¡Hola a todos! Sorry por tardar tanto, jejeje Bueno, pues aquí lo tienen, el final de este fic, después de mucha espera. Mil gracias por todo su apoyo!
Capítulo 10:
Tras dar un resoplido, Kikyou se sentó cerca de un pequeño monte cubierto de hierba, de menos de 5 metros de alto. La luna estaba alta en el cielo, brillando como una perla gigantesca. Sus serpientes la rodearon. Ella misma parecía una especie de luna, rodeada por los halos luminosos de las criaturas a las que había creado. Miró la hierba, de un verde oscuro a esas horas, y agradeció que hubiera encontrado aquel cómodo y retirado lugar, pues no deseaba que la molestaran. Suspiró. La misma pregunta seguía rondando su mente, y sentía casi como le golpeaba en las paredes del cráneo, como una mariposa que desea salir de una jaula. Después de otro ligero suspiro, al fin exteriorizó un poco de su sufrimiento:
-¿Por qué…?
No pudo aguantarlo más. Tantos años, tanto en muerte como en vida, y sin permitirse llorar. Como una lluvia suave, comenzaron a caer pequeñas gotas de sus ojos. Aun era un llanto reprimido, pero resultó un alivio para su pobre corazón. Cuando sintió el sabor salado llegar a sus labios, se secó con cuidado la cara con una manga de su kimono.
Una de sus serpientes se posó con ligereza en su brazo, y Kikyou acarició su cabeza, sintiéndose ligeramente reconfortada. Pero, como si poseyera eco, la pregunta seguía rondando en su mente: ¿Por qué? ¿Por qué no podía perdonar a ese ser al que juró amor eterno? Traición… esa palabra ya no le sonaba; le sonaba hueca, como cuando uno repite muchas veces una misma cosa. No, no era eso… ella ya sabía la verdad, sabía que Naraku era el culpable, que en realidad Inu Yasha no tenía más culpa que ella misma… ¿Qué era entonces….?
Miró de nuevo al cielo. Las constelaciones brillaban, y el cielo se veía tan vivo que casi esperó que, con su luz, las estrellas le escribieran una respuesta en la negrura nocturna. Pero nada pasó. Seguían colgando ahí como farolitos, vivos pero mudos farolitos. Sintió su corazón latir como cuando aún estaba entre los vivos, con una especie de salto que no sabía si era de emoción o de terror. Una nube ligera pasó frente a la Luna, opacándola por un momento. La melodía de los grillos le parecía como un arrullo. Pero las punzadas en su sien no la iban a dejar en paz. Así que prosiguió desglosando su sentir, algo que nunca había hecho con demasiada frecuencia.
La traición ya había quedado atrás. Ambos sabían la causa, el motivo, la circunstancia. Y sin embargo, sentía que odiaba más a Inu Yasha que a Naraku… ¿Por ser su imagen una de las últimas que vio al morir? Entonces tendría que odiar a Kaede también, pero no era así. ¿Por desear vivir? Eso no se lo podía reprochar, esas ganas de seguir con vida le eran más que familiares… ¿de qué se trataba? Pensó dejarlo para más tarde, pero desistió de la idea. Aún tenía abierta la herida en su corazón, y sabía que si dejaba que se cerrara, dejaría el tema a un lado. Suspiró, y cerró los ojos, y recordó aquellos momentos pasados junto al hanyou. Los veía en su cabeza muy claramente, tratando de encontrar una razón oculta, un mensaje mal expresado, algo. Pero no, no había nada malo. ¿Acaso esa herida que le provocó la muerte tendrían veneno también dentro de sí? ¿Le envenenó la mente, el corazón, quizá? Al recordarlo, volvió a sentir un escozor en la espalda, como si hubiera en ella una vieja cicatriz. Cambió de posición sobre la suave hierba, incómoda. Cuando el cosquilleo desminuyó, sintió algo en sus dedos: el recuerdo de la cuerda del arco, tensada a todo lo que daba, dejando suaves marcas en sus yemas. También sintió el mismo temblor en las rodillas después de disparar, una mezcla de debilidad con furia aun no asimilada del todo. Agradeció estar sentada; de haber estado de pie era seguro que hubiera caído rodando. Y después de tan nítidos recuerdos, el canto de los grillos la devolvió un poco al momento y al lugar en que se encontraba en verdad. Una vocecita, una que ella reprimía poderosamente casi todo el tiempo, aprovechó que bajó la guardia para hablar a su mente, y preguntarle porqué gastó sus últimas energías en una venganza incompleta. Kikyou sacudió su cabeza, acallando la voz de inmediato. Como para dejar de oírla del todo, se abrazó a sus rodillas y cerró los ojos.
Los recuerdos seguían fluyendo, y en su mente había muchos sonidos, como aquellos que aparecen a mitad del insomnio para hacer aún más imposible cerrar los ojos. De repente, los abrió de golpe, pues, entre el torrente de imágenes y sonidos, venía de nuevo el sentirse atacada por unas poderosas garras. Pero esta vez el escozor no se apoderó de ella, sino el propio sentimiento que tuvo en esa ocasión: el dolor quedó casi opacado por otra cosa… una cosa que le había permitido correr hacia la aldea con todas las energías que le restaban… ¿qué era…? Lo examinó, pues eran varias cosas a la vez… furia, dolor, un intenso dolor, un ligero, casi imperceptible, repiqueteo de miedo y…. ahí estaba… el odio, floreciendo como una tupida enredadera, anestesiando el dolor y dándole fuerzas sobrehumanas. Pero al pensarlo mejor la miko se dio cuenta de algo sorprendente: el momento en que más sintió crecer el odio en su interior no fue cuando la atacó, ni cuando ella lo clavó al árbol… fue un momento antes de morir… unos segundos apenas…
Parecía que todo meditaba con Kikyou. Las vocecitas de los grillos se hicieron cada vez más lejanas… quizá solo fuera una impresión que ella tenía… parecía que la suave brisa nocturna ya no susurraba entre el pasto… parecía que las estrellas se habían quedado inertes un momento, observándola a ella, sólo a ella… pero seguían calladas. Y entonces lo comprendió, como un rayo de luz que atravesaba su cerebro, fulminando aquel molesto golpeteo…
Ella lo había odiado porque… realmente era una ironía… lo odiaba porque, muy dentro de sí, sabía que si el amor que ambos se tenían hubiera sido verdadero, no se hubieran odiado ni por la traición y el engaño que pensaron sufrir… no se hubieran odiado tan fácil, ni sus sentimientos hubieran cambiado tan repentinamente... Sonrió de manera inaudita. Así que lo odiaba… lo odiaba a él porque ella no lo supo amar… y lo odiaba porque él tampoco supo amarla a ella. Era confuso, y sin embargo, apareció como un enorme letrero en su cabeza… Que razón tenía aquel dicho de "del amor al odio hay un paso…" Y, al pensar en aquello, sintió que lo perdonaba: a él y a ella misma, y que, como si fuera un capullo, la pared de piedra alrededor de su corazón se desmoronaba y se caía… Y después de todo, dicen que las reencarnaciones se dan cuando uno aún tiene algo que aprender… y su reencarnación lo había hecho, había aprendido a amar verdaderamente al hanyou. Cerró los ojos y sintió como si le estuviera llegando algo, una fuerza, una vibra… su alma ya lo había aprendido también. Y comenzó a sentirse ligera, más ligera que en muchos años… las estrellas cesaron su mutismo y ella sintió que eran ahora como cascabelitos, cascabelitos que la llamaban, como un anuncio. Y ella sonrió, porque lo entendió. Se puso de pie, y vio como varias de sus serpientes le traían almas.
-Ya no serán necesarias, pequeñas- les dijo Kikyou, besándoles las cabecitas- ya no necesito más almas. Gracias….
Y la miko Kikyou, la mejor sacerdotisa de todo el Edo alguna vez, cerró los ojos… y sintió, como si fuera un sueño, la proximidad de las estrellas… con su canto cada vez más cerca… y, tras una última sonrisa, sintió que se unía a ellas… que comprendía su canto…
¡Vaya sorpresa que se llevaron un monje, una Taiji-ya, un kitsune y una gatita cuando vieron acercarse a esos dos! ¿Qué no se habían ido en direcciones opuestas, echando pestes uno del otro? ¡Y ahora regresaban muy abrazados y sonrientes! Pasaba algo raro, no cabía duda.
-Perdón por la tardanza- dijo Inu Yasha- pero teníamos algunas cosas que arreglar- el hanyou tuvo que contener la risa ante las caras totalmente perplejas de sus amigos. Shippo, que buscaba algo que decir, volteó a ver al cielo (como buscando inspiración divina) y se entusiasmó, olvidándose por completo de lo demás:
-¡Miren! ¡Una estrella fugaz!- todos voltearon hacia donde el pequeño apuntaba.
-¡Es la más grande que he visto!- exclamó Sango, sonriendo a su vez.
-Es muy bonita- asintió Miroku, mirándola con atención- podemos pedir un deseo.
Todos la miraron y pidieron algo. Bueno, no todos… en realidad Kagome no pidió nada. Lo único que pensó fue, con una sonrisa en sus labios, sus ojos y su corazón:
-Arigato…. Kikyou…
