Esta historia esta basada en " Esclavizada" de Patricia Grasso.
Los personajes no me pertenecen...si así lo fuera...ahora mismo estaría en Hawai disfrutando del mar y no agobiada con los malditos exámenes finales...
Aquí está el final...23
Kagome nadaba en las oscuras profundidades de la inconsciencia, pero no conseguía subir a la superficie.
«¿Estoy muerta? —se preguntó en los recovecos más hondos de su mente—. ¿O es una pesadilla?»
Como si le llegara de una enorme distancia, un murmullo de voces apagadas hablaba de bebés y de sangre. En algún lugar se cerró una puerta y luego todo quedó sumido en el silencio.
Kagome abrió los ojos e intentó enfocarlos en la alcoba. ¿Soñaba o estaba muerta? Intentó incorporarse y supo que estaba dolorosamente viva. Sentía el cuerpo como un único dolor punzante.
Unas manos fuertes la reclinaron suavemente contra las almohadas.
—Descansa tranquila, mi amor.
Kagome abrió los ojos. Su esposo estaba de pie junto a ella, con expresión angustiada.
Inuyasha se sentó lentamente en el borde de la cama y le acarició la mejilla.
—Estás levemente herida... —dijo.
—Me siento herida de muerte.
Una sonrisa asomó a los labios del príncipe.
—En unos días ya estarás subiéndote a los árboles —le prometió.
«¿Qué herida tengo?», se preguntó Kagome. En su mente danzaban imágenes de puñales, espadas y cimitarras, pero no conseguía recordar qué herida le habían hecho.
—Tu destreza con el puñal me salvó la vida —murmuró Inuyasha—. Estuviste magnífica al acabar tan certeramente con aquel canalla.
Kagome sonrió con tristeza.
—Probablemente le apunté a la espalda pero le di en la nuca.
—Alá guió tu mano—dijo Inuyasha. Se agachó y cogió una copa de agua de rosas—. Incorpórate y bebe esto.
—No tengo sed.
—Hazlo, cariño.
Inuyasha la ayudó a levantarse. Todos los músculos del cuerpo, sobre todo los del vientre, protestaron por el movimiento. Y con el dolor volvió la espantosa pregunta sobre su herida.
—¿Mi hijo está bien? —preguntó.
—Bebe —insistió Inuyasha, llevándole la copa a los labios.
Kagome obedeció y bebió hasta la última gota del agua mezclada con una pócima especial. Luego volvió a preguntar con voz angustiada:
—¿Mi bebé está bien?
Inuyasha la cogió entre sus brazos con dulzura.
—El médico ha dicho que podrás alumbrar docenas de niños sanos.
—¿Y éste? —preguntó ella al borde de la desesperación.
—No podrás tenerlo...
Kagome hundió el rostro contra el pecho de Inuyasha y lloró su desgracia.
—Sufres por haberme salvado la vida —susurró él—. La culpa es sólo mía.
Inuyasha la abrazó, acariciándole la espalda, pero Kagome no se dejó consolar. Al cabo de un rato sus sollozos remitieron. El somnífero y sus lágrimas acabaron por agotarla hasta convertirla en un peso inerte en los brazos de su amado.
Con toda la suavidad de que era capaz, Inuyasha la reclinó sobre las almohadas y se puso en pie. Contempló el rostro de Kagome largo rato y luego se inclinó para besarla suavemente.
—Adiós, princesa —susurró. Se incorporó con gesto firme, se enjugó los ojos y respiró hondo.
Al salir de la alcoba de su esposa, Inuyasha se encontró con su madre.
—Kagome está durmiendo —le dijo—. Podréis visitarla por la mañana.
Izaioy asintió con la cabeza y echó a andar por el pasillo detrás de su hijo.
—¿Se lo has dicho? —preguntó.
Inuyasha asintió pero mantuvo la vista fija al frente. Le costaba controlar sus emociones.
—¿Cómo ha recibido la noticia?
—Ha llorado, pero luego se ha dormido con el somnífero.
Izaioy le tocó el brazo con afecto. Inuyasha se detuvo, sorprendido por el gesto de su madre, y se volvió hacia ella.
—¿Y tú, Inuyasha? —preguntó Izaioy—. ¿Cómo te sientes?
—¿Cómo creéis que me siento?
—Hijo mío, estoy preocupada por ti.
—¿Vos preocupada por mí? —repitió Inuyasha, incrédulo.
—¿Te resulta imposible de creer? —dijo Izaioy, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Por primera vez en su vida, se acercó a él y le acarició la mejilla marcada por la cicatriz—. Mi corazón sufre por tu pérdida. Eres mi único hijo vivo, y es verdad que te quiero.
La expresión de Inuyasha se suavizó.
—¿Me... queréis?
Izaioy asintió con la cabeza y por sus mejillas resbalaron gruesas lágrimas.
—Gracias por decírmelo. —Inuyasha la rodeó con el brazo y juntos reanudaron la marcha—. ¿Queréis hacer algo por mí?
—Cualquier cosa que necesites, hijo.
—Quiero que cuidéis de mi esposa e informadme de su recuperación cada noche.
—¿Informarte de su recuperación? —Izaioy se detuvo y lo miró—. ¿Acaso no tienes ojos para verla por ti mismo¿Adónde vas?
—A ninguna parte. —Inuyasha miró por el largo pasillo hacia la alcoba de su esposa—. Pero no volveré a verla nunca más.
—¿Te vas a divorciar? —exclamó Izaioy, perpleja.
—La voy a enviar a su casa —respondió Inuyasha.
—La casa de tu esposa está aquí, contigo.
—No. Su casa está en Inglaterra.
—Pero tú la amas —insistió Izaioy—. No niegues lo que salta a la vista.
—Amo a mi esposa, pero aun así la voy a enviar a su casa. Yo la convertí en mi esclava y la obligué a un matrimonio que nunca podrá aceptar. Con gran riesgo para ella, nos salvó la vida, a vos y a mí. Y lo que más desea en la vida es volver al seno de su familia en Inglaterra.
—¿Ella te lo ha dicho?
—Muchas veces —contestó Inuyasha—. ¿Acaso puedo negarle lo que más desea?
—Si te divorcias de ella tendrás que hacerlo en presencia de testigos —le recordó Izaioy.
—No me divorciaré de ella. Kagome es mi esposa. Ninguna otra mujer entrará en mi corazón.
—¿Piensas llorarla el resto de tu vida ?
Inuyasha se inclinó y, en un gesto que sorprendió a su madre, le dio un beso en ambas mejillas. Luego se volvió y se alejó lentamente. Izaioy permaneció inmóvil, mirando a su hijo, la figura solitaria de un hombre, hasta que desapareció de su vista.
Kagome sentía aún peor a la mañana siguiente cuando despertó. Tenía el cuerpo y el espíritu profundamente doloridos.
—Buenos días —le dijo Izaioy, de pie junto a la cama...
Heather recorrió la estancia con la mirada.
—¿Dónde está mi esposo?
—Mi hijo ha tenido que ir al palacio de Topkapi —contestó Izaioy, sorprendida de que Kagome preguntase por él—. Bueno¿ cómo te sientes ?
—¿Cómo os sentiríais vos si hubierais abortado vuestro primer hijo? —repuso Kagome.
—El médico dice que alumbrarás muchos niños —afirmó Izaioy, ofreciéndole una taza de té.
—¿De verdad dijo eso?
—¿Acaso te mentiría sobre algo tan importante? Hoy descansarás pero mañana tienes que levantarte y dar un paseo.
Kagome bebió el té y luego bostezó.
—Vendré a verte más tarde —dijo Izaioy, y salió de la alcoba.
Heather hizo un gran esfuerzo por quedarse despierta hasta que regresara Inuyasha, pero no consiguió mantener los ojos abiertos. Durmió todo el día y sólo despertó una vez durante la noche. ¿Dónde estaba Inuyasha¿Por qué no estaba con ella? Sentía la cabeza demasiado embotada para cavilar, y se sumió en un sueño profundo.
Cuando a la mañana siguiente entró Izaioy a la habitación, Kagome estaba sentada en el borde de la cama. Su sonrisa de expectación se desvaneció en cuanto vio a su suegra.
—Ah, sois vos —murmuró Kagome, decepcionada—. Pensaba que sería mi esposo.
—Inuyasha ha ido a cumplir un encargo para el sultán Selim —le informó Izaioy.
—¿Salió anoche?
—No. ¿Por qué lo preguntas?
—No ha dormido en nuestra cama.
—Quizá no deseaba molestarte —mintió Izaioy.
Kagome la miró fijamente. A Inuyasha nunca le había preocupado molestarla o no. Algo iba mal, de eso estaba segura. ¿Acaso su esposo la juzgaba responsable de la muerte de su hijo?
—¿Dónde está Kaede? —preguntó Kagome, esforzándose por dar un tono ligero a su voz—. No la he visto todavía.
—Kaede está pasando unos días con Shasha —sonrió Izaioy—. ¿Te gustaría tomar un baño?
—Sí, gracias. —Kagome se obligó a devolverle la sonrisa.
Kagome seguía esperando, sola en su alcoba, a que llegara su esposo. Hacia el atardecer se sentía más enfadada que dolida. En cuanto tuviera ocasión, no dudaría en reprocharle a Inuyasha su ausencia. ¿Cómo podía tratarla así después de perder a su bebé por haberle salvado la vida¿Cómo era capaz de declararle su amor y luego ingnorarla?
Kagome esperó largas horas, pero Inuyasha no llegó.
Cuando a la mañana siguiente se abrió la puerta, Kagome se dio la vuelta como un torbellino.
—¿Dónde está? —exclamó.
—¿Quién?—preguntó Izaioy.
—¡Mi esposo, idiota!
Izaioy se compadeció de ella y al final decidió contárselo.
—Inuyasha prefiere no verte.
Kagome se incorporó con expresión atónita. Miró a su suegra con gesto angustiado y balbuceó:
—¿Inuyasha se niega a verme?
—No te preocupes. Tengo buenas noticias para ti —anunció Izaioy—. Mi hijo lo ha dispuesto todo para tu regreso a Inglaterra.
—¿Inuyasha me envía a casa?
Izaioy sonrió alegremente.
—Dentro de unos días, Miroku te llevará a Argel. Ahí subirás a un barco inglés y pronto te reunirás con tu familia.
—¡Fuera de aquí! —chilló Kagome con voz preñada de sufrimiento.
—¿Qué has...?
—¡He dicho que te largues!
Inuyasha la odiaba por lo que había pasado con el bebé, pensó Kagome. Qué paradójico que cuando ella empezaba a amarlo, él dejara de amarla. Kagome se desplomó sobre la cama. Se acurrucó de lado y lloró lágrimas de amargura.
Sintiéndose vacía por la ausencia de su esposo, pasó los siguientes días como en estado catatónico. Se levantaba temprano por las mañanas después de una noche de insomnio, desayunaba, se bañaba y vestía, y luego esperaba en vano a un esposo que nunca llegaba. Sonreía cortésmente cuando estaba con Izaioy, pero no iniciaba ninguna conversación ni respondía a sus comentarios y preguntas.
La última mañana que pasó en casa de Izaioy, Kagome se sentó a solas en un banco de piedra cerca del fondo del jardín. Se fijó en el melocotonero y recordó el día que se había subido a él. Inuyasha la había rescatado. Al pensar en él los ojos se le llenaron de lágrimas. Kagome ocultó el rostro entre las manos y dio rienda suelta a sus emociones.
—¿Lágrimas de felicidad? —preguntó Izaioy, sentándose a su lado.
Kagome se volvió hacia su suegra.
—¿Cómo podéis preguntarme algo así? —sollozó—. Mi esposo me odia y me siento muy desgraciada.
—¿Te odia? —Sus palabras habían sorprendido a Izaioy.
—Inuyasha no puede perdonarme por haber abortado a nuestro hijo —murmuró Kagome con infinita amargura—. Su odio le impide decirme adiós.
—Te equivocas —replicó Izaioy—. Mi hijo te ama.
—¿Y su amor es tan sólido que se niega a verme? —dijo Kagome con sarcasmo.
—Aunque al hacerlo sufre indeciblemente, mi hijo te ama lo bastante para concederte tu deseo —explicó Izaioy.
—¿Qué deseo?
—Tu deseo de regresar a Inglaterra.
—¿Me estáis contando esto para que me sienta mejor? —repuso Kagome, recelosa.
—¿Por qué haría eso? Ni siquiera me caes bien.
Kagome la miró con una repentina sonrisa.
—¿Sonríes por su dolor? —dijo Izaioy.
—Jamás haría eso —contestó Kagome, poniéndose de pie—. Yo amo a mi esposo.
—En cualquier caso, es demasiado tarde para cambiar tus deseos. Inuyasha va de camino a Topkapi, y la litera te aguarda para llevarte al barco de Miroku.
—Nunca es tarde para el amor. —Kagome se inclinó, besó a su suegra en la mejilla y se marchó a toda prisa.
Cubierta con un yashmak que sólo dejaba ver sus ojos, Kagome abordó el Saddam dos horas mas tarde. Miroku se presentó para recibirla con una sonrisa de circunstancia.
—Bienvenida a bordo, mademoiselle —la saludo en francés.
—Princesa, si no os importa —respondió ella, hablando en la lengua nativa de su esposo—. ¿Cuánto tardaré en llegar a mi casa?
—Un mes, más o menos.
Kagome lo miró arqueando las cejas.
—¿Un mes para llegar al castillo de la Doncella?
—Vais a Inglaterra.
Kagome le clavó una dura mirada.
—Mi casa está con mi esposo y mi hijo, a los que amo más allá de las palabras y jamás abandonaré.
—Muy bien, princesa. —El rostro de Miroku se iluminó de alegría—. ¡Entonces, rumbo al castillo de la Doncella!
Un bote partió del barco del príncipe Kouga, deslizándose por el agua hacia el castillo de la Doncella. Inuyasha iba sentado en la proa, contemplando sus dominios a través de la bruma crepuscular. Algún día todo aquello pertenecería a su hijo adoptivo. Sin Heather, no habría más niños.
De pronto Inuyasha divisó una figura encapuchada de pie en la almena que miraba hacia la bahía. ¡La princesa cristiana!
Una vez llegó a tierra, saltó de la lancha y echó a correr por el sendero que subía de la playa. Cuando entró en el castillo, ignoró los saludos de sus hombres y cruzó los pasillos hacia la escalera que llevaba a la almena.
—Buenas noticias, mi príncipe —le dijo Hojo, alborozado, presentándose ante su amo.
—¡Apártate de mi camino, enano del infierno! —rugió Inuyasha, empujándolo con violencia.
Hojo aterrizó en el suelo con la bandeja que llevaba en las manos. No obstante, el eunuco sonrió al ver que el príncipe se dirigía a la almena. La vida volvía a su normalidad.
Con la esperanza de ver una vez más el espectro de la princesa cristiana, Inuyasha se precipitó por las escaleras, subiendo los peldaños de dos en dos, e irrumpió en la almena donde ya nadie montaba guardia. El espectro se dio la vuelta para recibirlo y, al quitarse la capucha, reveló una brillante melena de cabello cobrizo. Inuyasha se detuvo en seco.
Kagome sonrió, indecisa, y dio un paso hacia él, pero de pronto perdió el valor. Se paró y clavó la mirada en el suelo de piedra.
—¿Tú...¿Qué haces aquí? —balbuceó Inuyasha, avanzando hacia ella—. Te había enviado a casa...
Kagome levantó la cabeza y lo miró directamente a los ojos. Luego dijo:
—Mi casa está aquí, contigo.
Inuyasha la atrajo con fuerza hacia sí y la estrechó contra su cuerpo. Bajó la cabeza y la besó apasionadamente. De pronto, detrás de ella vio aparecer una figura.
—Mira—susurró con asombro.
Kagome se giró en sus brazos.
La princesa cristiana estaba allí, al fondo de la almena, mirando hacia la bahía. Y de entre los jirones de bruma surgió su amante musulmán. Él le tendió la mano y ella se la tomó. A continuación, ambos se evaporaron en la bruma como si jamás hubieran estado allí.
—Él ha venido a buscarla —musitó Kagome, tan asombrada como Inuyasha.
—Así es, querida mía.
—¿Adónde se han ido?
—Al paraíso, supongo.
Inuyasha volvió a estrecharla contra su cuerpo y Heather apoyó la mejilla contra su torso; él apoyó el mentón en su cabeza. Permanecieron así largo rato, fundidos en un único ser.
—Te amo —dijo Kagome, rompiendo el silencio.
—Y yo te amo a ti —dijo Inuyasha—. ¿Viviremos alguna vez en armonía?
—Sólo Dios lo sabe —respondió Kagome.
—Quieres decir Alá —le corrigió él.
—Quiero decir Quien sea.
Inuyasha sonrió.
—¿Y cómo vamos a celebrar tu regreso a casa?
Kagome le dedicó una sonrisa encantadora, y sus ojos resplandecieron como esmeraldas.
—Con un buen menú de cerdo asado.
—De acuerdo —convino Inuyasha—. Mañana asaremos el cerdo más grande que encuentre.
—Mañana es viernes —dijo Kagome—. Está prohibido comer carne.
—Ya lo sé.
Kagome lo miró, arqueando una ceja, y dijo:
—Con respecto a aquel sacerdote...
—Le pediré a Miroku que secuestre al Papa —ofreció Inuyasha—. Lo traeremos aquí para que nos case.
Kagome sonrió.
—Bastará con un simple sacerdote.
Inuyasha le cubrió la boca con un ardiente y amoroso beso que la hizo estremecer. Y ese beso se fundió en otro. Y luego en otro...
El príncipe musulmán y su princesa cristiana dieron un paso juntos hacia la eternidad.
Bueno, espero que por fín hayais podido disfrutar de esta Historia.
Me gustaría dar las gracias a todos los lectores que habeis seguido mi fic y sobre todo a quien ha dejado reviews...ya que si no fuera por vosotros no se si habría acabado la historia...
¡ Muchísimas gracias !
