. Sin embargo, no lo es. Es un espíritu. No puede hacer nada por mí, más que ayudarme en mis batallas shamánicas y darme apoyo moral. Lo que ahora no necesito.
-¿Dónde?
-Es un bar que cierra por las noches a clientes normales y corrientes. No podemos entrar así como así.
-No importa. –al incorporarme, me tambaleo. –Da igual.
Las heridas ya no sangran, pero sé que en cuanto luche se volverán a abrir.
-Llévame. –le digo a Bason.
Camino como un zombie por la ciudad. Por las calles transitadas, pasando por delante de bancos y restaurantes de comida rápida. La cultura americana, que los llaman. Globalización. Si había partes del mundo que aún no tenían edificios lo suficientemente altos como para taparte las estrellas, ellos los llevan. No es cuestión de egoísmo, de ganas de destruir la naturaleza. Solo de expansión de fronteras. Ambición. Poder.
De algún modo, consigo un par de manzanas para comer. Una botella de leche. Unas monedas. La mujer que me lo da no tiene pinta de poder ofrecerle lo mismo a todo aquel en mi misma situación. Pero cuando nos vamos, se despide de Bason, y comienzo a entender el motivo un poco más.
La bondad de la gente. Los actos desinteresados. Por pena. Yo que sé. Hace tres años lo habría comprendido. Pero ahora ya no. No soy el mismo. He dado un paso atrás. Me he deshumanizado. Una vez más, soy un demonio de ojos dorados.
Me paso la tarde en el local, con la mirada perdida entre el camarero barrigón y la puerta que se supone que da al sótano donde cada noche corren la sangre y el dinero.
A eso de las ocho me echan. Dejo las monedas encima de la mesa y me siento en la acera de enfrente. La gente comienza a llegar.
La mayoría son veinteañeros con pinta de no tener nada que perder. No todos son orientales. También hay un montón de cincuentones con un fajo de billetes en el bolsillo. Podría simplemente robárselos… pero hay algo que quiero hacer.
Cuando a las nueve ya no llegan más personas, decido que es la hora de entrar.
Pico en la puerta y se asoma a la mirilla un ojo azulado. Me observa y sin dignarse a hablarme vuelve a cerrarla.
Con calma, pico de nuevo. El ojo me mira con enfado y me pregunta:
-¿Qué coño quieres, chico¡Largo de aquí!
-Déjame entrar –le pido.
Se ríe en mi cara, y cierra la mirilla una vez más.
Veo que insistir va a ser inútil. Podría esperar a que se cansara y saliera a darme una paliza… pero prefiero hacer esto.
Abro la palma de la mano y extiendo el brazo. Bason lo entiende perfectamente, así que se hace una bola y se posa entre mis dedos. Lo introduzco en mi interior.
Hace demasiado que no experimento esta sensación. Soy más fuerte, más poderoso. Sé que las heridas ahora aguantarán más cerradas, cicatrizarán antes. Cierro el puño y pico una vez más.
Cansado, el hombre abre, pero debe de ver mis ojos chispeantes, porque se queda quieto, mudo. Doy dos pasos atrás y con carrerilla golpeo la puerta con un costado.
El metal mal engrasado se tambalea un instante, y cae un poco hacia atrás. El hombre lo está sujetando, pero tiene que apartarse para que no lo aplaste.
Entro sin mirarle, pisando la puerta con fuerza. Bajo las mugrientas escaleras sin dudar; en mitad de la oscuridad me pregunto si esto es realmente necesario. Bason sale de mi cuerpo, yo me tambaleo.
Una vez más, la pérdida de sangre me debilita. No soy más que un débil humano. Escoria. El escalón más bajo en la escala evolutiva, en la pirámide alimenticia. No soy nada. Y el único ideal que tengo para ser fuerte es un beso que bien pudiera haber sido solamente un sueño.
Pero sé que no ha sido así. Lo sé, porque miré dentro de sus ojos. Miré aquel abismo negro, y me dijo que me odiaba. Y Anna no odia a no ser que ame.
Llego a una amplia sala con un foso en medio, iluminada por fluorescentes blancos que emiten un ruido quedo. Pero el griterío lo tapa.
Mucha gente grita desde el borde. En el fondo, en un terreno de arena, dos hombres se pegan con las manos desnudas. Se destrozan la cara por un puñado de dólares. Eso es lo que creen los cincuentones que les gritan. Yo comprendo sus motivos. Las ganas de destruir. De matar. Con tus propias manos. De sentirte inmortal.
Sonrío para mí mismo. He llegado, y no me iré con las manos vacías. Soy un Tao. Ese apellido conlleva mucho más que la propia autodestrucción. Conlleva generaciones y generaciones de la sangre más fuerte del país. Si no soy el mejor por mí mismo, al menos lo seré por mis antepasados.
Ha degenerado, lo sé. Lo que iba a empezar siendo una bonita historia de amor se ha convertido, siempre con el trasfondo del romance, en una narración del caos. Si alguno ha leído algo de Chuck Palahniuk, sabrá de lo que hablo. Y os aseguro que seguirá por este camino, porque tengo los dos siguientes escritos.
Por lo demás, gracias a PIPOCHI, Zria, caprice, lovehao, dollisapiy Krmn sk.
Espero que os guste.
