El tesoro de Thranduil.
Capítulo 9no: Los Cinco Ejércitos.
Thranduil observaba con curiosidad el personaje sentado delante suyo. Aunque el Rey Elfo había visto pasar muchas estaciones del Mundo y había viajado desde el Mar hasta la gran floresta del Norte, aquello que tenía en frente era algo nuevo: un hombrecillo rollizo, de espesos rizos castaños en la cabeza, vestido con cota de malla de anillos entrelazados plateada y brillante como el agua bañada con luz de luna, tachonada con gemas blancas y un cinturón de cristal y perlas. Thranduil estaba convencido de que esa hermosa cota de malla estaba echa de mithril puro, la plata de los enanos, y muy convencido también de que el hobbit no sabía que llevaba puesto un regalo de reyes con la valía del Gran Bosque Verde entero. Pero a pesar de la bella armadura, el hobbit estaba medio arropado con una vieja manta de viaje manchada por la intemperie, que contrastaba con la cota de mithril. Tenía las piernas cruzadas, mostrando los pies descalzos (de gran tamaño pese a las diminutas proporciones del hobbit), muy velludos y fuertes. Nunca había visto Thranduil algo semejante, y le fascinó, pero trató de no mostrarlo.
El hobbit sacó algo del bolsillo de la vieja chaqueta y se lo pasó a Bardo. Era un papel arrugado y plegado que el hombre leyó con detenimiento. Luego se la pasó a Thranduil, y esto fue lo que leyó:
Thorin
y Compañía al Saqueador Bilbo¡salud! Nuestras
más
sinceras gracias por vuestra hospitalidad y nuestra
agradecida
aceptación por habernos ofrecido asistencia
profesional. Con-
diciones: pago al contado y al finalizar el
trabajo, hasta un má-
ximo de catorceavas partes de los
beneficios totales (si los hay);
Todos los gastos del viaje
garantizados en cualquier circunstan-
cia; los gastos de posibles
funerales los pagaremos nosotros o
nuestros representantes, si hay
ocasión y el asunto no se arregla
de otra manera.
Había algo más escrito, pero era de poca importancia, y abajo, a la derecha, estaba firmado: Thorin y Cía. Thranduil suspiró mentalmente.
Uno más que quiere el oro de Smaug, se dijo, me pregunto cómo y cuando terminará todo esto.
"Una parte de todos los beneficios, recordadlo." - dijo el hobbit, guardando el sobre cuidadosamente - "Lo tengo muy bien en cuenta. Personalmente estoy dispuesto a considerar con atención vuestras proposiciones, y deducir del total lo que sea justo, antes de exponer la mía. Sin embargo, no conocéis a Thorin Escudo de Roble tan bien como yo. Os aseguro que está dispuesto a sentarse sobre un montón de oro y morirse de hambre, mientras vosotros estéis aquí."
Esa última advertencia no tomó al Rey Elfo por sorpresa. Sabía que cuando un enano era afectado por "la fiebre del oro", cosas como esa podían ocurrir. De cualquier modo Thorin se aferraría al tesoro que había reclamado como su posesión, fueran cuales fueran las consecuencias. A decir verdad a Thranduil poco le importaba todo eso. Si Thorin se moría de hambre a causa de su propia estupidez, entonces eso sería una buena noticia para ellos, pues tendrían un problema menos. En cualquier caso, Thranduil había aprendido a no hablar en voz alta pensamientos tan horribles. Sin embargo, Bardo, que era un hombre a veces demasiado sincero, se ocupó fervientemente de hablar sus mismos pensamientos.
"¡Bien, que se quede!" - dijo - "Un tonto como él merece morirse de hambre."
"Tienes algo de razón" – respondió el hobbit serenamente - "Entiendo tu punto de vista. A la vez ya viene el Invierno. Pronto habrá nieve, y otras cosas, y el abastecimiento será difícil, aun para los elfos, creo." - dijo, mirando por un momento al Rey Elfo a los ojos, pero rápidamente apartando la mirada. Thranduil no dijo nada, pero en verdad no habían traído suficientes provisiones para pasar el Invierno a la intemperie, lejos de casa; y muchas de las provisiones que ya habían traído para el viaje a la Montaña Solitaria los habían dejado al Gobernador, para la gente del Lago sin hogar.
"Habrá otras dificultades también." - continuó el hobbit - "¿No habéis oído hablar de Dain y de los enanos de las Colinas de Hierro?"
El corazón de Thranduil dio un gran salto en el pecho, pero se obligó a mantener el rostro impasible. Gandalf le había confiado un pequeño secreto: le había dicho que Dain y su ejercito se habían puesto en marcha hacia Erebor, pero el mago le había echo jurar que no diría nada sobre ello a Bardo o al Gobernador.
Thranduil trató de hablar con el tono de voz más casual que pudo. - "Sí, hace mucho tiempo; pero¿en qué nos atañe?"
"En mucho, me parece. Veo que no estáis enterados. Dain, no lo dudéis, está ahora a menos de dos días de marcha, y trae consigo por lo menos unos quinientos enanos, todos rudos, que en buena parte han participado en las encarnizadas batallas entre enanos y trasgos, de las que sin duda habréis oído hablar. Cuando lleguen, puede que haya dificultades serias."
Thranduil, desde luego, había oído hablar de aquellas batallas, y la seriedad de su rostro se lo confirmó a Bilbo el hobbit. Mas Bardo, siendo como era, se precipitó al responder, ceñudo y seriamente, mirando ahora al hobbit con desconfianza y prudencia en los ojos.
"¿Por qué nos lo cuentas¿Estás traicionando a tus amigos, o nos amenazas?"
Thranduil contuvo una sonrisa. Las palabras de Bilbo podrían haber sonado amenazadoras, pero para el Rey Elfo, que durante muchos años de los Hombres había tratado con gentes de todo tipo, desde humildes alcaldes en pequeñas aldeas en las fronteras del Gran Bosque hasta nobles Señores de los Hombres, astutos y mundanos, no eran más que las palabras de alguien que intenta ayudar. El hobbit quería ayudarles, mas tampoco iba a traicionar a los enanos, sus amigos. Bardo era joven y aun tenía que aprender eso.
"¿Mi querido Bardo!" - chilló el hobbit - "¡No te apresures¡Nunca me había encontrado antes con gente tan suspicaz! Trato simplemente de evitar problemas a todos los implicados. ¡Ahora os haré una oferta!"
"¡Oigámosla!" - exclamó Thranduil. Esta vez Bilbo Bolsón le miró a los ojos sin apartar la mirada rápidamente, pues ya había perdido la timidez.
"¡Podéis verla!" - dijo el hobbit, y puso delante de ellos algo envuelto en un trapo - "¡Aquí está!"- y retiró la envoltura.
El Rey Elfo se puso en pie, asombrado, dejando escapar una exclamación cuando vio la hermosa joya que el hobbit les enseñaba. Era como un globo de mil facetas, que brillaba con pálida luz propia, con un resplandor blanco que parecía agua al sol, nieve bajo las estrellas y lluvia bajo la Luna. Es más, era como si hubiesen llenado aquel globo de luz de luna y colgase ante ellos una red centelleante de estrellas escarchadas.
Thranduil, que poseía muchas riquezas y cuyos ojos estaban acostumbrados a bellas y asombrosas joyas, se encontró contemplando la magnánima piedra en silencio, pues nunca había visto nada igual. Extendió una mano vacilante y tocó la pulida superficie. Por lo que él sabía sobre piedras preciosas, aquella era un ópalo blanco, o al menos se lo parecía, porque la superficie que su mano tocaba gentilmente titilaba con un centelleo de muchos colores, reflejos y destellos; eso era lo que es llamado opalescencia, una irisación en forma de arco iris que varia según el ángulo que se mire. Pero si aquello era un ópalo, entonces era uno de muy raro y especial, pues por lo que él sabía los ópalos son muy frágiles: con el tiempo pierden su contenido en agua, se agrietan y disminuye su opalescencia; la mejor forma de conservar un ópalo es guardarla en algodón húmedo, para que la piedra no envejezca y el juego de colores se intensifique. Pero aquella piedra había sido extraída por los enanos del corazón de la montaña sin duda hacía mucho tiempo y escondida en las entrañas de Erebor desde el dominio de Smaug, y aun así parecía como recién excavada de la roca y pulida, recogiendo toda la luz que caía sobre ella y transformándola en diez mil chispas de radiante blancura irisada. No podía haber otra joya semejante.
Quizá los vapores de Smaug ayudaron en su buena conservación, pero el Rey Elfo, que se había vuelto a sentar pero no apartaba la mirada del hermoso globo, dudaba que el vapor de un dragón fuera beneficioso para cualquier piedra. Bardo, a su lado, la contemplaba maravillado también y en silencio.
"Ésta es la Piedra del Arca de Thrain," - dijo el hobbit, y Thranduil escapó del hechizo que le había prendado el contemplar la joya, volviendo su atención al hobbit - ", el Corazón de la Montaña; y también el corazón de Thorin. Tiene, según él, más valor que un río de oro. Yo os la entrego."
El Señor Bolsón se la entregó a Bardo después de echarle una ultima mirada ansiosa, y cuando Bardo la sostuvo entre sus manos, el hobbit se estremeció. Thranduil comprendió su comportamiento, pues sabía que era muy difícil separarse de tan maravillosa piedra preciosa, y de pronto sintió gran admiración por el hobbit como no había sentido por nadie en muchos años. En realidad, las últimas personas por las que había sentido algo así fueron su padre Oropher y la Reina Elfa.
Bardo se había quedado sin aliento, deslumbrado por el tesoro en sus manos, hasta que al fin pudo hablar con esfuerzo. - "Pero¿es tuya para que nos la des así?"
De pronto el rostro del Rey Elfo era tan ceñudo como el de Bardo. Desde luego que no, se dijo, pensando lúgubremente en lo que pasaría cuando Thorin se enterara de que su aliado y amigo el hobbit le había robado su Corazón y se lo había entregado al enemigo. El saqueador había hecho muy bien su trabajo; seguramente delante de las mismas narices de Thorin.
Naturalmente el hobbit se mostró incómodo ante la pregunta del Heredero de Girion.
"No exactamente," - respondió con algo de timidez - "; pero desearía dejarla como garantía de mi proposición, sabéis. Puede que sea un saqueador (al menos eso es lo que dicen: aunque yo nunca me he sentido tal cosa), pero soy honrado, espero, bastante honrado." - el hobbit se puso trabajosamente en pie, olvidando sus modales - "De todos modos regreso ahora, y los enanos pueden hacer conmigo lo que quieran. Espero que os sirva."
Thranduil miró al pequeño hobbit con renovado asombro, y de repente quiso que el señor Bolsón se quedara con ellos, pues temió que la ira de Thorin fuera grande al enterarse de lo sucedido y le hiciera daño a su saqueador, si no se atrevía a matarlo.
"¡Bilbo Bolsón!" - dijo - "Eres más digno de llevar la armadura de los príncipes elfos que muchas que parecían vestirla con más gallardía. Pero me pregunto si Thorin Escudo de Roble lo verá así. En general, conozco mejor que tú a los enanos. Te aconsejo que te quedes con nosotros, y aquí serás recibido con todos los honores y agasajado tres veces."
"Muchas gracias, no lo pongo en duda." - dijo el hobbit con un reverencia - "Pero no puedo abandonar a mis amigos de este modo, me parece, después de lo que hemos pasado juntos. ¡Y además prometí despertar al viejo Bombur a medianoche¡Realmente tengo que marcharme!"
No hacía falta decir más y Thranduil ya sabía que el señor Bolsón hablaba con el corazón: no iba a abandonar a sus amigos, y por mucho que él y Bardo intentaran persuadirlo, no lo lograrían; así que le proporcionaron una escolta de regreso a la Montaña Solitaria, y cuando se pusieron en marcha, Thranduil se volvió a Bardo, que miraba como hechizado la hermosa piedra en sus manos, el Arca de Thrain. Despacio levantó la mirada.
"Creo que mañana llegaremos a un acuerdo con Thorin. ¿No le parece, Rey Elfo?" - dijo el hombre con picardía. Thranduil asintió.
"El viento sopla a nuestro favor. Todo gracias al señor Bolsón." - dijo, y se quedó pensativo.
Thranduil se sentía tan satisfecho por los últimos acontecimientos que se encontró ansioso por un baño en las frías agua del río bajo la plateada luz de la luna, seguido de un buen reposo entre sus suaves sabanas. A la mañana siguiente partirían de nuevo hacia Erebor, y el Rey Elfo ya se había decidido a acompañar a Bardo (quién debía hacer el trato, pues la Piedra del Arca de Thrain estaba en su posesión ahora), pero esta vez no iría de incógnito como la última vez: deseaba ver claramente y desde la primera fila la cara incrédula, furiosa y humillada de Thorin Escudo de Roble al descubrir el Arca en las manos de sus enemigos.
Por gran consternación suya, Thranduil se despidió sus guardaespaldas, diciendo que deseaba estar a solas unas horas. Ellos accedieron a las órdenes de su Señor, no sin asegurase de que los alrededores del campamento y las cercanías del río estaban bien protegidas por los centinelas. Así que Thranduil tomó una de sus botellas de vino Dorwin (la única que le quedaba del viaje, pues las otras las había regalado a los supervivientes de Esgaroth) y se dirigió hacia los afluentes del Río Rápido, silencioso y ligero como una liebre en la oscuridad. La noche había enfriado y la se había levantado una brisa helada, moviendo los juncales en la orilla, mas no le importaba, no sentía el frío.
Thranduil sonrió parea si mismo y se acercó a las familiares voces que lo habían conducido a esa parte del río. La tenue llama rutilante de una lámpara iluminaba el claro entre los grises juncos donde se encontraban Legolas y Gandalf. El mago estaba sentado con la túnica gris recogida hasta sus rodillas, sus viejos pies sumergidos en el agua, las grandes botas negras manchadas de fango descansando a su lado junto con el bastón y el sombrero azul puntiagudo, mientras que Legolas se había zambullido completamente en el agua, se pelo mojado chorreando sobre los hombros desnudos.
"¡Te estábamos esperando!" - anunció el joven elfo tan pronto le vio llegar.
"¿Y cómo sabíais que me encontraríais aquí?" - preguntó Thranduil, desabrochándose la túnica y quitándose el liviano calzado.
"¡Un mago lo sabe todo!" - rió Gandalf largamente, que por algún motivo (y Thranduil creía saber cuál) estaba más alegre que de costumbre. - "¿Cómo ha ido la pequeña reunión?.¿Qué tenía mi querido Bilbo que decirte?"
Thranduil no contesto enseguida. Terminó de quitarse la ropa, dejó su corona de frutos entre los juncos y se soltó las trenzas, dejando caer la cabellera rubia libremente. A pesar de que la Flor de Telperion ocultaba casi toda su cara entre muchas estrellas, había una resplandor blanco en la piel desnuda del elfo. Lentamente se sumergió en el río, cerrando los ojos con deleite ante la sensación del agua fría refrescando sus miembros, limpiándole del cansancio y de la suciedad del viaje, el barro bajo sus pies y las verdes hojas de los juncos entre sus dedos.
"¿Por qué me lo preguntas si ya sabes la respuesta?"
Thranduil no había abierto los ojos aun, pero supo que a su lado Legolas estaba conteniendo la risa y Gandalf le miraba sonriente, no muy sorprendido de que el Rey Elfo supiera que había estado fisgoneando.
"En realidad sólo oí parte de la conversación. No tengo muy buen oído."
"Pero Legolas te habrá contado el resto..."
A Legolas se le atragantó la risa y se sonrojó, pero se relajó tan pronto gentil sonrisa en los labios del otro.
"¿Cómo supiste que estuve...?"
"¿Fisgoneando? No lo sabía, pero ahora lo sé." - respondió Thranduil con un brillo en los ojos - "En cuanto a ti, Mithrandir... digamos que llevas ese olor a Viejo Tobby allí a donde vas. Podía olerte desde la tienda de Bardo." - de improviso su rostro se volvió serio - "¿Así que fue Thorin quién mandó aviso a Dain? Me pregunto como... Me dijiste que no le dijera nada a Bardo o al Gobernador, sin embargo ahora Bardo ya lo sabe, y pronto lo sabrá el Gobernador. Pero Bilbo no sabe nada sobre los tragos, y no se lo he dicho a nadie."
"Y te vuelvo a pedir que no lo hagas, al menos no por ahora." - respondió Gandalf - "De todos modos, probablemente no llegarán aquí en dos semanas. Tenemos tiempo de sobra..."
¿Tiempo de sobra para qué? - iba a preguntarle Thranduil, mas no lo hice, porque sabía que el mago no le respondería, o le respondería con otro acertijo, como es su costumbre. Thranduil suspiró.
"Sea cual sea tu plan, Mithrandir," - dijo - ", espero que salga bien."
"¡Por supuesto que saldrá bien¿Cuando te he fallado antes, Rey Thranduil?"
Thranduil no necesitó ni pensarlo. "Nunca."
"¡Exacto!" - dijo el viejo, y tras unos momentos, preguntó - "¿Qué opinas de Bilbo ahora que los has visto?"
"Hiciste una buena elección." - respondió Thranduil sin dudar - "Hay más en ese hobbit de lo que parece."
Hubo un silencio en el que Thranduil cerró los ojos de nuevo y se hundió más en la corriente, dejando que las claras aguas le bañaran los cabellos de oro. Podía oír suaves chapoteos en el agua donde Gandalf se mojaba los pies. A su lado, a presencia de Legolas era muy fuerte, pero no era una presencia relajante, pues sentía que su hijo estaba incómodo o intranquilo.
"¿Qué ocurre, Legolas?"
"Nada...¿Vais a ir mañana a la Montaña?" - preguntó con un tono de voz como si aquella fuera un pregunta casual. Thranduil abrió los ojos.
"Sí." - respondió cortamente, mientras se subía a la orilla y palpaba entre sus ropas, que había dejado sobre los juncos.
"¿Podré acompañaros?"
"Ya veremos." - dijo, y rápidamente abrió la botella de Dorwin y bebió un largo sorbo. El mago aceptó un poco de vino con mucho gusto, pero Legolas sacudió la cabeza en negación cuando se le ofreció un trago.
"A ver, Legolas." - le dijo el Rey Elfo con una exasperación - "¿Qué te pasa? Ya has estado antes en la Montaña... Si no recuerdo mal, la última vez que estuviste allí os soltaron una flecha. ¿No te bastó con esa pequeña aventura?" - rió.
Legolas sacudió la cabeza de nuevo. - "No es eso, solo me preguntaba..."
"¿Sí?"
Legolas habló con voz muy baja, tímidamente. - "Cuando le dijiste al señor Bolsón eso de los príncipes elfos..." - no terminó la frase.
Por un momento Thranduil no supo de qué estaba hablando, y se le quedó mirando. Entonces comprendió, y el Rey Elfo rió largamente.
"Ai, Legolas! No me refería a ti..."
El mago echó una carcajada. Legolas se hundió un poco en el agua, refrescándose las mejillas que le ardían.
A la mañana siguiente Thranduil esperaba casi ansioso la llegada del hombre que Bardo había enviado como mensajero a Thorin. Se encontraba en el campamento de los Hombres del Lago, en la tienda de Bardo, y Legolas estaba con él. Bardo, sentado a su lado, acariciaba la pulida superficie del Arca de Thrain con una extraña sonrisa en los labios. El mensajero no tardó mucho en llegar. Sus noticias eran, en lo que cabía, las esperadas: Thorin estaba dispuesto a escuchar a Bardo si los Hombres venían en número reducido y sin armas. De otro modo, no escucharía, y soltaría una lluvia de flechas a los que se acercaran (sobretodo si esos que se acercaban eran elfos). Tanto Bardo como Thranduil estaban dispuestos a cumplir con los deseos de Thorin, pues sabían que en esta negociación no tenían nada que perder. Así que se reunió una compañía de veinte Hombres, con Bardo al frente, pero Thranduil quiso unírseles y caminar delante junto a Bardo. Su deseo por estar presente y en primera fila para ver la cara del sí mismo proclamado Rey Bajo la Montaña al descubrir que la Piedra estaba en sus manos no había menguado en una noche. No volvería a ocultarse en la retaguardia como la última vez.
Legolas se sintió decepcionado al saber que él no les acompañaría, mas Thranduil le prometió que se lo contaría todo, hasta el mínimo detalle, cuando regresara. En realidad, a Thranduil no le hubiera importado que su hijo lo acompañara; sin embargo, Thorin había dejado bien claro que no deseaba ver a los elfos ni en pintura, y Thranduil temía que el enano intentara hacer alguna locura si veía a dos elfos frente a sus puertas, como empezar a disparar a bocajarro. Ahora bien, a él no le preocupaba su seguridad, pues creía que Thorin no sería capaz de herir al Rey de los Elfos cuando se presenta sin armas ni súbditos.
De este modo partió la pequeña compañía, e hicieron sonar el cuerno cuando llegaron a la Puerta de Erebor. Al menos diez caras barbudas asomaron por el parapeto. El hobbit no estaba donde pudiera ser visto, pero Thranduil reparó, o le pareció ver, una cabeza de abundantes rizos marrones a través de uno de los pequeños agujeros del parapeto. Thorin Escudo de Roble asomó la cabeza orgulloso desde el centro, mirando con osadía la compañía de Bardo, las barbas blancas colgado por encima del parapeto. Entonces Thorin reparó en la presencia del Rey de los Elfos, alto y dorado, y una chispa de sorpresa y cólera brilló en sus ojos.
"¡Salud, Thorin!" - dijo Bardo - "¿Aun no has cambiado de idea?"
"No cambian mis ideas con la salida y puesta de unos pocos soles" - respondió Thorin solemnemente - "¿Has venido a hacerme preguntas ociosas?. ¡Aún no se ha retirado el ejército elfo, como he ordenado! Hasta entonces, de nada servirá que vengas a negociar conmigo."
"¿No hay nada, entonces, por lo que cederías parte de tu oro?" - había una pequeña sonrisa de satisfacción en su cara morena.
"Nada que tú y tus amigos podáis ofrecerme."
La sonrisa de Bardo se pronunció mucho más. - "¿Qué hay de la Piedra del Arca de Thrain?"- dijo, y en ese momento Gandalf, encapuchado como la última vez que hablaron con Thorin, abrió el cofre delante de todos y mostró en alto la joya, brillante y blanca irisada en la mañana, y parecía que luz brotaba de la mano del viejo.
Como era de esperar, Thorin se quedó entonces mudo, asombro en sus ojos y confusión en su rostro. Durante aquellos instantes los ojos de Thranduil buscaron con la esperanza de ver al hobbit Bilbo en algún lugar sobre el parapeto. De repente le había vuelto aquel temor a que el pequeño hombrecillo fuera descubierto y que sufriera algún daño por su traición. Aunque las intenciones de Bilbo Bolsón habían sido buenas, seguro que Thorin no lo vería de ese modo.
Nadie dijo nada por largo rato, hasta que la confusión en el rostro de Thorin despareció para ser reemplazada por súbita cólera. "Esa piedra fue de mi padre y es mía. ¿Por qué habría de comprar lo que me pertenece?" - exclamó con voz venenosa - "¿Pero cómo habéis obtenido la reliquia de mi casa, si es necesario hacer esa pregunta a unos ladrones?" - añadió, no pudiendo ocultar su asombro.
"No somos ladrones." - respondió Bardo - "Lo tuyo te lo devolveremos a cambio de lo nuestro."
"¿Cómo la conseguisteis?" - gritó Thorin cada vez mas furioso. Había una chispa peligrosa en sus oscuros ojos, y su cara se había vuelto roja. En aquel momento Thranduil encontró al fin a Bilbo, que miraba abajo hacia ellos con creciente pavor. El Rey Elfo estaba preocupado por el hobbit, mas sintió gran asombro y respeto por él cuando, haciendo uso de todo su coraje, el pequeño hobbit se dirigió al encolerizado enano.
"¡Yo se la dí!" - chilló Bilbo, que espiaba desde el parapeto ahora con un horrible pavor.
La reacción del otro fue inmediata. Los ojos le centellearon y al siguiente segundo sus manos ya estaban en el cuello del pequeño hobbit. Le sacudió ferozmente.
"¡Tú!.¡Tú!" - gruñió Thorin, saliva escapándose de su boca, escupiendo en la cara del pobre hobbit - "¡Tú, hobbit miserable!.¡Tú, pequeñajo... saqueador!" - gritó, faltándole las palabras y meneó al pobre Bilbo como si fuese un conejo. Thranduil dio un paso adelante, y hubiera desenvainado la espada si Gandalf no le hubiera detenido, tomándole de la muñeca firmemente.
"¡Espera, Thranduil!" - le dijo Gandalf antes de que el elfo pudiera protestar.
Thranduil miró desesperado hacia el parapeto. Los doce enanos de la Compañía de Thorin, Balin, Dwalin, Dori, Nori, Ori, Oin, Glóin, Bifur, Bofur, Bombur, Fili y Kili, estaban mirando con espanto la brutalidad con la que su Rey Bajo la Montaña sacudía a su hobbit saqueador y amigo, mas no hacían nada para impedírselo; no osaban revelarse contra Thorin Escudo de Roble. Thorin seguía meneando a Bilbo.
"¡Por la barba de Durin!" - gritó furioso - "Me gustaría que Gandalf estuviese aquí. ¡Maldito sea por haberte escogido!"
"¡Quieto!.¡Tu deseo se ha cumplido!" - En ese momento el mago echó al lado la capa y capuchón, revelándose ante Thorin, y era terrible mirarle a la cara, lleno de ira, aunque contenida. - "¡He aquí a Gandalf! Y parece que a tiempo. Sino te gusta mi saqueador, por favor no le hagas daño. Déjalo en el suelo y escucha primero lo que tiene que decir."
"¡Parecéis todos confabulados!" - dijo Thorin dejando caer a Bilbo encima del parapeto - "Nunca más tendré tratos con brujos o amigos de brujos. ¿Qué tienes que decir, descendiente de ratas?"
"¡Vaya!.¡Vaya!" - dijo Bilbo, que se frotaba con la mano el dolorido cuello - "Ya sé que todo esto es muy incómodo. ¿Recuerdas haber dicho que podría escoger mi propia catorceava parte? Quizá me lo tomé demasiado literalmente; me han dicho que los enanos son más corteses en palabras que en hechos. Hubo un tiempo, sin embargo, en el que parecías creer que yo había sido de alguna utilidad. ¡Y ahora me llamas descendiente de ratas¿Es ése el servicio que tú y tu familia me han prometido, Thorin?. ¡Piensa que he dispuesto de mi parte como he querido, y olvídalo ya!"
"Lo haré."- dijo Thorin ceñudo - "Te dejaré marchar¡pero que nunca nos encontremos otra vez!" - luego se volvió y habló por encima del parapeto - "Me han traicionado." - dijo - "Todos saben que no podría dejar de redimir la Piedra del Arca, el tesoro de mi palacio. Daré por ella una catorceava parte del tesoro en oro y plata, sin incluir las piedras preciosas; mas eso contará como la parte prometida a ese traidor, y con esa recompensa partirá, y vosotros la podréis dividir como queráis. Tendrá bien poco, no lo dudo. Tomadlo, si lo queréis vivo; nada de mi amistad irá con él."
"¡Ahora, baja con tus amigos!" - dijo Thorin a Bilbo - "¡o te arrojaré al abismo!"
Bilbo titubeó. "¿Qué hay del oro y la plata?"
"Te seguirá más tarde, cuando esté disponible." - siseó el enano - "¡Baja!"
Dos de los enanos, Balin y Dwalin, rápidamente acercaron una larga escalera de mano. Miraron con vergüenza y lástima como su amigo Mediano descendía el parapeto. El Rey Elfo le ofreció la mano para que se acercara a él.
"¡Guardaremos la Piedra hasta entonces!" - le gritó Bardo a Thorin como triunfal despedida.
"No estás haciendo un papel muy espléndido como Rey Bajo la Montaña" - le dijo Gandalf - ", pero las cosas aún pueden cambiar."
"Cierto que pueden cambiar." - dijo Thorin, cavilando.
Bilbo Bolsón no pudo partir sin antes despedirse de los demás, que le miraban silenciosos desde lo alto del parapeto.
"¡Adiós¡Quizá nos encontremos otra vez como amigos!"
"¡Fuera!" - gritó Thorin - "Llevas contigo una malla tejida por mi pueblo y es demasiado buena para ti. No se la puede atravesar con flechas; pero si no te das prisa, te pincharé esos pies miserables. ¡De modo que apresúrate!"
Con esto, Thorin se dio media vuelta, desapareciendo de la vista de los sitiadores.
"No tan rápido." - dijo Bardo, y Thorin reapareció, las manos viejas pero fuertes aferrándose al borde del parapeto y respirando agitadamente, la cara arrugada y contraída. - "Te damos tiempo hasta mañana. Regresaremos a la hora del mediodía y veremos si has traído la parte del tesoro que hemos de cambiar por la Piedra. Si en esto no nos engañas, entonces partiremos y el ejército elfo retornará al Bosque. Mientras tanto¡adiós!"
Con eso habían terminado la negociación. La compañía regresó al campamento, acompañados ahora por un entristecido hobbit, que así como se alejaban se volvía para mirar la Montaña con melancolía. Thranduil se dio cuenta de esto, y sintió que debía hacer algo para animar al pequeño hobbit.
"¡Vamos, Señor Bolsón!" - dijo, tratando de más alegre de lo que se sentía en el corazón; de algún modo la charla con Thorin le había llenado de inquietud. - "Serás bienvenido a mi campamento. Y esta noche nos sentaremos junto a la hoguera y me hablaréis de este país vuestro tan lejano, y me contaréis las hazañas de vuestra gente."
Las palabras del Rey Elfo tuvieron el efecto deseado. El rostro de Bilbo se iluminó de repente.
"Bueno, en realidad, su majestad, los hobbit no somos conocidos por nuestros actos heroicos. Amamos la paz y la tranquilidad y el cultivo de la buena tierra. ¡No hay nada mejor que un campo bien aprovechado y bien ordenado! Nunca hemos sido amantes de la guerra, y en la Comarca, mi país, sólo se recuerda la Batalla de los Campos Gladios, en el año 1147 según el computo de la Comarca, donde Bandobras Tuk montó en un gran caballo en el frente. Pero también se dice que en la última batalla de Fornost contra el Rey Brujo de Angmar se enviaron algunos arqueros hobbits en ayuda del Rey de la Gente Grande (si bien nada de esto aparece en ningún relato suyo). Sin embargo, el arte de fumar en pipa es el único descubrimiento que podemos reclamar como nuestro. Tobold Corneta del Valle Largo en la Cuaderna del Sur fue el primero en cultivar el verdadero tabaco de pipa, alrededor del 1070. Hoy día el mejor cultivo lo llamamos Viejo Toby, que es la Hoja del Valle Largo."
Durante todo el camino hacia el campamento, Bilbo Bolsón estuvo hablando del Viejo Toby, de las Cuatro Cuadernas y de lejanos parientes, mencionando con mucha frecuencia los Tuk y los Brandigamo de la Casa Brandi en Los Gamos. Thranduil, no queriendo parecer descortés interrumpiéndolo, le escuchaba con toda la atención que podía, hasta que comenzó a notar un ligero dolor de cabeza. El Mediano estaba inmenso en un relato sobre unos tal Sacovilla-Bolsón cuando Thranduil intercambió una mirada con Gandalf, que caminaba al otro lado junto a Bilbo. El mago contuvo la risa ante la divertida expresión en el rostro del Rey Elfo, que le decía con tanta claridad como el agua -¿Cómo puede algo tan pequeño hablar tanto? Si lo hubiera sabido de antemano...-
Pasó aquel día y la noche. A la mañana siguiente el viento cambió al Oeste, y el aire estaba oscuro y tenebroso. El sol estaba oculto tras nubes grises y las sombras se extendían por el valle. La Montaña Solitaria se alzaba orgullosamente en toda su grandeza en la distancia, como en despectivo desafío contra las dos huestes que acampaban delante de ella, sitiadores de trece enanos. El aire olía a la llegada del Invierno y de la tormenta; no una tormenta de lluvia y relámpagos y viento, sino la próxima batalla, pues ahora ya todo el campamento élfico sabía de la marcha de Dain Pies de Hierro, y de su llegada en las próximas horas. Si tenían suerte, llegarían a a caída de la noche, y para esas horas el oro ya estaría escondido. Legolas se había pasado el día anterior y toda la mañana evitando a su padre. El Rey Elfo pronto le ordenaría que volviera rápidamente al Bosque Negro, como habían acordado. Legolas, sin embargo, y aun sabiendo que la paz entre elfos y enanos pendía de un hilo, estaba dispuesto a hacer lo que fuera para quedarse con su padre. Si había una batalla, él lucharía junto a su padre y rey.
Había caído una ligera llovizna antes del amanecer, y el suelo sobre el que se sentaba Legolas estaba húmedo. En el campamento élfico todo parecía estar en mucha calma aquella mañana. Legolas había observado que muchos de los suyos habían preparado el equipaje para el viaje de vuelta, pensando que regresarían a casa tan pronto como los enanos sitiados hicieran entrega del oro a los Hombres (y de la que sin duda su Rey se llevaría una parte como recompensa), no quedándose a defender a los Hombres en caso de que los enanos de las Montañas de Hierro los atacaran.
Realmente todos parecían ansiosos de volver a su hogar bajo el olmo y el haya en el oscuro Bosque Negro. Legolas no podía culparles, también echaba de menos a su hogar. Desde luego la alta Montaña Solitaria y el Pueblo de Esgaroth, aunque en ruinas, le habían impresionado; pero él amaba a los árboles, y en esos parajes los echaba de menos. Sin embargo la actitud de sus compañeros había decepcionado al joven arquero profundamente. ¿Cómo podían pensar en volver a casa cuando una hueste de enanos estaban tan sólo a unas horas de marcha? Él no estaba dispuesto a abandonar a los Hombres en su hora de necesidad, como su padre tampoco haría.
Afortunadamente Legolas no era el único que no se había preparado para el viaje de vuelta a casa. Aquella misma mañana Dîndîr le había dicho que él y su padre se quedarían junto al Rey Elfo, incluso si debían entrar en batalla.
El hijo de Thranduil estaba perdido en esos pensamientos cuando, de repente, la calma de la pálida y gris mañana se vio interrumpida por el sonido de varias trompetas dando la alarma. Legolas se incorporó de un salto, confuso, y por un momento no reaccionó mientras el campamento se alzaba y los elfos corrían a su alrededor en busca de sus armas. Entonces oyó la voz de Gildor, el capitán de los centinelas de las fronteras del bosque y padre de Silinde el arquero.
"¡A las armas!. ¡A las armas!. ¡Los enanos nos atacan!. ¡Llegan desde la estribación oriental de la Montaña!. ¡Nos atacan!"
Legolas dio un salto y corrió a tomar su arco y carcaj de flechas. No podía creerse que Dáin de las Montañas de Hierro hubiera llegado tan pronto. Súbitamente sintió el fuerte y rápido latir de su corazón y las manos que sujetaban el arco le temblaron. Un poco avergonzado, se dio cuenta de que tenía miedo. Estaba apunto de enfrentarse en una cruenta batalla y ni siquiera sabía si estaba preparado para ello.
Endureciendo el corazón, Legolas siguió a los demás hacia el Valle, donde las huestes de Elfos y Hombres se reunían para bloquear el paso de los Enanos. Un toque de trompeta resonó por el campamento, alto y claro sobre el tumulto, y todos se detuvieron se irguieron firmes y silenciosos, pues aquella era la llamada que anunciaba la presencia del Rey Elfo.
Allí llegó el Rey Thranduil, y su rostro era severo. Dos de sus consejeros le seguían detrás, rojos de rostro y jadeantes; al parecer habían corrido un trecho, y esos hombres de la corte no estaban acostumbrados a las corridas. Gandalf estaba con ellos, y no se le veía muy preocupado. Bardo también los acompañaba, ceñudo, pero no iba armado. Legolas se percató entonces de que su padre el rey tampoco llevaba una sola arma.
"¡Deponed las armas!. ¡La gente de Dain no nos ataca!" - ordenó Thranduil - "Se han detenido entre el río y la estribación del este, pero uno pocos se han adelantado y han abandonado las armas en señal de paz. Desean parlamentar."
"¡Y parlamentar haremos, pues el Rey Elfo y yo no deseamos derramar sangre innecesaria!" - dijo Bardo. Entonces uno de los consejeros se acercó a Thranduil.
"Mi Señor... debo insistir."
"No, Sirithrant, ya he oído bastante." - le interrumpió el rey. Al parecer ya habían estado teniendo una discusión sobre los enanos. - "Dain II Pies de Hierro es hijo de Dain I, último Señor de Erebor, con el que tuve tratos en el pasado, hasta el dominio de Smaug. Siempre tuve buenas relaciones con Dain I, y su hijo estuvo presente en muchos encuentros, aunque en esos tiempos él era un enano muy joven. Creo que Dain se acordará de mí, y razonará conmigo como lo hizo su padre."
Los consejeros iban a protestar, cuando el mismo Gandalf se adelantó.
"Thranduil, creo que deberías dejar el parlamento a Bardo." - dijo el mago, hablando seriamente. Aquello sorprendió a Thranduil. Gandalf nunca le había hablado con tanta seriedad. Pero no se sentía ofendido. De repente creyó que el consejo de Gandalf siempre era bueno, así que aceptó.
Los consejeros se mostraron muy molestos y profundamente ofendidos porque su rey había aceptado el consejo de un viejo mago antes que el suyo, que habían estado siempre con él y anteriormente con su padre el Rey Oropher. Mas únicamente arrugaron la nariz y no dijeron nada que no fuera dicha solamente con la mirada.
Así pues, Bardo en persona fue al encuentro de los enanos, y Bilbo Bolsón le acompañó. Antes de partir envió unos mensajeros a la Puerta para ver si de algún modo podían incitar a Thorin de que fuera rápido en dar su oro y plata prometidos a cambio de la Piedra del Arca de Thrain. Mientras tanto, Hombres y Elfos abandonaron sus campamentos y los sitiadores se aposentaron a cada lado de la Puerta: los elfos en la estribación sur de la Montaña, y los Hombres en la estribación este, frente a las huestes de Dain. Pero Thranduil y Gandalf se quedaron atrás, esperando la vuelta de Bardo.
Legolas se había quedado con ellos aunque de mala gana. Tan pronto como Thranduil le vio entre las huestes, le había mirado por un segundo con los ojos muy abiertos y después con enfado, y con un gesto le había indicado que se quedara donde estaba. Legolas había tragado saliva, sabiendo lo que le esperaba.
Se habían quedado solos, cuando el Rey Elfo tomó a Legolas por el brazo y se lo llevó un poco aparte, lejos de los oídos del mago y los pocos más que se habían quedado. Parecía muy enfadado.
"¿Dónde estabas?" - le preguntó, soltándole el brazo, lo que Legolas agradeció, pues había empezado a dolerle - "No importa." - dijo, antes de que el otro pudiera pensar en una excusa - "Debes partir ahora. Seguirás el curso occidental del río y llegarás a las ruinas de Esgaroth, donde darás la alarma al Gobernador. Luego pondrás rumbo al Bosque. Ve rápido y sin demora, pues temo que vamos a necesitar muchos más provisiones si queremos sobrevivir el Invierno en el sitio. Ellos," - dijo, señalando a siete elfos, la mayoría de ellos guardaespaldas personales del rey - ", te acompañarán. Obedece a tu padre y Señor." - añadió en tono perentorio, al ver la cara de indignación de su hijo.
"¿Por qué necesitas provisiones para el Invierno?" - inquirió Legolas - "Thorin nos hará entrega del oro hoy, y Dain está parlamentando con Bardo... No quieren hacer la guerra."
Thranduil evitó no entornar los ojos ante la joven inocencia de su hijo. "Dain solo ha pedido parlamento para decirnos que aquí no tenemos nada que hacer y que si no nos marchamos tomarán las armas contra nosotros. No hace falta ser un genio para saber eso." - Legolas se sonrojó.
"Tal vez vengan en son de paz..." - insistió, aunque débilmente.
Thranduil iba a responder cuando en aquel momento llegó Bardo. Si era posible, el hombre estaba más ceñudo que de costumbre. El hobbit le seguía a medio correr, pues sus pequeñas piernas no podían competir con los grandes pasos de las largas piernas del Hombre; se le veía abatido. Era obvio que el parlamento había ido mal. Bardo, Thranduil y Gandalf se alejaron unos pasos y Legolas los contempló debatir entre ellos, hablando en susurros. Bardo, aunque susurrando, tenía una voz más fuerte y grave, por lo que Legolas alcanzó a oír algo de lo que decía.
Al parecer, los enanos había traído consigo una gran cantidad de suministros que permitiría resistir un sitio durante semanas, pues los enanos son capaces de soportar cargas muy pesadas, y la gente de Dain llevaba a hombros unos fardos enormes, que se sumaban al peso de las hachas y los escudos. A demás no hacía falta mencionar que todos ellos venían bien preparados para la guerra: sumándose a las hachas y escudos llevaba una espada ancha y corta en el costado, estaban ataviados con cotas de malla de acero que les llegaban a las rodillas y unas calzas de metal les cubrían las piernas.
En aquel momento sonaron las trompetas de los Hombres, y el Rey Elfo, Gandalf y Bardo se volvieron para ver a lo lejos que la hueste de Dain avanzaba por la orilla este. Desde la distancia llegaban las voces de los enanos, entonando una terrible canción de guerra que retumbaba como feroces truenos y tambores. Al mismo tiempo llegaron los mensajeros que Bardo había enviado a Thorin, y estos volvían huyendo de las flechas que los sitiados les habían disparado desde el parapeto.
Legolas nunca había visto a Thranduil tan abatido y serio como aquel día, pero Bardo rió.
"¡Tontos!. ¡Acercarse así bajo el brazo de la Montaña! No entienden de guerra a campo abierto, aunque sepan guerrear en las minas. Muchos de nuestros arqueros y lanceros aguardan ahora escondidos entre las rocas del flanco derecho. Las mallas de los enanos pueden ser buenas, pero se las podrá a prueba muy pronto. ¡Caigamos sobre ellos desde los flancos antes de que descansen!"
Bardo hablaba con razón, pero el Rey Elfo no compartía su entusiasmo. Él mismo recordaba haber dicho a Legolas, cuando aun estaban en su hogar en el bosque, que si fuera necesario lucharía por el oro de Smaug, y había preparado a los arqueros y lanceros para la partida. Mas ahora que había llegado el momento, y que Thranduil, después de haber visto la desgracia acontecida en Esgaroth, ya no deseaba el tesoro para sus propios caprichos, dijo:
"Mucho esperaré antes de pelear por un botín de oro. Los enanos no pueden pasar, si no se lo permitimos, o hacer algo que no lleguemos a advertir. Esperaremos a ver si la reconciliación es posible. Nuestra ventaja en número bastará, si al fin hemos de librar una desgraciada batalla."
Bardo frunció el ceño. - "Pero estas circunstancias no tienen en cuenta los enanos. Dain sabe que tenemos el Arca de Thrain en nuestra posesión, y eso los enfurece. No se detendrán a reconciliar, y en el tiempo en que les durarán las provisiones quizá vengan más enanos, pues Thorin tiene muchos parientes."
De pronto, sin aviso, los enanos se desplegaron en silencio. Los arcos chasquearon y las flechas silbaron. La batalla iba a comenzar. Las huestes de Hombres y Elfos se estaba poniendo en movimiento. Thranduil tomó a Legolas (del brazo otra vez) y lo llevó, casi arrastrándolo, con él. Los elfos guardaespaldas formaron un círculo protector a su alrededor - "¡No te apartes de mi lado!" - le siseó. Los enanos avanzaban hacia ellos.
Pero todavía más pronto, una sombra creció con terrible rapidez. Una nube negra cubrió el cielo. Un trueno invernal rodó en un viento huracanado, rugió y retumbó en la montaña y relampagueó en la cima. Y por debajo del trueno se pudo ver otra oscuridad, que se adelantaba en un torbellino, pero esta oscuridad no llegó con el viento; llegó desde el Norte. Una inmensa hueste negra se acercaba. Los estandartes rojos resplandecían a la luz de los relámpagos.
"¡Deteneos!" - gritó, Gandalf, los brazos alzados hacia el cielo, que se había puesto de pie y solo entre los enanos y las filas de Bardo y el Rey Elfo. - "¡Deteneos!" - gritó otra vez, y de pronto la vara se le encendió con luz súbita que parecía un rayo blanco y cegador. Los enanos se detuvieron asombrados, y Dain en persona se adelantó, mirando a Gandalf con ojos muy abiertos. - "¡El terror ha caído sobre vosotros!. ¡Ay! Ha llegado más rápido de lo que yo había supuesto. ¡Los trasgos están sobre vosotros! Ahí llega Bolgo del Norte, cuyo padre, oh Dain, mataste en Moria, hace tiempo. ¡Mirad! Los murciélagos se ciernen sobre el ejército como una nube de langostas. ¡Montan en lobos, y los wargos vienen detrás!"
El asombro y la confusión cayeron sobre todos. Los Elfos gritaron en muchas voces, pues mucho odiaban a la estirpe de lo orcos, más incluso que a las arañas gigantes de su bosque. Legolas, sin darse cuenta, se había aferrado a su padre, y este le rodeaba los hombros con un brazo.
"Legolas, por Lúthien la Bella, no te alejes de mi." - le suplicó Thranduil. - "Mantén los ojos bien abiertos."
"Adar..." - Legolas se estremeció.
"No pasa nada. Les superamos en número. No nos pasará nada. Todo saldrá bien..." - se encontró diciendo el Rey Elfo. No estaba muy seguro de si con sus palabras quería consolar solamente a su hijo o también a sí mismo. Thranduil no tenía miedo de morir en batalla, pero sí tenía miedo de que Legolas le viera morir en batalla, como él vio morir a su padre. Un guerrero elfo se inclinó ante el rey y le entregó su espada, y Thranduil la empuñó firmemente. No permitiría que su hijo pasara por lo mismo que él había pasado. Nunca.
Rápidamente, Gandalf los llamó a un consejo, y Dain, vestido con caras armaduras bañadas de oro y con trenzas en la barba, se les unió. No tardaron más que unos segundos en llegar a un acuerdo: los trasgos eran enemigos de todos; debían olvidar cualquier otra disputa y unir sus fuerzas. Acordaron que la única esperanza que tenían era atraer a los trasgos al valle entre los brazos de la Montaña, y ampararse en las grandes estribaciones del sur y el este. Aun de este modo correrían peligro, si los trasgos alcanzaban a invadir la Montaña, atacándoles entonces desde atrás y arriba; pero no había tiempo para preparar otros planes o pedir alguna ayuda.
La nube de murciélagos voló por encima de la Montaña agitándose sobre sus cabezas.
"¡A la Montaña!" - les gritó Bardo - "¡Pronto, a la Montaña!. ¡Tomemos posiciones mientras haya tiempo!"
Los elfos tomaron sus posiciones en la estribación del sur y los Hombres en la del este, junto a los enanos. Mas Bardo y algunos de los elfos y hombres más ágiles escalaron la cima de la loma occidental y allí tuvieron su primera batalla con los jinetes montados en lobos de la vanguardia. Bardo fue echado de la loma con facilidad, y el ejercito trasgo se desplegó, unos yendo hacia el sur al encuentro del Rey Elfo y otros hacia el este, al encuentro de los Hombres y Enanos.
Llegaron sobre ellos como una marea furiosa y en desorden. Legolas tomó su arco y, alejándose silenciosamente del lado de su padre, se unió a los demás arqueros: No quería quedarse atrás, rodeado por su protector padre y sus incansables guardaespaldas. Se sentiría avergonzado si a esos alturas un elfo de su edad se quedaba bajo el cuidado de los demás.
Los elfos fueron los primeros en cargar. Las lanzas y espadas brillaban en la oscuridad con un helado reflejo, tan mortal era la rabia de las manos que las esgrimían. Legolas permanecía en la primera fila, tal y como los arqueros debían hacer, pues ellos siempre daban el primer golpe antes de que los lanceros seguidos por los espadachines se lanzaran al ataque. Sin embargo se sentía temblar de miedo, allí, en el frente de la batalla, viendo el ejército negro de trasgos y wargos abalanzarse hacia ellos con las armas en alto y enseñando los afilados dientes. A su lado oyó la voz del capitán, uno de los maestros arqueros.
"Tangado haid! Leitho i philinn!"
Lanzaron una lluvia de flechas, y todas resplandecían como azuzadas por el fuego. Muchos que estaban en el frente del lado enemigo cayeron al suelo.
"Hado i philinn!"
Otra lluvia de flechas, y detrás de las flechas, un millar de lanceros bajó de un salto y embistió. Los chillidos eran ensordecedores.
De pronto el aire se llenó de un fuerte hedor, y Legolas no tardó mucho en darse cuenta que era el olor a la sangre fresca que se acababa de derramar. Nunca había olido nada parecido, y se sintió mareado y con ganas de vomitar. Las rocas se habían teñido de negro con la sangre de los trasgos.
"Herio!"
Legolas
se sentía como en el limbo mientras tomaba con manos rápidas
sus flechas y las disparaba a cualquier trasgo o wargo que se
acercara demasiado a él, su corazón palpitando
agitadamente en su pecho mientras se decía una y otra vez que
debía mantener la calma. Le habían enseñado que
el pánico era un enemigo mortal en el campo de batalla. Pero
esta era la primera vez que veía a un trasgo tan de cerca.
Nunca hubiera imaginado que en la hermosa Tierra Media pudiera existir una raza de criaturas tan horrendas como aquella. Los trasgos no eran tan altos como los elfos, pero sus brazos eran largos, incluso para aquellos cuerpos, y tenían garras. Sus caras era lo más feo que Legolas nunca había visto. Los ojos eran de colores vivos al contrario de su piel morena, arrugada y maloliente, y estaban llenos de odio y sed de sangre. Era tal la impresión que le dieron los trasgos que Legolas se sintió helado con sólo mirarlos. Una vez había leído en un libro que al principio los trasgos y orcos surgieron de los mismos elfos, torturados y mutilados por Morgoth el malvado; los primeros orcos no fueron otra cosa que los atormentados elfos que habían caído profundamente en la oscuridad, volviendo todo lo que amaban en odio, todo lo que admiraban en asco, del placer a la creación al placer por la destrucción. Aquel pensamiento le revolvió el estómago, pero se dominó.
Por un momento quiso con desesperación no estar allí; haber obedecido a su padre cuando le dijo que se quedara en el Lago o al menos cuando le dijo que regresara a casa. Legolas deseó poder usar una espada como aquellos veteranos elfos, pues pronto se dio cuenta de lo inexperimentado que estaba en cuestión de batallas cuerpo a cuerpo y campo abierto: se había acostumbrado a lanzar sus flechas desde lo alto de la copa de los árboles, lejos del enemigo y escondido entre las innumerables ramas, y ahora se encontraba en apuros tratando de luchar con los pies en el suelo. Ahora bien, todo el mundo sabe que los elfos tienen un talento nato para correr, saltar, bailar y, en general, moverse con gracia, por lo que Legolas se sintió aliviado al ver que los trasgos no gozaban de ese don y él podía esquivarlos más o menos con facilidad.
Regresó a la realidad cuando de repente se quedó ciego, y lanzó un grito. Algo le cubría los ojos, un líquido. Volviendo a gritar, se llevó las manos al rostro y comenzó a frotarse los ojos frenéticamente, apartando aquella cosa viscosa y caliente que le nublaba la visión. Sintió náuseas cuando se dio cuenta de que era sangre, y se tambaleó, pero recordándose que se encontraba en medio de una batalla, se irguió otra vez. Tan pronto como su vista estuvo despejada, vio que había un enano a su lado. Vio como el enano tiraba de su hacha, arrancándola del cuerpo cadavérico del trasgo en que la había clavado. El trasgo derribado tenía la cabeza partida en dos y un gran charco de sangre yacía debajo de él. Legolas se disgustó al comprender que la sangre que le había manchado el rostro no era otra que la que había derramado aquel enano al matar al trasgo. El enano tampoco había salido indemne: la sangre negra se derramaba por su barba empapada y le recorría el pecho escudado y los fuertes y musculosos brazos. La cara, sin embargo, se la cubría con una tremebunda máscara de oro; la pulida superficie había perdido su brillo con el baño de sangre fresca.
Legolas observó asombrado como el enano no se tomaba ni un segundo de descanso para volver al ataque. El enano era un gran guerrero; aprovechaba su corta estatura y su increíble fuerza y compensaba su relativa falta de velocidad protegiéndose de los golpes del enemigo. Su hacha era de mango largo, para tener el mayor alcance posible. Manteniendo las cortas pero robustas piernas firmes en el suelo, los golpes del enano eran mortales, los músculos de sus anchos hombros hinchados. Temeroso y maravillado al mismo tiempo, Legolas se percató que muchos trasgos se aterrorizaban ante el enano. Uno de ellos trató de huir, pero una certera hacha arrojadiza lanzada por el enano se le clavó profundamente en los sesos.
Legolas casi temió que un enano demasiado engrescado en la batalla pudiera herirle con sus poderosos golpes de hacha, sin recordar la alianza que por el momento acababan de formar.
"¡Legolas!"
El joven elfo dio un respingo sobresaltado al oír su nombre y miró a su alrededor. Su padre el Rey Thranduil, que estaba a unos pocos metros de él, le miraba furioso.
"¡Presta atención a la batalla¡No te alejes de mí!"
Los ojos de Legolas se abrieron mucho.
"¡Cuidado, adar! Ed-tiro!"
Thranduil se volvió a tiempo para asiar la empuñadura de su larga espada con ambas manos, una en cada extremo, y hacer oscilar la hoja en un movimiento giratorio. La punta, que era la parte más veloz de la hoja, segó al trasgo que había estado apunto de acuchillarle por la espada. Thranduil desenfundó su cuchillo blanco y lanzó golpes rápidos y cortantes contra su adversario, clavándolo con movimientos breves.
Cuando se desplomó al suelo el siguiente enemigo, el Rey Elfo volvió su atención al enorme wargo que le enseñaba las mandíbulas, rojas con la sangre de elfo, hombre o enano, al igual que lo estaba su cabeza peluda. No había jinete montado en su grupa. Thranduil volvió a tomar su larga espada, agarrándola firmemente delante de él mientras el gran lobo se le acercaba con pasos lentos, como un cazador oliendo a su presa, lamiéndose los labios y la dentadura sucia con su enorme lengua. De repente Thranduil sintió una ráfaga de aire cerca de su oreja izquierda, y silbido, y el wargo cayó muerto con una flecha atravesada entre ceja y ceja. Thranduil lanzó una mirada de aprobación a su hijo. Su puntería nunca fallaba.
La batalla los había llevado a la nave del brazo Sur, cerca del puesto de observación de la Colina del Cuervo, mientras que Bardo luchaba defendiendo la estribación Este, retrocediendo poco a poco. Los enanos de las Montañas de Hierro se precipitaban desde el otro flanco, gritando -¡Moria!-, y -¡Dain, Dain!- con voces atronadoras.
Los gritos de guerra se alzaban a su alrededor. Se oían claras voces élficas invocando a la Reina de las Estrellas -Ai, Elbereth Gilthoniel!-, voces varoniles de los hombre gritando -¡Por Bardo!-, y voces graves de los enanos hablando en ese extraña y fea lengua secreta suya -Baruk Khazâd! Khazâd ai-mênu!-. Los trasgos gritaban a Bolgo con voces horribles y pétreas. Pero también se oían gritos de dolor y angustia. Thranduil los oía de muy cerca. Una risa horrible y un gemido de agónico dolor. Mas él seguía luchando, no prestando atención a aquel sobrecogedor sonido. Sin darse cuanta, pronto se encontró de frente a frente con una de las más horribles atrocidades que haya visto jamás.
Un trasgo de grandes hombros y largos brazos estaba sobre un elfo tumbado en el suelo. La cabeza del elfo se movía frenéticamente de izquierda a derecha mientras su cuerpo se retorcía, arqueando la espalda, sus largas piernas pataleando inútilmente en el suelo mientras jadeaba y sollozaba al mismo tiempo. Sangre roja carmesí manchaba sus bellas manos, que trataban de agarrar la afilada hoja de acero clavada en su estómago. El Trasgo reía entre dientes con desprecio y euforia ante el sufrimiento del pobre elfo, saliva derramándose por su barbilla, mientras trataba de provocarle más dolor al elfo retorciendo la hoja de la cimitarra e inclinando su peso sobre ella para que se clavara más hondo en el otro. El Elfo dio un grito ahogado y vomitó sangre. El trasgo rió a carcajadas.
El profundo odio que Thranduil sentía por la prole de Morgoth se apoderó de él. El dolor que estas bestias le habían causado en su vida nunca sería remediado hasta que los hubiera exterminado a todos, y viendo la crueldad de esta bestia sintió el odio en cada latido de su corazón.
Se abalanzó contra el trasgo con un grito de guerra tan atronador y feroz que resonó en el valle y muchos imitaron su grito, enfrentándose a su enemigo con renovada fuerza.
"Gûrth an Glamhoth!"
El trasgo se volvió justo en el momento en que Thranduil levantaba su espada, y de un movimiento bruto arrancó su cimitarra del estómago del otro elfo, arrancando también parte de sus intestinos. La euforia del momento había pasado, y el elfo estaba ahora totalmente olvidado en su propio charco de sangre. La abominable criatura levantó su arma para bloquear al furioso elfo que le atacaba, pero un movimiento rápido de la curva espada del otro le cortó el brazo y, junto a la cimitarra que sujetaba, cayó al suelo. El trasgo dejó escapar un alarido de dolor antes de que la hoja de Thranduil le atravesara el estómago y sin piedad alguna le dejara agonizando en el suelo, para que muriera desangrado. En aquel momento Thranduil no pensaba en otra cosa que en vengar a su súbdito; devolverle al trasgo el mismo dolor que éste había causado al elfo parecía lo justo. No hasta que hubiera terminado la guerra se daría cuenta Thranduil de lo cruel que había sido en su locura.
Se inclinó sobre el agonizante trasgo y le miró a los ojos. Lo que la bestia vio fue ninguna piedad en un par de ojos azules y fríos como el hielo, y ardiendo en terrorífico fuego de venganza y odio.
"¡Así que te gusta causar dolor, escoria de Morgoth!.¡Mírame bien, pues en este día yo soy tu Muerte!" - y lo apartó de él con una patada, sintiendo ninguna simpatía por los gemidos y alaridos del otro mientras yacía en el barro.
Viendo que ningún enemigo estaba próximo, Thranduil se acercó a la forma que yacía en el suelo temblando y jadeando. El esbelto elfo yacía en el fango, agarrando débilmente con sus manos la profunda herida de su mutilado estómago, pálido como la muerte y cubierto en su propia sangre. Thranduil sabía perfectamente que no había nada que un curandero pudiera hacer por él, y por lo que podía ver en el rostro del otro él también lo sabía. Thranduil se arrodilló a su lado y le tomó de la mano, no prestando atención a la sangre roja que le manchaba. Con la otra mano le acarició la mejilla, apartando cabellos pegados a su piel con el sudor y el fango del suelo. Entre temblores, el elfo le miró con ojos vidriosos, de alguna manera reconfortado por el gesto de Thranduil. Parecía que el elfo no había reconocido a su rey, pero tras un momento de contemplarle, le reconoció.
"M-mi S-se-señor..."
Thranduil le mandó silencio acariciándole los labios gentilmente. Le había parecido reconocer aquella voz que tan débilmente le había hablado, y tras un instante recordó aquella noche en el campamento, los dos elfos discutiendo entre ellos en la tienda.
"Has luchado bien." - le dijo suavemente - "Lo siento... pero lo único que puedo ofrecerte es poner fin a tu sufrimiento." - Thranduil miraba al otro elfo con profundos ojos llenos de compasión. No podía darle nada más que eso.
"P-po-r-Por fav-or." - el lastimosos susurro le respondió finalmente, tan débilmente que a Thranduil le costó oírle. Mas bien supo lo que decía por el suave movimiento de sus labios ensangrentados.
Thranduil asintió y tomó un profundo aliento mientras se ponía en pie otra vez, los ojos grises del elfo mirándole con gratitud antes de cerrarse lentamente. A pesar de eso a Thranduil le temblaba la mano con la que empuñaba la espada élfica, y se obligó a endurecer su corazón antes de colocar la espada en sentido vertical.
La muerte del elfo fue instantánea, pero Thranduil sintió un fuerte dolor en el pecho al ver la mancha carmesí en la brillante hoja blanca de su espada. Su espada nunca se había cubierto de sangre roja; siempre se había sentido orgulloso de poder empañarla con la sangre negra de la escoria de Morgoth. Fuertes emociones estuvieron a punto de abrumarle, mas un apretón en la empuñadura de su espada le devolvieron la fortaleza.
Levantó la espada en alto, y otro grito de guerra resonó en el valle. Los elfos que estaban cerca se arrodillaron ante su Rey, que permanecía de pie, rodeado por sus súbditos, la espada en alto y el pelo del color del sol revolviéndose en el viento, las capa raída y las ropas demacradas y manchadas de sangre orca, pero la mano que sujetaba la espada estaba manchada de rojo. Se le veía alto, muy alto, e increíblemente hermoso, vigoroso, altivo y orgulloso, noble y terriblemente arrogante. Parecía una llama en medio de la batalla. Ni siquiera los trasgos se atrevían a acercarse.
Y entre toda esa gente, Legolas le miraba, y Thranduil le vio. El joven elfo silvano estaba sano y salvo, pero pálido como la muerte. ¿Habría visto lo que acababa de hacer?. ¿Le habría visto ser tan cruel con el trasgo y luego quitarle la vida a uno de los suyos, que yacía sufriendo?- se preguntó Thranduil.
Antes de que el Rey Elfo pudiera acercarse a su hijo se dio cuenta de los gritos de victoria a su alrededor, y desde su posición vio que los trasgos se habían retirado. Pero la esperanza de victoria se desvaneció del todo cuando descubrieron que otros trasgos habían escalado la Montaña por la otra parte, y muchos ya estaban sobre la Puerta, en la ladera, y otros corrían temerariamente hacia abajo para atacar las estribaciones desde encima. Los defensores eran pocos. No podrían cerrarles el paso por mucho tiempo. Los trasgos se estaban reuniendo en el valle junto a una recién llegada horda de wargos, de pelajes brillantes y negros como cuervos. Con ellos venía la guardia personal de Bolgo: trasgos de increíble talla, como lo eran sus cimitarras de acero.
Thranduil echó una mirada de desesperación hacia su hijo, pálido y abatido. Sólo habían logrado contener la primera envestida.
Ai, Legolas... Ojalá no estuvieras aquí...
TRADUCCIONES
Tangado haid! Leitho i philinn! - ¡Mantened posiciones¡Soltad flechas! (Sindarin.)
Hado
i philinn! - ¡Disparad flechas! (Sindarin.)
Herio! - ¡Cargad! (Sindarin.)
Ed-tiro! - ¡Cuidado! ("watch out" en Inglés. Sindarin.)
Baruk Khazâd! Khazâd ai-mênu! - ¡Hachas de los Enanos¡Los Enanos están sobre vosotros! (Khuzdûl.)
Gûrth an Glamhoth! - ¡Muerte a los orcos! (Glamhoth significa Horda ruidosa/estridente, literalmente)(Sindarin.)
Este cap lo he escrito con muchas prisas y me ha salido fatal, sorry T-T Tal vez algún ida lo revise... cuando tenga tiempo. En fin, solo decirles que en este fic yo he escrito el nombre de "Bardo" tal y como es en El Hobbit, veréis que en El Señor de los Anillos su nombre es "Bard" (yo prefiero "Bardo", porque este otro suena muy inglés). He decidido que voy a terminar El Tesoro del Rey Thranduil y Cazador de Fëar antes de continuar con mis otros fics, porque de estos dos ya me quedan pocos capítulos.
Muchas gracias por leerme y por vuestros reviews!
