Imagina un largo pasillo destinado a purificarte.
Imagina que te has perdido en él. Vagas y vagas, y como todo parece eterno, te desesperas.
Imagina que la desesperación se transforma en indiferencia. Tu odio en indiferencia. Tu dolor en indiferencia. Serás indiferente.
Y tu pasado dará igual.
Imagina una luz que se funde en tu mente. O lo que recuerdas que era luz.
La luz que vuelve a iluminar mi maldita vida.
En realidad, no me noto diferente.
Quiero decir, diferente a como era antes. El dolor y el cansancio se han apoderado de mi cuerpo. Estoy fatigado, pero a la vez relajado. Mi mente no se preocupa por cada paso que doy, sino que permanece tranquila aguardando un nuevo reto.
Pero soy yo mismo.
Con la maldita lacra de mi maldita familia a la espalda. Por siempre jamás.
Una vez conseguí que desapareciera.
Pero solo era temporal. Ellos dejaron que fuera así, porque tenían la certeza de que volvería.
El hijo pródigo.
Solo un poquito de paciencia y él regresaría solo.
Y lo haría fortalecido. Y para siempre.
No puedo más que reírme. Con ironía, sarcasmo y mucha, muchísima rabia.
Después de caer, y caer, y caer… al fin he tocado fondo. Estoy jodido de verdad. Y resulta frustrante.
Pero lo peor de todo no es eso. Lo malo es que sigo cayendo. A pesar de que difícilmente las cosas podrían ir peor. Sigo cayendo porque no hay un suelo que me frene, con el que impulsarme hacia arriba. Y no puedo parar porque no sé como hacerlo, y no tengo ni malditas ganas de intentarlo. Joder. Ya está bien. Y caigo, y caigo… hasta el mismísimo fondo. Tocar un fondo inexistente, solo puro formalismo. Por hacerme ilusiones. Total, ya. ¿Qué más da un poco más abajo? Joder, joder, joder.
Me rindo.
Me doy por vencido, ellos ganan. Yo pierdo. ¿Qué más quieren?
Me tumbo en el duro suelo. O más bien me dejo caer. El viento agita la arena y se me mete en los ojos y en la boca. Pero no importa. Ya nada importa.
Sigo teniendo dos opciones, quitarme la vida, o seguir adelante. Por ese mismo impulso camicace que mueve a mi madre, me incorporo y me limpio la ropa.
Vuelvo a la mansión Tao.
Con la mirada al frente y el orgullo lo suficientemente abajo como para arrodillarme frente a mi padre.
¿Quieren que le devuelva a la familia todo su condenado esplendor?
Pues lo haré. No me queda nada que perder.
¿Y Anna?
Bueno… ella estará mejor con Yoh. Él la cuidará. Aunque… vaya, le haya puteado de esa manera, porque lo cierto es que ha sido cruel con él y no se lo merecía. Culpa mía, lo admito.
Pero Yoh se merece algo mejor que lo que le esperaría si yo regreso, y Anna puede dárselo. Aunque ella sí no se lo merezca.
Esta vez, es por Yoh.
No, en serio.
Si lo piensas bien es bastante irónico, porque después de todo lo que he pasado… ¡vuelvo a estar como al principio!
Maldita sea. ¿Porqué nadie me avisó? Si lo llego a saber, me tiro de cabeza por un puente. O le pido a Jeanne y a Fausto que no me resuciten, porque esa es la mejor parte. Muerto y vivo de nuevo. Ya no sé que en qué mundo estoy.
Y aunque hasta hoy no había pensado en ello, ahora mismo arroja un poco de luz. Porque si los taoistas controlan a los muertos, y yo soy un medio muerto…
Tonterías. Paranoias. No debo buscar explicaciones al destino. A lo inevitable.
Condenadas estrellas que no me advirtieron…
De acuerdo, de acuerdo.
El muerto regresa a la casa. El muerto se postra ante su padre y soporta su mirada severa.
Imagina que te vuelve a golpear…
Un fuerte golpe que me hace girar la cabeza, con el consiguiente crujido de cuello. De no ser porque aún me sostengo en pie, diría que me ha roto una vértebra.
Para no romper la rutina, ni grito, ni me quejo, ni lloro. Ni nada de eso.
Lo que sí se rompe es parte de mi rostro. ¿Has oído alguna vez la expresión "te voy a partir la cara"?
Pues esta vez ha sido literal.
La sangre resbala desde la parte alta de la mejilla derecha hasta el labio inferior. Por el camino, la mano se ha encontrado con mi nariz y ahora tengo una masa de huesos retorcidos sobre la cara. Goteo al andar, al seguir esa gran sombra hacia el destino que me aguarda.
Y extrañamente, no es la mazmorra.
Sube.
Y yo cuento las escaleras. Una, dos, tres…
-Dieciséis años. Dieciséis largos años. Pero estás preparado.
Veinte, veintiuna, veintidós…
-Has tardado en comprender lo que te esperaba. No lo has comprendido hasta ahora. Y aún así, has pasado la prueba de fuego.
Cincuenta, cincuenta y uno, cincuenta y dos…
-Estás listo para entrar en la familia. Para tatuarte el nombre de los Tao para siempre. No un esbozo que ya ha desaparecido una vez.
Setenta y nueve, ochenta, ochenta y uno…
-Todo es por la familia. Es lo principal. No malinterpretes mis acciones.
Noventa y cinco, noventa y seis, noventa y siete…
-Cuando finalicemos tu bautismo, ya no podrás huír. Es más; no querrás huir nunca más. Comprenderás los porqués.
Ciento doce, ciento trece, ciento catorce…
-No nos culpes a nosotros. Ni tu madre ni yo tenemos la culpa. Las tradiciones están ahí y no se puede ignorar. Yo mismo firmé a tu edad el contrato para que me fuera imposible hacerlo. El mismo que sellarás tú.
Ciento cuarenta y siete escalones manchados de sangre a mi espalda. El dolor clavándose en mi cerebro, o al menos lo que queda de él. Los ojos hinchados; sobre los hombros, al fin el cansancio de días.
Y a pesar de todo, sigo siendo inmortal.
-Te conoces como nadie. Lo sabes. Y conoces nuestra familia, sabes lo que esperamos de ti, lo que hemos esperado. Creíste que no te importaba, pero claro que sí. Por eso volviste. De lo contrario, no hubieras regresado.
Me coge del hombro. Me está mirando muy fijamente, pero algo que se parece peligrosamente a la ternura asoma a sus ojos maquiavélicos. Eso me asusta…
-No tengas miedo de mí. –dice.
Ese abrazo en el que me entierra me deja muerto. Quiero decir, me desarma. Ya no soy nada. No sé lo que soy. O mejor dicho, no sé quién es él.
-En esta familia, los únicos que nos conocemos somos nosotros mismos. Nadie más. Ni tu me conoces, ni yo te conozco. –sabe lo que estoy pensando porque él también lo pensó. Él también tuvo mi edad. También pasó por esto.
-Solamente tienes que afrontar la realidad tal y como es. No hace falta que huyas. El destino lleva mucho tiempo escrito. Superaste todas las pruebas, por tanto eres digno de ello. De llegar a la gloria. Eres el orgulloso heredero del emblema. Solo falta el último paso, pero no te preocupes, porque eso solo es ritual. Solo se hace por tradición, porque quede bonito. A la vez, es indispensable.
Miro a mi alrededor. El último piso, el santuario privado de mi padre, donde ningún hombre más joven que él ha entrado, ni ninguna mujer. No sé cuántos años tiene. Cuántos siglos. Cinco, seis. Una docena, quizá más. O cuántas generaciones han pasado. Contemplado las estrellas desde aquí arriba, desde la cima del mundo. No es el edificio más alto del mundo, ni mucho menos. Pero por aquí no hay cosas demasiado elevadas. Y desde nuestra posición todo es relativamente diminuto.
Es esa idea de los Tao de sentirse los mejores sin serlo. Esa confianza que, a la larga, nos ha hecho perdurar y perdurar, reducidos a una sombra de lo que fuimos; pero seguimos aquí, y no va a ser tan fácil hundirnos. O más bien acabar de hacernos desaparecer.
Los tapices que cuelgan de las paredes tienen arañazos y rajas completas. Apuesto a que si hubiera la suficiente luz los vería manchados de sangre, pero es de noche, y las estrellas parpadean tímidamente, asomadas como quien no quiere la cosa por las estrechas ventanas. Las llamas que parpadean en los pedestales son tan gélidas que lejos de dar un cálido reflejo anaranjado, solamente generan sombras en cada esquina.
Pero no tengo miedo. Ya no.
-Antes de perder todo lo que te ata fuera, tienes que estar convencido de ello. Y para eso, debes despedirte. Antiguamente se cortaba de raíz, con métodos mucho más drásticos… pero prefiero hacerlo de un modo más sutil. Al fin y al cabo, ya has sufrido bastante.
Como si eso le importara.
Quiere que me despida de Anna porque eso será lo más doloroso.
-Tienes papel, puedes escribirle una carta. Te prometo que yo me encargaré de que llegue.
Puedo creerle. Es el mejor medio para restregarle a ella por la cara lo que ya no es suyo. Que los Tao han ganado. Que nunca debió enfrentarse a ellos. Que siempre vencerán.
Condenado orgullo familiar…
No importa. En cuanto la inmensa puerta de hierro deja de vibrar tras el fuerte golpe de mi padre al cerrarla cojo la primera hoja y escribo. Una larga carta para Anna. Para ti.
Folios y folios confesando. Intentando redimir mi culpa. Sea la que sea, aún no tengo claro cual es. Llevo así toda la noche y el cielo es ahora anaranjado.
No me arrepiento de haber venido aquí arriba. Porque a pesar de que te amo, de que amo a Anna más que a nada en este mundo, al menos sé que estará bien. O que si está mal, no habrá sido culpa mía.
Vale, no habré estado allí para protegerla, pero… la habría puesto en más peligros de los que pueden acontecerle sin mí. Quiero decir… a la larga el tiempo lo cura todo. Se olvidará de mi existencia. De que una vez me quiso.
Y puede que yo también.
Ya ni me acuerdo de cuándo subí el otro. Definitivamente mi memoria a corto plazo es nula. Aquí tenéis otra capítulo más... y esto se está acabando, aviso. Quedan dos capítulos más, y la verdad es que son mis favoritos, no por nada en especial, simplemente me gustan.
Gracias a Loconexion, Saphire Neyraud, Lintu Asakura y Krmn sk.
Espero que os guste.
