Imagina que te has convertido en una sombra que ronda los bajos fondos de ciudades mugrientas. En una rata que vaga por las alcantarillas.
Imagina que estás a punto de firmar tu sentencia de muerte, tu carta de suicidio.
Que es la única maldita salida que te queda.
Imagina que estás a punto de volver a convertirte en un monstruo por salvarla a ella.
Y que ella jamás se enterará.
Imagina que después de tanto tiempo, vas a volver a matar.
Mi vida de nuevo. Solo por ponerte en situación.
Todo el lugar huele a sudor y gargantas rasgadas. A voces desgastadas. A sangre reseca.
Soy la persona más joven en un par de cientos de metros a la redonda.
Un gorila con ojos demasiado claros para ser de China me encara y me pregunta:
-¿Qué haces aquí, chaval?
-Vengo a luchar.
Se ríe en mi cara, llama a un pez gordo, le expone la situación.
Este parece tomarme más en serio. Me analiza de arriba abajo.
-¿Quieres luchar de verdad?
-Claro.
-¿Tienes representante?
-No lo necesito. Solo será una noche.
Me mira el brazo, la mano, mi ropa manchada.
-¿Y eso?
-Fui yo mismo. ¿Puedo luchar?
-Te van a moler a palos.
-No creo. Solo déjame probar contra tu campeón.
-Está bien. ¿Qué quieres si ganas?
-Veinte mil dólares americanos en efectivo.
Esboza una sonrisa cruel y se encoge de hombros. Se le nota a la legua que no le preocupo lo más mínimo.
-De acuerdo. Pero no me hago responsable si mueres, ¿está claro?
-Perfectamente.
-¿Y que ganamos nosotros si pierdes?
Le tiendo la espada. Le dejo la empuñadura a la altura de su codo.
-Pertenece a la familia Tao. Mi padre te ofrecerá un buen rescate por ella.
-¿Y cómo sé que no se querrá vengar?
-Porque es él el que quiere matarme ahora. Toma la espada y si no quieres entrar en tratos con mi familia véndela en el mercado negro. Sacarás mínimo cincuenta mil dólares.
El hombre me examina de nuevo, de arriba abajo. No parece muy convencido, pero sopesa la espada y decide que al menos podrá sacar diez mil dólares por ella. Solo por machacar a un crío.
-Está bien.
Se encoge de hombros y se larga para situarse en un mejor lugar.
Cuando la pelea acaba, uno de los hombres está tirado en suelo. No respira, pero aún sigue vivo. Si le atendieran correctamente podría vivir. Pero no van a hacerlo, así que lo más probable es que permanezca agonizante durante solo un par de minutos más.
Me preparo. Me restallo los huesos de las falanges, estiro los músculos del cuello.
El hombre gordo tiene una mirada confiada. Está seguro de que ha ganado una gran espada, y, desde luego, no se cree que pertenezca a la familia Tao. Bueno, peor para él.
Cuando retiran el cuerpo inerte, el luchador que queda en pie sangra por una ceja. De tanto recibir golpes se le ha hinchado y han tenido que pinchárselo, para que no reviente. A los boxeadores les pasa lo mismo. Pero esto es mucho más brutal. Mucho más natural. Lo prefiero.
El luchador se acerca al hombre gordo y este le susurra unas palabras al oído. Al principio no parece muy contento. Me mira y grita. Pera al final cede.
De un salto bajo al foso. Una vez más, me he fundido con Bason. El dolor del brazo prácticamente desaparece, mi vista se agudiza, mi oído capta la risa sádica del luchador mientras se acerca a mí.
-¡¡Booo!-me grita.
Si cree que soy un niño, entonces morirá antes de lo que creía.
Me embiste, dispuesto a acabar conmigo rápidamente. Simplemente, en el último momento me aparto hacia atrás. Se estrella contra la pared, y se queda de espaldas a mí durante un rato, desorientado. Cuando al fin me encara de nuevo, hay una mancha sanguinolenta en el muro. Está furioso. Me mira a los ojos. Y yo leo en los suyos el mismo desprecio por la vida que siento yo. Sonrío.
Cuando me ataca de nuevo le esquivo y le golpeo con el codo la nuca. Cae al suelo, aún consciente pero no le daré tiempo a seguir jugando. No tengo tiempo. Coloco mis tobillos contra sus sienes, su cabeza entre mis pies, uno un poco más adelantado que el otro, y con un movimiento seco, le rompo el cuello.
El crujido es sordo, desagradable; interrumpe cualquier conversación, cualquier griterío. Ahora hay silencio, y me miran. Callados. Sobre sus cabezas, los fluorescentes blancos continúan con su monótono canto. Cincuenta pares de ojos clavados en mí. Y yo solo miro el cadáver.
Ya no recordaba lo que significa matar a alguien. Esa especie de amarga satisfacción que te recorre el cuerpo, desde el corazón a la cabeza; esa sensación que te estremece.
Cuando miras dentro de esos ojos vacíos te sientes superior al mundo. Te sientes un Dios capaz de decidir entre la vida y la muerte de las personas. Nadie te puede levantar la voz, porque solo basta un toque de espada para que se queden igual de fríos y mudos que ese hombre que tienes a tus pies.
Y al principio parece difícil. La primera muerte siempre es la más complicada. Dudas. No crees que tengas el derecho.
Pero una vez que lo haces, todo se hace sencillo. Y contra más mates, más fácil te resultará hacerlo. Hasta que llegue un momento en el que empieces a necesitarlo. En el que necesites sentirte por encima de todo y todos. Si alguien te insulta, o simplemente te mira por encima del hombro, ¡zas! Lo matas. No puedes evitarlo. No es por venganza ni nada de eso. Es que se ha creído superior a ti. Y es un sentimiento que no soportas.
Cuando matas, eres Dios. Y no hay nada por encima de Dios.
Y cuando llevas desde los ocho años haciéndolo, es tu modo de vida. Es tu aire para respirar. Nunca lograrás escapar del todo. Siempre habrá una parte de ti que querrá ver de nuevo como la sangre de otro te mancha, y como se escapa su espíritu. No por crueldad ni por sadismo. No es nada de eso. Es esa droga que te permite seguir viviendo. Todos tenemos algo así.
Al igual que unos hacen del altruismo su bandera, yo disfruto acabando lo que la naturaleza ha empezado. Una vida menos, una boca menos a la que alimentar.
Soy Dios.
Y Dios es inmortal.
Y renuncié a esta forma de vida… ¿Cuándo? Me pregunto cómo fui capaz. Chrom fue la última persona que murió bajo mi filo. Aún recuerdo el calor de su sangre en mis manos, el olor que dejaba al mezclarse con el frío metal. Bullendo miedo. El miedo del que me vuelvo a alimentar una vez más. Qué bien sabe…
Me paso la mano por la frente sudorosa, y me dirijo al hombre gordo para que me entregue mi dinero. Mi pasaporte hacia Anna.
Por algún motivo, la espalda me abrasa.
Pero nadie parece dispuesto a pagarme. Es más. Me miran con furia. Me gritan. Me escupen e insultan.
Ya se lo había advertido. No quisieron escucharme.
El hombre gordo me mira a mí. Mira el cadáver y de nuevo a mí. Yo enfrento su mirada. Le reclamo lo que es mío.
Pero en cambio, hace una señal y tres hombres caen al foso. Y vienen a por mí. Un de ellos aparta el cuerpo a patadas. Ahora tienen vía libre.
Desde el público cae una silla de madera. Esa es el único arma de la arena.
Inspiro y espiro muy lentamente. Cierro los ojos un instante. Los sigo viendo, porque son fuertes, pero muy torpes. Brutos. Animales. Tienen el instinto, pero no han refinado la técnica. En realidad, no han sufrido. No han aprendido lo que es el miedo, y por eso no tienen un modo inteligente de enfrentarse a él.
Y yo sí que lo tengo.
Atacan los tres a la vez. Logro esquivar a dos, pero el tercero me da un golpe que me voltea. A continuación, la silla se estrella contra mi espalda. Se rompe.
El impulso me lleva hasta la pared. Me freno con las manos y permanezco lo justo para que las piernas dejen de temblarme. Sangro de nuevo por el brazo izquierdo. Al limpiarme el sudor, me resbala una gota roja junto al ojo. La veo de refilón y la lamo cuando está a la altura de mi boca.
Este simple gesto los deja a todos quietos. No paralizados, sino bastante asombrados. Me han visto matar a un hombre. Bebo sangre. Soy un vampiro. Un Dios de la noche.
La parte de arriba me estorba, me da demasiado calor. Me la quito. Además, estoy furioso. Recojo del suelo una pata de la silla. Será mi espada.
Me han traicionado. Juro que cuando salga de ahí, no quedará nadie con vida. Por subestimarme, y reírse de mí, y luego querer apartarme. No es cuestión de honor familiar. Esto es más bien orgullo personal.
Cargo contra ellos. Soy más rápido, más ágil, y mucho más astuto. Puedo hacerles lo que quiera cuando quiera.
Una nariz se parte en dos. Un tímpano estalla. Un par de dientes vuelan por el aire.
La arena es barro por la sangre derramada. Y antes de darme cuenta, ya están los tres muertos.
La espalda me arde. Oigo algo desde el público, y ese grito se repite hasta que puedo identificar la palabra "tatuaje"
Una vez más, bajo el control de mi padre.
Apoyo una mano contra la pared. Escupo un grumo de sangre, me limpio la boca. El pelo me cae por la cara, pegándoseme a la frente.
El odio me está derritiendo.
Salto fuera. Cojo mi espada y hago que Bason la posesione. Y durante el ínfimo instante en el que el espíritu no apoya mi cuerpo me siento morir. Pero de nuevo tengo fuerzas. Y la gente huye. Pero solo busco al gordo que me debe veinte mil dólares.
No escucho sus súplicas. Lo tiro al suelo y le golpeo la cara hasta reventársela. Y la sigo golpeando mientras su sangre me salpica y él se ahoga con ella. Y cuando muere, sigo golpeándole hasta que los nudillos empiezan a despellejarse contra los huesos astillados.
Y ya he hecho todo.
Por Anna.
Rebusco en su bolsillo y encuentro un fajo de billetes. No es todo el dinero, pero no puedo más.
Mi alma pesa diez veces más de lo normal. Me duele todo. La espada cae de la mano, durante un momento me tambaleo y Bason aparece a mi lado en forma de bolita. Inspiro. Cojo de nuevo el arma y me deslizo pesadamente escaleras arriba.
Salgo al exterior. Aún es noche cerrada, pero en un par de horas comenzará a amanecer. Bason toma su forma humana, me mira preocupado.
Me arrastro por la ciudad hasta un lugar apartado. No veo nada. Es como mirar un espejo que se empieza a empañar. Ves. Pero todo es difuso. Y te mareas.
En un sitio apartado, mis rodillas se doblan y caigo al suelo vomitando todo lo que tenía dentro. Y aún más.
Me deshago. De rodillas, con las manos en el suelo, empiezo a vomitar sangre. No puedo más.
Y lo he hecho por ella.
Por Anna.
Lo que creo que son lágrimas inundan mis ojos. Pero no pasa de ahí. De nuevo soy un monstruo. Ya no puedo dar marcha atrás. De nuevo, esa marca en mi espalda. Esa cruz.
Por Anna.
Habréis notado que he tardado algo más en subir este capítulo. Y eso que estaba escrito. Es que estaba esperando reviews, pero al parecer no llegaban… así que me conformaré con estas. Qué se le va a hacer. Aunque solo sea por la gente que lo sigue. Aviso que como no haya un mínimo de 4 por capítulo (ya he bajado el número) no sigo colgando. Porque ya están casi todos escritos (me faltan dos)
En fin. Muchas gracias a Zria, Loconoexion, Krmn sk y Meoiswa
