Capítulo XXXVIII

Las espinas

Las semanas estaban pasando en relativa calma, luego de la extraña aparición de Naraku, la que de algún modo había llenado de incertidumbre a InuYasha, las cosas estaban en relativa calma. Kagome, con el vientre cada vez más abultado intentaba pasar sus días en una inquietante espera, su esposo había acortado sus horas de trabajo en la clínico, para permanecer más tiempo con ella y Senkai, que cumplía sus cinco años no hacía mucho, y aunque la pequeña fiesta de cumpleaños carecía de niños de su edad, el pequeño había disfrutaba enormemente de su primera celebración. Kagome notó la distancia que había tomado InuYasha, de seguro lamentando no haber hecho algo así por su hijo antes, se acercó hasta él que permanecía apoyado en el umbral de la puerta que daba al salón en el que los niños compartían juegos, a pesar de que Souta, le llevaba varios años a Senkai, al igual que Kohaku, los tres niños se habían entendido bastante bien, siendo los juegos de video un gran punto en común.

-El niño se ve muy feliz…- dijo ella en un tono bajo, mientras que se colgaba del brazo de su esposo con suavidad, el resto de los invitados, todos adultos, se encontraban sentados compartiendo temas de interés.

-Tuve los ojos cerrados tanto tiempo…- se limitó a criticar InuYasha. Kagome se puso entonces ante él y alzó su mentón, con una actitud que llegaba a parecer graciosa, dada la altura de su esposo y la prescripción medica de dejar los tacones por muy poco taco que estos tuvieran, lo que la hacía ver incluso más pequeña.

-Usted, señor Taisho ha sido un ciego mucho tiempo…- afirmó ella sus dichos, notando como los ojos dorados ponían toda su atención en los castaños de ella, tragando, sintiendo de pronto un estúpido – pero tiene el gran merito del que no muchos pueden alardear… y es que los abrió por sí solo…

InuYasha la observó por algunos instantes, y no pudo evitar que una sonrisa suave y deliciosa asomara por sus labios, lo que aceleró el pulso de Kagome, que se obligó a permanecer concentrada en la conversación, ya que sus hormonas ahora que estaba embarazada la andaban trayendo demasiado revolucionada, y lamentaba el hecho de cargar con aquella barriga, claro que solo en los momentos en los que no se sentía lo suficientemente atractiva como para seducir a su esposo. Notó como él descruzaba los brazos y le acariciaba una de las mejillas, con una suavidad lánguida que la obligó a cerrar los ojos por un segundo, para abrirlos cuando él decía.

-No los habría abierto sin usted, señora Taisho… - lo vio inclinarse y luego los labios de InuYasha bajaron hasta su oído humedeciéndolo con su aliento – quiero hacerte el amor…

Ay sí, recuerdo, ay tus ojos cerrados
como llenos por dentro de luz negra,
todo tu cuerpo como una mano abierta,
como un racimo blanco de la luna,
y el éxtasis, cuando nos mata un rayo,
cuando un puñal nos hiere en las raíces
y nos rompe una luz la cabellera,
y cuando vamos de nuevo volviendo a la vida,
como si del océano saliéramos, como si del naufragio
volviéramos heridos entre las piedras y las algas rojas.Pero, hay otros recuerdos,
no sólo flores del incendio,
sino pequeños brotes que aparecen de pronto
cuando voy en los trenes o en las calles.

Aquella declaración tan inesperada, como esperada, le provocó un escalofrío que InuYasha pudo percibir a la perfección, se irguió y la miró con incredulidad, la que termino de acrecentarse con la pregunta que ella le hizo.

-¿Ahora?...- consultó inquieta, pensando en que tenían aún invitados en casa y que ella ya cargaba con ocho meses de embarazo, aunque sabía bien que Bankotzu, su médico que a pesar de que no dialogaba con InuYasha más de lo necesario, el había aclarado que no había problema con ella, siempre que no cayeran en excesos que no podía permitirse. De pronto escuchó la carcajada relativamente suave que InuYasha soltó.

-No puedo creer que aún seas tan inocente pequeña…- dijo con ternura, mientras que se inclinaba nuevamente para abrazarla, había podido notar todo lo que ella estaba pensando a través del brillo de sus ojos castaños.

-Ohh…- luchó por soltarse Kagome, le molestaba pasar por una chiquilla ante InuYasha, y a pesar del tono afectuoso con que él el estaba dirigiendo aquellas palabras, Kagome sentía que era casi una burla a su madurez.

Una nueva carcajada, que esta vez fue atendida por el resto de las personas en el salón, salió del hombre que no soltaba a su esposa del abrazo en que la mantenía atrapada. Kagome solo se quedó quieta cuando escuchó la voz de Miroku desde un rincón.

-Tranquilos amigos, que hay niños presentes…- la risa que soltó luego Miroku, se vio cortada por un quejido, de seguro por algún golpe de su amiga Sango, esos dos no podían estar un día completo sin que Sango pusiera en su lugar a su novio por algo.

InuYasha observó a su esposa, más divertido aún al notar el rubor que adornaba sus mejillas, Kagome se sentía demasiado molesta pro que sabía que aquel color la hacía parecer más infantil, odio sus reacciones, odio a Miroku, por su comentario, odio a InuYasha por ponerla en esa situación.

-pero esta noche no habrán niños…- le susurró la voz profunda y evidentemente sensual de su esposo, antes de dejar en sus labios un beso corto, pero cargado de expectativas, antes de soltarla para ir con el resto de los adultos.

No, definitivamente no podía odiar a InuYasha… se dijo y de nuevo el rubor se subió a su rostro…

-.-.-.-.-.-.-.-.-

Estaban en la habitación que InuYasha había dispuesto como despacho, Kagome se encontraba sentada en el sillón que se encontraba a un costado de la puerta, con los pies ligeramente en alto ayudados por almohadones que su esposo había puesto en ese lugar, luego de darle un grato masaje.

-Este paciente esta recibiendo una dosis muy baja de medicamento – comentó Kagome frente a uno de los informes que había traído InuYasha para trabajar junto a ella en casa, de ese modo se aseguraba de que ella no se frustrara por el tiempo que estaría fuera de la medicina.

-Déjame ver…- dijo, mientras que se inclinaba por sobre el hombro de su esposa – mmm… tienes razón… ves Takka, como tu madre no pierde su toque…- continúo, poniendo la mano sobre el vientre de treinta y cuatro semanas de gestación, algo así como ocho meses y medio de embarazo.

El movimiento en el vientre de la madre, que efectuaba la bebita cada vez que su padre se dirigía a ella, los hizo sonreír de un modo especial, comprender que la vida que se gestaba dentro de su esposa ya era capaz de percibirlo, lo llenaba de gozo.

-Será una niña muy perceptiva…- aseguró InuYasha inclinándose a besar los labios de Kagome que había logrado sentir el temor que experimentaba él, día con día a medida que se acercaba más la fecha determinada para el nacimiento de su bebita.

-Claro que lo será…- logró decir ella una vez que su esposo la liberó de sus labios, notó como la sonrisa que adornaba la boca de InuYasha distaba mucho de ser alegre, más parecía un intento frustrado de verse tranquilo, ella lo había observado durante toda la tarde y se notaba inquieto, no sabía a que atribuírselos, pero lo averiguaría. - ¿sucede algo?...

Advirtió entonces, como los ojos dorados se enfocaban en ella con cierta incredulidad, que se debí exclusivamente a su incapacidad de esconder nada de lo que le pasaba a Kagome, lo cierto es que estaba preocupado, sobre todo por el hecho de que debería efectuar un corto viaje, pero el pensar en pasar más de doce horas fuera de su hogar y de encontrarse a más de treinta minutos del lugar en el que se encontrara su pequeña, lo desesperaba, ya que a pesar de que todo en casa parecía tranquilo luego de la intromisión que hizo Naraku, un par de meses atrás, él no estaba en calma, y eso acrecentado por el cercano alumbramiento del bebé que esperaba Kagome.

-Debo viajar a Hokkaido…- dijo sin más, respondiendo de ese modo a la pregunta, se dejó caer en el sillón que estaba al otro lado de su escritorio, notando como Kagome se le quedaba mirando, por algunos instantes los ojos castaños de ella reposaron sin mayor expresión en los dorados, InuYasha podía notar a la perfección que ella estaba rememorando los tormentosos momentos en los que Naraku había entrado por la fuerza en su hogar.

-¿Por qué tú?...- consultó con el tono de voz demasiado calmado.

-Kaguya esta en Kyoto, ¿recuerdas?...- intentó, su colega había estado supliéndolo en todos aquellos eventos en los que había sido necesario un representante de la clínica, y más de la rama de cardiología que había hecho tan famoso su lugar de trabajo.

-Sí claro… lo recuerdo…- el tono de su voz seguía siendo neutro, estaba sumida en sus temores, y era exactamente a aquello a lo que InuYasha le temía, no quería que Kagome se tensionara, menos a tan poco tiempo de su alumbramiento.

Se puso de pie y avanzó en dirección a su esposa que aún permanecía con los pies sobre los almohadones, necesitaba abrazarla y decirle que todo estaría bien, de todos modos había pedido a Miroku que estuviera al pendiente de cualquier necesidad, y se encargaría de que las personas del servicio pudieran recurrir a él en cualquier eventualidad. Se sentó junto a ella, y le acarició el rostro.

-Solo estaré fuera una noche pequeña…- intentó calmarla, y entonces Kagome pestañeó un par de veces como si estuviera despertando de algún sueño aletargado, enfocando el rostro tenso y preocupado de InuYasha… ¿acaso no era ella una mujer fuerte?... se preguntó, comprendiendo que no le estaba haciendo más fáciles las cosas a su esposo.

-No te preocupes…- respondió sonriendo con suavidad, mientras que acomodaba el cabello oscuro del hombre, para que cayera tras su espalda – estaremos bien… - aquella simple frase hablaba de su familia por completo, Senkai, la bebita aún no confirmada de forma médica, y ella misma – además será solo una noche…

Te veo lavando mis pañuelos,
colgando en la ventana mis calcetines rotos,
tu figura en que todo, todo el placer como una llamarada
cayó sin destruirte, de nuevo, mujercita de cada día,
de nuevo ser humano, humildemente humano,
soberbiamente pobre, como tienes que ser para que seas
no la rápida rosa que la ceniza del amor deshace,
sino toda la vida, toda la vida con jabón y agujas,
con el aroma que amo de la cocina que tal vez no tendremos
y en que tu mano entre las papas fritas
y tu boca cantando en invierno
mientras llega el asado serían para mi la permanencia
de la felicidad sobre la tierra.

-Los amo tanto Kagome…- musitó, dejando que su cabeza reposará en el regazo de su esposa, una actitud que ya se le daba fácilmente, era como si Takka le diera su aprobación y un espacio entre los brazos de su madre para ello – y temió tanto perderlos… - los dedos pálidos de ella se enredaron en el cabello oscuro de su esposo y comenzó a acariciarlos.

-No te preocupes más… - susurró con suavidad, comprendiendo que tras la imagen de fortaleza que él mostraba, estaba ella, y que no podía flaquear, debía darle seguridad y confianza, debía ocultar a sus propios fantasmas, para de ese modo ahuyentar a los de InuYasha

Ay vida mía, no sólo el fuego entre nosotros arde,
sino toda la vida, la simple historia, el simple amor
de una mujer y un hombre
parecidos a todos.

El vientre se movía bajo su abrazo, y él logró sonreír levemente, sabía que la vida que se generaba dentro de Kagome, había marcado un nuevo inicio para todos, una nueva oportunidad de que las cosas salieran bien, pero no podía evitar recordar que con las misma treinta y cuatro semanas de gestación, había nacido Senkai, en medio de turbulentas situaciones, tras una discusión y en medio de un intento de suicidio que jamás comprendería, que solo podía atribuirle a la delicadeza emocional de Kikyo, de la que en aquel entonces fue… su amada Kikyo…

-InuYasha…- habló Kagome con cierta inseguridad, aún con los dedos hundidos en el cabello de su esposo que la rodeaba con la fuerza de su abrazo.

-¿Si?...- consultó él sin querer soltarla, aún con el oído en el vientre de su esposa, buscando los sonidos que lograba percibir dentro de ella.

Se produjo una pequeña pausa en la que Kagome no sabía si preguntar o no, algo que la había dejado meses atrás inquieta y que ahora a raíz de la nueva partida de InuYasha había aflorado, algo que había dejado perdido en su subconsciente.

-Quieres preguntarme algo…- aseguró, pues ya conocía muy bien a Kagome, y cuando ella dudaba era porque sin duda había una pregunta que hacer.

-¿Y cómo lo sabes?...- consultó ella con algo de alarma… ¿es que no podía ocultar nada?.

-Eres demasiado transparente pequeña…- susurró él con la voz cargada de cierta sensualidad que Kagome había notado que afloraba cuando hablaba de ella.

-No me salgas ahora con el tema de mi supuesta inocencia…- pidió ella en un tono completamente autoritario, notando como InuYasha subía un poco más, con cuidado de no descansar su peso en ella, para quedar con el rostro muy cerca del de Kagome, un suave beso se apoderó de los femeninos labios algo tensos por la conversación, los que se aflojaron con rapidez, notando Kagome, solo entonces que estaba sosteniendo la cabeza de su esposo como reclamando ser saciada, y entonces lo soltó.

-Vaya beso… - murmuró con la voz profunda y la respiración algo agitada - ¿ahora me diré lo que te preocupa?... – un nuevo silencio se produjo y ella se quedó perdida en el dorado de los ojos de su esposo – Kagome…- llamó con algo de reproche, lo que fuera que ella deseara decirle lo estaba inquietando… ¿por qué le daba tantas vueltas?...

-Esta bien…- suspiró sabiendo que no había forma en que pudiera callárselo ya desde que lo recordó – sabes tú, quien o qué es… Hijiri?...

Continuará…

Disculpen por la tardanza en el envió de este capítulo, pero mi computador esta con dificultades y estoy usando el de mi hermano, y pues eso, los por menores de la disfunción de mi equipo, pues solo decir que fue made in my son… es una criaturita a la que deseo estrangular, pero en fin…

Besitos y espero poder actualizar pronto.

Siempre en amor…

Anyara