Capítulo Dos: Falso Hogar

No había sol, el brillo venía de las antorchas, llamas en las deshechas y tristes paredes, pero fuera de aquellas luces deprimentes, la oscuridad regía el lugar.
Un enorme barranco, y los seres lograban ver una silueta sentada en su empuntada y peligrosa orilla.
Sus piececitos colgaban, y la mirada de aquella personita miraba hacia un fondo que no existía. Estaba rodeada de algunos juguetes, cuántas ganas tenía de tirarlos.
Era una niña, usaba un vestido negro, y su cabello rubio le llegaba los hombros, su inusual mirada se notaba triste.
-Este lugar huele como a muerte…-dijo para sí, como si fuera algo nuevo. Se hizo un poco más para adelante, pensando en tal vez perderse en aquel abismo, pero si eso la "mataba" no valía la pena, seguiría estando en ese maldito lugar.
Frunció el ceño, tomó uno de los juguetes y lo tiró con rabia, para luego cruzarse de brazos infantilmente.
-¿No te agradan?.-preguntó una tétrica voz a su espalda.
-No.-dijo simple y rápido.
-Pensé que te haría feliz tenerlos…
-No me molestes.-La niña no se giró, miraba al vacío, y escuchar a ese sujeto hacía que sus ojos blancos se humedecieran.
Aquel ser muerto, sin ojos, y con la piel contraída y fea, pero de elegante vestimenta de hace dos siglos la había traído al mundo de los muertos, un infierno que ella ya no podía aguantar.
-Yo no vine aquí a molestarte,-lo primero que vio fue el bastón de ese muerto cuando se colocó de pie a su lado, pero aún así, no se volteó a verlo-sólo quiero hablar contigo, pequeña…
-¿Qué quieres?.-la fastidiaba, y sólo dejó su posición de brazos cruzados para tallarse los ojos, que comenzaban a lagrimear.
-No me gusta que estés triste, pequeña Lenore,-se fue agachando lentamente hasta sentarse a su lado-¿Hay algo que desees que pueda darte?.
-Quiero irme a casa.-volvió a hablar rápidamente, con los brazos cruzados y las piernas flexionadas, con la cara casi escondida entre ellas.
-Estás en casa.
-¡Ésta no es mi casa!-Lenore volteó hacia él-En mi casa está mi gatito, mis juguetes, mis cosas, mis amigos y…
-¿Y…?-el ser movió la cabeza en señal de duda, puesto que no era capaz de levantar la ceja.
-El Sr. Ragamuffin…-los ojos de la niña se humedecieron más y escondió su rostro completamente entre sus brazos y piernas, comenzando a sollozar.
-¡Oh! No vale la pena que llores por un muñeco…-dijo con una voz que parecía reconfortante, pero llena de arrogancia.
-Era mi amigo…-dijo la niña sin inmutarse de donde estaba.
-Pequeña…-le acarició el cabello con una mano, su lindo pelo rubio, y con la otra le levantó el rostro-No necesitas nada de eso, estás en casa, y yo puedo dar todo lo que quieras…
El rostro de la niña se veía asustado y triste, su rostro estaba cubierto de lágrimas, en ese momento recordó la mayor razón por la cual deseaba regresar, y la cosa que realmente quería: a su muñeco, aquella personita rara que cuidaba de ella y le aconsejaba, a Ragamuffin.
Negó bruscamente con la cabeza y se levantó de golpe para empezar a correr mientras sus lágrimas seguían brotando.
En su ciego camino, divisó borrosamente de una figurilla que llevaba un trinche en la mano.
-¡Hey, Lenore, mi amo dice que…!-alcanzó a decir Pooty antes de que la chica pasara a alta velocidad a su lado y lo hiciera girar, dejándolo al terminar tirado en el piso.
No quería escuchar a nadie ni a nada de lo que se encontraba en ese lugar que tanto odiaba.
Se detuvo, era un lugar solitario, oscuro, rodeado de tierra seca llena de grietas y pocos árboles negros, delgados y vacíos; Lenore se sentó en aquel suelo de la misma forma que en aquel acantilado, abrazando sus piernas.
-Juguemos a las escondidas… Sr. Ragamuffin¿Por qué aún no me encuentra?.-Fue lo último que dijo antes de volver a ocultar su rostro, y sollozar para sí.

-¡Maldita sea!.-gritó el muñeco de felpa con furia, pateando a un pequeño insecto que pasaba por ahí…
Estaba comenzando a crecer un odio por el monstruo de las pesadillas, castigándolo con aquellos malditos sueños que no se detenían, y en todas siempre lo mismo, ver a la pequeña Lenore perecer nuevamente, y para torturarlo más, en sus propios brazos.
Decidió dar una caminata, después de todo, la casa de Lenore era realmente grande, y que decir del jardín trasero, un enorme cementerio de paisaje solitario y hostil, o tal vez era que ahora todo para Ragamuffin era de esa forma.
Tenía la mirada baja mientras sus pasitos lo llevaban inconscientemente hasta cierta colina junto a un gran árbol seco, donde yacía una tumba con un mausoleo en forma de un extraño ángel.

"Lenore Nevermore"

-¡Hey!.-El iris de Ragamuffin se hizo diminuto, no sólo por haber llegado ahí, si no por quien se encontraba ahí-¡Qué demonios haces aquí!
-Ehh… ¿Yo?.. ehh.. bueno, creí que la hermosa Lenore se sentiría muy sola allá abajo… y quiero estar con ella.
Mr. Gosh, nadie más tendría una excusa tan estúpida para querer hacer algo así. Ahí estaba parado junto a la tumba de Lenore con una pala, probablemente lo que decía, aunque tonto, era cierto, en el sentido de que simplemente era un idiota enamorado y ya no podía vivir sin su amada.
Igual que él.
-¿Qué clase de idiota eres para querer desenterrar el cuerpo de Lenore, imbécil!.
-No lo desenterraré, me quedaré ahí junto a ella.
Ragamuffin gruñó ligeramente, se acercó a Mr Gosh.
-Mira…¡Lenore siempre ha estado muerta¡Y si quieres sacar algo de su tumba no encontrarás más que su maldito cadáver!-Estaba realmente colérico, al punto de saltar a su altura y tomarlo de la solapa para que el hombre de ojos de botón se inclinara-¡Porque su alma ya no está aquí¿Qué no lo entiendes, desgraciado pedazo de tela!.
Se quedaron así, en silencio, la respiración del muñeco de felpa se fue calmando poco a poco, hasta el momento en que soltó a Mr. Gosh y este simplemente se dejó caer al suelo, comenzando a sollozar.
-¡Oh, mi amada Lenore!.-gritaba con la cabeza contra el suelo y sus brazos alrededor de su cabeza, tirado ahí sobre la tierra, frente a la tumba de la niña muerta, como aquel día, en el que fueron de nuevo a su funeral.
-Patético…-Ragamuffin tenía el rostro serio y fastidiado, esperó un momento para que el sujeto se calmara y dejara de llorar-¡Ya, levántate!.-lo pateó, aunque o sirviera de mucho-Y entiende una cosa…
Mr. Gosh levantó la vista.
-Desde que Lenore se fue, ésta es mi casa, y mientras quieras tener algo que ver con mi casa…-fue subiendo el tono de voz, resaltando mucho el "mi"-vas a obedecer mis reglas, y las reglas más importantes son¡No te quiero cerca de MI mansión, no te quiero cerca de MI jardín! Y especialmente… ¡No te quiero cerca de la tumba de MI Lenore!-gritó completamente airado, sin siquiera notar su última frase.
Mr. Gosh se puso en pie lentamente-Pero… Lenore no…
Ragamuffin lo interrumpió-¡Lárgate!.
Como si hubiera retumbado dentro de él, el grito hizo que Mr. Gosh cayera al suelo de espaldas, para inmediatamente levantarse de nuevo y salir corriendo.
Ragamuffin suspiró resignado.
Tal vez lo que hacía no valía la pena, después de todo, ella no iba a regresar.
Tenía ganas de romper cosas, de alguna forma esa pequeña discusión con ese tonto lo había tranquilizado ligeramente, pero aún se sentía mal, con mucha energía negativa adentro.
-Tal vez necesito aire más fresco.-se dijo a sí mismo con algo de sarcasmo.
Se había cansado ya de la mansión.

Lo único entretenido era contar a la gente que gritaba al verlo, un muñeco de felpa caminando por la calle no es algo que se vea todos los días, y menos cuando iba maldiciendo a cualquiera que se le topara y le dijera algo.
A cada paso se sentía más insignificante, ya no tenía ganas de nada, absolutamente de nada, lo atormentaba su pesadilla, y andar solo por esas calles lo hacía sentir mal, pues también extrañaba andar por la ciudad siendo arrastrado por Lenore, y la gente pensaba que simplemente era el muñeco de felpa de una pequeña y tierna niña.
Se detuvo.
Aquella calle se le hizo conocida, era un enorme y viejo edificio, un lugar antiguo pero bien conservado, era un lugar con un cartel sobre la puerta que decía "Le Yum", un hotel, tal vez.
¿Por qué se le hacía tan conocida?.
No se molestó en pensarlo. Bajó la mirada y en ese instante un auto pasó sobre un charco y le hizo caer el agua lodosa encima.
Por un segundo le pasó por la cabeza tomar al sujeto que conducía y asesinarlo, pero no podía hacerlo.
No podía hacer nada.
Se dejó caer y se quedó inmóvil, tendría suerte si caía un meteorito y lo hacía añicos.
-¡Oh, dios¡No!.
¿De donde recordaba esa oración?
Era una niña de cabello claro sostenido con dos coletas, usaba un vestido azul rey con negro y un medallón con una estrella en su pecho.
-¡Pobre muñeco¡Alguien debió haberlo perdido!.-la niña había salido de ese lugar, y se acercó a él, tomándolo en sus pequeñas manos-Es muy lindo, pero mira como te tienen, te llevaré a casa.
Ragamuffin siguió actuando como un muñeco, sin moverse, sin reaccionar, experimentando cierto conforte el sentir los brazos de esa niña sosteniéndolo.
Volvió a entrar al Le Yum y resultó que si era un hotel, muy grande y lujoso, la pequeña lo llevó al ascensor, y subieron varios pisos, no le importó saber cuantos, hasta que el aparato paró y la niña siguió su camino por los pasillos, cuando detuvo su paso en una puerta y abrió sólo para entrar a un lugar igual de bello, con un estilo antiguo muy hermoso.
-¡Abuela, ya estoy aquí!.
La infante lo dejó en una mesilla de sala.
-Quédate aquí, pequeño amigo.-le dijo a Ragamuffin con una tierna sonrisa.
Sólo los ojos del vampiro se movieron, mirando el techo, los muebles, cada objeto de esa habitación.
-Felicia, sabes que puedo andar sola.-Ésta era una voz áspera y medio ronca.
¿Felicia?.
-Lo sé, abuela, pero no quiero que te pase nada.
Era una anciana, de vestido negro y el mismo medallón que la niña usaba, con unos pocos cabellos negros entre su cabellera blanca agarrada por atrás, en la que algunos bucles se soltaban de su agarre y caían ligeramente sobre su cara arrugada. La pequeña niña la llevaba del brazo.
-¿No tenías que ir a la tienda, Felicia?.-preguntó la vieja sentándose en un sillón junto a la mesita.
-Si, pero, hallé en el suelo a este muñeco y no quise dejarlo ahí, es muy lindo¿No lo crees?.
-Si, querida.
Ragamuffin observaba la mirada algo receñida de esa señora hacia él, algo en toda aquella situación se le hacía muy conocido, pero no tenía nada en que pensar, y no podía hacerlo aunque lo deseara.
-Bueno, tengo que irme otra vez, regreso en un momento, abuela, te quiero.
La pequeña desapareció en un momento del lugar.
Un molesto silencio inundó la sala, no había ningún sonido exceptuando la respiración de esa anciana, la cual de pronto rió ligeramente y se quedó con una sonrisa burlona.
-Después de todo un siglo¿Aún sigues aquí… Ragamuffin?.-comentó cerrando los ojos sin quitar su sonrisa.
Como un choque eléctrico, todas aquellas extrañezas que había sentido desde que se detuvo en esa calle, le llegaron de golpe de forma tan brusca que hasta a él mismo le dolió.
Y en una extraña reacción rápida, se levantó y con su bracito de felpa señaló a la anciana, y le gritó con sumo rencor.
-¡Tú, bruja!.

Continuará…

Nota de la Autora: Segundo capítulo terminado, lo repito, sé que es una historia muy extraña, y muy dramática, al igual que un poco compleja, sólo espero que la entiendan, y si llegan a entenderla, pues tal vez a que les guste.

Ragamuffin&Lenore.