Uola a todo el mundo! non ¿Cuánto tiempo, no? n.nU Siento mucho la tardanza, de verdad. Pero tengo excusa: la semana que viene tengo exámenes trimestrales, y quiero estar bien preparada ò.ó Pero he encontrado un momentito para escribir, y aquí va el capítulo 5! n.n
Espero que os guste!
5. Vuelve en ti, Kitsune
Un último salto y un frenazo en seco. Sentía como si sus miembros se hubieran vuelto bloques de hierro tras el esfuerzo, y ahora latieran hormigueantes con vida propia. Nunca había corrido tanto y tan rápido. Pero eso no importaba ahora.
-¡Kurama!
¿Por qué gritaba? El zorro no podía oírle por el estruendo de la máquina y los gritos de los humanos histéricos. O quizá sí lo escuchó...pero por alguna extraña razón Kurama parecía un muñeco de trapo muerto.
¿Pero qué diablos estaba haciendo¡No había tiempo para plantearse estupideces!
Calculó distancias, cogió impulso y dio un tremendo salto hacia el tejado contiguo, para luego impulsarse y quedar justo enfrente de la máquina. Un ataque directo a la faz del monstruo. Eso siempre funcionaba. Se concentró, gritó, y junto a su rugido rugió también el dragón negro invocado. Estaba utilizando su ataque más potente y el que desgastaba más su cuerpo, pero el enemigo lo merecía. El fuego humano no serviría contra algo así.
Sonrió victoriosamente cuando la masa negra de energía impactó con vehemencia. Había sido fácil...
Pero su sonrisa quedó congelada cuando vio su propio ataque rebotar hacia él. Hiei salió despedido unos metros, hasta que consiguió amortiguar su caída con los residuos de energía que recuperaba del dragón derrotado. ¿Cómo era posible...¡¿Ni el dragón podía atravesar ese escudo protector!
El koorime volvió de nuevo su atención al trípode mientras profería insultos por doquier en voz baja. Sin embargo, su voz cesó y su lengua quedó atorada al cerciorarse del nuevo rumbo de la situación.
Por primera y única vez Hiei pudo sentir algo parecido al miedo. La máquina, al creerlo fuera de combate, sostenía al kitsune frente al enorme foco de luz cegadora, justo frente a lo que parecía la sala de control del extraño artefacto. El koorime se preparó para saltar, creyendo que la máquina iba a disparar contra su compañero. Pero, para su sorpresa, la máquina pareció perder interés en el chico y deslizó su garra metálica hacia atrás, hacia la espalda de acero. Hiei entrecerró los ojos, y entonces lo vio: dos enormes jaulas ovaladas pendían de los costados del trípode. Y allí, apretados unos contra otros, chillando de forma estremecedora como cerdos a punto de ser degollados, los humanos capturados lloraban al borde de la locura, a sabiendas de su muerte tan próxima que casi la podían palpar con sus deditos fuertemente aferrados a los barrotes.
Una pequeña puerta se abrió, dejando entrar al nuevo prisionero, depositándolo dentro como un objeto. Kurama seguía sin moverse. Hiei intentó mantener el contacto visual, pero los estúpidos ningens taparon al pelirrojo, internándolo cada vez más profundamente entre ese cúmulo de personas atrapadas. El koorime sólo atisbaba a ver esos inconfundibles cabellos rojos sobresaliendo entre las demás cabezas, y por un momento creyó que acabarían aplastándole. Debía hacer algo rápido. ¿Pero qué?
El trípode se había girado completamente, y ahora seguía su camino como si nada hubiera pasado.
-¡Ni lo intentes¡No vas a escapar de mí tan fácilmente!
Sin pensarlo dos veces corrió y lanzó otro ataque contra el monstruo. Esta vez de fuego humano. Golpeó repetidamente con sus puños cerrados, intentando llamar la atención del coloso. Y lo consiguió.
Un segundo más tarde sintió la fría mano de metal aferrando su pecho, y levantándolo como un niño pequeño haría con su juguete. Hiei se dejó llevar hacia la jaula. Podía ver frente a él, a tan sólo unos pocos metros, los patéticos humanos. Y apretó sus dientes cuando la puerta se abrió y lo metió entre ellos. No le gustaba para nada esa sensación. Olía el sudor de angustia, y sentía los repugnantes cuerpos calientes aplastándole, casi ahogándole. Por un momento se apoderaron de él las náuseas y el mareo. Por suerte, recordó a tiempo que estaba haciendo allí, y obligó a su cuerpo a responder.
Desplazó sus ojos por todos lados, intentando reconocer alguno de aquellos rostros. A su alrededor todos eran desconocidos. Empezó a repartir codazos y empujones. Sus manos ardían de rabia, y debía hacer esfuerzos sobrehumanos por no carbonizar de un solo golpe a todos los de la jaula. ¿Dónde rayos estaba Kurama!
Repentinamente, algo dentro de él se movió, y sintió un cosquilleo escalofriante en su estómago. Había visto algo rojo entre dos de esos ningens. Siguió repartiendo golpes, ahora más violentamente, hasta que logró llegar junto al youko, en un extremo de la jaula.
-Ku...¿Kurama?
Sí, era él. Pero no parecía Kurama. El kitsune estaba sentado contra los barrotes, abrazándose a sí mismo, las rodillas contra el pecho y la cabeza entre ellas. Hiei se arrodilló frente a él, intentando ver su rostro. Kurama le estaba asustando. No respondía. Le estaba poniendo muy nervioso.
-¡Ku...!...Kurama -No, no ganaría nada gritándole. Le zarandeó suavemente de los hombros e intentó hablarle dulce y suavemente, justo como el kitsune hacía con él para tranquilizarle. A veces funcionaba...
Nada. Hiei no obtenía respuesta. Así que, tragó saliva, y con ambas manos temblorosas levantó la cabeza del kitsune. Lo que vio lo dejó aún más estupefacto y preocupado. Hiei retiró el flequillo liso que tapaba la visión del chico torpemente y deprisa. Los ojos de Kurama estaban fijos en algún punto delante de ellos, y el brillo verde en esos irises siempre animados había muerto en algún momento de esa noche. Aunque lo más escalofriante era su rostro sin expresión. Hiei nunca lo había visto así, y aquello no le gustaba un pelo. No se equivocaba al pensar antes en un muñeco sin vida.
-Kurama...Kurama...¿Qué ocurre?-Hiei reunió coraje y acarició las mejillas frías y húmedas del pelirrojo. Hiei no supo decir si de sudor o de lágrimas. Su tez se asemejaba a la de un muerto, tan blanca como la porcelana, de un tono violáceo justo debajo de los párpados.
-Kurama...vamos...despierta...Debes reaccionar...¡Vamos!-el koorime empezó a palmear con suavidad la cara del chico, moviéndola de un lado a otro, hasta que de pronto, una mano helada apretó fuertemente la suya propia contra la mejilla pálida, y esos ojos alucinados le miraron, atravesándole. Hiei tragó saliva otra vez, y un escalofrío recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies.
-Mi madre...Shiori...He visto...morir...a mi madre...-los labios entumecidos del kitsune balbuceaban débilmente cerca de su rostro, y esa mano que agarraba la suya apretó con más fuerza, lastimándole. Hiei estaba asustado por ver a su amigo tan fuera de sí. Aunque... al fin comprendía la razón...
Pasaban los minutos, y Kurama no le soltaba, manteniéndole firmemente cerca de su cara, y manteniendo el contacto visual con sus ojos. A Hiei no le gustaba para nada todo eso. La respiración del kitsune estaba muy acelerada, y su aliento chocaba contra los labios del koorime, logrando que se pusiera aún más nervioso de lo que ya estaba.
Hiei notaba que esa situación era muy extraña. Kurama ya debería haberse recuperado de la impresión. Y esos ojos verdes enloquecidos no presagiaban nada bueno. Debía encontrar una solución. ¿Qué podía hacer para que volviera a la normalidad? Eso no se solucionaría con un grito...Quizá si le daba un fuerte puñetazo, despertaría de su ensimismamiento...¡Sí¿Cómo no se le había ocurrido antes¡Lo mejor en esa situación era un buen puñetazo!
El koorime levanto su puño libre, el izquierdo, y se preparaba para asestarle un buen golpe que le hiciera despertar, cuando de pronto sus sentidos lo alertaron de un peligro inminente. Sintió movimiento detrás de ellos, y giró justo a tiempo para ver como de un extraño bulbo escarlata colgado del techo salía otro cable de metal zigzagueante. Este parecía una serpiente, moviéndose de un lado a otro por encima de las cabezas, intentando elegir su presa. Rápidamente la encontró.
Hiei vio con horror como el cable se enrollaba en la pierna del pelirrojo, y de un fuerte tirón se los llevaba a los dos por delante, enrollándose alrededor de ambas presas, arrastrándolos del revés hacia el techo, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. La presión era demasiada.
El koorime sabía que la situación se le estaba escapando de las manos. Su mente ya no respondía, colapsada por tantos problemas. Sin saber que más hacer, miró a los ojos al pelirrojo. Él también le miraba. Le sonreía. Pero esa sonrisa no era la del zorro, tranquilizadora. Era la sonrisa de un demente.
Kurama no intentaba liberarse... Él quería ser capturado...
