Capítulo III
Dos luceros diferentes
CUÁNTAS VECES, AMOR...
"Cuántas veces, amor, te amé
sin verte y tal vez sin recuerdo,
sin reconocer tu mirada, sin
mirarte, centaura,
en regiones contrarias, en un mediodía
quemante:
eras sólo el aroma de los cereales que amo.
Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa
en
Angol, a la luz de la luna de Junio,
o eras tú la cintura
de aquella guitarra
que toqué en las tinieblas y sonó
como el mar desmedido.
Te amé sin que yo lo supiera, y
busqué tu memoria.
En las casas vacías entré
con linterna a robar tu retrato.
Pero yo ya sabía cómo
era. De pronto
mientras ibas conmigo te toqué y se
detuvo mi vida:
frente a mis ojos estabas, reinándome, y
reinas.
Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino".
Pablo Neruda
Llevaba la mirada fija en la carretera, un brazo apoyado en el borde de la ventana del automóvil, y la otra sobre el volante, la mandíbula apretada, y a intervalos respiraba pesadamente, a simple vista parecía solo un poco molesto, pero lo cierto es que lo estaba muchísimo, Senkai permanecía sentado junto a él, aún desbordando euforia, y el nombre de aquella mujer se le escapaba, cada tres palabras.
No podía dejar de recordar el modo en que su corazón se alteró, llevándolo a tener momentáneamente una arritmia que de no ser por que sabía a la perfección que estaba sano, habría pensado que sufría de algún mal cardiaco, ¿qué demonios le había pasado?… se quedó en silencio observándola, solo por unos segundos, su parecido era tan grande que no logró reaccionar, se le olvidó el enfado, e incluso el regaño que pensaba darle a Senkai. Sus grandes ojos castaños, que lo miraban expectantes, el delineado de su rostro, la forma exacta de sus labios entreabiertos, algo más llenos que los de su esposa, las pestañas largas y rizadas, oscuras enmarcando sus orbes, el sonrojo que de seguro decía relación con su agitación, el cabello azabache y visiblemente sedoso, la forma femenina bajo el atuendo que vestía, nada ostentoso, pero preciso para el roce de las manos… arrugó el ceño ante el solo pensamiento, ¿por qué lo recordaba todo con tanta exactitud?... si solo la observó un instante… y pareció una eternidad, recordaba haber atinado a tomar en sus brazos al pequeño y marcharse, sin una palabra mediante… su delantal blanco ahora permanecía en el asiento trasero del automóvil, manchado de tierra, la que traía el niño en sus ropas, lo miró sentado junto a él, aún con las mejillas arreboladas por el entusiasmo que traía, su rostro sucio por el juego que debió efectuar, pero iluminado de alegría.
-Papá… Kagome me enseñó a rodar en la hierba…- le contaba eufórico, la emoción parecía no abandonarlo, se movía inquieto en el asiento del acompañante, inquietando también a su padre - ¿crees que puedas intentarlo conmigo en casa?… - consultó con los ojos vivaces.
-Senkai… esas son cosas de niños…- se defendió, no se imaginaba rodando en la hierba.
-Pero Kagome lo hizo…- defendió el niño, si ella era una adulta y lo hacía ¿por qué no su padre?…
-Pues ella es… una niña también… - intentó convencerlo -… y queriendo estudiar cardiología…- bufó sarcástico, más para sí que para el pequeño, luego de sus palabras lo miró, como intentando saber si lo había oído, pero Senkai estaba metiendo su mano al bolsillo de su pantalón.
InuYasha lo observó sacar un diminuto envoltorio de color, lo tomo entre sus dedos y comenzó a hurgarlo, buscando la unión del papel.
-¿Qué es eso?…- consultó sospechando de lo que se trataba.
-Un caramelo que me dio Kagome…- respondió sonriente.
-Sabes que no me gusta que comas esas cosas…- lo reprendió, el niño observó el caramelo a medio abrir en su mano, pensando en que hacer para que su padre no se enfadara y además poder comerse el dulce.
Metió la mano en el bolsillo de nuevo, buscando, y una vez que dio con el objeto, lo extendió en dirección a su padre, sonriendo abiertamente, InuYasha observó los dedos pequeños y pálidos.
-¿Tienes más?…- consultó incrédulo.
-Sí… Kagome me dio varios – afirmó feliz, sacando del bolsillo varios caramelos más, acompañados de envoltorios vacíos.
-.-.-.-.-
Esa noche, se encargó él mismo de atender a su hijo, Kosho no llegaría hasta la mañana siguiente, le dio un baño de tina al pequeño y lo vistió con su pijama de perritos, no hubo un momento en que Senkai dejara de nombrar a Kagome, y él creando una paciencia increíble frente a la situación, siempre había sido muy estricto con el pequeño, pero lo amaba muchísimo. Una vez que estuvo cómodo en su cama, le habló estando ya InuYasha en la puerta del cuarto.
-Papá… ¿crees que pueda ir contigo de nuevo a tu trabajo?…- consultó ansioso, los ojitos dorados le brillaban de un modo particular, deseaba volver a encontrarse con la mujer que cuido de él.
-Tal vez… - respondió de forma escueta el hombre.
Se encaminó hasta su despacho, era el lugar que mayormente frecuentaba, dentro de la casa, se sirvió de un rincón en la biblioteca que tenía, una copa de whiski, era su trago predilecto, seco y en la medida justa, la noche había caído y el lugar estaba en silencio, el ventanal del lugar estaba entreabierto dejando que una suave brisa entrara, el aroma a la flor de cerezo llegó hasta su nariz, cerró los ojos y lo absorbió, le agradaba, de hecho él mismo había enviado poner esos árboles en el jardín, varios de ellos estaban ahí majestuosos, se dejó caer en el sillón de cuero que había, y extendió un brazo izquierdo en el respaldo, estaba algo cansado, pero sabía que no lograría dormir demasiado pronto, no había podido quitar de su mente los ojos castaños de la residente, Kagome, el nombre que su hijo se había encargado de recordarle todo el resto de la tarde. Dejo caer la cabeza hacía atrás, y la copa permanecía apoyada en su pierna derecha… suspiró…
-.-.-.-.-
Se giró nuevamente en la cama sin poder dormir, estaba inquieto, el tener frente a él a esa muchacha, lo mantenía despierto, tenía el recuerdo de su mirada inquisidora, una que a pesar del parecido físico que mantenía con Kikyo, ahora que lo pensaba con mayor detenimiento la diferenciaba mucho de la dura, que en la mayor parte del tiempo poseía su esposa. Se levantó, sabía bien que no conseguiría dormir aún, caminó descalzo, pasando por la puerta del cuarto contiguo, uno que estaba en medio entre el suyo y el de Senkai… se asomó a la puerta de la habitación de su hijo, y lo vio dormir a sus anchas y plácidamente, una sonrisa adornando su rostro… siguió su recorrido, hasta llegar a la sala, una vez ahí observó el lugar, encendió la luz baja de una lámpara lateral y se quedó solo con esa luz, un nuevo vaso de whiski fue a dar a su mano, estas eran las horas más complejas para él, no lograba dormir, y no lograba tampoco dejar de evocar recuerdos… arrugó el ceño, sabía que su vida se había detenido ese día, cuando al sonar su teléfono móvil, escuchó la voz acongojada, como pocas veces, de Kosho, decirle que la señora estaba en una clínica… horas más tarde, sentado en la sala de espera, era informado de que su hijo había nacido… que era un hermoso y saludable varón, a pesar de que el tiempo de gestación no llegó a su termino, pero igualmente le dijeron, que lamentaban muchísimo su perdida, pero que de ambos, el pequeño era el que tenía mayores probabilidades de sobrevivir… ni siquiera le consultaron lo que quería él… si le hubieran preguntado…¿a cual de los dos habría escogido?… esa era una pregunta que ese día se respondió, pero que ahora le costaba incluso imaginar que pensó en que sin dudar, salvaría a Kikyo…
Caminó hasta uno de los mullidos sillones, y se dejó caer en el, acarició con el pie la suave alfombra de largos hilados, se sonrió levemente al recordar el uso que pretendió darle, cuando compraron esta casa con Kikyo y habilitaron el lugar, lo primero que estuvo listo fue el cuarto que compartirían y la cocina, la alfombra estaba extendida, solitaria como único ornamento en la sala, la observó y vio a su esposa agachada tocándola con suavidad, comprobando que era tan suave su textura como se veía, no pudo evitar que su mente elucubrara una imagen de ella desnuda haciendo el amor con él en ese lugar… y quiso cumplir su recién creada fantasía, se aproximó hasta ella e inclinándose un poco a su altura le susurró al oído.
-¿Probémosla?…- Kikyo se volteo, algo sorprendida, y él le sonrió, cercándola con sus brazos para intentar dejarse caer sobre el tapiz.
-¿Pretendes hacer algo aquí?…- consultó nerviosa, intentando detener el avance de su esposo.
-Sí… es excitante…- respondió ya entrecerrando los ojos, echando su peso en ella, obligándola a tumbarse, pero Kikyo respondía a su beso con una pasión casi inexistente.
Buscó encender el momento, besando con profundidad, buscando la lengua dentro de la boca, que parecía esconderse, el peso de su figura sobre la de ella y su deseo prendiéndose, las manos buscando acariciar, pero sentía la renuencia… aquellas eran cosas que no podía comprender, si eran jóvenes y tenían tanto que disfrutar y experimentar juntos… se separó del beso y enfocó sus inexpresivos ojos castaños.
-¿Qué sucede?...- consultó, intentando esconder su fastidio, ella le acarició el rostro.
-Esta noche ¿sí?... en la habitación, como siempre…- pidió ella, con la voz suave y una leve sonrisa.
"Como siempre" pensó, y suspiró con resignación, sabía bien que Kikyo no era una mujer apasionada, algo que lamentaba, pero la amaba, que más podía hacer… solo sucumbir en ella, cuando las circunstancias a su esposa le parecieran adecuadas.
Un nuevo sorbo de licor le quemó en la garganta y el pie seguía jugando en la alfombra, dejó el vaso sobre una mesa lateral, y dejó que su cabeza descansará en el respaldo del sillón, sentía al fin los ojos algo más pesados, el alcohol había hecho algún efecto en él, siempre se sintió dispuesto al amor, con una copa en el cuerpo, y ahora ya llevaba dos…
Se encaminó al cuarto contiguo al suyo, y se metió entre las sabanas, introdujo la mano bajo la almohada y saco el camisón que, luego de cuatro años, solo olía a perfume… pero al menos era su perfume… se durmió finalmente, no sin antes crear imágenes de él y su Kikyo haciendo el amor… de aquel modo que siempre lo hicieron, sin apasionamientos extremos, calmo, en la más absoluta oscuridad, apenas la claridad de la noche, si alguna vez las cortinas estaban abiertas… pero la amaba, y eso compensaba todo lo demás…
-.-.-.-.-
Kagome, con el blanco delantal sobre la sencilla camiseta que vestía, y sus jeans, si laminabas a simple vista, no parecía tener los veinticinco años con los que contaba, el cabello suelto los rizos que le ondeaban sobre la cintura, se encontraba organizando una de las tantas estanterías con medicinas, en el piso en el que trabajaba Sango, escuchó la puerta tras de ella, y vio a la mujer de cabello castaño, que vestida con su tenida de trabajo, se hacía una coleta alta caminado la corta distancia hasta ella.,
-¿Todo bien Kagome?...- consultó con el fin de saber si no le faltaba algo para la labor que estaba efectuando.
-No… nada esta bien…- respondió girándose, con un frasco con algodones esterilizados en la mano, notando la sorpresa ante sus palabras, en los ojos de su amiga - ¿cómo puede estar bien?.. yo no vine aquí para estar rotulando algodones…
-Ven… vamos a tomarnos un café – le ofreció Sango, comprendiendo a la perfección, lo frustrante que debía de ser para Kagome, ya llevaba tres días desde que había llegado hasta el hospital, y luego del incidente con el hijo del doctor Taisho, este ni siquiera se había acercado para darle sus labores o indicarle algo.
Kaguya entró luego de dos casi imperceptibles sonidos en la puerta de la oficina de InuYasha, este la observó apenas cuando la vio entrar, no podía negar la belleza avasallante de la mujer, pero tenía un carácter endemoniado.
-Necesito que me digas si vas o no a tomar la responsabilidad de la residencia de Kagome Higurashi…- habló con voz segura.
InuYasha suspiró, y se frotó una de las sienes, sabía perfectamente que había estado evitando el tener que dirigirse a Kagome, y es que el solo imaginar enfrentarse a ella nuevamente lo ponía inquieto, Kaguya por su parte hizo un gestó de inquietud, al notar que él se frotaba la sien, solo le había visto hacer aquello un par de veces y en los casos realmente complejos de operación que había llegado a analizar juntos.
-Bueno, si no quieres llevar la guía de esa muchacha, basta con que lo digas – ofreció la mujer, y entonces InuYasha la miro.
-Déjalo Kaguya, hoy comienzo a orientarla…- aseguró, poniéndose de pie.
Se sentaron en una de la mesas de la cafetería, ciertamente el brebaje que aquí preparaban era algo apenas bebible, pero no era el café lo que las había reunido, Kagome observaba por el ventanal hacía afuera el pequeño parque en el que estuvo con el hijo de su "guía" en esta parte de su carrera, se había esforzado muchísimo para estar en esta clínica en particular, no había sido tarea fácil, y ahora sentía que perdía su tiempo, del modo más estúpido.
-Lamento haber perdido la calma – dijo Kagome, dirigiéndose a su amiga, que extendió su mano por sobre la mesa y apretó un poco los dedos de los pálidos de ella.
-No te preocupes… comprendo tu frustración - le respondió Sango.
-¿Puedes comprender la actitud tan extraña que tuvo?...- consultó Kagome, tomando la taza de café humeante para llevarla a su boca, vio como su amiga negaba - ¿qué fue lo que hice tan grave?... el niño se divertía mucho… - aseguró.
-Verás, Miroku dice que él ha sido siempre muy aprensivo con el pequeño, que lo cuida demasiado, es la única familia que tiene – intentó aclarar Sango, ya que debido a la actitud de el doctor Taisho aquella tarde, se dirigió de inmediato a Miroku, y este le dio una breve idea de lo que debió pasa.
-Sí, eso puedo comprenderlo…- aseveró algo más enérgica, haciendo una mueca de desagrado ante el sabor del contenido de su taza – pero no pienso quedarme sin residencia por esto…
-¿Y qué piensas hacer?...- interrogó inquieta su amiga, viendo como ésta se ponía de pie.
-Solucionar esto… me voy a hablar con él… - exclamó con convicción, girándose, para encontrarse a una distancia demasiado escasa, de un par de ojos dorados que la observaban de nuevo, como si hubiese hecho algo malo.
-¿Kagome Higurashi?...- preguntó el medico, que traía las manos en los bolsillos de su pantalón y el delantal abierto.
"…te a mis
ojos estabas, reinándome, y reinas.
Como hoguera en los
bosques el fuego es tu reino…"
-Sí.-..- alcanzó apenas a musitar.
-Sígueme, por favor…- pidió InuYasha, mientras que se giraba, intentando parecer amable, pero impersonal - necesitamos hablar sobre tu residencia.
Continuará…
Holitas…aquí con un nuevo cap… espero que les haya quedado más clara la situación entre estos dos… intenté dejar algunas pistitas de cómo era la vida de InuYasha antes… y bueno solo esperar que les guste… he encontrado algunos poemas de Neruda que me han encantado y pues a usarlos en cuanto pueda…
Besitos y recuerden que su review… es mi sueldo…
Siempre en amor…
Anyara
