Capítulo XXXV
DesilusiónNo había pasado demasiado tiempo desde que InuYasha la dejara solitaria en aquella cama tan grande, que parecía incluso más enorme cuando él no estaba, se acurrucó a sí misma y posó su mano sobre el vientre que se movió ante su propia inquietud, no sabía por que tenía un mal presentimiento con respecto a este viaje a Kyoto que su esposo haría.
-Debemos confiar más en él…- musitó casi inaudible dirigiéndose a su bebé que volvió a dar un brinco dentro de ella, Kagome se sonrió con una ternura enorme, sintiendo que su pequeña niña podía comprenderla, sabía que sus temores debían de ser infundados, pero un atisbo de celos se movía en su interior… solo había que mantenerlo a raya.
Observó con la escasa luz que ingresaba por la ventana, el lugar vacío, pero aún tibio, en el que reposaba momentos antes el cuerpo de InuYasha, formaba en su mente la figura exacta de su esposo, el rostro con sus labios medianamente gruesos, que cuando algo le molestaba formaban una línea fuerte y recta que endurecía su mandíbula, podía ver igualmente las sonrisas traviesas y alegres que últimamente acompañaban a sus ojos dorados cuando la miraban, e intentaba compararlo con el hombre serio y exasperadamente cortés que era cuando lo conoció, el hombre que incluso parecía levemente tímido al inicio de la relación de ambos. Un ruido en el pasillo llamó su atención, le pareció oír pasos, y una puerta que se cerraba, se puso de pie con algo de dificultad, le era cada vez más difícil moverse con ligereza, uno de los tantos inconvenientes de su estado, pero que sin lugar a dudas valía como penitencia pagar, para al fin tener a la criatura que se gestaba en su interior entre sus brazos.
-Necesito que me expliques que es todo eso que encontré en tu habitación…- se escuchaba la voz potente del hombre que hacía lo posible por controlar el tono furibundo, no sabía bien de que se trataba todo lo que la mujer mantenía en su habitación, pero sí sabía que no le agradaba nada, alguna vez vio cosas similares en otro lugar, y tampoco le agradaron entonces.
-Señor…- susurró Kosho, intentando buscar una excusa que la absolviera de sospechas o dudas, su "señor" se molestaría demasiado con ella si la sacaban del lado de Hijiri.
-Y dime… ¿qué llevas ahí?…- mencionó, con el mismo tenor, indicando el bulto rectangular que sostenía la mujer entre sus brazos, del que no había querido separarse incluso cuando InuYasha casi la arrastró hasta el despacho que había habilitado en su propia casa. Notó como Kosho aprisionó con mayor fuerza en envoltorio contra su cuerpo, como si temiera desvelar lo que se encontraba en él. InuYasha apretó los labios y tensó la mandíbula, como lo hacía cuando intentaba contener alguna emoción, los ojos oscuros de la mujer se ocultaban de él, no lo observaba directamente, aunque ya había notado que jamás lo hacía, era una muchacha tímida, traída desde el interior del país, con poca educación y con una carencia afectiva muy grande, al menos eran los argumentos que le había entregado Kikyo cuando decidió tomarla para el servicio de la casa, nunca comprendió muy bien de que hablaban tan extensamente las dos mujeres, su esposa fallecida era de las que relataba poco de sí misma, sabía ciertamente los aspectos que conformaban su vida, los muchos y extensos viajes que hizo con su padre luego de que muriera su madre, y sobre el accidente… por alguna razón Kikyo cambiaba su semblante cada vez que se refería a él, InuYasha se lo atribuía al temor que ella debió sentir por su padre.
-Habla Kosho…- La instó ya por última vez, el silencio de la mujer lo estaba enervando, si no había nada malo en lo que encontró, no había motivo para el silencio… se convenció y avanzó los pasos que lo separaban de la empleada y le arrebató literalmente el objeto de entre los brazos. Ella pareció palidecer, extendiendo sus manos trémulas de un temor que InuYasha no comprendía, intentando alcanzar el objeto que ya estaba siendo liberado de su cobertura de oscura tela. Él se quedó mirando fijamente lo que parecía un cuadro con una fotografía, de alguna manera se sentía frente a lo peor que pudiera encontrar.
-¿Qué es esto?…- mencionó, sin energía en la voz, como si toda se le hubiese ido a los pies y disuelto bajo ellos, y es que ver en aquella imagen la fotografía de su esposa muerta, era más de lo que habría podido imaginar… ¿acaso Kosho le tenía un altar?… fue lo primero que logró armar en su mente en base a la información.
-Lo siento señor…- dijo ella a modo de defensa, sabía bien que no podía permitir bajo ningún aspecto que la sacaran de esta asa, y si pare ella debía recurrir a un arrepentimiento que no poseía, pues eso era lo que iba a hacer.
-¿Estas venerando la imagen de…? Oh, Kosho…- dijo girándose con ambas manos en la cabeza, sintiéndose consternado, sabiendo que esto solo era parte de lo que él mismo había creado, ya que al convertir su habitación en un santuario para su esposa muerta, simplemente había dejado la pauta. Kosho sintió un latigazo de ira golpearle cuando notó que el señor no pronunciaba ya el nombre de su esposa, por que aunque hubiera una nueva Hijiri, ella jamás se acercaría a la perfección que poseía su señora Kikyo, esta nueva mujer no era más que una cualquiera que desconocía la importancia de misión, una cualquiera que se le andaba ofreciendo al señor en todo momento, y eso había hecho que InuYasha Taisho olvidara su amor por su esposa…
Un par de golpes en la puerta los trajo de vuelta a ambos por separado, enfrascados en sus pensamientos, InuYasha se giró y supo de inmediato por el suave golpe que se trataba de Kagome, ella no debía perturbarse, su estado no debía de ser alterado por cosas como estas, abrió el último cajón del escritorio y puso con rapidez la fotografía en ese lugar, ya luego se encargaría de ver que hacer con ella.
-InuYasha … ¿estas ahí?… - se escuchó la voz femenina al otro lado de la puerta, Kagome se sentía algo insegura, había caminado con cautela en medio de la penumbra, no llevaban demasiado tiempo viviendo en esta casa, pero al menos ella ya conocía los pasillos, se acercó a la puerta cerrada del despacho de InuYasha, de seguro la que había escuchado momentos antes, la luz por bajo la puerta se filtraba y podía comprobar que ahí había alguien, de pronto las voces algo alteradas y en susurros de él y … ¿Kosho?… le llegaron.
-Adelante pequeña…- respondió mientras que cerraba con la rodilla el cubículo del escritorio, sin notar la mueca casi imperceptible que hizo la mujer que permanecía frente a él ante el apodo cariñoso con que se refirió a su esposa.
-Es algo temprano…- comentó Kagome entrando en la habitación con el ceño algo apretado curiosa y preocupada igualmente, no era una escena normal la que se estaba llevando a cabo en ese lugar. -Estaba ultimando algunos detalles con Kosho, por lo de mi viaje – dijo el hombre dando una mirada corta pero profundamente significativa a la aludida, que solo guardó silencio, quizás en señal de afirmación – y ahora ella iba a preparar el desayuno de Takka…
Se acercó hasta Kagome que los observaba con una extraña mirada, en el fondo InuYasha se sentía ahogado por la pequeña mentira que le había dicho, pero no quería dañarla y en vista de que estaría fuera algunos días, su esposa lo que menos necesitaba era sentirse invadida y poco querida en su propia casa, ya tendría tiempo de aclarar con Kosho algunas cosas, ahora había solo una señora Taisho, y ella debía de comprenderlo.
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Se encontraban las dos amigas en una cafetería cercana a la clínica Sengoku Jidai, Kagome hacía mucho que no visitaba a Sango, con todo el tema del cambio de casa, su matrimonio y el largo tiempo que le había estado dedicando a Senkai, su amiga había pasado a segundo plano.
-Tranquila Kagome no debes de preocuparte…- mencionó Sango tomando la mano de su amiga por sobre la mesa, al recibir las excusas de ésta – y ¿cómo va el tema de la habitación de la niña?... – consultó con entusiasmo, notando como Kagome sonreía.
-Bien, en cuanto InuYasha llegue iremos a escoger el papel y los muebles – dijo con un brillo especial en los ojos, acariciando el vientre que parecía moverse cada vez que ella nombraba a InuYasha, cosa que había podido notar este último tiempo y que le causaba una sensación demasiado grata, quizás debido a las incontables oportunidades en las que Kagome se había despertado con un InuYasha que le susurraba cosas a su barriga.
-Me alegro tanto por ti Kagome… ¿eres feliz?...- le preguntó, ladeando un poco la cabeza mientras que observaba los ojos de su amiga que se quedaron por unos segundo fijos en algún lugar de sus recuerdos.
Kagome escuchó la pregunta y de pronto vinieron a su mente un sin fin de situaciones, momentos, cosas que habían compartido a los largo de estos meses junto a InuYasha, a su hijo, que ya había pasado a convertirse en una parte tan importante de ella, se detuvo en el momento más doloroso que podía recordar, cuando descubrió el santuario en el que se había convertido la habitación que su esposa había compartido con la madre de Senkai… pero luego esbozó una suave sonrisa y se enfocó en los ojos castaños de su amiga que parecía curiosa.
-Claro que lo soy…- había podido separar todas las emociones, vividas y enfocar aquella simple pregunta en lo que había dentro de ella, encontrando una dicha tan enorme que parecía no caber dentro de su alma
Sango se sintió aliviada al oírla, de alguna manera Kagome siempre sería como su hermana pequeña. La había visto crecer y convertirse en la mujer que ahora era, y u poco de la culpa que experimento cuando estalló la bomba del pasado demasiado presente de InuYasha Taisho en la cara de su amiga, se difuminaba ante el rostro alegre que ella tenía ahora, sabiendo que se trataba de una reposada felicidad.
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El teléfono temblaba en las manos pálidas y frías de la mujer, sostenía el auricular con fuerza y apretaba los labios casi aterrorizada, las palabras que salían del hombre en la línea eran suaves y elegantes, jamás parecería que ejercían un poder tal en ella como para tenerla al borde de un colapso nervioso.
-Si señor…- era lo único que Kosho lograba decir mientras que recibía las instrucciones de parte de su "señor", luego de que desesperada le comentara lo que había sucedido con InuYasha Taisho y su temor de ser sacada de la casa, ella debía de permanecer.
-No te preocupes… - se escuchó la voz casi amable del hombre, como si nada lograra alterarlo, pero la frialdad de su tono le laceraba el intestino – yo me encargaré… Fue todo lo que debió decir para que el rostro de Kosho que no había dejado de ser uno consternado al punto de que alego enfermedad para mantenerse en su habitación, volviera a ser el de la niñera calma e inexpresiva.
Sabia bien que si dejaba las cosas en manos de Naraku, todo saldría a la perfección, esta era su segunda oportunidad, ya no podían perderla, Hijiri reconocería con su sangre al salvador y con eso se sellaría el pacto.
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Kagome se paseaba por la casa sabía bien que había dejado el libro que estaba leyendo en algún lugar, InuYasha solía guardar las cosas que ella dejaba por ahí en desorden, n eso ella debía de concederle cierto halago, sabía bien que su fuerte no era el orden, al menos no en la casa, deseaba mantenerse al tanto de lo que se estaba llevando a cabo en medicina, luego de que su bebita estuviera lo suficientemente crecida como para poder dejarla durante algunas horas, ella retomaría la universidad, su esposo se estaba encargando de educarla todo lo posible para que los estudios no le resultaran tan agotadores, sabían bien que contaba con su apoyó y últimamente, sobre todo en su estado, aquello era un alivio.
Entró en el despacho, ahí era donde compartían gran parte del tiempo, InuYasha se estaba trayendo aquellos informes que tanto le costaba revisar a casa y ella pasaba largas horas ayudándolo, era su forma de pasar tiempo juntos, el trabajo se había vuelto algo extenuante, y aunque la mayoría de los residentes que en su momento habían llegado a la clínica ya había terminado con su residencia, el trabajo se había hecho pesado, estaban necesitando un médico más, le había dicho InuYasha una tarde, ella anhelaba poder trabajar con él, había sido su sueño, mucho antes de atreverse a soñar con ser su esposa. Observó el lugar con cuidado, buscando el libro que había estado leyendo, no vio nada sobre los muebles y se acercó a la biblioteca, por si acaso InuYasha lo hubiera puesto en su sitio, pero este continuaba desocupado, avanzó hasta el escritorio y comenzó a abrir cajones, uno por uno los observó en su interior sin encontrar rastro de lo que buscaba, había abierto el penúltimo cajón y nada, tomo el asa del último, y cuando estaba a punto de abrirlo una voz pequeña y alegre le llegó
-Kagome… al fin te encuentro… - decía ansioso el pequeño - ¿me acompañarías al jardín?...
-No puedo jugar cariño…- aseguró ella sonriendo, le había tenido que aclarar en varias oportunidades que con la barriga que portaba, no podía rodar por la hierba, ni trepar al gran roble que se habían encargado de que la casa tuviera.
-Oh… lo sé…- dijo algo desilusionado, pero luego sus ojos se llenaron de un gran brillo – pero como papá dijo que debía de cuidar de ambas, te sentarás junto a mí mientras yo ruedo…
Kagome no pudo más que sonreír ante las palabras tan cargadas de inocencia y afecto que el niño tenía para ella, verlo sentirse responsable de proteger de ambas era más de lo que sus emociones de por sí ya muy a flor de piel en ella, podían resistir, y sintió como los ojos se le humedecía. Pensó en el libro que buscaba y en que sería muy grato leer en el jardín, aún el ambiente estaba grato a esa hora del día.
-Iré en un momento – aseguró.
-Prepararé tu silla…- dijo Senkai y se giró para salir corriendo hacía el jardín.
Rompo
mi voz gritándote y hago horarios de fuego
en la noche
preñada de estrellas y lebreles.
Rompo mi voz y grito.
Mujer, ámame, anhélame.
Mi voz arde en los vientos,
mi voz que cae y muere.
Volvió a asir la manilla del cajón y tiró de ella, hurgó unos papeles sueltos que había, para encontrarse con algo que no imaginó sintiendo como la sangre comenzaba a correr congelada por sus venas, fluyendo hasta hablarle la espalda e incluso el corazón, no esperaba encontrarse aquello, de alguna manera era como sentir que seguían habiendo cosas ocultas a sus ojos, que por mucho que se cambiaran de hogar y construyeran un sitio solo para ellos, InuYasha jamás dejaría de adorar la imagen de su esposa muerta… y ahí estaba, una fotografía de una Kikyo serena y hermosa, que con sus inexpresivos ojos castaños parecía decirle que solo había una señora Taisho, y esa era ella.
La respiración se le entrecortó, el corazón latía con fuerza en su pecho, los ojos se le llenaron de lagrimas nublándole la visión, y sentía demasiado dolor en el pecho, se apoyó la mano en el vientre donde su bebita comenzaba a agitarse… y entonces el timbre del teléfono la alertó, lo enfocó con dificultad y extendió la mano, de un modo casi automático, sin pensarlo siquiera temblorosa.
-¿Si?…- sonó su voz calma, tanto que cualquiera que no la conociera lo suficiente podría no notar su pesar.
-¿Qué sucede pequeña?…- consultó asustado el hombre al otro lado de la línea.
Continuará…
Holitas, he aquí un nuevo capítulo que espero que les agrade, tiene un poco de todo, ya que estamos llegando a los últimos y comenzamos a anudar los cabos sueltos… me encantaría saber si disfrutan tanto leyendo como yo lo hago al escribir… besos y gracias por la compañía.
Siempre en amor…
Anyara