Capítulo X

La sombra de un amor

Pequeña rosa, rosa pequeña,
a veces, diminuta y desnuda,
parece que en una mano mía cabes,
que así voy a cerrarte y a llevarte a mi boca,
pero de pronto
mis pies tocan tus pies y mi boca tus labios,
has crecido, suben tus hombros como dos colinas,
tus pechos se pasean por mi pecho,
mi brazo alcanza apenas a rodear la delgada
línea de luna nueva que tiene tu cintura:
en el amor como agua de mar te has desatado:
mido apenas los ojos más extensos del cielo
y me inclino a tu boca para besar la tierra.

Estaba InuYasha sentado en su despacho, había llegado hacía algunos minutos desde la clínica y luego de saludar con la reserva de siempre a su hijo, llegó hasta este lugar, sobre el escritorio se encontraba su computador portátil, con algunas paginas de florerías abiertas, a un costado y marcado para dar solo el clic final, estaba un ramo no demasiado ostentoso, pero sin lugar a dudas muy bello y elegante, doce rosas de color violeta, un tono novedoso y delicado, envueltas en un fino papel y tomadas en un moño de cinta… estaba ahí con esa imagen abierta por largos minutos, primero pensó en que fueran de color rojo, como la pasión que encendía ella en él, pero comprendía que era muy osado aún… ¿aún?... esa corta palabra lo hacía comprender que esperaba más… y todo era tan confuso, sus sentimientos y sus lealtades, los deseos de besarla y tenerla… esos que habían despertado de un letargo de tanto tiempo… y volvió a mirar las flores… y cambio la opción por rojo, recordando sin pensarlo si quiera, la primera vez que se atrevió a regalar rosas rojas, se había esmerado en reunir el dinero necesario para obsequiarle a Kikyo las más hermosas rosas rojas que encontrara, rojas como la pasión del amor que despertaba apenas en él, un muchacho aún quizás veintiún años…

-Feliz cumpleaños Kikyo… - saludó en cuanto la tuvo en frente, y la muchacha, de una edad similar, recibió el ramo que le era ofrecido con visible sorpresa.

-Hermosas InuYasha…- respondió con emoción, tragando con algo de nerviosismo - ¿por qué rojas?... - consultó algo inquieta.

-Rojas y encendidas, como se siente mi corazón por ti…- apenas le susurro cerca del oído, mientras que Kikyo se limitaba a sonreír, sintiendo el temblor de sus palabras.

-Muchas gracias InuYasha…- dijo, con los ojos vidriosos por las lagrimas, mientras que se oprimían un poco las rosas entre ambos, un beso sin aspavientos, pero infinitamente agradecido llegó hasta los labios de InuYasha que lo recibió intentando buscar un poco más, pero Kikyo se separó con suavidad y le sonrió mientras que su mano acariciaba la mejilla de su amado, quizás buscando apaciguar su efervescente amor.

InuYasha cerró su computador, sin efectuar finalmente la compra… las rosas, rojas o violetas, no llegarían, al menos no todavía…

-.-.-.-.-.-

La mañana había comenzado algo agitada, era hora de hacer el ultrasonido doopler al señor Yakashima, Kagome se sentía eufórica por ello, ya que hasta el momento el paciente había sido atendido prácticamente solo por ella, bajo la supervisión constante de InuYasha, claro esta, pero la había dejado hacer, y notaba un mejor estado de animo y disposición por parte del hombre para la cirugía que probablemente deberían practicarle, y aquello ya era algo positivo.

-Muy bien señor Yakashima, en unos diez minutos vendrán a buscarlo, yo estaré esperando en ultrasonido y me quedaré chequeando los análisis, ¿le parece? – consultó Kagome intentando darle el mayor de los ánimos al hombre cuya piel tenía aún el color de un enfermo, y aunque bajo sus ojos se marcaban profundas ojeras, asomaba a sus labios una suave sonrisa y en sus ojos el brillo de la vida

-Muchas gracias doctora…- mencionó el hombre, sintiéndose sinceramente agradecido por lo cuidados recibidos, y Kagome ante el solo apelativo que le dio, sintió que el corazón se le embriagaba de gustó, se había sentido como una verdadera doctora a pesar de no serlo aún.

-No me lo agradezca… y aún no soy doctora…- respondió ella con honestidad, mientras que tomaba con sus dos manos la del hombre que aún tenía en ella los catéteres que le entregaban medicamentos.

-Para mi lo es… es mi doctora…- aseguró el hombre con notable agradecimiento.

-Ya no diga más señor Yakashima, o me hará llorar… y no le gustará por que cuando comienzo a llorar no hay quien me detenga – dijo intentando ser graciosa, pero sabiendo que todo cuanto acababa de decir era verdad, ya que sentía la emoción subírsele a la garganta – buscaré al doctor Taisho para que nos dé su bendición…- le hizo un guiño al hombre en un sentido cómplice y jovial intentando hacer una broma, sobre la autorización que InuYasha debía entregarles para el examen.

Se giró y enfiló hacia la puerta, debía de apresurarse, solo le faltaba llevar la orden firmada por el doctor Taisho, para efectuar aquel examen, los resultados lo daba ya por hecho, estenosis mitral, pero debía de tener la certificación. Escucho la voz del hombre que desde su cama le habló.

-Señorita Higurashi…- Kagome se giró nuevamente para enfocar la figura más delgada del señor Yakashima, ante el llamado que este hiciera -… gracias…

-Gracias a usted…- inquirió ella, sonriendo con profunda ternura, era gratificante sentir el afecto en aquellas palabras.

Se volteo nuevamente para seguir su camino, y sin esperarlo si quiera se encontró entre los brazos de InuYasha, que la sostenían luego de haber chocado directamente con él.

-Esta es la segunda vez...- dijo sintiendo con levedad el hombre que la miraba con esos ojos intensos, dorados y últimamente demasiado inquietantes, tenía razón era la segunda vez que la sostenía para que no cayera luego de estrellarse con él.

-Lo siento…- murmuró ella, sabía bien que solía ser algo descuidada, y las manos de él ahora mantenían con relativa fuerza sus brazos.

-¿Qué sucedería si fuera otro el que te sostuviera?...- consultó pensando en que quizás no era la primera vez, que ante los impulsos despreocupados de Kagome, algún otro la tuviese entre sus brazos como él lo hacía ahora, tan pegada a su cuerpo, y tan cercana su boca, que sería demasiado fácil robarle un beso.

-Ya me habría liberado de él…- respondió de forma espontánea, y es que de alguna manera sabía que era lo que InuYasha esperaba escuchar, y le vio sonreír.

-Me parece bien… - dijo liberándola poco a poco hasta que sus cuerpos no tenían más contacto que el de las manos de InuYasha en sus brazos y le volvió a hablar - ¿ibas en busca de esto?- sacó de su bolsillo y alzó un papel a la altura del rostro de la muchacha que lo tomó.

-.-.-.-.-.-

La brisa mecía las copas de los árboles que rodeaban el lugar, solo el sonido de algunas aves y la naturaleza que intentaba mantenerse en aquel lugar, era lo que lo rodeaba, sentado como lo había estado en incontables ocasiones, cada vez con menos frecuencia, se encontraba InuYasha en el cementerio de Aoyama, frente a la tumba de Kikyo, la mujer que significaba para él tanto, y en tantos sentidos.

Se sentía confuso, inquieto, recordando los momentos junto a su esposa, y sus sentimientos florecientes por una nueva mujer, después de que le cerró de todas las formas posibles las puertas al amor, ella simplemente llegó y no supo como se apoderó de sus pensamientos de un modo tan asombroso.

-Se parece tanto a ti, mi amor…- susurró, como si la mujer cuyo cuerpo yacía bajo tierra pudiera realmente oírlo, con los hombros desgarbados y los antebrazos apoyados en los claros pantalones que este día vestía - y no sé realmente si es ella la que me inquieta, o es verte en su rostro…- dejó que el cabello cayera por los costados, cuando inclinó la cabeza en una actitud casi de derrota.

Dejó que los minutos pasaran en un silencio abismal, temía querer a Kagome, temía descubrir un día que no era a la muchacha maravillosa que había descubierto a quien amara, si no al recuerdo vivo que le significaba, de su esposa muerta, temía el tenerla entre sus brazos y ver a través de sus ojos castaños, la mirada de Kikyo, por que sabía que el amor no muere, quizás se transforma, pero en este caso era tan difícil separar… tan difícil… y a pesar del clima exquisito que lo rodeaba, y de la tranquilidad que en ese lugar se apreciaba, él luchaba con un torbellino de sentimientos en su interior que no era capaz de dilucidar. Permaneció ahí como en espera de que la mujer que hizo prosperar en él por primera vez la llama inusitada y feroz del amor, le respondiera.

Se puso de pie y acomodó su cabello, observó a lo lejos el paisaje y permitió que la brisa le acariciara el rostro, fijó sus intensos ojos en la lápida que conservaba el nombre de su esposa, y susurró con suavidad e infinita ternura.

-Siempre te amaré Kikyo…

-.-.-.-.-.-.-

La tarde era agradable, no pasaban de las seis, el sol aún permanecía alto, pero los árboles de aquel jardín le entregaban una agradable frescura al lugar, la brisa primaveral mecía las hojas de los árboles con suavidad, produciendo un sonido calmo y lleno de vida.

-Vamos Senkai sostente firme – pedía Kagome a pocos centímetros debajo del niño, ambos trepando al árbol más alto que había en aquel jardín.

-¿De esta rama Kagome?...- consultaba el pequeño antes de sujetarse con mayor fuerza, le encantaban esta clase de juegos.

-Sí cariño, esa misma, sostenla con fuerza – aseguraba ella, que vestida con un desgastado jeans azul cielo, un top de color rosa intenso, zapatillas, que le permitían un agarre considerablemente bueno ante el tronco del árbol, y un improvisado pañuelo sosteniendo su cabello en una coleta baja.

El pequeño Hachiko, ladraba y movía su cola, inquieto y feliz, intentando leves saltos mientras que observaba a su amo y Kagome trepar con relativa destreza, Kosho en tanto no podía sentirse más molesta y desautorizada, la mujer esta no le agradaba en nada, le quitaba la mayor parte del tiempo en el que se encontraba en la casa, la atención de Senkai, y de seguro solo con el afán de atrapar al señor InuYasha.

-Arpía…- susurró por lo bajo la mujer, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada endurecida observando el espectáculo en el jardín.

Escuchó el motor del vehículo de InuYasha en el estacionamiento adosado a la casa, y corrió a abrir la puerta que los unía, el hombre traía el rostro sereno como era su costumbre, era demasiado difícil adivinar sus pensamientos y menos aún sus sentimientos, todos ocultos bajo su cortesía y amabilidad.

-¡Señor, señor!...- llamó la mujer a toda prisa al verlo entrar.

-¿Qué sucede Kosho?...- consultó arrugando el ceño, no era normal oírla alzar la voz, por lo general era una mujer que cumplía su labor de forma casi silenciosa.

-Es el niño señor, Senkai…- habló notando solo entonces que el rostro por siempre paciente de InuYasha parecía encenderse en cierto grado de desesperación.

-¿Qué sucede con Senkai?...- preguntó sin alzar la voz, pero el tono profundo y ronco se agudizó al hablar.

InuYasha avanzó casi sin escuchar lo que la mujer que venía tras de él decía, se detuvo en el umbral del ventanal de la sala que daba directo al jardín en donde jugaba siempre su hijo, observó con ansias al inicio, para dar luego con su macota que ladraba al pie de un árbol y comenzó a avanzar algo más calmado, seguido de Kosho, y solo ahora la escuchó con más claridad.

-Esa mujer se empeña en que Senkai haga lo que usted le ha prohibido – exclamó molesta la empleada, intentando encender el malestar del hombre, no le gustaba nada que esa muchachita viniese a intentar ocupar el lugar de su señora Kikyo.

-¿Cuánto tiempo lleva aquí Kagome?...- consultó InuYasha con el tono ya más común de su voz.

-Demasiado, ha estado entreteniendo al niño por más de una hora… ¿se quedará agotado el pobre?...- respondió Kosho, buscando puntos desfavorables para Kagome, sabiendo lo que el hombre se empeñaba en sobreproteger al niño, claro, ella lo comprendía era lo único que le había quedado del profundo amor que tenía por la señora Kikyo.

-¿Más de una hora?...- se giró para observar los ojos de la mujer tras de él, cuando ya estaban a metros del árbol.

-Sí señor…- respondió airosa Kosho, pensando que con ello estaba afirmando el malestar de InuYasha, que se quedó sin decir nada, ya que lejos de molestarse, pareció incrédulo de que Kagome pudiese compartir todo ese tiempo con su hijo sin remilgos, y al parecer de un modo para ella muy grato, claro que no estaba de acuerdo con que Senkai anduviese trepando árboles a riesgo de sufrir un accidente, pero era algo digno de admirar.

-Kosho, ve y prepara un baño para Senkai…- pidió finalmente.

-Sí señor…- se sonrío la mujer pensando que ahora vendría lo bueno, pero ya que el señor InuYasha le había pedido aquello debería perdérselo.

Dejó que Kosho avanzara algunos pasos en dirección a la casa y él acortó la distancia que había entre el árbol y él, acarició con levedad la cabeza del cachorro que parecía desesperado junto a él, y miró hacía arriba, sintiendo un enorme vacío en el estómago, al notar que Senkai y Kagome, debían de estar fácilmente a cuatro metros y medio de altura, sentados en una gruesa rama de aquel antiguo roble, parte ya del jardín de la casa, cuando la adquirieron.

-¿Qué creen que hacen ahí?...- consultó con el ceño arrugado y voz de mando, la respuesta fueron dos rostros sonrientes.

-InuYasha…- exclamó Kagome como si ni siquiera hubiese escuchado la pregunta – ven sube con nosotros – lo invitó con una alegría autentica, que InuYasha por un momento llegó a dudar.

-¡Papá! …- exclamó el niño con júbilo al ver a su héroe apostado al pie del árbol.

-Baja de ahí Senkai – ordenó con la voz ronca y decidida, el niño hizo una mueca, de esas que hacen los pequeños cuando no están conformes con las órdenes de los mayores.

-No quiero bajar…- murmuró muy bajito y solo Kagome logró captarlo y lo miró.

-Solo un poco más InuYasha…- se atrevió a desafiar con sutileza.

-No me desautorices Kagome…- le escuchó hablar en aquel mismo tono de mando, cualquiera que los hubiese visto pensaría que se trataba de un matrimonio joven, que discutía por la educación de su hijo, y aquello inevitablemente la hizo sonreír y entonces él insistió- Kagome…

-Vamos Senkai, bajemos, no es bueno desobedecer a tu padre…- se dirigió con suavidad al niño, comprendiendo que era algo muy importante que los pequeños no presenciaran las desavenencias de los mayores con respecto a su educación, ya tendría tiempo ella de exponer sus puntos de vista.

Comenzaron a descender bajo el ojo vigilante de InuYasha, que observaba el cuidado con que Kagome sostenía uno de los brazos de Senkai para que este estuviera más seguro al bajar. Ella se sostuvo con fuerza cerca de dos metros y medio de altura, al ver que era InuYasha quien extendía sus brazos para recibir al pequeño, no supo en que momento quedó en aquella posición tan incomoda para bajar, tendría que evaluarla bien, o simplemente saltar de dos metros y medio, lo que de seguro le causaría más de algún dolor articular.

-Vamos ve, que Kosho te tiene listo el baño…- se apresuró a decir cuando puso a Senkai en tierra firme.

-Déjame ver como bajas a Kagome primero…- pidió el niño, con alegría creyendo lo más natural que así como su padre lo había tomado a él para bajarlo del árbol hiciera lo mismo con la muchacha, y solo entonces InuYasha se giró para mirar lo extrañamente sujeta que estaba Kagome, haciendo presión con sus manos y pies entre las ramas para no caer y observando el modo de descender.

-A bañarse he dicho…- ordenó nuevamente InuYasha a su hijo, quien volvió a marcar aquella graciosa mueca en su rostro y corrió hacia la casa cumpliendo el mandato, seguido de su mascota, la que rápidamente le quito el enojo.

-Y tú… ¿cómo piensas bajar?...- consultó algo intrigado, esta chica era en verdad ingeniosa, lo más probable era que hubieses encontrado el modo de descender.

-En eso estoy…- respondió ella evaluando aún las posibilidades.

-Pero como… ¿pudiste subir y ahora no sabes como bajar?...- consultó casi burlándose y entonces Kagome enfocó los ojos dorados, que parecían retarla a reconocer un error en haber subido a ese lugar, y ciertamente ella no lo haría.

-Creo que ya encontré el modo – dijo sin vacilaciones observando a InuYasha con una sonrisa de victoria.

No supo como, se vio obligado a extender los brazos cuando la vio soltarse ante él, para recibirla, la fuerza de la caída, sumada a la sorpresa, lo hicieron caer sobre la hierba del jardín, y ahí estaban ambos, InuYasha de espaldas sobre la verde alfombra natural, y Kagome, sobre él, apoyada de piernas y manos a cada costado de la figura masculina, el cabello desordenado, suelto a causa del brusco movimiento, formando casi una ilusoria cortina que los aislaba del mundo, respirando algo agitada por el temor de que finalmente InuYasha no la hubiese sostenido, sabía que había hecho algo osado… pero había salido bien ¿no?...

Estaba ahí sentada cómodamente sobre él, el cabello desordenado y aromático cayendo por sus costados, las mejillas arreboladas por el esfuerzo de descender el árbol, la respiración agitada, de seguro por lo mismo, sus ojos fijos en los propios, como pidiendo, preguntando quizás… y sus labios, tan rosados y llenos, como en sus sueños… y no lo pensó más, con un pie se impulso, sosteniéndola firmemente, hasta girarse en la hierba con ella, y dejarla ahora con el cabello azabache y desordenados los rizos, sobre la hierba verde y exquisitamente suave, se inclinó sobre ella, respirando agitado como un animal en carrera, y temblorosos los labios de deseos, la besó… probando poco a poco el sabor de su boca, suavemente saboreando con su lengua los bordes interiores, inhalando y exhalando por la nariz con fuerza, las manos enlazadas en los rizos sosteniendo el rostro femenino y pálido de aquella mujer que parecía sumisa a su caricia, y la sangre comenzó a agitarse, su cuerpo le pedía caricias y su razón le pedía control, notó la presión de los muslos de Kagome aferrando sus caderas, y las manos antes tensas e inmóviles sobre la hierba, ahora aferrarse a su cuello, y sus labios mansos y entregados, ahora ansiosos y reclamantes…

-Pequeña…- susurró apenas, separando las bocas, intentando calmar sus sentidos y sus pasiones.

-Oh InuYasha…- su nombre pareció una suplica y un desahogo, ambos unidos y sus ojos castaños lo miraban con un brillo cegador incluso, tragó con dificultad y le acaricio las mejillas con los pulgares, con las manos aún cercando el pálido rostro, más arrebolado que al inicio.

-Discúlpame Kagome… yo no debí…- dijo y se apoyó en sus manos para incorporarse, pero los brazos de Kagome lo sostuvieron con fuerza por el cuello, atrayéndolo hacía ella, le robo literalmente un beso, y sonrió como una niña.

-Estas disculpado…- su voz sonó dulce, suave y sensual… muy sensual… y se sonrió con levedad al comprobar, que al menos, bajo esta primera e improvisada prueba… era a Kagome a quien veía… solo a ella…

Continuará…

Uff..ff..ff.. me hacía falta eso, ya estaba necesitando un besito, es que se estaba poniendo muy seco este fic… no recuerdo haber durado tanto sin poner algo en alguno, de alguna manera me las arreglaba, pero en fin, esta historia es diferente..

Bueno sé que algunas frasecitas no les vana gustar a la mayoría, pero ustedes saben de que todo es por algo, y aunque no queramos, InuYasha a estado obsesionado con el recuerdo de su esposa por cuatro años, y el amor de Kagome ha venido a despertarlo, pero cuando las cosas son obsesivas parece que cuesta más sacárselas del alma… ¿no lo creen?…

Besitos a todas y espero que les haya gustado el capítulo… ando algo apasionada así que… eso...

Siempre en amor…

Anyara