Capítulo XXXVII

Intenciones ocultas

Kagome se quedó helada por un momento, cuando vio en los ojos del visitante que venía dispuesto a arrebatarle un trozo de su vida, a Senkai. Añoró la presencia de InuYasha en casa, la seguridad de su protección, la forma en que seguramente la habría ocultado a los ojos de Naraku y lo habría enfrentado, pero él no estaba, no regresaría probablemente hasta el día siguiente, y solo estaba ella… y entonces tomó aire como infundiéndose seguridad, cosa que el hombre frente a ella notó de inmediato, este era su hogar y su familia y ella los defendería.

-¿Qué lo hace creer que se lo permitiré?...- consultó con la voz suave, pero segura, una de sus características.

-¿Qué puedes hacer para impedírmelo?...- preguntó él con sorna, logrando que el corazón de Kagome diera un vuelco dentro de su pecho, tenía razón, no había demasiado que ella pudiera hacer, pero eso no la amedrentaría.

-Puedo llamar a la policía – aseguró notando como el hombre comenzaba a acortar la distancia entre ellos, sintió a su bebita moverse con fuerza dentro de su vientre, de seguro percibiendo que los latidos del corazón de su madre comenzaban a agitarse.

-Cuando ellos lleguen yo ya estaré muy lejos de aquí…- le susurró con la voz pesada y cargada de un tono tan maligno que Kagome se estremeció ante el contacto del aliento masculino contra su rostro.

Ella notó como el hombre se abalanzaba en clara señal de desear entrar en la casa, el niño estaba a solo metros de donde se encontraban ellos ahora y el solo pensar en que pudiera sacarlo de la casa le hizo sudar helado, se sentía mal, demasiado mal, de seguro algo estaba pasando con su presión arterial, ya que sentía un sudor frió perlarle la frente y las sienes, ero no dejaría que nada le sucediera a Senkai.

-No lo permitiré – le dijo con total convicción, poniendo su pequeño cuerpo en comparación con el de Naraku, en la entrada al pasillo que daba al resto de la casa, el hombre la miró ya no con aquel talante gracioso, más bien con una mirada penetrante e iracunda que solo ayudaba a que se sintiera peor, notó como la tomaba de los brazos y la movía a un lado para dejarla pegada a la pared.

-Tú, no harás nada Hijiri…- le susurró y Kagome arrugó el ceño sin saber bien por que la había llamado de ese modo tan extraño.

Por un segundo Kagome se quedó estática en el lugar que Naraku le había asignado, pero su reacción fue casi inmediata, despejó nuevamente su mente y avanzó tras de él por el pasillo.

-Sumomo… llama a la policía…- dijo, sabiendo que ellos no llegarían a tiempo para evitar que este hombre si deseaba utilizar la fuerza bruta llevara a cabo su amenaza. Senkai permanecía sentado en el mismo lugar en el que Kagome lo había dejado, con la cuchara que tenía en la mano, jugaba con las burbujas que el agitar la lecho dejaba al borde de la taza, observó el rostro de aquel hombre al que no recordaba haber visto jamás, y de pronto la palidez del de Kagome tras de él lo asustó.

-¿Qué pasa Kagome?...- consultó con la cuchara aún en el aire, los ojos dorados tan iguales a los de su padre expectantes y muy abiertos, con los pies colgando de la silla, sitió como un par de brazos lo tomaban y lo elevaban en el aire, no entendía lo que estaba sucediendo pero era evidente que el hombre que tenía en frente no era bueno.

-Nada Senkai…- respondió la voz de la mujer que lo tenía en sus brazos, Kosho rodeo la mesa intentando evadir a este hombre que por la rapidez de su avance estaba seguro de poder llevarse al niño.

-Entrégame a ese niño mujer… dijo con la voz profunda y molesta Naraku, cuando la figura femenina comenzaba a rodear la mesa intentando evadirlo.

-No se lo daré…- respondió Kosho

Kagome se había llevado la mano a la boca cuando vio que la niñera tomaba a Senkai en sus brazos, por un momento tuvo la sensación de que se lo extendería en el aire a Naraku y que se sonreiría ante aquello, pero cuando vio que ella lo evadía con lo que al menos parecía genuina preocupación sintió que podía respirar al menos un poco.

-Vamos mujer… entrégamelo, sabes que es mi nieto – exigió.

-No, déjelo en paz, el señor InuYasha no desea que usted vea al niño – la negativa de la niñera parecía poner los nervios tensos de Naraku, que comenzaba a rodear la mesa intentando alcanzarla, pero aquella tan usual forma de escape estaba dando resultado.

De pronto el sonido de la cerradura los alertó a todos por igual, Kagome sintió que después de todo Dios le estaba enviando la ayuda que necesitaba, cuando escuchó un sonido secó de los pasos seguros por el pasillo, observó hacía atrás. Para ver el rostro enfurecido y los ojos dorados fulgurantes de su esposo, que se veía imponente y alto, era como su su superhéroe privado hubiera entrado.

-¿Qué sucede aquí?...- consultó leyendo en las expresiones de los presentes la situación, nadie se atrevía a hablar ya que la tensión parecía capaz de cortar el sonido de las palabras en dos.

InuYasha caminó en dirección a Kosho y tomó desde sus brazos a su hijo.

-Ve a tu habitación pequeño…- le dijo dándole un beso en el cabello cuando lo bajaba, el niño, por una especie de instinto de preservación, corrió ejecutando la orden – ahora tú, ¡vete de mi casa!. – exigió, notando de medio lado el sobresalto que Kagome sintió ante el sonido gutural de su voz.

-Veo que tienes una pequeña cuadrilla para resguardar a mi nieto – dijo con algo de burla refiriéndose a las mujeres de la casa – pero no siempre serán capaces de contenerme.

-De ahora en adelante te encontrarás conmigo a cada paso – respondió InuYasha con los puños apretados, la mandíbula apretada y los deseos cada vez más enormes de romperle la cara en ese instante al hombre, hizo un movimiento indicando su intención, cuando sintió las manos de su esposa tomarle uno de los brazos, reteniendo su furia con ello, observó en agarré con los ojos inyectados de furia, pero comprendió. – solo vete…

Aquella orden, tan simple, que podía tomarse incluso como una simple petición, llevaba consigo en el tono en que había sido proferida, una amenaza tan palpable que Naraku pareció incapaz de eludirla, no sin antes decir la última palabra.

-No mereces volver a tener una familia después de lo que le hiciste a mi hija…- InuYasha volvió a tener el impulso de partirle la nariz, pero nuevamente Kagome lo contuvo.

El hombre se retiró dejando en completo silencio el lugar, las cuatro personas que se encontraban en medio de aquella habitación, permanecieron por instantes abstraídos en sus pensamientos, de pronto InuYasha fue conciente de Kagome, solo cuando ella liberó su brazo y pudo notar como se veía demasiado pálida apoyada en la pared, una capa de sudor le cubría el rostro, y se giró para abrazarla, pero entonces los ojos de ella comenzaron a blanquearle, y alcanzó a sostenerla antes de que cayera.

-Kagome… pequeña… ¿qué te sucede?...- sintió que la adrenalina lo golpeaba nuevamente.

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InuYasha sintió que se le salía el alma del cuerpo, un extraño vacío se apoderó de él cuando vio que Kagome se desplomaba, la tensión de los momentos vividos la habían desequilibrado, su presión había bajado, como él mismo lo comprobó luego de una medición y tal como ella lo había previsto anteriormente y simplemente se desvaneció, dos golpes en la puerta fueron los que alertaron al hombre de la presencia de un tercero.

-Adelante…- dijo casi en un susurro, Kagome parecía más tranquila, pero no deseaba molestarla, aunque ya se le veía un poco más de color en el rostro, de todos modos deseaba que un especialista le dijera como se encontraba.

La figura alta y estilizada de un hombre al que jamás creyó ver en su propio hogar, entró al cuarto relativamente oscuro, de hecho la luz del sol estaba opacada por algunas nubes lo que les recordaba la cercanía de la estación invernal.

-Buenos días InuYasha…- saludó con toda la cortesía que le resultaba posible, aunque su voz de todos modos sonó molesta, Bankotzu le había prevenido de que debía de cuidar muy bien a Kagome, su sensibilidad emocional estaba bastante desarrollada, ya lo había podido comprobar él como su medico, y también como su amigo.

-Buenos días…- respondió, sintiendo la culpa del estado de Kagome, que si bien no era grave, no debía de suceder, si tan solo él hubiera estado en casa un poco más temprano, habría podido enfrentar a Naraku desde su llegada y su esposa no se habría visto obligada a defender a Senkai.

Bankotzu avanzó hasta la cama en donde se encontraba Kagome, su cuerpo estaba de medio lado, que era una de las posiciones más cómodas que había encontrado para recostarse, tenía las piernas cubiertas con una manta, y le sonrió con suavidad cuando lo vio acercarse, la mano posada sobre el vientre ya más calmó, Takka había dado un gran salto cuando escuchó la voz de InuYasha al llegar a enfrentarse a Naraku, y luego ya finalmente se tranquilizó.

-¿Cómo estas preciosa?…- consultó con un tono tan desesperadamente afectivo, según pudo comprobar InuYasha, que tuvo que hacer acopió de todas sus fuerzas y su sentido común, para no sacar de ahí al hombre, Kagome le dio una suave mirada que lo llevó a comprender que podía leer en el fuego de sus ojos dorados que no soportaba ver a Bankotzu tan cerca y tan amable.

Perdóname si yo,

Te corto las alas, te retengo en mi vida

Atada a mi alma, y tu mundo es mi piel

Que te quema o te calma

-InuYasha… ¿me pides un poco de agua?… - pidió con la voz aún debilitada, ¿qué podía decirle, no, por que no quiero dejarte sola con tu ginecólogo… maldición…

-Enseguida…- fue todo lo que respondió, dejando la habitación, sabía que eran celos irracionales, pero es que Kagome era suya, y el ver como ese hombre aparecía en escena como si se tratara del héroe, le revolvía el estomago.

Bankotzu hizo algunas mediciones generales del estado de salud de su paciente, primero le tomó la temperatura, y mientras el termómetro daba su diagnóstico, comenzó a rodear el brazo con el medidor de presión.

-Eso ya lo hizo InuYasha…- mencionó ella con una dulzura enorme, al recordar el modo en que amorosamente su esposo la había traído hasta la cama, su desvanecimiento había durado muy poco, fue más que nada, según ella misma pudo apreciar, una descompensación producto del nerviosismo, agradecía que aquello no le sucediera antes de que llegara InuYasha.

-Que bien… pero es mi trabajo…- dijo con un talante bastante molesto, que Kagome pudo percibir a la perfección.

-Aún no lo apruebas – aseguró, mientras que Bankotzu con sus ojos azules, observaba atentamente la presión de paciente, liberando poco a poco el aire del instrumento.

-No puedo aprobar que te ponga en riesgo de este modo… - respondió con la voz firme a pesar de la suavidad con que intentaba dirigirse a ella – dime, ¿qué sucedió?… ¿discutió contigo?… ¿te alteró?…- no podía dejar de pensar en el estado en que había llegado Kikyo a la clínica cuando dio a luz. Kagome apoyó la mano que tenía libre, sobre el antebrazo del hombre obligándolo a mirarla a los ojos.

-InuYasha me ama más que a su vida…- respondió intentando calmar a su médico, que en este momento estaba exteriorizando sus inquietudes de amigo, sabía bien que él temía por ella, pero Kagome sabía la verdad de lo sucedido entre InuYasha y Kikyo el día en que ella intentó suicidarse…

En tanto el hombre de largo cabello oscuro, esperaba a que el agua estuviera a punto para prepararle a Kagome un té de hierbas como le había aconsejado Sumomo, Kosho por su parte se había encargado del cuidado de Senkai, una vez que el caos llenó la casa cuando su esposa se había desvanecido. Observó de reojo a la niñera que estaba pelando una fruta para el niño, y luego volvió a fijar la vista en la taza que permanecía frente a él, con una bolsa de té en su interior, algo de azúcar y en espera del agua hervida. Recordó sus propias conclusiones de la noche anterior, cuando acordó consigo mismo, despedir del mejor modo posible a Kosho, que hasta ese momento parecía estar causando más problemas de los debidos en casa, pero ¿ahora que haría, había visto como había defendido a Senkai del padre de Kikyo, y en parte aquello había significado una ayuda para Kagome, apretó un puño sobre el mueble de blanca cubierta, pensando una vez más en que si tan solo hubiera estado en casa un poco antes.

-Listo señor…- escuchó la voz de Sumomo, que con la tetera en la mano, había depositado la cantidad de agua necesaria en la taza que ahora humeaba ante él - ¿quiere que se la lleve a la señora?...- consultó con diligencia.

-No Sumomo, yo lo haré…- respondió con calma, mientras que tomando la taza comenzó a avanzar en dirección al cuarto de su esposa, observó una vez más a Kosho que terminaba ya su labor con la fruta, sin distraerse a enfrentar su mirada dorada. Después de todo seria útil mantenerla en casa un poco más, avanzó por el pasillo en espera de que Bankotzu ya hubiera terminado, sabía bien que Kagome lo había enviado a distraerse.

Cuando InuYasha se perdió por el pasillo, la mujer con el plato lleno se fruta camino varios pasos tras de él, reflejando una leve sonrisa que hablaba de victoria, cuan acertado había sido obedecer las ordenes de su "señor", y cuan cierto había resultado aquella frase que le dijo "no te preocupes…yo me encargaré"… sabía que después de la escena de hoy al menos podría quedarse el tiempo necesario en casa de los Taisho… con la familia de su señora Kikyo…

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La tarde ya estaba cayendo, y en la casa reinaba un ambiente de tranquilidad, InuYasha estaba sentado sobre la cama, con le espalda apoyada en el respaldo y con Kagome apoyada en su pecho, había permanecido así ya un largo tiempo, y al menos ella no se había quejado de encontrarse incomoda, él comprendía perfectamente que el estado en el que se encontraba no era el más agradable, y aún le quedaban varias semanas para poder descansar al menos de los malestares. Le observó el rostro que parecía adormilado u se inclinó lo suficiente para posar sus labios en la sien de su esposa.

Perdóname si yo te quiero así,

Entregada a mi ser y mis cuentos de hadas

Amándome más que a ti misma

Si vivo para ti, debo confesar,

Que no tengo otra forma de amar,

Otra forma de ver esta es mi única verdad

-Te amo…- susurró muy bajito, sintiendo al menos por el momento la tranquilidad de tenerla entre sus brazos.

-Lo sé…- respondió ella, alzando su mano aún con los ojos cerrados, para acariciar con la punta de los dedos el mentón de su esposo. Que se sorprendió gratamente al notar que no estaba dormida.

-No dejaré que nada malo les pase…- dijo sintiendo como se le atenazaba el estomago ante el solo pensamiento de perder a alguno de los tres.

-Nada malo nos sucederá… - aseguró, adoptando una posición de guerrera mientras que se sentaba en la cama – el mal jamás vence amor…- volvió a acariciarle la mejilla, mientras que se le acercaba lo más que fue posible debido al volumen de su vientre y deposito en los labios masculinos un beso profundo y sentido, ese que le agradecía solo por estar junto a ella. De pronto a su mente vino una palabra, un nombre que le habían dado esta mañana y se sintió extraña e inquieta… Hijiri…

Que tengo tanto miedo de perderte

De estar a tu lado y no merecerte

Y tengo tanto miedo, tanto miedo

Que no puedo dormir, que no puedo creer

Que estoy enamorado hipnotizado

Y que no es mentira… estoy enamorado…

Continuará…

Bueno, esta vez me tardé menos, espero que puedan respirar tranquilos después del modo en que se arregló el tema de Naraku, ahora claro, lo de Kosho debía de ser de ese modo, esa mujer no puede abandonar la casa aún, por un tema de utilidad para la historia… espero que lo disfruten y que me dejen sus comentarios…

Besitos y gracias por leer.

Siempre en amor…

Anyara

P.D.: El tema es una canción de Marc Anthony, se llama "Volando entre tus brazos" un hermoso tema para quienes deseen escucharlo, y creo que a ti, querida Dita Chan te encantará.