Capítulo XXXIX
Hijiri
InuYasha había partido esa mañana y todo en casa parecía tranquilo, incluso el mismo Senkai estaba más relajado de lo normal, Hachiko que ya había crecido mucho, incluso lo que debía de medir en su edad adulta, permanecía recostado en su rincón, tal parecía que el clima los contagiaba con su aletargado avance, la estación ya era pleno invierno, por lo que todo alrededor parecía dormido en espera del nuevo florecimiento. Kagome se mantenía en una esquina observando como Senkai jugaba con algunas piezas de armar, mientras que ella terminaba de revisar algunos informes que había dejado InuYasha, para que ella ocupara su tiempo.
Escuchó la puerta abrirse con toda calma, y pensó en que debía de ser Sumomo que regresaba con el jugo de naranjas que le había pedido, era uno de los antojos que recientemente se le estaba dando y se había consumido ya el último litro que quedaba, los pasos en el pasillo sonaron lentamente con una cadencia casi exasperante, tanto que de pronto Kagome se puso completamente alerta, sintiendo un frío recorrerle la espalda, aquellos no eran los pasos de Sumomo, de hecho no podían serlo, ya que sonaban demasiado pesados para corresponder a la delicada figura de la mujer.
-¿Quién es?...- consultó algo temerosa mientras que se ponía de pie mirando por la entrada en dirección a la cocina por donde debía de encontrarse Kosho, ya que a pesar de no simpatizar en su totalidad con la mujer, esta se había mostrado muy solicita a ayudar cuando se encontraron en una situación comprometida.
No obtenía respuesta ni tampoco divisaba a la niñera de Senkai, sin embargo los pasos se aproximaban cada vez más con el mismo lento y exasperante ritmo. Avanzó lo suficiente para llegar al niño, y le susurró en voz muy baja que se pusiera de pie, agradeciendo que este no le hiciera mayores preguntas, tuvo la necesidad de tomarlo en sus brazos, sabiendo que aquello era arriesgado con el tiempo de gestación que tenía. Pero de todos modos lo hizo, acomodando la pequeña figura de él en sus caderas.
-¿Quién es?...- consultó nuevamente sintiendo que si tenía que decir otra palabra la voz le temblaría tanto como le temblaban las manos y el labio, estaba demasiado asustada, y su instinto le decía que algo muy malo iba a suceder.
-Ya no me reconoces Hijiri…- la voz masculina y segura sonó cuando el hombre frente a ella salió de su escondite, cubierto con un largo abrigo oscuro que se dejaba caer por sobre los hombros lo que le hizo pensar a Kagome de inmediato en que una manta ritual, con algunos extrañas figuras que parecían antiguas escrituras bordadas en todo el contorno del cuello hasta llegar a la parte más baja de la prenda, el cabello oscuro como el de Senkai y una sonrisa amablemente maléfica en los labios.
-Naraku…- susurró con la voz roída por el temor… no, no otra vez, pensó, y sintió cierto alivio al ver como se aproximaba la figura delgada y baja de Kosho, por un costado, en dirección al umbral en el que se encontraba el hombre.
-Antes no me llamabas así… siempre me decías padre…- musitó, con un dejó de nostalgia, lo que ocasionó en Kagome un pánico aún mayor, él la estaba confundiendo con su hija.
-¿Estas lista Kosho?...- consultó, sin retirar aquellos ojos enrojecidos de la figura de Kagome, que aclamaba a gritos el nombre de su esposo, y una gota de sudor, casi inapropiada dentro del frío clima que los rodeaba, comenzó a bajar desde su sien, cuando compendió que la niñera de Senkai era parte de todo.
-Sí señor…- la escuchó decir… y se sintió perdida, aferrando el cuerpo diminuto y asustado de Senkai, que aunque no dijera nada, comprendía que Kagome estaba demasiado aterrada.
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La reunión de cirujanos había sido un existo, exponiendo nuevos avances que ciertamente InuYasha se dedicaría a estudiar para el beneficio de sus propios pacientes, de seguro pediría a Kagome su ayuda, ella parecía tener una especie de sexto sentido en este aspecto, gozaba de una rápida comprensión y asimilaba muy bien lo que había que hacer en cada caso, confiaba muchísimo en su juicio, cosa que sus colegas más cercanos siempre le reprochaban, por tratarse aún de una estudiante, pero no desdeñaban su "buena suerte" en los resultados.
Debía de esperar hasta la noche en donde harían una gala de cierre a la que no podía dejar de asistir, o de lo contrario sería un desaire demasiado grande para los organizadores, sobre todo considerando que él era InuYasha Taisho, el reconocido cirujano y esperaban que al menos compartiera con ellos algo de sus experiencias, suspiro sabiendo que por la mañana estaría de regreso con su familia, esta había sido sin duda un viaje corto, quizás el más corto que había efectuado para este tipo de eventos, pero de todos modos lo consideraba demasiado extenso, no podía dejar de pensar en Kagome y los niños, su hijo ya nacido y la bebita que estaba pronta a llegar.
Volvió a reclinarse ante la pantalla de su portátil, había estado buscando información sobre el significado de la palabras "Hijiri", por alguna razón no le agradaba ese termino, y menos aún saber que Naraku lo uso en su esposa.
-"Hijiri, diosa de Kalantia que trae consigo la semilla de la salvación" – leyó la pequeña reseña y la volvió a repetir en su mente, intentando comprender lo que decía… de pronto se detuvo en una palabra… Kalantia, él ya la había escuchado, hacía algunos años, de los labios de su esposa.
-No deseo cumplir con esa tradición…- se escuchaba la voz de Kikyo que hablaba con alguien en el teléfono, InuYasha acababa de llegar de la clínica, algo más temprano que de costumbre, había tenido que dejar el automóvil con su mecánico, por lo que supuso que nadie en casa se había enterado de su llegada - ¿Por qué no quieres comprender que no puedo?...- se escuchaba la voz algo acongojada, InuYasha que sabía que no era correcto estar escuchando no pudo evitar sentir curiosidad, Kikyo no acostumbraba a mantener charlas telefónicas con nadie, a menos que fueran con él, o eso era lo que creía.
Una pausa se hizo en la conversación e InuYasha que ya había alcanzado la habitación desde la cual venía la conversación, pudo notar que Kikyo sostenía el auricular aún junto a su oído con ambas manos, el silencio resultaba incluso abrumador, Kosho que era la única empleada que tenían entonces, debía de estar fuera con algunas compras, y de pronto escuchó el sollozo ahogado de Kikyo.
-No quiero tener nada que ver con Kalantia…- había dicho en un susurró que buscaba con fuerza convertirse en un grito histérico, sin conseguirlo, Kikyo era demasiado centrada e incluso fría como para que sus emociones la controlaran de ese modo, concepto que InuYasha vio seriamente mermado en los meses posteriores. La vio colgar luego de aquello y entonces le habló.
-¿Qué tienes amor?...- había preguntado demasiado desconcertado incluso para acercarse a Kikyo, que en el momento en que escuchó su voz se giró pareciendo incluso asustada de haber sido oída en su conversación.
Los ojos oscuros de su esposa se había posado en él con una gama de sentimientos encontrados que nunca logró olvidar, sabía que Kikyo no deseaba darle un hijo, pero cuando en ese momento se lo anunció, no pudo contener su alegría y pretendió olvidarse de todo lo que no fuera la felicidad de su familia, incluso de aquella extraña conversación telefónica, comprendiendo solo entonces que había sido demasiado egoísta…
Tomó el auricular con rapidez y llamó hasta su casa, solo el oír el sonido tranquilizador de la voz de Kagome, podía centrarlo nuevamente. El tono de marcar sonó tres, cuatro, cinco veces y no había respuesta, volvió a intentar por tercera vez con el mismo resultado, el corazón se le aceleró y supo que nada estaría bien para él hasta que pudiera estrechar a su esposa entre sus brazos.
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"Kalantia…Kalantia… Kalantia…" se repetía en su mente, el avión ya estaba pronto a aterrizar, y ciertamente las horas de vigilia en el aeropuerto en espera del primer vuelo, lo habían dejado tan agotado que no notó el momento en que pareció dormirse, y al despertar con la voz del capitán que les anunciaba el inminente aterrizaje, recordó el día que entre recortes que mantenía Kikyo en su habitación, encontró la imagen desgastada de un diario, en donde aparecía Naraku, con bastantes menos años, una vasija en una de sus manos y en la otra unos pergaminos, la reseña bajo la imagen hablaba de "el arqueólogo que dio con las ruinas de Kalantia, y la maldición tras el descubrimiento", recordó que poco después de eso Naraku había sufrido un accidente que puso en peligro su vida.
-Nunca quisiste hablar de ello…- pronunció en voz baja InuYasha dirigiéndose a Kikyo, como si ella estuviera ahí, la mujer que le ocultó tantos aspectos de su vida, la que solo había alcanzado a mencionar, como gran cosa que su padre se había entregado a una antigua religión, y por ello no aceptaba el matrimonio de su hija.
Enfocó en una rincón de la imagen en la que se encontraba Naraku, una especie de altar, con una gran vela negra con vetas de lo que parecía un color rojizo, y a un costado una figura de mármol como la que le había visto a Kosho, las palpitaciones de su corazón se hicieron evidentemente más fuertes, había tenido al enemigo todo este tiempo alojado bajo su mismo techo… pero ¿qué buscaban?... era la pregunta que se gestaba en su interior. Volvió a marcar a su casa, desde el teléfono que no había soltado desde que salió del hotel, una vez más no hubo respuesta y se sentía demasiado inquieto como para pensar con coherencia, solo entonces recordó a Miroku, se reprendió en silencio por su falta de astucia, por la estupidez de no haber llamado antes.
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Kosho ya se encontraba envolviendo sus últimas pertenencias, las figuras de su altar, aquellas que el mismo InuYasha había descubierto, el teléfono no había dejado de sonar desde la tarde anterior, se sentía nerviosa, su señor Naraku la había dejado ahí para que cubrieras sus huellas, nada en el lugar debía de indicar en donde se encontraba Hijiri…
Un par de golpes en la puerta terminaron con la poca resistencia que mantenía, debía de cumplir con su misión. Se acercó hasta la puerta intentando ver de quien se trataba, estaba asustada, pero igualmente decidida a que nada fallara en esta oportunidad, ya había cometido el error de perder a su señora Kikyo, la que no quiso terminar con su parte en todo esto, pero no sería igual por parte de esta nueva Hijiri, no ella no arriesgaría la vida del niño, sabía bien que ella no expondría la vida de Senkai.
-¿Kagome?... ¿Senkai?...- insistía la voz masculina desde el exterior, los golpes en la puerta se hacían dada vez más evidentes y de pronto el sonido de las ruedas de un vehículo al frenar, se hizo demasiado notorio en contraste con el silencio de la madrugada.
Kosho sintió que el corazón se le detenía, estaba demasiado asustada, debía de escapar, avanzó primero con pasos torpes por el pasillo que la dirigía hasta la cocina en donde había otra puerta para salir de ahí, para luego comenzar a correr, el sonido de la puerta al abrirse tras de ella, le heló la sangre, pero de todos modos continuó corriendo, necesitaba salir de ahí escapar, huir… escuchaba su nombre, como un trueno sobre su cabeza, emitido por la voz gutural y casi salvaje de InuYasha que avanzaba a grandes pasos hasta que la presión en su brazo se hizo evidente… ya no tenía escapatoria, enfocó sus ojos oscuros en los dorados que parecían fuego ante ella.
-¿Dónde esta mi familia Kosho?...¡Dime que han hecho con ella!...- exigió de un modo estremecedor, la ira y la impotencia unida en la voz y la fuerza con que la sostenía, ella solo se mantuvo en silencio, sabiendo que no podía decir nada… nada debía salir de ella…
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La habitación en la que se encontraba carecía de ventanas, unos cinco metros cuadrados eran los que la rodeaban y todo a su alrededor parecía hecho de piedra caliza la que tenía relieves que le permitía distinguir figuras similares a las que tenía Naraku en su abrigo, con la sola diferencia de que estas parecían contar una historia a la que Kagome no deseaba prestarle atención, dos antorchas en la entrada eran las que le entregaban algo de luz al lugar, una cama de la misma piedra caliza era lo único a lo que podía llamarle mueble en un rincón apartado.
-¿Cómo pretende este energúmeno que duerma aquí?...- se preguntaba Kagome intentando parecer tranquila, sin dejar de pensar en lo que estaba sucediendo con Senkai en ese momento, el niño había sido arrastrado junto a ella dentro de aquel vehículo que los hizo cruzar por horas calles a las que no podían observar, Naraku sentada frente a ellos permaneció impasible a todas las preguntas que Kagome le dejaba caer.
Suspiró pensando en que de alguna manera debían de salir de ahí, ¿cómo la encontraría alguien?... ¿cómo la encontraría InuYasha?... si ni ella sabía en dónde se encontraban. Caminó hacía una de las antorchas para poder registrar la habitación, cada uno de sus rincones, por algún lugar debía de entrar el aire… eso era evidente…
De pronto la visión de las figuras que aparecían grabadas en esta habitación se hicieron más notorias ante la luz de la antorcha que sostenía con esfuerzo por el peso de esta, y algo en la historia que representaba la hizo estremecer, había una mujer de larga cabellera oscura, de un negro casi azabache, primera alerta en el cerebro de Kagome, que aparecía con un avanzada estado de embarazo, acariciaba su vientre con amor, y multitudes de hombres y mujeres vestidos con túnicas parecían aclamarla, la figura de lo que parecía un hombre envuelto en una oscura capa, con bordados jeroglíficos, se acercaba a ella y le indicaba una gran roca que se asemejaba a una cama, la mujer se recostaba y alabanzas hechas por la multitud parecían elevarse, de pronto se vio un gran destello, y la mujer sostenía entre sus brazos a la criatura que antes se gestaba en su interior, extendiendo su brazo dejó que el hombre de capa le hiciera un corte en la palma de la mano, y ella bautizó con su sangre a la criatura… Kagome sintió que el estomago se le revolvía ante la idea, y se dejó caer en la fría loza que cubría el piso, con la comprensión por fin clara de lo que esperaban de ella, que entregara a su hijo en una especie de ritual del que Kikyo había escapado salvando a Senkai, solo con su propia muerte… ella había sido la antigua Hijiri…. Y aquella revelación la hizo estremecer, sintiendo como la espalda se le congelaba y de pronto el vientre se contrajo produciéndole un dolor tan agudo que sus sentidos se alertaron de inmediato…
-No… por favor bebita… no ahora…- jadeaba las palabras presintiendo que el momento había llegado.
Ay hijo, sabes, ¿sabes
de dónde vienes?
De un lago con gaviotas blancas y
hambrientas.
Junto al agua de invierno ella y yo levantamos
una
fogata roja gastándonos los labios
de besarnos el alma,
echando al fuego todo,
quemándonos la vida.
Así
llegaste al mundo.
Continuará…
Bueno, bueno, espero que les haya quedado un poco más claro de que se trata todo este asunto, al menos a mí me ha gustado como ha quedado, la famosa Hijiri anterior había buscado salvar a su hijo, suicidándose ella en el momento en que el nacimiento del pequeño fuera seguro, después de todo siempre supo para lo que la estaban preparando, y por eso no deseaba tener hijos… veremos que es lo que hace Kagome ante esta encrucijada…en fin… espero se comprenda… y que me dejen sus comentarios…
Besitos y gracias por leer…
Siempre en amor…
Anyara
P.D.: La poesía, titulada "El hijo" de Pablo Neruda, no me canso de alabar el alma de este hombre, un alma atormentada que supo del amor y lo pudo plasmar en palabras…
