Disclaimer: Hey! El universo de HP, así como sus personajes no son míos... sólo los tomé prestados por un momento para jugar un rato. El Palacio de la Luna, por otro lado, es el título de un magnífico libro de Paul Auster.

N/A: Empecé a escribir este fic allá por el 2005 y cayó en un semi-permanente hiatus a mediados del 2006 por lo que (obviamente) debe ser considerado como un AU pues no toma en cuenta Deathly Hollows ¿ta? 

Ahora si… Go ahed

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El Palacio de la Luna

por bibliotecaria

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Capítulo 1: Half Moon

"El hombre no difiere del animal más que en saber que no lo es. Es la primera luz, que no es más que oscuridad visible. Es el fin, porque es descubrir con la vista que se ha nacido ciego. Así, el animal se vuelve hombre por la ignorancia que nace en él"

La hora del diablo. Fernando Pessoa

Toda historia tiene un comienzo ¿verdad? Ese límite arbitrario que se convierte en el punto de partida para todos los hechos que se desencadenarán después. Bueno, creo que todos sabemos el momento exacto en el cual comienza mi historia: la noche en que Greyback me mordió. No recuerdo claramente cómo fue que sucedió, pero he reconstruido en mi mente esa noche una y otra vez. Aún puedo ver el rostro horrorizado de mi madre al comprender lo que había ocurrido, pero no fue hasta mucho después que entendí el significado de esa mirada. Deben recordar que sólo tenía cinco años, y luego del miedo y del dolor, no lograba comprender porqué estaban mis padres tan consternados. Yo me sentía mejor cada día, pero mi madre no dejaba de llorar cada vez que me veía, y en sus ojos se podía observar miedo y compasión.

Lo irónico de toda la situación, es que hoy, más de treinta años después, no puedo dejar de sonreír al recordar esos días. No me mal interpreten, fueron tiempos dolorosos y terribles. No sólo estuve al borde de la muerte sino que era muy pequeño como para poder manejar el miedo y la culpa que sentían mis padres. Sin embargo, a pesar de todo, fue en esa noche en la que me convertí en la persona que soy hoy... y luego de tantos años no reniego de ello.

Pero me estoy adelantando mucho. Aquellos fueron tiempos difíciles, muy difíciles. Pasé algunas semanas en San Mungo, bajo el cuidado de múltiples sanadores y enfermeras. La mordida de un licántropo puede ser mortal, sobre todo para los niños. Es una herida terrible, oscura y maldita. Tuve suerte, me cuidaron bien y probablemente me salvaron la vida, pero aún bajo su porte profesional y amistoso no podían esconder el miedo y la lástima en su mirada. Miedo y lástima que me acompañaron durante toda mi niñez.

Si bien es cierto que los viejos prejuicios junto al miedo hacia lo diferente es lo que me mantiene al margen de la sociedad, es cierto también que el ser humano es un animal increíble y contradictorio. Si, ellos no pueden culpar a un niño, la vívida imagen de la inocencia de la maldición que tiene que cargar. Por eso, durante mis primeros años (sobre todo durante mis primeras transformaciones) mis padres se empeñaron en hacerme comprender que ellos siempre estarían a mis lado "a pesar de todo". Ese "todo", por supuesto, era su eufemismo para bestia, monstruo o licántropo (sinónimos en sus mentes). Fueron justamente esas tres palabras las que marcaron mis acciones durante la mayor parte de mi vida: a pesar de. A pesar de ser un monstruo yo tenía derecho a jugar, a pesar de transformarme un vez al mes en un animal salvaje yo tenía derecho a un beso y una caricia de mi madre. A pesar de todo yo tenía derecho a ser feliz.

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Luego de cierta edad, todos comenzamos a pensar con nostalgia en la niñez. A recordar los interminables juegos en el jardín, el chocolate caliente que nos servía mi madre las tardes frías frente a la chimenea, los almuerzos de los domingos con los abuelos, es difícil dejar de pensar que la vida era más fácil en aquel entonces. Todos los sueños se veían posibles de alcanzar y la vida te ofrecía simples aventuras todos los días. Nada parecía imposible. Yo, aunque ya entendía lo que era (sentía al lobo dentro de mí) pasé la mayor parte de mi infancia protegido de la crueldad del mundo exterior.

Nos mudamos al campo, lejos de la ciudad, para poder esconder mi condición y llevar una vida más tranquila. Mis padres perdieron mucho tiempo y energía buscando la cura para la enfermedad de su único hijo. Dilapidaron en pocos años, el dinero que debería haberles garantizado una vejez tranquila. Yo sabía, con cierta certeza, que el hecho de que no compráramos ropa nueva para navidad tenía que ver con ese viaje a España a ver a un viejo curandero. Que las paredes descascaradas de mi casa tenían relación con ese último tratamiento al que me sometieron. Y tampoco podía dejar de observar que mi padre lucía cada vez más preocupado y cansado mientras que mi madre pasaba cada vez más tiempo en la oficina (ella trabajaba en el Ministerio) para tratar de aumentar nuestros ingresos. Las deudas se acumulaban pero mis padres no se rendían. Eso fue lo que al final los arrinuó.

Nunca pudieron aceptar lo sucedido. Porque su mayor error, y el mío, fue vivir a la sombra del a pesar de. Irónico otra vez, porque gracias a estas tres palabras nunca llegué poder vivir todo lo que "merecía" vivir, según sus propios dichos. Ni ellos. Muchas veces me sentía oscuro y maldito. Y culpable, por todo lo que tenían que atravesar. Adquirí la costumbre de alejarme de la gente, me aterraba la posibilidad de poder herir a alguien.

Sin embargo, bajo las circunstancias, tuve una infancia relativamente normal. Era un chico solitario, tímido y de aspecto enfermizo, pero esencialmente feliz. Concurrí a una escuela muggle, en dónde hice algunos amigos, aunque siempre trataba de mantener una distancia prudencial, manejable. No dejaba acercar a nadie más de lo necesario. Pasaba horas en la biblioteca, uno de mis lugares favoritos. Aún hoy, luego de haber pasado por infinitas situaciones, sigo encontrando la tranquilidad necesaria en ese ambiente repleto de libros, bajo el perfume de pergaminos viejos y el peso de siglos de arte y conocimiento. Curioso, siendo una bestia salvaje ¿no?

Los años pasaron. La vida siguió su curso y una calurosa tarde de verano recibí una carta escrita con tinta verde esmeralda que sería la llave a un nuevo mundo. La niñez pronto quedaría atrás. Mis padres habían peleado ferozmente por darme un futuro, que se aún veía difuso e incierto. Pero Albus Dumbledore les ofreció un poco de esperanza. Me permitió concurrir al colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

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Hogwarts. En este momento esa sola palabra me trae un montón de recuerdos y emociones, algunas de ellas contradictorias. Como estudiante, no sólo aprendí muchos de los secretos de la magia sino que también fue iniciado en la complejidad de las relaciones humanas, el valor de la amistad y di mis primeros pasos en el mundo real.

Sin embargo, fueron los primeros años que logré vivir lejos del a pesar de, gracias a la ayuda de mis amigos. Porque cuando estaba con ellos estas tres palabritas dejaban de existir, podía ser simplemente yo, Moony. Pero, incluso con ellos, no podía dejar de sentir que no encajaba, que había algo que siempre me haría diferente.

Aunque eso realmente no importa ahora porque ellos están muertos, todos ellos, por lo menos para mi. No crean que digo esto a la ligera, ya que aún hoy me duele saber que soy el último de los merodeadores, que todos nuestros sueños y todas las locuras que vivimos en nuestra adolescencia quedaron rotas y perdidas bajo el peso del destino... ¿Destino dije? No. Debo estar volviéndome irremediablemente viejo para hablar de esta forma. No fue el destino quien nos destruyó, fueron nuestras propias acciones y decisiones, correctas o no, las que sellaron nuestra historia.

Pero me estoy desviando del tema nuevamente. Casi diez años pasaron desde que me mordieron, años en los cuales abandoné la niñez para convertirme en un adolescente curioso e inquieto. Ningún obstáculo parecía poder detenerme, siempre quería estar un paso adelante. Y junto a los otros merodeadores nada parecía imposible... Nada.

Aún recuerdo nuestro tercer, no, cuarto año, cuando nos escapábamos infinitas noches a robar comida de las cocinas para preparar nuestros secretos banquetes y planear nuevas travesuras bajo el amparo de la oscuridad. Los reiterados castigos por hechizar a algún Slytherin en los pasillos o por poner bengalas en el escritorio de algún profesor particularmente desagradable o estricto aún consiguen arrancarme una sonrisa. Muchas de nuestras bromas no eran, bueno, muy saludables, por decirlo de algún modo, pero eran esencialmente divertidas y ocupaban nuestras vidas ahuyentando la monotonía de los días de clase.

Y luego crecimos un poco más, y el mundo junto a nosotros también. Miles de nuevas oportunidades se irguieron ante nuestros ojos. La embriagante sensación de libertad, el sentimiento de invulnerabilidad propio de la adolescencia y el despertar de nuestra sexualidad nos obligaba explorar más a fondo todas estas oportunidades. A partir del quinto año nos escapábamos a Hogsmade por algún pasadizo a emborracharnos y tratar de conseguir un poco de compañía femenina... No es que en el colegio no tuviéramos, digámoslo así, propuestas estimulantes, pero las mujeres mayores (que a lo sumo llegarían a los 19 años) fuera de los muros del castillo se nos presentaban como un desafío.

Éramos unos adolescentes inmaduros y un poco tontos, que regresábamos pasada la medianoche al colegio, medio borrachos narrando entre risas los detalles de nuestra más reciente aventura sexual... Con los años me doy cuenta que inventábamos la mitad de las cosas y exagerábamos la otra mitad. De esa forma, un par de besos robados en algún rincón oscuro y una mano que nunca bajaba de la cintura, se convertían en historias fantásticas que no creo que ninguno de nosotros creyéramos realmente.

Pero, lo que realmente me estremece de esos años sigue siendo la intensidad de nuestra amistad... otra cosa que me marcó de por vida. Las bromas, las charlas de medianoche, los castigos compartidos e incluso las horas de estudio nos fortalecieron, no sólo como grupo sino también como personas. Cada uno de nosotros tomaba algo del otro y de esa forma crecía como persona. Fue así como nos convertimos en quienes somos, o en quienes fuimos, para bien o para mal.

Esos años fueron únicos y me alegro de haber podido vivirlos. Sin embargo, ellos, James, Siruis y Peter significaron mucho más en mi vida de lo que pudieran llegar a imaginar. No sólo fueron mis amigos, mis compañeros sino que fueron los que me mostraron por primera vez otra forma de vivir bajo mi piel. Gracias a Prong, Padfoot y Wortmail, pude conocer por primera vez en mi vida el verdadero sabor de a libertad. Pude vivir mis transformaciones libre, sin ataduras, corriendo salvajemente bajo la luna llena. Aunque en ese momento no comprendí realmente el regalo que me habían ofrecido.

No pretendo que ustedes comprendan lo que estoy diciendo, pues siempre es difícil asimilar con la cabalidad necesaria la vida mutilada que llevé durante décadas. Es decir, imaginen que tienen que esconder una parte de su ser al mundo, que no pueden vivir libremente lo que son. Yo siempre estuve atado por cadenas invisibles, de culpa y miedo, de vergüenza por ser lo que soy. Esta maldición, como muchos la llaman, que llevo sobre mis hombros, es parte esencial de quien soy. La dicotomía entre el animal salvaje y la humanidad, entre la luna llena y la luna nueva, fue la brújula que guió mi camino.

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Finalmente llegó el momento en que tuve (en realidad todos tuvimos) que abandonar definitivamente nuestra niñez, el último bastión de un mundo protegido e irreal. El último día en Hogwarts fue una fiesta. Brillante, divertido, espectacular. A pesar de la tristeza habitual (y absolutamente esperable) por todo aquello que dejábamos atrás y del miedo inherente a dar los primeros pasos hacia la vida adulta, estábamos convencidos de que lo mejor estaba por venir. Nuestro futuro se alzaba incierto ante nosotros, aunque prometía ser un reto mayor y una gran aventura. Sin embargo, no tuvo que pasar mucho tiempo para que nos diéramos cuenta que la vida no sería fácil para ninguno.

Pero, si me permiten la digresión, me gustaría detenerme en el Banquete de despedida. ¿Por qué? No lo sé con certeza. Podría decirles que fue un momento de gran simbolismo, o disertar por horas acerca de los rituales sociales a los que todos nos sometemos diariamente. Pero estaría mintiendo. No existe ninguna razón en particular para resaltar ese momento, y no constituye en si mismo una piedra angular en mi vida. Tampoco se alejó de lo normal y esperable a ese tipo de situaciones. Grandes discursos que contrastaban con los murmullos de las mesas. Platos rebosantes de comida y la entrega de la Copa de las Casas (que ganó Gryffindor por tercer año consecutivo a pesar de sus traviesos integrantes). No. No hay nada fuera de lo común en eso. Fue un día normal aunque inolvidable, al menos para mi.

James estaba radiante, feliz, junto a su pelirroja cascarrabias, como el mismo la llamaba. No dejaba de sonreír como un tonto y abrazaba cada cinco minutos a su novia, por si alguien se atrevía a tratar de quitársela. Lily, por su parte, estaba visiblemente emocionada, aunque también nerviosa y expectante. Creo que era la única de nosotros que llegaba a comprender hasta dónde nuestras vidas cambiarían a partir de ese momento, aunque ni en sus peores pesadillas podría adivinar el futuro que nos esperaba. Sin embargo, disfrutaba la sencillez de la ceremonia, tratando de retener cada sonrisa, cada gesto, como si de eso dependiera su vida.

Sirius, por otro lado, estaba más revoltoso de lo habitual. No se quedaba quieto en su silla por un momento, mientras hablaba constantemente hasta con el salero. Si, esa era una de las facetas más divertidas y exasperantes del viejo chucho. Faceta que desapareció con el tiempo, faceta que, desgraciadamente, Azkaban le robó para siempre. Siempre que estaba nervioso o excitado, hablaba sin parar siquiera para respirar. Pero, bajo esa máscara de elocuencia e ingenio, nosotros sabíamos que escondía algo más profundo, algo que muy pocas veces llegó a mostrar. Me atrevería a decir que estaba casi tan asustado como yo ante el después, pero si así era, lo disimulaba definitivamente mejor que quien les habla.

Y Peter, bueno, él estaba simplemente sentado allí, disfrutando del suculento banquete mientras trataba de hechizar a Sirius sin que este se diera cuenta. Le gustaba mucho gastarle pequeña bromas a Padfoot, inocentes en su mayoría, sólo para reírse de los gruñidos de exasperación que lanzaba al ver su impecable cabello negro veteado de rojo o verde. Peter sigue siendo un misterio para mí, incluso luego de tantos años. No puedo entender que pasó para que cambiara tanto. Sin embargo, ese día estaba como siempre, compartiendo con nosotros un momento entrañable, riendo y charlando casi despreocupadamente.

Como pueden ver no hay nada notable o extraordinario en este día. Nada. Pero creo que fue el último momento que vivimos así, libres, tranquilos y felices. Quizás por ello es que estoy reviviéndolo ahora o quizás es que sólo tenía ganas de recordarlo, no lo sé. Siempre hacemos lo mismo, estructuramos nuestro pasado y nuestras experiencias, como si pudieran ser aprehendidas gracias a este marco. Ponemos delimitadores a nuestra vida, cada etapa tienen un principio y un final en nuestra cabeza. Pero más allá de toda racionalización puedo decir que fue uno de los mejores días de mi vida, el cual no voy al olvidar...

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Había alquilado un pequeño y modesto apartamento en el centro de Londres. Era oscuro, gris y muy ruidoso. No tenía muchos muebles, lo que lo hacía un poco inhóspito, pero era un palacio para mí. Mis padres no podían ayudarme económicamente por lo que no podía permitirme muchos lujos. Todos mis libros (una biblioteca entera de literatura muggle que heredé al morir mi abuelo) se encontraban en cajas, amontonadas unas encima de las otras, y cumplían una doble función. Por un lado, se convirtieron en una válvula de escape y en una fuente inagotable de conocimiento. Y por el otro, de a ratos servían de sillas o mesas dependiendo del momento. No puedo dejar de sonreír al recordar la cara de horror que puso Lily cuando averiguó que estaba comiendo sobre Proust y Moupassant.

Trabajaba para El Profeta, como ayudante del editor. Era un trabajo aburrido y tedioso, pero el sueldo aunque bajo me permitía solventar mis gastos. No debería decirlo, porque me parece que no es necesario aclarar este tipo de cosas, pero deben saber que mi jefe conocía mi condición. Era un hombre tosco y gruñón, que me trataba como si tuviera una enfermedad contagiosa, pero había sido muy amigo de mi madre en su juventud y por ello me concedió el trabajo. En esos tiempos aún no existía esa absurda ley de Control y Regulación de los Licántropos, lo cual me otorgaba cierta libertad, pero igual debía de tener cuidado.

Por otro lado, la relación con mis amigos seguía casi intacta. Nos reuníamos a menudo, a charlar y tomar unas copas, discutiendo acerca de temas intrascendentes. Sin embargo, la oscuridad que amenazaba al mundo mágico, ligada directamente al ascenso de Voldemort, se hacía cada vez más presente en nuestras conversaciones. Todos estábamos muy preocupados e indignados con la situación, y no podíamos simplemente sentarnos cruzados de brazos mientras que nuestro mundo caía en las tinieblas. Muertes, desapariciones, torturas eran noticias de todos los días y a menudo nos preguntábamos cuando nos iba a tocar a alguno de nosotros. Fue de esa manera, y curiosamente a través de mí, que nos unimos a la Orden del Fénix. Pero, esa es una historia larga y un tanto deprimente, de la que preferiría hablar en otra ocasión.

De esa época también me gustaría rescatar a Milena Kosla, mi primera novia formal. A pesar de ser uno de los más tranquilos del grupo, al finalizar nuestro último año, yo había salido con muchas chicas. Claro, que al lado de James (antes de establecerse definitivamente con Lily) y de Sirius, yo era la imagen viva de la fidelidad. Pero, quizás al miedo hacia el rechazo o debido simplemente a mi propia inmadurez, mis relaciones nunca duraban más de unas semanas o un par de meses a lo sumo. La primera vez que besé a una chica de verdad tenía trece años y estaba nervioso, muy nervioso. Fue torpe, incómodo e incluso algo desagradable. Pero, como todos nosotros, enseguida le encontré la vuelta.

Debo mencionar también a Kate, mi primera mujer, mi primera experiencia más allá de los límites permitidos. La noche de Halloween de mi sexto año me encontró en un salón alejado, besando hasta perder el aliento a mi chica, explorando con mis manos su cuerpo por encima de la ropa. Habíamos bebido un poco de Whisky de Fuego y disfrutábamos mucho de nuestra compañía. Ella no sólo me estimulaba física sino también intelectualmente. Era linda, aunque sin ser hermosa y era brillante y divertida. Casi sin hablar la situación se nos fue de las manos y terminamos haciendo el amor en el frío piso del viejo salón. Como era de esperarse, finalizamos nuestra relación sólo un mes más tarde.

El sexo es algo que siempre valoré mucho. No piensen mal, estoy hablando más allá de la experiencia física. Sólo con los años y la madurez que ellos traen consigo, logré comprender la importancia que tiene, no sólo para el cuerpo sino también para el espíritu. Pero, como es costumbre el día de hoy, estoy alejándome de lo que les quería contar.

Milena Kosla era una joven periodista del Profeta, sólo un par de años mayor que yo. Almorzábamos juntos casi todos los días e inmediatamente nos hicimos amigos inseparables. Aún recuerdo como los rizos castaños se le caían sobre los ojos, que brillaban bajo sus gafas. Tenía las manos siempre manchadas de tintas, signo inequívoco de su trabajo y fumaba cigarrillos rubios. Era hija de muggles, por lo que además de su trabajo en el mundo mágico estudiaba literatura en la Universidad. Vivía con una antigua compañera de Hogwarts en las afueras de la ciudad en la pequeña casa que había pertenecido a su abuela.

Me enamoré de ella casi inmediatamente, y cómo siempre ocurre en esos momentos, pensé que sería para siempre. Comenzamos a salir casi de inmediato y nos llevábamos bien, realmente bien. Teníamos intereses comunes, el mismo tipo de humor tranquilo y disfrutábamos casi de las mismas cosas. Solíamos salir a menudo, recorriendo las calles de Londres, dejándonos llevar por el azar y tratando de adivinar dónde terminaríamos la noche, si en el cine o en un bar, en mi apartamento o en su casa. Me gustaba despertar junto a ella, sentir el calor de su cuerpo abrazado al mío, mientras el sol de la mañana se colaba entre las cortinas semi abiertas.

Ella era sobre todas las cosas el ancla que me ataba al mundo real, cotidiano. Era la que me ayudaba, sin tener conciencia de ello, a no perderme en mis propios fantasmas y pesadillas. Yo era su amigo, su confidente y su amante y ella era mi pareja, mi compañera, en todos los sentidos. Vivimos muchas cosas juntos, y guardo muy buenos recuerdos de los momentos que pasé con ella. Por si se lo están preguntando ella pronto descubrió quien, o mejor dicho, que era yo, y no, por supuesto que no me abandonó. Era de esa clase de personas, creo que saben de qué clase estoy hablando, que no tienen ningún prejuicio ante la vida, y me aceptó por quien era, sin preguntas y sin miedos.

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Bueno, estoy dando vueltas porque en realidad estoy llegando a un punto en este relato en el cual los recuerdos se vuelven menos agradables, más tristes y dolorosos. Los años que vivimos desde que dejamos Hogwarts fueron difíciles, duros y atroces. La muerte, la traición y la locura signaron nuestras vidas a partir de este momento. Por eso, es que prefiero ir a dormir ahora. Necesito reorganizar mis ideas para poder continuar, poner en limpio algunas cosas que aún hoy resultan muy dolorosas. He revivido para ustedes algunos de los años más felices, lo que paradójicamente no deja de resultar muy doloroso por lo que sucedió después. Espero que sepan comprender...

Londres, 15 de Julio de 1997