Capítulo XXXIV
Un nuevo sendero
El amanecer se comenzaba a reflejar en el horizonte, la luz de una de las últimas mañanas de esta estación los estaba inundando, y filtrando por entre los ventanales sin cortinas aún de aquella habitación que había sido su lecho de bodas. Las figuras bañadas por los primeros rayos de luz, se encontraban tan unidas que se hacía difícil definir sus cuerpos por separado, InuYasha sostenía por las caderas a una Kagome que se mecía sobre él con insistencia, mostrándole las necesidades de una embarazada, era la cuarta vez que hacían el amor en esta noche, y ya para esta ultima había sido ella quien lo había despertado, los senos abultados redondos llenos, se movían frente a él que se incorporaba para tomar uno de los pezones con su boca, succionando por unos segundos, para dejar que su espalda se encontrara nuevamente con la alfombra, mientras que su carne se hundía en Kagome, que se movía frenética ya sobre él…
Solamente es
un soplo, más húmedo que el llanto,
un líquido,
un sudor, un aceite sin nombre,
un movimiento agudo,
haciéndose,
espesándose,
cae el agua,
a goterones lentos,
hacia
su mar, hacia su seco océano,
hacia su ola sin agua.
-Oh…pequeña… me estas matando…- suspiró con los ojos cerrados, y los dedos casi allanados en las caderas de su esposa que parecía estar asfixiándolo con la tensión de su intimidad, era insoportable, pero exquisito a un nivel increíble.
-Abrázame…- le suplicó Kagome, mientras que se dejaba caer sobre él susurrando jadeante en su oído, mientras que InuYasha buscaba acoplarse con el cuerpo ahora diferente de Kagome, envolviéndola de modo que no se presionara demasiado su vientre de aproximadamente cinco meses de embarazo, contra él.
-¿Así?...- consultó jadeante, aferrándola contra su cuerpo, como lo hiciera en su primera noche, era el modo en que ayudaba a Kagome cuando su orgasmo se mostraba algo esquivo.
-Oh, sí… entra…- le pidió y él pudo experimentar una vez más el ardor abrasivo que las palabras de Kagome incitaban, apoyó sus talones en la alfombra y comenzó a golpearse con fuerza contra la intimidad de ella que gemía descontrolada junto a su oído, incentivándolo con cada exclamación.
-Me enloqueces pequeña…- le dijo con la voz ronca, áspera, sacada desde las entrañas, ardiente como se encontraba en ese momento.
Las uñas de Kagome se aferraron a sus hombros, sin saber si sobre las marcas ya hechas durante la noche, o dejando otras nuevas, ya que su sexo palpitaba alejándolo de todo lo demás, permitiéndole únicamente escuchar las suplicas de su esposa, que parecía desesperada por sentirlo más y más adentro, mientras que lo oprimía en su interior, manteniéndose por pura voluntad a pasos de su clímax.
-Oh InuYasha…- la escuchó gemir su nombre y luego los dientes de Kagome se clavaron en su hombro… Dios eso si lo estaba sintiendo, ella lo estaba mordiendo y el líquido caliente, de sus entrañas bañaba su virilidad, los espasmos en el interior de ella le hablaban de su orgasmo y la forma en que el cuerpo le temblaba sobre él también. Un ansia avasallante sobre cargada por la sensación de estar siendo literalmente devorado, lo atacó, y se aferró con fuerza a su esposa, empujándose dentro de ella en busca de su culminación, una vez, otra, otra más, llegando hasta él en la cuarta penetración, sintiendo como todos sus pensamientos lógicos lo abandonaban, dejando su mente en blanco solo con la sensación de amor en el alma, y el dolor casi maquiavélicamente excitante de los dientes de Kagome en su hombro…
Y entonces hay
este sonido:
un ruido rojo de huesos,
un pegarse de carne,
y
piernas amarillas como espigas juntándose.
Yo escucho entre
el disparo de los besos,
escucho, sacudido entre respiraciones y
sollozos.
Se relajó, sintiéndola respirar agitada aún sobre su cuerpo, mientras que los espasmos, ahora ya más pausados y débiles se sentían en sus intimidades todavía unidas.
-Te amo tanto pequeña.- susurró en el momento en que sus sentidos regresaron, besando las sienes de ella que aún se mantenía oculta en su abrazo.
-Lo he notado…- comentó ella aún jadeante, y es que le costaba un poco más regular su respiración, todo parecía más acentuado ahora que estaba embarazada.
Una carcajada que llenó toda la habitación brotó de la boca de InuYasha ante las palabras de su esposa, sabía perfectamente que con aquella respuesta ella se estaba refiriendo a la casi frenética noche que habían compartido y a su modo pausado y calido de hacerle el amor, una grata sensación de satisfacción tanto física como emocional se expandió por su cuerpo, percibiendo perfectamente las partes de este que se unían a Kagome.
-Debemos subir…- mencionó buscando despejar el rostro de la mujer de cabellos, para poder ver sus ojos castaños, pero estos permanecían cerrados en un estado semi somnoliento.
-No quiero moverme… - respondió perezosa, ajena a todo lo que sucedía a su alrededor, InuYasha sabía que nadie los interrumpiría en este día, pero su espalda le estaba pidiendo la suavidad y frescura de las sabanas.
-No tienes que hacerlo…- le dijo, mientras que besaba esta vez la frente de su esposa, notando como ella mostraba una suave sonrisa victoriosa.
La acomodó entre sus brazos, envuelta en el vaporoso vestido de novia que antes vestía, avanzando por los pasillos hasta el cuarto que compartirían, una casa realmente espaciosa, pensada para una numerosa familia, cosa que a InuYasha de cierta forma llenaba de ilusión, una casa pensada a largo plazo, llena de pequeños nietos recorriendo el lugar, casi como si se tratara del clan Taisho, por un momento arrugó el ceño, y observó a Kagome medio dormida en sus brazos… esta era toda su familia… el resto no contaba…
-.-.-.-.-.-.-.-
InuYasha Taisho, un hombre solitario, que se había visto enfrentado a duras pruebas en su vida, pero que aún mantenía la esperanza de encontrar cosas buenas en ésta… una de ellas… la mujer que ahora dormía junto a él, la mañana aún no había llegado, hacía ya tres semanas desde que amanecían uno enredado con el otro, era una sensación exquisita que te entregaba placer con solo comenzar a experimentarlo como lo primero de lo que eras conciente al despertar. Kagome permanecía dormida, el cabello azabache hecho una trenza que en este momento reposaba sobre la almohada, la forma más cómoda de llevar el cabello, ahora que ya con veinticinco semanas de gestación, se movía cada vez más en la cama, que si bien no era pequeña, InuYasha en más de alguna noche se sintió amenazado con ser expulsado de ésta. Habían residido en su hogar por casi una semana completa, con la carencia de muebles que poseía, y como solitarios habitantes de ella, en una gratificante intimidad, sintiéndose cada vez más cómodos, la llegada de Senkai, había marcado una diferencia que se hizo notoria de inmediato, hacer el amor por las mañanas, se modificó, a hacerlo muy de madrugada, cuando el niño aún no despertaba e iba a incorporarse a ellos en la cama, con la curiosidad de saber como era que un bebé podía caber en el espacio que ahora mantenía Kagome en su vientre, ella que había creado una conexión, casi de inmediato con el pequeño, no reparaba en explicárselo todas las veces que el niño quisiera… era como practicar… además de que notaba la curiosidad también en el rostro de su esposo, al poder disfrutar por primera vez del avance de un embarazo, si bien él jamás se lo mencionó abiertamente, por el brillo dorado que mostraron sus ojos ante la primera vez que sintió al bebé moverse dentro de ella, comprendió que jamás pudo hacerlo con Senkai, quizás aquello era en parte la razón de la distancia que había mantenido con su hijo antes de que se conocieran, cosa que parecía imposible de creer cuando los observabas ahora a ambos, haciendo grandes luchas en medio de la amplia cama matrimonial mientras Kagome se levantaba por su primer desayuno de la mañana, el segundo era para la bebita… insistía…
Kagome sentía como levemente la mano de InuYasha se deslizaba por su vientre, acariciando con suavidad la curvatura cada vez más abultada, le gustaba despertar entre caricias de este tipo, además de algunas más osadas, que su esposo le dejaba notar, la forma en que la mantenía pegada a su pecho pudiendo sentir en plenitud la contextura firme de este, el calor que emanaba su cuerpo, una calidez de la que ya no podría prescindir a la hora de dormir, la cama se hacía demasiado grande cuando él no estaba en ella, de pronto una sonrisa socarrona afloro en sus labios, con los ojos aún cerrados, extendió su pálida mano hacía atrás y con los dedos, suavemente rozó la erección del hombre que jadeó con suavidad en su oído…
-Buenos días para ti también… pequeña…- susurró mientras que sus labios acariciaban su oreja, Kagome pudo sentir como se le erizaba la piel ante el solo contacto y sonrió más ampliamente, presintiendo que esta sería una de esas mañanas en las que retozar en medio de las sabanas era demasiado gratificante.
-Veo que te haz despertado algo inquieto…- mencionó mientras que retiraba su mano para girarse en el abrazo, pero InuYasha la sostuvo.
-Yo estaba muy silencioso…- aclaró él – hasta que tú despertaste, pero ahora…- dijo mientras que se empujaba contra ella con lentitud, dejando que Kagome percibiera a la perfección lo excitado que estaba.
-Mmmm… ya veo…- dijo mientras que él comenzaba a buscar con sus dedos los pezones inflamados de su esposa, que se preparaban para ser la fuente de alimento de su bebita, ya en más de alguna ocasión, InuYasha pudo probar al succionar de ellos, el sabor levemente salado del suero que ya comenzaban a producir, más aún con el estimulo de la succión, al menos Kagome no sufriría al amamantar a su pequeña, ya que él se había encargado de allanar el camino.
-Me encanta como se ponen…- le susurró con la voz más enronquecida aún, algo extraviado, apasionado, al tocar uno de los pezones que se erecto ante el solo contacto, ella pudo percibir como toda la piel se le sensibilizaba.
Kagome emitió un gemido suave y medido, era así al comienzo, cuando su deseo se empezaba a prender como un carbón tomando poco a poco el color anaranjado del fuego, la sangre en sus venas iba mansamente convirtiéndose en lo que parecía un pesado mar de lava que la recorría entregándole calor a todo su cuerpo, y todo debido a los besos suaves y húmedos que iba dejando su esposo en su cuello, derritiéndola por dentro, haciendo crecer la necesidad, se arqueó contra el hombro de InuYasha y con la mano le asió la cabeza intentando apegarlo más a sí, y es que precisaba con impaciencia de él. La mano que acariciaba sus pechos, bajo por el costado, haciéndola estremecer ante el solo roce de los dedos, hasta encontrarse con los rizos oscuros que cubrían su intimidad, buscando, abriéndose paso, ella alzó un poco la pierna intentando dejarla sobre la cadera de él a modo de permitirle un mayor espacio.
-No…- respondió al movimiento InuYasha, bajando nuevamente la pierna de Kagome, que comenzaba a jadear a intervalos más cortos de tiempo, ante la ansiedad que comenzaba a apoderarse de ella.
-Te quiero… te deseo…- dijo ella, algo perdida ya en sus desesperados intentos por tenerlo.
-Shhh…- la acalló con ternura, mientras que su erección se acoplaba al pliegue que formaba la entrepierna de su esposa, en aquella posición, se empujó con suavidad buscando, concentrado en la humedad de ella que comenzaba a quemar la suave piel de su miembro, hasta que la caricia aterciopelada de la entrada de ella, se abrió para él -… ohhh… estas tan mojada…- pareció al fin respirar.
-InuYasha…- musitó mientras que se acoplaba a la posición, arqueando un poco la espalda para permitirla a su esposo una mejor entrada, aunque se sentía increíblemente estrecha al no poder alzar la pierna, era como si no tuviera suficiente de él, e InuYasha no le permitía otra opción.
Se movió con delicadeza dentro de ella, sintiendo incluso el sonido estrepitoso de su corazón ante la contención de la que estaba haciendo gala, moría por conectarse con violenta pasión, esa que lo llevaría en cuestión de segundos a un clímax desesperado y desgarrador, pero quería igualmente disfrutar de sentirse en el interior calido y suave de Kagome, que lo recibía con increíble precisión.
-Amarte es más que solo esto…- dijo de pronto, con la voz profunda y adolorida incluso, sintiendo de pronto la necesidad de aclararle a ella que esta era solo una parte de lo que sentía -… hacerte el amor es el final perfecto... para mostrarte del modo que te amo…
-Muevete amor…- pedía ella algo desorientada, anhelando el contacto más a fondo de su esposo e intentando sopesar las palabras que ahora… en este preciso momento… él le decía… InuYasha se sonrió ante la ansiedad de Kagome, algo que se había acentuado debido a las hormonas que químicamente producían un efecto devastador en ella.
-Lento y pausado…- decía mientras que se movía de ese modo – pacifico, acariciador… suave…
-InuYasha…- reclamaba ella, luchando por levantar la pierna en busca de sentirlo más hondamente, pero él se lo impedía.
-Profundo… paciente…- decía mientras que su respiración agitada le acariciaba el oído a su esposa que gemía de necesidad, pudo sentir como una de las manos de ella se deslizaba buscando una de sus nalgas, enterrando las uñas, agitándose contra él.
-Por favor…- rogaba ya, casi al borde de las lagrimas, sentirlo en su interior y no poder completar su carencia era algo tan frustrante que ya no podía soportarlo, las caricias interiores que él le estaba dando no permitían que se apagara su instinto, sin embargo no terminaba de penetrarla.
-¿Quieres que te demuestre otro modo más de amarte?...- consultó humedeciendo el oído de ella con su aliento.
-Sí…- desfallecía con cada palabra, mientras que él le retiraba la mano de su nalga algo magullada por la pasión de su esposa.
-¿Quieres que te demuestre el modo ansioso y salvaje en el que también te amo?...- le continuó preguntando, agitado igualmente, pero demasiado fascinado por la necesidad de ella.
-Sí…- suplicaba, con la mano adherida al muslo velludo de su esposo, sintiendo sensibilizada la piel al punto de que cada roce que InuYasha efectuara en ella, la hacía gemir.
-¿Quieres que te demuestre que eres mía… y solo mía?...- susurró él ahora también invadido por el anhelo de posesión, aquel tan básico e instintivo que se gestaba dentro del alma de un hombre enamorado.
-Ohhh… InuYasha…- dijo dejando que las lagrimas salieran sin siquiera notarlo, las uñas le marcaban el muslo firme y velludo y entonces él le alzó finalmente la pierna sobre la suya, dejando un mejor espacio para introducirse, penetrándola profundamente y jadeando ante aquello, como si una explosión de ardor y apasionamiento que se mantenía contenida hubiese estallado.
No hubieron más palabras, solo los nombres de cada uno que salían de los labios ardorosos en forma de gemidos y jadeos, agitados y anhelantes, las oleadas de placer golpearon por separado, primero a Kagome, que se aferró con fuerza a las sabanas en un intento de no perderse de este mundo, experimentando los espasmos en su interior, mientras que InuYasha la aferraba desde la parte baja del vientre y la alta, intentando ayudarla a no escabullirse de su placer, para luego empujarse un poco más en ella, y alcanzar su propio clímax, desbordado y electrizante, escondiendo el rostro en la piel pálida de la espalda de Kagome, sabiendo que aquello era la gloria hecha mujer.
Estoy mirando,
oyendo,
con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma en la
tierra,
y con las dos mitades del alma miro el mundo.
Y
aunque cierre los ojos y me cubra el corazón enteramente,
veo
caer agua sorda,
a goterones sordos.
Es como un huracán
de gelatina,
como una catarata de espermas y medusas.
Veo
correr un arco iris turbio.
Veo pasar sus aguas a través de
los huesos.
Se quedaron en silencio, pegados aún, InuYasha sonriendo con suavidad ante las cosquillas que le ocasionaban los apretones con que el interior de su esposa martirizaba a su ya demasiado sensible miembro.
-Si seguimos así…- mencionó Kagome con la voz aún extraña – Takka se me saldrá por la boca…
Una carcajada algo ahogada se escuchó en la habitación, sin que InuYasha lograra reprimirla, liberándose finalmente de la cárcel en la que ella lo mantenía, se acomodó inclinándose sobre ella, y observó el rostro divertido de su esposa… ¿cómo había podido alguna vez ver a Kikyo en ella?... esa era un pregunta que jamás obtendría respuesta.
-Eres un ángel… pequeña…- dijo con la voz cargada de emociones, diversión, incredulidad y mucho amor…
-Dudo encontrar a un ángel en estas condiciones…- aclaró Kagome con la misma diversión que veía en los ojos dorados de su esposo.
-¿Te refieres a hacer el amor, o al sexo?... – preguntó besando la nariz respingada que le daba al rostro un aspecto altivo.
-Ambos… - respondió con una caricia que se extendía desde la sien de InuYasha, alisando el cabello hasta la parte baja de su espalda, la que ciertamente le costaba un poco alcanzar debido al busto en su estómago que la alejaba de su objetivo.
Un silencio se produjo, mientras que los amantes retozaban en el aroma de su amor, en la candencia que se producía luego de hacer el amor, ese momento en que las almas se entrelazan y forman un solo ser espiritual, tan férreamente conectado. La voz masculina se escuchó luego de unos cuantos minutos, rompiendo el silencio con suavidad.
-Debo ir a Kyoto esta semana… - comentó, con la cabeza apoyada entre los senos de Kagome.
-¿Por cuánto?...- consultó con algo de inquietud, recordando de inmediato la vez anterior en que InuYasha fuera a esa ciudad en compañía de Kaguya.
-Tres días… - respondió con cautela.
-¿Solo?...- no lo había podido evitar, la pregunta había salido de su boca antes incluso de llegar a pensarla bien.
-¿Importa eso?...- interrogó abrazándose más a ella, no quería ver el rostro de seguro molesto de Kagome, y es que sabia bien que no quería mentirle, pero ella no comprendería, él tampoco había podido olvidar la anterior visita a Kyoto y lo mal que lo había pasado al irse después de que ambos discutieran.
-No… déjalo…- intentó conciliar ella, sabía bien que InuYasha era su esposo, y le había demostrado de todas las maneras posibles que era solo suyo, temer a algo ahora sería ciertamente inaceptable… pero de todos modos ese razonamiento no la conformó del todo…
Esa amanecer la figura alta y serena de InuYasha, vestido solo con su bata, anudada en la cintura, dejando parte de su pecho al descubierto, se deslizaba por la casa, resguardado por el silencio de la temprana hora, iba a la cocina en busca del primer desayuno de Kagome, se sentía un poco más tranquilo a notar que ella había tomada relativamente bien, y con mayor madurez de la que esperaba su viaje, y si bien era cierto que no le había dicho que efectivamente viajaría con Kaguya, tampoco le había mentido… al avanzar por el pasillo de los dormitorios, notó que la puerta de Kosho estaba abierta y que por ella salía luz artificial, ya que aún el sol no iluminaba lo suficiente, más aún por ser ya días de otoño, apresuró el paso algo inquieto pensando que podía sucederle algo a Senkai, vio la puerta del niño cerrada y la abrió con sigilo, notando como éste dormía tranquilamente aún, continuó hasta el cuarto de la niñera y se asomó con cautela.
-Pasa algo…- no terminó la frase, ya que no había nadie, giró la vista por el pasillo, percibiendo apenas los contornos de los muebles de la sala, debido a la luz demasiado tenue aún, volvió a mirar dentro del cuarto y se animó a entrar e inspeccionarlo bien.
Sobre la cama encontró una serie de artículos extraños, que llamaron su atención, jamás los había visto en la habitación anterior de Kosho en la casa en la que vivían, pero eran notoriamente antiguos, cosas que había trasladado ella, arrugó en ceño al notar que uno de ellos era una imagen de mármol, se asemejaba a una especie de diosa que por una extraña razón le parecía conocida, inspeccionó un poco más la imagen, pero luego la dejó, notando que también había una caja de metal con un extraño polvo negruzco que acercó un poco a su nariz olía a incienso, por lo que logró dilucidar, pero el picor que le produjo le arrancó lagrimas en los ojos, las que enjuagó rápidamente con un par de pestañadas, dejó la caja para encontrarse con una vela piramidal, de al menos unos veinte centímetros, era mayormente de color negro, con unas vetas de rojo que daban la impresión de que sangrara, aquello llamó su atención de un modo poco agradable, extendió la mano para alcanzarla, cuando el sonido ahogado de la voz femenina que le llegaba desde la puerta lo obligó a mirar.
-Kosho…- dijo sin saber muy bien que pensar, aquellos objetos eran extraños e increíblemente inquietantes.
-Señor… pensé que estaba dormido… - intentó parecer tranquila, aferrando más a su cuerpo una envoltorio de genero negro que parecía conservar algo rectangular en su interior, pudo notar de inmediato que aquello, o bien era parte, o completaba, aquel arsenal visiblemente adorativo.
-¿Qué es todo esto?...- dijo extendiendo su mano sobre los artículos sobre la cama, sabía bien que había estado hurgando sin permiso, pero no le agradó la sensación de que aquello estaba siéndole ocultado, de otro modo, ¿por qué Kosho lo estaba trasladando a esa hora, en la que se aseguraba de que todos dormían?...
Continuará…
FELIZ AÑO 2006… Eso primero que todo lo demás, esperar que traiga par ustedes muchas alegrías, pero recuerden que mucho de cómo se dan las cosas en nuestras vidas, depende del prisma que nosotros mismos le damos alas cosas…
Ahora esperando que este capítulo cargadito al amor, les haya gustado, después de todo se merecen pasarlo bien y disfrutar de amarse del modo que lo hacen… por otra parte, me parece que las embarazadas se desinhiben un poquitín con esto de la revolución hormonal que se produce en ellas, y encuentro genial aprovecharlo…
Agradecería enormemente sus comentarios, y prometo dejarles capítulos con más rapidez… besitos y… eso…
Siempre en amor…
Anyara
P.D.: poesía… como siempre Neruda… qué pasión en su escritura… espectacular…
