Warnings: este capítulo contine escenas que pueden resultar ofensivas o desagradables, aunque ninguna de ellas sea explícita, se comenta maltrato infantil. Si lees esto, hazlo bajo tu responsabilidad. Que conste que me he basado en una escena del animé, cuando Kuno descubre que su padre es el director, y ambos (Kuno y su padre) reconocen que le hacía "malas pasadas". Si Kuno, que nunca reconoce ser tratado mal, y no considera "maltrato" todas las palizas que recibe¿qué considerará malos tratos?

Warnings 2: Si a alguien le cae bien el director del instituto Furinkan, mejor que no lea el capítulo.

Agradecimientos: a todos aquellos que me habéis dejado rewiews, hacéis que merezca la pena seguir escribiendo, aunque no sé si defraudaré con el capítulo. Como siempre, críticas constructivas son bien recibidas, y puedo repetir el capítulo si hay una desaprobación general de su contenido. Por cierto, como sigue siendo una reflexión, el estilo de escritura sigue siendo aleatorio y ligeramente confuso, pero lo es a propósito (que conste).


KUNO TATEWAKI


Sí. Yo soy él. El trueno azul del instituto Furinkan. Promesa del kendo nacional. Y futuro sociópata con tendencias depresivas. Aunque ya lo soy.

Oh, vamos, soy Kuno, no tengo pensamientos inteligentes. ¿Verdad?

Bueno, Ranma tiene su maldición. Y yo tengo la mía. Abocado a una locura hereditaria. Porque seguro que me volveré loco, seré un asesino en serie. Ahora que lo pienso, no es bueno que un loco tenga tanta fuerza física como yo. Es muy peligroso. Sólo mira a mi hermana. Ni una décima parte de la fuerza que tengo yo mismo y es capaz de dejar inconsciente a cualquiera. Entonces, yo, podría matarlo. A uno o a varios. Sólo pensar en mi propia fuerza física usada de esa manera me provoca… ufffff

Y encima mi padre. Y encima todo el mundo se ríe de mí, y lo sé.

Pero creo que divago. Divagar es el primer paso a la locura. Debo concentrarme y encauzar mis pensamientos en una vía lógica. Así que empezaré por el principio.

Al principio de todo, yo era un niño de 8 años. Con una hermana de seis. Una madre y un padre. Pero mi madre murió en un accidente. Un conductor borracho, me dijeron.

Yo tenía una amiga, Nabiki-chan. Pobrecilla, su padre la obligaba a luchar y a entrenar incansablemente, y a veces venía llorando a mi casa, con alguna herida, moradura o muy cansada. O porque se había peleado con alguna de sus hermanas. Y yo la llevaba a mi cuarto y la hacía reír un rato. Y entonces mi vida tenía un motivo para reír. Porque, creedme, no había nada más dulce y alegre que aquella niña.

Y entonces empezó todo. Mi padre empezó a torturarme. Palizas, raparme la cabeza, golpearme contra los muebles. Una vez que me enfrenté a él me amenazó con empezar con mi hermana. Yo tenía doce años recién cumplidos, y mi hermana diez. Si, a mí, con doce años, tenía el cuerpo lleno de cicatrices y heridas permanentes¿qué le haría a una pobre niña? Y entonces lo vi en sus ojos. Y no pude ni pensarlo. Así que empecé a estar menos por casa. E inscribí a Kodachi en un grupo de gimnasia artística, donde estaría vigilada y lejos de mi padre hasta que yo llegara a casa. Y donde, de paso, podría aprender algo con lo que defenderse, en caso de que yo le fallara estrepitosamente.

Primer gran error de mi vida.

Un día, recuerdo, Nabiki-chan no acudió a nuestra cita diaria en el parque. ¿Había dicho que quería a esa niña como a una hermana? Siempre me estaba alegrando, haciéndome reír, sonriéndome cuando estaba de mal humor, curándome las heridas. Debía de pensar que era el niño más torpe del planeta, pero… me daba igual. Porque ella me consolaba. Era mi refugio, mi oasis. Mi tabla de salvación. Recuerdo que un día Nabiki no acudió, y fui a su casa. Estaba llorando, sentada en la puerta del dojo, sola.

– ¿Nabiki?

– ¡Tatchi! – y se acurrucó entre mis brazos y se puso a llorar. Ente lágrimas me contó que se había lastimado el tobillo, pero que su padre no le había dado importancia y la había obligado a continuar durante otras tres horas. Que se sentía sola. Que su madre no estaba en casa, que le dolía mucho, que tenía ganas de gritar y abandonar las artes marciales. Y yo hice lo único que podía hacer. La cargué entre mis brazos ¿Cómo alguien tan fuerte podía pesar tan poco? Y la llevé a casa del antiguo doctor, el que luego fue sustituido por Tofu.

El doctor la examinó y dictaminó un esguince y dos semanas de reposo sin ejercicio ni artes marciales. Nabiki parecía desesperada, gritándole al doctor que le arreglara el pie, que al día siguiente se tenía que levantar a las 4 de la mañana para entrenar. Pero el doctor fue inflexible, así que le vendó el pie (se negó rotundamente a escayola) y la llevé, en brazos, a su casa. Su madre nos recibió, y abrazó a Nabiki, alejándola de mí.

Al día siguiente, fui a recoger a Nabiki a su casa, como siempre, y la vi cojeando en la salida, tratando de cargar con la mochila y de caminar sin muletas. Y aquí no pude más, le arranqué la mochila y me la cargué junto con la mía, y la porté al colegio en brazos. Si su padre no le dejaba muletas, me daba igual, pensaba permitir que cojeara o le doliera, o se curara mal por culpa de la mente cerrada del fanático de su padre. Así que fueron dos semanas de portar lo más preciado que tenía en mi vida a todas partes.

Pero mi padre se empezó a poner muy nervioso, me pegaba cada vez más fuerte, mi cuerpo era un entramado de cicatrices y marcas blancas de cicatrices de cortes. Horroroso. Llevaba mangas largas y pantalones largos hasta en verano. Y mi padre me rapaba la cabeza. No con cuchillas de afeitar, sino arrancándome literalmente los cabellos.

Tortura y dolor. Por eso estaba tanto tiempo con Nabiki. Ella era dulce, a su manera, y su familia era una verdadera familia, y me aceptaban. Y yo estaba gusto en una casa, allí nadie intentaba moler a palos a los hijos, culpándoles de la muerte de nadie. Y la madre de Nabiki me hacía chocolate caliente y ayudaba a Nabiki a curar los cortes de mis brazos.

Yo sabía que la madre de Nabiki estaba enferma, ella me lo decía, pero claro, Nabiki era demasiado madura para mí y no entendía yo bien del todo las implicaciones de sus palabras. A veces me pregunto cómo Nabiki puede sonreír hoy, después de lo que pasó aquél día.

Al poco tiempo de curar Nabiki, unos dos meses, yo seguía yendo regularmente a su casa, y la madre de Nabiki me miraba raro. Yo creo que se imaginaba que mi padre me maltrataba física y verbalmente, llamándome escoria y escupiéndome e insultándome. Pero ella no podía saberlo, si ni siquiera Kodachi lo sabía.

Y un día llegué a casa. Mi padre, más borracho y más furioso que nunca, me pegó hasta la inconsciencia por pérdida de sangre. Y me dijo unas palabras que marcarían mi vida.

– Hoy ha hablado conmigo la madre de esa amiga tuya… Nabiki. Dice que te pego. ¡Bastardo hijo de…! – patada, soy una vuelta, rodando por el suelo sobre el que yazgo, mientras mis ojos se cierran - ¡Como vuelvas a decirle esto a nadie, me encargaré de que tu amiga no pueda volver a caminar… o a tener hijos! – serie de patadas, fundido en negro.

Y al día siguiente Nabiki llegó a casa, contenta, más contenta de lo que la había visto en mucho tiempo, emanaba luz y alegría. Recuerdo que me abrazó y me dijo que había vencido a su primer adversario, un hombre de 20 años, ella, que tan sólo tenía doce. Las palabras de mi padre resonaban en mi cabeza y decidí que no quería que ella pasara por lo mismo. Ella no. Ella tenía que ser feliz, dulce, fuerte, y sonriente. Tenía que ser mi oasis, pero lejos. Así que la felicité débilmente. Ella se dio cuenta de mi brazo empapado en sangre, la sangre había traspasado la venda e impregnaba lentamente la manga de mi camisa. Una fugaz expresión de preocupación cruzó su rostro infantil, y me preguntó qué era. Le dije que una caída. Me dijo que estaba loco. Y esa palabra encendió una alarma dentro de mi cabeza: mi padre estaba loco. Si descubría que Nabiki-chan era la que curaba mis heridas, la mataba. Y entonces hice la mayor estupidez de mi vida: la alejé de mi lado para siempre. La única persona que me mantenía atado a la cordura, la empujé. Utilicé el mismo tono que mi padre usaba para envenenar mi inocencia. Soy un desgraciado, un ser despreciable. Creo que le hice más daño que bien. Pero yo no me merecía a alguien como ella, tan lista, tan divertida, alegre y cariñosa. Se merecía unos amigos cuyos padres no la amenazaran de muerte.

– No te vuelvas a dirigir a mí. No me hables, no me busques. No juegues conmigo. Aquí, y ahora, nuestra amistad ha muerto.

Las palabras más estúpidas que he pronunciado nunca.

Y entonces, al día siguiente, ella no vino a clase. Y al siguiente tampoco. Y en el colegio empezaron los rumores de que su madre había muerto el día que yo rompí mi amistad con ella. Y me sentí despreciable. Y sucio. Y maldito. Recuerdo que vino a la semana, ojerosa, triste, solitaria, con una expresión vacía en los ojos. Seria e inalcanzable. Y un par de alumnos mayores que ella se empezaron a reír.

La rabia creció en mi interior, puesto que ella no se defendía, no parecía querer pegarles, simplemente, permitió que varios alumnos más se unieran al grupo y continuaran humillándola. Ella se fue a su casa en silencio. Ese día o no fui a la mía al salir de clase. Espere en la puerta del colegio a ese grupo de niños. Les di una paliza tal que no pudieron llegar caminando a su casa. Nadie, nunca más, se volvió a meter con Nabiki por su orfandad, o se volvió a reír de ella por su familia desestructurada, cada vez que alguien lo intentaba, se veía conmigo. Era lo menos que podía hacer, ella seguía siendo, y lo es todavía, mi Nabiki-chan. Todavía hoy estoy horrorizado de lo fuerte que les di a los niños. Con mi fuerza actual… no quiero imaginarlo.

Dos años pasaron, y Nabiki abandonó las artes marciales, que retomé yo, con el kendo. Practicaba de forma obsesiva: concentración, entrenamiento, serenidad, equilibrio, concentración, entrenamiento, serenidad, equilibrio. Y evitar la locura.

Un día me cansé. Denuncié a mi padre por malos tratos. Mi padre huyó del país. Nunca más se supo de él, hasta hace poco. Y mi hermana se volvió loca de forma definitiva: trastorno obsesivo-compulsivo con alteración de la propia imagen, me dijeron. Da igual como la llamen, eso no cambia el significado: locura.

A los catorce años, dije que me iba en un viaje de entrenamiento. En realidad, fui a una clínica estética. Estuve dos meses de operación en operación, láser, cirugía, reconstrucción, todo, para borrar las cicatrices y marcas en mi piel. No obstante, tengo esas cicatrices bien documentadas. No iré a la universidad sin haber encerrado al desgraciado de mi padre en la cárcel, o hasta haberle alejado de cualquier joven, al menos. Y estoy a tres meses de graduarme.

Las operaciones fueron dolorosas, mi piel estuvo muy sensible durante un año entero, razón por la que empecé a vestir yukatas de seda: no dolían, rozaban poco y tapaban el sol y el frío. Me tenía que bañar con agua a una temperatura determinada exacta para no sentir dolor al contacto con frío o calor excesivo. Dolor, dolor, dolor.

Pero no me queda más que una marca ligera en un brazo, quise tenerla como recuerdo. Es apenas una línea blanca, la línea que hacía años estaba impregnada de rojo, cuando eché a Nabiki-chan de mi vida. Es un recuerdo de la locura de mi padre, del día que su… problema mental, locura, esquizofrenia, paranoia, lo que quiera que le pase en esas retorcidas neuronas, del día que su problema arruinó para siempre mi vida. Es un día simbólico: mi padre anunció que mataría a mi mejor amiga o le haría cosas peores sólo por el hecho de ser mi amiga. Allí me di cuenta de la magnitud de su locura. Y de su peligrosidad.

Esperé a que Kodachi fuera un poco más adulta para que pudiera cuidar yo de ella apropiadamente. Un niño de doce no puede cuidar de una niña de diez. Un adolescente de catorce sí puede con una de doce.

Y me convertí en su padre. O en algo parecido. Solicité un papel en el juzgado que me considerara independiente y responsable de mis actos antes de la edad. Recuerdo horas interminables de evaluaciones mentales con psiquiatras, quienes trataban de determinar el daño mental que mi padre me había infligido, mi propia madurez, mis propias capacidades, mi sanidad psíquica. Todo está grabado. Incluso un diario con un registro de todas las palizas que había recibido desde el día de mi ahora única cicatriz. O sea, desde los 12. Los psiquiatras consideraron mi caso como uno especial. Soy responsable de mis acciones y de mi hermana, así como el albacea de toda la herencia Kuno, desde los 14 años, justo al volver de las operaciones, cuando se acabó el papeleo, aunque el veredicto fue dictaminado mucho antes. Cada poco voy a chequeos mentales, hasta los 18, para verificar si tengo traumas a largo plazo.

Recuerdo el día que le expliqué al psiquiatra todo lo que mi padre me había hecho. Recuerdo con claridad su rostro sorprendido, para después retorcerse en una mueca de dolor, asco, indignación, ira. Y en sus ojos lástima, compasión. Recuerdo su palidez cuando vio las fotos de mi cuerpo y mis propias heridas, antes de curarlas. Soy capaz de evocarlo todo con perfección y detalles. El psiquiatra era "especialista" en este tipo de casos. Recuerdo, el primer día, cuando me pidió presentarme y explicar en menos de dos minutos por qué estaba ahí.

– Soy Tatewaki Kuno, tengo casi catorce años. Mi padre me maltrata, me humilla, me insulta y ha amenazado de muerte a mis amigos. – me descubrí un brazo, hasta el hombro, dejándole ver la magnitud de la situación y de mis heridas, lo bajé y continué. – He venido porque opino que está loco, deseo solicitar mi independencia de su tutela, así como la tutela de mi hermana menor, a quien, afortunadamente, mi padre no ha osado maltratar. Y deseo denunciarle para que pase el resto de sus días en la cárcel.

Lo expresé todo en un tono frío y monótono, enmascarando a la perfección mi confusión y mis sentimientos.

El hombre recorrió mi entonces pequeña silueta y me observó con atención. Después me miró a los ojos, su cara había palidecido. Estaba acostumbrado a tratar con niños destrozados, al borde de la histeria, no conmigo.

Y empecé las sesiones. Fueron muchas, muchísimas. Seis meses de sesiones en los que mi padre ya se había fugado del país. Y me consideraron apto. Recuerdo el día de la última sesión, ya tras las operaciones. Me pidió enseñarle el brazo que le había enseñado el primer día.

– Te queda una cicatriz.

– Es un recuerdo.

El hombre me miró a los ojos y asintió.

– Dime, Kuno.

Le miré interrogante. Él sabía que no me gustan los rodeos. Las cosas claras y directas.

– ¿Te sientes capaz de lidiar con un "trastorno obsesivo-compulsivo con alteración de la propia imagen"?

Era una forma indirecta de decirme que la evaluación de mi hermana había resultado en que ésta estaba loca.

– Cuidaré de mi hermana adecuadamente. Sé como tranquilizarla.

El médico asintió.

– Aquí se separan nuestros caminos. Si quieres hablar alguna vez, sólo ven. Sin cita, sin hora, sin compromiso.

Asentí.

– Gracias por todo, doctor.

– Gracias a ti. Te admiro, Tatewaki Kuno.

Y le sonreí.

Lo sé, mi hermana está loca, mi padre es un fugitivo psicópata. Y yo caigo lentamente en el pozo profundo de la depresión y la locura. Y lo sé. Por eso dedico mis últimos días de cordura a hacer lo que más satisfacción me trae a mi vida.

Hoy, dentro de poco con 18 años, me enfrento a mi vida. ¿Qué es lo que he estado haciendo? Lo de siempre: velar por mi hermana, por el honor familiar, estudiar para abogado, y velar por Nabiki-chan.

Sé que su vida es horrible. Se ha convertido en la reina de hielo del instituto. Chantajea a todo el mundo, extorsiona, vende fotos, y todo para ganar dinero. Sé que mantiene a su familia. Sé que no se permite caprichos, veleidades o naderías.

Y yo he decidido ayudarla en lo que puedo. Así que finjo. Oh, claro que finjo. Soy un excelente actor. He actuado toda mi vida como si fuera un chico normal. Ahora puedo actuar como si fuera un pervertido. No me cuesta nada. Sólo es un disfraz. Como el de Nabiki.

Vamos, nadie se debe de creer que ella no tenga sentimientos¿verdad? La gente lo dice, pero se callan delante de mí. Tal vez sepan que no me gusta que se hable mal de ella. Ella también ha tenido que lidiar con una familia desestructurada, sólo que en este caso ella además de todo, tiene que mantenerles económicamente. Y hace lo que haga falta.

Sé que para ella su honor era sagrado. Y lo ha sacrificado. Mantenía a su familia bastante bien, hasta la llegada de Ranma, cuando las cuentas se dispararon. El hermano mayor de uno de los chicos del equipo de kendo es carpintero, y comentó las sumas astronómicas que gastaban en reparaciones, dudando seriamente que una familia media pudiera mantener semejante gasto.

Y supe como ayudarla. Fingí que desconocía la maldición de Ranma, de Ryoga, Mousse, Shampoo y de Genma, y me fingí estúpido y pervertido, y me dejé golpear. Así que me disfracé de kendoísta de antes de la era Meiji y me dediqué a perseguir a Ranma y a Akane. En cierto modo ambas me recuerdan a Nabiki: fuertes, luchadoras. Pero no tienen su fortaleza mental. Y le pedí fotos. Me enteraba de cuánto costaban las reparaciones y las pagaba íntegras, dándome igual las fotos que me entregara, en el fondo, no sentía nada por ellas. Era una forma de ayudar a Nabiki. Yo dispongo de mucho dinero. Y ella lo necesita. Y así no se siente tan humillada.

Hay veces que se supone que tengo que besar a Ranma o a Akane, para verificar mi "coartada". Pero… hay un problema… No quiero besarlas a ellas. Así que espero lo que haya que esperar a que ellas se recompongan y me golpeen. En el fondo, sé, que si me lo propusiera, yo supondría un problema para Ranma. Y definitivamente, puedo vencer a Akane sin molestarme demasiado. Akane nunca llegará al nivel en las artes marciales de mi Nabiki-chan. Todavía es Nabiki-chan en mis pensamientos.

Una sonrisa estúpida se dibuja en mi rostro.

Ella no comenta nada. Se dirige hacia mí como Kuno. Hace años que para ella dejé de ser su Tatchi. Yo, por no incomodarla, la llamo por su nombre completo: Nabiki Tendo. El Tendo lo digo como una forma de tapar el –chan que inevitablemente desea escapar de mis labios. Y sólo hablamos de negocios. Creo que se cree totalmente la actuación del debilucho kendoísta pervertido.

A veces la miro durante mucho rato, con la mente extraviada en algún oscuro rincón de mi atormentado ser. Ella es un ángel ¿Nadie la ha visto bien¿Cómo pueden fijarse en Akane o Kasumi? Vale, sus hermanas son bellas, pero nada comparado con ella. Tiene un rostro cincelado con perfección. Los ojos verdes más hermosos que he visto nunca. Un graciosa naricita. Una boca sensual, con una sonrisa retadora y arrebatadora. Y su cuerpo es… es… perfecto. No creo que necesite más descripción.

A veces, con los chicos, en clase de gimnasia, oigo los comentarios. Casi todos babean por ella, y se morirían por invitarla a salir. Pero tienen miedo de ella. Ya que la creen inaccesible y fría. Y por supuesto, enamorarte de alguien sin capacidad de sentir es un peligro que no están dispuestos a correr. Yo lo haría, pero estoy demasiado avergonzado de lo que te hice. Y demasiado avergonzado de lo que soy. Y demasiado orgulloso de lo que te has convertido como para permitirte salir con alguien como yo.

Te mereces a alguien cuerdo. A alguien cariñoso. A alguien dulce y sincero. A alguien que no tenga una familia como la mía. A alguien que no sea yo.

El otro día alguien te insultó. Lo sé. Lo oí, estaba allí, admirándote en tu entereza y serenidad. Recuerdo que te llamó víbora y otra serie de lindezas comprándote con… Mejor no lo recuerdo. Tú te giraste con lentitud y le enfocaste. Te dirigiste hacia él. Le miraste. Le sonreíste. Le dijiste que gracias.

En este punto yo no sabía que pensar. Sólo quería lanzarme contra ese tipo y machacarle. Pero entonces volviste a hablar. Dijiste que para alguien que se vestía con ropa interior de mujer y cuyo coeficiente intelectual era bastante inferior al de Forest Gump, haber pensado una serie tan larga de insultos era un gran sacrificio, y que le agradecías que al menos hubiera pensado en ti, la única vez que pensaba al mes. Después sacaste de tu carpeta una foto suya en ropa interior. Y se la diste. Él se puso verde de la ira (verde, no rojo) y rompió la foto con violencia. Y tú seguías sonriendo.

Entonces hizo lo que yo temí que hiciera. Levantó un puño hacia tu hermoso rostro con gran velocidad. Pero tú paraste el golpe con una mano, la cerraste sobre su puño y apretaste. Los gritos de dolor del chico eran desgarradores, hasta que le desasiste de ese agarre, sin perder tu sonrisa o tu flema.

– Recuerda. Nunca, nunca te acerques a mí en ese tono.

Te alejaste de allí, y te seguí.

– Nabiki Tendo, quiero la foto de ese chico en ropa interior de mujer – te exigí.

Me miraste con sorpresa, conseguí extrañarte, algo que hace años que nadie hacía. Después te recompusiste, en apenas dos segundos, me miraste como si fuera un cruce entre un pervertido psicópata y un alien. Y me la diste gratis.

– Toma, Kuno. Esta va gratis.

– Gracias.

– No preguntaré para qué la quieres.

– Mejor. – una sonrisa maquiavélica se dibujó en mi rostro.

Al día siguiente, el instituto entero apareció empapelado con fotos gigantes de ese chico en ropa interior de mujer.

Fue un acto vandálico, dijeron. No había huellas, ni rastros. Nadie supo cómo ni cuándo había tenido alguien tanto tiempo para hacer todo eso.

Y tú pasaste por mi lado en clase y me susurraste "Gracias, Kuno" apenas audible. Pero yo lo oí. Y sonreí para mí mismo.

Tal vez no dormir en toda la noche, haciendo copias de la dichosa foto y pegándolas por todo el instituto, sí que había merecido la recompensa. Un solo "gracias". El poder que puede tener una palabra.

Las palabras encierran mucho poder. Mi hermana se llama la Rosa Negra por una sencilla razón: sabe que es bella, pero sabe que su sanidad mental es discutible. Es perfectamente consciente, al igual que yo. Si todavía no está encerrada en un sanatorio mental es porque le he enseñado a controlar la mayoría de sus impulsos, aunque a veces llego tarde. ¿Nadie se ha preguntado nunca porque cuando veo que Ranma no aparece por la escuela, y Akane le busca, tras haber pasado por Ucchan's y el NekoHanten, yo desaparezco y reaparezco en mi casa, convierto a Ranma en mujer, hago como que le acosos un par de minutos y después le facilito la ayuda para huir mientras distraigo a mi hermana? Después tocan horas de meditación, razonamientos, gritos, peleas y mi hermana se calma y reflexiona, se avergüenza de su falta de autocontrol y me promete que no lo volverá a hacer.

Mi hermana arrastra un pasado negro. Ella nunca supo lo que era el maltrato, pero estuvo conmigo durante la recuperación de las operaciones. Y me vio aguantar las lágrimas, la angustia, el dolor, todo. Y por eso ella es tan fuerte. A pesar de todo, sigue luchando por ser "normal". Pero no consiente en ir al psiquiatra. Si fuera, tal vez su situación mejorara, en lugar de encerrarlo todo dentro y esperar a que se calme. Porque no se calma, sólo se acumula, crece y de vez en cuando, explota. Y el pobre Ranma lo paga muchas de las veces. Antes lo pagaba yo. Evoco numerosas ocasiones teniendo que retirarle a mi hermana la cinta de gimnasta. No es agradable verla sufrir por su desquiciada mente.

Mi hermana, Kodachi, es una chica dulce la mayoría del tiempo. Ha aprendido a cocinar y a encargarse de algunas tareas caseras sólo para mí, para que me sienta orgulloso de ella. También es buena en filosofía. Resultará extraño que alguien cuyo estado mental sea anárquico y confuso sea capaz de entender los más complejos pensamientos y reflexiones de eruditos. Yo, me reconozco incapaz. Pero ella hilvana muchos de sus pensamientos y los interrelaciona con los de estos autores con facilidad asombrosa. Si sólo los filósofos no tuvieran teorías tan dispares… No facilitan demasiado aclarar su mente. Las contradicciones se acumulan en su cabeza, y a veces me acosa con preguntas que dudo que un profesos de filosofía universitario pudiera responder.

Creo que me considera tonto. Pero en el fondo, sé que me quiere. Hasta los doce años, fue una niña feliz y mimada, salvo que con la sombra de la muerte de su madre, y un hermano silencioso, y pesadillas en las que un niño gritaba en medio de la noche. Lo que ella no supo hasta más tarde es que sus pesadillas eran reales, que yo era el niño que gritaba. Después, cuando eché a mi padre, ella me echó la culpa de todo. No me hablaba, sólo me miraba con odio y me ignoraba. O me pegaba. Pero sus golpes, por entonces, apenas si me afectaban, acostumbrado como estaba a los de mi padre.

Después, se lo conté todo. La versión edulcorada, por supuesto. Le expliqué algo así como que "Padre me pegaba, todos los días, y se emborrachaba frecuentemente. No era buen padre, Kodachi. He solicitado ser tu tutor legal de ahora en adelante, y me lo han concedido." Recuerdo que me gritó que era un mentiroso, un farsante, un egoísta y que me ODIABA, me DETESTABA. Nunca le he confesado que padre amenazaba con maltratarla a ella y dañar a mi única amiga. Supongo que eso habría sido demasiado para ella entonces. En medio de todo el alboroto que organizó, me llamó mentiroso. Entonces, yo, cegado ya por la rabia y por la desesperación, efectué el mismo movimiento que en mi primera visita con el psiquiatra, pero me pasé. Me arranqué literalmente la camisa, para que pudiera observar mi pecho, espalda y brazos. Todavía tiene pesadillas con ese momento. Tantos años después, y aún tiene pesadillas. En aquél momento, se acercó, me observó de cerca, extendió una de sus manos como queriendo tocarme, pero no se lo permití, apartando su manita con rudeza. Le expliqué que no era una broma, que todo eso era la realidad, y que nuestro padre había huido del país para evitar ser encarcelado. Mi hermana me miró a los ojos, me tomó la mano, y, con asombrosa calma, serenidad y madurez para alguien de su edad y con lo que acababa de asimilar, susurró:

– Vamos a ir a una clínica extrajera de cirugía estética. Y vamos a borrarte todas esas… - no pudo terminar la frase, pero no era necesario: marcas, cicatrices, golpes, quemaduras, heridas, todo eso era aplicable – y vamos a seguir adelante¿verdad? Continuaremos y lo haremos olvidando todo esto. Yo estaré aquí, hermano.

Me puse la camisa y le di un abrazo. No necesitaba el recuerdo del tacto de las cicatrices de mi espalda en sus manos mientras me abrazaba, razón por la cual me vestí enteramente.

Fue entonces cuando me convertí en el hermano mayor de Kodachi, en su padre, en su amigo y en su medio-psiquiatra. Me sentí bastante orgulloso de ella, aunque nunca olvidaba sus errores, sus problemas, sus… salidas de tono, por llamarlo de alguna manera suave.

Y hace poco retornó el desgraciado de mi padre. Y Kodachi, que se había olvidado de algunos detalles de la historia, y que ignoraba completamente otros, le retornó parte del afecto filial que había depositado en mí. Al principio, me sentí celoso, pero me recuperé pronto, y traté de hacerle ver la cruda verdad. Que nuestro padre estaba loco, y no le aportaría el clima de seguridad, confianza y calidez que ella necesitaba. Yo tampoco podía proporcionárselo del todo, pero yo estaba allí, y siempre estaría allí por ella, a pesar de todo. Hoy, afortunadamente, ignora descaradamente a nuestro padre, mientras busco la manera de encerrarle en prisión y verle pudrirse allí.

Probablemente sea demasiado rencoroso, pero ha destrozado mi vida, la de mi hermana, y desde luego, creo que no hay ningún alumno en todo el instituto Furinkan que le aprecie en lo más mínimo, siempre tratando de humillarnos y de hacernos sentir inferiores a él, y tratando de provocar una bajada de autoestima en todos nosotros. Pero no lo conseguirá, Ranma y yo colaboramos para ello, aunque el propio Ranma no lo sepa.

Ahora sonrío de nuevo con una sonrisa trágica. Mi hermana ha perdido la cabeza por Ranma, pero creo que es sólo porque él parece tan fuerte, tan seguro de sí mismo, tan… iba a decir normal, pero creo que esa palabra no le define, no si tenemos en cuenta su "maldición" y al hecho de que es la primera vez que vive bajo un techo desde los cinco años. Pero Ranma, a pesar de la locura que le rodea, mantiene la cordura. Yo le envidio y le admiro por ello. Como alguien es capaz de sobreponerse a un padre medio tarado, a un ejército de prometidas semi-esquizofrénicas (entre las cuales, y de las más peligrosas, está mi hermana), y de solucionar sus propios conflictos internos mientras madura y crece.

También le envidio porque él conoce a Nabiki. Vive con ella, puede verla sonreír de verdad, puede oírla reír, y puede hablar con ella como un amigo. Cosas que yo no puedo hacer, porque sobre mí todavía pesa aquella sombra, aquella maldición de mi padre, cuando amenazó con dañarla.

Y aquí estoy, estudiando para ser abogado, esperando a que mi locura se termine de manifestar, cuidando de mi desquiciada hermana, velando porque Nabiki esté bien, y fingiendo que todo me va bien y tengo autoestima de sobras. Mientras colaboro activamente con la policía tratando de reabrir el caso para que encierren a mi padre en la cárcel de una vez por todas.

Y finjo sonrisas.

Y finjo alegría.

Y finjo que soy feliz y superficial y débil y un poco torpe.

El resto piensan que todo va bien, mi hermana está bien cuidada, tiene seleccionado un tutor en caso de que yo me vuelva loco, Nabiki parece que está bien. Y mi padre estará expiando sus culpas dentro de poco.

Porque eso es lo que importa, y no que yo me consuma por dentro.

Porque eso es lo que importa.

Sí, eso es lo que importa.


Gracias por leer hasta aquí. Críticas constructivas e insultos variados son bien recibidos, lo importante es mejorar como escritora y que disfrutéis de la historia. Gracias de nuevo y DEJAD REWIEWS o mandadme un e-mail, lo que prefiráis.

Davinci.