Capítulo XLI
El renacer de la esperanza
Ay hijo, sabes,
¿sabes de dónde vienes?
De un lago con gaviotas
blancas y hambrientas.
Junto al agua de invierno ella y yo
levantamos
una fogata roja gastándonos los labios
de
besarnos el alma, echando al fuego todo,
quemándonos la
vida.
Así llegaste al mundo.
Kagome
recobró parte de lo conciencia junto con un nuevo quejido que
afloraba sin demasiada fuerza desde su garganta, sentía que
avanzaba en medio de una luz radiante en consideración con la
penumbra en la que había estado sumida las últimas
horas, pero no eran sus pies los que tocaban el piso, estaba siendo
llevada por alguien. De pronto la conciencia de haber perdido a
Senkai volvió a ella, obligándose a abrir los ojos en
busca del niño.
-¿Senkai?...- ¿Senkai?...- susurraba apenas audible, sin poder enfocar correctamente, y una nueva punzada de dolor se alojaba en su vientre…
-Esta aquí junto a mí pequeña…- escuchó la voz profunda que fue lo primero que reconoció de todos los sonidos que comenzaron a llegar hasta ella, algunos alaridos de personas, las sirenas de las patrullas, y sus ojos empañados por la lagrimas, no pudieron buscar los de su esposo, solo tuvo fuerzas para un quejido suave por el dolor y para aferrarse con fuerza de las ropas de él.
A pesar de los padecimientos que la estaban aquejando, de la frecuencia de estos y de la tensión vivida, Kagome se sentía simplemente agradecida. Se despidió de Senkai con un beso profundo y afectuoso, una vez que fue subida a la ambulancia que había llegado, Miroku se encargaría del niño, mientras que InuYasha la acompañaba en dirección a la clínica en donde nacería Takka, según el preliminar médico aún les quedaba tiempo, aunque Kagome sentía que estaban equivocados, aferraba la mano de su esposo con fuerza mientras que cruzaban la distancia para llegar a su destino.
-¿Cómo diste con nosotros?...- consultó Kagome con la voz entrecortada por el dolor.
-Luego habrá tiempo para eso pequeña, ahora solo descansa…- pidió InuYasha, ella podía sentir la tensión en su voz, intentaba parecer calmado por su propio bien, y entonces Kagome enfocó el rostro sudado y algo sucio de su esposo, con visibles rastros blanquecinos, de seguro por la piedra caliza, que los tendría con la piel reseca por varios días, observaba con atención los equipos médicos que iban marcando su presión arterial y la de la bebé.
-Tenemos tiempo suficiente mientras llegamos a la clínica…- acotó Kagome, y entonces los ojos dorados de su esposo buscaron los castaños entreabiertos de ella, encontrando la suplica marcada, Kagome necesitaba concentrarse en algo más que el dolor previo al parto.
InuYasha acarició con suavidad el cabello humedecido en las sienes de Kagome, todo el esfuerzo que había hecho la habían debilitado, por lo que podía conjeturar, la labor de parto había comenzada hacía algunas horas, y esto se notaba claramente en las sombras que ella ahora tenía bajo los ojos, sabía perfectamente que su esposa era una mujer fuerte, pero no podía evitar el temor que crecía en su interior al tener que enfrentarse al nacimiento de su hija.
Le resumió el modo en que había concluido lo de Hijiri y lo había asociado con Kalantia, tuvo que tragar con fuerza cuando la sensación de que lo que ahora sucedía con Kagome era lo mismo a lo que había estado condenada su anterior esposa, con la sola diferencia que esta sabía lo que iba a pasar. Le habló de la manera en que había arrastrado a Kosho para que le revelara el lugar en el cual los habían llevado a ella y a Senkai.
-¿Y que sucedió con Naraku?... – consultó en medio de una nueva contracción, apretando los dientes y los dedos de InuYasha mientras aspiraba con fuerza.
-¿Estas bien?...- consultó con ansiedad, obteniendo como toda respuesta, la insistencia a la pregunta formulada.
-¿Naraku?...- su voz sonaba forzada pero decidida a oír cuanto pudiera.
-Lo apresaron y será llevado a un centro siquiátrico, según Myoga no saldrá hasta…
-¿Myoga?...- interrumpió sintiendo que ya adivinaba de quien se trataba, ese debía de ser el nombre del hombrecillo que la había estado ayudando.
-Oh… Myoga, fue un gran amigo de mi padre…- dijo con solemnidad, secando la frente de Kagome que parecía brillar con perladas gotas de sudor – y mi tutor luego de que mis padres fallecieran, él es quien te ayudó… es detective…- concluyó.
Luego le contó el modo en el que Myoga se había involucrado en esta secta dirigida por Naraku le fue explicado a Kagome, la manera en que el hombre se había empeñado en desenmascarar al desquiciado que había llevado a su propia hija al suicidio.
Una vez que llegaron hasta la clínica, el equipo que lideraba Bankotzu Shinichintai, estaba listo y en espera de Kagome, todo estaba dispuesto para atender el nacimiento de la bebé, lo único que preocupaba a InuYasha de sobremanera era ver como poco a poco el color había abandonado las mejillas de su esposa, para convertirla en una pálida y helada imagen distorsionada de ella, casi no había hablado en los últimos minutos de viaje, limitándose a dar suaves apretones a los dedos de InuYasha que no había soltado y a quejarse casi de forma inaudible ante los dolores del parto. Su esposo parecía tan pálido como ella al ingresar a la clínica, avanzando por los pasillos él al mismo ritmo que los auxiliares que deslizaban la camilla en la que permanecía Kagome con los ojos muy cerrados.
-Pronto terminará pequeña… - le susurraba InuYasha con la voz temblorosa, sin saber si era por el paso raudo que llevaban, o por el temor que se le filtraba por las cuerdas vocales.
-¿Cómo esta?...- consultó Bankotzu en cuanto la tuvo a su alcance, tomando la muñeca de Kagome entre dos de sus dedos para medir los latidos de su corazón, y compararlos con la máquina a la que la traían conectada.
-Sus signos vitales son algo débiles…- aseveró una de las auxiliares que se había encargado en el trayecto de verificar la información, el hombre de ojos profundamente azules le dio una mirada inyectada de furia a InuYasha que no supo como responderle, estaba demasiado asustado por perder a Kagome como para ello.
-Es la segunda mujer que llega, de ti, en estado deplorable… - lo acuso Bankotzu, sin poder evitar recordar a través de la imagen que reflejaba Kagome, los rasgos desvanecidos y casi sin vida que traía Kikyo Taisho el día que había llegado para dar a luz a su hijo.
-Quiero estar con ella…- dijo InuYasha en un tono que no se podía considerar una petición, pero tampoco una orden.
-Estas loco… mírate, en esas condiciones no puedes entrar a una sala de partos…- lo desdeñó sin más Bankotzu, mientras que arrastraba la camilla de Kagome dentro de la sala. InuYasha tuvo un primer impulso de liberar a su esposa comprendiendo que el hombre que lo desafiaba estaba pensando como un buen medico, pero entonces notó como el agarré en la mano era sostenido por ella, y la observó.
-Yo voy…- dijo simplemente sosteniéndola con más fuerza. Kagome dejó escapar un sonido lastimero mientras que se movía algo inquieta.
-Sé consecuente InuYasha, no podemos tardar más…- pidió Bankotzu al borde de su paciencia, el hombre que insistía en entrar con Kagome, no había dejado de ser para él un tipo en el que jamás podría confiar, estaba unido a hechos que él consideraba horrendos, no sabía los motivos para que Kagome llegara en estas condiciones a dar a luz a su bebé, pero sabía que no eran las normales y ya había tenido que enfrentar una situación similar de manos del mismo hombre.
-Basta los dos… - se escuchó la voz cansada, pero decidida de Kagome, que continuaba sosteniendo a InuYasha con fuerza. Ambos hombres la observaron mientras que los auxiliares que ya se sentían inquietos con la discusión hicieron lo mismo – Bankotzu… haz tu trabajo ahí dentro…- jadeaba por el esfuerzo de contener el dolor y no aullar por su causa – y tú InuYasha… ve y aséate… para que cumplas el tuyo… - le dijo intentando entregarle una sonrisa.
Los ojos dorados de InuYasha se encontraron con los azules de Bankotzu, y con un simple sonido de asentimiento, tomó cada uno su rumbo.
Minutos más tarde se encontraba finalmente un pulcro InuYasha sosteniendo nuevamente la mano sudorosa de Kagome, que parecía haber estado conservando todas sus fuerzas para este momento, de un modo sabía que su esposo pudo comprenderlo, más allá de la palidez que había en su piel al ingresar, Kagome parecía haber revivido con un espíritu inconfundible de lucha… y una vez más pudo comprobar que su pequeña era única.
-Una vez más Kagome… con fuerza, ya casi estamos…- pedía la voz imperiosa de Bankotzu que abocado a su trabajo, miraba de tanto, en tanto como se encontraba su paciente - ¿presión?...- preguntó a la enfermera que se encontraba junto a él.
-Normal doctor…- dijo con su ceremonial tono neutro la mujer.
Kagome comenzó un nuevo pujo, con menos fuerza que los anteriores, dentro de lo que había logrado captar de un corto intercambio de palabras entre InuYasha y Bankotzu, habían llegado a la conclusión que la tensión vivida había acelerado el parto, con las mínimas condiciones físicas para ello, solo les quedaba apoyarse en la fortaleza de Kagome.
-Aún puedo operar cariño…- le dijo Bankotzu con afecto, notando como la fuerza de Kagome parecía flaquear.
-¡No!…- fue la rotunda respuesta que recibió, mientras que ella aferraba con más fuerza la mano de InuYasha, sosteniendo esta vez con la otra parte de la bata que él vestía atrayéndolo hacía sí, escondiendo de forma parcial el rostro en el pecho masculino que olía a jabón antiséptico – ayúdame…- le susurró, mientras que la contracción se aflojaba, pero ambos sabían que la próxima no tardaría en llegar.
Pero ella para
verme y para verte un día
atravesó los mares y yo
para abrazar
su pequeña cintura toda la tierra anduve,
con guerras y montañas, con arenas y espinas.
Así
llegaste al mundo.
-Vamos mi pequeña… lo haremos juntos esta vez…- le dijo con la voz profunda y acariciante que parecía de alguna manera calmar los sentidos de Kagome.
-Viene otra…- anunció ella, ahogando un quejido mientas que volvía a sostenerse con fuerza de InuYasha que esta vez la abrazó y la fue ayudando a incorporarse para dar fuerza al pujo que debía de ayudar a su bebita a salir.
-Tu puedes… eres fuerte… pronto tendremos a nuestra bebita…- le decía intentando darle ánimos, sintiendo que él mismo desfallecía por el cúmulo de emociones que se encerraban en sus palabras.
Kagome se mantuvo empujando con energía, a pesar de que sentía que las fuerzas la abandonaban, continuó, los dedos de InuYasha oprimidos contra los de ella, los ojos cerrados ante el esfuerzo, y de pronto percibió la tibieza de su bebé salir desde ella, traspasando su cabeza, saliendo desde el hogar que había tenido por meses dentro de su vientre… no necesitó confirmación de ello, lo supo de inmediato, los pujos cesaron y se dejó caer hacía atrás envuelta en los brazos de su esposo, desde que comenzaron a compartir el embarazo, ambos siempre afirmaron que sería una niña, ahora solo faltaba que Bankotzu que la sostenía terminando de cortar el condón que unía bebé y madre en lo carnal, lo confirmara.
-¿Es niña?...- se aventuró a preguntar, con la voz roída por el brío utilizado y el rostro sudoroso apoyado contra el pecho de InuYasha.
-Sí cariño… una hermosa nena…- respondió con emoción el hombre.
Kagome soltó un sollozo cuando le fue extendida la niña, envuelta en una blanca tela, le habían quitado precariamente las manchas de sangre del rostro y lloraba con fuerza lo que le hablaba de la energía que traía consigo, la acunó contra su pecho, y le susurró muy despacio.
-Tranquila mi amada Takka… ya estas fuera…- sus ojos castaños se aguaron sin que lo notara siquiera, el resto del procedimiento médico pareció perder importancia, lo único que centraba su atención era la criatura que ahora estaba en sus brazos, por la que había tenido que luchar y a la que ella y su esposo habían cuidado con tanto esmero – es hermosa…- dijo mientras buscaba enfocar los ojos de InuYasha que permanecían fijos en la figurita que ella sostenía.
De tantos sitios
vienes, del agua y de la tierra,
del fuego y de la nieve, de tan
lejos caminas
hacia nosotros dos, desde el amor terrible
que
nos ha encadenado, que queremos saber
cómo eres, qué
nos dices, porque tú sabes más
del mundo que te
dimos.
-No sé que decir…- fue todo lo que pudo exteriorizar con la voz precaria por la emoción, ya que los sentimientos en su interior eran tan fuertes, tan increíblemente completos, que parecían amenazar con estallar dentro de su pecho, podía decirle todas las frases de amor y belleza que conocía, pero ninguna le resultaba suficiente para describir el sentimiento de protección y pertenencia que ahora lo albergaba.
Kagome volvió a acurrucarse contra él, sintiendo por fin que la misión se había completado, claro que ahora comenzaba la segunda parte, hacer de esta bebita, una niña feliz… volvió a observar los ojos llorosos de su esposo, y supo que cumplirían con esa tarea también.
-.-.-.-.-.-.-.-
La luz era tenue, reflejando los motivos de las hermosas cortinas infantiles, Kagome se mecía en una silla que había dispuesto junto a la cuna de su hija, que en este momento se alimentaba con energía del pecho materno. Los dedos pálidos de la madre acariciaban con ternura las pelusas que tenía por cabello su bebe.
-Que hermoso cuadro…- el susurró de la voz profunda de InuYasha obligó a Kagome a enfocar la puerta que no había notado que se abría. Ella le sonrió observando nuevamente a su bebita, su esposo se apoyó en el umbral esperando unos minutos más, que fueron de un silencio íntimo.
Como una gran
tormenta sacudimos nosotros
el árbol de la vida hasta las
más ocultas
fibras de las raíces y apareces ahora
cantando en el follaje, en la más alta rama
que
contigo alcanzamos.
-Se ha dormido…- dijo, mientras que intentaba quitarla de su pecho, la bebita pareció aferrarlo con más fuerza entre sus encías, con los ojos muy cerrados, reclamando un derecho, ambos padres sonrieron al notar el carácter imperativo de la bebé, marcado a pesar de contar con algo menos de dos meses de edad.
-Posesiva como la madre…- dijo InuYasha, una vez que se había acercado a sus dos pequeñas notando como su esposa le regalaba una mirada amenazante.
Kagome se puso de pie, con la destreza aprendida con los días, siendo apoyada de todos modos por InuYasha. Avanzó los pasos hasta la cuna de Takka y la acomodó sobre la cama entibiada previamente para que la niña no se resintiera por el cambio de temperatura, le acarició la cabeza con suavidad como si no se cansara de contemplarla, le había sucedido lo mismo con Senkai cada noche cuando iba arroparlo antes de que se durmiera. No dejaba de sentir aún en el alma el hielo del temor que tuvo de perder parte de lo que más amaba, incluso cuando desvaneciéndose por los dolores del parto, temió que hubiesen herido a InuYasha.
-Vengo de visitar a Kosho…- mencionó el hombre abrazando la figura de su esposa, pegando su pecho a la espalda femenina, sin poder evitarlo, Kagome se puso tensa.
-¿Cómo esta?...- consultó con un sentimiento encontrado entre rechazo y agradecimiento.
-Mejor… se esta restableciendo… - respondió su esposo, mientras que la tomaba de una de sus manos para sacarla de la habitación.
InuYasha le había explicado el modo en que habían logrado salir relativamente ilesos de la replica de uno de los templos Kalanties, que Naraku había mandado a construir, la forma en que cuando él había corrido a socorrerla, un disparo había retumbado en medio del pasillo, y Kosho, la persona de quien menos se lo espero, se interpuso entre la bala y él.
-Muy apenada me contó el modo en que todo se había desencadenado… - comentó su esposo - mencionó que Kikyo había sido la primera Hijiri…- hizo una pausa en la que clavó la mirada en los dedos pálidos de Kagome que se enredaban entre los suyos -… dijo que ella había sido preparada para el ritual… por eso ella… bueno…
-No quería tener hijos…- terminó la frase por él, sabiendo lo que le costaba comprender la telaraña en la que se habían transformado sus vidas.
-Sí… - confirmó apesadumbrado, aún sin mirar los ojos de su esposa, se apoyó en una de las paredes del pasillo, entre las habitaciones de los niños – ella no era feliz Kagome… sufría a causa de las enseñanzas de Naraku… y yo…
-Intentaste hacerla feliz…- dijo Kagome con la voz suave y cariñosa, mientras que ponía su mano llena en la mejilla de su esposo, indicándole que la mirara, quería que él comprendiera que no tenía nada que reprocharse – el daño estaba hecho en ella desde antes que la conocieras… sin embargo me atrevo a afirmar que le entregaste algo que no esperó tener… amor…
Los ojos de InuYasha le mostraban un agradecimiento que hablaba por si solo, sabía bien que las palabras en ocasiones son necesarias, por ello buscamos un complemento en la vida, que nos impulse a seguir adelante cuando no vemos la salida.
El modo en que Kosho, que ahora se restablecía en un centro de ayuda mental, reconoció que nada en la casa de los Taisho, más que InuYasha era lo que le importaba, dejó perplejo al motivo de sus afectos, ella había amado a InuYasha a través de su señora Kikyo, sabiendo que lo que ambos compartían era un amor recatado, cuando ella murió, se sintió finalmente la única mujer en su vida, y se ofreció a cuidar de Senkai, para que no existiera otra, y conservó el recuerdo del amor de la primera esposa de InuYasha latente en su corazón, para que no hubiera lugar para nadie más.
-Hasta que llegué yo…- dijo finalmente Kagome, mientras que se sentaba en uno de los costados de la cama de ambos.
-Oh sí… - se acercó InuYasha inclinándose para acariciar con un susurro el oído de su esposa – la señora Taisho que revolucionó mi hogar y mi conducta…- su voz profundizada por cierta pronunciación que le hablaba de las intenciones que lo movían.
Kagome sintió como el estomago se le recogía, no había vuelto a estar con InuYasha desde que naciera Takka, y aunque Bankotzu le había dado el alta, anunciándole a regañadientes que ya podía volver a tener intimidad con su esposo, no se había atrevido a acercarse con insinuaciones románticas a él, por las noches se dormía cansada y si se ponía algo más cariñoso de lo habitual ella simplemente lo convencía con que necesitaba más de tiempo.
-InuYasha… amor… ya es tarde…- intentó con el mejor de sus tonos conciliatorios, buscando aplazar al menos en una noche más lo que tanto la atemorizaba ahora… y no es que no lo deseara… InuYasha continuaba teniendo aquel atractivo increíble sobre ella, pero es que sabía bien que su cuerpo había cambiado, ahora ya había tenido un bebé, y muchas de las cosas que InuYasha amaba de ella tal vez ya no serían iguales, aunque en apariencia ya había recuperado casi por completo su figura.
-¿Qué sucede pequeña?...- le preguntó, inclinándose más sobre ella, con una rodilla apoyada sobre el colchón a un costado de Kagome – no puedes postergarlo más… - un beso se posó sobre el pálido cuello de Kagome, que sintió la sangre calentarse poco a poco en sus venas.
-Dame un poco más de tiempo…- suplicaba cerrando los ojos, cuando su espalda tocó por completo la cama.
-¿Por qué?...- susurraba mientras que sus labios acariciaban el mentón de su esposa, su pierna extendida se posaba entre las de ella y una de sus manos comenzaba a buscar el borde del sweater que Kagome vestía.
-Porque… porque… no estoy segura…- balbuceaba intentando pensar, sin saber a ciencia cierta si valía ya de algo negarse.
-¿Por qué no estas segura?... – continuó con sus preguntas, mientras que iba dejando suaves besos en los labios entreabiertos que no se atrevían a responder.
-Tengo miedo…- confesó con los ojos cerrados y las mejillas arreboladas, los latidos del corazón martillándole en el pecho y la respiración algo forzada. InuYasha se detuvo ante aquellas palabras y arrodillándose con una pierna a cada lado del cuerpo de Kagome, le sostuvo el rostro enfocando sus ojos dorados brillantes de deseo en ella.
-¿Miedo?...- le preguntó con una sola palabra, y ella parecía suspirar derrotada.
-De que ya no te guste, de que no te sientas igual conmigo… he cambiado… - dijo sintiendo que algunas lagrimas la amenazaban.
No hubo respuesta, al menos no una verbal por parte de InuYasha, ya que sin soltar el rostro de ella, tomó sus labios ya no con la suavidad con que lo había hecho anteriormente, si no de un modo reclamante y anhelado, como si estuviera bebiendo después de una larga jornada en el desierto.
Sus manos se deslizaron luego hasta la parte baja del sweater que vestía y comenzó a alzarlo, Kagome se limitó a ayudarlo en la tarea, sabía que ya no podía negarse, aunque el nudo en su estomago aún no la abandonaba, las manos de InuYasha cubrieron por completo la redondez de sus senos, ocultos aún por el encaje de la ropa íntima, los liberó y observó con detención los pezones que antes habían sido de un pálido tono rosa, y que ahora algo mas oscuros, mostraban la forma que la succión que su bebita había dejado en ellos. Kagome se estremeció de un modo extraño cuando sintió la lengua caliente de él acariciarlos de uno en uno, y luego la succión que hasta ese momento se había convertido desde que naciera Takka, solo en fuente de alimento, pudo percibir como los canales liberaban algo de leche desde ellos, y supuso dentro de un ápice de lógica que InuYasha debía de estársela bebiendo, quiso detenerlo tomando la cabeza de él entre sus manos, pero los dedos masculinos sostuvieron las muñecas llevándolas contra el colchón y pareció hundirse más en su afán de mamar de aquellos pechos que ahora exudaban vida… un gemido placentero se escapó de la garganta de InuYasha lamiendo con suavidad el pezón atacado para calmarlo, y en poco tiempo los privó a ambos de toda vestimenta.
-Eres tan perfecta…- dijo más como una declaración para sí mismo, que como un cumplido, Kagome no supo que decir, veía en el dorado resplandeciente de los ojos de su esposo el deseo encendido que ya le conocía, pero esta vez acrecentado por algo que aún no llegaba a comprender.
Las manos de largos dedos de cirujano, se posaron en las caderas de Kagome, que sintió como si la estuviera marcando a fuego con cada uno de los roces que dejaba en su piel. Y de pronto, de un solo impulso se sintió llena, acoplada, tan perfecta como él se lo había dicho… pero ansiosa… ansiosa por sentir la exquisitez de la unión que ambos compartían, y quiso moverse con fuerza, siendo sostenida del mismo modo en su lugar.
-No te muevas…- le suplicó con la voz áspera, casi en un bramido de angustia que ella comprendió solo cuando lo escuchó respirar con dificultad intentando controlar su instinto.
Aquella parte traviesa que se había ocultado tras el papel de madre que ahora tenía, brotó de ella de forma espontánea, y una suave sonrisa victoriosa le adornó los labios, se movió contra InuYasha intentando llevarse parte del peso masculino en aquella tentativa de embestida que hacía, lo escuchó gruñir.
-Quédate quieta…- le escuchó con la voz más áspera aún que antes, podía sentir en el tacto de sus dedos los músculos de la espalda de InuYasha tensos en extremo, y volvió a empujarse contra él y el gruñido esta vez fue acompañado de un fuerte golpe de su pelvis contra la de ella, comenzando así un frenético movimiento que la obligó a aferrarse con fuerza de su esposo que pareció perder toda la razón que poseía, golpeándose como un animal en celo en contra de ella.
-Eso amor… déjame sentirte…- le pidió ella azorada por la fuerza de los impactos, pero elevada poco a poco a lo que sabía que la llevaría a la culminación ansiada, sintiendo como las paredes de su intimidad se cerraban en torno a la erección exquisita que InuYasha poseía. Sus senos se rozaban contra el pecho masculino, y sus piernas se anillaban alrededor de la cintura de su esposo que aferraba con fuerza el cuerpo de ella contra el suyo.
-Oh pequeña… pequeña… peque…- lo escucho ahogar una exclamación cuando su cuerpo se pensionaba en el éxtasis más profundo que le había parecido ver en él, y aquello produjo sin más la explosión en ella, vertiéndose al igual que él mezclándose en el interior de sí misma con la semilla de InuYasha, que continuaba empujándose contra ella en un estado de semiinconsciencia que Kagome compartía sin saber si aún flotaban en aquel lejano lugar que alcanzaron o si finalmente estaban tocando nuevamente la colcha de su cama.
Por largos minutos el silencio prevaleció, sumiéndolos en un aletargado estado de paz… InuYasha se había recostado parte en la cama, parte aún sobre Kagome, sin querer perder el calor obtenido por la unión, cubrió los cuerpos con cuidado, los ojos cerrados y la respiración calma, ella lo observaba bajo la penumbra de la lámpara de noche, alzó una de sus manos para acomodarle el cabello oscuro que cubría sus varoniles rasgos, pero se sorprendió al ser detenida a mitad de camino, InuYasha besó su mano en la palma con una lentitud delicada, que hacía de aquella simple caricia algo tan intimo como hacer el amor…
-¿Pasó el miedo?...- consultó abriendo los ojos a medias, manteniendo el aire adormilado, que lo hacía bello sin reparos.
-Sí… solo que…- no sabía como preguntar… ¿fue igual?... al menos para ella no lo fue…
-Fue diferente, más intenso… más pleno…- aseguró él, respondiendo a la pregunta no formulada, acariciando ahora con los dedos el contorno del rostro de su esposa, bajando poco a poco a las cimas de sus senos, girando los dedos sobre un pezón que respondió a la caricia, las costillas, las caderas ahora más redondeadas y llenas – cada cosa de ti que cambie en el tiempo, es como escribir nuestra historia…
Los dedos de Kagome se enredaron en el cabello oscuro de InuYasha, y sin que él alcanzara a comprender lo que sucedía, ella se acomodó sobre su cuerpo, incitándolo al amor una vez más… había vuelto su Kagome…
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En el parque Asukayama, la figura de un niño se veía girar recostada entre la hierba y los pétalos de color rosa que llenaban el aire del exquisito aroma a los cerezos que comenzaban a desflorarse, el cabello de Senkai se desparramaba mientras que seguía girando sobre la hierba del modo que Kagome le había enseñado, tras él la figura de un hombre, que caía en la misma dirección y con el mismo tenor despreocupado del pequeño.
-Papá…papá…- se escuchaba la voz de una pequeñita de poco menos de dos años, que corría en dirección al hombre que se comenzaba a poner de pie una vez que él y el niño llegaron a su meta.
InuYasha se sacudió de forma precaria el pantalón, irreversiblemente teñido de rosa y verde, atendió de inmediato a la vocecita que se dirigía hacía él con seguros pasos.
-Ven acá preciosura…- se inclinó para tomar entre sus brazos a Takka, que con uno de sus atuendos de volantes y cintas, parecía una muñequita sacada de catalogo, a su padre le parecía simplemente irreverente notar como Kagome parecía afanarse en que la niña no se ensuciara y no corriera peligro, si había sido ella misma la que le enseño a trepar árboles a Senkai.
-Kagome ven… mira encontré un buen roble…- anunció Senkai con energía mientras que corría acercándose a Kagome que venía tras Takka.
-Ya he perdido practica Senkai…- intentó disculparse Kagome, con una suave sonrisa como era su costumbre al dirigirse al niño.
-No digas eso… es resistente y además es fácil de trepar…- insistió el niño tirando de Kagome, que lo mirada indecisa.
InuYasha observaba la situación con cierta diversión, ahora parecían haber sido invertidos los papeles, Kagome que tanto se esforzó por romper con su coraza de buenas formas, ahora consideraba asustada el pensar en romperla ella. Bajó a Takka de su regazo y le tomó la mano a lo que la niña respondió con entusiasmo tirando de la mano de su madre del mismo modo que lo hacía su hermano.
-Vamos señora Taisho… anímese…- le dijo InuYasha acercándose un poco más al oído de su esposa y susurrándole algo más – siempre puedo recibirte si te caes…y luego besarte… - dijo haciendo mención al primer beso que habían compartido hacía cerca de tres años.
-Mas te vale…- lo amenazó, quitando algunos restos de pétalos rosas que se habían adherido al cabello de su esposo.
Minutos más tarde se encontraba Senkai sobre la hierba intentando enseñarle a su hermana, adornada con su delicado vestido de volantes y cintas, como rodar por la hierba, mientras que metros más allá estaba la señora Taisho, cómodamente sentada sobre la cintura del señor Taisho que la había atrapado cuando esta se lanzó desde el roble que trepaba. Un beso hambriento e íntimo terminaba.
-Eres una estupenda cardióloga ¿sabías?...- le dijo él con la voz profunda que Kagome tanto amaba.
-¿A sí?... – lo instó a seguir…
-Sí…- afirmó con sentimiento –…sanaste mi corazón…
Fin
Bueno creo que este último capítulo ha tenido un poco de todo, espero que les haya gustado esta historia que partió de una simple canción que mi amiga Séfiro tuvo a bien compartir un día conmigo. Ha sido un nuevo hijo graduado, lo que me llena de orgullo, ya que sé que gracias a estas historias un poco de los personajes que amó se han ido alojando en los corazones de ustedes que leen, intento siempre exponerles situaciones interesantes que mantengan la atención y que les dejen un poco de lo que todos llevamos por dentro, que son sentimientos y anhelos de encontrar felicidad y amor… difícil palabra, más aún llevarla a la practica, en ocasiones cosas mundanas y desagradables nos suceden, pero he encontrado un gran apoyo en muchas de ustedes y pues les agradezco infinitamente su permanencia a mi lado.
A mi querida Lorena LOM, que es una compañía silenciosa en FF, sin embargo una cotorra por msn… te quiero mucho Lore. A mi querida Tanuki, que la verdad no se por que te autonombraste así, pero da igual, besitos y gracias Sesshi por tu compañía constante, a Dita Chan, por su infaltable review que siempre me resulta muy objetivo e importante, a mi querida Keren, que es una fuente inagotable de optimismo y buenos deseos… gracias por leer… a Kagome 3000, querida mía siempre estas ahí esperando ansiosa… gracias, a ti Roxye, por tu apoyo y tu ayuda, a Karina, mi fiel seguidora como ella misma se denomina, a mi adorada Séfiro a quien debo la mayoría de mis traducciones… a Artemisa, que pensé en ti en gran parte de este capítulo, deseándote lo mejor para lo que viene… Lady Sakura, un cometa dentro de esta historia, que de todos modos agradezco, y a todas aquellas que se incorporaron a lo largo de la historia, a Saya, Lorena, Lady Indomitus, Isis, Fabisa, Jimena Chan, Clarice, Vane, Mary, Samantha, Erika, Saphir Neyraud, Leydi, bonysha, akirana, Regin, ADARA-S, Rin-chan-K, Yesmari… en fin a todas, muchas gracias…
Y las espero en la siguiente historia, "La Danza de las Almas", espero entregarles más de lo que les agrada y que me acompañen… besitos…
Siempre en amor…
Anyara
P.D.: Eh infinitas gracias al señor Pablo Neruda por su gran obra
