Esta historia esta basada en " Esclavizada" de Patricia Grasso.
Los personajes no me pertenecen...si así lo fuera...ahora mismo estaría en Hawai disfrutando del mar y no agobiada con los malditos exámenes finales...
Wolas... Ya esta aquí el 5to capítulo! En este capitulo entra en escena Sango y Miroku, a ver que os parece!
5
—¿Qué la aflige? Dímelo —ordenó Inuyasha.
—No entiendo a qué se refiere —repuso Sango.
—¿Con qué sueña? —insistió Inuyasha, acosando a la nerviosa joven. Su voz sonaba endurecida por la frustración.
Aterrada por su imponente figura, Sango palideció y retrocedió un paso. «Ésta es la bestia que tiene cautiva a Kagome», pensó. ¿Cómo habría sobrevivido esos dos días su prima? Sango sabía que ella se habría muerto de miedo.
Inuyasha se alzó sobre ella con gesto amenazador. Los nudillos de sus puños apretados se habían vuelto blancos como la cicatriz que tenía en el rostro, pálidos de rabia.
—¡Dímelo ahora mismo! —rugió Inuyasha.
Aterrorizada, Sango se sintió desmayar.
—La has asustado —dijo Miroku al ver que la chica se desmayaba para escapar de aquella amenaza insoportable.
Miroku alcanzó a coger a Sango antes de que cayera al suelo y la llevó al otro lado de la alcoba. La dejó con delicadeza sobre los enormes almohadones y luego miró a su amigo.
—No tenía intención de hacerle daño —arguyó Inuyasha.
—Ve a traer una copa de agua de rosas —pidió Miroku, sentándose junto a Sango y mirándola fijamente.
El semblante de la chica reflejaba su pánico. ¿Es que Inuyasha no aprendería nunca a mostrar una actitud menos arrogante? A veces la amabilidad funcionaba mejor que el temor y las amenazas.
—No se parece en nada a su prima —observó Inuyasha, entregando la copa de agua a su amigo.
Los ojos de Sango se abrieron con un aleteo de las pestañas, y Miroku le sonrió con aire tranquilizador, ayudándola a incorporarse.
—Bebe esto —le dijo.
Sango lo hizo.
—Gracias, mi señor —sonrió—. Ahora me siento mejor. —Lanzó una mirada nerviosa al captor de su prima.
Inuyasha se arrodilló junto a ella e hizo un esfuerzo por mirarla con una sonrisa.
—Siento haberte asustado —se disculpó.
—Dile al príncipe lo que quiere saber —le ordenó Miroku con amabilidad.
—No sé nada —mintió Sango—. ¿Cómo voy a conocer sus sueños¿Por qué no se lo pregunta a ella?
—Se niega a compartir sus pensamientos conmigo —admitió Inuyasha.
—Entonces dejadla en paz —espetó Sango, recuperando su valor porque Miroku le sostenía la mano—. Lo que ella sueñe no es asunto vuestro.
—Sus pesadillas perturban mi sueño —explicó Inuyasha, pensando que la prima poseía una pizca del espíritu rebelde de su cautiva—. Si conozco la causa podré ayudarla a descansar en paz por las noches.
—Si queréis darle paz, enviadla a su casa —replicó Sango.
—Eso es algo que no puedo hacer.
—¿Que no podéis o que no queréis? —pregunto Sango.
—Kagome repite el nombre de su padre muerto -reveló Inuyasha, ignorando su pregunta-. ¿Que sabes de él¿Por qué la atormenta su padre en sus sueños?
Sango se inquietó por la revelación de Inuyasha, pero hizo un esfuerzo por conservar una expresión impasible. Lo miró imperturbable y se encogió de hombro.
—Comparte lo que sepas con el príncipe, pajarillo mío—le ordenó Miroku.
—Pero si no sé nada —se obstinó Sango, fingiendo inocencia.
—Hermosa mentirosa —observo Miroku. Con ternura pero firmeza, le cogió el mentón y esperó a que su mirada se fijara en la de él— A bordo del barco de Naraku dijiste que las pesadillas de tu prima podían desvelarte durante un mes entero.
—Aprecio tu lealtad —aseguró Inuyasha—, pero hay formas menos amables de sonsacarte la verdad.
-Cuando está angustiada, Kagome suena con su padre —repuso Sango—. Pero yo no era mas que una niña cuando sucedió.
—¿Cuándo sucedió qué?
—Kagome estaba con su padre cuando murió —recordó Sango—. Aparte de eso no sé nada mas, salvo...
—¿Salvo qué?—insistió Miroku.
—Éramos amigas —prosiguió Sango—. Recuerdo que durante mucho tiempo Kagome estuvo muy rara. Se pasó dos días gritando sin parar y tuvieron que atarla a la cama para evitar que se hiciera daño;
Inuyasha cerró los ojos, atenazado por los remordimientos. «No soporto que me aten», había sollozado ella pero él no había querido escucharla. ¿Qué clase de bestias eran esos ingleses, que ataban a una niña angustiada a una cama en lugar de abrazarla y ofrecerle consuelo?
—¿Cómo murió su padre? —preguntó Inuyasha.
—No conozco los detalles —respondió Sango—. Yo era muy pequeña y nadie contestó a mis preguntas.
Miroku le ofreció la copa de agua para que bebiera y luego la dejó a un lado. Alargó el brazo para acariciarle la pálida mejilla con la palma de la mano.
—Tu prima está afligida —dijo Miroku—. El príncipe sólo desea ayudarla a encontrar un poco de paz y a gozar de un sueño apacible. Te acompañaré a su tienda. Tu prima te confiará los detalles y tú compartirás esa información con el príncipe.
Sango asintió con la cabeza. ¿Por qué le importaba a ese maldito príncipe que Kagome tuviera pesadillas?
—Vayamos ahora —sugirió Inuyasha.
Miroku sonrió.
—Entiendo tu impaciencia, amigo mío, pero el sol apenas ha asomado en el horizonte. Ven a desayunar conmigo mientras mi pajarillo se asea.
Inuyasha asintió.
Miroku se volvió hacia Sango y dijo;
——Haré venir a alguien para atenderte. Quiero que estés preparada dentro de una hora.
Dos horas después, la Espada de Alá y el Hijo del Tiburón entraban en el campamento. Entre ellos iba Sango, vestida con un yashmak negro. El amplio atuendo que llevaba encima de su ligero caftán le cubría de pies a cabeza. Incluso su rostro estaba casi completamente velado para que nadie pudiera contemplar la propiedad de Miroku.
Al cruzar el campamento, Sango miraba con ojos nerviosos a los guerreros del príncipe que la observaban pasar. Aquellos curtidos soldados tenían el mismo aspecto fiero de su temible jefe. El hecho de saber que no podían verla bajo el holgado manto negro y el velo que la cubría le daba ánimos.
—Te aguardaremos aquí—dijo Inuyasha apartando la lona exterior de la tienda— Procura hablar en francés. La encontrarás adentro.
—Esperemos que así sea —sonrió Miroku al desaparecer Sango en el interior de la tienda.
—Estará ahí. —Inuyasha se detuvo y luego avanzo hacia la antecámara de la tienda.
—¿Adónde vas?—pregunto Miroku.
—A escuchar su conversación —replico Inuyasha-. Tu pajarillo sigue siéndole fiel a su prima.
Miroku asintió. Entraron juntos.
Sango se quedó impresionada por lo que vieron sus ojos y se detuvo en el umbral de la suntuosa alcoba. Unos mullidos cojines estaban dispuestos en torno a una mesa pintada y tallada con delicadeza, y una lujosa alfombra cubría el suelo.
Su mirada se fijó en la cama del príncipe, donde su prima estaba durmiendo. Se despojo de sus zapatillas para no dañar la alfombra y cruzo la alcoba en dirección a la cama.
— Kagome —. Susurró, sacudiendo suavemente a su prima.
Aquellos ojos esmeralda pestañearon y se abrieron. Kagome enfocó la mirada en la aparición velada de negro que se cernía sobre ella.
—¡No, por favor...! —Kagome se echo hacia atrás ante una imagen que le resultaba amenazadora.
—¡Ay! —Sango dio un respingo, sobresaltada por el grito de su prima.
—¿Quién sois? —preguntó Kagome con voz trémula—. No me hagáis daño, por favor...
—Qué tonta —dijo Sango, quitándose el velo de la cara.
—¡Sango! —exclamó Kagome y se precipitó hacia ella, tumbándola sobre la cama. Las primas se abrazaron conmovidas.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Kagome.
—Me siento como una tela negra andante —bromeó Sango—. Me has dado un susto de muerte. ¿Estás bien?
Kagome asintió con la cabeza y preguntó:
—¿Por qué vas vestida así?
—La costumbre en este lugar es que las mujeres vayan totalmente cubiertas cuando salen a pasear —explicó Sango.
—Qué extrañas creencias tienen. Me arrepiento de haber deseado una aventura.
—No más que yo —repuso Sango tristemente.
—Tu visita me ha sorprendido —le dijo Kagome—. Ayer, esa bestia no dejó que te viera porque intenté escapar para rescatarte. Y ahora...
—¿Eso hiciste? —la interrumpió Sango.
Kagome asintió.
—Pensaba que estabas a bordo del barco de ese canalla y casi me ahogué intentando llegar hasta ahí. O más bien, casi me ahogó él.
—Pero ¿cómo conseguiste escapar del campamento? Los hombres apostados ahí fuera... —Sango se estremeció al pensar en los fieros guerreros del príncipe.
—Fue muy fácil —comentó Kagome—. Estos turcos son bastante estúpidos¿sabes?
—A mí no me parece que el príncipe sea nada estúpido —replicó Sango.
—Las apariencias engañan —dijo Kagome, y alargó el brazo para coger la cadena de oro sujeta a la cama—. Mira, me encadena como un perro.
—El príncipe está preocupado por tu bienestar —explicó Sango, confiando en que al cambiar de tema conseguiría tranquilizar a su prima.
—¿Preocupado por mí? —Kagome se sintió sorprendida—. No me lo creo.
—El príncipe dice que gritas en sueños —insistió Sango, mirando de reojo a su prima.
—Sí; anoche soñé con papá —reconoció Kagome.
Sango se sentía como una traidora y en su interior se desató una encarnizada batalla consigo misma. Si hablaban de la pesadilla era muy probable que Kagome consiguiera calmarse, pero si daba esa información al príncipe él podría utilizarla para atormentar aún más a su prima.
—Si compartes tu angustia tal vez te sientas aliviada —aconsejó Sango.
—Supongo que sí —suspiró Kagome, y su mirada se nubló como si viajara hacia atrás en el tiempo— Siempre es aquel día, cuando cumplí diez años. Papá me regaló el semental gris y, sin detenerme a pensar en mi seguridad, me lancé sin acompañante a cabalgar más allá de la muralla de Basildon. Naturalmente, papá se echó al galope tras de mí. Pero aquellos hombres, aquellos forajidos que aguardaban en el claro... Papá me gritó que fuera en busca de ayuda, pero... pero me quedé paralizada por el miedo. La sangre... —Por sus pálidas mejillas resbalaron de pronto lágrimas ardientes, y las manos le temblaron.
Sango la observaba y se lamentó de haber removido aquellos dolorosos recuerdos.
—Uno de los hombres se desplomó a mis pies, sangrando y moribundo —prosiguió Kagome—. Si hubiera recogido el puñal de aquel hombre, si no hubiera llevado a mi padre a la muerte...
—No fue culpa tuya —interrumpió Sango con tono consolador, rodeando a su prima con el brazo.
—Pero si no hubiera salido a cabalgar fuera de la muralla de Basildon...
—Las tierras de los Higurashi están bien vigiladas —afirmó Sango—. Era imposible que lo supieras.
—Tendría que haber recogido ese puñal y rajar a ese canalla. Tendría que haber...
—Basta, por favor... —Sango no soportaba el tormento de su prima y cambió de tema bruscamente—¿El príncipe tiene un harén?
Kagome se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano y miró fijamente a su prima.
—¿Un qué?
—Un harén.
—Pues... no lo sé. ¿Qué es un harén?
—Un lugar donde viven las mujeres de un hombre —le explicó Sango.
—¿Qué mujeres?
—Es costumbre en este país que un hombre viva con más de una mujer. —Al transmitirle aquellos conocimientos, Sango se sentía superior.
Aquello consternó a Kagome.
—Un hombre puede tener cuatro esposas y un sinfín de concubinas —continuó Sango.
—Tenemos que huir de esta tierra de salvajes —jadeó Kagome—. Y cuanto antes, mejor.
—¿Para ir adonde? —replicó Sango—. Ahora ningún hombre se casará con nosotras.
—¿Por qué no?
—¿De veras crees que el conde de Beaulieu te tomaría por esposa después de haber vivido con el príncipe?
—¿Esa comadreja? —exclamó Kagome—. Estamos aquí por su culpa.
—¿Qué quieres decir? —inquirió Sango.
—El príncipe nos retiene para vengarse de él.
—¿Qué ha hecho el conde?
—No lo sé todo —murmuró Kagome—, pero esa cicatriz que lleva el príncipe fue un obsequio de Beaulieu.
Sango miró de soslayo a su prima y luego dijo:
—A pesar de eso, el príncipe es un hombre apuesto.
—Supongo que sí, con cierto aire de crueldad —musitó Kagome.
—¿Cómo te sentiste? —susurró Sango.
—¿ Cómo me sentí cuándo?
—Ya sabes...
—Si lo supiera —repuso Kagome—¿por qué te lo preguntaría?
—Quiero decir, cuando compartiste la cama con él.
Kagome se quedó atónita, pero decidió seguirle la corriente y se encogió de hombros. Si Miroku se había acostado con Sango¿por qué no lo había intentado el príncipe con ella? Sin duda el pirata se había portado bien con su prima, pues de lo contrario ella no hablaría tan tranquilamente acerca de ello. ¿Por qué no había sido amable con ella el príncipe?
—¿Cómo te sentiste tú? —preguntó Kagome.
—Tuve miedo —reconoció Sango—, pero mi señor fue muy tierno conmigo. La verdad es que estuvo tan apasionado y romántico como esos caballeros de los cuentos que le encantaba leer a tu hermana.
Kagome miró a su prima y arqueó una ceja.
—Ayame siempre fue una ingenua.
—Bueno, cuando finalmente sucedió —prosiguió Sango—, estaba temblando del ardor que sentía.
—La gente suele temblar de frío —bromeo Kagome—. No de calor.
—Yo temblaba del ardor que sentía —insistió Sango— Y la sangre... ¿sangraste mucho?
—Lo suficiente —acertó a mentir Kagome.
—Lo que más me gusta es la parte de los besos —admitió Sango—. ¿A ti no?
La imagen de Inuyasha se formó en la mente de Kagome. Volvió a sentir su firme cuerpo de guerrero apretado contra ella, volvió a oler su aroma seductor y viril...
—Veo que sí —dijo Sango con una risilla.
—Ya basta de esto. —Kagome ocultó su vergüenza con irritación—. Hemos de aprovechar el tiempo para hacer planes. Esta noche, cuando todos estén dormidos en casa de Miroku, escápate y ven a buscarme.
—No podría hacerlo —repuso Sango.
—Pues tienes que hacerlo —se obstinó Kagome—. No puedo ir a buscarte yo. Esa bestia me tiene encadenada a la cama y...
De pronto, la lona que cerraba la tienda se abrió y Inuyasha y Miroku aparecieron. Una mirada socarrona brillaba en los ojos de Miroku, pero el príncipe parecía contrariado.
—Jamás escaparéis de mí —dijo Inuyasha bruscamente, acercándose a ellas—. Sólo las personas verdaderamente estúpidas se dejan engañar dos veces.
—Cómo os atrevéis a escuchar mis conversaciones privadas —exclamó Kagome, levantándose de la cama.
—¡No! —gritó Sango—. ¡Detente, Kagome!
La chica se dirigió hacia su captor con gesto desafiante. Se encontró con él en el centro de la tienda y, fijando los ojos en su expresión encolerizada, le espetó en inglés:
—¡Maldito espía hijo de puta! —Sin esperar respuesta, Kagome se volvió hacia su prima—: Y tú no eres mejor que él —la acusó en francés—. Has traicionado a tu propia prima.
—No, no, te equivocas —sollozó Sango—. Yo... yo no sabía que nos escuchaban. De... de verdad... —Se deshizo en lágrimas.
—Sango no miente —aseveró Miroku, cruzando la tienda para consolar a su pajarillo.
—Los esclavos no tienen privacidad —declaró Inuyasha—. Y lo que un esclavo piense de otro no tiene ninguna importancia.
Kagome reaccionó al instante. Se dio la vuelta y le propinó una patada en la espinilla con el pie descalzo. El golpe cogió a Inuyasha desprevenido, pero sólo por un instante, porque al punto sujetó con fuerza a su rebelde esclava.
—¡Déjala, bruto! —gritó Sango. Inuyasha se distrajo y su prima tuvo tiempo de escapar.
Zafándose del abrazo de Miroku, Sango arremetió contra el príncipe y consiguió asestarle una patada. Pero ella también iba descalza y el daño infligido fue nimio.
Miroku la cogió por los brazos y así consiguió sofrenarla.
—No soy tan estúpido como para dejarte escapar de la misma manera dos veces —bramó Inuyasha, concentrándose en Kagome, que se había refugiado al otro extremo de la tienda—. Aunque en ocasiones muestres cierta astucia, tu escasa inteligencia femenina no está a la altura de la mía. Y tu valor, incluso como esclava saludable, es inferior a cero.
Sus insultos la hirieron en carne viva.
—¡Canalla mal nacido! —chilló Kagome en inglés y, presa de la indignación, consiguió escabullirse de sus brazos.
Todos observaron asombrados cómo Kagome descargaba su rabia contra la tienda del príncipe. Arrancó las sábanas del lecho y volteó la cama. Luego se abalanzó sobre la mesa, la derribó de una patada y derramó el desayuno sobre la alfombra.
Con gesto sereno y frío, Inuyasha observó a su hermosa e irritable cautiva sembrar el caos en su alcoba, pero al ver que Kagome intentaba coger su cimitarra, Inuyasha avanzó lenta y pausadamente hacia ella. En sus cincelados rasgos llevaba escrita una frase lapidaria: «Ya es suficiente.»
Kagome arrojó la pesada cimitarra al suelo y se precipitó hacia la entrada, y a punto estaba de salir huyendo al mundo exterior cuando un muro inamovible le cerró el paso. Abdul, preocupado por el alboroto, entraba en la alcoba de la tienda y Kagome chocó contra aquel cuerpo rígido. La chica se tambaleó hacia atrás y cayó sobre el suelo alfombrado.
Miroku, Sango y Abdul la miraron llenos de espanto, pero Inuyasha permaneció impasible. Jamás en su vida había conocido a una mujer así. Se arrodilló junto a Kagome para comprobar que no se había hecho daño. Luego la puso en pie de un tirón y la sujetó entre sus brazos. Kagome forcejeó, pero todo fue en vano. La fuerza de Inuyasha se impuso.
—Ya tengo la información que necesito —anunció Inuyasha, mirando a su aturdido público—. Podéis marcharos.
Abdul hizo una reverencia al salir. Miroku tomó a Sango del brazo y se volvió para abandonar la tienda, pero la voz de su amigo lo detuvo.
—Por favor, vuelve esta noche para cenar. —Y con una seña se refirió a Sango—. Tu pajarillo tiene el carácter de un halcón y debería ser castigada por atreverse a atacarme.
—Al final resulta que sí tienen cierto parecido familiar —observó Miroku, ocultando una sonrisa—. Puedo asegurarte que mi pajarillo será debidamente instruida con respecto a su conducta, y que esto no volverá a suceder. Hasta esta noche, pues —concluyó Miroku, y salió con Sango.
Inuyasha miró a Kagome y le ordenó.
—Ocúpate de ordenar este caos que has creado.
—Ni hablar —Las palabras cayeron entre ambos como un hacha.
—Empieza por la cama para que pueda sentarme y observarte mientras trabajas —dijo Inuyasha, ignorando su negativa.
—Ni hablar —Kagome alzó el mentón y su semblante reflejó la obstinación que sentía. Había arrojado el guante, y ahora se negaba a dejar que él ignorara el desafío.
Inuyasha se acercó a su cautiva con aire intimidatorio. Barajó la posibilidad de amenazarla con la cadena, ya que ahora conocía su miedo y no se sentía tan cruel como para decirle «Obedéceme o te despojaré de tus vestidos y besaré cada uno de los deliciosos recovecos de tu cuerpo; hundiré el rostro en el valle de tus exquisitos pechos y lameré las rosas que coronan sus cúspides». Entonces citó a Sango.
—Si te niegas, te haré temblar de pasión.
—¡Recogeré este desorden! —exclamó Kagome, ruborizándose—. Lo haré.
Inuyasha le clavó la mirada con gesto arrogante. Kagome se negó a moverse. Él alargó el brazo y puso la mano sobre uno de sus suaves pechos. Ante eso, Kagome reaccionó de inmediato.
Cruzó la alcoba a toda prisa e intentó enderezar la cama. Tiró de ella varias veces en vano, pero no se dio por vencida. Inuyasha la contemplaba con los brazos cruzados; una sonrisa asomaba en las comisuras de sus labios.
—Ayudadme —suplicó Kagome por encima del hombro.
—¿De veras esperas que el amo realice las tareas de una esclava?
Kagome decidió plantarle cara. Con las manos en las caderas, preguntó:
—¿No habíais dicho que queríais sentaros en la cama y observarme mientras arreglo el desorden?
Inuyasha cedió y enderezó la cama sin dificultad. Luego se volvió hacia ella y con aire burlón le dijo:
—No eres ni tan fuerte ni tan fiera como crees, flor silvestre.
Kagome lo miró llena de rabia y luego clavó la mirada en la cama. Se le ocurrió que...
—Olvídalo —le advirtió Inuyasha, interpretando su expresión.
—¿Que olvide qué? —preguntó Kagome, fingiendo inocencia.
—Si vuelves a voltear la cama —contestó—, no te ayudaré a enderezarla.
—Entonces tendréis que dormir en el suelo.
—Junto a ti.
Eso bastó para sosegarla. Sin pronunciar palabra, Kagome recogió el edredón y lo puso sobre la cama; luego alisó las almohadas y las dejó en su lugar.
—Tienes buenas aptitudes, esclava —observó Inuyasha, sentándose sobre la cama. Levantó una pierna delante de Kagome y le dijo—: Tengo calor en los pies. Quítame esta bota.
Kagome se dispuso a negarse.
—Quítame esta bota —repitió Inuyasha—. Y no hables o te tumbaré sobre la alfombra y te besaré hasta que calles.
Tragándose un airado juramento, Kagome se inclinó e intentó quitarle la bota del pie. Al igual que su obstinado amo, la bota no se movió. Furiosa, Kagome tiró de ella con toda su fuerza. Al final, la bota se desprendió pero ella aterrizó de trasero en el suelo. Impertérrito, Inuyasha levantó la otra pierna. Kagome se levantó y le quitó la bota de un tirón.
—Tráeme ese frasco —le ordenó él.
Kagome lo miró con toda la rebeldía que era capaz de expresar. Presa de un odio no disimulado, sus ojos esmeralda centelleaban como joyas exquisitas.
—Me irrita tener que repetir mis órdenes.
Maldiciéndolo en silencio, Kagome fue en busca del frasco. Regresó al cabo de un instante y se lo ofreció.
—Siéntate —le ordenó Inuyasha. Y luego—: Ábrelo.
Kagome lo hizo. El frasco contenía un bálsamo de color amarillo claro.
—Mete la mano en el frasco —dijo Inuyasha—. Calienta el bálsamo de áloe en tus manos.
Kagome lo hizo y luego preguntó:
—¿Y ahora qué?
Inuyasha levantó un pie desnudo.
—Hazme un masaje.
—¿Que os haga qué? —exclamó Kagome, sin dar crédito a sus oídos.
—¿Es que eres sorda?
—No...
—Entonces hazme un masaje en el pie.
—Ni hablar —repuso ella impulsivamente.
—¿Prefieres que este turco estúpido te despoje de tus ropas y te haga un masaje con el bálsamo en tus partes íntimas?
Kagome tragó saliva y le cogió el pie que él le tendía. Tras untárselo y frotárselo hasta que la piel absorbió todo el bálsamo, le masajeó la planta del pie con los pulgares haciendo movimientos relajantes.
—No hay duda de que tienes buenas aptitudes. —Inuyasha levantó el otro pie y volvió a lanzar una provocación—. Agradece tu posición. La vida de un príncipe es mucho más dura que la de un esclavo.
Kagome le agarró el pie y empezó a aplicarle el bálsamo. Sus ojos esmeralda se entrecerraron de cólera, pero no dijo nada.
—Esta noche, cuando me haya bañado, me harás un masaje en la espalda —le dijo Inuyasha—. No te molestes en protestar. Sé que estás ansiosa por masajearme la espalda, pero tienes que comprender que un príncipe es un hombre muy ocupado. En este momento no dispongo de tiempo para ello.
El rostro de Kagome enrojeció de indignación.
—Acaba tus tareas —le ordenó Inuyasha con severidad mientras volvía a ponerse las botas.
Kagome se quedó inmóvil.
—He dicho que acabes de arreglar este desorden. —Inuyasha se puso de pie.
La rebeldía centelleaba en los ojos de Kagome.
—Bien, entonces op beni —susurró Inuyasha con voz ronca, inclinándose hacia ella—. Op beni significa «bésame».
Eludiendo sus labios, Kagome se puso en pie de un salto y se precipitó hacia la mesa para colocarla en su lugar. Luego, a gatas sobre la alfombra, empezó a recoger el desayuno que había diseminado por el suelo.
—¡Abdul! —vociferó Inuyasha.
Era evidente que el ayudante estaba en la antecámara porque apareció en la alcoba al instante.
—Vigílala y no le quites el ojo de encima —ordenó Inuyasha—. Cuando termine de limpiar, prepárale la bañera para que tome un baño. No permitas que la vea ningún hombre.
Kagome interrumpió su tarea y lo miró con rabia.
—No te preocupes —dijo Inuyasha antes de salir—. Luego te encargaré otras tareas.
Kagome y Abdul se miraron con cara sombría. Al final, el guerrero le indicó que reanudara su trabajo. Kagome lo miró fijamente y sacudió la cabeza, pero Abdul soltó un gruñido amenazador y dio un paso hacia ella. Kagome reemprendió sus labores sin más vacilaciones.
Bueno, ahora toca comentar sobre Kagome...Parece que tiene mucho carácter ¿he? Aun que se ha portado un poco mal con Sango...pero bueno parece de Inuyasha, aunque se preocupa por ella no se deja intimidar! Espero que os haya gustado y muchísimas gracias por los reviews!
Dadme vuestra opinión!
BYE
