El tesoro del Rey Thranduil.

Capítulo 10: No hay victoria sin pérdida.

Con la llegada de los wargos, refuerzos de trasgos y la guardia personal de Bolgo, las tropas enemigas superaron en número a las tropas del Rey Elfo, de Bardo y de Dain unidas. Un repentino cansancio se apoderó de ellos, y algunos dejaron que las armas se deslizaran de sus manos. Afligidos, los elfos solamente deseaban volver a su hogar en el bosque, donde podrían vivir en paz bajo los árboles, lejos de involucrarse en los asuntos de los Hijos Menores.

Empero, el Rey Elfo sostuvo la espada en alto y, haciendo acopio de valentía, gritó.

"¡En pie¡En pie, guerreros de Oropher!"

Al instante de escuchar la poderosa voz de su señor, los elfos recuperaron toda voluntad y firmeza. Rápida, ordenada y silenciosamente, las tropas se agruparon de nuevo a modo de contraataque. Los lanceros cubrían las primeras filas, luego los espadachines, y detrás estaban los arqueros, que se apresuraban en recoger flechas servibles del campo de batalla. Delante de todos ellos estaba el Rey Elfo, que daba la espalda al enemigo para mirar a sus tropas imperioso. Ellos sostenían su mirada con vehemencia y adoración. El Rey Elfo alzó la voz, que resonó en el valle como cien trompetas de plata llamando a los hombres a la batalla.

"Mâb le i nagor, bâd gurth vi ngalad firiel."

La guerra está sobre vosotros, la muerte se cierne en la decadente luz.

"Ú i vethed nâ i onnad. Si boe ú-dhannathach."

Este no es el final, sino el comienzo. No podéis fallar ahora.

"Ter oiomornie. An mauya mahtie a tulta tuolya."

Pues debéis luchar. Armaos de fuerza y haced frente a vuestro enemigo.

Go vegil tolo hi, egor íriel firi.

Venid armados, o preparados para morir.

"Dail ú-o chyn ú-danno i failad a thi; an úben tannatha le failad."

No mostréis piedad alguna, pues ninguna recibiréis.

"Dorthach vi mar han? Dagrathach go hain?"

¿Sois parte de este mundo¿Os uniréis a esta guerra?

"¡Nos uniremos!" - respondieron las tropas élficas al unísono, alzando las armas contra el enemigo.

"¿Lucharéis hasta la muerte, por vuestras esposas y por vuestros hijos?"

"¡Lo haremos!"

"Mettanna! ¡Hasta el final!" - gritó el Rey Thranduil hijo de Oropher, a lo que la multitud repitió,

"Mettanna! ¡Hasta el final!"

"Nurunna! ¡Hasta la muerte!" - gritó el rey.

"Nurunna! ¡Hasta la muerte!"

"¡Luchad por la gloria!" - Thranduil sonrió orgulloso ante los vítores que recibió por estas palabras.

La embestida de las dos tropas fue poderosa y terrible. Los trasgos rodearon al Rey Elfo y su escolta, pero pocos se atrevían a acercarse al mismo rey y su guardia. El arco de Legolas cantaba en su mano.

El hijo de Thranduil era poco adiestrado en el arte de la lucha más que en el manejo del arco. Por eso observaba a su padre cuanto podía, pues era uno de los mejores guerreros del bosque, y su estilo de lucha nunca dejaba de maravillarle.

El Rey Elfo, como todo guerrero era adiestrado, manejaba la lucha con movimientos circulares, fluidos, evasivos y engañosos, puesto que sabía ejecutar desvíos en espiral que se convertían en ataques rápidos como el rayo. La lucha era como una danza para el Rey Elfo. Legolas no había tenido tiempo de aprender y adiestrarse en este estilo con profundidad, sino en lo básico, lo que le valía para esquivar los ataques del enemigo. Nunca antes había visto a su padre en acción más que en el campo de entrenamiento, donde acudía frecuentemente para mantenerse en forma, y por primera vez se daba cuenta Legolas que, el luchar, Thranduil no miraba a sus enemigos... parecía como entregado a una especie de meditación en movimiento.

Legolas recordó que una vez su padre le dijo: "Un buen guerrero dedica todos los sentidos al combate."

Thranduil se agachó, sintiendo una ráfaga de viento sobre su cabeza. Aprovechando el momento en que el trasgo acababa de balancear la pesada cimitarra sin dar al blanco, dejándole indefenso por unos instantes, Thranduil le rajó el estómago con un fluido movimiento. Otro trasgo le vislumbró en aquel momento. Sus malvados ojos brillaron con anticipación cuando cometió el error de creer que el grácil elfo estaba agachado a causa de una herida. Su agudo oído previniéndole del trasgo detrás de él, Thranduil dio un giro y ágilmente saltó sobre sus pies como un gato, entonces dio un salto acrobático en el aire y dando medio giro a la espada la hundió en la horrenda cabeza del trasgo. Esquivando con una vuelta de carnero el torpe golpe de otra espada, Thranduil no le dio tiempo al nuevo atacante de volver a blandir su arma porque, más rápido de lo que la vista puede alcanzar, desgarró la garganta de la criatura; entonces grácilmente se apartó fuera del alcance del rocío de sangre que emanó de la mortal herida del otro.

La segunda contienda no encontraba fin, y el viento comenzó a soplar. Con él se esparcieron las nubes de tormenta, dejando repentinamente al descubierto una roja puesta de sol que cubrió el campo de batalla con una manto de color rojo fuego.

"¡Las águilas¡Vienen las águilas!" - gritó alguien, sobresaltando a Legolas de su estupor, y un momento después el hijo de Thranduil oyó desde las alturas los fuertes graznidos de batalla de los grandes pájaros que se unían a la contienda, volando en círculos sobre sus enemigos, batiendo las alas tan fuertemente que los murciélagos eran expulsados lejos, echando chillidos ensordecedores. Legolas podía ver que algunos de las grandes aves tomaban grandes rocas entre sus garras para luego soltarlas sobre el ejército enemigo. Pronto muchos de los elfos gritaron alborozados la llegada de los Señores de los Vientos. Sintió como su corazón de alegraba y aliviaba un poco al verlos, dejando pasar un rayo de esperanza.

Desafortunadamente, con toda su atención puesta en las Águilas, Legolas ignoraba que se había adentrado en la contingenta de la guardia de Bolgo. Siseó por lo bajo, maldiciéndose por su falta de concentración cuando se encontró a si mismo rodeado de enormes trasgos, grandes como nunca habría imaginado. ¡Eran por lo menos tan grandes como trolls de las montañas! No más hubo pensado esto, uno de las masivas criaturas notó su presencia, volviéndose para atacarle con su gran porra de madera de sauce negro cubierta de pinchos metálicos. Con un bramido, el trasgo barrió la porra contra el suelo, con la intención de aplastarle; y lo hubiera echo si Legolas no se hubiera apartado justo a tiempo. La porra se hundió en el fango con gran estruendo, justo allí donde un momento antes había estado el hijo de Thranduil. El golpe le hubiera aplastado hasta los huesos.

Pero Legolas escapó de un peligro para ir a parar a otro mayor: al esquivar el golpe del trasgo, su espalda chocó con algo inquietantemente grande y sólido. Legolas se volvió al instante, en guardia, la mano tanteando las pocas flechas que le quedaban en el aljaba, cuando vio que se había topado con un trasgo incluso mayor que el otro. ¡Demasiado cerca! se dijo, alarmado. Rápido como el rayo, trató de saltar fuera del alcance de su gran enemigo, pero de repente Legolas se encontró cabeza abajo en el aire, sus manos apenas alcanzando el suelo: el trasgo había alargado su masiva mano tomándole por una de sus largas piernas.

Legolas oyó alguien gritar su nombre desde algún lugar. Volvió la cabeza de un lado a otro hasta que encontró a un elfo de la guardia real de su padre que corría hacia a él, dispuesto a salvar la vida del hijo del rey. Legolas no le conocía personalmente, pero sabía que aquel elfo había estado al servicio de su padre desde mucho antes que él naciera. Ahora el elfo, Belthond se llamaba, estaba a dos metros de alcanzarle.

"¡Mi Señor¡Aguan-- hungk!" - El grito de Belthond se quebró cuando un trasgo empuñando un mazo manchado de rojo le golpeó desde atrás. Todo sucedió en un instante. El pobre elfo estaba muerto incluso antes de que tocara el suelo, yaciendo en el fango con la cabeza aplastada.

Legolas dejó escapar un fuerte grito de angustia, y los ojos se le llenaron de lágrimas, habiendo atestiguado tanta crueldad. Las pequeñas y calientes gotas le recorrieron las temples, perdiéndose en su cabello, mientras con renovada fuerza y furia luchaba por liberarse. No logró hacer nada, pues las pocas flechas que le quedaban se le habían caído al ser puesto boca abajo. Si al menos pudiera alcanzarlas haría uso de sus afiladas puntas como si de cuchillos se tratasen y poder así liberarse, pero estaban demasiado lejos. El trasgo rió con deleite y lo sacudió un poco.

"¡Mirad lo que he pescado!" - llamó a los demás trasgos. Otro gran trasgo apareció para echar una ojeada a la presa de su amigo, bajando la enorme cabeza para husmear al elfo. Fue un error husmear tan cerca de la presa acorralada, pues Legolas, en un impulso de rabia, le clavó el extremo del arco en la garganta.

En realidad no le causó grandes daños, a parte de una tos repentina, pero el trasgo estaba muy enfadado.

"¡Aplástale el pescuezo a este renacuajo!" - aulló mirando a Legolas con sed de sangre, mientras el otro reía.

"¡No¡Voy a mordisquearle esa bonita cara que tiene!" - dijo, y el otro se unió a su risa con su propia malvada carcajada.

Pero un momento después la risa del otro trasgo se quebró, su boca babeante ligeramente abierta y sus pequeños y redondos ojos amarillos muy abiertos. El enorme cuerpo se desplomó como un títere al que de repente le han cortado los hilos que lo sujetaban. Colisionó con el trasgo que sujetaba a Legolas, haciendo que éste tropezara y echara un gruñido. Tanto Legolas como su captor miraron hacia abajo, sorprendidos, y vieron un horrible y profundo corte de espada que se deslizaba por la espina dorsal del otro, desde la nuca hasta la cintura. El tajo le había cortado el cordón espinal entre las gruesas vertebras; sólo una criatura muy fuerte y capaz de dar un poderoso golpe podía causar tan grave daño.

Y detrás del cuerpo caído, altivo, espada manchada en mano, estaba Thranduil, la mirada aterradora, llena de furia e ira contenida, y un profundo sentido de protección paternal.

El gran trasgo echó un bramido de rabia, gritando algo en su propia lengua que debía ser el nombre de la otra criatura. ¿Un amigo cercano o un pariente, quizás? De repente se le ocurrió a Legolas que unas criaturas tan terribles y perversas pudieran estar unidas la una a la otra, como él lo estaba con su padre, y ese pensamiento fue un dolor más fuerte que la fuerte presión de la manaza que el trasgo ejercía en su pierna.

Entonces, cuando Thranduil se dispuso a atacar, Legolas no pudo ver más, pues la mano que lo sujetaba comenzó a azotarlo en el aire. Legolas no pudo contener un grito ahogado cuando sintió el fuerte agarre en su pierna apretar aun más que antes. El elfo siseó de dolor, tratando de liberarse con sus propias manos, clavando las uñas en la mano de trasgo. En ningún momento dejó caer el arco; si bien sin flechas, era la única arma que tenia.

El trasgo se enfrentaba enérgicamente a su padre, aunque por los bramidos de dolor que la criatura dejaba escapar, era obvio quién ganaba la batalla. El trasgo le sacudía y meneaba tanto en su sangrienta lucha con el Rey Elfo, que Legolas pronto sintió mareos, y su cuerpo y sus brazos yacieron flácidos. Entonces, sintió como el agarre en la pierna desaparecía y era lanzado en el aire. Mientras su cuerpo cruzaba volando el aire, el mundo se convirtió en una imagen borrosa, y lo único que vio antes de chocar contra algo sólido fue un par de ojos marrones bajo una cejas espesas y rojas. El fuerte impacto le dejó sin aliento, y oyó al pobre con quien había chocado dejar escapar un gruñido cuando juntos aterrizaron en el barro.

Legolas se quedó muy quieto, su pálido rostro cubierto de fango bañado con sangre, demasiado conmocionado para tan sólo levantar la cabeza y mirar con qué pobre craitura había tenido la desgracia chocar. Entonces sintió como el otro se movía debajo de él, tratando de sentarse, y una voz gruñona y comprensiblemente irritada gritó, "¡Quítate de encima, tú, demonio de orejas picudas!"

El hijo de Thranduil aun no se había movido, cuando una mano dura súbitamente le tomó con fuerza del pelo y de un brusco tirón le echó la cabeza hacia atrás, su largo cuello protestando ante las agudas punzadas de dolor que le provocó aquel cruel trato. Dio un grito de agonía que no pudo contener y sintió que su cuerpo perdía contacto con el suelo por segunda vez.

Legolas fue lanzado un metro lejos, y cuando aterrizó gimió débilmente, dolorido. Sentía un doloroso pinchazón en la nuca y tenía la mente embotada. Manchas negras en movimiento le enturbiaban la vista. Algo como esto podría haber causado graves daños o incluso haber roto el cuello de un Hombre, pero Legolas afortunadamente era un elfo, y no era frágil ni débil.

En un segundo se la aclaró la vista y se dispuso a ponerse trabajosamente en pie. El cuello se le había anquilosado y no podía mover la cabeza. El miedo de la batalla se le había pasado del todo; ahora estaba furioso con quien-fuera que se había atrevido a tocarlo de aquella manera, a tratarlo así, como si él, hijo único del Gran Rey Elfo de la Casa de Oropher, no fuera otra cosa que una criatura de la chusma de Morgoth. Legolas se volvió, furioso, olvidando en su humillación que había perdido el arco en algún lugar durante sus dos 'vuelos', para ver al responsable de su maltrecha nuca y anquilosado cuello, al responsable de la mancillación de su honor: un enano.

Este enano no se cubría el rostro con una máscara de guerra, como los demás. Sus rasgos faciales eran duros y marcados, con unos profundos ojos oscurecidos bajo dos espesas cejas y una protuberante nariz entre grandes pómulos. La fuerte mandíbula estaba cubierta por una gruesa barba del color de las hojas en Otoño. Un yelmo le protegía la cabeza, y entorno a la calva del casco había una hermosa estructura de acero remachada a la que se sujetaban las protecciones de las mejillas. Aquel yelmo acentuaba su aspecto pavoroso, su severa mirada y la robusta y sólida apariencia de su semblante. La barba se asemejaba a un filón de cobre que fluía desde las protecciones en las mejillas del yelmo, que estaban decoradas con un estilizado motivo de estrellas. Legolas se preguntó porqué habría estrellas grabadas en el yelmo de un codicioso enano, habiendo imaginado antes encontrar piedras preciosas extirpadas avariciosamente de las entrañas de la madre tierra para luego ser incrustadas en su sólida superficie. Pero no había joyas; había estrellas. De algún modo, y por más tonto que os suene esto, Legolas se sintió ofendido.

Entonces el enano reparó en él, y por la mirada en sus ojos parecía que le había reconocido y que estaba sorprendido de verlo en pie, vivito y coleando, tras lo que había recibido de su propia mano. Torció la boca en una mueca burlona y le dijo algo en esa lengua tan desagradable que los enanos usan; algo que, por su sonido, Legolas estaba seguro de que no era un cumplido. Legolas le fulminó con los ojos y le devolvió el cumplido, pero en élfico. El enano abrió mucho los ojos un instante, frunció el ceño en una mueca horrible, apretó los puños en el mango de su hacha y avanzó pesadamente hacia él.

Una vocecita le dijo a Legolas que debería haber mantenido su boca cerrada. A causa de su insensatez, ahora había un enano enfurecido que quería partirle el pescuezo con su hacha, y acaba de recordar que no llevaba ninguna arma encima. Legolas deseó que aquellos rumores que había oído sobre enanos asesinando a elfos con más brutalidad que un orco sólo fueran eso, rumores. El elfo palideció recordando lo que su padre le contó una vez durante una de sus enseñanzas de Historia: que en la matanza de Doriath, por burla a su distinta naturaleza, los enanos les cortaron las orejas y las piernas a los elfos cautivos antes de asesinarlos.

"Lu, Gimli! Garapu men rukhas, olu Khulum!"

Otro enano se había aproximado a ellos con cautela y refrenaba al primero con una mano en el hombro, mirándole con desaprobación. Los enanos intercambiaron una rápidas palabras en su propia lengua y, tras echarle una última mirada sombría al elfo, se alejaron entre la batalla, abriendo su camino a hachazos.

Legolas hubiera echado un suspiro de alivio de no ser porque unas manos fuertes le agarraron firmemente por debajo de los brazos, justo en las axilas. No gritó, pero el miedo hizo que el corazón le palpitara tan fuertemente en el pecho que hasta los latidos resonaban en sus oídos. Su reacción ante el inesperado asalto fue instantáneo: se echó hacia adelante y luego se abalanzó hacia atrás, golpeando al atacante con su cabeza. El otro dio un respingo y aflojó un poco el agarre en sus axilas durante un instante.

"¡Mi Señor!" - gritó, agarrándole ahora por la cintura. Legolas cesó instantáneamente sus esfuerzos por liberarse, sintiéndose un poco estúpido por haber golpeado a uno de los suyos. El elfo que le sujetaba firmemente vestía la librea verde y dorada de la guardia real. Tenía un tajo en la ceñuda frente que sangraba profusamente, pero aparentemente aquello no afectaba al elfo. - "¡No podéis quedaros aquí desarmado, en medio de la batalla!" - le dijo por encima del clamor que se alzaba a su alrededor. Sin decir una palabra más, el elfo tomó a Legolas por el brazo y lo arrastró con él, mientras que en la otra mano empuñaba una larga espada curvada en forma de S alargada que blandía en gráciles y continuos movimientos giratorios para abrirse camino. Debía llevar al hijo del rey a un lugar seguro.

"¡Espera¿Dónde está mi padre?" - preguntó Legolas, temeroso. La última vez que le vio estaba luchando a muerte con aquel trasgo enorme... - "¿Dónde está!" - gritó de nuevo cuando el otro no le respondió. Tampoco esta vez lo hizo. Le tiraba del brazo con una fuerza increíble y lo alejaba de la batalla rápidamente, totalmente decidido a ponerle a salvo costase lo que costase. Legolas intentó volverse, sus ojos moviéndose frenéticamente de un lado a otro, buscando alguna señal de su padre.

Entonces le vio. Se encontraba muy lejos de él, inalcanzable, pero reconocería esa melena dorada y esa noble vestimenta a una milla de distancia. Por no hablar de su estilo de lucha, como una danza mortal, que su hijo tanto admiraba.

Legolas gritó y trató de correr hacia él, pero el otro elfo no se lo permitió. Los metros que lo separaba de su padre iba en aumento. Ya casi le parecía una distancia inconmensurable.

El Rey Elfo continuaba sumergido en la encarnizada lucha con el gran trasgo de la guardia de Bolgo. De pronto, Legolas vio como su padre vacilaba y se tambaleaba un momento (si por cansancio o a causa de una herida no lo sabía) y el trasgo aprovechaba ese momento de vacilación para alzar la porra y golpear de lleno a su oponente en el abdomen. Con el mandoble se oyó un crujido como de huesos al romperse y el Rey Elfo cayó al suelo. Legolas gritó con todas las fuerzas que le quedaban.

"ADAR!"

El grito se perdió en el apestoso calor de la matanza.

Las tropas élficas, enanas y orcas finalmente fueron demasiadas y una pared se alzó entre él y su padre.


Thranduil no recordaba haber sentido nunca tanto dolor físico como el que sentía ahora. El golpe le había dejado literalmente sin aliento, y yacía en el suelo, cubierto de fango y suciedad y sangre mientras se retorcía de dolor. Éste era tan intenso que no sentía fuerzas ni para rodearse el abdomen con los brazos. Por lo menos se habían fracturado un par de costillas.

Thranduil se hubiera quedado allí, caído entre las inmundicias hasta que su aflicción pasara, de no ser por el poderoso pensamiento que de pronto lo invadió: Legolas! ¡No podía quedarse ahí tumbado¡Su hijo le necesitaba!

El Rey Elfo se esforzó en tomar una bocanada de aire, obligando a sus pulmones a seguir funcionando y a centrar su respiración en la parte inferior del abdomen. El dolor fue tal que los ojos se le llenaron de lágrimas. La mera función de respirar era una agonía para sus pulmones, que le estaban ardiendo, suplicando por un poco de oxígeno. Trató de ponerse en pie, tembloroso y tambaleándose, pues sintió mareos y la mirada se le nubló; le costaba tanto respirar que por un momento temió que una de las costillas se le hubiera clavado en los pulmones. Alejó ese pensamiento de su mente, diciéndose que ahora no era el momento de preocuparse por ello. Lo que ahora debía hacer era preocuparse por mantenerse vivo el mayor tiempo posible y poder así proteger a su amado vástago.

"Aran nîn!" - Thalion, Capitán de la guardia real, sostuvo al Rey Elfo justo cuando vacilaba, amenazando una nueva caída. - "¡Estáis herido! Debo alejaros de la batalla, mi Señor... Permitidme que os lleve a un lugar seguro."

Thranduil, que se había apoyado en el otro intentando recomponerse, dio un paso atrás y se irguió firmemente como si no hubiera sufrido herida alguna. Entonces vio al gran trasgo decapitado a sus pies, y comprendió que Thalion le había dado muerte antes de que éste pudiera dar el golpe fatal al rey caído. No era la primera vez que Thalion le salvaba la vida. Hubo otra, en la Guerra de la Última Alianza. "¿Dónde está mi hijo?" - su rostro se mostraba otra vez impasible y sereno, mas había algo en el tono de su voz que defraudaba su preocupación.

"No temáis, mi Rey. Su hijo ha sido puesto a salvo..."

No pudo decir más porque en aquel momento un wargo montado se abalanzó sobre ellos, haciendo que ambos rey y capitán vacilaran, pero afortunadamente no hiriéndolos. Thranduil había sacado un pequeño cuchillo corto que llevaba escondido en las ante-piernas y lo lanzó con una gran agilidad a su oponente. El cuchillo se clavó en la yugular del jinete, que se desplomó sin vida. El wargo, sin embargo, no huyó ante la repentina muerte de su jinete. La hedionda criatura se volvió hacia el Rey Elfo, su grande y peludo cuerpo lleno de inmundicias y la cabeza entera bañada de rojo. Rojo sangre de sus anteriores víctimas.

Thranduil se puso en guardia y el capitán, leal a su señor hasta el fin, se situó delante de él. Thalion adoptó la posición de ataque de corte giratorio con trayectoria de ángulos agudos, agarrando la empuñadura de la curvada espada con las dos manos, una detrás de la guarda y otra junto al pomo. Esta técnica les permitía disponer de la máxima rotación cuando giraban la espada y era muy utilizada por los elfos en el campo de batalla desde los tiempos de Morgoth: cuando el enemigo se ponía a su alcance, el elfo debía extender, ligeramente la mano de abajo para aumentar la distancia que la punta de la espada tenía que recorrer antes de lanzar todo el peso del brazo a lo más cercano de la hoja y rajar el cuerpo del enemigo. En ese momento, el elfo debía completar rápidamente el movimiento hacia abajo, rotar la empuñadura y preparar la espada para volver a golpear a la desafortunada víctima o a la siguiente. La velocidad manual de los elfos lo convertía en un ataque rápido y devastador. Si Thalion hacía uso de la técnica a la perfección, el wargo estaría decapitado antes de darse cuenta de lo que había pasado.

Empero, ocurrió algo inesperado. Hubo un repentino golpe de viento y un enorme batir de alas por encima de sus cabezas. Thranduil y Thalion presenciaron como una de las Águilas se abalanzaba hacia abajo con las garras abiertas, volando por ras de tierra. El wargo dio un lastimoso aullido cuando el gran pájaro lo apresó con sus garras, levantándolo en el aire muy alto para luego dejarlo caer sobre las rocas de más allá. Más Águilas se acercaban a ellos y los alaridos de wargos y trasgos comenzaban a alzarse por doquier.

Rey y capitán contemplaron temerosos y maravillados esto, ya no prestando atención a la batalla, pues por ahí donde sobrevolaban las Águilas el terror las acompañaba. Los elfos tendrían un rato de reposo mientras pasara la tormenta. A Thranduil ya no le dolía el abdomen, o tal vez simplemente se había acostumbrado al dolor. Durante aquellos minutos pudo recuperar del todo la respiración. Parecía que, al fin y al cabo, sus pulmones no habían recibido daño alguno, y que su anterior fallo en la respiración probablemente se debía a la conmoción del golpe y a la ansiedad.

Ahora bien, Thranduil no se dejó engañar. Aun incluyendo las Águilas a las tropas de elfos, hombres y enanos, desde que llegaron los últimos refuerzos de trasgos y wargos el enemigo los superaba en número. Los grandes pájaros se alejaban y la guardia de Bolgo volvía al ataque. Haría falta un milagro para que salieran victoriosos de la batalla y, si así fuera, sería a coste de un alto precio en vidas humanas y élficas.

Y un milagro ocurrió.

Apareció un enorme oso de espeso pelo negro ébano, trayendo una gran cólera consigo. Algunos no le hubieran reconocido, pero Thranduil sí lo hizo: era Beorn el cambia pieles, que vivía cerca de los lindes del Bosque Negro, donde más tarde sería la tierra de los Beórnidas. El oso tenía las patas rojas y los colmillos negros con sangre orca; señal de que había estado combatiendo desde mucho antes que se cruzara con el Rey Elfo.

Thranduil no sabía qué lo había traído hasta aquí. Pero eso poco importaba. Una nueva esperanza renació en él; con Beorn a su lado, aun tenían más posibilidades de ganar. Y estaba en lo cierto, pues Beorn dispersó la guardia orca sin ayuda ajena, y entonces arrojó al mismo Bolgo al suelo y lo aplastó. Con la caído del Gran Bolgo del Norte, el desaliento cundió entre los trasgos, que comenzaron a dispersarse por todas direcciones en un desesperado intento de huir. Thranduil se oyó a si mismo gritando jubilante:

"Elo! Tûr!" - alzando la ensangrentada espada en el aire - "¡VICTORIA!"

Cientos de voces élficas le siguieron y el Valle pronto se llenó de voces que clamaban victoria. Los Hombres de Bardo entonaban un canción en su propia lengua, y los enanos se quitaban las máscaras de guerra para celebrarlo. Khayum Dáin! gritaban, ¡Victoria por el Rey Dain!

No hubo necesidad de dar orden alguna. Thranduil se lanzó en la persecución de los trasgos dispersados, que corrían veloces hacia el norte sin seguir ruta alguna, solamente intentando salvar sus vidas, y los demás le siguieron. El Rey Elfo rió para sí: esa iba a ser la mayor caza de orcos que se hubiera visto en la Tierra Media desde los primeros tiempos de los elfos.


El Capitán Thalion no tardó en dar alcance a su rey, que tras echarse en carrera tras los trasgos pronto se había quedado atrás, obligado a detenerse por un fuerte dolor debajo del pecho. Estaba sentado en el suelo cuando el capitán llegó, cabizbajo, los brazos alrededor de su estómago. Thalion se arrodilló junto a él y posó una mano sobre su hombro. Thranduil le sonrió, indicándole que se encontraba bien.

"¿Creéis que podréis poneros en pie, mi señor?"

"Podré. Dame sólo un momento, mi buen Thalion." - suspiró, entonces se dignó a ruborizarse un poco - "Creo que me duele más el orgullo."

Thalion asintió, simpatizante, y tras ayudarle a ponerse en pie le dijo que debería ver un curandero de inmediato, a lo que Thranduil no pudo pudo negarse y no pretendía hacerlo.

"Iré, pero... antes quisiera ver a Legolas." - dijo Thranduil. Había estado separado de él por poco tiempo pero nunca había añorado tanto su presencia, excepto la primera vez que el joven salió de caza con la patrulla que él mismo le asignó entre los mejores cazadores de su reino, siempre preocupado por su seguridad.

Thalion se comprometió en ir a buscar a Legolas personalmente mientras él estaba con los curanderos, a lo que Thranduil finalmente accedió. Viendo como su rey daba respingos al caminar, asiéndose del costado con la mano y gotas de sudor deslizándose por su pálida frente, el capitán le ofreció casi tímidamente llevarlo en brazos. Thranduil se negó rotundamente a ello, diciendo que ya había pasado suficiente vergüenza al quedarse rezagado mientras su gente se lanzaba a una de las más grandes cazas de orcos y trasgos, que los llenaría de orgullo por el resto de sus días. Lo único que le faltaba ahora era que una multitud de gentes (incluyendo Hombres y enanos) vieran el Rey de los Elfos del Bosque ser llevado en brazos como un niño pequeño.

Mientras Thranduil caminaba a paso lento hacia el campamento que se estaba levantando frente a las puertas de Erebor, prestaba atención a dónde ponía los pies para evitar un tropiezo. Sin embargo, mantenía los ojos medio cerrados, procurando no ver con claridad lo que había en el suelo que pisaba: cadáveres (por su consuelo la mayoría de origen orco) y algún que otro miembro suelto. Retirar los caídos sería una ardua tarea.

De repente uno de sus pies colisionó con algo, algo flexible que lo hizo tropezar y perder el equilibrio. Afortunadamente lo recuperó antes de que llegara a tocar el suelo. Mirando un poco molesto y malhumorado hacia atrás, vio en seguida qué era lo que lo que le había echo tropezar: un arco. En realidad había tropezado con la cuerda del arco. Thranduil, agachándose trabajosamente y dando un respingo de dolor por el movimiento, tomó el arma. Aunque cubierto por una gran capa de inmundicias, era un hermoso arco teñido de un tono marrón muy oscuro, casi negro, brillante y lustroso gracias a la resina y cuyas bocas estabas rodeadas por volutas doradas. Era el arco de Legolas. Thranduil lo estrechó contra sí y comenzó a mirar a su alrededor. Enseguida encontró lo que buscaba: largas y robustas flechas teñidas a juego con el arco, de agudas y largas puntas y plumas de faisán verdes. Estaba todas amontonadas justo en el lugar donde habían caído, junto a su aljaba. Legolas las debía haber perdido cuando aquel enorme trasgo de la guardia de Bolgo le atrapó. Thranduil sabía que Legolas tenía un total de treinta flechas, pero allí solamente había doce. Las demás las había utilizado Legolas, y serían más difíciles de encontrar. Con el arco, aljaba y flechas bien a salvo en sus brazos, Thranduil siguió caminando.

Tan pronto llegó al campamento, el primer ser con el que se cruzó fue el mago Gandalf. Thranduil sonrió al verle, yendo directo hacia él con la intención de abrazarle y celebrar juntos la dichosa victoria. La euforia del momento se le pasó cuando vio la expresión del rostro del anciano mago. Eran pocas las veces que el noble elfo había visto tristeza en el rostro del mago, y había una luz de ansiedad en sus brillantes ojos ensombrecidos por el ala del sombrero picudo. Las arrugas de su vejez parecían más profundas, y mientras caminaba se apoyaba sobre el bastón como si temiera desplomarse en cualquier momento, aunque su paso era rápido pero inseguro.

"Mithrandir..."

Gandalf se detuvo frente al otro, y respondió a la pregunta que el Rey Elfo aun no había formulado.

"Bilbo ha desaparecido." - dijo con voz ronca. El mago parpadeó un par de veces (conmocionado, Thranduil creyó ver lágrimas en sus ojos) y se alejó rápidamente, sin decir una sola palabra más.

El rostro del noble elfo se hundió. Se había olvidado completamente del amable hobbit. Del hobbit, Thorin Escudo de Roble y de los doce enanos que lo acompañaban, a decir verdad. Thranduil se estremeció al pensar que el cuerpo del pequeño perian podría hallarse entre los muchos cadáveres que cubrían el campo de batalla, envuelto en un sudario de fango y sangre.

Se preguntó qué habría sido de Thorin y los demás, pero poco le importaba ahora. Tampoco le importaba el tesoro de Smaug. En esos momentos se sentía avergonzado por haber deseado alguna vez la posesión de ese gran tesoro. Reconocía ahora que, cuando dejó el bosque con su ejército, fue la avaricia lo que lo condujo a hacerlo. Pura avaricia. Había dejado que el amor por las joyas atesoradas fuera más fuerte que el amor por su pueblo... por más que luego rechazara ese amor codicioso a favor de Esgaroth.

Aquel día, Thranduil se prometió que nunca más dejaría que su ansia de riquezas se pusiera por delante del amor que sentía hacia su pueblo.


El agua se estaba calentando debajo del techo de carpa en la espaciosa tienda que había sido levantado para el Rey Elfo. Elleth, la sobrina de Aldanis, se encargaba de mantener encendido el fuego del baño. A pocos pasos de ella estaba Thranduil, sentado delante de un espejo, mirándose el reflejo con repulsión. La piel habitualmente pálida de su duro rostro estaba casi negro como el de un orco. Sus cabellos de oro habían perdido el lustroso brillo de siempre. La hermosa melena se había convertido en un enorme embrollo de mugre.

A Thranduil le hastiaba la mera idea de tocar el cabello para tratar de arreglarlo. De todos modos, la mugre ya se había endurecido, por lo que la mejor y más rápida solución sería que se cortara el pelo. Con un suspiro, Thranduil alcanzó una daga, pero una voz afectuosa le detuvo.

"No será necesario, mi señor." - dijo la dama Elleth, sonriendo cálidamente. - "Yo me haré cargo de todo."

Thranduil se relajó bajo el contacto de las manos de la elfa, que gentilmente recorrían la larga y sucia cabellera, tratando pacientemente de desenmarañar los embrollos, inconscientes al rasposo y pegadizo tacto del maltratado pelo. Thranduil le sonrió agradecido, conmovido por su amabilidad y cuidado.

Desde que Aldanis (quien fue cuidadora de Legolas cuando era niño) se había casado, su sobrina Elleth había comenzado a trabajar por él en su lugar. La doncella era muy distinta a su tía: tímida y callada, pero tan eficiente como lo había sido Aldanis.

Thranduil sintió una gran alivio cuando Elleth derramó agua fresca sobre su cabeza, calmando el intenso picazón en el cuero cabelludo que le había estado incordiando desde que llegara al campamento. Cuando hubo terminado, el cabello de Thranduil había vuelto a su estado natural, y el agua para el baño ya estaba apunto. El Rey Elfo tuvo que hacer un duro trabajo en limpiar su cara y el resto del cuerpo con un intenso frotado. En algunas partes estaba cubierto de capas de mugre y suciedad, y necesitó un minucioso y largo lavado y fregado para librar de ella la piel. Cuando salió de la bañera, el agua estaba muy oscura, con un tinte negro rojizo. Thranduil hizo una mueca al verlo.

Rielle la curandera fue quien le atendió. La hija de Annariel e Istarion, a la que todos llamaban por respeto La Señora. Era alta y de cabellos de cobre dorado, que descendían en trenzas y rizos hasta su esbelta cintura. Sus ojos eran verde oliva, hermosos y a la vez misteriosos como la noche. Era de blanca piel como la luna y su manos eran largas y bellas. Mucha gente la comparaba a un ave, pues era atenta como un mochuelo, temerosa como un águila y a la vez delgada y frágil como un canario. Ella había sido la comadrona de su hijo Legolas. A pesar de que la elfa era considerada la mejor curandera de la Tierra Media tras el Señor Elrond Medio-Elfo, no había podido hacer nada para salvar la vida de Undómeärel, la reina, durante el parto.

Tras una cuidadosa inspección en la que Rielle le aplicó hierbas aromáticas y pomadas sobre las heridas más superficiales y magulladuras, llegó la parte más dura. Le inspeccionó las costillas, apretando suavemente con las manos en la zona dañada. Se le había formado una gran contusión negro-azulada en el abdomen que tenía muy mal aspecto.

Como él ya había sospechado, tenía un par de costillas rotas. El proceso de colocación fue realmente doloroso. Thranduil tuvo que tumbarse sobre el cómodo lecho que le habían preparado y apretar los dientes mientras Rielle y dos curanderos más le colocaban las costillas rotas en su lugar para luego vendarle firmemente. La doncella Elleth, disimuladamente, le tomó la mano y se la apretó con fuerza durante el proceso, lo que Thranduil agradeció silenciosamente, mas evitó en todo lo posible apretar la mano de la elfa, pues no quería hacerle daño. Cuando sus ojos se encontraron brevemente, Thranduil se armó de valor para enseñar una sonrisa, tratando de quitarle importancia al dolor.

Cuando hubieron terminado Rielle se quedó un rato a solas con el Rey Elfo para decirle que debía quedarse tumbado y tratar de dormir, y por encima de todo no hacer movimiento brusco alguno. Si no se movía y descansaba durante unos días, las fracturas sellarían con más rapidez.

En aquel momento entró Thalion, comunicándole que Legolas estaba de vuelta, y le aseguró al rey que su hijo estaba sano, pues el joven elfo también acaba de ver los curanderos y no había sufrido más que heridas superficiales.

"Sin embargo, su corazón ha sufrido heridas más profundas." - añadió Thalion, y Thranduil asintió seriamente, recordando su primera gran batalla, donde presenció la muerte de algunos de sus amigos. Legolas necesitaría todo su apoyo para recuperarse del trauma.

"Tráeme a mi hijo."

Cuando Legolas entró, Thranduil por poco deja escapar una exclamación de desesperanza. Aquel no era su hijo, el joven elfo de ojos centelleantes, encantadora sonrisa y alegre vitalidad. Su hijo se había convertido en otra víctima de la guerra. Se había convertido en la viva imagen de la desesperación y el dolor; en sus ojos se reflejaba el sufrimiento de la pérdida de su joven inocencia, la tenue luz de su fëa había menguado hasta casi extinguirse. A los ojos de Thranduil. Legolas parecía ahora tan mortal como los hijos de los Hombres que había visto en las ruinas de la Ciudad del Lago, enfermos y hambrientos.

Thalion y Rielle salieron de la tienda, dejando a padre e hijo a solas. El Rey Elfo vio como su hijo dirigía la mirada hacia la herida en su abdomen y palidecía aun más.

"Legolas," - le dijo suavemente, extendiendo su mano hacia él a modo de invitarle a sentarse junto a su lecho - "Ven. Acércate."

No hizo falta que se lo dijera dos veces. El joven elfo se sentó a su lado y con sus dedos acarició los vendajes que ocultaban la herida de su padre, tan sólo rozándole, como temeroso de causarle algún daño.

"Vi como ocurría..." - dijo, su voz tan ronca y doliente que a Thranduil le hirió aun más profundamente que las costillas rotas. Legolas abrió la boca como si quisiera decir algo más, pero la cerró de nuevo y escondió el rostro entre las manos mientras los hombros le temblaban. Thranduil le rodeó con los brazos y lo acostó contra su pecho, junto a su corazón.

"Legolas¿qué te ocurre? Cuéntamelo."

El otro no le respondió, tan sólo emitía pequeños gemidos que se ahogaban en su pecho. Thranduil le tomó gentilmente de la barbilla, obligándole a que le mirara en los ojos. Para su sorpresa, Legolas no estaba llorando como había creído, sino que estaba pálido y se mordía el labio inferior como para ahogar los gritos de angustia y rabia que tanto desearía poder dejar escapar. Un hilo de roja sangre comenzó a deslizarse desde el labio a la barbilla.

"¡No hagas eso, Legolas¡Te estás haciendo daño!" - exclamó Thranduil, limpiándole la sangre con el mango de su propia camisa, con suaves y reconfortantes caricias instándole a que dejara de presionar los dientes contra sus labios.

"¡Lo siento!" - sollozó Legolas, hundiendo otra vez el rostro entre las manos.

"No importa, ion nîn. Estas cosas a veces ocurren..." - dijo Thranduil, encogiéndose de hombros y recordando la vez que él mismo se hizo sangrar las manos al clavarse las uñas en las palmas, de tanto apretar las manos. Pero aquellas palabras no tuvieron el efecto deseado, ya que en lugar de calmarse un poco, Legolas rompió a llorar desconsoladamente.

Un poco turbado, preguntándose qué era lo que había hecho mal, Thranduil le rodeó de nuevo con sus brazos. Sin embargo, el Rey Elfo estaba tan confuso y conmocionado al ver su hijo en ese lamentable estado que se quedó sin habla, sin palabra para reconfortar a su amado vástago, y comenzó a sentir pánico. Al parecer Legolas sintió los temblores de su cuerpo, porque se incorporó y fijó en él sus ojos. Había culpabilidad y desamparo en la mirada de Legolas, mientras que en la de Thranduil había confusión e impotencia.

"Lo siento..." - repitió, murmurando las palabras. Thranduil se inclinó hacia él para mirarle en lo profundo de los ojos.

"¿Qué es lo que sientes?"

Legolas bajó la mirada, avergonzado - "Tenías razón. No estaba preparado para entrar en batalla."

"Ai, ion nîn..." - Thranduil intentó abrazarle, mas Legolas se apartó, renunciándolo con firmeza.

"Belthond ha muerto." - ¿Era esa su voz la que hablaba? Legolas no la reconocía. - "Trató de salvarme antes de que llegaras tú, y uno de eso trasgos le aplastó la cabeza." - súbitamente se le contorsionó el rostro y comenzó a sollozar de nuevo - "Fue horrible..." - gimoteó.

Entonces el Rey Elfo comprendió todo. La culpabilidad carcomía a Legolas por dentro, pues pensaba que si hubiera accedido a quedarse en casa en el mismo momento en que su padre se lo dijo, no habría sido un estorbo en la batalla y Belthond no habría muerto tratando de protegerle. A demás, el guardián había sido asesinado delante de sus ojos. Legolas nunca había visto derramar sangre élfica hasta ahora; en las cacerías por el bosque solamente una vez perdió un compañero, a causa de una fatal picadura de araña. Pero no era lo mismo. No había punto de comparación.

De repente Legolas se convulsionó y se echó a un lado. Thranduil le sujetó firmemente mientras el otro echaba los vómitos al suelo.

Cunado hubo terminado, Thranduil le tomó por la cintura y lo acomodó en el lecho que los curanderos le habían preparado, alejándole en todo lo posible del hedor para que no sufriera más mareos y vómitos. Legolas no dijo nada más. Thranduil sintió una fuerte punzada en el abdomen a causa del esfuerzo de moverlo, pero apretó los dientes y no se inmutó. Con la cabeza recostada sobre las rodillas de su padre, Legolas estaba tan silencioso ahora que parecía dormir. Empero sus manos estrujaban las ropas del rey con firmeza.

"Caedo, losto." - le susurró, su voz suave como el murmullo del manantial azul en los jardines del Reino de los Elfos en el Bosque Negro, sus largos dedos moviéndose por el cuero cabelludo en un tranquilizador masaje. El pelo estaba húmedo del reciente baño y desprendía una fresca fragancia.

Thranduil no cesó con sus caricias mientras el manto del sueño se cernía sobre su hijo, que parpadeaba soñolientamente, sus ojos cerrándose mientras agotado se hundía en un curativo reposo. El Rey Elfo, a pesar de su propia cansancio y dolor, no cerró los ojos, comprometido y vigilar el sueño de su hijo en este momento de necesidad. Rielle la curandera le había dado órdenes explícitas al rey de que debía dormir y reposar para recuperar las fuerzas y procurar en ningún caso ponerse en pie para que evitar daños en las costillas. Thranduil admitía que la postura en la que se encontraba (sentado sobre sus propias piernas con la cabeza de Legolas recostada sobre sus rodillas) no era muy cómoda, y un ligero dolor le recorría el cuerpo hasta los pies. Sentía un cosquilleo en los dedos, señal que se le estaban durmiendo los pies. Thranduil no deseaba tener que enfrentarse a una furiosa y sobreprotectora Rielle, pero lo que la curandera no supiera, se decía Thranduil, no le haría ningún daño.

Mirando a Legolas con ojos cansados, Thranduil rondó por felices recuerdos que de algún modo le ayudaban a apaciguar aquella desagradable sensación de punzadas como cuchillos clavándose en su abdomen. Una vez hacía muchos años Legolas también había apoyado la cabeza sobre sus rodillas como hacía ahora.


Un sobresaltado Thranduil dejó el pesado volumen de la Historia de la Primera Edad junto a Las Baladas de Beleriand sobre la mesita de noche que había a su lado, mirando confuso al bulto que había sobre sus rodillas. Ese bulto era su hijo pequeño que, en medio de la noche, había entrado en sus aposentos como un huracanada de aire para luego lanzarse sobre las rodillas del desprevenido padre que estaba sentado cómodamente en su sillón, leyendo tranquilamente un libro como hacía todas las noches antes de echarse a dormir. Legolas estaba envuelto en las mantas y sábanas de su propia cama, que obviamente había arrastrado con él desde su habitación por los largos pasillos hasta llegar a los aposentos de su padre.

"¿Legolas, qué haces despierto?" - suspiró Thranduil, tratando de deshacer el enredo de mantas y sábanas para poder verle la cara a su niño elfo.

"¡Hay un Balrog en mi habitación, ada!" - masculló Legolas tembloroso. Thranduil maldijo en voz baja por centésima vez a ese tal Tavaro por haberle contado esas estúpidas historias de miedo a su pequeño Hojaverde.

"Legolas, Legolas... ¿Qué te dije sobre los Balrogs? Que viven en abismos oscuros..." - dijo Thranduil exasperante y, una vez hubo por fin descubierto a su hijo de entre el enredo de sabanas, sentándole sobre sus rodillas - "Es imposible que haya un Balrog en tu habitación..."

Legolas se enfurruñó.

"¡Pero lo hay¡Y no me deja dormir, ada¡Haz que se vaya!"

Thranduil bostezó.

"Es muy tarde, Legolas..." - dijo, perezoso de levantarse y acompañar a su hijo de vuelta a su cama. Entonces se le ocurrió algo - "¿Quieres dormir aquí conmigo, entonces?"

Al pequeño Legolas se le iluminaron los ojos y asintió sonriente, mas de pronto volvió a enfurruñarse.

"Pero si no echas al Balrog de mi habitación, mañana seguirá estando allí..."

Sólo cuando vio que los ojos de su hijo comenzaban a llenarse de lágrimas, accedió Thranduil a hacer algo al respecto. Abrió su gran baúl y Legolas dejó escapar una exclamación de maravilla y temor al verle sacar una larga y brillante espada, con una funda de oro y diamantes. Cogidos de la mano, Thranduil y Legolas se dirigieron a los aposentos del niño. Cuando llegaron allí, Legolas se negó rotundamente a entrar con su padre. Thranduil, disimulando un suspiro, entró solo en la habitación, se dio un buen paseo y volvió a salir.

"Aquí no hay ningún Balrog, Legolas."

"¡Sí que lo hay¡Se ha escondido en el armario!"

"¿En el armario, eh?" - dijo Thranduil, desenfundando la espada de una forma melodramática. - "Quédate aquí, ion nîn. Yo me ocuparé de él."

Legolas lloriqueó y se abrazó a sus piernas.

"Ten cuidado, ada."

El Rey Elfo se despidió de su hijo pequeño con una noble reverencia y entró de una paso en la habitación. La cerró tras de sí. Thranduil procuró no sentirse muy ridículo y avergonzado por la actuación que estaba a punto de realizar.

Desde el otro lado de la puerta, Legolas oyó como su padre habría el armario de golpe y gritaba - "¡Ajá¡Con que osas invadir el armario de mi hijo¡Insensato¡Tu vil acto te costará la vida¡Prepárate!"

Legolas se dejó caer al suelo y se encogió sobre sí mismo, temblando de pavor, mientras miraba con ojos abiertos como platos la puerta cerrada. Por lo que podía escuchar desde el otro lado, su padre se encontraba en una encarnizada batalla contra el demonio de fuego. Oía ruidos estrepitosos, golpes, y el silbido del blandir de la espada. El Balrog gruñía y vociferaba. Legolas se cubrió las orejas con las manos.

De repente, cesó el estruendo. Se abrió la puerta y Legolas se puso en pie de un salto. Thranduil dio un paso en frente, enfundando la espada. Su respiración era algo más pesada de lo habitual, tenía las mejillas rojas de cansancio, los cabellos despeinados y las ropas arrugadas y un poco maltrechas. Para el pequeño Legolas era obvio que la batalla había sido terrible.

"El Balrog ha muerto." - dijo Thranduil solemnemente.

Legolas corrió hacia él y se lanzó en sus brazos. Thranduil lo levantó del suelo y lo estrechó fuerte contra su pecho. El niño elfo se aferró a él y le dio un beso húmedo en la mejilla.

"Eres mi héroe, ada."


A Thranduil se le nublaron los ojos mientras sonreía. Parpadeó, tratando de evitar que le salieran las lágrimas. Sus dedos aun recorrían el largo cabello de su hijo, que parecía seguir luchando contra el inevitable sueño, pestañeando y volviendo los ojos en derredor . El Rey Elfo le miró afligido. ¿Por qué ya no se sentía Legolas a salvo en sus brazos, se preguntaba apenado. Cuando era pequeño tan sólo un abrazo bastaba para calmarlo, para apaciguar sus miedos. Legolas ya no era un niño... la batalla de hoy le había echo crecer repentinamente. A partir de este día, Thranduil había dejado de ser su héroe.

Thranduil siempre había deseado que su hijo no saliera nunca de su hogar en el bosque, que no tuviera que vivir la realidad que había a fuera de sus fronteras. Pero las cosas no había salido como Thranduil las deseara. Legolas había salido de la protección del bosque, había luchado en una guerra y había visto enfermedad y muerte. Las actuaciones de Thranduil luchando contra un Balrog imaginario ya no eran un acto de heroísmo para él. Hoy había tenido que luchar él mismo para proteger la vida, y Thranduil no había podido estar a su lado durante los traumáticos eventos.

Le había fallado.

El Rey Elfo tomó una de sus manos y se la estrujó.

"Losto, Legolas... Duerme..."

Antes de que se diera cuenta Thranduil había empezado a entonar la canción de cuna que su madre le cantara. Tan débilmente que él mismo casi no podía oír su propia voz. Sin embargo, la canción, o la simple voz de su padre, alivió a Legolas, que cerró los ojos y relajó el cuerpo agotado.

"Ai, hinya, ú-nalla... Írë nainalyë raitan nínllya... A caita care kya annekda ar noiana... Lanta i lómë, ar elyë nauva sinome mi inya ranqui..."

Legolas se quedó dormido pocos minutos después.


TRADUCCIONES

Belthond – Fuerte Raíz (Sindarin)

Lu, Gimli! Garapu men rukhas, olu khulum! - ¡No, Gimli¡El Enemigo es el orco, no el elfo! (Khuzdûl. --gran parte inventada--)

Thalion – Héroe (Sindarin)

Elo! - Exclamación de maravilla, alegría. (Sindarin)

Tûr – Victoria(Sindarin)

Elleth – Dama elfa (Sindarin)

Caedo, losto - Túmbate, duerme.(Sindarin)

Ai, hinya, ú-nalla... Írë nainalyë raitan nínllya... A caita care kya annekda ar noiana... Lanta i lómë, ar elyë nauva sinome mi inya ranqui...- Oh, mi niño, no llores más... Cuando llores yo secaré todas tus lágrimas... Descansa tu dulce y agotada cabeza... Cae la noche, y estarás aquí en mis brazos, tan sólo durmiendo... - (Quenya)


NOTAS DE LA AUTORA

Ha salido Gimli! Y aun queda por aparecer otro miembro de la Compañía¿adivináis quién? .La idea de las máscaras de los enanos no me la he inventado, sino que es sacada de El Silmarillion. ¿Recordáis como Turin Turambar utilizó una de esas mascaras en el asalto a Nargothrond?

Ahora quedan tan sólo tres capítulos más para terminar el fic: Capítulo 11 titulado "Paz entre elfos, hombres y enanos.", capítulo 12 "La traición de Gollum", capítulo 13 "El asalto a Dol Guldur." Tal vez también un epílogo titulado "Eryn Lasgalen."

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Y por cierto. Un autor se alimenta de reviews. Por favor, no dejéis que me muera de hambre XD