Capítulo 7mo: La ayuda llega a la Desolación del Dragón.
El Rey Thranduil despertó con los primeros rayos del sol cálido de una mañana de verano filtrándose por la pequeña abertura de las cortinas blancas. Con una mano se cubrió los ojos, protegiéndose así de la luz que le había despertado del profundo sueño. Bostezó y se desperezó, y una radiante sonrisa apareció en sus labios. Se volvió para mirar a la amada mujer que yacía dormida a su lado, muy junto a él. Ella sonreía en sus sueños, la cabeza reposando en el hombro de su marido.
Con la más grande ternura, Thranduil alcanzó una mano y le acarició la pálida mejilla, y apartó unos mechones de cabello resplandeciente que le caían sobre la frente. Entonces se incorporó y le besó la sien cariñosamente. Ella se movió en sueños y sonrió aun más, comenzando a respirar profundamente.
"Despierta, meleth nîn. Es un precioso día."
Undómeärel parpadeó, alejándose del reposo élfico, una luz apareciendo en sus ojos. Lo primero que vio al volver del mundo de los sueños fue el bello rostro de su amado, tan jovial y sabio a la vez como uno de los grandes reyes del pasado, los ojos azules brillando, los cabellos rubios cayendo sueltos como un río de oro sobre sus fuertes hombros desnudos. Una de sus manos reposaba cuidadosamente sobre el estómago de ella, henchido por el embarazo.
"Buenos días,melthinmir nín." - dijo ella en un susurro, incorporándose sobre sus hombros para besarle suavemente el hombro y el cuello a su amado. Thranduil se sintió temblar ante aquel contacto. Muchas primaveras habían cubierto el Gran Bosque Verde de flores desde que se casaron y compartían cama, pero él nunca dejaba de anhelar sus besos, y cada día que pasaba su amor por ella crecía y crecía más aun.
Thranduil cerró los ojos sumergiéndose en su pasión y rodeó el frágil cuerpo de ella con sus poderosos brazos, abrazándola fuerte pero cuidadosamente, el bello rostro élfico hundido en los cabellos de ella, aspirando el aroma de su dulce fragancia. Al Rey Elfo le encantaba que su esposa le llamara melthinmir nín, y ella lo sabía. Lo supo cuando, en sus días de noviazgo, le llamó así por primera vez, y entonces vio complacida como las mejillas del rey se sonrojaban como nunca antes había visto. A partir de ese momento él se convirtió en su 'joya dorada', melthinmir.
Undómeärel, aprovenchando que tenía a su amado en sus brazos, volvió a besarle el cuello, esta vez más apasionadamente. Ella sonrió satisfecha cuando Thranduil gimió suavemente y tembló. Una sacudida como fuego le había recorrido todo el cuerpo al Rey Elfo.
"Meleth nîn..." - jadeó, haciendo un esfuerzo para regular su respiración - "Si sigues así, no podré controlar más mis deseos..."
Ella dejó escapar una risita divertida.
"Lo sé." - dijo juguetona, pasando sus manos por los cabellos dorados de él y acariciándole la espalda en repetidos y suaves movimientos desde los hombros hasta la cintura; arriba y abajo, arriba y abajo,.. Thranduil pronto se encontró moviendose suavemente al compás con aquel sensual masaje. Undómeärel le frotaba la espalda trazando cada uno de sus músculos de una forma tan placentera que le estaba dejando sin aliento.
"Ai! Eres mala conmigo, vanimelda... ¿Qué he hecho yo para merecer esta dulce tortura?" - respondió Thranduil tras unos breves momentos de saborear el placer que le daban aquellas carícias, y después se apartó lentamente para mirarla a los ojos. Ella le sonreía de una forma tan hermosa y atractiva que Thranduil comenzó a sentirse incómodo en su ropa interior, demasiado estrecha para aquel bulto que se le había formado. Ella desde luego ya lo había notado.
Acercó una mano al rostro de su amada, rozando su mejilla para luego trazar con un dedo la curva de los labios de ella. Despacio, Thranduil se inclinó hacia adelante, los ojos cerrados, y ella cerró los ojos también y entreabrió los labios de amapola, esperando ansiosa el beso de amor de su marido; aquellos besos tan gentiles, dulces y a la vez apasionados que la hacían sentir la mujer Elfa más querida de toda la Tierra Media. No, de todo Arda.
Undómeärel abrió los ojos sorprendida cuando no halló los labios calientes de su marido en los suyos, sino que sintió un pequeño beso juguetón en la punta de la nariz. Thranduil le estaba sonriendo divertido.
"De acuerdo, melthinmir nîn. Me lo he merecido." - rió Undómeärel. - "Siento haber sido mala contigo. No he podido resistirme. Ya sabes que me encanta verte sucumbir a mis encantos." - añadió, guiñándole el ojo seductoramente.
Thranduil sonrió tiernamente, se inclinó, y entonces sí la besó en los labios. Suavemente al principio, casi como si cuidara de no hacerle daño, como si los labios de ella fueran frágiles como el cristal. Finalmente presionó más firmemente sus labios contra los de ella, y sus lenguas se frotaron explorando sus bocas en una lucha apasionada.
Cuando terminaron, fue por necesidad física de respirar. Undómeärel permaneció unos segundos con los ojos cerrados, como terminado de saborear la sensación de los labios de su marido en los de ella antes de que desapareciera del todo. Cuando abrió los ojos se encontró con el rostro de su amado, pero mostraba una mueca de preocupación.
"¿Cómo te encuentras esta mañana, meleth nîn?" - preguntó preocupado. Ella le ofreció una sonrisa alentadora.
"Estoy bien." - dijo - "Estamos bien, él y yo."
Thranduil, quien no dejaba de jugar con los cabellos de ella entre sus dedos, tardó un minuto en entender lo que ella acababa de decir. De repente se dio cuenta, y el rostro se le iluminó.
"¿Él?" - repitió el Rey Elfo, gran entusiasmo y alegría en su voz.
"Sí, mi amado. Va a ser un niño." - respondió su esposa, radiante, apartando las śabanas para dejar al decubierto su hinchada barriga. Thranduil la besó de nuevo y comenzó a acariciarle el estómago con manos temblorosas.
"Un niño...¡un niño!" - exclamó, medio sollozando en su alegría - "¡Va a ser un niño!"
"Sí." - rió ella ante la reacción de su marido frente a las buenas nuevas.
"¿Desde cuando lo has sabido?"
"Anoche, mi amado, cuando ya te habías quedado dormido. Tuve que resistirme mucho a la tentación de despertarte para decírtelo. Ayer tuvisto un día muy duro; necesitabas descansar." - le dijo, cariñosamente.
Thranduil ya no respondió, pero estaba aferrado a su esposa, y había hundido su rostro en el cuello de ella. Pronto Undómmeärel se percató que los hombros le temblaban ligeramente, y sintió gotas de humedad en el cuello. Thranduil estaba llorando.
Ella no dijo nada, pero le acarició los largos cabellos y le besó la melena, sonriendo feliz. Al poco tiempo los pequeños sollozos cesaron. Thranduil parecía haberse calmado, y se incorporó, mostrando sus mejillas rojas empapadas en lágrimas y sus ojos y nariz enrojecidos.
"Lo siento, meleth nîn. No sé qué me ha pasado..."
"Yo sí lo sé." - respondió ella. - "Te sientes feliz porque acabas de saber que tu primer hijo va a ser varón. No hay porqué avergonzarse por unas lágrimas de alegría y regocijo."
Thranduil se secó las lágrimas de sus mejillas y habló tímidamente, "Pero... ¿Crees que soy débil?"
Undómeärel rió. "¡Por supuesto que no! Eres un gran guerrero, letal en la batalla, resistente a las heridas, y buen líder para tu pueblo. Con tus solas manos alzaste un muro de cadáveres orcos alrededor del cuerpo de Oropher." - dijo. Y era cierto: Thranduil había matado a muchos enemigos que habían intentado acercarse al cuerpo sin vida de su padre. Undómeärel le acarició la mejilla con una sonrisa radiante. - "Y eres un marido cariñoso, que ama a su esposa con toda su alma, y que haría cualquier cosa por ella. No eres débil, mi amor, no lo eres."
Thranduil se sonrojó, los ojos brillantes de placer.
"No sé que haría sin ti, meleth nín. Tú eres mi razón de vivir. El aire para mis pulmones; los latidos de mi corazón." - dijo, hablando sus pensamientos en voz alta. Pues era cierto; él habría acompañado sus padres a Mandos ansiosamente, si no fuera porque la conoció a ella antes de sucumbir del todo a la tristeza.
El Rey Elfo volvió a poner su mano gentil en el estómago de su esposa, justo a tiempo para sentir un movimiento ahí dentro. Él rió suavemente, mirando con ojos llenos de regocijo a los cansados pero felices ella.
"Nuestro pequeño va a ser un gran arquero." - le dijo ella de improviso, por sorpresa de Thranduil. Sonriendo para sus adentros el Rey Elfo se preguntó cuanto sabría ella sobre su niño. Todas las madres tienen el don de predecir el futuro de sus hijos, y por ello les eligen nombres de acuerdo con su forma de ser, como también podían decir a qué sexo pertenecerían. Algunas podían predecirles el futuro aun antes de haber nacido, pero otras necesitaban sostenerlos en sus brazos para poder verlo.
De improviso Thranduil se percató que el semblante de ella había cambiado, y que parecía abatida y cansada. Entonces le tomó las manos entre las suyas.
"¿Estás segura que te encuentras bien¿Debería llamar a Rielle y las curanderas?"
"Thranduil," - dijo Undómeärel - "Nuestro hijo no debería acercarse al mar, por su bien estar."
Al oír aquellas palabras inesperadas al Rey Elfo se le formó un nudo en la garganta, pensando que su esposa tal vez se estaba refiriemdo al Cuivëar, el anhelo al mar que late en lo profundo de todos los corazones élficos, una nostalgia que es peligroso remover.
"No te preocupes, vanimelda. Nosotros cuidaremos que no se acerque al mar." - dijo en tono consolador y tratando de sonar alegre. Pero ella le miró entonces tristemente, y no dijo nada más al respeto.
"Todo saldrá bien." - la consoló Thranduil, sabiendo que también intentaba consolarse a sí mismo.
"Sí," - dijo ella lentamente - "Todo saldrá bien."
Cuando Thranduil despertó, al principio tardó un momento en reconocer el lugar donde se encontraba. Tristemente recordó que no estaba en casa, durmiendo junto a su esposa, sino en la tienda de un campamento en algún lugar en las tierras desoladas entre el Bosque Negro y La Ciudad del Lago. Ella estaba lejos, esperando en las Estancias de Mandos el día en que pueda regresar junto a él.
No era la primera vez que Thranduil rememoraba tiempos pasados en sus sueños. A veces éstos eran hermosos recuerdos y otras veces no. Constantemente soñaba momentos pasados de él y su esposa, pero algunas veces se encontraba en la Tierra Negra de Mordor, y veía a su padre Oropher caer en batalla una y otra vez.
Thranduil se llevó una mano a la frente, peinando con sus dedos los cabellos, colocándolos detrás de cada oreja para que no le cayeran sobre los ojos. De pronto se acordó del mesaje de Esgaroth, y se puso en pie rápidamente; debían partir en ayuda de los Hombres del Lago, sus aliados. Por suerte, comprobó Thranduil, aun no había amanecido. Si se daban prisa podrían partir con las primeras luces del día.
Tomó su túnica, sus pantalones y sus livianos zapatos y comenzó a vestirse, no queriendo perder ni un minuto más. Pero no había hecho más que desabrocharse y quitarse la camisa de dormir cuando se detuvo y se quedó quieto como un gato vigilante. Tenía la extraña sensación de que no estaba solo en esa tienda, de que alguien más estaba allí; podía notar su presencia. Thranduil escudriñó precavido sus alrededores. De repente se echó a reír. Allí, cubierto por finas sábanas, dormía Legolas plácidamente.
Thranduil había olvidado completamente que él y su hijo habían pasado la noche juntos (una noche maravillosa, recordaba ahora Thranduil, la mejor que había tenido en semanas y meses.). Habían charlado y reído durante horas, y le había hablado de su madre mientras el joven Elfo escuchó antentamente; hasta que finalmente el sueño los venció, y Thranduil propuso que fueran a acostarse.
En realidad, los Elfos no son como nosotros, y por lo tanto no tienen esa necesidad de dormir. Pero él y Legolas no sólo habían reído la noche anterior, sino tambien llorado, y el compartir Thranduil sus recuerdos como esposo con su hijo le había extenuado; y Legolas no se sentía menos cansado, pues frágiles emociones habían sido removidas aquel día. Se acostó al lado de su padre, pero manteniendo cierta distancia. Al fin y al cabo, el joven arquero era ya casi un hombre adulto, y los adultos no duermen en la cama de sus padres. Aquella 'distancia personal' no le había importado a Thranduil lo más mínimo, no mientras le tuviera allí con él.
Thranduil se acercó sigiloso a su hijo. Legolas dormía con las manos cruzadas elegantemente sobre el pecho, los ojos abiertos, y en sus sueños se paseaba con su padre en un prado verde bajo las estrellas en una noche de verano. Allí Thranduil, contemplando a su hijo dormir, le vino a la memoria la imagen de su esposa, tal y como la vio por última vez.
La vio en una sala oscura iluminada por unas pocas tristes velas parpadeantes, tumbada como dormida bajo suves sábanas plateadas, las hermosas manos cruzadas sobre el pecho, la cabeza recostada sobre una almohada de oro. Pero ella tenía los ojos cerrados. Y cuando cerraron el féretro, Thranduil no la volvió a ver nunca más.
El Rey Elfo sacudió la cabeza intentando alejar esa imagen, y se arrodilló junto al otro dormido, posando una mano en su hombro y sacudiéndolo suavemente.
"Despierta, ion nîn. Esgaroth nos espera."
Con estas palabras dichas con cariño Legolas parpadeó y despertó. Una sonrisa se le dibujó en el rostro cuando se volvió a su padre, que también le sonreía.
"Buenos días, adar. ¿Has descansado bien?"
"No recuerdo haber dormido tan bien en mucho días." - respondó Thranduil, a lo que Legolas se sintió muy aliviado. Al rey se le veía en verdad descansado y fuerte, y el color de la salud había vuelto a su cara antes pálida. Un buen descanso era lo que su padre tanto había necesitado, y las confesiones de anoche también habían sido un factor importante para su curación.
Cuando su padre le contó anoche cómo había escuchado la conversación entre dos de sus súbditos en una de las tiendas, Legolas sintió como la sangre le hervía en las venas. Se enfureció. Durante un largo rato no pudo hacer más que pensar en cómo lo haría para ponerle las manos encima a ese desgraciado que había insultado a su querido padre, pero al otro lo perdonaría, porque a pesar de dejarse convercer al final por el primero había protegido el nombre del rey con vehemencia. Sin embargo, mientras Thranduil se lo contó, éste no pareció furioso u ofendido; sólo apenado y entristecido.
Los pensamientos de Legolas fueron interrumpidos cuando la voz hermosa y fuerte a la vez como los diamantes de Thranduil le habló.
"Legolas." - dijo - "Vístete rápido y vé a anunciar a las tropas que partiremos al amanecer."
Legolas asintió, vistiéndose rápidamente, y salió de prisa de la tienda, pero chocó con Galdor el concejal, que en aquel momento estaba entrando. Legolas, sofocado, le pidió disculpas repetidas veces, mientras Thranduil trataba en vano de esconder su risa.
Cuando Legolas se hubo marchado y Galdor se volvió a su rey, Thranduil mostró el rostro más impasible que pudo.
"Mi Señor," - anunció Galdor - "Mithrandir el mago ha venido y solicita permiso para reunirse con usted."
Los ojos de Thranduil se iluminaron. Hacía años que no veía a Mithrandir, no desde el Concilio Blanco en el año 2851, cuando el mago le reveló la verdadera identidad del Nigromante. Desde entonces Mithrandir había estado viajando, y ahora era más conocido con el nombre de 'Gandalf' y él prefería éste nombre, aunque si tú le preguntabas cómo se llamaba sólo te levantaría las espesas cejas y diría, Muchos son mis nombres en muchos países. Mithrandir para los Elfos, Tharkun para los Enanos; Olórin era yo en mi olvidada juventud en el Oeste, en el Sur soy Icanus, en el Norte Gandalf; al Este nunca voy.
A Radagast Thranduil le veía mucho más amenudo, pues vive en Rosghobel, en los lindes del Bosque Negro, pero a Curunír hacía muchos más años que no lo veía, pues se había instalado en Orthanc, la torre de Isengard, desde que Beren el Senescal de Gondor le dio las llaves en el año 2759; y actualmente era conocido con el nombre de 'Saruman', que significa 'Hombre de Habilidades.' Un nombre muy apropiado para él.
"Tiene mi permiso." - le respondió Thranduil, esperando que el concejal no hubiera notado el cierto entusiasmo reprimido en su voz. Galdor asintió a los deseos del rey con una reverencia y se fue a anunciar al mago que su petición había sido aceptada. Al cabo de un minuto los mantos de piel que cubrían la entrada a su tienda se abrieron de nuevo para dejar paso a un anciano encorvado vestido de gris, con una bufanda plateada y un sombrero picudo y azul, y se apoyaba en un bastón de madera (que en realidad utilizaba más como vara mágica que como apoyo).
Gandalf se quitó el sombrero para inclinarse ante el rey con respeto. Thranduil le miró y entonces le indicó a su concejal (que había acompañado al recién llegado) que les dejara solos. Entonces el Rey Elfo le sonrió al viejo mago y acercándose le dio un pequeño abrazo.
"Tantos formalismos son innecesários entre dos amigos." - le dijo, y le invitó a sentarse y a beber una copa de vino Dorwin con él, como hacían cada vez que se reunían. El vino rojo ya había llegado a convertirse en la bebida preferida del mago también.
"He visto que has traído a Legolas contigo." - dijo Gandalf tras probar un sorbo de su copa. El mago no había estado poco sorprendido al ver al hijo del rey, pues nunca creyó en el día en que el sobre-protector padre dejaría a su único y amado hijo salir de su hogar en el bosque.
"Insistió en acompañarme. Tampoco yo puedo creerme que le haya dejado venir." - rió Thranduil.
"Me crucé con él cuando me dirigía a tu tienda. Parecía un poco...sofocado."
"No le ocurre nada. Es que hace un momento se chocó con Galdor, y ya sabes."
"Ah, sí." - rió Gandalf - "¿Así Legolas aun no ha olvidado aquella vez que de pequeño chocó con Galdor cuando corría por los pasillos, y el hombre le dio la riña del yen?"
"Al parecer no. Desde entonces Legolas le ha tenido miedo."
Los dos rieron apaciblemente y vaciaron las copas.
"No quisiera parecer desagradecido por tu inesperada pero agradable visita." - le dijo Thranduil cuando hubieron terminado - "Pero el tiempo apremia, y debo partir a la Ciudad del Lago cuanto antes. ¿Qué te trae por aquí, Gandalf? Supongo que ya habrás oído la nueva. El dragón Smaug ha caído."
"La he oído." - respondió Gandalf - "Y también oí de tu partida. Pero no vine por tí. Voy en búsqueda de Thorin, pues es amigo mío y he viajado largamente con él."
Entonces Gandalf le explicó todo sobre su aventura con Thorin, Bilbo, y los doce Enanos: Balin, Dwalin, Fíli, Kíli, Dori, Nori, Ori, "in, Glóin, Bifur, Bofur y Bombur. Le habló del secreto propósito de su viaje, pues confiaba en el Rey Elfo y de todos modos a estas alturas ya se habría enterado por sus propios medios. Le habló del mapa con las runas ocultas, y de la llave, que se las dió Thrain padre de Thorin cuando le encontró enloquecido y atormentado en las mazmorras de Dol Guldur. Le habló también de los peligros que esa Compañía había superado: los orcos de las Montañas Nubladas, el Gran Trasgo, los lobos y el incendio, el rescate de las águilas y el encuentro con Beorn el cambia pieles. Finalmente le explicó como se despidió de Thorin y los demás en los lindes del Bosque Negro y partió solo, prometiendo que tal vez volverían a verse. Porque mientras Bilbo, Thorin y los Enanos cruzaron el bosque y fueron hechos prisioneros por los Elfos, Gandalf había asistido al segundo Concilio Blanco y al asalto del Nigromante.
Thranduil había escuchado asombrado, y no había interrumpido al mago con preguntas. Ahora creía comprender qué hacía un Mediano con los Enanos: sólo Gandalf, el amante de la Gente Pequeña, podría haber convencido a uno de esos Perian de abandonar su cómoda casita bajo tierra y las siete comidas del día para irse en la búsqueda de un tesoro guardado por un peligroso dragón.
"¿Y ahora que piensas hacer, amigo?" - le preguntó Thranduil - "¿Irás a la Montaña? No creo que allí encuentres lo que buscas. Creo que el dragón no sólo se contentó con arrasar Esgaroth; antes debió asesinar a Thorin y a tu Mediano como recompensa por intentar robar su tesoro."
"Yo no creo eso." - respondió Gandalf - "Es más, sé que siguen con vida. Pero no iré a la Montaña. Aun no. Vendré contigo, si me permites oh Rey Elfo, y ayudaré a los Hombres del Lago en lo que pueda."
Thranduil le miró compasivo, pensando que la seguridad de Gandalf no se debía a más que a la tonta esperanza de encontrar a salvo a unos queridos amigos. Ahora bien, el Rey Elfo accedió complacido a la petición de Gandalf, y el mago se unió a las tropas de los Elfos.
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Así fue como cinco días después de la muerte del dragón, caminando con pies ligeros por los terrenos pantanosos y las traidoras tierras entre el Lago y el Bosque, el Rey Elfo llegó a las orillas del lago y contempló la ruinas de la ciudad.
Esgaroth era una ciudad de comerciantes, y estaba edificada sobre pilares clavados en el fondo del Lago Largo, donde se accedía a ella desde tierra por un puente de madera. Pero el puente ya no estaba allí. Los edificios, construídos con leña y paja, se habían consumido en el fuego. La Casa Grande, residencia del gobernador, se había desmoronado. Mas al llegar a aquella desolación, los Elfos sólo tuvieron ojos para el gran gusano que yacía muerto en medio de la ciudad, estirado entre los escombros, frío como la piedra, retorcido en el suelo. Ya nunca volvería yacer en un lecho de oro. El dragón Smaug, al morir, había caído sobre la ciudad desmoronando del todo lo que ya había arruinado con su aliento de fuego y su cola poderosa. Un olor nauseabundo flotaba en el aire frío. Nadie se acercaría a la Desolación de Smaug en muchos años, y pocos se atreverían a zambullirse en las escalofriantes aguas para recuperar las piedras preciosas que le caían de la carcasa putrefacta. Piedras y piezas de oro que se le habían quedado pegadas al cuerpo por haber pasado tantos años durmiendo sobre ellas.
Los supervivientes del ataque (casi tres cuartas partes del pueblo) habían echo su refugio más allá de las orillas del río. Si aquello podía llamarse refúgio, porque no tenían abrigo, y a la mayoría se les veía taciturnos y enfermos. Los curanderos fueron entonces los primeros que llegaron al campamento, y tras ellos las provisiones de abrigo y comida. Grande fue la bienvenida que recibieron los elfos, como podía esperarse. El pueblo y el gobernador agradecieron a Thranduil su hospitalidad varias veces, y estaban dispuestos a recompensarles como fuera y a convenir a cualquier clase de pacto, como respuesta a su ayuda.
El primer día que pasaron entre los refugiados fue el más duro, pues las provisiones de madera para construir cabañas y darles techo que Thranduil había mandado enviar río abajo desde el bosque no llegarían hasta la mañana siguiente, o al anochecer, si los elfos del bosque habían sido rápidos al recibir el mensaje del rey. Así pues, aprovecharon las mantas y abrigos que poseían tan bien como pudieron, cubriendo sobre todo a los más ancianos y a los niños, que eran más propensos a las enfermedades.
Thranduil no era un experto en la curación, pero sabía algo sobre las enfermedades de los mortales. Así pues él también ayudó con sus propias manos, a cambiar vendajes, dar de comer a los que no podían alimentarse por sí mismos, masajear manos y pies entumecidos por el frío y cualquier otra cosa que estuviera al alcanze de sus habilidades.
Legolas, del mismo modo, hacía lo que podía. Pero de vez en cuando se paraba para observar a su padre, impresionado del cuidado y la gentileza con la que trataba a aquellos desconocidos. Había observado también que tenía buena mano para los niños, y a veces se paraba donde estaban ellos para hacerles reír con sus tonterías y que así olvidaran las penas y el hambre y el frío. Ver aquello, a Legolas le recordó las veces que su padre jugó con él de pequeño, y se encontró añorando aquellos días felices.
Thranduil estaba ahora con una anciana encorvada y febrilmente delgada, de hirsuta cabellera gris y ojos caídos. Thranduil miraba preocupado los pies helados de la mujer. Estaban más que entumecidos; hinchados, duros, fríos, insensibles y terríblemente pálidos La anciana ni siquiera podía mover los dedos de los pies, y Thranduil temía que no pudiera volver a andar.
"¿Cómo lo ves, hijo?" - la voz débil y trémula por la edad despertaron a Thranduil de sus pensamientos, que miró a la anciana con una pequeña sonrisa. - "¿No tienen muy buen aspecto, verdad?"
Sin decir nada Thranduil comenzó a vendarle los pies, cuidadosamente, con movimientos suaves, recordando que de esa misma forma vistió a Legolas siendo bebé, tan pequeño y tan frágil. Luego tomó tres pares de calcetines y se los puso encima. Thranduil sabía que tras el calentamiento se le enrojecerían los pies y le dolerían terríblemente. En caso extremo el único tratamiento posible sería la amputación, si el congelamiento era tan malo como parecía y ya no era demasiado tarde para hacerlo.
"Ya está. Sólo debemos mantenerlos en calor y sé pondrán bien." - le dijo Thranduil dulcemente y con una sonrisa amable en bello rostro élfico. - "Yo me encargaré de que una curandera venga a veros y os dé una infusión para el dolor. Ahora túmbese y cúbrase bien con las mantas, que hace frío."
Y diciendo esto la ayudó a tumbarse, a recostar la anciana cabeza sobre la almohada y la cubrió de pies a barbilla con unos mantos de piel, y le puso uno que había guardado para pasar la noche él, pero ahora lo necesitaba más ella.
"Pero ya no me duelen, hijo, ni siquiera los siento. Y no tengo frío." - respondió la anciana que, aunque débil y soñolienta, trataba de apartar los mantos para sentarse. Ahora Thranduil sí que estaba muy precupado. Que no sintiera los pies, y que no tuviera frío, era una mala señal, muy mala.
"Señora," - dijo Thranduil, tomando la mano arrugada y huesuda de ella entre las suyas largas y bellas, acariciándosela. - "Debe reposar y abrigarse bien. Así mañana habrá mejorado y cuando venga a verla podrá acabar de contarme como su nieto aprendió a manejar la barca."
El nieto de la anciana había muerto en el ataque del dragón, y no era más que un niño. Los padres también habían muerto. Pero la anciana le había estado hablando a Thranduil de ellos como si nada hubiera ocurrido. Y eso el Rey Elfo no lo entendía, porque cuando murió su esposa no podía soportar oír decir su nombre a donde fuera, y a nadie le habló de ella en muchos años, salvo al pequeño Legolas, y más tarde a su mejor amigo Elenmenel y su esposa Saëra.
Una sonrisa se formó en la cara arrugada y delgada de la anciana. Con la otra mano alcanzó a acariciar la mejilla suave del Elfo.
"Ay, ojalá hubiera más jovencitos tan dulces y amables como tú." - le dijo, por sorpresa de Thranduil - "Y además eres muy apuesto. Seguro que las chicas se pegan a tí como las estrellas al firmamento."
Thranduil rió tímidamente. Nada de lo que la anciana había dicho era acertado; no era joven ni tenía una mujer esperándole a cada vuelta de la esquina. Pero eso había sido un error común para una mortal. Thranduil era miles de años más viejo que ella, mas era comprensible que ella lo llamara 'jovencito'; no era la primera que lo llamaba así aquel día. A demás, aunque supieran que era un Elfo, nadie le reconocería como el rey, pues se había quitado la corona y se había vestido con ropas comunes de viaje. Hasta se había quitado las joyas, el collar y los anillos de los dedos, excepto el anillo dorado de matrimonio, y siempre guardaba el de su esposa en el bolsillo. De este modo nadie se sentiría incómodo ante su presencia, y podría ayudar a los enfermos.
Thranduil entendía que los humanos tenían varias amantes en su corta vida, hasta que encontraban una con la que querrían compartir el resto de sus días. No era así para los Elfos. Sólo tenían un amor en su interminable vida, ninguno más.
El Rey Elfo se inclinó y besó la anciana en la frente. Ella se recostó y arropándose en las mantas cerró los ojos. Al cabo de un segundo habló.
"¿Crees que mi nieto vendrá a verme mañana?"
Y entonces no dijo más y pareció haberse quedado dormida. Thranduil temió que esos ojos no volvieran a abrirse para contemplar el próximo amanecer. Con un suspiro se puso en pie. Entonces se dio cuenta que Legolas estaba a su lado. Le había estado observando, y se había acercado a él en silencio.
"¿Todo va bien, Legolas?"
"Bien." - respondió él, una larga sonrisa en sus labios y los ojos le brillaban con diversión.
"¿Qué ocurre?" - le preguntó Thranduil, creyendo adivinar aquella mirada - "¿Qué estas tramando, Legolas Hojaverde Thranduilion?"
"Nada, adar. Sólo que me parece gracioso verte sin corona y vestido así. Casi pareces tener la misma edad que yo."
"No." - rió él - "Yo a tu edad era mucho más travieso e irresponsable."
"¿Más que yo¡Imposible¿Cómo se las apañó el abuelo Oropher para enseñarte a ser el buen rey que eres ahora?"
"No lo hizo." - respondió Thranduil suavemente, los ojos oscurecidos - "Aprendí por mí mismo. Él no estaba allí entonces para hacerlo."
Legolas se dio cuenta que había metido la pata y no sabiendo que decir se volvió a la anciana dormida, buscando una forma de cambiar el tema de conversación. Pero sintió como su padre le rodeaba los hombros con un brazo, y él sonrió y se inclinó en el abrazo, recostando la espalda contra el pecho del otro. Viendo que Legolas había aceptado el abrazo, Thranduil le rodeó la cintura con ambos brazos. Si Legolas se hubiera percatado de las fugaces miradas y sonrisas que los Elfos les echaban cuando veían al rey y al príncipe tan unidos, sin duda se habría apartado del abrazo de su padre. Pero no se dio cuenta, porque tenía la mirada fíja en la anciana durmiente.
"Los humanos son unas criaturas extrañas." - dijo finalmente. Thranduil asintió. Se había fijado antes en como Legolas observaba curioso a los refugiados. Pues nunca antes había visto nadie de la raza de los Hombres. Para él eran algo nuevo.
"Así es. Son muy distintos a nosotros, en muchos aspectos. A pesar de tener una corta vida, para ellos el tiempo es siempre lento, porque ellos cambian pero el mundo a su alrededor no. En cambio para nosotros el mundo se mueve, y es a la vez rápido y muy lento. "
Rápido, porque los Elfos mismos cambian poco, y todo lo demás es fugaz. Lento, porque no cuentan los años que pasan en relación a ellos mismos. Las estaciones del año no son más que ondas que se repiten en la corriente que fluye. Sin embargo, todo cuanto hay bajo el sol termina algún día, excepto ellos.
"Los Elfos amamos las estrellas," - continuó diciendo Thranduil - "; los Enanos aman las riquezas, y los Hombres aman el poder. Los Hombres crecen y se hacen poderosos, pero nosotros decaemos y abandonamos estas tierras. Algún día serán ellos los que dominen la Tierra Media, y nosotros, y los Enanos, habremos desaparecido para siempre."
"Pero son gente buena¿no, adar?" - le preguntó Legolas, que le miraba con los ojos muy abiertos.
"Yo no he dicho que no lo fueran." - respondió Thranduil. - "Es bueno tener a los Hombres como aliados, pues nosotros les necesitamos tanto como ellos nos necesitan a nosotros. Pero escucha bien lo que tengo de decirte, Legolas. Ningún Elfo debería hacer amistad con un mortal, sea Hombre o Enano, pues una amistad así sólo puede terminar en dolor. ¿Entiendes?"
Legolas asintió, aunque no había acabado de entender. En un futuro no muy lejano lo entendería, pero nunca se arrepentiría de no haber seguido el consejo de su padre.
Thranduil nunca se lo había contado, pero había tenido un amigo humano de joven, cuando viajaba con sus padres en busca de una tierra donde gobernar. Un Hombre del Pueblo de Haleth.
Legolas abrió la boca para hablar cuando de repente estallaron unos agudos llantos que le sobresaltaron a él y a todos los que estaban cerca. Una mujer estaba llorando a gritos, estrujando el pequeño cuerpo de un bebé contra su pecho mientras las lágrimas se deslizaban rápidas por sus mejillas, súcias por la intempérie. Todos la miraban con pena y compasión en los ojos, pero nadie se le acercó ni le dijo nada. Todos sabían exactamente lo que le causaba tanto dolor a la mujer: su hijo había muerto. No era el primer bebé que moría por hipotermia desde la destrucción de la ciudad.
Thranduil no podía apartar los ojos de ella. La mujer se había dejado caer de rodillas al suelo, y entre lloriqueos mecía al niño en su regazo y le cantaba una nana, como si le creyera dormido. El Rey Elfo compredía muy bien su dolor; él también había perdido a un ser muy querido, a las tres personas que más amaba. No se dio cuenta de que los ojos azules se le habían nublado con lágrimas e inconscientemente había tomado a Legolas, agarrándolo fuerte, en un abrazo protector.
Ya había perdido a sus padres y a su esposa. No iba a perder a Legolas también. Antes le protegería con su vida. Le protegería de todo daño.
El viento sopló fuerte, arrastrando con él los llantos de la mujer.
Melthinmir nín- Mi joya dorada. (Mir - joya, Malthen - dorado)
Yen- Un yen equivale a 144 años.
The Balrog of Altena: Ains...voy a tener que esperar al próximo capítulo para escribir la Batalla de los Cinco Ejércitos. Espero que para aquellos que no hayan leído El Hobbit no os sea muy difícil coger el hilo de la historia.
Estoy muy emocionada! porque se me ha ocurrido un nuevo fic que probablemente comenzaré a escribir cuando termine éste. Es una precuela, titulada "El vino del Rey Oropher." XD y trata sobre la infancia de Thranduil y llega hasta el primer capítulo de este fic. ¡Qué ganas tengo de escribir cómo se conocieron Thranduil y Elenmenel! y la boda de Thranduil ;-) Por cierto, muchas gracias a todos los que votaron por mí en Anime Awards. Gracias a vuestros votos este fic ganó el Mejor Drama ;; mirad, si hasta lloro de la emoción...
T-T Lástima que el Lunes empieze los estúdios y vaya a tener menos tiempo para escribir...
Luthien: Muchas gracias por tu review Me sonrojé tanto al leerlo que casi tuve que ir y meter la cabeza en un cubo de agua fría XD ¡Espero que este cap también te haya gustado!
Lalwen Tinúviel: Ay, sí... en Thranduil es tan bo, el MEU Thranduil... :-) Sento que en aquest capítul no hagi sortit gaire en Legolas, pero no et preocupis, que en el pròxim capítul tendrà un paper molt més important... ;-) Un petonet, maca!
Ieliania Greenleaf: De nada Creo que Tavaro te caerá mucho peor en los próximos capítulos... Ya tengo ganas de sacarlo por ahí para que moleste a Legolas sonrisa de mala Oh, espero que el diccionario que te mandé te ayudara. Y muchísimas gracias por tu review :-)
Kydre: Ai, no será per tant! «» va dona, que em fas posar vermella. Me'n alegro que t'hagi agradat tant, i perdona'm la tardança si us plau :-) Moltes gracies pel teu review. Fins aviat, wapíssima!
Brazgirl: You have not read The Hobbit? no
good! I hope it is not difficult for you to understand this last
chapters. Well, only need to know that Thorin, the King Under the
Mountain, traveled with twelve more dwarves, Bilbo and Gandalf from
Hobbiton to the Lonely Mountain. Gandalf left them at the entrance of
Mirkwood, because he went off to the White Council. Thranduil
imprisoned the dwarves in his dungeons, but Bilbo freed them with the
help of The One Ring, and they went down the river hidden into barrels
that the drunken elves threw. Gandalf had given Thorin a map that
indicated the secret entrance to the Lonely Mountain, and a key to open
it. The map and the key were given to Gandalf by Thrain father of
Thorin.
I hope the information I sent you helped you :-) oh, and I'm
glad that you find nice Legolas calling his adar Mi Señor in front of
others. I do the same in my other fic "Hojaverde y el Amigo de los
Elfos"; when speaking about his father to Gimli and Aragorn, he refers
to him as "my Lord" instead of "my father".
Yep, I din't like that elf too... Thank you so much for your review
Usagi-cha: Ganamos! enhorabuena otra vez:-D Espero que éste cap de haya gustado también. Aunque no haya sido tan 'sentimental' como el otro XD Y a ver si escribes otro cap pronto! que tu visión de Faramir en el último capítulo me gustó un montón! XD ¡Un besote y muchas grácias por tu review!
Fedia: No te preocupes, no me has plagiado ningún nombre :-) Lo encontré en el diccionario Sindarin, y más tarde ví que muchos fics ya utilizaban ese nombre. El único nombre que se me puede plagiar en este fic es el de Undómeärel y el de Dîndîr
VaniaHepskins: Jaja, sólo hablo español, inglés y catalán. Bueno, en realidad una variación del catalán (que es mi lengua nativa.) Por cierto, como te va? creo que últimamente no has escrito nada... Un abrazo y gracias por tu review!
