Pasaron dos años de la separación de Sanako, y por lo tanto del abandono de mi padre. Y luego estuve sola de verdad. Mi anciana tía abuela falleció de un ataque al corazón mientras dormía. Por lo menos no fue doloroso para ella. Tampoco lo fue demasiado para mí. Años viviendo con ella y jamás pude llegar a quererla. Aunque por un momento sentí lástima por la pobre, las lágrimas no llegaron a mis ojos.

Mi padre llegó de la ciudad al día siguiente, para estar presente en el funeral que se realizaría al otro día. Entró por aquella puerta de madera ricamente tallada, vestido con esmoquin y acompañado de mi hermana Yukime. Tendría unos 12 años ya? Y su gracia no hacía más que acrecentar. Parecía una muñequita de porcelana con esos caros vestidos y sus bucles rubios tan meticulosamente peinados.

- Hermana - Yukime se acercó a mi con una breve sonrisa. Me abrazó, y aunque yo sabía que no tenía malas intenciones, me pareció un abrazo hipócrita. Si antes estábamos muy distanciadas, estos dos años separadas habían hecho que la distancia creciera más aún.

- Pakunoda... - mi padre también se acercó para saludarme, me dio un abrazo que duró una milésima de segundo, y pretendiendo que le salían lágrimas de los ojos preguntó dónde se encontraba la tía.

- La están velando en el salón...

Dejé que fueran solos al salón. De pronto un pensamiento un poco malévolo cruzó mi mente. Interrogar a mi tía con mi poder Nen no había sido especialmente entretenido. Por las preguntas que le hice cuando aún vivía, supe que desde siempre había sido una niña rica y mimada, y rara vez salía de su casa de campo... Ni siquiera sabía los negocios turbulentos en los que, yo sospechaba, estaba metido su sobrino, mi progenitor. Tampoco podía sacarle muchas cosas a los criados. Al tocarlos y formular una pregunta, no conseguía crímenes mayores que el haber robado alguna gallina de la parcela del vecino, o algún adorno costoso de la casa de mi tía... Que para ella no representaba más que otra baratija. Pero por fin tenía cerca al pez gordo. Mi padre. Por fin sabría todos los detalles que nunca querría que yo supiera...

Me dirigí al salón. La anciana estaba tendida en su ataúd, arriba de una mesa en medio de la sala. Tenía muchas velas y flores alrededor, y habían algunas ancianas sentadas, velándola también. Yukime estaba sentada un poco alejada del ataúd. Me senté junto a ella.

- Me pongo un poco nerviosa al estar tan cerca de ella... - me dijo en un susurro.

- Es natural... - le respondí-. Supongo que no estás acostumbrada.

Yo sí estaba acostumbrada. Veía cadáveres casi cada vez que hurgeteaba en la memoria de la gente. Terminé por convencerme de que la muerte era algo tan cotidiano como robar gallinas o tomar el té.

- Es triste pensar... Que ella ya no esté. Sé que hace mucho que no la veía, pero aún así... - Yukime siguió hablando. Apoyé mi mano en su hombro y la dejé hablar. De pronto se me ocurrió... Poner en práctica mi especialidad...

- Cómo es tu vida en la ciudad? - formulé la pregunta.

- Nada mal - recibí por respuesta. Luego pude visualizar la inmensa casa en la que vivían mi padre y ella, y la nueva pareja de él. No era tan bella ni tan inteligente como Sanako... Pero parecía tratar bien a Yukime. Mi padre las llenaba de lujos a ambas... Yukime asistía a una de las escuelas más caras, y también a una academia de modelaje. Había aparecido en varios comerciales y catálogos, y parecía irle bastante bien. Tenía pretendientes... En fin. Era más o menos lo que me esperaba de Yukime. Me aburrí y la dejé.

- Dónde está papá? - le pregunté cuando solté su hombro.

- Subió a descansar. Dijo que estaba agotado por el viaje y por la tristeza...

Subí las escaleras de fresno, tan bellamente talladas como la puerta principal. Al llegar al segundo piso, me dirigí a la puerta de la habitación que ocupara mi padre algunos años atrás. La abrí cuidadosamente, y lo encontré durmiendo en la cama...

- Es un vago, nunca cambia - me dije a mí misma. Me acerqué y puse mi mano sobre su brazo descubierto.

- Por qué me abandonaste? - fue lo primero que pregunté. Luego lo vi en su despacho, cómodamente sentado fumando un puro, exponiendo en voz alta sus pensamientos.

- Tengo que dejarla aquí... Y llevarme a Yukime. Ahora que Sanako se fue no hay más motivos para quedarme aquí, y puedo dejar a Pakunoda cuidando de la tía. Así no podrá negarse. Es que si la llevo... de qué me serviría? Yukime es talentosa y puede convertirse en una gran actriz o modelo... Puedo sacar provecho de ello. Sin embargo su hermana mayor... Es un desastre...

Ya sabía que iba a decir algo parecido... En fin, seguí preguntando.

- En qué trabajas? - Lo visualicé en su despacho de gerente de una cadena de hoteles, sentado en su sillón de cuero fumando otro puro... Luego recibe una llamada a su teléfono móvil... Es un cliente... Pero no de los hoteles. Ya lo sabía! Tráfico... No podía esperar menos de mi padre...

- Por qué te separaste de Sanako? - una pregunta que deseaba formularle hace mucho. Lo que vi... fue repugnante. Era mi padre con otra mujer, no era ni Sanako ni su pareja actual. Ni siquiera se parecía a ellas. Luego, en la parcela, Sanako estaba llorando. Le hacía preguntas, pero él respondía con evasivas. Parecía incómodo. Ella le recriminaba cosas... y las lágrimas no dejaban de brotar de sus ojos. Parecía triste, y enojada. En un momento ella lo abofeteó. Entonces él... le devolvió el golpe y la botó al piso. Pensé que no se levantaría, pero lo hizo. Su aura emanaba furiosamente, y un brillo extraño se apoderó de sus ojos. No lo golpeó nuevamente. En vez de eso, lo tomó del cuello con una mano y lo dejó en el aire. Le dijo que era un insensible, y luego una cantidad de calificativos que calzaban muy bien con él. Al punto de que él ya casi no podía respirar, y estaba a punto de quedar inconsiente, ella lo suelta y lo deja caer al suelo. Entonces, mi padre aterrorizado, pero movilizado por su herido orgullo, se levanta y musita "te vas de mi casa". Sanako salió de la habitación con entereza.

Así que él había sido el único culpable de que Sanako se hubiera marchado. Él! Por su culpa! En mis quince años de vida nunca me había producido tanta repugnancia el estar cerca suyo, y rápidamente solté su brazo y salí de la habitación. Ahora mi odio hacia él estaba completo.