El tesoro del Rey Thranduil.
Aquel era un día muy especial para el Rey Thranduil de la Gran Floresta del norte en el Gran Bosque Verde. En verdad, sus días habían sido felices desde que conoció la bella doncella de cabellos blancos como la espuma del mar y relucientes y brillantes como la nieve al sol del mediodía, ojos dorados como frutos de Laurelin, llamada Undómeärel. Desde la primera vez que la vio en los jardines, sentada sobre la hierba con los pies desnudos rozando el agua del manantial y colocándose florecitas celestes en el pelo, Thranduil supo que se había enamorado. Y ocurrió en el momento más oportuno, pues sin su amor el Rey Elfo habría sucumbido del todo en la tristeza y probablemente habría muerto en soledad.
Pues Thranduil era hijo de Oropher, el primer Rey del Gran Bosque Verde, pero éste murió en la guerra de la Ultima Alianza frente a las oscuras puertas de Mordor. Entonces Thranduil se había visto obligado a tomar el mando de sus tropas, la dirección de la batalla y, por si fuera poco, el lugar en el trono; mientras cada noche lloraba su desdicha y a su padre muerto, y se decía a sí mismo que era demasiado joven para gobernar y que nunca llegaría a ser el buen rey que fue Oropher.
Al terminar la guerra, Thranduil sólo volvió a casa con una décima parte del ejército de Elfos silvanos que había partido al frente, y si fue dura dar la mala noticia a los parientes de los fallecidos, mucho peor fue dársela a su madre, la Reina Elfa.
Así pues, la esposa de Oropher murió poco después por el gran dolor que le causaba el estar lejos de su amado esposo. Thranduil se quedó sólo: triste, y completamente sólo; con penas en el corazón y la obligación de guiar a su pueblo como Rey que era. Pero el en corazón de Thranduil había una sombra más profunda. Había visto el horror de Mordor y no podía olvidarlo. Siempre que miraba hacia el Sur su recuerdo ensombrecía la luz del sol, y aunque sabía que estaba destruida y desierta y bajo la vigilancia de los reyes de los hombres, el corazón le decía con temor que no había sido conquistado para siempre: que se volvería a alzar.
Podría haber seguido a sus padre a las Estancias de Mandos. Podría haberlo hecho, pero su gente le necesitaba, lo que hacía el dolor más insoportable, y al poco tiempo empezó a sentirse débil, y ya no miraba las estrellas ni salía a escuchar el canto de los pájaros y la melodía del arroyo, pues no encontraba consuelo en ello. Mas un día, sus pasos le llevaron a los jardines. Fue cuando la vio a ella bajo la luz de la luna que acariciaba su piel pálida, y cuando ella se acercó a él y le secó las lágrimas del rostro abatido, Thranduil se dejó caer de rodillas y agazapó la cabeza entre sus brazos. Ella se arrodilló frente a él, y Thrtanduil tomó la mano de ella entre las suyas temblorosas y se la besó, sus lágrimas derramandose en la mano de ella. La hermosa doncella Elfa le tomó gentilmente de la barbilla levantándole la cabeza despacio hasta que al fin sus ojos se encontraron. Entonces Thranduil la miró maravillado como el primer Eldar nacido para ver las estrellas de Varda. Y la besó. Con temor al principio y luego con pasión, y los labios de ella sabían mejor que el vino para él.
Poco después se unieron en el matrimonio, y ya nunca Thranduil volvió a sentirse solo, pues ahora se sentía completo, y amaba a su esposa, la amaba más que a nada.
A la mañana siguiente de su unión, el Rey Elfo había despertado sintiendo el cuerpo desnudo de su amada acurrucado contra el suyo. Sus cuerpos aun ardían y olían a sudor. Undómeärel dormía muy plácidamente ahora, pues su esposo era un amante gentil y la noche anterior él había sido muy suave y comprensivo con ella, causándole el menor daño posible al romper las barreras de su virginidad.
"Cálmate, mi amor, cálmate. Sé que duele, pero pronto pasará. Te lo prometo. Te amo, vanimelda."
"Si quieres que pare, sólo dímelo, meleth nin. Puedo esperar todo el tiempo que necesites."
"Te amo, te amo..."
Thranduil le besó los cabellos. No la despertó. Se quedó en silencio sólo para escuchar su hermosa respiración. La vio sonreír mientras dormía, y se preguntó si no estaría soñando en él. Entonces la estrechó más pero cuidadosamente contra su pecho, sintiendo el latido de su corazón contra el suyo, latiendo al mismo compás. La besó en los ojos y agradeció Eru el Único por estar con ella. Se durmió otra vez.
Ahora bien, como decía antes, aquel era un día especial para Thranduil. El porqué era simple: su esposa estaba preparada para concebirle un hijo. Ahora Thranduil estaba de pie impaciente frente a una puerta. Tras ella se hallaban los curanderos con Undómeärel, de la cual se había separado hacía unas horas.
"Todo saldrá bien, meleth nin." - le había dicho él mientras acariciaba sus largos cabellos sedosos con una mano y con la otra le estrechaba la mano - "Yo estaré aquí, al otro lado de la puerta, esperándote a ti y al fruto de nuestro amor.."
Ella le había ofrecido una débil sonrisa, y cerró los ojos cuando sintió que la mano de su esposo se deslizaba de la suya y oyó el sonido de la puerta al cerrarse, separándola de él.
Las horas se convertían en siglos para Thranduil. Sintió lágrimas de impotencia en los ojos y luego deslizándose por sus mejillas, pues desde el otro lado de la puerta podía oír los gimoteos de su esposa, que agonizaba de dolor; y él no podía hacer nada por ella, sólo esperar. Y cuando todo terminase entraría y la besaría con el amor más puro y verdadero del mundo, la consolaría, le diría que había sido muy fuerte, y después tomaría a su bebé en brazos.
"¡Ay!" - suspiró Thranduil.- "¿Será en verdad un niño, como ella dijo? ¿Tendrá los bellos ojos de su madre? ¿Será valiente como yo?" - sonrió para sí mismo - "Cuando tenga la edad iremos juntos de paseo a caballo, y le contaré las hazañas de su abuelo por las noches, y le cantaré las canciones que mi madre me cantaba de niño."
Los gimoteos al otro lado de la puerta cesaron de pronto. Había ahora un silencio espectral. Esta vez sintió lágrimas de alegría deslizarse por su mejillas, pues de repente oyó un pequeño chillido agudo y el llanto de un niño. Se sintió temblando de pies a cabeza, y por poco se le doblan las rodillas y pierde el equilibrio. Quiso abrir la puerta en seguida, pero se contuvo: debía esperar a que el niño y su esposa estuvieran dispuestos. A los pocos minutos el corazón de Thranduil se disparó cuando la puerta se abrió con un suave y débil crujido que resonó en ecos en las paredes de sus cuevas. Rielle, la mejor curandera de Reino de los Bosques y de la Tierra Media después del Señor Elrond Medio-Elfo de Imladris, salió, seguida por otros tres curanderos.
"¿Cómo está mi esposa? ¿Y el pequeño? ¿Es niño o niña?" - preguntó él entusiasmado y sonriendo de par a par.
Hubo un corto silencio. Rielle y los curanderos estaban cabizbajos. Entonces Thranduil supo que algo muy grande estaba por caer en su vida, algo que le cambiaría el destino inesperada y miserablemente. Su sonrisa desapareció.
Cuando Rielle habló, su voz temblaba ligeramente. "Mi Señor... creo que debería sentarse..., tenemos malas noticias para usted..."
"¿Qué ocurre? ¿Le ha pasado algo al niño? ¿Y mi esposa? ¿Cómo está? ¡Habla!"
"Fue un parto duro, mi Señor... No salió bien."
Thranduil lo sintió con todo su cuerpo. Las manos le sudaban. Los latido de su corazón se hicieron dolorosos. No necesitaba oír más. Lo sabía. Aun así, preguntó:
"Undómeärel... está..."
Los ojos de Rielle se oscurecieron tras una sombra de pesar. "Ha muerto..." - dijo ella - "Lo siento..." - susurró en un sollozo.
Pero Thranduil ya no escuchaba. Se había quedado paralizado, como si una flecha envenenada le hubiera traspasado el alma y, de repente, empujó a un lado a los cuatro curanderos y entró corriendo en la habitación. Allí, tumbada en la cama bajo un rayo de sol que se filtraba por la ventana, estaba Undómeärel, inmóvil, pálida, con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho. La habían cubierto con sábanas blancas ocultando las manchas sangrientas de sus piernas.
"Meleth nin! Meleth nin!" - gritó el Rey Elfo tomando las mano heladas de su esposa. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al sentir las manos insensibles de ella. - "¡Por qué! ¡Oh! ¡Por qué!"
Thranduil rompió en el más doloroso llanto (aun más que las veces que lloró por su padre y madre), aferrado a ella y besándole los labios fríos, que ya no sabían a vino, sino a muerte.
"Mi Señor..."
Thranduil se volvió cuando unas manos que le tomaron de los hombros le obligaron a hacerlo. Tras suyo había una curandera, y tenía algo entre sus brazos. Estaba envuelto en sábanas cuidadosamente.
"Coja a su hijo, mi Señor Thranduil." - dijo Rielle, estrechándole los hombros amorosamente. La otra curandera dio un paso en frente, ofreciendo el bebé al Rey, pero Thranduil se puso en pie, apartándose de las manos de Rielle, alejándose del niño.
"¡No! ¡Apartale de mi! ¡No quiero verle!"
Rielle le miró perpleja. "¡Es su hijo! ¡Debe ver a su hijo!"
Thranduil volvió junto al lecho de su esposa, llorando amargamente.
"Por favor, mi Señor, mire al niño.... Él no tiene la culpa..."
Thranduil lo sabía. Sabía que el niño no merecía ser culpado. Pero sencillamente no podía. No podía mirarle sabiendo que tal vez viera en él el rostro de su esposa...
Unos brazos le alejaron del lado de su difunta esposa y le sentaron en un sillón. Él se dejaba. Se sentía débil y abatido.
Colocaron al pequeño en sus brazos, y al poco tiempo él agazapó la cabeza y le miró, con ojos nublados por las lágrimas. En su regazo había un niño de piel de porcelana y finos cabellos dorados como los suyos. Cuando el pequeño abrió los ojos, Thranduil vio que éstos eran como los de su esposa, pero el color era el azul celestial de los suyos. Todas las doncellas curanderas suspiraron, maravilladas, diciendo, "¡Miren! ¿No es el niño más bello que han visto?"
Los ojitos saltones del pequeño titilaron como estrellas fugaces brillando en la superfície del manantial y entonces, por asombro de todos, rió; una risa cantarina y dulce, como el repiqueteo de un cascabel. La risa infantil más bella y tierna que Thranduil haya oído y oyó nunca.
Thranduil rió también entre sollozos y acarició la suave mejilla de porcelana del bebé. Y mientras reía lloraba; las lágrimas de alegría que ahora lloraba mezclándose con las de tristeza que seguían en sus mejillas. Los curanderos se fueron, dejando solos a un padre con su recien nacido hijo, a quien abrazaba y mecía en su lecho entre lloriqueos.
Thranduil suspiró y besó al niño en la frente. Era la criatura más hermosa que había visto en su larga vida. Era suyo, suyo y de Undómeärel. Su tesoro. El tesoro del Rey Thranduil.
Unas horas más tarde, cuando Rielle y los curanderos volvieron, encontraron al Rey Elfo dormido con el niño en su regazo, y los cabellos rúbios como el sol y largos de él cubrían al bebé como si de una suave manta de oro se tratase.
No deseaban estorbarles, pero era necesario que el bebé tomara su primera comida. Rielle se encargó de ello; se llevó al pequeño donde una madre reciente podría darle de su pecho. Mientras tanto, los amigos de Thranduil, Elenmenel y Saëra, acompañaron al Rey a sus aposentos, le tumbaron en la cama y le dejaron reposar.
Pero Thranduil tardó en volver a dormirse. Su cama estaba ahora fría sin ella. Una sombra le cubría el sol. Una sombra más oscura que Mordor la Negra nació y crecería con los años en su corazón.
The Balrog of Altena: Aiya! Espero que os haya gustado. Esto es una precuela de "Hojaverde y el Amigo de los Elfos." Pensaba terminar la historia aquí, pero tal vez escriba algún capítulo más. Reviews, por favor!
Vanimelda = Hermosa mía.
Undómeärel = Doncella del Mar en el Crepúsculo del Atardecer.
Meleth nin = Mi amor.
