Esta historia esta basada en " Esclavizada" de Patricia Grasso.

Los personajes no me pertenecen...si así lo fuera...ahora mismo estaría en Hawai disfrutando del mar y no agobiada con los malditos exámenes finales...

Bueno aquí os traigo el capítulo 18...haber si con un poco de suerte esta tarde o noche a más tardar puedo poner el 19...esto es una pequeña compensación por la tardanza...perdón, tened compasión!


18

—¡Fuego!

De pie en la terraza de los aposentos de su primo, Inuyasha levantó la cabeza para buscar indicios de humo.

No vio nada. ¿Quién gritaría falsamente la alarma más temida?

—¡Inuyasha! —oyó un segundo chillido desesperado.

El príncipe saltó por encima de la balaustrada y echó a correr en dirección al grito de su esposa, seguido de Kouga.

Inuyasha cruzó una hilera de setos altos y presenció una escena espantosa: Jamal intentaba ahogar a Kagome mientras Lyndar observaba. Sin perder un instante, alcanzó al eunuco, lo apartó de su mujer con violencia, y le dio un puñetazo en la mandíbula, tumbándolo.

—¡La traidora debe morir! —chilló Lyndar.

Jadeando con desesperación, Kagome se derrumbó sobre la hierba. Inuyasha la puso sobre el vientre y empezó a darle palmadas en la espalda para vaciarle los pulmones. Kagome tosió, atragantada, y vomitó.

—¡Esa zorra debe morir! —gritó Lyndar, enloquecida de furia. Kouga la cogió por los brazos y la sujetó con fuerza.

Inuyasha sintió que el corazón le latía desbocadamente de sólo pensar que había estado a punto de perder a su esposa. La sostuvo entre sus brazos, acariciándole las pálidas mejillas.

—Estás a salvo —le susurró—. Nadie te hará daño.

Para entonces, ya se había congregado en torno a ellos una multitud. Atentos a recibir órdenes, el agha kislar y su contingente de guardias eunucos aguardaban a un lado. Nur-U-Banu y Izaioy, junto con Shasha y las demás odaliscas, miraban a Kagome, atónitas.

Kouga hizo un gesto para que dos guardias sujetaran a Lyndar, y se encaró con ella:

—Contadnos por qué intentabais matar a la esposa de mi primo.

—Yo sólo respondo ante mi sultán —replicó Lyndar.

—Responded si no queréis que os mate aquí mismo —la amenazó Kouga, desenvainando el puñal.

—Esa salvaje insultó a Selim —dijo Lyndar, con un brillo siniestro en sus ojos oscuros—. Hay que...

—¡Silencio! —bramó Inuyasha.

—Inuyasha... —susurró Kagome.

—No hables hasta recobrar el aliento —le dijo el príncipe acariciándole la mejilla.

—Lyndar... quiere... matar... a Kouga.

Inuyasha palideció. Se volvió hacia los demás y ordenó.

—Atrás todos. Primo, acércate un momento.

Kouga lo hizo y ambos hombres se inclinaron sobre Kagome.

—Lyndar trama matarte —le dijo ella a Kouga. Miró a su esposo y añadió—: Y también a Izaioy.

—No hables más hasta que te hayas recuperado del todo —le ordenó Kouga. Se levantó y se volvió hacia el agha kislar—. Vigila a Lyndar y a Jamal hasta que los llame para interrogarlos. Luego llevarás a mi presencia a la esposa de mi primo. —Kouga miró a los espectadores y anunció—: La flor silvestre está bien y desea estar a solas hasta recuperarse. Ahora, marchaos.

—¡Selim se enterará de este escándalo! —gritó Lyndar mientras los guardias se la llevaban a rastras.

Nur-U-Banu dio un paso al frente y dijo:

—Lleva a tu esposa a mis aposentos. Llamaré a mi médico personal.

Inuyasha cogió a Kagome en brazos y siguió a Nur-U-Banu y a Izaioy. Una vez en la alcoba de la bas kadin, dejó a su esposa en la cama y se sentó junto a ella.

—Ocúpate de Kouga —dijo Izaioy mientras entraba a toda prisa el médico—. En cuanto se haya recuperado, el agha kislar escoltará a tu esposa hasta donde estés. Podrás interrogarla más tarde.

El médico buscó el pulso de Kagome y escuchó sus pulmones tras pedirle que respirara hondo.

—La princesa está bien —le dijo a su señora—. Es mejor que le sequéis el pelo y que esté bien arropada.

Al marcharse el médico, Izaioy secó el pelo de su nuera con una toalla, luego lo cepilló y le hizo una gruesa trenza. Nur-U-Banu la ayudó a cambiarse, la vistió con uno de sus caftanes de brocado y le cubrió los hombros con un mantón de cachemira. Una esclava les sirvió té caliente y pastelillos.

Kagome bebió el té, se relajó contra un almohadón y cerró los ojos.

—¿Te sientes mejor, querida? —preguntó Nur-U-Banu, sentándose en el borde de la cama.

—Sí, gracias.

Izaioy se sentó del otro lado de la cama y le dio unas palmaditas en la mano.

—Cuéntanos lo que dijiste a Kouga y a Inuyasha en el jardín.

Conque era eso. Kagome reparó en la expresión expectante de ambos rostros.

—Quizá deberíais preguntárselo a Kouga y Inuyasha —contestó—. No quiero que mi esposo se enfade conmigo.

Las dos mujeres insistieron.

—Muy bien —murmuró Kagome—, pero prometedme que fingiréis estar sorprendidas cuando os lo cuenten.

—Lo prometemos —dijeron a coro.

—Escuché a Lyndar y a Jamal tramar el asesinato de Kouga...

—Te lo dije —dijo Nur-U-Banu a Izaioy—. Pero ¿quién me hizo caso? Nadie.

—¿A qué aspiraba? —preguntó Izaioy—. Su hijo es cojo y jamás podría ostentar el sultanato.

—Lyndar pensaba asesinarnos a vos y a mí —dijo Kagome a su suegra— y culpar de ello a Naraku. Inuyasha abandonaría Estambul para ir en su busca y, en su ausencia, sería más fácil matar a Kouga.

—Ahí tienes la prueba —afirmó Nur-U-Banu—. Esa mujer es una estúpida. Podría haber matado primero a Inuyasha y luego a Kouga.

—Lyndar es astuta —repuso Kagome—. Necesitaba que Inuyasha estuviera vivo para defender el Imperio hasta que su hijo alcanzara la mayoría de edad. Entonces pensaba asesinar a Inuyasha y también al sultán Selim.

—¡Traición! —exclamó Nur-U-Banu, llevándose las manos al pecho.

—Ven —dijo Izaioy, tendiéndole la mano a Kagome—. Declara ahora lo que escuchaste y luego descansarás.

El agha kislar llegó al cabo de unos instantes. Izaioy, Nur-U-Banu y el jefe de los eunucos escoltaron a Kagome por los pasillos que conducían a los aposentos del príncipe.

Inuyasha abrió la puerta e hizo entrar a su esposa. Pero, para estupor de su madre y su tía, les cerró la puerta en las narices.

Mientras Kouga se paseaba de un lado a otro de su salón, Inuyasha llevó a Kagome hasta un diván. Se sentó junto a ella y la rodeó con un brazo protector.

—¿Te sientes mejor? —preguntó.

Kagome miró a su esposo con sus ojos verdes y asintió con la cabeza.

Kouga dejó de pasearse y se sentó frente al diván sobre una mesa baja.

—Espero que el bebé que llevas en el vientre esté bien.

Kagome miró a su esposo de soslayo, luego bajo la vista y dijo con una voz que apenas fue un susurro:

—Sí, yo también lo espero.

Kouga contuvo una sonrisa. Sabía que su tía había mentido al sultán.

—Cuéntamelo todo —dijo—. No ocultes nada.

—Shasha y otras mujeres decidieron jugar al escondite —empezó Kagome.

—¿Qué es el escondite? —preguntó Kouga.

—No importa —repuso Inuyasha—. Lo importante es lo que oyó.

—Muy bien —le dijo Kouga a su primo—. Adelante.

—El escondite es un juego inglés en el que hay que esconderse —explicó Kagome—. Yo no estaba muy segura de hacia dónde iba, y me encontré en la sala común, que estaba desierta, y allí me escondí tras una montaña de cojines. Entonces entraron Lyndar y Jamal y se sentaron. Yo les habría advertido de mi presencia, pero su conversación me dejó muda de asombro.

—¿Qué dijeron? —la urgió Inuyasha.

—Lyndar planeaba matar a Izaioy y también a mí —dijo Kagome—, pero quería culpar a Naraku para que tú abandonaras Estambul. Eso les permitiría asesinar a Kouga. Luego, cuando su hijo llegara a la madurez, eliminarían al sultán Selim y también a ti.

Los dos hombres guardaron silencio. El plan de Lyndar era lógico y habría funcionado. Si no fuera porque Kagome y su juego inglés del escondite se habían cruzado en su camino.

Inuyasha se levantó y le tendió la mano a su esposa.

Ella lo ignoró.

—¿Qué pensáis hacer? —exclamó Kagome.

—Cuidado —le advirtió Inuyasha—. No olvides tus modales.

—¿Casi me ahogan, y tú me riñes por tener malos modales? —replicó Kagome, irritada.

Kouga la miró con una sonrisa tranquilizadora.

—Se hará justicia en cuanto consulte con mi padre.

Inuyasha tiró de Kagome para ponerla de pie y la acompañó hacia la puerta. Al abrirla, Izaioy y Nur-U-Banu lo miraron expectantes, pero Inuyasha se limitó a entregarles a Kagome y volvió a cerrar la puerta.

Kouga miró a su primo.

—Creo lo que nos ha contado.

El sultán Selim, con los ojos nublados por la furia y el vino, surgió por detrás de una pantalla china lacada.

—Dile al agha kislar que escriba las sentencias de muerte de los traidores —ordenó a su hijo—. Y también para ese mequetrefe cojo. Tráeme las órdenes para que las firme.

Selim se dirigió hacia la puerta secreta al otro extremo de la estancia, murmurando:

—Alá, necesito un trago.

—Ya lo has oído —le dijo Kouga a Inuyasha. Abrió la puerta del pasillo y ordenó al jefe de los eunucos—¡Trae papiro, tinta y el sello del sultán!

Luego cerró la puerta y, sin decirle palabra a su primo, salió a la terraza. Sentía el corazón apesadumbrado. La muerte de dos traidores no tenía ninguna importancia, pero la muerte de un bebé resultaba inquietante.

—El niño es inocente —observó Inuyasha con voz queda, detrás de su primo.

Kouga se dio la vuelta de golpe.

—Su crimen es ser hijo de una traidora.

—Sesshomaru es tu hermanastro y...

—... hay súbditos resentidos que podrían utilizarlo en mí contra —concluyó Kouga por él.

—Pero...

—Matar es mejor que la discordia —citó Kouga del Corán.

—Falsifica la sentencia de muerte y dame a Sesshomaru.

—¿Qué?

—Izaioy le ha dicho a todos que mi esposa está preñada —explicó Inuyasha—. Deja que yo me lleve a Sesshomaru al castillo de la Doncella. Lo criaré como si fuera mío.

—¿Y Naraku?

—La vida de Sesshomaru es más valiosa que la muerte de esa maldita comadreja.

—¿Por qué?

—Matar a los inocentes impide conciliar el sueño —musitó Inuyasha—. Lo sé por experiencia.

—Si alguna vez se llegara a conocer su identidad, podría estallar una guerra civil en el Imperio —advirtió Kouga.

—Con el tiempo llegarás a ser un sultán anciano y yo seré demasiado viejo para librar tus batallas —repuso Inuyasha—. Bajo mi dirección, Sesshomaru se convertirá en la próxima Bestia del Sultán y no tendrá por qué saber quién lo engendró. Confía en mí, primo.

Kouga no dijo nada. Volvió a entrar y empezó a pasearse por la estancia. ¿Debería matar a su hermanastro o salvarlo? Kouga amaba el oro y las mujeres. También amaba el resultado del acto amoroso, es decir, los niños. Si mandaba matar a su pequeño hermanastro¿sufriría noches de insomnio hasta el día de su muerte?

En ese momento llamaron a la puerta y el agha kislar entró en la sala.

—Siéntate en la mesa —dijo Kouga—. Por orden del sultán Selim, escribirás las sentencias de muerte de Lyndar, Jamal y Sesshomaru.

El agha kislar asintió con la cabeza y se aplicó en la tarea.

Kouga miró de reojo a Inuyasha y entonces dijo al eunuco:

—A Lyndar le administrarás veneno y la ahogarás esta noche en el Bosforo. Jamal será ejecutado en público mañana al amanecer.

El agha kislar levantó la vista.

—¿Y el niño?

—¿Cuántos años tienes? —preguntó Kouga—. ¿Treinta y cinco, cuarenta?

—Cuarenta.

—Lo bastante joven para ser agha kislar cuando fallezca mi padre —comentó Kouga—¿Quisieras seguir siendo agha kislar cuando yo sea sultán?

—Sería un honor para mí —respondió el eunuco, desconcertado.

—Tu destino estará asegurado si haces lo que te pido y guardas silencio.

El agha kislar vaciló, miró a Inuyasha y luego fijó los ojos en Kouga. Finalmente, asintió con la cabeza.

—Entrégale el certificado de nacimiento de mi hermanastro al príncipe Inuyasha. Dile a Abdul, el ayudante de mi primo, que venga, y tráenos al príncipe Sesshomaru. Cuando vuelvas, acompañarás a Abdul con Sesshomaru por el pasillo secreto hasta mi falúa y jamás repetirás lo que ha tenido lugar aquí esta noche.

—Acabo de escribir la sentencia de muerte del niño —objetó el agha kislar—. Si el sultán descubre...

—El mundo creerá que el príncipe Sesshomaru está muerto, ahogado con su madre en el Bosforo —aseguró Kouga—. No le digas nunca a nadie lo contrario.

El jefe de los eunucos inclinó la cabeza y murmuró:

—Os escucho y obedezco, mi príncipe.

Kouga sonrió.

—Comprueba que las mujeres estén en sus aposentos antes de traer a Sesshomaru. Nadie debe sospechar que mi hermano sobrevivió a esta noche.

El agha kislar se levantó, hizo una reverencia y abandonó la sala.

Al cabo de unos minutos alguien llamó a la puerta. Era Abdul.

—Tenemos un trabajo importante para ti —le informó Inuyasha, y en ese momento apareció el agha kislar con el pequeño príncipe.

Inuyasha cogió al bebé de brazos del eunuco y lo acurrucó contra su pecho.

—Abdul, éste es mi hijo. Lo protegerás con tu vida.

—Lo juro —dijo Abdul. Nada de lo que hacía su amo le sorprendía.

—Coge al niño y ve con el agha kislar —le ordenó Inuyasha, entregándole el bebé—. La falúa del príncipe Kouga se detendrá a recoger a Hojo y a tu esposa, y luego os llevará al castillo de la Doncella. Yo llegaré a casa mañana por la noche.

El agha kislar sacó el certificado de nacimiento del bebé y se lo entregó a Inuyasha. Abdul, con el joven príncipe en brazos, salió detrás del jefe de los eunucos.

—Si muero sin un heredero varón —pidió Kouga—, usa el certificado de nacimiento para poner a Sesshomaru en el trono.

—Jamás te arrepentirás de tu misericordiosa decisión —dijo Inuyasha.

Kouga asintió con la cabeza.

—Tu flor silvestre estará presente al amanecer en la decapitación de Jamal.

—Mi esposa es demasiado sensible para presenciar la ejecución —repuso Inuyasha—. Ya has visto cómo ha reaccionado hoy cuando mencionó a su padre. Todavía la atormentan las pesadillas sobre su muerte.

—Fue su testimonio lo que provocó que Lyndar y Jamal tuvieran este final —observó Kouga—. Su presencia en la ejecución es obligatoria. Pero se le permitirá mantener los ojos cerrados.

—Sea —asintió Inuyasha, temiendo la llegada del amanecer. Aunque le preocupaba el bienestar de su esposa, sabía que nada podía hacer, salvo estar a su lado y ofrecerle su apoyo.

Los primeros tentáculos brillantes de luz rasgaban el cielo de oriente cuando Inuyasha y el agha kislar bajaron por el pasillo hacia los aposentos de la bas kadin. Inuyasha se detuvo frente a la puerta de su tía y llamó.

Salió Nur-ü-Banu.

—Se niega a acompañarnos —le dijo a su sobrino.

—Hablaré con ella —dijo Inuyasha, y entró al salón de su tía.

Kagome estaba sentada en un almohadón, envuelta en su capa negra, mirando fijamente al frente. Tenía la cara pálida como un cadáver, tan pálida que las delicadas pecas que moteaban el puente de su nariz parecían más oscuras que de costumbre.

Junto a ella, Izaioy hablaba con tono irritado.

—Por orden del sultán, deberás estar presente.

Inuyasha le indicó a su madre que saliera y se sentó junto a su esposa. Le cogió las frías manos. Kagome lo miró con ojos que reflejaban miedo.

—Cuando naciste, mi flor silvestre —dijo Inuyasha con voz suave como una caricia—, llevabas tu destino escrito en la frente. Es lo que nosotros los musulmanes llamamos kismet.

Kagome alzó el mentón un poco y replicó:

—Yo soy dueña de mi propio destino.

—Tú declaraste contra los traidores y estás obligada a asistir a la ejecución —explicó él.

—¿Qué clase de bestias monstruosas pueden contemplar cómo matan a un niño inocente? —exclamó Kagome, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

«Así que era esto», pensó Inuyasha. Su flor silvestre tenía un cariño especial por los niños, y eso le complacía. ¿Debería decirle que el niño estaba a salvo? No. Estaba tan alterada que sería capaz de revelar el secreto, y entonces Kouga y él serían ejecutados por desobedecer la orden del sultán.

—El sultán Selim ordenó que Lyndar y el niño fueran drogados en su sueño y luego ahogados en un saco de lona —le dijo Inuyasha—. No sintieron dolor ni miedo.

—Pobre bebé —murmuró Kagome, inclinando la cabeza. Gruesas lágrimas cayeron sobre su regazo.

Inuyasha le alzó el rostro y se quedó mirando la insondable fuente de tristeza que eran los ojos de su esposa.

—En cuanto acabe todo esto iremos a casa —prometió—, al castillo de la Doncella. La falúa de Kouga nos está esperando.

—Tú dejaste que asesinaran a ese bebé.

—Hablé en su defensa, pero mis palabras cayeron en oídos sordos.

Inuyasha se levantó y le tendió la mano. A regañadientes, Kagome aceptó la mano de su esposo, y juntos salieron del salón, donde los aguardaban Nur-U-Banu, Izaioy y el agha kislar.

—Tu presencia es obligada pero no tienes que mirar —susurró Inuyasha mientras caminaban detrás de los demás—. En el último momento cierra los ojos.

Kagome lo miró con el rabillo del ojo y asintió. Le temblaba la mano y Inuyasha le dio un apretón para animarla.

Al llegar a la Torre de Justicia, ocuparon sus puestos en el balcón que se abría sobre una plaza abierta. En medio de ésta se alzaba una losa de piedra donde el desventurado Jamal sería decapitado. Un verdugo encapuchado, cimitarra en mano, esperaba junto a la imponente piedra del patíbulo.

¿Eran manchas de sangre lo que había en la piedra, se preguntó Kagome, presa del pánico. ¿Cuántas personas habían acabado ahí sus vidas?

El sultán Selim, acompañado de Kouga, salió al balcón y se sentó en el trono. Hizo un gesto a su hijo, que, a su vez, levantó la mano para que empezara la ejecución.

Flanqueado por dos guardias, Jamal fue conducido a la plaza abierta. El verdugo lo obligó a arrodillarse con malos modos y de un empujón le apretó la cabeza contra la piedra. Miró hacia el balcón en espera de la señal del sultán.

Kagome observaba la horripilante escena con ojos desorbitados, y apretó con fuerza la mano de su esposo. Inuyasha la miró y luego se volvió hacia su tío.

El sultán levantó la mano.

—Cierra los ojos —susurró Inuyasha.

Kagome estaba con la mirada clavada en la cimitarra.

-¡Maldita sea! Cierra los ojos.

Selim bajó la mano. La cimitarra siguió el gesto del sultán y segó la vida de Jamal.

Los ojos de Kagome se nublaron, bañados en un dolor impronunciable.

—Papá, sangre... ¡Papá!

Inuyasha la sostuvo antes de que cayera al suelo. La levantó en brazos y la acunó contra su pecho.

—Llévala a mis aposentos —dijo Nur-U-Banu.

—No, la falúa de Kouga nos aguarda para llevarnos al castillo de la Doncella.

—La comadreja aún está viva —repuso Izaioy.

—¡Maldito sea Naraku! —rugió Inuyasha—. Me llevo a mi esposa a casa.

—Sabía que te contagiaría sus maneras europeas y que te desviaría de tu camino elegido —le espetó Izaioy con amargura.

Inuyasha la ignoró. Sin mediar palabra, se giró para irse. Nada era más importante que Kagome.

—¡Tu hermano y tu hermana claman venganza! —exclamó Izaioy—. Es tu responsabilidad vengar sus muertes.

Con el desprecio grabado en el rostro, Inuyasha miró a su madre.

—Eres una vieja amargada. Mi primera responsabilidad es para con los vivos. Nuestra venganza tendrá que esperar.


Bueno, espero que os haya gustado...dejadme reviews!

BYE