El tesoro del Rey Thranduil.
Capítulo
8vo: El murmullo de una batalla.
Anillos de humo de muchos colores se deslizaban por la boca de la larga pipa de madera oscura y subían alto en el aire, flotando un rato antes de disiparse y desaparecer. Era de noche a orillas del Lago Largo. El Rey de los Elfos y el Gobernador se habían reunido en consejo, y Bardo descendiente de Girion también estaba con ellos. Gandalf el Gris se había sentado en el tronco de un viejo árbol caído y chamuscado, un poco alejado del campamento de los elfos y el refugio de la Gente de Esgaroth, entreteniéndose fumando un poco del Viejo Tobby, la mejor hierba de la Cuaderna del Sur. Sus pensamientos estaban vueltos hacia Thorin y sus compañeros, escondidos en alguna parte de la Montaña Solitaria, pero sobretodo pensaba en su amigo Bilbo el hobbit, al que le había tomado en alta estima durante sus viajes juntos por las tierras salvajes.
No oyó los silenciosos pasos del Rey Thranduil del Bosque Negro acercarse. Sólo se percató de su presencia cuando el elfo se sentó grácilmente a su lado. El viejo mago apagó rápidamente su pipa de madera, pues a Thranduil le desagrada el olor a humo y opina que fumar tabaco es un vicio repugnante. A Gandalf le encantaba fumar. Una vez incluso quiso enseñárselo a Legolas, el hijo de Thranduil, cuando éste era muy pequeño. Al Rey Elfo por supuesto no le hizo mucha gracia saberlo. Aunque acaba de encenderla, Gandalf se guardó la pipa sin sentirse molesto, porque respetaba al elfo. Thranduil le sonrió al mago como agradecimiento.
"¿Has tardado mucho en encontrarme?" - le pregunto éste.
"No. Tan pronto como salí de la tienda del gobernador vi unas señales de humo de colores que llevaban escrito tu nombre." - dijo Thranduil, mirando la última voluta de humo azul que flotaba por encima de sus cabezas y poco a poco se disipaba en el aire. Gandalf rió suavemente.
"¿Cómo ha ido¿Habéis alcanzado algún acuerdo?"
Thranduil asintió. "Mañana partiremos hacia Erebor. El tesoro de los enanos será para Bardo, por haber matado a Smaug y como heredero de Girion, y para la gente de Esgaroth..." - dijo, y se quedó silencioso y ensimismado.
"¿Y tu parte del tesoro?" - le preguntó el mago, extrañado. Legolas le había contado lo mucho que ansiaba su padre hacerse con ese tesoro, y Gandalf le había creído: las joyas siempre habían sido una debilidad para el Rey Elfo.
"Ellos lo necesitan más que yo." - susurró Thranduil suavemente. En su voz no pudo dejar de oírse la decepción, y más decepcionado estaría cuando por fin viera el gran esplendor de las obras creadas por las manos de los Gonnhirrim que les aguardaban en las profundidades de la montaña. - "Aunque Bardo... y el Gobernador," - añadió luego - ", insisten en que me darán una doceava parte de lo suyo, por la ayuda que mi gente les a prestado."
Se quedaron un momento silenciosos, hasta que Gandalf vio como una pequeña sonrisa socarrona se formaba en los labios del elfo. "¿Qué te hace sonreír?" - le preguntó.
"No entiendo como un... hombre como ése pudo llegar a gobernador." - respondió Thranduil en tono de burla, - "Cada vez que le miro no puedo ver más que a un viejo chocho al que no le importa en lo más mínimo el bienestar de su pueblo, siempre que él tenga una buen hogar dónde refugiarse del frío, con agua caliente, buena comida y la agradable compañía de bellas mujeres." - Thranduil apretó los puños. - "Deberías haberlo visto, Gandalf"- dijo - "Estos últimos días muchos de los suyos han muerto de hambre o de frío, mientras él estaba escondido en su recién construida casa, con mantas calientes y deliciosa comida servida por sus sirvientas."
"Lo sé." - dijo Gandalf, que bien conocía el egoísmo del gobernador de Esgaroth.
"La encontré muerta por la mañana" - dijo el Rey Elfo repentinamente, volviéndose con ojos brillantes y llenos de ira y dolor. - "La anciana. Murió por la noche, después de que yo la dejara."
Gandalf no dijo nada, pero posó una de sus arrugadas manos sobre el hombro del consternado Elfo Sindar.
"¿Y que me dices de Bardo?" - preguntó el Istar, tratando de cambiar el tema de la conversación.
"Bardo es un hombre sombrío, pero sincero. Es una de esas personas que siempre buscan la paz entre elfos, hombres y enanos. Algo que no es posible, mas le admiro por ello."
Gandalf le miró desde debajo de las espesas cejas grises, mas no dijo nada. Sabía que el Rey Elfo había dejado de creer en el poder de los hombres hacía mucho tiempo, cuando la voluntad de Isildur, hijo de Elendil el Alto, fracasó. Aquello le causó una herida profunda a Thranduil, pues la dolorosa muerte de su padre Oropher había sido entonces en vano.
Siguieron unos minutos de silencio en que los dos, elfo y mago, contemplaron la alta montaña que se alzaba orgullosa en la cercana distancia, negra, cuya silueta estaba enmarcada por la tenue luz de la luna, y silenciosa como no lo había estado desde que Smaug el Dorado la maculó. Los pensamientos de Gandalf volvieron otra vez con Thorin y Bilbo, que en algún lugar de aquella montaña se encontraban, probablemente removiendo el oro de los enanos entre sus manos. Pero los pensamientos del Rey Elfo no eran los mismo que los del mago. Thranduil miraba la poderosa silueta de la Montaña Solitaria y se sentía ansioso por poner sus manos en los tesoros que descansaban allí en la oscuridad, sin dueño que las reclamara como su propiedad, a parte de Bardo a quien era dadas por derecho.
Pronto la imaginación de Thranduil brotó y se vio a si mismo sentado sobre un túmulo de oro, piedras preciosas de mil colores entre sus manos, collares de perlas en su cuello y una gran corona de mithril y esmeraldas sobre su dorada cabeza. Tal vez si su gente del bosque le viera rodeado de oro y plata y piedras preciosas, y su cueva en el Bosque Negro fuera reconstruida para ser mucho más grande que antes, para revestir las paredes de mithril brillante y el suelo de piedras de múltiples colores, tallar sus pilares a la semejanza de las hayas que los elfos del bosque tanto amaban, llenar los recintos de figuras talladas de bestias y de pájaros y embellecer sus jardines con fuentes de plata y cuencos de mármol que cantaran todo el día con el sonido del agua fluente y los ruiseñores acompañando... tal vez entonces todos le amarían, incluso aquel elfo al que oyó hablar en su contra aquella noche en el campamento. Thranduil sabía que nunca llegaría a ser rico y poderoso como el Rey Thingol Singollo en sus Mil Cavernas, pero el deseo siempre estaba presente.
"¿Habías dicho que querías hablar conmigo, Mithrandir?"- preguntó el elfo, apartando esos absurdos pensamientos de su cabeza. El viejo mago le había dicho que quería hablar a solas con él cuando terminara su reunión con Bardo y el Gobernador.
"Lo dije, sí." - respondió Gandalf en tono casual - "Quería prevenirte."
Thranduil levantó las cejas. Cualquier cosa podría esperarse de un mago como Gandalf el Gris "¿Prevenirme contra qué?"
Gandalf se rascó la barba y siguió hablando como si lo que dijera no tuviera importancia alguna. "Desde el asesinato del Gran Trasgo, los trasgos y los wargos se han estado agrupando para formar un ejercito, conducido por ninguno otro que Bolgo del Norte. Se están encaminando hacia la Montaña mientras hablamos. Llegaran en tres semanas."
Al principio Thranduil no respondió, pero Gandalf, sentado a su lado, podía sentir la tensión del otro en el aire. El Rey Elfo, a pesar de armar a su ejercito para este viaje, no se había planteado la posibilidad de que tuviera que combatir contra una horda de trasgos y wargos frente a las puertas de Erebor. Una terrible inquietud se apoderó de él, y los malos recuerdos del pasado comenzaron a atormentarle de nuevo; los gritos de la batalla en Morannon, el hedor a sangre fresca de orco y elfo mezclada, el olor a Muerte.
"¿Estás seguro de ello, Mithrandir?" - preguntó al fin, con voz grave.
Si Thranduil se refería al tiempo en que la horda tardaría en llegar o al echo de que trasgos y lobos hubieran unido en verdad sus fuerzas para vengar al Gran Trasgo, Gandalf no lo sabía. El mago asintió para ambos.
"¿Y... qué me sugieres que haga?"
Thranduil, siendo un rey orgulloso, no podía tolerar tener que pedir consejo a otros, pero esta vez era diferente: Legolas estaba allí con él, y el instinto paternal combatía con el deber de un rey. Si le vencía el instinto paternal, entonces se echaría atrás y abandonaría a los Hombres del Lago para volver a casa, donde él y los suyos estarían a salvo, al margen de la batalla. Mas si le vencía el sentido de rey, entonces pondría rumbo a la montaña sin demora y prepararía su ejército para la llegada del enemigo. En estos momentos no le avergonzaba pedirle consejo a un mago que ha vivido muchos más años que él en la Tierra Media y más allá del Mar, o eso al menos se decía.
"Seguir adelante." - respondió Gandalf simplemente a la desesperada pregunta del otro, algo que enojó al Rey Elfo.
"¿Y luego qué?" - demandó Thranduil en un tono de voz que no había pretendido ser tan tosco.
"¡Les enseñaré a todos esos insensatos la estupidez de esta insignificante riña por un puñado de oro viejo-- pues el verdadero enemigo se acerca!" - Gandalf parecía ahora estar hablando más para si mismo que para el Rey Elfo.
"¡Hablas en acertijos!" - exclamó Thranduil, indignado, poniéndose en pie bruscamente y dándose media vuelta. Cuando el mago Gris se encontraba de mal humor no había manera de sacarle información alguna, y en aquel momento Thranduil también se encontraba de mal humor para tratar de persuadir al mago para que le aconsejara.
Había dado ya unos pasos hacia el campamento cuando oyó a Gandalf, al parecer hablándose a si mismo, silenciosamente. "Con un poco de suerte, llegarán a la montaña antes que lo hagan los trasgos."
"¡Quién!" - exclamó el Rey Elfo, apresurándose otra vez al lado del mago. Gandalf se sentaba ahora en un postura tensa. El anciano dejó escapar un gran suspiro irritado de entre sus viejos labios y cerró los ojos momentáneamente, deseando no haber dicho eso en voz alta. Se le había olvidado que los elfos poseen un agudo sentido del oído, pero ahora ya no podía lamentarse.
"¿Quién llegará a la montaña?" - preguntó de nuevo Thranduil.
"El Señor de la Montañas de Hierro," - respondió Gandalf - ", Dáin Pies de Hierro, descendiente de Grór. Acompañado por su ejército de Enanos."
"¡Qué estas diciendo?.¿Cómo es posible-¿Qué-?" - el Rey Elfo estaba ahora tan enfadado que no le salían las palabras - "¡Mithrandir!.¿Les has avisado tú?.¿Por qué?" - gritó Thranduil, tan alto que Gandalf temió que alguien pudiera oírles, pero el mago no dijo nada. Cuando Gandalf se volvió hacia el elfo, vio qué este apretaba los puños, temblorosos, y los claros ojos le brillaban peligrosamente. Mas no sólo había ira en aquel rostro contorsionado, sino también dolor, traición. - "¿Cómo pudiste, Mithrandir?" - los labios le temblaban - "¡Vienes aquí, diciéndome que una horda de trasgos y wargos vienen a por nosotros...y...y ahora me dices que un ejército de enanos nos pisa los talones!.¡Enanos, Mithrandir!.¿Sabes que significa eso?.¡Significa que vamos a entrar en guerra¡Todo por el maldito oro de un dragón!"
"Dáin no es nuestro enemigo..." - trató de hablar Gandalf, pero Thranduil no le dejó hablar. El rostro contorsionado del elfo había perdido toda su hermosura.
"¡Oh, sí lo es!.¡Conozco bien a los Naugrim y sé que ellos no dudarían en exterminar a mi gente por un poco de oro!.¿Crees que llegarán aquí, y nos recibirán en su Montaña como si fuéramos viejos amigos?.¿Crees que nos dejarán compartir el oro de Smaug, sin recurrir antes a las armas!"
"Rey Elfo..."
"¡No!"
"¡Thranduil!.¡Cálmate!" - el mago comenzaba a perder la paciencia. Y cuando un mago, especialmente uno como Gandalf, perdía la paciencia, podía resultar de lo más desagradable, por no decir peligroso.
"¡Un mago debería saber lo que hace!"
"Thranduil Oropherion," - habló Gandalf con una voz suave pero llena de ira - "Atrévete a hablar otra vez así y verás al descubierto a Gandalf el Gris."
Gandalf dio un paso hacia adelante y de pronto pareció agrandarse; ya no era un anciano encorvado sino un hechicero alto y temible, como una sombra que se cernía sobre Thranduil. El elfo se acobardó y cayó al suelo de rodillas, nunca apartando su mirada de la del mago. Se miraron fijamente a los ojos durante unos segundos. Al cabo de un rato Thranduil parecía haber recuperado la compostura, y Gandalf volvía a ser un anciano, que le miraba piedad y perdón.
"No lo entiendes, Mithrandir." - dijo el Rey Elfo poniéndose en pie, hablando en voz baja, casi con suavidad. - "No quiero que mi hijo se manche las manos con la sangre de los enanos... ni con la sangre de trasgos... No quiero que estas tierras se manchen con la sangre de mi hijo..."
"Thranduil." - Gandalf respiró hondo, tratando de controlar su mal genio - "Legolas ya tiene edad para combatir en una guerra, pero" - acentuó, ante la mirada de reproche del otro - ", no tiene porqué luchar en esta guerra. Si pone rumbo hacia el bosque antes de siete días no tendrá la oportunidad de cruzarse con ningún trasgo en el camino, ni ningún enano." - Thranduil no dijo nada. Se había sentado y se cubría el rostro con las manos. - "Thranduil, debo pedirte que no les digas nada a Bardo ni al gobernador sobre lo que hemos hablado."
"¿Por qué no?" - soltó el elfo, descubriendo su rostro para mirar al otro con reproche y desconfianza. Entonces el mago se arrodilló frente a él y le tomó por los hombros en un gesto fraternal, y aunque el elfo trató de echar esas manos amistosas con una sacudida, Gandalf le agarraba los hombros con firmeza.
"Confía en mí, Thranduil. Confía en mí como antaño hiciste."
La mirada del mago, centrada en los ojos oscurecidos del elfo, era firme. Al fin Gandalf sintió la tensión en los hombros de Thranduil desaparecer bajo sus manos, y el elfo suspiró cansado, agachando la cabeza. Cuando volvió a subir la cabeza, la hermosura había regresado a su rostro, aunque era un belleza triste y fría.
Thranduil asintió. Si Mithrandir no deseaba contárselo al gobernador ni a Bardo era porque tenía un plan, aunque no deseara compartirlo con él. Los planes del Peregrino Gris siempre habían salido bien. ¿Quién decía que esta vez no? Al menos había tenido la buena voluntad de prevenirle.
Gandalf le sonrió largamente y le acarició la mejilla antes de ponerse en pie y marcharse, apoyándose sobre su bastón que en realidad era una vara mágica. "Ah, pero no he sido yo quién ha avisado a Dáin." - dijo, y se alejó en la oscuridad, dejando a Thranduil preguntándose cómo entonces podría el Dain haberse enterado de la derrota del dragón y la marcha de los elfos y Hombres sin que Gandalf o Bardo les hubieran mandado las nuevas.
La blanca cara de la luna le estaba observando desde lo más alto del cielo cuando Thranduil llegó al campamento élfico, después de haber pasado unos minutos sentado a solas a las orillas del lago, pensando. Muchas de las tiendas estaban oscuras y silenciosas, pues todos los elfos aun estaban despiertos y habían formado pequeños grupos alrededor de sus hogueras, charlando animadamente pero en voz aja, para no estorbar el sueño de los hombres que dormían en el refugio cercano. Thranduil tuvo que responder a unos cuantos saludos hasta llegar a su tienda, que estaba un poco apartada de las demás. A su lado se alzaba la tienda de Legolas, que al parecer era la única siendo habitada en aquellos momentos. Había una luz encendida adentro y salían pequeñas nubes de vapor de la abertura en el techo, por lo que debía de estar calentando agua. Preguntándose porqué su hijo no estaba con sus amigos junto a la hoguera, Thranduil entró en la tienda.
En el centro había una gran linterna de aceite, y algunas polillas revoloteaban a su alrededor con su sigiloso aleto, atraídas por la tenue luz. Legolas estaba sentado de piernas cruzadas en el suelo, sus dedos trabajando con las verdes plumas de las flechas, enderezándolas correctamente para que al ser disparadas no se desviaran. A su lado había un pequeño cuchillo que sin duda había utilizado para afilar las puntas melladas, aunque en realidad siempre las había conservado bien, pues la fofa carne de las arañas del bosque no puede dañar mucho sus flechas. Las flechas ya terminadas estaba depositadas en su preciosa aljaba de madera teñida y cubierta de resina, que le daba un brillo profundo y lustroso, con la boca rodeada por unas volutas doradas. La aljaba estaba tan hermosa como el primer día que su hijo la sostuvo en sus manos.
Legolas levantó la mirada, se puso en pie y se inclinó ante el rey respetuosamente. Con una pequeña sonrisa, Thranduil le indicó que se sentara, y él se sentó a su lado. Al sentarse, el Rey Elfo sintió algo bajo la palma de su mano, que había apoyado en el suelo. Tan pronto levantó la mano para ver lo que era, Legolas lo tomó rápidamente e hizo además de esconderlo en su regazo, pero Thranduil ya lo había visto. Era una flecha robusta y pesada, con plumas de faisán amarillas, y estaba partida en dos justo por la mitad. Era la flecha que Legolas había partido con una de las suyas durante una importante prueba de tiro con arco en la que Legolas había ganado su aljaba con flechas, que representaban sus dotes de gran arquero, dejando atrás el título de aprendiz.
"Creía que ya no la llevabas contigo." - dijo Thranduil, refiriéndose a la flecha partida. Hubo un tiempo en que Legolas la llevó consigo cada vez que salía a la caza de arañas, diciendo que le daba buena suerte. Pero de eso hacía años.
"La dejé durante un tiempo, pero pensé que en este viaje podría necesitarla..."
"¿Un presentimiento?"
Legolas se encogió de hombros. Thranduil se había llevado la mano al pecho, donde debajo de sus ropas se hallaba el anillo de su esposa, su amuleto, siempre cerca de su corazón.
"¿Qué os trae aquí, adar?"
"Mañana partimos hacia Erebor."
"Lo sé." - respondió Legolas, con entusiasmo en los ojos brillantes y una sonrisa radiante- "Los hombres del Lago lo iban diciendo. Ya tengo todo preparado para el viaje."
"No, Legolas." - suspiró Thranduil - "Tú no vas a venir. Te quedarás unos días con la gente de Esgaroth para ayudarles, si quieres, y luego te irás a casa. Una compañía de siete soldados se quedará contigo."
La calma con la que su hijo le respondió le dolió más que los reproches que hubiera preferido oírle decir. La sonrisa no había desaparecido de sus labios pero sí de sus ojos. "¿Puedo preguntar por qué habéis elegido así, mi Señor?"
Thranduil se puso en pie. "Dentro de siete días pondrás rumbo hacia el bosque. No esperarás más." - dijo en tono de despedida, pero antes de que pudiera salir de la tienda Legolas le alcanzó.
"Si me dais siete días, entonces puedo ir con vos a la montaña, y poner rumbo al bosque desde allí. ¿Pero por qué no puedo quedarme con vos, mi Señor?"
Thranduil sabía que nada podría hacer para convencer a su testarudo hijo si no le daba sus motivos, así que se lo contó todo: la alianza de los trasgos y wargos y la marcha del Señor de las Montañas de Hierro. Thranduil le explicó lo peligrosa que era la situación y los males que podría traer una guerra contra la raza de los Enanos, esperando hacer entrar a Legolas en razón y tal vez inducirle algo de miedo que lo echara atrás. Legolas escuchó todo atentamente sin interrumpir en ningún momento, pero cuando el Rey Elfo terminó, el resultado no fue el esperado, pues Legolas parecía más decidido que nunca.
"En ese caso, mi Señor, permitidme quedarme a vuestro lado." - dijo - "Si hay una batalla quiero luchar al lado de mi padre y rey, como buen hijo y súbdito debe hacer. Mis arqueros están bien preparados."
"Esto no será una simple escaramuza, Legolas. ¡Esto será una guerra!" - Thranduil no iba a echarse atrás - "No estás bien preparado. Tan sólo sabes utilizar el arco. No puedes entrar en batalla sin ninguna otra arma con la que protegerte."
"Me han enseñado la lucha cuerpo a cuerpo. Puedo desarmar a mi enemigo."
"De nada te sirven esas enseñanzas cuando el enemigo es más fuerte que tú. No dudo que podrías vértelas cara a cara con un orco, pero los enanos son una gente mucho más fuerte que nosotros, y muy resistentes a las heridas también. En muy pocas batallas entre elfos y enanos salieron victoriosos los elfos."
"Mi Señor-"
"¡No puedo estar siempre pendiente de ti, Legolas!" - gritó Thranduil. Lo había dicho sin pensar, pero el mal ya estaba echo. Intentado remediarlo, Thranduil bajó la voz - "Ven conmigo a la Montaña, entonces. Mas dentro de cinco, seis días como mucho, regresarás a nuestro hogar. Obedece a tu Rey."
Legolas agachó la cabeza. "Lo que mi Señor ordene." - dijo con voz vencida. Thranduil trató de sonreír a su hijo, aunque éste no le estuviera mirando a los ojos. De algún modo sintiéndose incómodo, el Rey Elfo se inclinó hacia delante y acarició la frente de su hijo con sus labios en un rápido beso.
"Boe le henio. Mae daw, Legolas."
El joven elfo no se movió, pero en voz baja le deseó buenas noches a su padre y rey. Un poco molesto porque su hijo no se había mostrado afectuoso en su despedida, el Rey Elfo se retiró.
Pasó toda la noche mirando el techo de su tienda, sin poder conciliar el sueño.
En el undécimo día después de la destrucción de la ciudad, la vanguardia de los ejércitos del Rey Elfo y de los hombres de Esgaroth cruzó las puertas de piedra en el extremo del lago y entró en las tierras desoladas. Su marcha era rápida, a lo largo de las riberas del río donde el crepúsculo los ocultaba. Al anochecer entraron en el valle a lo pies de la misma Montaña Solitaria. Aquella noche se instaló ahí el gran campamento de elfos y hombres, y no fue hasta la mañana que una compañía se adelantó hacia la montaña, a echar un vistazo.
Legolas y sus arqueros, acompañados por hombres armados como para la guerra, fue la compañía que Thranduil y Bardo enviaron. El Rey Elfo siguió con su mirada a la compañía que subía hasta la cabeza del Valle y trepaba lentamente hacia la Montaña. Entonces los perdió de vista.
Pocas horas más tarde llegó de vuelta la compañía, pero no eran todos: sólo los hombres de Esgaroth regresaron. Si Bardo no les hubiera echo entrar en su tienda para que le dieran su informe, Thranduil les habría preguntado por los arqueros elfos. Ahora bien, Thranduil no tuvo mucho tiempo para precuparse; Legolas y los otros llegaron unos minutos después. Al parecer se habían rezagado por algún motivo.
"¿Qué os ha retrasado, ion nîn?" - le preguntó a su hijo, después de que los arqueros se inclinaran ante su rey como despedida y Thranduil les alzara la mano en bendición por su servicio prestado.
"Nos hemos encontrado con algo inesperado en la entrada a la Montaña, mi Señor." - comenzó a decir. Desde aquella noche Legolas no había dejado de llamarle -mi Señor-, señal de que aun estaba enfadado con él- "Nos hemos sorprendido al encontrar la Puerta obstruida por un parapeto de piedras recién talladas."
"¿Recién talladas?" - ¿De qué hablaba Legolas¡Los dragones no tallan piedras! Legolas asintió.
"La Puerta está bloqueada por un parapeto alto y ancho, de piedras regulares, puestas una sobre la otra. Tiene agujeros por los que se puede mirar, pero ninguna entrada. Necesitaríamos una escalera de mano para entrar. Hay un arco pequeño y bajo en el parapeto para la salida del arroyo. Además, una laguna se extiende ahora desde la pared de la montaña hasta el principio de la cascada; aproximarse a la Puerta sólo puede hacerse a nado, o escurriéndose a lo largo de una repisa angosta, que corre a la derecha del risco, mirando desde la entrada."
Thranduil le miraba con los ojos muy abiertos. "¿Y qué me dices del arco¿Se puede entrar a través de él?"
"No. Es demasiado pequeño para que alguien pueda deslizarse hacia adentro."
"¿Pero quién ha podido construir todo eso y por qué?" - se preguntó el Rey Elfo en voz alta, aunque en su interior temía que ya sabía la respuesta.
"Eso no es todo, adar." - continuó Legolas, que al parecer por un momento había olvidado su enfado con su padre. - "Mientras estábamos allí, observando sorprendidos la Puerta obstruida, de repente oímos una voz, que hablaba fuerte y toscamente, desde el otro lado del parapeto: ¿Quiénes sois vosotros, que venís en son de guerra a las puertas de Thorin hijo de Thrain, Rey bajo la Montaña, y qué deseáis, dijo la voz. No le respondimos, pero nos quedamos a observar la puerta mientras los hombres llevaban las noticias a Bardo, y vimos que estaba bien defendida."
Thranduil estaba pálido bajo el tarde sol del otoño, mas Gandalf, que había aparecido en aquel momento, como si hubiera estado escuchando su conversación a escondidas, reía larga y apaciblemente. El Rey Elfo se volvió al anciano con ojos rencorosos.
"¿No te dije, mi Señor Thranduil, que Thorin Escudo de Roble seguía con vida?" - dijo el mago, sus ojos brillantes bajo espesas cejas grises vueltos hacia la orgullosa montaña.
Aquella noche hubo fiesta en el campamento. No es que se hubiera planeado, pero alguien comenzó a tocar el arpa y otros se unieron, entonando una dulce canción. Al poco tiempo todo el campamento élfico estaba reunido alrededor de una gran hoguera cuyas llamas bailaban muy altas y cuyos inciensos ardientes revoloteaban entre ellos como luciérnagas rojas. Pronto se les unieron los hombres del Lago que, a aunque no gozaban de una voz tan hermosa como la de los elfos, bien sabían cantar, y cantaban canciones que divertían mucho a los elfos, acostumbrados como estaban a cantar solamente por las estrellas y los árboles.
"Un
Señor montado en un burro,
salió a pasear, era un
día que llovía,
nosotros os contaremos lo que pasó."
"El
burro se cayó de un tropezón,
entre las orejas cayó
el Señor,
y el Señor decía con la frente
azul:
¿De qué sirve ser buen jinete si el burro se
tropieza?"
Los elfos se echaron a reír y aplaudieron cuando la canción acabó. El Rey Elfo, sentado con una pequeña arpa de plata en su regazo, rió con ellos. Allí se sentía feliz, pues amaba a la música, y por un tiempo olvidó las desagradables sorpresas que se había llevado desde que habló aquella noche con Gandalf. Legolas estaba sentado a su lado con una flauta de madera en las manos, o lo había estado hace un minuto, porque cuando Thranduil se volvió para hablarle vio que ya no estaba allí; la flauta reposaba sobre la fresa hierba verde. Vio una sombra que se alejaba del círculo iluminado por el gran fuego, adentrándose en la oscuridad del Valle. Thranduil se puso en pie y sigilosamente siguió la figura de su hijo en las sombras. No se habían alejado mucho del campamento cuando Legolas se detuvo, quedándose de pie muy quieto y silencioso como un búho en la noche, mirando fijamente la Montaña Solitaria. La alta figura esbelta de Legolas no era nada en comparación con la magnitud de la montaña que se alzaba frente a él, como un gigante ignorando el insecto que había a sus pies.
Thranduil se preguntó que tramaba Legolas, pero entonces vio la pequeña luz que había en la montaña, poco más o menos donde estaba la Puerta.
"Es Thorin." - dijo Thranduil, acercándose al otro - "Han encendido una hoguera, como nosotros."
"¿Oyes eso?" - murmuró Legolas. Thranduil agudizó el oído, y sí, en seguida le llegó el eco de una melodía: graves voces acompañadas por claros sonidos instrumentales. Casi podían distinguirse las flautas, los violines y las violas junto al clarinete, conducidos por el compás de un tambor y liderados por una arpa.
"...mientras
mazas tañían como campanas,
en profundas simas donde
duermen unos seres oscuros,
en salas huecas bajo las montañas."
"En
collares de plata entretejían
la luz de las estrellas, en
coronas colgaban
el fuego del dragón; de alambres
retorcidos
arrancaban música a las arpas."
"Música," - sonrió Legolas, complacido y sorprendido al mismo tiempo - "No sabía que los enanos tuvieran el don del canto... Y aun menos que pudieran componer su propia música. Creía que el único sonido que los enanos sabían producir era el del martillo en el yunque y el pico en la piedra."
Thranduil rió suavemente. "Hay muchas cosas que no sabemos del Pueblo Menguado." - dijo, mirando a su hijo con cariño - "Lo que sí sabemos bien es que les gusta mucho el secretismo. Parece que acabamos de descubrir otro de sus secretos." - añadió.
"Alguien que pueda cantar así tiene que tener un buen corazón." - dijo Legolas suavemente.
"Puede," - respondió Thranduil - "Pero no creo que mañana logremos una tregua con ellos, como Bardo a propuesto."
Legolas no prestó atención a la poca fe de su padre. Miraba hacia la montaña sonriente. Había valido la pena venir, se dijo.
A la mañana siguiente se pusieron en marcha tan pronto salió el sol en el horizonte y las brumas blancas de Valle se alzaban. Bardo y el Rey Elfo solamente fueron acompañados por sus lanceros, pues todos los de las dos huestes juntas eran demasiados, y no deseaban que Thorin Escudo de Roble viera la verdadera magnitud de sus ejércitos.
Legolas había temido que le obligaran a quedarse atrás en el campamento con los demás arqueros. Thranduil le había sonreído pícaramente al ver su desesperación, y seguidamente le había entregado el estandarte verde de su patria. -Tú caminarás en el frente y llevarás el estandarte en representación del Rey Elfo y su pueblo- le había dicho, y Legolas había sonreído como un niño a quien le dan un caramelo muy apetitoso. El estandarte verde del Gran Bosque Verde lo había tejido por la primera Reina, esposa del Rey Oropher, abuela paterna de Legolas. La había tejido de manera que mostraba los mismos hermosos colores del bosque, utilizando tintes vegetales de sus mismos árboles y plantas. Junto a Legolas caminó un joven moreno con el estandarte azul del Lago.
Bardo, con su cara siempre ceñuda, iba al frente también, pero Thranduil se había rezagado, pues bien sabía que había poco amor entre él y Thorin, y que su presencia no sería una gran ayuda para lograr una tregua. Permaneció en la retaguardia, y allí se le unió Gandalf, que se había cubierto completamente con una capa y un capuchón gris. Era como si el anciano mago tratara de esconderse, y eso le extrañó a Thranduil: pues los enanos y el hobbit eran sus queridos amigos, el mismo Gandalf había dicho. Sin embargo, Thranduil optó por no hacer preguntas.
Nada más se detuvieron delante del parapeto de la Puerta, la voz habló de nuevo, retumbando en las paredes de roca, tal y como la había descrito Legolas, repitiendo sus mismas palabras.
"Quiénes sois que llegáis armados para la guerra a las puertas de Thorin hijo de Thrain, Rey Bajo la Montaña?"
Bardo de adelantó, hablando con orgullo y expresión ceñuda, como era su forma de ser. "¡Salud, Thorin¿Por qué te encierras como un ladrón en la guarida? Nosotros no somos enemigos y nos alegramos de que estés con vida, más allá de nuestra esperanza. Vinimos suponiendo que no habría aquí nadie vivo, pero ahora que nos hemos encontrado hay razones para hablar y parlamentar."
"¿Quién eres tú, y de qué quieres hablar?" - habló la voz.
"Soy Bardo y por mi mano murió el dragón y fue liberado el tesoro. ¿No te importa? Más aún: soy, por derecho de descendencia, el heredero de Girion del Valle, y en tu botín está mezclada mucha de la riqueza de los salones y villas del Valle, que el viejo Smaug robó. ¿No es asunto del que podamos hablar? Además, en su última batalla Smaug destruyó las moradas de los Hombres de Esgaroth y yo soy aún siervo del gobernador. Por él hablaré, y pregunto si no has considerado la tristeza y la miseria de ese pueblo. Te ayudaron en tus penas, y en recompensa no has traído más que ruina; aunque sin duda involuntaria."
Las palabras que había hablado Bardo eran hermosas y justas. Thranduil, aunque un poco atrás, las oyó perfectamente, y de pronto pensó que los Hombres de Esgaroth deberían echar a ese hombre que se hace llamar gobernador y proclamar al Rey Bardo. Sin duda ese hombre sería un buen rey. Aquellas palabras, aunque dichas ceñudamente, tal vez hicieran entrar en razón a Thorin, aunque Thranduil sabía muy bien de la avaricia de los enanos; y si Thorin había pasados largos días con el tesoro... sin duda no querría desprenderse ni de una pequeña parte de él.
Perdido en sus pensamientos Thranduil no oyó lo que respondió Thorin hasta que ya casi había terminado de hablar:
"...precio de las mercancías y la ayuda recibida de los Hombres del Lago lo pagaremos con largueza... cuando llegue el momento. Pero no daremos nada, ni siquiera lo que vale una hogaza de pan, bajo amenaza o por la fuerza. Mientras una hueste armada esté aquí acosándonos, os consideraremos enemigos y ladrones. Y te preguntaré, a demás qué parte de nuestra herencia habrías dado a los enanos si hubieras encontrado el tesoro sin vigilancia y a nosotros muertos."
Astuto, pensó Thranduil. Le hubiera gustado ponerse al frente y responderle con la misma astucia, pero Bardo respondió, exigiendo que le respondiera a sus demandas.
"No parlamentaré, como ya he dicho, con hombres armados a mi puerta." - dijo Thorin - "Y de ningún modo con la gente del Rey Elfo, a quien recuerdo con poca simpatía."
El sentimiento es mutuo.
"En esta discusión, él no tiene parte." - continuó Thorin, su desprecio por los elfos (o por el rey de los elfos) evidente en su voz. - "¡Aléjate ahora, antes de que nuestras flechas vuelen! Y si has de volver a hablar conmigo, primero manda la hueste élfica a los bosques a que pertenecen, y regresa entonces, deponiendo las armas antes de acercarte al umbral."
A esto los elfos se levantaron en un clamor de enfado, mas Bardo los acalló respondiendo con su propio enfado. "El Rey Elfo es mi amigo, y ha socorrido a la gente del Lago cuando era necesario, sólo obligado por la amistad." - dijo en su defensa y ante la aprobación de toda la hueste - "Te daremos tiempo para arrepentirte de tus palabras. ¡Recobra tu sabiduría antes que volvamos!"
Bardo se dio la vuelta sin intercambiar una sola palabra más con Thorin Escudo de Roble y la hueste se volvió al campamento. Unas horas más tarde los portaestandartes volvieron y los trompeteros soplaron, anunciando su llegada.
"En nombre de Esgaroth y del Bosque," - gritó el portavoz, un hombre moreno como Bardo y de buena temple - ", hablamos a Thorin Escudo de Roble, que se dice Rey bajo la Montaña, y le pedimos que reconsidere las reclamaciones han sido presentadas o será declarado nuestro enemigo. Entregará, por lo menos, la doceava parte del tesoro a Bardo, por haber matado a Smaug y como heredero de Girion. con esa parte, Bardo ayudará a Esgaroth; pero si Thorin quiere tener la amistad y el respeto de las tierras de alrededor, como los tuvieron sus antecesores, también él dará algo para el alivio de los Hombres del Lago."
Por un momento no se oyó respuesta y el silencio reinó en el Valle. La pequeña compañía aguardó unos segundos, y entonces a Legolas le pareció oír algo como un murmullo seco, un sonido que de alguna forma le era muy familiar. El elfo abrió mucho los ojos cuando comprendió que era el sonido que producía la cuerda del arco al ser tensada lentamente.
"¡Cuidado!" - gritó, justo en el momento en que una flecha salía disparada en perfecta dirección hacia portavoz. Afortunadamente, el portavoz portaba un escudo, en el que se clavó la flecha con fuerza y allí se quedó temblando. Todos echaron una exclamación de sorpresa e indignación. Legolas comprendió entonces al desagrado de su padre por los Naugrim y la falta de fe que le había enseñado la noche anterior. El hijo de Thranduil no pudo evitar sentir una pequeña punzada de dolor en el corazón al ver que había sido fácilmente burlado por una bella canción, y se sintió avergonzado por su joven ignorancia.
"Ya que ésta es tu respuesta," - dijo el portavoz, cuya serena voz no se le había alterado a pesar de la bonita respuesta que había recibido - ", declaro la Montaña sitiada. No saldréis de ella hasta que nos llaméis para acordar una tregua y parlamentar. No alzaremos armas contra vosotros, pero os abandonamos a vuestras riquezas. ¡Podéis comeros el oro, si queréis!"
Aun así, Legolas sintió lástima por los trece enanos y el mediano, ahora sitiados en la montaña. Si Thorin no entraba en razón (y su padre probablemente le dirá que los enanos son demasiado testarudos para hacerlos entrar en razón) su compañía moriría de hambre en cuestión de tiempo. Y el Invierno se acercaba...
Era temprana noche cuando comenzó el turno de vigilancia de Legolas y sus arqueros. Sólo el agudo de vista Silinde, el tímido Dîndîr, y el no muy apreciado Tavaro, habían abandonado los bosques para unirse al Rey Elfo en este viaje. Sirion, el padre de Dîndîr, aunque no era su turno de guardia, se había unido a ellos. Legolas aceptó su compañía agradecido, pues Tavaro y Sirion nunca se habían llevado bien, y el joven elfo no se atrevía a contradecir al más anciano, por más que sí se atreviera a contradecir las órdenes de Legolas, que era su capitán e hijo del rey.
A pesar de ello Legolas nunca se había quejado de la desobediencia del hijo de Habaro, porque pensaba que en parte era culpa suya, por no tener madera de capitán. A Legolas no le gustaba comandar sobre otros.
Aquella era una noche húmeda, y tan pronto como apareció la cara de la luna la neblina blanca se extendió por el campamento y por todo el Valle como un mar de niebla. Los arqueros hablaban en susurros entre ellos, disfrutando la sensación de la hierba mojada bajo sus pies y la luz lunar bañándoles el rostro y el cabello, pero Legolas estaba demasiado preocupado para disfrutarlo como lo hacían ellos. Se preguntaba cuánto tiempo podrían mantener el sitio de la Montaña Solitaria, hasta que llegara la hueste de Dáin, acudiendo a la ayuda de su primo Thorin. No sabía si Dáin les ayudaría a convencer a Thorin de que todo esto era una locura, o si por lo contrario el Señor de las Montañas de Hierro les declararía la guerra por sitiar a los suyos en la Montaña... y por el tesoro de Smaug.
Estaban muy cerca del río cuando, sin previo aviso, los arqueros elfos oyeron un fuerte chapoteo, como algo muy pesado cayendo en el agua.
"¡Shh!" - ordenó Legolas agudizando el oído y escudriñando en la oscuridad.
"¡Sólo fue un pez!" - soltó Tavaro, no muy dispuesto a guardar silencio como los demás.
"¡Eso no fue un pez!" - dijo Sirion, y bajó la voz - "Hay un espía por aquí. ¡Ocultad vuestras luces! Le ayudarán más a él que ha nosotros, si se trata de esa criatura pequeña y extraña que según se dice es el criado de los enanos."
Legolas iba a explicarle que en realidad no era un criado, sino un experto saqueador, cuando de repente oyeron otro ruido. Parecía un estornudo.
"¿Alguno de vosotros a estornudado?" - preguntó. Todos negaron silenciosamente con la cabeza.
"Creo que el sonido vino de aquella dirección." - musitó Silinde señalando con un dedo hacia el río. Sigilosamente y con las armas en la mano, se dirigieron hacia el sonido, como unos cazadores nocturnos. Podían ver la luz de la luna reflejada en las aguas del río y jirones de niebla sobre la oscura superficie, pero no había sombra de nada, salvo la naturaleza que los rodeaba. Legolas ya comenzaba a pensar que habían confundido el sonido con un pez saltando en el agua cuando sin previo aviso una voz desconocida, constipada y algo temblorosa, habló:
"¡Encended una luz!.¡Estoy aquí si me buscáis!"
Legolas no sabía como, pero de pronto se encontró con la oscura figura de lo que parecía ser un niño (pues no le llegaba más arriba de la cintura) justo delante suyo, donde antes no había visto nada. Aun sorprendidos, los elfos encendieron de nuevo sus resplandecientes linternas de aceite. Lo que revelaron en la tenue luz rutilante fue a un hombrecillo vestido con armadura élfica y un viejo manto empapado. En realidad no solo el manto estaba empapado, sino todo él, desde los desnudos pies peludos hasta los rizos marrones castaño de su cabeza. Su rostro, rollizo y de ojos saltones, seguramente era muy afable la mayoría del tiempo, pero en aquel momento el pobre estaba tiritando de frío. Y no era de extrañar: se había metido en el río en una noche a finales de Otoño.
Los elfos estallaron en preguntas al mismo tiempo.
"¿Quién eres?" - preguntó Silinde, mirando de arriba a abajo al hombrecillo.
"¿Eres el hobbit de los enanos?" - preguntó Legolas con los ojos muy abiertos.
"¿Cómo pudiste llegar tan lejos con nuestros centinelas?" - preguntó Tavaro incrédulo.
"Soy el señor Bilbo Bolsón." - respondió el hobbit, saludando con una reverencia, salpicando agua con el movimiento - ", compañero de Thorin, si deseáis saberlo. Conozco de vista a vuestro rey, aunque quizá él no me reconozca. Pero Bardo me recordará y es a Bardo en especial a quien quisiera ver."
"¡No digas!" - exclamó Sirion - "¿Y qué asunto te trae por aquí?"
"Lo que sea, sólo a mí me incumbe, mis buenos elfos." - respondió el hobbit, aunque tiritando de frío, en un tono muy amable - "Pero si deseáis salir de este lugar frío y sombrío y regresar a vuestros bosques, llevadme en seguida a un buen fuego donde pueda secarme, y luego dejadme hablar con vuestros jefes lo más pronto posible. Tengo solo una o dos horas." - añadió, en un tono urgente.
Fue así como dos horas después Legolas acompañaba al pequeño hobbit ante la presencia de Bardo y el Rey Elfo, que no habían podido disimular su sorpresa cuando les contaron lo sucedido y la petición del mediano. Le esperaban ahora junto a una hoguera delante de la tienda de Bardo. Legolas caminaba al lado del hobbit, y no podía evitar echarle una rápida y disimulada ojeada de vez en cuando. Le había estado observando cuando el hobbit se secaba y calentaba los miembros fríos y entumecidos en su tienda; sentía gran curiosidad por aquella criatura de pies peludos, tan pequeña, tan diferente a él... El hobbit no había pasado desapercibida su atenta mirada en aquel entonces, y había tosido adrede, haciéndole saber su incomodidad al ser tan fijamente observado. Legolas se había sonrojado y había bajado la mirada, un poco avergonzado ante su descaro. A partir de aquel momento le había mirado con más disimulo.
Legolas se dio cuenta de que el hobbit estaba cada vez más nervioso a medida que se acercaban al lugar del encuentro.
"Señor Bolsón." - dijo suavemente, y el otro, a pesar de la suavidad de su voz, se sobresaltó. - "El Capitán Bardo y el Rey Elfo le esperan junto a la hoguera en la tienda con el estandarte del Lago, justo ahí en frente. Le conceden quince minutos para hablar."
"Bien, bien..." - musitó el hobbit para sus adentros, un poco acalorado. Luego se volvió tímidamente a Legolas y le miró con esos grandes ojos suplicantes - "No vais a... quiero decir... Podríais acompañarme hasta allí..."
Legolas sonrió ampliamente. "Como usted guste, Señor Bolsón."
Sentados en la hoguera estaban Bardo, tan ceñudo como siempre, y el Rey Thranduil, vestido con las ropas más nobles que se había permitido llevar en este viaje y la corona de hojas otoñales y frutos sobre la cabeza rubia. Legolas entornó los ojos ante la altanería de su padre.
"El Señor Bilbo Bolsón de la Comarca, hijo de Bungo, compañero de Thorin." - anunció el hijo de Thranduil, y antes de marcharse le ofreció a Bilbo una sonrisa alentadora, que el hobbit devolvió con aprecio.
Una vez comenzaba la reunión nadie podía estar presente salvo las el rey y el capitán y el negociador. Tanto Bardo como el Rey Elfo habían ordenado que los dejaran a solas con el hobbit, y ningún elfo u hombre podía acercarse a menos de veinte metros a la redonda. El mismo Bilbo había dicho que era un asunto secreto y urgente que quería compartir solamente con Bardo, y con el Rey Elfo si él lo deseaba.
Por eso Legolas no se sorprendió al encontrarse con Gandalf justo detrás de la tienda de Bardo. El viejo mago estaba encorvado en el suelo, envuelto en su capa gris, medio oculto en las sombras de la noche. Pero los ojos de Legolas le vieron claramente en la oscuridad, a demás de que el aire olía a tabaco a su alrededor (un olor que siempre parecía acompañar al mago).
"Mithrandir,"- susurró Legolas por lo bajo - "¿Estás fisgoneando?" - le preguntó con diversión.
"Oh, Legolas, eres tú." - suspiró Gandalf, que había sido sobresaltado - "Siéntate a mi lado y fisgonearemos los dos."
Legolas obedeció casi con entusiasmo. A él también le apetecía saber qué tenía el hobbit que decir a su padre y al extraño hombre del Lago. "¿No se darán cuenta los demás de que faltamos?" - preguntó despreocupado.
"¡Shh! Cuando se den cuenta ya habremos oído todo lo que necesitamos para saciar nuestra curiosidad y más. ¡Ahora calla! que no tengo muy buen oído."
Legolas sonrió para sus adentros y agudizó el oído. Pronto oyó la vocecita del mediano hablando con sus mejores modales de negociador.
"Sabéis realmente, las cosas se están poniendo imposibles. Por mi parte estoy cansado de todo este asunto. Desearía estar de vuelta allá en el Oeste, en mi casa, donde la gente es más razonable. Pero tengo cierto interés en este asunto, un catorceavo del total, para ser precisos, de acuerdo con una carta que por fortuna creo haber conservado..."
BoA: Vale, lo admito, el principio se parece mucho a la pelea de Gandalf y Bilbo en la Comunidad del Anillo ¬¬ El próximo capítulo ya lo he comenzado a escribir, por lo que no tardará mucho en llegar. Por cierto¿os habéis leído el nuevo libro de Harry Potter? yo me llevé un disgusto muy grande ;; creo q ya no me apetece leer el ultimo libro...buuaaa... no diré más, por si acaso...
Quisiera daros un dato muy curioso, y es que habiendo leído tantos libros de Tolkien me he dado cuenta de que al maestro le encantaba el número 144; quiero decir, que fueron 144 los elfos que nacieron en Cuiviénen (los primeros elfos de la Tierra Media), 144 fueron los invitados a la Gran Fiesta de cumpleaños de Bilbo Bolsón y Frodo Bolsón (que era lo que sumaban los años de Bilbo más los de Frodo), y por último, los elfos hacen uso del yen para contar los años (un yen equivale a 144 años).
Ya que muchos estáis interesados en mi élfico, podéis usarlo si os apetece, pues yo utilizo verdaderos y buenos diccionarios (podéis comprarlos en cualquier librería), mientras q en internet escriben unas tonterías q parecen q se lo hayan inventado. La única pagina web de la q os podéis fiar es ésta: http/ www . elvish . org Hay paginas web que te dan buen vocabulario (sólo quenya, aunque ellos no te lo dicen), pero no especifican mucho: por ejemplo, "daw" significa "noche", pero "mor" significa noche en sentido de "oscuridad", y "dû" significa noche en sentido de "caer la noche/anochecer", y "fuin" significa noche en sentido de "completa noche/profunda oscuridad". Si lo buscáis en internet os saldrán las palabras daw, mor, dû y fuin para "noche", sin explicaros la importante diferencia entre ellos. De todos modos, si no encontráis la palabra que buscáis por internet, eviadme un e-mail e intentaré ayudaros.
Por último, siento deciros que no puedo responder a vuestros reviews porque ha puesto una nueva norma (estúpida norma!) que dice quien responga a los reviews será echado a patadas... así que si acaso a partir de ahora responderé a algunos de ustedes por medio del e-mail, así que si son anónimos deberían dejarme su dir. si quieren que les responga. Pero por favor no dejen de mandarme reviews, que sin ellos no siento ánimos para escribir ;; Bueno, doy las gracias a Elonier, nindeanarion, Laliari Lalaith, Giby a hobbit, princesselvenfromhell, VaniaHepskins (ví tus fotomontajes!), Paula Yemeroly, Annariel, Gissela, Luthien, Ieliania Greenleaf, Altariel, thesesshogroupie (aiya mellon! mándame un e-mail cuendo quieras!), Kydre, Lalwen Tinúviel, Usagi-cha y Brazgirl (hey, my old mellon, I'm glad you're writing again!) por sus maravillosos reviews.
Ps: si algunos aun quieren ver el dibujo que hice para este fic lo encontrarán en: http/www .deviantart .com/ view/ 14179295/ y http/ www .deviantart. com /view/ 20239681/
Traducciones:
Gonnhirrim - Maestros de la Piedra (refiriéndose a los Enanos. Sindarin.)
Morannon – Las Puertas Negras (de Mordor. Sindarin.)
Boe le henio – Debes entender (Sindarin.)
Mae daw – Buenas noches (Sindarin.)
