Empezo a frotarse contra ella, su cuerpo temblaba levemente por el deseo que le nublaba, de pronto, la agarro bruscamente de las nalgas y con un suave movimiento la penetro por segunda vez estremeciendose completamente, apretando los dientes en un gruñido de completo placer, su cuerpo, su mente, su ser le ardia en deseo, ya no podia pensar.

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Gritó, llena de deseo, apretándose contra Etrius.

Su cuerpo se llenó de escalofríos, que recorrían su ser una y otra vez, mientras su pecho respiraba agitadamente al sentir la proximidad de aquel cuerpo, que rezumaba calor por todos sus poros.

Mordisqueó lentamente su cuello y su oreja, que resiguió con la punta de su lengua, sintiendo cómo se deshacía por el placer, que continuaba martilleando su cuerpo con fruición.

"No te detengas..." - suspiró, echando por la borda la intención de dedicar más tiempo al cuerpo del hombre antes de...

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Gruño con mas intensidad, sus palabras hacian que todo su cuerpo ardiera, de placer, casi maldijo interiormente ese afrodisiaco, le cegaba, le quemaba, sus embestidas eran fuertes y precisas, no deseaba detenerse por nada del mundo, es mas, no podria.

Su cuerpo temblaba levemente, sus gruñidos se intensificaron, sus manos recorrieron con ansia la piel de aquella maravillosa mujer, no podia pensar, no podia regodearse, solo sentir.

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Las embestidas de su amante eran cada vez más salvajes, y los movimientos de ella se acoplaban con fiereza a los del chico.

"Awww..." -

Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando experimentó un orgasmo muy intenso, que la dejó por un instante sin respiración. Le miró, temblando, y le besó, pero siguió moviendose a su son, susurrándole palabras ardientes.

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Gruñia y gemia alternando, su cuerpo temblaba completamente, con los dedos aferrados en las sabanas sintio como ella explotaba, al mismo tiempo llego al orgasmo temblando completamente, deteniendo lentamente sus embestidas.

Se quedo quieto, no se derrumbo, jadeaba con los labios entre abiertos, con los ojos muy abiertos y con el leve sudor recorriendo su cuerpo, aun sentia su cuerpo arder, aun sentia deseo, maldijo aquel brebaje que le habia afectado tanto.

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Le continuó besando y acariciando ; el cuerpo ardiendo, salpicando de sudor.

Mordisqueó su cuello, y le hizo a un lado, sentándose sobre él.

Notó su respiración entrecortada, y, sabiéndole aún décil, aprovechó para acercar sus robustos brazos a la cabecera de la cama ; agarró unos suaves pañuelos de satén y, con cuidado, anudó los extremos a las muñecas de su amante, para dejarle aferrado a los barrotes de la cama, nunca sin dejar de mirarle.

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