Capítulo XXXI

Enfrentando el destino

El sol apremiante y la humedad sofocante en esta latitud del planeta, estaba causando estragos entre los trabajadores que había contratado para la excavación que llevaban a cabo. Naraku, un hombre hasta entonces gentil e inteligente, se había destacado por ser tenaz en la búsqueda de nuevos tesoros arqueológicos, tenía una hija cercana a los doce años, viudo hacía poco más de uno, adoraba a su pequeña, a pesar del poco tiempo que pasaban juntos debido a sus trabajos, aunque muchas veces, como era el caso en esta oportunidad, la había traído consigo por un tiempo, Kikyo retozaba en medio de los muchos artículos antiguos que su padre iba desenterrando, sobre todo lo de este nuevo y extraño descubrimiento sobre una antiquísima tribu que había practicado la adoración a una diosa que debería llegar para traer consigo la semilla de la salvación, o al menos así lo había podido traducir Naraku, entre los ideogramas que se extendían en los pergaminos que hallaron en una de las tantas bóvedas que existían en lo que se asemejaba a una ciudad sumergida por la vegetación y una no menos densa capa de tierra, ¿cómo llegó a tal descubrimiento?... indicaciones que llegaron a través de libros y escritos que fue recopilando, hasta que dio con las señales correctas y ahora estaba convirtiéndose en su nuevo último proyecto.

Permanecía admirando a la luz de un radiante mediodía la escritura en un jarrón que aún mantenía el asa intacta, más no así la parte superior que tenía un cóncavo, el pincel suave iba retirando poco a poco los residuos que se interponían entre él y la lectura de esta hermosa pieza de alfarería que de seguro hablaba sobre la cultura de los Kalanties, los habitantes de este pueblo indómito conocido como Kalantia.

-Papá, déjame ver, papá… yo te puedo ayudar…- decía una insistente niña de cabellos trenzados y oscuros como el azabache de la noche.

-Pero si es mi pequeña curiosa…- afirmó él dándole una mirada suave a las facciones de su hija que aunque ya mostraba los atisbos de dejar de ser una niña poco a poco, aún tenía en sus ojos el brillo de la inocencia - ¿quieres estudiar esto?...- dijo acercando el jarrón a su hija.

-Por favor….- respondió ella con la voz suplicante de quien sabe que logrará su cometido, mimada como era por su padre, este en extrañas oportunidades le negaba algo.

-Esta bien… sostenlo con mucho cuidado – dijo mientras le ponía entre las manos la pieza, sabía que podía confiar en ella, muchas veces le había entregado la responsabilidad de una pieza importante de la excavación y la niña siempre respondía – ahora ve junto a Misao y límpiala bien.

-Sí papá…- respondió mientras se giraba para partir, pero se volvió nuevamente y tirando de la manga recogida de la camisa que él vestía le dio un beso en la mejilla – gracias…

-Por nada tesoro…

Las cosas entre ellos no eran muy diferentes jamás, todo aquel que conociera el carácter inflexible de Naraku, no podía creer lo suave y amoldable que era ante el carácter de su hija, y ella lo adoraba, aquello era innegable.

Se encontraba observando un nuevo pergamino, que esta vez encontró en la bóveda que acababan de abrir, ya le habían informado de lo inestable de las excavaciones en esta parte, pero la curiosidad que se avivó en él ante el altar que estaban descubriendo lo impresionó, y el rostro que pudo vislumbrar en este pergamino, luego de limpiarlo con cierto cuidado para no ajarlo más de lo necesario lo impresionó más aún, no estaba del todo seguro, pero hablaba de una diosa, una mujer que llegaría, para mantener en u vientre la semilla del salvador de la humanidad, el que vendría a poner orden en la devastación entre los seres humanos, leyó el nombre que aparecía al pie de la imagen, el nombre por el cual había asignado a la mujer escogida.

-Hijiri…

Luego de aquello, poco era lo que podía recordar, escuchó un estruendo ensordecedor y la luz de la lámpara que llevaba consigo se apagó de súbito, la oscuridad comenzó a sofocarlo… ¿o era el polvo de un derrumbe?... no lo supo… hasta mucho después…

Dos semanas más tarde se encontró en una habitación de un preponderante color blanco, a su alrededor todo indicaba que estaba en algún establecimiento medico, había estado en una profunda inconciencia, pero al despertar sentí que estaba más lúcido de lo que jamás había estadio, cuando la puerta se abrió y dio paso a una niña de unos doce años, con su cabello azabache descansando cepillado y liso tras la espalda, con total euforia cuando le dijeron de que al fin su padre había despertado y que podía verlo, simplemente se sorprendió.

-¿Hijiri?...- consultó el hombre con los ojos brillantes de emoción, sin poder notar el reflejo de angustia que mostraron los castaños de su hija.

-No papá… soy Kikyo…- respondió la pequeña intentando no dejar que las lagrimas de preocupación que contenía, salieran.

Meditó por algunos momentos notando que la habitación estaba ocupada también por algunas otras personas, algunos con blancos delantales que le indicaban de inmediato que se trataba de los médicos que lo habían atendido, la señora Hashima, que era la niñera que había cuidado de su hija desde que su madre muriera unos tres años atrás.

-Oh claro… mi adorada Kikyo…- dijo en un tono d voz tan suave y afectuoso que a pesar de las recomendaciones que la niña había recibido, no pudo evitar subirse sobre la cama y abrazarlo con fuerza, Naraku por su parte comprendió que el secreto de la reaparecida Hijiri, no podía ser revelado… aún…

Los médicos se asombraron profundamente cuando, luego de los días de inconciencia y del esfuerzo que había tenido que hacer para intentar disolver el coagulo que se alojaba en el lóbulo derecho del cerebro del paciente, con un éxito bastante regular, ya que no habían podido disolverlo del todo y como el tamaño había disminuido considerablemente, era menor el riesgo de secuelas… solo que el paciente parecía dueño absoluto de todas sus facultades, nada indicaba en él la obsesión por una leyenda pagana de un pueblo antiguo, que se había convertido luego de aquel accidente en su más grande realidad, haciendo víctima de ello, dentro de su demencia, al ser que más amaba en el mundo… su hija… Kikyo…

Tres años más tarde, Naraku había creado a partir de muchos contactos que poseía, con los que algunos años atrás no habría soñado si quiera tener una cena de negocios, por lo descabellado de sus inclinaciones, una alianza secreta, con la que adoraban a esta "semidiosa" llamada Hijiri, que sería la portadora de la semilla que daría paso al escogido… la muchacha ya estaba entre ellos y aquello era más de lo que esperaban, muchas veces creyeron que no sería posible vivir para encontrarla, pero estaba en las manos de Naraku, su guía, su maestro, el señor en esta alianza, con los conocimientos suficientes para que la promesa de un futuro allanado para sus existencias llegara…

-Debes mantener tu cuerpo inmaculado mi querido tesoro… eres Hijiri, no puedes olvidarlo, el contacto con el cuerpo de un hombre debe ser solo para procrear a nuestro salvador… - decía con un tono tan benevolente, que la muchacha no podía negarle nada… no podía entender que le había sucedido a su padre, pero ella lo amaba y sabía que todo lo que le decía era por su bien.

-Pero padre…- intentaba exponer sus inquietudes, recibiendo una mirada que parecía pro fuero en los ojos de su progenitor.

-¡Calla… no debes ser una sucia más mujer en este tierra, serás la portadora del salvador y eso te hace intocable! – le gritó sin motivo aparente, con las manos aferrándose a la piel tierna de sus brazos pálidos, que una vez que se encontraron liberados, pasaron del rojo intenso de los dedos marcados en ellos, a un todo púrpura que pronto seria un morado, indicando aquello la fuerza con que había sido tomada… amaba a su padre… pero la asustaba de igual modo también…

Años más tarde, cuando intentó revelarse a todo lo que logró comprender que solo debían de ser locuras de su padre, demasiadas cosas habían quedado arraigadas en ella, el contacto con las manos y el cuerpo de su esposo era demasiado placentero como para permitírselo, se le había enseñado que el contacto físico solo servía al propósito de la procreación, y en este caso, la de su "salvador"… cosas que no podía arraigar del todo de sus ser, se sentía sucia cada vez que estando con el hombre al que amaba su cuerpo vibraba bajo el de él, lo deseaba y reprimía ese deseo sabiendo que era pagano y pecaminoso, sucio e indigno de Hijiri… y entonces se quitaba del cuerpo el rastro del pecado acabado, si permitirle a él ningún otro avance, al punto de que su mente se bloqueo de tal modo que ya no dejaba que el deseo la perturbase, simplemente dejó de sentirlo, no se permitió el placer de amar a su esposo, más que con un silencioso sentimiento que no sabía como expresarle, ni con palabras, ni con hechos, entregándose a él cuando era requerida, sabiendo que de alguna manera aquello significaba un alivio, para él, para InuYasha, el segundo hombre al que más había amado…. El primero, su padre, Naraku…

Era mi corazón un ala viva y turbia...
un ala pavorosa llena de luz y anhelo.
Era la primavera sobre los campos verdes.
Azul era la altura y era esmeralda el suelo.

Cuando su esposo, luego de tres años de matrimonio, comenzó a insistir con tanta vehemencia en que ya era tiempo de que tuvieran un hijo, un lazo indestructible que los uniera en el tiempo, Kikyo palideció sin poder evitarlo, su Padre, su maestro los había dejado vivir todo ese tiempo en completa tranquilidad, jamás los había visitado, siempre estuvo al margen de la relación de ambos, e incluso podría jurar que una vez envió a esos hombre que le seguían ciegamente, a golpear a InuYasha, para que la abandonara, pero cuando notó la determinación en sus ojos castaños, simplemente le había dicho… "Bien tesoro, lo dejaremos, solo recuerda que eres Hijiri, y lo que nazca de esa unión deberá ser entregado"…

-No quiero hijos aún InuYasha…- dijo con un hilo de voz, sabiendo que lo que más deseaba en el mundo era hacer feliz a su amado InuYasha, pero como podría hacerlo si sabía bien que en cuanto naciera un ser de la unión de ambos, no habría lugar posible en donde esconderse… finalmente su padre los encontraría…

-Llevas diciéndome lo mismo desde hace más de un año Kikyo… ¿no crees que ya es tiempo de crear una familia?...- insistió intentando contener, como tantas otras veces su carácter y mostrarse amable y cortes con ella, que al primer indicio de alterarse, se desesperaba como si esperara lo peor.

El silencio se hizo entre ambos, Kikyo enrollaba en sus dedos un mechón de su cabello, la bata de dormir le cubría hasta los tobillos, bajo aquella prenda vestía una camisola de color azul oscuro, la que más le gustaba a InuYasha, pero se sentía sucia y desnuda con ella puesta, la mayor parte del tiempo evitaba que su esposo se la quitara cuando hacían el amor… al menos con ella de por medio se sentía algo protegida del vejamen que existía en su mente con relación al sexo… alzó la mirada y se enfocó en los ojos dorados que la miraban sin expresión, sabía bien que InuYasha había cambiado para que ella se sintiera más cómoda y menos inquieta ante sus reacciones irascibles…

-Esta bien… - fue la simple respuesta que recibió, no dijo nada más y caminó con calma hasta la cama, se quitó la bata y se cubrió lo más posible, esperando a que él viniera hasta ella y le hiciera el amor, de la única forma que ella le permitía, que no la acariciara demasiado, que se introdujera en su cuerpo y que dejara su semilla en el interior, si dejaba de tomar precauciones quizás pronto le daría ese hijo que él deseaba… y a pesar de los desvirtuado que estaba el amor para ella, lo amaba y quería que fuera feliz… ya luego vería que sucedería…

InuYasha suspiró cuando la vio con aquella actitud, tan indiferentemente entregada, como esperando que la montara y la preñara como si no existiera amor entre ellos, sabía perfectamente que la amaba, y podía ver el reflejo del amor en los ojos de ella, y sus palabras calidad, cuando se decidía a decirlo, también podía comprender que por el modo en que Kikyo evadía hablar de su padre, algo que probablemente no le iba a gustar descubrir, existía entre esa relación tan extraña que ellos tenían… un secreto… era todo lo que él podía adivinar, y en ocasiones se le revolvía el estómago al imaginar qué podría ser… esa noche se acomodó en su cama, pero no intentó hacer nada más que dormir, abrazó a Kikyo y ella comprendió que pretendía solo dormir… y entonces sintió como su esposa se relajaba en sus brazos…

Ella -la que me amaba- se murió en primavera.
Recuerdo aún sus ojos de paloma en desvelo.
Ella -la que me amaba- cerro sus ojos... tarde.
Tarde de campo, azul. Tarde de alas y vuelos.
Ella -la que me amaba- se murió en primavera...
y se llevó la primavera al cielo.

-.-.-.-.-.-.-.-

No sabía que iba a suceder en cuanto bajaran de la habitación, el abuelo en un tono determinantemente serio les había informado que los estarían esperando con el almuerzo servido, solo entonces repararon en lo avanzado del día, Kagome no podía evitar sentir que el estómago se le comprimía con cierta incertidumbre, en tanto InuYasha de calzaba sus zapatos con total calma, siendo que ella había estado lista en un dos por tres…

-Vamos InuYasha… apresúrate…- dijo ella con inquietud, el modo tan relajado en que él se estaba tomando todo la estaba exasperando, ¿es que no comprendía la vergüenza que ella sentía?...

-Tranquila pequeña… ¿qué puede ser lo pero?... ¿Qué nos obliguen a casarnos?...- le sonrió, con esa curvatura tan arrogante y sensual que se apoderaba de su rostro, haciendo al parecer, que sus ojos dorados brillaran con más intensidad… entonces Kagome recordó que él ya le había pedido matrimonio ante su familia…

-Aún no les he contado del embarazo… - intentó quitar la idea del matrimonio de su mente por al menos ese momento.

-Creo que después de que tu abuelo nos descubriera hoy, contarles que esperamos una bebita no será problema…- mencionó y a ella lago se le entibió en el pecho cuando escuchó el modo tan afectivo con que ya se estaba refiriendo al hijo de ambos. Lo vio ponerse de pie, y como su un nuevo enamoramiento se hubiese apoderado de ella, se puso rígida cuando notó que se acercaba.

-Debamos bajar…- dijo como intentando detener el avance de InuYasha, sintiéndose inquieta, sabía que después de que le entibiara el alma con sus palabras, el resto de su cuerpo se temperaría de igual modo al roce con el de él, y por Dios… ¡su familia estaba abajo!… intentó entregarse a sí misma un cierto grado de cordura…

La enlazó por la cintura, obligándola a dar un par de cortos y torpes pasos para pegarse al cuerpo masculino y protector que poseía InuYasha, y entonces la abrazó con mucho afecto, con un sentimiento tan intenso que sintió que se derretía por dentro, al aliento de su respiración, unido a algunas palabras llegó hasta su oído acariciándolo…

-¿Cásate conmigo?...- le preguntó sintiendo que el corazón se le inflamaba en espera de la respuesta que ella le daría, no quería volver a sentir la incertidumbre de no tenerla, deseaba con todas sus fuerzas compartir el resto de sus días con Kagome, y aunque las preguntas y las inquietudes de ella la noche anterior, haciéndole prometer algo que le dolía en el alma, lo rodeaban como una sombra que lo hacía temer… no quería hacerlo, quería pensar que ahora la vida sería benevolente con el y le permitiría conservar el amor hasta el fin de sus días…

Kagome sintió como las lagrimas se agolpaban en sus ojos, la garganta se le cerraba de emoción estrechó el cuerpo de él aferrándose en ese abrazó, sintiendo la piel de su espalda desnuda bajo la palmas de sus manos, y antes de que las palabras ya no lograran salir.

-Sí…- respondió con tanta debilidad que bien InuYasha podría haber pensado que lo imaginó, pero el modo en que ella se adhería a él le hablaba de los sentimientos que sabía bien que poseía… quiso decir algo más, pero un par de golpes en la puerta se lo impidieron.

-¿Cuánto más tardarán en estar presentable?...- consultó la voz del anciano desde el otro lado de la puerta, entonces ambos se sonrieron y se miraron y Kagome respondió con suavidad.

-Bajamos enseguida abuelo…- no hubo otra respuesta, no le temía a su abuelo, sabía bien que era un hombre respetuoso y tranquilo, su único defecto era creer en supercherías que nunca daban resultado, pero era un buen hombre.

Bajaron de la mano y del mismo modo cruzaron es pasillo hasta la cocina, cuando llegaron hasta el umbral, InuYasha le dio un suave apretón a Kagome, para que sintiera que no estaba sola en esto, de algún modo sabía que era importante que se sintiera respaldada… cuando entraron el aquella habitación, el olor de la comida caliente les llegó de lleno y entonces ambos por separado recordaron las muchas horas sin alimento, y el sonido de las voces jubilosas de la madre y el hermano de Kagome los sorprendieron.

-¡Felicidades!...- exclamaron al unísono y luego la madre de Kagome con una radiante sonrisa preguntó.

-¿Cuándo será la boda?...- ambos se miraron y observaron al abuelo, era imposible que hubiese escuchado tras la puerta, pero al notar una especie de brillo malévolo en los ojos del anciano, no pudieron contener la risa… su abuelo creyó tenderles una trampa, y ellos hacía mucho que habían caído en ella… la antigua e insondable trampa del amor…

Continuará…

Holitas… jejejeje… sé que he estado algo perdida de el ciber mundo y que solo saben de mí por medio de los capítulos, pero ya me reintegraré, sucede que me dio por la lectura de novelas románticas, las cosas ¿no?... y pues me ha consumido tiempo y para concentrarme no puedo estar en msn…jejeje gomen, es que me fanatizo, pero bien, es alimento para mi neurona no creen…

Espero que este capí les haya gustado, quise hacer algo como una retrospectiva aparte para aclarar ciertos puntos de la situación de Kikyo, de la enfermedad de su padre, de cómo en ocasiones el mundo nos cambia de un extremo a otro por circunstancias ajenas a nosotros mismos, y el amor destructivo nos puede marcar para siempre… espero que se haya comprendido bien y que les guste… dejen sus mensajitos, recuerden que es mi sueldo…

Siempre en amor…

Anyara