Disclaimer: Hey! El universo de HP, así como sus personajes no son míos... sólo los tomé prestados por un momento para jugar un rato.

El Palacio de la Luna

por bibliotecaria

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Capítulo 6: Ball And Chain

"Y empezaba a vislumbrar la verdad, que Ged no había ganado ni perdido: al nombrar a la sombra de la muerte con su propio nombre se había convertido en un hombre entero que nunca sería poseído por otro poder, y que viviría sólo por la vida misma, y nunca al servicio de la ruina, el dolor, el odio o la oscuridad"

Ursula Le Guin. Un mago de Terramar (1)

Habían pasado seis meses desde que abandoné París junto a la ilusión de una vida completa, de un futuro diferente. No había cumplido ni siquiera los treinta y ya me había convertido en una sombra, encadenada a la tierra por inercia, sobreviviendo día a día, sin tener un motivo real por el cual seguir adelante pero sin detenerme ni siquiera un instante. Lo único que me daba fuerzas para levantarme y enfrentar otro día era la conciencia de que tenía que continuar. ¿Hacia dónde? No lo sabía pero tampoco me importaba realmente. Sólo tenía que seguir caminando, un paso detrás del otro, un día y luego otro, mientras la luna llena marcaba el paso irrefrenable de los días, de los meses.

Sin darme cuenta, de a poco me fui convirtiendo en aquello que más odiaba, en una sombra de mi mismo. Después de vagar sin rumbo durante meses, pasando hambre y frío, comencé a aceptar ciertos trabajos, si es que se los pueden llamar así, sólo para evitar la vergüenza de la caridad ajena. Sin embargo, muchas veces el precio era demasiado alto, y me veía obligado a abandonarlo y continuar mi camino hacía la nada. Cazar monstruos, vampiros y ladrones amparado en la oscuridad puede sonar excitante e incluso "correcto" para algunos, pero es un trabajo cruel y sin sentido, pues de algún modo u otro todos somos producto de esta sociedad enferma y corrupta.

En poco tiempo atravesé media Europa, viajando constantemente, sin detenerme más de un par de semanas en un mismo lugar. Grandes ciudades y pequeños poblados, avance y tradición, mezcladas conformando un universo extraño, disímil e invitante. Ya había aprendido que ni el sexo, ni el alcohol ni la magia pueden hacerte vivir bajo otra piel, pero pueden llegar a ser drogas tan intoxicantes y adictivas como la vida o cómo la risa. Por ello, conocí aquellos rincones del universo que no están en las guías turísticas ni en los planos de las universidades. Las tabernas repletas de humo, alcohol y miseria siempre han sido lugares que dan refugio a criaturas marginadas, vampiros, ladrones y prostitutas. Pero curiosamente, allí se respetaba un pacto tácito de honor, una camaradería basada en la exclusión y la certeza de que el mundo no es un sitio seguro ni justo.

Fue una de esas noches, en un bar perdido en las afueras de Berlín, en dónde conocí a Julia y con ella un mundo que me había negado por más de cinco años. La magia se manifiesta en muchas formas y colores, al igual que el ser humano. Julia era el reflejo de un tiempo y de un mundo que sólo verán si tienen la capacidad de buscar bajo las apariencias, de desprenderse de los prejuicios y de los miedos. Forjamos de la nada una amistad incondicional, basada en creencias tan iguales como diferentes. En cierto modo, ella me ayudó a empezar a aceptar vivir bajo mi propia piel sin la carga del odio hacia mi mismo, casi cómo lo habían hecho James, Sirius y Peter quince años atrás.

Julia era una hechicera, criada en la magia en su forma más pura y salvaje. De niña no había ido a ningún colegio, alimentándose con el conocimiento pasado de generación en generación en el seno de su familia. Pero se negó a permanecer allí, buscando una vida diferente, aventuras y romances a lo largo y ancho del mundo. Fue de esa manera, que antes de cumplir veinticinco años, ya había perdido su vida, curiosamente antes de que tuviera tiempo de empezar a vivir. Su rostro estaba desfigurado por cicatrices tan antiguas como el mundo pero su cuerpo mutilado aún irradiaba un poder ancestral. Nunca supe el origen de sus heridas, así cómo tampoco su edad, pero eso no fue un impedimento para que llegara a conocerla mejor que a mi propia persona.

Cómo les comenté, en esa época yo me había convertido en una especie de cazador de sombras por encargo y por dinero. Hacía un par de noches que había terminado mi última tarea, atrapando un vampiro joven e idiota para entregarlo a las autoridades de un pequeño poblado. Tratando de ignorar a mi propia conciencia, quien insistía en recordarme lo irónico de la situación, me asilé en esa vieja taberna en busca una buena comida y algo de alcohol para entumecer mis sentidos. Elegí como de costumbre un rincón apartado y me dediqué a observar a la gente a mi alrededor. Julia (aunque aún no conocía su nombre) llamó mi atención casi de inmediato. Estaba recostada en forma indolente en la barra, riendo a carcajadas de la expresión confusa del tabernero. Muchos de nosotros la estábamos mirando, pues la escena era extraña e incluso algunos dirían que hasta patética. Después de todo, una mujer de más de sesenta años, con el rostro desfigurado y con un gran bastón, no es una imagen que se suele ver en sitios como ese.

Ella me confesó casi un año más tarde que fue mi expresión, de genuino desconcierto, lo que le impulsó a acercarse a mi mesa y pedirme un trago. No de repulsión, miedo o lástima, algo que siempre despertaba por su aspecto, por lo que decidió que quizá esa noche yo sería una buena víctima. Porque Julia era una poderosa hechicera, que utilizaba los dones de la magia a su antojo y provecho y no de un modo completamente honesto. Sin embargo, antes de que pudiera realizar algún encantamiento para que yo me perdiera en un laberinto de ilusión y así despojarme de mi dinero, percibió algo de mi naturaleza dual y decidió esperar unos momentos para evaluar la situación.

Y de esa forma, luego de un par de copas, una conversación interesante y un duelo silencioso de magia, nos hicimos grandes amigos. Y uno de los mejores equipos que a visto esta parte de Europa en los últimos cincuenta años. El camino que recorrería los siguientes años, lo haría junto a ella, quien en cierto modo se convertiría mi protectora y maestra...

Luego de tres años de constante vagabundeos por el continente, viviendo de trabajos ocasionales, liberando a pequeños poblados de sus pesadillas, en la forma de alguna de las criaturas más terribles que ha visto el mundo, había recuperado de algún modo la confianza en mi persona. Julia fue un factor decisivo en esto, pues se negaba tajantemente a permitir que me hundiera e la auto-compasión. Fue ella quien trató (sin éxito) de hacerme ver que mi condición de hombre lobo no era algo de lo que debía avergonzarme sino enorgullecerme. Solía decir, en un modo directo y casi cruel, que eran los magos quienes debían sentir vergüenza de su estripe, pues había destruido de algún modo la esencia misma de la magia. Se habían dejado llevar por una vida cómoda, llena de prejuicios mundanos y sin sentido y habían olvidado la pureza de las cosas. Ella no creía en la justicia de los hombres, sólo en la esencia misma de la magia.

De esa forma me enseñó hechizos ancestrales, magia negra y me mostró lugares sagrados. Revivió una historia a medias, dispersa y tan antigua como el mundo sobre brujas, druidas y hadas, hombres y mujeres, que construyeron el mundo y los fundamentos de la magia tal y cómo la conocemos. Me ayudó a ver más allá de los objetos para comprender la sutil diferencia entre lo que vemos y lo que realmente se presenta detrás de ellos. Vivía bajo la consigna de libertad y coherencia, huyendo de las normas establecidas pero aceptándolas al mismo tiempo. Fuimos ladrones, cazadores, estudiantes y vagabundos, aprendiendo de cada lugar y de cada experiencia. Ella buscaba la risa y me obligaba a reír a mi también cuando la oscuridad de los recuerdos llenaba mi alma.

Había un tiempo en que ella se alejaba, sin decir una palabra, para regresar semanas más tarde cómo si sólo hubieran pasado unas horas. Yo continuaba viajando, en constante movimiento, pero ella siempre me encontraba. Los meses en que desaparecía, yo me permitía también disfrutar de los placeres sencillos de una copa en el camino, de la libertad espiritual de un buen libro y de ocasionales encuentros fugaces que engañaban mis sentidos. Nada que me atrapara pero nada que pudiera retener. Una bendición disfrazada de maldición, una contradicción constante.

Pero no se engañen, esos años fueron oscuros, llenos de incertidumbres y miedos. La vida no fue benévola con nosotros, marcándonos con cicatrices visibles e invisibles. Hubo momentos en los cuales peleando contra sombras ocultas casi perdemos nuestras vidas, nuestras almas o a nosotros mismos. Enfrentamos toda clase de criaturas, desde dementores en su estado más salvaje hasta magos tenebrosos y sin conciencia. Pero quiero rescatar todo lo que aprendí de ella, sobre todo el poder mirar el mundo con otros ojos. Sin estos años, no hubiera sido capaz de rescatar la belleza y el poder mi pueblo, y probablemente hubiera muerto creyendo en viejos prejuicios. Pero esa es otra historia para la que tendrían que pasar algunos años más para que sucediese.

A fines de 1992 la muerte se cobró la deuda que tenía con Julia y la arrancó de mi lado. A pesar del dolor por su pérdida y de la promesa de sangre que hice junto a su cuerpo, de algún modo yo sabía que ese sería el final para su historia. Ella había vivido coqueteando con el peligro por más de cincuenta años y de algún modo ambos sabíamos que el día que su espíritu abandonara su cuerpo sería en forma brutal e inesperada, casi cómo su propia vida.

Un hombre encapuchado nos detuvo una tarde, ofreciéndonos una buena cantidad de oro para realizar un poderoso ritual de magia negra que sometería a una familia a una esclavitud constante y eterna. Se necesitaban tres personas para hacerlo y un sacrificio humano. Era algo esencialmente oscuro y perverso y que requería un conocimiento avanzado de magia que muy pocos poseían. Antes de que yo pudiera negarme, Julia atacó al hombre sin siquiera detenerse a pensar un segundo. Lo torturó unos minutos antes de matarlo. Y lo hizo sin que le temblara el pulso ni por un instante. Yo contemplé la escena sin poder moverme, aterrorizado por el odio frío de su mirada. Lo dejó tendido en el pasto, antes de murmurar por lo bajo un antiguo encantamiento y de que el cuerpo del hombre desapareciera envuelto en llamas. No le dedicó ni una sola palabra al incidente.

Tres noches más tarde, cuando regresé al pequeño cobertizo en dónde nos quedábamos, me encontré con una imagen que me heló la sangre, impidiéndome respirar. El cuerpo de Julia estaba destrozado, sus brazos en una posición antinatural y su pecho abierto y sangrante. Me recordó otro tiempo y otro lugar, a mi mismo quince años más joven y a mis padres en el sitio de mi amiga. Antes de que pudiera procesar lo que estaba viendo un desconocido se hizo visible entre las sombras y con un movimiento de varita prendió fuego al lugar. El segundo que tardé en reaccionar fue suficiente para que el hombre se desapareciera.

Apagué el fuego y me incliné ante el cuerpo de mi amiga y compañera. Aún hoy, luego de cinco años, no sé muy bien que se apoderó de mi en ese momento, pero algo muy profundo se quebró con la muerte violenta de Julia. Las palabras abandonaron mis labios cómo si tuvieran voluntad propia, casi cómo si pertenecieran a otra persona. Realicé un antiguo ritual de venganza, sellando con mi propia sangre un juramento que sólo traería más muerte a mi vida. No importaba en ese momento si fuera la mía o la de la sombra que la había asesinado.

Porque supe en ese momento, dado la escena que tenía ante mí, que el hombre que había cometido ese crimen lo había hecho cómo un modo enfermo de cobrar la muerte que Julia había ocasionado días atrás. Y yo, conscientemente, iba de algún modo, a hacer lo mismo con él.

Es curioso como nuestra percepción del mundo está basada fundamentalmente en nuestras propias experiencias, cómo un mismo hecho puede tener tantas miradas e interpretaciones como personas hay en el mundo. Pues, por ejemplo, yo bien podría relatarles otra historia, plagada de justificaciones y de medias verdades. En ella mis acciones se verían justificadas, de algún modo comprendidas e incluso alguno de ustedes podría llegar a afirmar que aquella noche hice lo correcto. Pero nada justifica la muerte, y aún menos la venganza.

Las primeras luces del amanecer tiñeron de rojo el horizonte, otorgándole al lugar un aspecto encantado, irreal. Era el paradójico contraste entre la esperanza del nuevo día y la desolación que la muerte traía consigo a aquel funesto rincón del universo. El mudo testigo de sangre, de miseria y odio, se presentaba impactante frente a mí, casi indolente, recordándome cómo el ser humano es una bestia mucho más salvaje e irracional que el lobo. El cuerpo sin vida de ese ser sin nombre, con el rostro desfigurado en una mueca de dolor y de sorpresa, es una imagen que me acompañará todos los días de mi vida.

A pesar del dolor de la pérdida y el gusto amargo de la decepción, hasta esa noche la esperanza no me había abandonado del todo. Porque a pesar de haber transitado un camino surcado por el odio y la muerte, nunca había llegado a traspasar aquella frontera invisible de la que nunca se puede regresar. Yo había sobrevivido a una guerra y a la maldición que marcó mi vida sin perderme cómo hombre. Pero en el mismo momento que esas dos palabras escaparon de mi boca y la maldición atravesó mi cuerpo y mi alma, alimentada con el rencor que había acumulado por más de veinte años, supe que ya no había marcha atrás. Me había convertido en lo que siempre había temido: en un asesino.

Había perseguido a esa sombra sin rostro durante varios meses, sin detenerme más de lo necesario para comer y dormir, rumiando venganza, muerte y abandono. Cuando finalmente logré llegar frente a él, en un oscuro callejón en las márgenes de la ciudad, de algún modo supe que ya no habría marcha atrás. La primera maldición me golpeó de frente, brutal y salvaje, casi un reflejo de mi propio estado. El dolor recorriendo cada fibra de mi cuerpo, la sangre quemando mis venas y la risa cruel de mi enemigo fueron suficientes para que lograra reponerme en un intento de sobrevivir. Respondí cómo pude, atacando ciegamente, buscando causar el mayor daño posible. Trastabillando y escupiendo sangre, logré enviar un par de hechizos que me garantizaron un poco de tiempo.

Así estuvimos por minutos que parecieron horas, inmersos en un lluvia de hechizos, maldiciones golpes e insultos. Él era un hombre fuerte, astuto y sumamente hábil en el campo de batalla. En poco tiempo me encontré de rodillas, débil y casi desprovisto de cualquier posibilidad de ganar. Pensé que había llegado el día en que todo acabaría. Sin embargo esa noche, frente al abismo de la muerte, recordé de algún modo porqué debía seguir viviendo. Me aferré a la vida con todas las fuerzas que fui capaz de reunir, negándome a abandonar el mundo de esa forma. Y contraataqué. La violencia, pura y desprovista de sentido, sólo generó más sangre en una sociedad que aún tenía heridas abiertas. Y casi sin que me diera cuenta pronuncié la maldición asesina, aquella que había evitado conjurar incluso en los peores momentos y en menos de un segundo acabé con su vida.

No es su muerte lo que me aterra, pues de algún modo esta nos llegará a todos. Lo que paraliza mi cuerpo es la certeza de lo que soy capaz de hacer cómo hombre, no como lobo. Pues de alguna forma cuando me pierdo, salvaje y libre bajo la luz de la luna llena, no existe nada esencialmente equivocado. Soy parte de la naturaleza, quizás un hijo bastardo, pero la tierra y el bosque siguen siendo mis hermanos. Cómo hombre, soy perfectamente capaz de cometer crueldades y de arrancarle la vida a otra persona si las circunstancia lo requieren. En los siguientes años, me enfrentaría estas situaciones y no me temblaría el pulso para hacerlo. Pues a veces, no quedaría otra opción.

Los siguientes meses mis propios pies me devolvieron a uno de los lugares en los cuales había logrado ser feliz, a ese refugio que por cinco años me permití disfrutar. Regresé a París. Sin embargo, ya no había nadie que me esperara ni que quisiera compartir parte de su tiempo conmigo. Volví a estar solo, como buena parte de mi vida, mientras la realidad me abrazaba mostrándome todo aquello que pudiera haber tenido pero que conscientemente elegí dejar atrás. Los fantasmas de una familia propia, de una compañera y de una vida comenzaron a ahogarme, impidiéndome respirar.

Fue un día de verano, en el año 1993, cuando perdido entre mis propios recuerdos sucedió algo que me obligaría a regresar a mi tierra, a enfrentarme de una vez por todas a aquello que había tratado de escapar por más de doce años. Fue casi cómo cerrar un ciclo marcado por la muerte y la traición. El día que encontré el rostro viejo y gastado del que había sido mi mejor amigo en la portada del diario, supe que había llegado el momento de regresar a Inglaterra. Pues pese a que el dolor del abandono y la soledad me habían hecho dejarla años atrás, ahora la venganza y la furia ciega me hacían retornar. Sirius Black había escapado de Azkaban.

Curiosamente, ese camino de venganza que había decidido recorrer me llevó hacia la vida, la inocencia y la amistad en su modo más puro. Me topé con el único hombre que siempre me ofrecía oportunidades de crecimiento, de alguna ilusión de felicidad. Albus Dumbledore me encontró en Hogsmade una tarde, reconociéndome bajo ese manto de vejez prematura y cicatrices nuevas. Conversamos durante horas, en Las Tres Escobas, tocando recuerdos felices y no tanto, hablando del pasado y del presente. Fue un hombre excepcional, que vivió su vida a su modo, haciendo lo que consideraba correcto y equivocándose en el camino. Cuando supo mi historia más reciente, sonrió enigmáticamente y bebió un trago de hidromiel.

Dos noches más tarde, recibiría la propuesta que me permitiría recuperar una parte de mi vida que creía perdida para siempre. Me ofrecería de nuevo la oportunidad de volver a Hogwarts, de conocer el legado de James en la forma de Harry y de conocer la terrible verdad tras la muerte de mis amigos. Me ofrecería la oportunidad de enseñar en Hogwarts, paradójicamente Defensa Contra las Artes Oscuras.

El siguiente año fue uno de los desafíos más grandes que tuve que enfrentar en toda mi vida. Volvería a vivir en sociedad, rodeado por jóvenes llenos de esperanza, que me devolverían parte de mi historia. Estaba aterrado, pues habían pasado demasiados años en los cuales yo había vivido cómo nómada, alejado del mundo. La poderosa rutina cotidiana me asustaba incluso más que la posibilidad de que el traidor tratara de infiltrarse en el castillo. El volver a vivir cómo hombre era un reto enorme, que trataría de atravesar con dignidad.

Sin embargo, les estaría mintiendo si les dijera que Sirius no seguía siendo un misterio enorme para mí. Pues a pesar de todo, de los años de odio, no podía olvidar quién había sido él y quien había sido yo. Me fue muy difícil de manejar la confianza depositada en mi persona, tanto por Dumbledore como por Sirius, hacía ya más de veinte años. Una vez más obedecí a mi instinto. Una vez más, me dejé guiar por mis propios miedos. Esa vez, sin embargo, no me equivoqué.

Lo que sucedió ese año, ustedes lo saben casi tan bien cómo yo. Sin embargo, hay matices en esa historia, luces y sombras, lágrimas y risas, que se escapan a la versión oficial. Pero sobre todo, fue ese año, que recuperé la confianza en el ser humano. Si un niño podía enfrentar a la muerte para ayudar a sus amigos y un hombre sobrevivió a una pesadilla por más de una década para buscar la verdad, aún quedaba esperanza en el mundo.

Pero ese, amigos míos, es un relato que les contaré en otra ocasión. En estos momentos la oscuridad se alza ante nosotros y debemos estar preparados para enfrentarla. Estamos peleando una guerra que no podemos perder...

Londres, 2 de octubre de 1997