Disclaimer: Nada es mío, todo es de J.K. Rowling
Notas de la Autora:Ya ya, mejor es tarde que nunca. Esto se lo dedico a todas las personas que me enviaron emails para apoyarme, alentarme a que siga y contarme el cariño que le tienen a la historia. ¡Muchas gracias! También me voy a tomar un tiempito para estar muy molesta con por eliminar todas mis separaciones de sección en los capítulos anteriores¡Grrrrr! Listo.

Los créditos de beta van de nuevo a Tam Alor, a quien adoro y admiro por su atención al detalle y la rapidez de su edición.

Capítulo Ocho
Beso Al Viento

La soledad es una estación de madrugada;
un beso al viento, una canción desesperada.
Y hemos quedado hoy a las diez,
vuelve a latir mi corazón;
como la primera vez.

Era un verdadero desperdicio, la cantidad de elfos que se ocupaban de limpiar un dormitorio en Hogwarts. Harry había visto a Dobby hacerlo sin ayuda y con sólo tronar los dedos. Tomando en cuenta que aquí eran cinco habitantes, y lo que significaba el trabajo adicional de elevarlo de la cama para hacerla, Harry calculaba que unos tres elfos como máximo podrían terminar la tarea en el mismo tiempo. En cambio, los nueve que ahora sacudían camas y estiraban edredones se estorbaban los unos a los otros por su excesivo afán, disminuyendo el esfuerzo de grupo.

Era esta la conclusión más importante a la que Harry había llegado después de cuatro días de auto–encierro en su dormitorio. La segunda más importante era que debía estarse volviendo loco si contar elfos era lo más productivo que hacía en el día.

Hermione lo había llamado "profunda depresión". Harry se preguntaba si la depresión alguna vez venía acompañada de cualquier otro adjetivo. Tanto en el Mundo Mágico como en la China, era bien sabido que no es posible caer en una depresión leve.

De cualquier modo le convenía que los que tomaban las decisiones creyeran que necesitaba el tiempo a solas. Lo único de lo que estaba seguro era que quería que lo dejaran contar elfos en paz.

Y que... tal vez... él...

Diablos, estaba harto de esto. Toda la confusión, toda esta inseguridad. Un momento estaba tranquilo, leyendo una revista de Quidditch, haciendo sus tareas (Snape y McGonagall eran los únicos que no participaban de la empatía que había despertado en el profesorado de Hogwarts, y le enviaban el trabajo de clases a la torre), y al momento siguiente estaba despilfarrando lo que debían ser las últimas lágrimas que le quedaran. No podía ser posible llorar tanto. Tal vez alguien le había puesto un hechizo.

Una lechuza le dejó una nota. McGonagall por fin le daba un ultimátum: regresar a clases mañana o internarse en la enfermería. Esa mujer era sabia. Nadie en sus cabales se hubiera entregado voluntariamente a los cuidados expertos pero poco compasivos de la señora Pomfrey. Al menos sabía que aún tenía la sensatez de escoger la primera opción.

o o o

Volver a la rutina de Hogwarts le sentó mejor de lo que esperaba. El entrenamiento de Quidditch le daba la oportunidad de extenuarse hasta el punto de olvidar. Los profesores se habían mostrado más estrictos, obligándolo a ponerse al día en todas las clases y tareas perdidas. Harry le estaba eternamente agradecido a McGonagall por presionar a sus colegas para que le dejaran tanto trabajo que le era imposible detenerse a pensar en otra cosa. La había subestimado como jefa de Gryffindor durante años.

Todo hubiese marchado de lo mejor si no fuese por el taller de pintura. Harry se negó rotundamente a regresar, y McGonagall no podía obligarlo a participar en una actividad extracurricular. Harry podría haber hecho el esfuerzo como con las otras clases, pero sobre este punto no estaba dispuesto a dar el brazo a torcer. Había llegado a relacionar demasiado la pintura con cierto... personaje que no quería recordar.

Los efectos de alejarse de su herramienta principal de expresión no tardaron en hacerse notar. Harry tomó una actitud de rebeldía que no sabía era parte de él, manifestándose en una personalidad sarcástica, un humor cruel y una hostilidad que brotaban de manera tan natural que a veces le estremecían. Aunque inquieto por su propio comportamiento, Harry daba cabida libre a su deseo de proyectar esa imagen sombría e insistía en vestir completamente de negro aún en las salidas a Hogsmeade.

Los efectos secundarios eran aún más difíciles de ignorar, ya que Ron se lo hizo recordar por semanas con uno de sus característicos ataques de envidia al ver que Harry, claramente menos agradable como compañía, de pronto había despertado la curiosidad de un sinnúmero de chicos y chicas. De forma definitivamente masoquista, los interesados parecían atraídos a este nuevo Harry misterioso y cínico. Harry le informó a Ron que podía tomar a todas y todos –a esto Ron hizo una mueca de asco– los que quisiera para sí. Harry no estaba interesado. Nunca más estaría interesado.

No se dio cuenta de la razón más importante por la que se sentía mejor hasta que esa razón se esfumó, o más bien, reapareció. Y lo hizo en todos lados. Las escaleras al Gran Salón, la mesa de Slytherin, el corredor hacia Pociones, las gradas del campo de Quidditch, el baño de los prefectos, frente al lago… A donde quiera que mirara estaba plagado de la cabeza rubi–blanca, la nariz respingada, las manos incriminantes y la mirada fija y aguda, que no miraba a Harry, sino dentro de Harry, como si supiera, como si entendiera.

–Harry, Draco volvió a su mansión hace un mes. No te lo dije porque pensé que sería obvio. No lo entiendo¿Cómo te explicabas el que no se le haya visto en semanas? Y además... –Aquí Hermione detuvo su discurso, víctima de una mirada asesina de parte de Harry.

Nadie la había dicho nada y sólo sabía que Hermione había formado parte del engaño. Ella bajó la mirada y murmuró algo. Pero Harry no la podía escuchar. Sus pensamientos habían regresado a un chico altanero que podía engendrar el odio más profundo que Harry había conocido, y al mismo tiempo encajar dentro de sus brazos como si fuese mandado a hacer a su medida.

No sabía qué iba a hacer de él al día siguiente, cuando tuviese que enfrentar esta absurda realidad, en la que Malfoy había vuelto para atormentarle, como lo había hecho desde el primer día en la tienda de túnicas. Pero esta vez no con miradas de superioridad y palabras viles, sino con su nariz secretamente pecosa, su sonrisa encantadora, y sus manos de poesía.

o o o

A falta de una mejor estrategia, Harry resolvió ignorar a Draco por completo. Meses de práctica en sintonizar todos sus sentidos en Draco no lo ayudaban, e inevitablemente lo seguía con la vista, con el oído, con el olfato... Draco tampoco ayudaba. Camisas apretadas, cabellos alborotados, perfumes característicos, miradas intensas y gestos insinuantes Definitivamente No Ayudaban.

Además le había dado por acechar a Harry, porque no había una palabra más adecuada. Después de clase, o de la práctica de Quidditch, Draco estaba ahí, esperándolo, como si no tuviera nada más que hacer. Al comienzo le hablaba: "Una palabra, Harry" o "Sólo cinco minutos de tu tiempo", o en el peor de los casos "No me obligues a hacer algo drástico para poder hablar contigo". Y Harry luchaba contra todo lo que le dictaba su cuerpo. No quería más que tomarlo en sus brazos y romperlo a besos y perdonarle todo lo que había hecho y lo que iría a hacer en el futuro. Pero no podía hacerse eso. Debía mantener algo de dignidad por su propio bien.

Los días pasaban, y la mirada de Draco le quemaba la nuca, poniéndole la carne de gallina. Ya no tenia que voltearse para saber que Draco estaba allí, aún sin darse por vencido hasta decirle a Harry todas las mentiras que había tenido más tiempo que suficiente para inventar. Harry lo odiaba como sólo se puede odiar a un ser amado.

La semana antes de los exámenes finales, Draco dejó de mirarlo, y a esto, Harry no pudo evitar voltearse. La mirada de Draco se posaba decidida sobre Snape, mientras éste recogía algunos ingredientes para la poción del día.

–A pesar de ser un procedimiento sencillo, voy a necesitar de su total y absoluta atención mientras les muestro cómo se vierte una sustancia gelatinosa. Su capacidad mental, o más bien la escasez de ella, así lo requiere –dijo Snape mientras se situaba frente a un gran caldero. De pronto Draco se puso de pie y avanzó hasta estar frente al maestro de Pociones–. Señor Malfoy¿se puede saber quién le ha dado permiso para interrumpir la clase? –preguntó con severidad.

Malfoy le dio una sonrisa encantadora, que estremeció a Harry, luego se volteó y encaminó directamente hacia él. No se le ocurría qué podía tener en mente Draco, y lo único que resonaba en su mente era el recuerdo de una amenaza: "no me obligues a hacer algo drástico". Draco se detuvo frente a Harry y se agachó hacia él. Harry se hundió en su asiento. Draco se acercó más. No, pensó Harry, no se atrevería.

Pero Draco no terminó de cerrar la distancia entre ellos, sino que tomó al caldero de Harry, lleno hasta el tope de una sustancia mucosa que le había quedado de una poción mal hecha, y vertió todo el contenido sobre el suelo.

–¿Es así más o menos como se vierten las sustancias gelatinosas, Profesor? –preguntó Draco en el tono más inocente.

Snape entreabrió la boca y luego la cerró nuevamente, como sorprendido de que por primera vez no podía negar que Draco se merecía un castigo, y que no le podía echar la culpa a Harry.

–Señor Malfoy, servirá su castigo a las diez en esta sala. Señor Potter, usted lo acompañará –Harry abrió la boca de la indignación–. Cierre la boca Potter, no le sienta bien a su ya descompuesto rostro. El señor Malfoy debe haber tenido algún motivo que le haya llevado a ese desliz inusual en su impecable comportamiento. Hará el castigo con él.

Draco caminó con toda calma a su escritorio a sentarse. Luego reinició su mal hábito de mirar fijamente a Harry, esta vez con una sonrisa de satisfacción.

o o o

Harry necesitó cinco lavados de cara, siete vasos de agua y tres visitas al baño debido al agua que había tomado antes de poder sentirse listo para enfrentar la soledad acompañada por Draco Malfoy. Respiró tan hondo que le dio mareo, y finalmente se encaminó a la sala de Pociones.

Entró con el único propósito de terminar el castigo cuanto antes, mientras ignoraba completamente a Draco. Fijó su mirada en Snape, pero aún así por el rabillo del ojo podía distinguir la silueta familiar del causante de todos sus males.

–Esta vez sí podrán usar magia –dijo Snape para sorpresa de Harry– pero únicamente para teñir estos frutos secos de color lavanda. Un pedido especial de la Profesora Delacour. Empiecen.

Harry no podía creer su suerte. Teñido era una de las tácticas que había perfeccionado en la clase de pintura, y si le dejaban usar magia, podría terminar su parte en sólo cinco minutos, y luego largarse de ese maldito lugar. Sacó su varita y pretendió tener muchas dificultades para el placer de Snape, hasta que abandonó la habitación cerrando la puerta tras de si. Entonces puso manos a la obra, y comenzó a teñir cada fruto en segundos. No cayó en la tentación de voltear a ver el progreso de Draco, y se felicitó por ello. Terminó rápidamente como había previsto, cogió sus cosas y se dirigió a la puerta. Con suerte tomaría a Draco desprevenido y no tendría tiempo de siquiera chistar. Alargó su mano para tomar el picaporte, y ésta chocó contra una superficie blanda y cálida: la palma de Draco. Subió la mirada y maldijo por haberse concentrado tanto en no mirarlo, que no se dio cuenta que había ido a bloquear su única vía de escape.

–Déjame salir, Malfoy.

–No.

–Déjame salir o me pongo a gritar hasta que venga Snape.

Silencio –pronunció Draco, y cuando Harry lo insultó no salió nada de su boca. Al bajar la mirada notó que la varita de Draco apuntaba directamente a su garganta. La sabandija no había silenciado la puerta para que Snape no lo escuchara, sino que había silenciado al mismo Harry para que no pudiera gritar–. Así está mejor, Potter. Ya me estaba hartando de esta pataleta tuya de no querer escucharme ni por un minuto.

Harry movió los labios claramente para que Draco los pudiera leer:

–Te odio.

La expresión de Draco no cambió, pero el brillo de sus ojos bajó una tonalidad. Frunció los labios y colocó una mano sobre el pecho de Harry con tanta fuerza que seguramente allí encontraría moretones al día siguiente.

–Tienes el derecho de pensar lo que te dé la gana después de mi explicación, no antes –dijo en voz grave.

Harry apartó su brazo de un manotazo, y corrió lejos de él. Maldita sea, no podía decir un encantamiento para defenderse porque estaba mudo. Buscó con desesperación alguna otra salida. Pero antes de poder encontrarla, Draco pronunció otro encantamiento, y sus muñecas se adhirieron a la pared sobre so cabeza, como si estuviesen hechas de metal, y la pared fuese un imán. Con la espalda sobre la pared, no importaba lo que hiciera, no podía moverse de ese lugar. Estaba acabado. El niño que había vencido a Voldemort siete veces, estaba por ser derrotado por dos hechizos... y un Slytherin con motivación.

Draco se acercó con un movimiento casi felino, hasta estar a centímetros de Harry. Su sonrisa era feral, y su mirada se posó sobre la cicatriz de Harry, sus orejas, sus mejillas, su nariz y finalmente se detuvo en sus labios.

–Confío en que te has dado cuenta de que en este momento –lo miró a los ojos– puedo hacer contigo lo que me plazca.

Harry agradeció por primera vez estar mudo, porque sospechaba que si no fuese así hubiera soltado un sonido bochornoso.

–Harry... –dijo en un tono cansado– Harry, Harry, Harry –repitió en un tono paternal mientras apoyaba contra la pared sus manos, a los dos lados de su cabeza–. Sólo mírate, Harry. Ojeras bajo los ojos, contextura tan delgada que se te pueden ver los huesos y una actitud lamentable hacia las personas que te quieren.

–Tú no me quieres –Harry pronunció claramente en silencio. Draco rió de una forma amarga.

–Ya llegaremos a ese punto, tómalo con calma. Me refería a tus amigos. Los tratas como basura, Harry, y ni te das cuenta.

Harry frunció el ceño. No recordaba haberlos tratado mal. Pero tampoco recordaba haberlos tratado del todo. No se acordaba de la última vez que había pasado tiempo con sus amigos. Detestaba que Draco tuviera razón.

–Así no eres tú, Harry. La actitud de anti–héroe va contra tu naturaleza. Aunque debo admitir que el nuevo atuendo es más atractivo que los trapos viejos de Dudley –dijo con una sonrisa de lado, de esas que Harry conocía bien porque eran una invitación a saborearlas. El aliento se le cortó, y sintió un rubor cubrirle las mejillas cuando sus ojos deambularon para posarse por un segundo sobre los labios de Draco. A esta distancia, Draco seguramente podía hasta leer sus pensamientos.

–Lo sé, Harry –dijo en voz baja mientras se acercaba a su oído–. Yo quiero lo mismo que tú.

Sintió un escalofrío en la espalda que le hizo sacudir los hombros. Había olvidado lo irresistible que podía ser Draco cuando se lo proponía. Olvidó la forma cómo sus pensamientos se nublaban para dar paso tan sólo a aquellos que podrían saciar sus deseos. Se olvidó de que su honor, su dignidad y sus principios no valían nada al lado de la posibilidad de acercar su rostro al de él y rozar los labios contra los suyos.

–Pero –a esto Draco trazó la línea de su mandíbula con la punta de la nariz. Harry sintió sus pestañas sobre la mejilla por una milésima de segundo–, no podemos hasta que me escuches, o esto no pasaría de ser un desfogue de dos personas que se atraen mutuamente –Una pausa–. Mucho.

Harry no se dio cuenta de que había tenido los ojos cerrados hasta que los abrió al perder contacto con Draco, quien al parecer se había separado varios centímetros de él. La sensación era sofocante. Su pulso se había acelerado a velocidades alarmantes, su temperatura había subido al menos un grado entero y su respiración lo agitaba. Tenía ganas de acceder a cualesquiera que fuesen sus condiciones, por un beso.

Draco sabía el poder que poseía sobre él, y hubiera podido hacer lo que se le antojara con Harry, incluso vengarse por la cantidad de veces que Harry le había dado la espalda desde el primer día que se conocieron. Pero del mismo modo Harry sabía que Draco no iba a aprovecharse de él. Nunca lo hacía. Tenía una manera de convencer a los demás para que hicieran lo que él quería, pero de manera totalmente voluntaria. Era lo que lo hacia tan irresistible. Cuando Draco Malfoy te deseaba, podía convencerte de que nunca habías deseado a alguien con mayor urgencia. A Harry le excitaba tan sólo saber que Draco lo deseaba.

–Me vas a escuchar Harry Potter, aunque sea lo último que hagas –dijo con ligereza, como si estuviese hablando de lo que comió en el almuerzo–. No sé qué fue lo que sucedió ese día en el campo de Quidditch, no sé si todas las estrellas se desalinearon, o si era un buen día para las maldiciones, o si fue pura mala suerte. Lo único que sé es que lo que pensaste que estaba pasando entre Cho y yo no podría estar más alejado de la verdad.

Harry odiaba a Draco. Ah, cómo lo odiaba en ese momento. Cómo quería arrancarle una pestaña con cada palabra hiriente, cómo quería morderle la boca venenosa hasta hacerla sangrar. Y toda esa furia se estaba juntando detrás de sus ojos, que como si fuera poca humillación, le comenzaban a picar.

–No quise decirte la verdadera razón por la que Cho y yo nos veíamos tan seguido por respeto a su privacidad.

Harry estaba muriéndose. Sí alguna vez había estado cerca de la muerte, contando todas las que había enfrentado a Voldemort, esta era la qué más cercana se sentía a la muerte. A estar muriéndose, lenta y dolorosamente. Una gota cayó sobre su mejilla.

–Cho es una buena chica, Harry. Muy sensible. Tanto que después de tres años recién está comenzando a superar la muerte de Cedric.

Harry no esperaba que la conversación cambiara de rumbo tan repentinamente. ¿Cedric¿Qué tenía que ver Cedric con que Draco se haya dejado atrapar por una mosquita muerta?

–Comenzamos a pasar más tiempo juntos porque teníamos algo en común.

Harry frunció los labios con furia. Draco sacudió su cabeza, cansado.

–Lo que tenemos en común... eres tú, Harry.

Confusión. Algo no encajaba. ¿Qué estaba diciendo Draco?

–Cho solía tener todas las razones para quererte, Harry. Pero después de lo que pasó en la Tercera Prueba, ella no podía evitar odiarte.

Harry frunció el ceño totalmente confundido.

–Sé lo que estás pensando, Harry. ¿Cómo explicar el que Cho haya querido salir contigo en quinto año?

Harry asintió.

–Es muy simple. Cho se vio en la necesidad de acercarse a ti, con la idea de herirte en el momento que más te podría afectar, para maximizar el efecto.

Harry separó los labios de la sorpresa. Y cierto aire de comprensión debió expresarse en su rostro, porque Draco añadió:

–Sí, eso explica muchas cosas. Me contó que no lo pasaste muy bien con ella. Pero eso no era nada comparado con la clase de daño que ella quería causarte, hasta que se dio cuenta de que estaba dejándose llevar por el odio, y desistió.

Harry se quedó pensativo, y luego volvió su mirada a la de Draco. Trató de hacerle una pregunta, pero nada salió de su boca. Draco se vio algo abochornado y terminó el hechizo silenciador sobre Harry, aunque aún mantuvo sus muñecas adheridas a la pared. Eso no le molestaba a Harry demasiado.

–Dijiste que tú y ella me tenían a mí en común, pero no puedo ver cómo su historia encaja con la tuya.

Draco esbozó una sonrisa un poco muy controlada, como si no quisiera mostrar que había perdido algo de control sobre la situación.

–Bueno... Harry, yo tenía todas las razones para odiarte desde ese primer día en el tren donde me negaste tu amistad, y viví mi vida en pos de ese rencor. Pero después de la subasta, y aún después de todo este lío que a mi parecer no tiene ni pies ni cabeza, pues... –Se tardó unos instantes en continuar, como si estuviera probando las palabras en su mente antes de saborearlas– no he podido evitar quererte.

Harry sintió un vapor cálido queriendo filtrarse por las grietas de sus heridas, aún frescas, de escuchar por primera vez las palabras que Draco había resguardado tan celosamente todos esos meses. Nunca tuvo quejas, porque sentía que Draco podía decirle cosas aún más valiosas con los ojos, con la sonrisa o las manos. Pero ahora que lo escuchaba, eso que anheló toda su infancia y se lo negaron, esa palabra que significaba amar y desear al mismo tiempo: querer; ahora se había vuelto adicto a ella, desde el momento que salió de la boca de la única persona a la que se la había creído de verdad. No como algo que se pone al pie de una carta, o como lo que dicen las madres a los amigos de sus hijos.

Era una sensación extraña, la de ser invadido por una alegría tan pura, pero aún querer apagar esa llama antes de que se extienda hasta no dejar rastro de que alguna vez había existido. No podía imaginarse una sensación más terrible que la cruel ronda de "vencidas" que jugaban dentro suyo su mente contra su corazón.

–Draco...

–Sí, Harry... –susurró un segundo después de deslizarse nuevamente junto a Harry, donde lo estaba volviendo loco con sólo mirarlo. Al parecer estaba dispuesto a utilizar todas las armas a su disposición para influir en la decisión de Harry. Lo estaba haciendo todo muchísimo más difícil.

–Dra–draco... –tartamudeó torpemente.

–¿Mmm, Harry? –dijo mientras soplaba un hilo de aliento sobre su oreja, definitivamente su movida estrella, y la que había estado guardando hasta el momento más crucial. Una ola de calor y frío atravesó a Harry por la espalda y se aventuró a todo lo largo de sus piernas, haciendo su estadía en la parte más sensible de un joven de 17 años. Un joven, al parecer, bastante apto y dispuesto. Esta vez ningún hechizo silenciador pudo acallar el auténtico gemido que nació de la parte más salvaje de su ser. Nada podía superar la sensación de este momento, a menos que Draco le retornara el gemido, lo cual acababa de hacer de manera involuntaria, y por lo tanto, irresistible. Harry suspiró. Y suspiró de nuevo. Esto no iba a ser fácil.

–Ya no te quiero, Draco –Harry se obligó a decir–. Ya no te quiero así que, por favor, sólo déjame en paz.

Draco se congeló en ese instante. Después de unos segundos y con lo que pareció una fuerza de voluntad descomunal, se empujó de la pared para separarlos.

–Muy bien –dijo al fin, absolutamente nada se podía leer en su expresión–. Vete ya.

Harry tuvo la sensación de vacío que sólo se forma cuando se ha perdido algo invaluable, pero atinó a recoger sus cosas y dirigirse a la salida.

–¡Potter! –vociferó justo antes de que cerrara la puerta, su rostro aún mirando la pared que antes ocupaba, mostrando tan sólo su perfil–. Eso que acabas de decir no me lo creo ni por un segundo –a esto bajó un poco la cabeza, hasta que algunos de sus mechones cayeron sobre sus ojos–. Pero es lo que has decidido, y aunque te estés engañando, no puedo más que cumplir tus deseos.

Harry parpadeó, y luego cerró la puerta lentamente. Sintió, no sin temor, como si fuera Draco el que se la había cerrado.


En el último capítulo: Draco ignora a Harry, Harry se da cuenta de que ha cometido un error (por fin lo que dice el resumen!), y Cho hace una inesperada confesión…