Era una linda noche, oscura, sin luna ni estrellas y estaba lloviznando.
Draco Malfoy, un muchacho rubio y ojos grises aparentemente fríos salió a dar una vuelta por el lago, cosa que solía hacer casi todos los días para despejarse.

Esa noche, mientras caminaba divisó la figura de una persona sentada en la orilla del lago. Se acercó a ver de quien se trataba.

Era Harry Potter, un moreno, de ojos verdes; era el niño que vivió, un Gryffindor, todo lo opuesto a él, su enemigo. Pero igualmente se acerco más hasta llegar a su lado y sin decir una palabra se sentó al lado de su enemigo.

Harry lo miró, después de distinguir quien era volvió su vista al lago, donde había estado mirando desde esa tarde cuando se sentó allí.

Estuvieron así un par de horas, sentados uno al lado del otro, sin dirigirse una palabra, ni un insulto fue dicho.

Cuando Harry miró el reloj, ya eran las 12:00 PM. Se levantó listo para volver a su cuarto, agarró la capa de invisibilidad que estaba a su lado, se la estaba poniendo cuando sintió una mano agarrándole el tobillo. Bajo la mirada y se encontró con unos ojos grises que le pedían a gritos que no se vaya.

Se quedó parado, dudando que hacer, irse o quedarse. Y se dejó caer, otra vez al lado de Draco.

Unos minutos más estuvieron así, mirando al lago, hasta que Harry volteó la vista hacia Draco y vio unas lágrimas saliendo de los ojos que alguna vez parecieron tan fríos. Draco sintió la mirada del los ojos esmeralda, pero no evito esta mirada, raramente en él, tampoco se secó las lágrimas para intentar mostrar su orgullo y fortaleza. En cambio miró fijamente a los ojos verdes intentando mostrar lo más claro que podía su dolor. Estas miradas llenas de sentimiento y sinceridad la sostuvieron unos segundos.

Draco bostezó y se acostó apoyando su cabeza sobre las piernas del moreno. Y esbozo una sonrisa que comunicaba el agradecimiento por dejarlo acostarse. Esta sonrisa le fue devuelta.

Y así una vez más se quedaron quietos y mudos mirando al lago. Esta quietud duró hasta que el rubio sintió una gota cayéndole en la mejilla (no era lluvia, ya había dejado de llover) miró hacia arriba y vio que era el turno de Harry para desahogarse, de sus ojos verdes caían lagrimas. Y fue su turno para expresar el dolor que sentía. El rubio extendió su mano hasta alcanzar la del moreno y la agarró en señal de consuelo.

Así pasaron mucho tiempo, hasta que vieron que le sol empezaba a salir por detrás del lago.

Habían pasado toa la noche juntos, dos enemigos con las manos agarradas. Mostrándose un apoyo mutuo, sintiéndose acompañados, comprendidos, quizás hasta felices, y todo esto sin decir una palabra. Las miradas lo fueron todo, ellas mostraron todo lo que podía ser dicho y expresaron todo sentimiento mejor de lo que podían ser dichos.

Al terminar de salir el sol de atrás del lago, ambos chicos se levantaron, se dirigieron una última mirada, y cada uno tomo su camino. Aunque no estaban alegres, sabían que alguien los comprendía y apoyaba.

Pero los dos tenían la esperanza de volver a compartir otra noche muda.